8
Aquella mañana en Atenas, la temperatura había dado un poco de tregua. Seguía haciendo frío, pero trece grados eran mejores que seis, sin duda. Los datos en Internet arrojaban un clima muy bonito también para Santorini. Tena lo vió como una señal.
La razón por la que miraba dos pronósticos al mismo tiempo, era que esa misma tarde estaría viajando en un avión hacia aquella isla tan famosa, de casitas blancas con decorados azules, atestada en cada esquina verde de bonitas y pomposas florecitas de nombre buganvillas. Aunque dudaba que en invierno estuviesen florecidas... Eso era lo malo de este tipo de vacaciones: los paisajes de primavera y verano que tanto salían en fotos no estaban disponibles para ser presenciados en carne propia si uno elegía viajar en estas épocas.
Prefirió no desilusionarse; había muchas más maravillas por ver. Y se mentalizó que esa no sería la última vez que pisaría aquellas tierras mediterráneas.
Ayer por la noche, Cillian le había enviado un mensaje que ella no leyó sino hasta que hubo llegado al hotel. En él, la invitaba a aquella boda de dudosa veracidad, que sin pensarlo ni dos segundos había aceptado. Para Tena, esa propuesta implicaba tres cosas muy importantes: iba a descubrir que tan cierta era la historia que los amigos le habían contado, comería y bebería gratis, y vería a aquellos dos bombones enfundados en atuendos formales.
Eso último la ponía muy de buenas, porque Tena era una muchacha simple en cuanto a ciertas cuestiones: en este caso, el efecto traje siempre funcionaba con ella.
Aunque, yendo a lo importante... ¡iba a ir a Santorini, maldita sea! ¡Y gratis!
«Con lo que yo amo las cosas gratis...», suspiró.
Así que no puso mucha objeción: completó los datos, hizo la reserva y le mandó el detalle al francés, quien le dijo que iba a costearlo todo porque ella era su invitada.
Eso le arrebató las mejillas considerablemente.
Con nuevos planes, debía adaptar su itinerario para lograr hacer las actividades más importantes ese día, y dejar el tiempo restante —es decir, mañana— completamente libre para el viaje. Anotó un par de cosas interesantes para hacer en la isla durante el tiempo libre antes de la boda: ellos llegarían por la media mañana, y la fiesta era a partir de la tarde-noche.
Inició entonces el día temprano: el desayuno fue café con aspirina, ibuprofeno y algo de fruta —un desayuno resacoso, pero útil para lidiar con el ajetreado día de hoy—, y se encaminó hacia la colina Filopapo, que le regaló unas vistas preciosas de la Acrópolis dignas de fotografiar. Luego descendió para dirigirse al Museo de la Acrópolis de Atenas: el más importante de la ciudad. La visita guiada que le brindaron allí, sumado a las historias tras cada pieza encontrada, restaurada y expuesta para admirar, la dejaron maravillada.
Cuando cayó el mediodía, decidió cruzar el Jardín de Atenas y sentarse a las afueras de un bonito restaurante para almorzar tres souvlaki* aderezadas con tzatziki*, acompañadas de una porción abundante de saganaki*. Eso, maridado con una copa de vino y unas vistas preciosas, la hicieron sentir casi en una luna de miel.
Una luna de miel consigo misma: disfrutando esos momentos para reencontrarse con aquella muchacha alegre, distendida y amante de la tranquilidad, y las aventuras. En su mente, nada era mejor que una deliciosa comida casera y el deje rasposo de un buen vino tinto.
Eso era Tena. Los detalles simples en las cosas que a ojos del resto se habían vuelto parte de una vida rutinaria. A veces ella también se volvía tan cotidiana como el resto del mundo. Por eso amaba atesorar aquellos momentos donde cada uno de sus sentidos era abrazado por la paz y el disfrute.
Tras finalizar su exquisito almuerzo, que la dejó con el estómago tan lleno que le costó respirar, decidió bajar un poco la comida y colaborar con la digestión haciendo una caminata hasta Mitropoli: la Catedral ortodoxa de Atenas. Tras un vistazo rápido antes de ser echada por estar en horario de rezo, pasó por una pequeña y pintoresca iglesia bizantina que se encontraba a un costado de la estructura, y eligió seguir camino hasta el Mercado Central. El mozo que la había atendido le había recomendado no perderse ese lugar.
