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5


Tena no llevaba ni una semana sabiendo de la existencia de Ivar, y ya sentía que lo detestaba. ¡¿Cómo había sido tan osado de hacer eso, con el poco tiempo que llevaban de conocerse?!

«Ni una semana... Atrevido».

Hoy por la mañana había recibido un mensaje de Cillian, quien le avisó que la esperaría en el lobby del hotel para salir a pasear.

Así que Tena se había alistado ágilmente y apareció a los pocos minutos para recibirlo.

Cillian era muy encantador, y siempre vestía simple, pero elegante. Sus ojos ovalados se mostraban risueños, y su manera de expresarse era bastante educada —quitando los momentos en los que molestaba a Ivar—. Y aunque todo eso le parecían cualidades sumamente atractivas en un hombre, en su cabeza se disputaban posturas confusas.

Posturas en las que ni siquiera quería pensar, porque le aterraba la idea de pisar el acelerador sin saber muy bien el final de la carrera... O lo que era peor, toparse con las curvas peligrosas que en ella podría llegar a haber.

—Entonces... ¿Qué planes para hoy? —preguntó luego de subir al coche que el francés había alquilado temporalmente.

—Primera parada: Palacio Topkapi. ¿Lista?

Ella asintió emocionada, como una cría.

Unos minutos de viaje los separaron de su destino. Cillian había bajado junto a él una espectacular cámara de fotos; con el clima totalmente despejado y los vestigios de nieve, cada centímetro cuadrado de la ciudad era digna de ser capturada para siempre. Cuando ambos entraron, el moreno no aguantó para comenzar a enfocar y disparar.

—¿Por qué fotografía? —indagó Tena tras un par de minutos recorriendo la antigua estructura.

—No lo sé. Siempre me han gustado las artes, todas ellas. Y desde que tengo memoria he tenido problemas para adaptarme a escuelas "normales" —hizo una pausa, y ella le pidió que continúe—. Me he criado en la biblioteca de mis abuelos en Lyon, que siempre estaba repleta de grandes y gordos libros de poesía, fotografías de museos, relatos de las obras más famosas del mundo y sus autores... Y por alguna razón esas cosas no eran difíciles de comprender. Eso era sencillo porque simplemente me gustaba. Me costó mucho sacrificio terminar el secundario; cuando lo hice, supe que no iba a estudiar. Al menos no cosas como abogacía, medicina o arquitectura. Así que tomé cursos cortos, de distintas disciplinas artísticas. Y fui probando, estudiando, y armando mi carrera en torno a las artes. Siempre creí que la fotografía es ese punto donde todas ellas convergen: tú puedes apreciar el mundo a través de una imagen, puedes sentirla incluso más allá de ese papel en dos dimensiones. ¿Sabes lo que son la sinestesia y la sinergia, Ten?

La rubia negó, obnubilada por su pasión al relatarle aquello.

Sinestesia es la capacidad de atribuir una sensación a un sentido que no le corresponde, o apreciarla no solo con uno de ellos. Cómo oler un color o ver la música. La sinergia es cooperación, la unión para el trabajo en conjunto. —Se detuvo en frente de unos jardines y los fotografió, luego giró a verla y le enseñó la imagen—. Me dedico a la fotografía porque con mi arte busco explotar los sentidos de mi público en más de una sola perspectiva. Hacerles sentir un remolino de pensamientos, emociones y sensaciones con solo ver un momento congelado en el tiempo.

Tena observó la foto: la vista de los jardines nevados hacia la ciudad. Y cuando pudo sentir el aroma del té recién hecho, e imaginó ese lugar lleno de flores, y oyó a lo lejos los gritos de un antiguo y ya derrotado imperio; entendió lo que Cillian había querido transmitirle.

—Increíble. Es increíble. —logró emular. El resto de palabras no le salieron.

Terminaron el recorrido casi una hora y media después. En el auto, se dirigieron hacía su segundo destino del día: la Torre de Gálata. Cillian le había prometido una vista panorámica inigualable y más tarde, una caminata por la costa del Bósforo.

Lo que agradecía del invierno era la baja temporada de turismo. Los precios eran más reducidos que en la primavera y el verano, y las atracciones históricas, museos y paseos no se llenaban de gente. No había filas interminables en las entradas, ni el bullicio de cientos de idiomas mezclados en el aire al mismo tiempo.

—"Arquitectura romántica. Piedra pura", ¿espectacular, no? —leyó ella en el folleto que había tomado al ingresar—. "Construida en el siglo XIV por los Genoveses: la torre de Cristo".

