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7

Tena tenía trece años cuando vió en los estantes de una librería el que sería su primer libro de mitología.

Y si bien, "Percy Jackson y el Ladrón del Rayo" no abarcaba ni un décimo de lo que la teogonía griega y los mitos juntaban en historia, ese le pareció un buen comienzo para aprender.

El fanatismo vino después, y luego —con la madurez—, también llegó el punto donde la fantasía quedó como un bonito recuerdo de su adolescencia y las novelas juveniles comenzaron a quedarse cortas e infantiles. Y, aunque siempre tendrían un lugar en su corazón de niña, cuando compró "El Gran Libro de la Mitología Griega", con más de ocho mil páginas, supo que su amor por la antigua Grecia iba más allá del Campamento Halfblood y un muchachito semidiós.

Así que cuando alzó la vista para contemplar el Partenón de Atenas, supo que su sueño estaba cumplido.

—Gracias, tío Rick. —suspiró, con una sonrisa.

—Es asombroso.

Tena asintió, sin palabras, y se giró para observar a Cillian quién admiraba también la obra arquitectónica con las manos metidas en los bolsillos de su linda gabardina marrón.

—¿Me vas a llevar a cenar luego de esto? Se me antoja una buena porción de musaka.

—Tú eres el adinerado aquí —ambos siguieron su camino—. Además, quiero que charlemos acerca de por qué razón parecen estar siguiéndome a cada lugar a dónde voy.

«Sí, parecen. Porque Ivar también está aquí, pero él eligió ir al centro, alegando que ya conoce la parte histórica de la antigua polis griega».

Tena sospechaba que el noruego también tenía unos lindos y abundantes ahorros guardados debajo del colchón.

—Tú eres la que nos podría estar siguiendo, hemos llegado antes. —Cillian se tomó un minuto para buscar algo en su celular y le mostró en la pantalla la reserva de un pasaje, hecha la noche anterior al viaje hacia Capadocia, cuando ella había estado en la clínica.

La rubia alzó las manos en señal de tregua, sin dejar salir en voz alta que aquello le parecía demasiada casualidad. Pero no podía objetar, ella había sacado el pasaje recién hoy en la madrugada. Había llegado cerca de las siete de la mañana; por suerte este vuelo fue considerablemente más corto que los otros, así que no había perdido tiempo. Tras hacer el check-in en un bonito hotel del barrio Plaka, caminó un poco por la ciudad, compró un desayuno al paso y entró a varios edificios de carácter histórico hasta llegar a la fantástica Acrópolis. Por suerte, a la mayoría de las atracciones allí se llegaba fácilmente a pie, así que no gastó en taxis o transportes.

Allí, esperando a entrar, detuvo su dedo entre las historias de Instagram al ver una selfie de Cillian con el Partenón de fondo.

Una vez más lo llamó, y volvieron a encontrarse.

—Entonces, si ambos ya conocen Grecia, si vinieron varias veces por separado, ¿qué hacen aquí? —inquirió, una vez estuvieron sentados dentro de un restaurante local llamado Kallipateira. Cillian elevó los ojos hasta ella y pareció nervioso. Intentó decir algo pero apenas soltó un par de balbuceos incoherentes y una sonrisa temblorosa.

—Una boda —se escuchó detrás—. ¿Cierto, Cillian? Nos invitaron a una boda.

Ivar les sonrió socarronamente, y se sentó en la silla restante de aquella mesa para tres. Tena miró con los ojos entrecerrados a Cillian, quien bebió de su copa y la esquivó.

—Ya. Y, ¿cómo conocieron a la pareja? —habló, tras darle un bocado a su platillo de dolmades. Una camarera tomó el pedido del rubio mientras Tena juzgaba con la mirada al francés.

—En un safari.

—En una fiesta.

La cabeza de la rubia se torció en señal de incredulidad. Más aún, cuando ambos volvieron sus ojos al otro.

—Yo los vi por primera vez en una fiesta, me regalaron un trago y me ofrecieron un trío. —Ivar volvió a hablar; Tena se atragantó con un pedazo de carne molida.

—Y volvieron a encontrarse en un safari, cuando fui con él. Ahí me los presentó e hicimos buenas migas.