Y Tena había descubierto que tenía un gran amor por los mercados.
Así que no dudó en zambullirse en esas callejuelas apenas puso un pie allí. Los mercadillos parecían ser en todos lados de estructuras muy similares: calles tipo pasadizos que confundían y hacían perder, aromas exquisitos, artefactos extraños, y una variedad de objetos increíbles para comprar porque sí. De eso se convenció cuando salió de él con un pequeño jarrón de cerámica inspirado en la Antigua Grecia, una botella de Ouzo* para beber en ocasiones especiales, y un jabón de oliva.
Cuando vio su reloj, aún quedaban dos horas antes de que Cillian e Ivar la buscaran por el hotel para ir al aeropuerto. Recién cuando comenzó a mermar la luz del sol, ella se dignó a quitarse las gafas que la habían acompañado todo el día. Decidió que, aprovechando que se encontraba en el barrio Psiri, caminó un par de cuadras que la hicieron desembocar en la calle Anarginon: según Internet, la mejor zona para hacer compras en ese lugar.
Y Tena necesitaba un vestido, un abrigo y unos zapatos que la hiciesen lucir brutal para la noche del día siguiente.
En su mente el atuendo estaba claro y lúcido: unas sandalias negras de tacón, un vestido sencillo de tirantes finos, quizás en algún tono azul, para hacer honor al país donde estaba, joyas doradas que por suerte había traído en su bolso de maquillaje, y un lindo abrigo de piel —sintética, por supuesto— que la protegiera del frío que haría fuera del salón.
Antes de ingresar al primer local, tomó el móvil e hizo una videollamada. Para situaciones como estás, Tena necesitaba apoyo y alguien a quien vomitarle sin descanso la cantidad de sucesos que habían ocurrido desde que había tomado el avión en el aeropuerto JFK.
—¡No puede ser! ¡Estás más morena! —respondió segundos después Grace, quien se contemplaba en la pantalla con su atuendo de oficina.
—Increíble, ¿no? Adivina dónde estoy... —le mostró el lugar.
—¡Grecia! ¡Oh Dios, oh Dios! —agitó sus manos con euforia.
Tena puso una mueca... ¿cómo lo había sabido?
—Las letras en griego, Tenny —Su amiga pareció leerle la mente—. ¿Por qué estás en un local de ropa tan formal?
—Necesito un vestido, y tú vas a ayudarme a encontrarlo mientras te cuento todo.
—¿Todo? —los ojos de Grace se abrieron, y se acomodó en el asiento sabiendo lo que se avecinaba.
—Dime... ¿Cuánto tiempo tienes?
▪︎ ▪︎ ▪︎
—¡Joder Tena! ¡Una maldita novela te has montado!
—Yo no me la monté —mencionó ella, mirando el vestido rojo que se había probado; Grace negó—. Me cayó como lluvia del cielo.
Luego de quitarse el cuarto vestido en su tercer local, salió nuevamente del probador. Ya estaba cansada; en media hora debía estar lista para ir al aeropuerto, y ni siquiera se había bañado.
—¡Me fascina! ¿Qué piensas tú?
—Que ya estoy hastiada de probarme vestidos, Grace. Me parece que volveré al negro del segundo local, es el que más o menos mejor me quedaba.
—No, Tenny —Grace ya estaba de nuevo en su cubículo, trabajando con los auriculares colocados—. Me refiero a la situación...
«¿Qué puedo decirte, Grace? ¿Que estoy tan confundida como encantada de posiblemente tener a dos sementales al acecho?»
—Que si Munna llega a darle en el blanco, voy a encargarme personalmente de volverla millonaria.
«Sí. Porque eso nunca va a pasar».
—Yo creo que deberías aprovechar la oportunidad. —Sus cejas se movieron de arriba hacia abajo, gesto que Tena entendió totalmente.