Ascendieron las primeras ocho plantas; al llegar a la última se encontraron con un café. Una sola sugerencia en los gestos del francés bastó para que Tena aceptase entrar. Estaba congelándose; afuera, las nubes se habían arremolinado y algunos copos de nieve comenzaron a caer.

—Supongo que si no se detiene, tendremos que dejar el paseo por el Bósforo para mañana. —reflexionó el moreno una vez que ambos tuvieron un café entre sus manos. Una porción de baklava volvió a acompañar la infusión de la rubia.

—¿Ivar se quedó en el hotel? —Cambió de tema.

Tena no quería sonar curiosa, pero al no ver al culo junto a su calzón hoy por la mañana, pensó que el rubio había optado por no interferir en la salida a la cual Cillian quizás no lo había invitado y Tena no quería que estuviese.

O al menos, de eso se convencía desde la noche anterior.

—Cuando salía, él estaba al teléfono arreglando algo. Le ofrecí venir pero estaba un poco ocupado.

—¿Crees que fui algo exagerada anoche? —formuló, para después darle un mordisco a su postre almibarado.

—Él no debería haberse tomado esa atribución, lo reconozco. Ivar es impulsivo a veces. Lo que no dudo es de su buena intención, Tena.

—¿Siempre es así? ¿Tan volátil? ¿Serio en algunos momentos y molesto en otros? —quiso saber. A fin de cuentas, habían tenido solo pequeñas conversaciones.

—Quizás deberías preguntárselo a él. Le caíste bien.

—No lo parece... Siembre está burlándose de mí.

—Tiene un par de problemas de fábrica —murmuró el francés, bromeando—. Pero no es un idiota, como crees. De hecho, nos parecemos en algunos aspectos. Podrías darle una oportunidad.

La rubia hizo una mueca poco seria, ante la cual él sonrió.

Tena notó el cariño en sus palabras. Si Cillian era su mejor amigo, y ambos eran tan... similares entre sí, ¿acaso ella podría intentar alzar bandera blanca y permitirse conocerle?

—Lo pensaré. —zanjó.

Terminaron sus bebidas y se pusieron de pie para asomarse por las ventanas con vista a la ciudad. Ambos tomaron muchas más fotos y videos, y luego volvieron a descender.

Cuando llegaron abajo de todo, nevaba aún más fuerte. Volvieron al coche charlando, y cuando entraron, Cillian giró a verla.

—Hay un lugar al que podemos ir, para calentarnos un poco.

«No pienses mal, Tena. No pienses mal».

—¿Conoces los hammam?

Ella negó, intentando no encontrar sugerente la invitación de Cillian.

—Entonces te llevaré.

▪︎ ▪︎ ▪︎

Los hammam resultaron ser baños turcos. Una tradición religiosa y social en la cultura de algunos países del Oriente, que consistía en baños comunitarios divididos para hombres y mujeres. Los baños estaban diseñados y ornamentados muy detalladamente: las calderas producían agua caliente y vapor, que eran transportados por unos conductos bajo el suelo. Los bañistas iban pasando gradualmente hacia estancias a más temperatura y eran lavados por empleados del mismo sexo antes de enjabonarse con agua templada.

El hammam al que Cillian la había llevado era más moderno. Tenía sectores de spa, de sauna, y distintas piscinas. Él, por su parte, se fue a uno para hombres en una zona un bastante más alejada, diciéndole que pasaría por ella en tres horas.

La idea de que la mimen y le apliquen cremas, masajes y cosas del estilo le encantó... Así que cuando su circuito de relajación inició, Tena cerró los ojos y dejó que su mente la llevase a cualquier lugar.

Pero solo la llevó hasta unos ojos verdes que la miraron de frente.

Puso una mueca e intentó alejar a Ivar de sus pensamientos. A la fuerza, arrió a Cillian en su lugar.

Sin embargo, el rubio reapareció en su psique burlándose, y la imagen del francés solo se sentó a un costado, triste de no ser el protagonista de esa posible alucinación.

Ya lo había reflexionado por la mañana... Cillian le gustaba, sí. Cómo le podía gustar cualquier hombre por la calle. Y era perfecto —si es que un hombre podía serlo—, incluso creyó que era demasiado para ella.

Pero en el polo opuesto, aunque en muchos rasgos bastante similar a él, estaba Ivar. También era elegante, aunque más sencillo. Y era considerado y amable, a su extraña manera. Y... aunque fuese un idiota que se metía en conversaciones ajenas, no era malo.

