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Estambul era maravillosa.

Eso pensaba Tena mientras el bus que el aeropuerto disponía para quienes querían llegar al centro, la llevaba hasta su hotel ubicado cerca de la zona de Sultanahmet.

Los de la aerolínea habían cumplido: los habían tratado como reyes.

Era de noche y hacía mucho, pero mucho frío. Del verano zanzibarí había volado trece horas hacia el invierno de Turquía. Había tenido que comprar algo de abrigo en las tiendas apenas bajó del avión, las prendas livianas ahí no le ayudarían a combatir los dos grados que azotaban el exterior. Mientras el viaje de casi una hora llegaba a su tramo final, Tena contempló los restos de una nevada de hace días cubrir trozos del suelo turco.

Hace dos noches, en el festival, Tena les había contado a sus nuevos amigos que se iría. Ivar no había hecho mucho al respecto, pero el moreno le mencionó que había sido una lástima tener tan poco tiempo para conocerla. Cuando ellos la acercaron de vuelta a su hostel, Cillian se despidió con un abrazo y el rubio con un hasta pronto.

Así que allí estaba, en una nueva aventura por el mundo, helándose la nariz que llevaba pegada contra la ventana empañada del bus, sin poder dejar de admirar la belleza de aquella ciudad bañada en un fino manto blanco.

Al llegar al hotel, cerca de la tarde-noche, abrió las cortinas para evaluar su vista. No era tan espectacular como en la isla africana, pero era muy bonita. Le habían dado una habitación en el contra-frente, pero no iba a quejarse. No planeaba quedarse entre esas cuatro paredes más que para dormir.

Y eso fue lo que hizo, tras un baño caliente que la dejó muy adormecida.

Al día siguiente, ya instalada y luego de abrigarse bien, bajó a desayunar. Mientras sorbía de a poco el café que se había servido del buffet, recibió una notificación de Grace.

"Te despidieron". Rezaba el mensaje de su colega. "Te van a dar una buena indemnización, pero Jazmine no quiere que vuelvas a poner un pie en BLTI".

«¡¿Qué tiene el mundo contra mis momentos de paz en el desayuno?!» Se quejó para adentro. Aunque se habían tardado bastante más de lo que ella había pensado.

Tena se limpió con una mano los labios impregnados de restos de almíbar de su nuevo amor: la baklava. Con la otra movió el dedo ágilmente sobre el teclado para dirigirse a su casilla de correo y ver si había sido notificada de tal situación.

En efecto, el mail recién llegado relucía en letras negras más marcadas. Al ingresar en él, apenas pasó los ojos por las formalidades que justificaban su remoción de la empresa. Lo que le interesaba era el monto de la indemnización en cuestión, no la burocracia del trámite. Cuando su mirada bajó a la cifra dada, abrió los ojos y se quedó sin aire.

«Eso es demasiado dinero. Demasiado. Si hubiese sabido que por despedirme me iban a dar más de lo que gano todo un año como asistente, lo hubiese hecho hace ya un tiempo...». Reflexionó.

Porque BLTI no le gustaba ni un poco. Trabajar ahí había sido un favor que su madre le había concedido cuando la despidieron de su empleo anterior. Y ella no quería deberle nada a Eleanor, pero tampoco iba volver a su hogar y demostrarle que había fallado en su tarea de ser un adulto responsable.

«Soy más que eso». Se convenció. «Cuando vuelva a Nueva York mandaré mi currículum a otros lugares y les mostraré que se equivocaron al subestimarme».

Satisfecha por los resultados de aquel arranque de furia de hace días, terminó su desayuno y se encaminó hacia el tour que haría ese día: un recorrido por la Catedral de Santa Sofía, la Mezquita Azul, y una parada en el Gran Bazar, para cenar algo al paso. No había muchos turistas, era temporada baja. Eso le favoreció a Tena, que pudo tomarse muchas fotos en lugares maravillosos con vistas totalmente despejadas de cabezas de transeúntes.

Al igual que en Zanzíbar, la mayoría de la población era musulmana. Pero por el recato esta vez no se preocupó: con el frío que hacía no le daban ganas de asomar ni medio centímetro de dedo por los guantes.

La mitad del día se dedicó a los museos y monumentos históricos que tenía planeado visitar. Ambos eran con entrada gratuita, y se ocupó de ingresar a ellos de forma respetuosa en los horarios donde ninguno de los cinco rezos del Islam tuvieran lugar.