La sonrisa del noruego era enorme, y asintió repetidas veces cuando Cillian cerró la boca y volvió a su comida.

—¿Tienen una foto?

La sonrisa de Ivar se cortó de repente.

—No tienen redes sociales.

Los brazos de ella se cruzaron, desconfiada: no se estaba tragando ni un poco la historia que le estaban contando.

—¿Me van a decir siquiera sus nombres?

Ambos volvieron a mirarse, y ella lo supo: le estaban mintiendo.

—Eh... —carraspeó el francés—. Sus nombres, claro. ¿Para qué quieres saberlos?

Ella se inclinó hacia adelante, percibiendo los nervios de aquellos muchachos.

—Curiosidad.

—Ian y Toula —Ivar dejó escapar—. Ian Miller y Toula Portokalos.

Tena lo miró; sus ojos se suavizaron. Después de aquel beso en el cielo de Capadocia, ellos no habían vuelto a tener ni siquiera un mínimo acercamiento. Sin embargo; no podía dejar de recordar una y otra vez como las manos de él se habían aferrado a su cintura, y como sus labios la habían devorado con paciencia pero mucha seguridad. Tampoco olvidó sus propios dedos inquietos recorrer aquel cabello dorado como el sol, y el pecho firme del europeo.

Menos, permitió que se borrase de su memoria la forma en la que le había dejado recostarse contra él, para ver los últimos vestigios del atardecer.

Y cada vez que le veía mover los labios, ella solo deseaba con cada fibra de su ser volver a probarlos para desfallecer de pasión.

Tenía que admitir que nunca había sido besada de esa forma. Jamás. Ni siquiera por Jake, su último novio, quien creyó que era el mejor besador de la faz de la tierra.

«Y ni hablar del sexo».

Pero Ivar parecía estar más allá: había dejado la vara alta, incluso muy por encima de su ex. Y ella sólo podía pensar en lo afortunadas que habían sido las otras mujeres que habían tenido la oportunidad de besar a aquel hombre.

No obstante, conocía a los de su tipo. No eran malos, no; pero tenían labia. Un talento innato para hacerte un revuelo en la cabeza y un alboroto en las hormonas con apenas un par de palabras y unos gestos atractivos. A Tena esa clase de sujetos nunca le habían gustado. No entendía por qué, siendo Ivar tan parecido a todos ellos, con cada casilla de la lista imaginaria en su mente, tachada, sí le gustaba.

¡¿Por qué?!

«¡Todo sería más sencillo si aquel noruego no estuviera desfilando desde hace una semana por mi mente!»

Pero Tena, a ciencia cierta, no era una muchacha sencilla. Y para ella, la vida era más sabrosa cuando lo más divertido era complicarlo todo.

Sí. Quizás todo sería más fácil; pero también más aburrido. ¡Y ella estaba de vacaciones!

«Y las vacaciones tienen que ser divertidas... ¿Cierto?»

—¿Estás siquiera poniendo atención, rubia? —Los cinco dedos del chico Pantene se movieron frente a sus ojos, distrayéndola de sus pensamientos. Tena le quitó la mano hacia un costado, sintiendo una vibra electrizante recorrerle.

Cillian seguía evitando aportar mucho a la conversación que Tena había tornado en un interrogatorio, y miraba su celular sin prestarle en realidad atención.

—¿Y cuando es la boda? —miró su reloj, ya era de noche y ella debía volver a su hotel. Estaba haciendo bastante frío fuera, y estaba agotada por la caminata que había hecho esa tarde junto a Cillian por los edificios que componían la Acrópolis.

—Pasado mañana.

La rubia asintió despacio, intentando esconder la sonrisa desconfiada que amenazaba con asomarse si no se contenía.

—¿Quién se casa en Nochevieja? —No pudo dejar pasar por alto ese detalle.

«No falta nada para el inicio de un nuevo año... y todo parece ir tan rápido».

La melancolía repiqueteó como un tambor en su pecho, e intentó deshacerse de ella con un suspiro del que ninguno de los dos muchachos llegó a comprender el origen.

—Como sea —se puso de pie, tomando su bolso lista para irse de regreso a tomar un buen baño y descansar—. Diviértanse mucho en su súper casamiento que suena totalmente real, y sin duda es la única razón por la que están aquí.

