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9

Para ese día estaba todo preparado.

Tena eligió dejarse guiar por el itinerario que Cillian había armado para ellos, y que duraría hasta un par de horas pasado el mediodía. Era una veinteañera madura y el francés estaba al borde de los treinta: a esa edad, asistir a una fiesta que duraría toda la noche y gran parte de la madrugada era para ellos una hazaña. Ivar no tendría problemas, a sus casi veinticuatro tan joviales, relucientes y frescos no les molestaba cargar un una juerga de esa calaña. Pero a ella y el francés el pellejo no les iba a dar si no se permitían una buena siesta. Por eso los paseos terminarían temprano... Comerían algo en el hotel, y luego se dejarían arropar por las suaves sábanas de sus camas, hasta que la alarma indicase la hora de despertar y comenzar a arreglarse.

Abrió la puerta de su habitación al mismo momento que Ivar. Ambos tenían cuartos enfrentados; la de Cillian estaba justo al lado de la del noruego.

—Ver tu rostro al amanecer podría ser considerado como una escena de alguna película de terror. —Él salió al pasillo sonriente.

Tena no estaba de humor, no habiendo dormido cuatro horas que no le eran suficientes para diferenciar la ironía de la verdad, ni a Ivar de un enemigo.

—Si esto fuese una película de terror, morirías primero porque eres un idiota.

—Menos mal que no lo es. Por cierto, ¿qué tal la juerga de antenoche, señorita "debo volver al hotel temprano"?

Comenzaron a caminar lentamente hacia el restaurante del hotel, para desayunar. Al cabo de unos segundos, el repiqueteo de unas rápidas pisadas se escuchó y, a la izquierda de la rubia, Cillian se colocó pasando los brazos por sus hombros y dejando un beso sonoro en su sien.

Tena podría haber dicho simplemente que estuvo bien, pero no pudo evitar emplear un tono misterioso cuando pronunció su respuesta:

—Conseguí una agradable compañía para disfrutar, fue exitosa.

«Eso, Tena, haz que pisen el palito, que caigan en la trampa, que muerdan el anzuelo...».

—Sí, se nota que lo disfrutaste. —El noruego no quería disimular ni un poco su cara.

—Cuidado, Ivar. Cualquiera pensaría que estás celoso... —La acotación pícara de Cillian hizo que Tena pusiera más atención al intercambio que estaban teniendo entre los tres. Los miró a ambos cuando llegaron a una mesa y colocaron sus cosas para ir a buscar su desayuno buffett.

—Solo me compadezco del pobre tipo con quién pasó la noche. ¿Te imaginas despertar y ver eso? —el rubio la apuntó con un tenedor.

Algo en el pecho de Tena vibró con rabia al oír aquello, y no quiso creerle. Por suerte, ese sentimiento desapareció tan rápido como la mirada de Cillian se posó sobre sus ojos con una sonrisa cómplice, haciendo a Ivar notar que había quedado fuera de esa charla tácita.

Una vez que tomaron su desayuno, el diálogo quedó suspendido hasta que terminaron de comer y dispusieron lo que harían ese día.

▪︎ ▪︎ ▪︎

Llegaron al hotel un poco más tarde de lo que habían planeado, pero había valido la pena cada cosa que lograron hacer.

Cillian los llevó a recorrer un poco Fira, la Capital, y los llevó hasta el Museo de la Prehistoria de Thera y hacia la Catedral Metropolitana Ortodoxa, donde se sacaron fotos hasta el hartazgo. Luego, Ivar se encargó de llevarlos por las callejuelas de la lujosisima villa Firostefani, hasta una terraza con vista a los acantilados, donde degustaron un exquisito almuerzo gourmet de varios pasos —que Tena no logró recordar ni los nombres, solo supo que eran deliciosos—, y bebieron algunas copas de vino para maridar los platillos. Luego, emprendieron la vuelta para descansar.

El despertador sonó a las cinco de la tarde, en punto. La siesta, tras dos noches de desvelo, fue gratamente reparadora. Luego de remolonear unos minutos entre las sábanas, como era su hábito, no perdió tiempo en entrar a bañarse. A ello le brindó dedicación: echó sales de baño, aceite esencial de coco —su esencia favorita—, y puso música. Cuando salió de la tina, con la piel arrugada como una pasa, unos golpecitos en la puerta le hicieron colocarse su salida de baño con rapidez y abrirla.

—Cillian. —Sonrió al ver al moreno con su cámara de fotos, y se hizo a un costado para darle paso—. ¿Ya están?