Por no decir lo increíblemente sexy que era. Porque vamos... Era un maldito dios nórdico, aunque se lo hubiese negado una y mil veces.

«Cillian también es muy sexy», añadió.

Sí. Por supuesto que sí, los dos se habían escapado de un comercial, o de alguna pasarela de Versace, porque si no, ella no encontraba otra explicación ante tanta belleza.

Y entre los dos... si tuviese que elegir entre los dos.

Ella los elegiría a ambos.

Si entrasen por esa puerta en ese mismo instante, se iría colgada en cada brazo de uno de ellos. Porque, a esas alturas, y con solo una semana de conocerse, su corazón estaba libre de culpas y su cuerpo falto de cardio.

Y Tena no se consideraba poco atractiva. De hecho, ella siempre había pensado que su belleza era lo que más destacaba, incluso por sobre su inteligencia, que dejaba un par de huecos vacíos entre sinapsis y sinapsis. Por sobre su torpeza, también, y su karma con causar desastres en donde pusiese un pie. Su belleza incluso la colocaba encima para tapar su mala costumbre de olvidarse llaves, la estufa encendida, e incluso a su hámster Puki en el balcón de su edificio, ocasionándole un paro respiratorio por hipotermia.

No... Su bonito aunque problemático cabello rubio, sus ojos pardos que alumbrados con el sol eran muy claros, sus pocas pecas y sus labios rosados bien formados, eran una buena tapadera para todo eso.

Al menos, hasta que la conocían de verdad.

Ahí también era hermosa, aunque ella no lo creyera a menudo. En esa torpeza, en esa distracción, había una adulta renegada a serlo, una niña que no quería perder su espíritu y una adolescente que pese a su madre, había vivido una época adrenalínica y maravillosa.

Sí, Tena era todo eso y más. Pero, ¿para alguien como Cillian o como Ivar eso bastaría? Porque si ella era hermosa, ellos eran inalcanzables.

Quizás... Quizás también la querían para lo mismo que ella tenía en mente. Porque por más hueco entre sinapsis, Tena no era estúpida. Ella había notado la mirada de ambos al salir de aquel baño del bar en Zanzíbar, y notó como Ivar la seguía mientras bailaba en Wanyambo, y no dejó pasar desapercibidos los adjetivos que Cillian utilizaba en ella y sus detalles.

«Total...», se dijo, «ni que fuesen el amor de mi vida».

De repente, sus ojos se abrieron enormemente.

¡El amor de su vida! ¡¿Cómo lo había podido olvidar?!

Repasó en su mente la lectura que Munna le había dado hace ya una semana y, ¡mierda! Muchas cosas tenían sentido. Coincidían en ambos, y comenzó a sentir jaqueca. Porque eran tan iguales que incluso en esas cosas que veía similares, eran finalmente los detalles los que los hacían distintos.

¿Podría Munna haberse referido a ellos? ¿Quién de los dos era el amor de su vida?

El lado racional de su cabeza le gritó:

«Después de diez años de conocer a Munna, y de que ninguna, ¡ninguna! Tirada se hubiese aproximado siquiera una pizca a mi realidad... Después de todo eso, ¿en serio voy a depositar justo ahora toda mi fe en ella?»

La adoraba pero... pero era Munna. ¡Munna!

Aunque... Eran demasiadas piezas encajando en el puzzle. Quizás eso era lo que la hacía desconfiar. ¿Por qué, de la nada, luego de salir tantas cosas tan mal, empezarían a salir bien?

Eso no la dejó más tranquila. Tanto así, que decidió levantarse para ducharse y salir.

Se sentó en la camilla limpiándose los ojos tapados con algo que parecía ser barro y restos de pepino, se ajustó su toalla y se puso de pie.

Aunque no llegó muy lejos: la crema en los pies se lo impidió.

Bastó una sola pisada para que, y luego de contorsionarse como la mejor malabarista del Cirque Du Soleil, cayese de con fuerza al piso.

Los ojos de Tena se cerraron a los pocos segundos: luego de contar tres estrellas verdes y dos canarios rodeándole la cabeza.

A la pobre empleada no le quedó otra que llamar a emergencias.

¡Lo único que le faltaba era un muerto que le arruinase la reputación de su hammam!


Bienvenidos a un nuevo capítulo, ¡gracias por leerme! Les recuerdo que dejando una bonita estrellita o un comentario, aportan muchísimo a mi crecimiento como escritora. Los invito también a pasarse por mi otra novela SONDER, y por mi Blog "Consejos para ti, escritor", por si desean ver algunos artículos interesantes o solicitar una crítica <3

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.




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