Ninguno hizo mención de la notable ironía en las palabras de Tena. Ella pensó que los hombres tenían una habilidad asombrosa para hacerse los imbéciles cuando les convenía, pero eligió no reparar en ello.

Nada le iba a hacer cambiar de opinión respecto a la idea que había creado en su cabeza. Si se ponía a pensar muy profundamente en ello, estaba segura de que iba a encontrar huecos en esa hipótesis. Pero no tenía ganas de encontrar esos huecos, así que se dedicó a calzarse los audífonos y caminar el par de calles que le quedaban hasta el hotel.

Mientras tarareaba una de las canciones de su playlist, observó de frente a un grupo de chicas jóvenes muy bonitas y arregladas caminar entre risas y gritos hacia ella.

Siempre se había preguntado por qué no había logrado tener un grupo de amigas así. En la secundaria y la preparatoria sus días habían transcurrido en la más desalentadora soledad, y si bien nunca había hecho nada para modificar esa situación, jamás logró entender por qué razón un grupo de adolescentes elegían hacer a otros a un costado por el simple hecho de no ser igual.

«No ser igual... Bah».

 Era humana, tenía las mismas características de su especie. No era sapo de otro pozo —porque era humana, no sapo—, o harina de otro costal —si no era sapo, menos iba a ser cereal—. No ser igual era cargar con el hecho de no haber nacido en una familia con cierto poder adquisitivo, y no haber sido parte de la adinerada comunidad a la que sus padres habían llegado de repente y sin aviso, depositándola en un instituto de élite y prestigio, a mitad del semestre. Y Tena apenas tenía quince años cuando eso ocurrió. Quince. ¡Los niños a esa edad ya no eran niños! Eran viles demonios atravesados por esa oscura etapa que todos comúnmente llamaban adolescencia. No sabía de qué se alimentaban esas criaturas para llegar a ser tan crueles, hasta que cayó en el Instituto West Reachmond de California, y supo que ella iba a ser el plato fuerte de ese año.

Al fin y al cabo no era rica, sus padres estaban divorciándose, y ella venía de Kansas: allí no había playa, bonitos chicos paseando en skate, ni mechas californianas. Era diferente. Y a los jóvenes de ese lugar eso no les agradó del todo.

Aceptó el rol de ser la muchacha que no iba a encajar, la posición terminó por parecerle cómoda. Sin embargo en el fondo de su corazón, siempre pensó en lo maravilloso que hubiese sido vivir al estilo Hollywood, caminar por el pasillo del instituto como escena de película adolescente junto a su grupo de amigas, y besar a un bonito chico con skate, luciendo sus mechas californianas en la playa.

—¡Chica! ¿Hablas español*?

Aquellas recientes veinteañeras que llevaron a Tena a los recuerdos melancólicos de su adolescencia, de repente estuvieron frente a ella saludándola con alegría.

Alegría que notó, a segundos de oír esa frase llena consonantes fuertemente pronunciadas, estaba condicionada por los posibles tragos que la bonita muchacha llevaba encima.

—Si, claro —Les sonrió devolviéndole el saludo—. ¿Puedo ayudarles en algo?

—Yo soy Astrid, y ellas son mis amigas —mencionó la joven mientras señalaba aleatoriamente a las otras que la acompañaban—: Krista, Gretta, Heidi, Raina y Ada. Espero haberlas señalado según sus nombres, hacerlo de espaldas y ebria es más difícil de lo que parece. ¿Por qué caminas como si estuvieses protagonizando un drama coreano?

Los ojos de Tena parpadearon con incredulidad ante ese planteo. ¿Así era como se veía ella, en sus dulces veintiséis, en medio de sus vacaciones nada más ni nada menos que en Grecia?

No señor. No lo iba a permitir.

—Pues estaba esperándolas, por supuesto. Yo estoy de vacaciones, vine a divertirme, y ustedes parecen saber exactamente dónde conseguir esa diversión.

Las seis chicas gritaron y festejaron sus palabras. Astrid, quien parecía liderar el equipo de veinteañeras alocadas, la tomó del brazo y le tendió un chupito que una de las otras sacó de algún misterioso lugar.