Él asintió, tomándose un segundo para respirar hondamente luego de sentarse al borde de la cama. Durante el paseo, le había pedido posar ante el lente para realizar algunos trabajos de sus viajes. Encantada, Tena se metió en el papel de modelo y le dió al francés con el gusto.

Cuando tomó el celular para ver la carpeta de las fotos ya editadas, quedó atónita.

—Dios santo, eres realmente talentoso...

La sonrisa de Cillian se atenuó, negando.

—Tú eres preciosa.

La piel de Tena se erizó, y un remolino se instaló en su respiración. Era solo una frase, la había oído tantas veces de personas distintas... ¿acaso se sentía diferente ahora?

«¿Es esta la señal que estoy buscando?»

Los dedos del francés acariciaron suavemente la barbilla de Tena, y se puso de pie.

—Te esperamos afuera, a las siete llega el auto que nos llevará.

Apenas logró asentir a sus palabras, y procesar aquel lapsus que habían compartido. Luego de quedar inmóvil en la cama por varios minutos, sacudió su cabeza y se dispuso a arreglarse.

No demoró tanto como había pensado. Tena siempre había sido de usar maquillajes simples, y esa noche no fue la excepción. Marcó sus ojos definiéndolos en tonos oscuros que combinaban bien con su piel y el vestido, y puso un brillo en sus labios. Rubor e iluminador le dieron esa calidez que contrarrestó perfecto con el rasgo salvaje de su mirada. Eligió un peinado sencillo: el cabello suelo estilizado hacia atrás con algo de gel y fijador, y sus ondas naturales bien definidas cayendo por toda su espalda.

Tras colocarse el vestido y los zapatos, se contempló finalmente en el espejo de la habitación. Le gustó el resultado; una oleada poderosa de feminidad la hizo sentirse inalcanzable y deseada. Tomó su celular y posó frente al reflejo por algunos minutos, hasta que la hora marcó las siete en punto. Se rocío un poco de perfume que había comprado en Turquía, acentuando el olor a coco que ya tenía su piel, tomó su abrigo negro y su pequeño sobre de mano, y salió del cuarto.

Al llegar al lobby, los vió de pie en la entrada. Aquel hotel tenía una escalinata que llevaba hasta la terraza y las habitaciones del primer piso, donde ellos se alojaban. Así que la vista panorámica que tuvo hacia el gran salón de ingreso le encantó. Sobre todo cuando sintió sobre su cuerpo las variadas vistas de personas desconocidas posarse en ella, que aún seguía de pie en el primer escalón. Con el mentón en alto, hizo resonar sus stilettos por los peldaños, hasta que los ojos de sus dos compañeros de viaje se posaron finalmente en ella.

Tena no supo qué sintieron ellos al verla mover sus caderas al compás de su andar, dejando ondear el largo vestido de satín verde oliva, que se ajustaba a su cuerpo dejando escapar uno de sus muslos gracias al corte del diseño.

Ante sus pies, literalmente, las figuras de Ivar y Cillian se posaron a los costados. El moreno le sonreía abiertamente, y el rubio se mostraba serio. Ambos se veían sumamente preciosos en sus respectivos atuendos: el francés llevaba un traje formal completo en terciopelo azul oscuro, mientras que el noruego vestía un pantalón sastrero marrón y una camisa negra con algunos botones abiertos. Las cadenas doradas finas en su cuello pálido fueron el punto en el que los ojos de Tena se detuvieron.

—¿Vamos? —Cillian dispuso su brazo para que caminara junto con él.

Para sorpresa de ambos, Ivar hizo lo mismo, aún sin mediar palabra.

«Y si tuviera que elegir entre alguno de los dos...»

Tomó de un brazo a cada uno y, con una sonrisa ladeada de victoria, se dejó llevar hasta el coche que los esperaba.

▪︎ ▪︎ ▪︎

La boda resultó ser real. La fiesta se realizaba en un enorme salón con terraza al aire libre, en la bahía de Oia. Cuando llegaron, Tena quedó asombrada ante el espectáculo de los últimos destellos del atardecer. Logró disfrutarlo por unos minutos, con una copa de champagne que le ofrecieron apenas bajó del auto.

Había quedado sola en la terraza, rato después, ya que los amigos habían ido a buscar a la pareja para darles su obsequio y presentarlos. Un toque en su hombro la hizo darse vuelta, encontrándose a un hombre algo mayor que ella, mirándola intensamente. Él dejó salir un par de palabras que no entendió, supuso que en griego. Cuando quiso responderle, una mano en su cintura le hizo brincar en su lugar; bastó una mirada de Ivar para que el hombre se alejase con una sonrisa incómoda.