Si todo el mundo parecía tener la misma idea, ¿acaso debería empezar a escucharlos?
—Sí, quizás —comenzó a caminar lista para irse del local y volver por el otro vestido—. Mañana veré que pasa, si es que esa boda...
—¡Tena, a tus espaldas! —gritó Grace interrumpiéndola—. ¡Ese es!
Los ojos de la rubia viajaron velozmente hasta donde su amiga le había mencionado. En uno de los maniquíes, en el que ella no reparó, se encontraba colocado un precioso vestido al que Tena no dudó en acercarse. Pasó las manos por la tela y sonrió.
—¡Póntelo! —Grace le imploró.
Dejó el móvil fuera del probador, y cuando salió ya cambiada, los silbidos indecorosos de su amiga y la sonrisa de la dependienta que la había atendido la hicieron ruborizarse.
Ella nunca habría elegido ese color, ni ese corte, ni siquiera esa tela. Pero ahí estaba... calzándole como anillo al dedo, ajustándose en los lugares exactos y resaltando otros que normalmente elegía llevar escondidos.
—Lo tenemos, Grace.
El abrigo y los zapatos fueron sencillos luego de eso. Se mantuvo en colores sobrios, así que la elección fue rápida. Grace se despidió de ella a la salida de la tienda de zapatos, y le hizo prometer que le contaría los detalles luego de la boda. Tena asintió, agradeciéndole por estar para ella, le deseó un feliz año nuevo y le prometió un obsequio para cuando regresara a Nueva York.
Llegó con diez minutos de retraso al hotel. Cillian e Ivar esperaban hace cinco, así que contó apenas con el tiempo justo para ducharse. Agradeció mientras saltaba por la habitación con un peine en la mano, el cepillo de dientes en la boca e intentando ponerse el zapato que le faltaba, el haber dejado todo preparado antes de salir hoy por la mañana a su excursión. De lo contrario, no hubiese llegado al vuelo que saldría en una hora.
Bajó apresuradamente con sus pertenencias, encontrándose nuevamente con los amigos en el lobby. Ambos la ayudaron a cargar sus todo al taxi que habían pedido, y se subieron rumbo al aeropuerto.
Mientras Cillian hablaba por teléfono con alguien en francés, el rostro de Ivar —que se había sentado en los asientos traseros junto a ella—, se giró para sonreírle.
—¿Cómo estás? —Verlo poner ojos achinados la hizo entrecerrar los suyos con duda.
—¿Qué haces?
Ellos seguían sin tener intercambios luego de lo ocurrido en el globo aerostático. Ella estaba algo escéptica y desconfiada, pero el noruego se veía al menos más sonriente.
—Solo quiero saber cómo estás, rubia —él rodó los ojos—. No tienes que estar siempre a la defensiva.
—No estoy a la defensiva, solo es raro que sean tan amable conmigo. Y estoy bien, gracias por preguntar —tanteó un poco antes de proseguir—... ¿Tú?
La sonrisa del rubio volvió a bailar sobre sus labios. En un movimiento suave pero que a Tena le resultó totalmente sibarítico y provocativo, colocó su mano izquierda sobre uno de sus muslos, cerca de la rodilla. Luego de una leve presión, respondió:
—Bien, estoy muy bien.
Ella lo sintió. Muy profundo, en el sitio más recóndito dentro de sus entrañas, sintió el burbujeo. Le bailó agradablemente desde el estómago hacía todo el sector de su piel cubierta por la mano de Ivar sobre sus pantalones. El calor la reconfortó, su apretón también. Por más que quiso hacerse la ofendida o recriminarle sobre su inapropiado movimiento, no dijo nada.
Simplemente permitió que ese toque quedase asentado en su carne por lo que restó del viaje, mientras las yemas de sus propios dedos tomaron confianza rato después para permitirse rozar repetidas veces los nudillos de él.
▪︎ ▪︎ ▪︎
La llegada a Santorini fue rápida. El avión iba con escasa gente a bordo, y duró tan poco tiempo que ella ni siquiera logró dormir o ver una película. Habían esperado demasiado en el aeropuerto; Cillian se había confundido con el horario de embarque. No lo culpó, tranquilamente podría haberle sucedido a ella. Pero si le añadió más agotamiento a su estado, sabiendo que volvería a desvelarse en la madrugada.