Armada de valentía y con una extroversión poco común en ella, se llevó el chupito a la boca y luego se dejó arrastrar por ellas hacia donde quisieran llevarla.

▪︎ ▪︎ ▪︎

Aquel lugar resultó una discoteca sorpresivamente atestada de gente, para ser invierno y temporada baja. Las siete pasaron sin problemas y se dirigieron hacia la pista de baile, donde bailaron, bebieron y charlaron a los gritos y risotadas por horas.

Tena estaba encantada: su presentimiento no le había fallado, esas chicas sabían montar una fiesta. Había hecho buenas migas con Astrid, quien le contó en las ocasiones que se dirigieron a la barra a descansar de tanto mover los pies, que eran de Alemania y estaban viajando un poco por Europa antes de iniciar la universidad. También le mencionó que había aplicado para una beca en la Academia de Artes Dramáticas en Nueva York, y la habían aceptado, lo cual generó emoción en Tena, ya que ella vivía cerca de allí. Luego la muchacha europea le preguntó qué hacía ella en Grecia, y en el proceso del relato de Tena, el resto del grupo de Astrid terminó por acercarse a oírla y compartir más tragos con ella.

Sobre todo cuando empezó a hablarles de aquellos dos curiosos acompañantes que había conocido en esta travesía.

—Dios, Tena, si yo estuviese en tu lugar me la pasaría follando con uno, o con otro.

—¡O con ambos! —Alzó su trago la que Tena creyó reconocer como Gretta.

Astrid asintió a su favor, y bebieron de nuevo.

Para ese punto Tena se encontraba evidentemente pasada de copas. Aún sin rozar la incoherente, pero bastante feliz.

—Si. Quizás debería follarme a ambos.

«Y quizás ya estoy rozando la incoherencia».

—Cuestiónate, Tena. ¿Qué tienes para perder? Ambos viven lejos de ti, y apenas te conocen. ¿Son amigos? Pues bueno, si no sienten nada, entonces no tendrán problemas. Y si sienten algo y hay conflicto, mientras tú mantengas las cosas claras con ambos, lo que suceda entre ellos ya queda fuera de los límites a tu alcance. —Astrid sonaba cada vez más como la conciencia que a ella había parecido faltarle toda la vida. Envidió a la generación Z por un momento: si ella hubiese tenido aunque fuese un poco de aquella búsqueda por el bienestar de su salud mental, sin duda su vida sería diferente ahora.

Contempló en silencio la hora en su reloj y se puso de pie con rapidez. ¡¿En qué momento las nueve de la noche se habían vuelto las tres de la madrugada?! Tomó su bolso y su abrigo, y comenzó a sacar dinero.

—¿Ya te vas? —Astrid hizo un puchero.

—Si, lo siento chicas. Mañana es un día con muchas excursiones y yo estoy algo ebria y con casi treinta años encima. —Su comentario generó risas entre las jóvenes.

La alemana, una vez que Tena se hubo despedido de Gretta, Ada, Krista, Heidi y Raina, la acompañó hasta la entrada de la discoteca

—¿Sabes? No creo que sea casualidad que nos hayamos conocido —mencionó Astrid una vez estuvieron fuera—, y tampoco creo que sea casualidad que todo esto te esté ocurriendo justo ahora. La vida nos pone a todos en donde debemos estar, en el momento indicado. Nada es al azar, lo que está destinado a ser para ti, no es otra cosa más que lo que mereces.

Ambas se abrazaron cómo si fuesen amigas desde siempre.

—Te espero por Nueva York, Sharpay Evans.

—Nos vemos entonces, futura roomie.


*Dolmades: plato griego que consiste en una hoja de parra rellenas con arroz especiado y, en ocasiones, carne.

*Español: los personajes se manejan en inglés. Al ser escrito por una hispanohablante (yo), cada vez que se mencione el español, en realidad se habla de inglés.

Si esta historia es de tu agrado, siempre eres bienvenidx a dejar una linda estrellita o un comentario ¡te estaré muy agradecida!

Les recuerdo que en mi perfil pueden encontrar mis otras dos obras: SONDER (novela juvenil, completa), y Consejos para ti, escritor (mi blog <3)

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.



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