—Estaba hablando con él.

—Si, noté tu griego fluído —ironizó, para luego guiar a Tena hacia el interior del salón—. Cillian ya nos espera con los Miller.

Nerviosa, la rubia se dejó guiar. Ella no quería presentarse, solo quería comer, emborracharse y bailar. ¿Qué les diría?: "No me invitaron, pero linda boda. Por cierto, tampoco traje un obsequio".

Sin embargo, las cosas no le terminaban de cuadrar del todo. Había algo más, que ella simplemente no podía dejar pasar inadvertido.

«Ojo de loca, no se equivoca. ¿No es así como dicen las malas lenguas?»

—Tena, ellos son los Miller. —Cuando llegaron hasta Cillian, no hubo demora en las presentaciones.

Con una sonrisa casi forzada por la incomodidad, la rubia les deseó muchas felicidades. El reciente matrimonio le agradeció por su obsequio —a lo que Tena los miró extrañada—, y le pidieron que se sintiese a gusto y disfrutase junto al moreno y el rubio.

—¿Qué regalo? —consultó Tena, una vez los Miller fueron a disfrutar de su boda. Para ese punto, ella ya iba por la tercera copa de champagne.

—No pensaste que llegaríamos con las manos vacías. —Ivar le sonrió.

—Si... Nos ha salido bastante caro. —oyó murmurar entre dientes al francés, luego de darle un vistazo a su mejor amigo.

Curiosa por ese intercambio, decidió ir a la barra de bebidas y poner en marcha la primera parte de su plan:

Emborrachar a Cillian.

▪︎ ▪︎ ▪︎

Dependiendo desde donde se lo viese, el plan había resultado tan logrado como desastroso.

Cillian sí estaba ebrio... Pero también Tena.

No había logrado sacar más información que no fuese la que ya tenía. Y eso la frustraba. O al menos creyó que la iba a frustrar en la mañana, cuando estuviese en todos sus cabales. Porque ahora era demasiado ignorante del mundo mientras bailaba, bebía y sudaba bajo las manos del francés, que llevaba el ritmo.

«Dios bendiga al reggaetón», agradeció mientras se pegaba más al fornido cuerpo del mestizo.

Ivar no había aparecido en toda la noche. No sabía dónde se encontraba, pero ciertamente no estaba allí con ellos. Lo cual decepcionó a Tena, ya que quería aunque fuese por un breve momento, bailar con él.

Volvía a sentir enojo de que fuese así de imbécil. Tan desentendido para desaparecer, pero lo suficientemente atento como para tener celos de sus salidas y arrancarla de conversaciones con otros hombres.

«¿Quién se cree?»

—¿En qué piensas? —formuló el francés sobre el bullicio de la música.

—En nada —Tena rodeó su brazo por el cuello de él—. ¿Y tú?

Los ojos vivarachos de Cillian, mezclados con los efectos del alcohol, parecían más felinos que de costumbre. Más aún cuando se deslizaron por sobre toda su anatomía y volvieron a los suyos, alegres.

—Que te ves preciosa.

No era la primera vez que se lo decía, pero con unos tragos encima el efecto de sus palabras era distinto al que tenían cuando estaba sobria. O eso intentó encontrar a modo de justificación cuando, sin darse mucho tiempo para arrepentirse, llevó sus labios a los del francés.

Fue un beso cargado de lujuria. Las manos inquietas de ambos parecieron no sentirse intimidadas por la presencia del resto de los invitados que bailaban a su alrededor. Había torpeza y sensualidad en los labios de Cillian, pero en los de Tena solo había ebriedad y rudeza. Cuando sintió que algo en ello simplemente no estaba siendo como esperaba, se separó suavemente pasando su pulgar por el labio inferior de él, y lo soltó.

—Iré al servicio de damas.

La mirada confundida del moreno no la hizo sentir mejor. Pero se convenció de que estando sobrios hablarían de ello y lo resolverían. Sin embargo, no pudo deshacerse de la furia que había quedado en ella, y la excitación que le hizo compañía luego de separar sus labios de los de él.

No era justo. No era justo que en sus fantasías, fuesen los labios de Ivar los que imaginase. No era justo que ni siquiera tocándola, él se adueñase de su lujuria.

Era su lujuria. Ella debería poder decidir con quién compartirla.

Entre balbuceos rabiosos, terminó por perderse. No encontró el baño, ni a Ivar; y cuando logró volver a la fiesta, Cillian no estaba donde lo había dejado.