A su lado, Ivar y Cillian charlaban animadamente y, de vez en cuando, ella participaba de la conversación para hacer algunas acotaciones. Desde el taxi, su cuerpo parecía gelatina y sus pensamientos no lograban hacer ni una sola conexión razonable. Estaba muy nerviosa: aquel sujeto de metro noventa la ponía tan, pero tan alterada que le recordaba a sí misma en plena época adolescente. Sus hormonas vivían revolucionadas, justo como en esos momentos.
La atracción era evidente, palpable. La manera en la que ambos hombres habían estado afrontando esa tensión creciente hacia ella era tan opuesta que Tena temió, en algún punto, estar malinterpretando la situación y que nada de ese embrollo que se estaba creando en la cabeza tuviese sentido. Sus dudas estaban orientadas más que nada hacia Cillian: él nunca había hecho siquiera el intento de besarle. Sí había roto su espacio personal más veces que Ivar, pero no había cruzado la línea. Y eso la descolocó. ¿Era demasiado caballero? ¿La veía simplemente como una amiga? ¿Era, acaso, tímido?
Ivar, por otra parte, se mantenía distante, pero tenía momentos —como en el globo y en el taxi— donde parecía olvidarse de ese tira y afloja entre ambos y simplemente cedía. Y eso la enloquecía de a ratos porque era totalmente imposible predecir su comportamiento. Cosa que terminaba con una Tena con el organismo revolucionado, y un pulso casi desorbitado.
Sin embargo, y en lo profundo de su mente, el mismo pensamiento le bailaba desde hace un par de días: a ella, eso le gustaba. La efusividad de lo desconocido, el sentirse deseada por hombres tan atractivos, el saberse sola en una nueva aventura a merced de aceptar cosas a las que antes nunca se hubiese atrevido, simplemente por la fugaz valentía que este viaje le estaba despertando. Le dió vueltas al asunto muchas veces durante el tiempo que les llevó aterrizar, recoger sus maletas, alquilar un coche y llegar al hotel donde Cillian había hecho la reserva. Lo pensó de muchas maneras posibles, y en todas, la imágen de ella totalmente entregada a los brazos de alguno de aquellos dos muchachos resultó excitante. Analizó los pros y contras de ceder ante esa situación: solo encontró una cosa mala. Cosa que le resultó totalmente insignificante en comparación a la larga lista a favor que se le contraponía.
La repasó cientos de veces en su celular. Las había tenido que escribir... quince razones buenas contra una mala.
Era una buena inclinación en la balanza de la ética.
Así que lo decidió: mañana mismo. Si esa boda era real, si resulta que cada uno de aquellos encuentros habían sido realmente fortuitos, entonces tenía que descubrir qué rayos era esa bruma que los estaba envolviendo a los tres de formas en las que ella no pensó que alguna vez podría llegar siquiera a suceder en otro lugar que no fuese su imaginación.
Mañana por la noche haría su jugada: un beso de Cillian era lo que le faltaba para tener la perspectiva completa. Y luego, sacarlo de su sistema.
A Ivar... A Cillian.
O a ambos.
«La mejor forma de alejar la tentación es cayendo en ella, ¿cierto?» Se alentó a sí misma tras despedirse de sus acompañantes, y cerrar la puerta de la que había sido designada como su habitación.
Tena estaba a punto de descubrirlo...
*Tzatziki: salsa aperitiva características de las cocinas griegas y turcas.
*Souvlaki: plato popular griego compuesto de carnes variadas con verduras y aderezos, acompañado de pan pita o en pinchos.
*Saganaki: plato griego basado en queso feta frito en aceite de oliva.
*Ouzo: licor tradicional griego a base de uvas, anisado, de fuerte sabor dulce y aroma a regaliz.
Les recuerdo que si esta historia les gusta, pueden dejar una estrellita y un comentario ♡. ¡También tiene más obras de mi autoría disponibles en mi perfil!
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset.
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