A sus ojos, la noche ya había terminado. Los pies le dolían de tanto andar, y entre el sudor del baile y los pensamientos intrusivos, el porcentaje de embriaguez había bajado de sopetón en su sangre. Ya no estaba feliz. Solo enojada y excitada. Y esa era una mala combinación.

Logró que uno de los valet en la entrada de la boda consiguiera un taxi para que volviese al hotel. Tanteó entre las aberturas de su sobre de mano la llave electrónica de su habitación, pero recordó que en el apuro no la había llevado con ella. Por ende, la habitación estaría sin seguro. Recorrió el pasillo arrastrando su dedo índice por uno de los muros, y cuando dio con su habitación, entró.

En la penumbra, solo atinó a dejar sus cosas sobre la pequeña mesita del acceso, antes de que la puerta abierta del balcón le robase la atención.

Se acercó casi colérica al descubrir la figura de Ivar fumando allí.

—¡¿Qué crees que haces aquí?!

El noruego, lejos de verse sorprendido al girarse, se recostó contra el barandal y dejó escapar el humo entre sus labios.

—¿Por qué estás en mi habitación, Tena?

«Tena...»

Abrió la boca para recriminar que él era el usurpador, pero cuando Ivar entró y encendió la pequeña luz al lado de la cama, tuvo la oportunidad de analizar su alrededor: una maleta cerrada, todo perfectamente acomodado, zapatos negros colocados pulcramente al costado de la puerta, junto al saco satinado que llevaba en la boda, ahora colgado meticulosamente.

—¿Por qué te desapareciste de la fiesta? —replicó, intentando no sentirse abrumada por ser incapaz de admitir que había errado, quedando encerrada en una habitación que gritaba Ivar Larsen en cada rincón.

—Solamente me aburrí. ¿Me extrañaste tanto que viniste a buscarme?

Un cosquilleo se instaló en su vientre bajo. Por más que quiso sentirlo propio, el pensamiento de que no le pertenecía le arrebató las mejillas.

¿Seguía siendo su lujuria, si se desataba ante la presencia de alguien más?

—Solamente me confundí de habitación —murmuró ella, tomando las cosas que había colocado en la mesa—, no te creas tanto.

La tentación, la maldita tentación. El saberse una presa, el sentir la aceleración de sus latidos golpeando sobre su caja torácica, la piel erizada que rogaba ser acariciada, el anhelo palpitante de querer despojarse de su cordura y cederle todo.

A él.

—¿Estás segura? Entras por error en mi habitación y... ¿planeas irte así como si nada? —Ivar caminó hacia la puerta; cada paso resonó al compás de su tono burlesco.

La gracia de su porte, la elegancia con la que sus dedos largos tomaban el cigarro de tabaco armado, para terminar por apagarlo en el cenicero... El tono reducido en el timbre de su voz, como si le saliese de las entrañas.

—¿Qué vas a hacer? —temblaron las sílabas entre sus labios.

Tena no pudo evitarlo, sus ojos se desviaron solo para centrarse en cada detalle de su anatomía: ese trozo de piel blanquecina adornada con piezas de oro, que se moría por acariciar; la camisa desabrochada y las mangas subidas que dejaban al descubierto sus manos. El aroma que llenaba la habitación, una mezcla de él: de su olor fusionado con el tabaco

Era magnético, y sin embargo...

—¿Por qué me haces esto? —dejó escapar un quejido.

—¿De qué estás hablando? —indagó Ivar acortando los escasos centímetros de distancia. Apoyó su mano sobre el picaporte de la puerta, acorralandola. Sus ojos estaban fijos en la pared al costado de ambos, como si la esquivase— ¿Te ayudo a salir?

—Ya no me ves como hace rato. —Dejó reavivar su enojo anterior.

Enojada, sí. Enojada y excitada.

Ya no era solo su lujuria.

No desde que lo había conocido.

Tena tomó la cara del noruego en un acto de valentía, y los dedos le ardieron ante su tacto. Suavemente, como una caricia, lo giró hacia ella.

—Mírame. —rogó.

Y fue suficiente para incendiar en Ivar sus deseos más profundos. En un movimiento seco y decidido, tomó a Tena de los muslos hasta hacerle rodear su cintura. La besó como no se había animado a besarla aquella tarde en Capadocia, la besó como se merecía ser besada una mujer como ella. Con pasión, con hambre, deseo y devoción.

Como cuentagotas, los minutos fueron cayendo, al igual que las prendas de ropa. Y cuando las doce resonaron, y los vestigios de un clímax arrollador los dejó con las respiraciones mezcladas, ambos fijaron sus miradas en el otro.

—Feliz año nuevo, Tena.

—Feliz año nuevo, Ivar.

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¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.

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