Tampoco en Estambul tuvo problemas con el idioma. Si ella hablaba en inglés los comerciantes le respondían igual, y procuraba iniciar sus frases con una correcto "merhaba", y de finalizarlas con un apropiado "teşekkür ederim" —hola y gracias, respectivamente—, aunque dudaba que su pronunciación fuese la mejor.

Por la tarde, ya notando los rayos del sol ocultarse, el Gran Bazar la recibió para curiosear entre sus puestos. Desde especias hasta alfombras, pasando por lámparas, narguiles, zapatos, frutas regionales, regalos, joyas y puestos de comida. Tena empapó una vez más sus sentidos de aquella cultura de Oriente. Luego de dos horas, salió de allí feliz con una bolsa repleta de dátiles —su reciente y segundo gran amor—, y una increíble alfombra que había terminado por comprarle a un hombre con el que se había ganado el título de negociadora profesional, en una ardua batalla de regateo.

La noche ya había caído, pero no nevaba. Tena caminaba por las aceras del barrio histórico Sultanahmet, mientras admiraba las decoraciones de espacio público, ya listas para la llegada de la Navidad. No era exagerada, como en la ciudad en la que vivía, pero estaba presente. Mientras tomaba una fotografía del bonito pino decorado con luces en la gran plaza que estaba atravesando, para regresar al hotel, un mensaje le llegó. Cómo pudo, sin dejar caer la bolsa y la alfombra, abrió la notificación de Instagram.

"Si yo tuviese que elegir a dónde ir, también iría a Estambul".

Un mensaje de Cillian, y abajo, una foto adjunta.

¡Ese era el Obelisco de Teodosio! Se encontraba a cuatro calles de donde ella estaba caminando.

Tena examinó la foto.

—Un momento.

El cielo oscurecido, el manto blanco...

¡Cillian estaba aquí!

Guardó su móvil con la euforia latente, y caminó casi en trote la distancia que la separaba del obelisco. Una vez que llegó, miró para todos lados hasta que reconoció ese metro setenta y pico enfundado en un abrigo de gabardina oscuro.

Dejó sus adquisiciones tiradas en el medio de la acera y corrió hasta colgarse de los brazos del francés, quién la recibió en medio de risas.

Cómo si realmente hubiesen vivido una vida codo a codo, y como si hace años no se viesen las caras.

—Dios santo, Cillian. Por poco corrí hasta llegar aquí y yo nunca corro.

El moreno la soltó de sus brazos y la volvió a bajar, haciéndola sentir pequeña en su metro sesenta y dos.

—¿Cuál es el récord de desastres de hoy? Sin contar el sacrilegio de dejar en el suelo cubierto de aguanieve una alfombra turca, rubiecita.

Ese tono sarcástico la hizo girar de golpe y encontrarse de frente, tomando sus cosas del suelo, a Ivar. Por un momento tuvo el impulso de abrazarle también, pero le devolvió su sonrisa burlesca y alzó su dedo del medio para que el rubio lo apreciase bien como bienvenida.

—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó finalmente cuando ambos se pusieron a sus flancos para caminar hacia un restaurante. Cillian nuevamente los había invitado.

Sospechaba que la cantidad de dinero en la cuenta bancaria del fotógrafo no era escasa, ni por asomo.

—Te estamos persiguiendo, Tena, ¿no es obvio? —El tono con el que Ivar lo dijo podría haberle hecho creer sus palabras, si no fuese por la risa del francés que le siguió.

Y la mención de su nombre en los labios de él... Si la hubiese mirado directamente a los ojos, Tena no habría dudado en comprar lo que sea que el rubio le hubiese intentado vender.

«Tiene sus encantos», admitió para sí misma. «No necesito ni los dos ojos de la cara para darme cuenta».

—Los noruegos tienen pésimo sentido del humor, linda —el moreno le pasó una mano por los hombros—. Con Ivar también nos debíamos unas vacaciones, aprovechando que ya finalizamos nuestro voluntariado.

—¿Y ustedes van a todos lados juntos? —se cruzó de brazos.

—Como uña y mugre. —asintió el francés.

—Como culo y calzón. —le siguió el rubio Pantene.

Caminaron un poco más hasta llegar a un bonito restaurante que albergaba una considerable cantidad de gente en su interior. Iban elegantes, tanto que ella se sintió un poco fuera de lugar con sus calzas térmicas, su polerón blanco tejido y su gorrito.

—Descuida. Cillian es un fanfarrón, le gustan los lugares caros. —Ivar pareció leer sus pensamientos, cuando la ayudó a quitarse el abrigo para dejar que lo colgaran en un perchero.

—¿Eres noruego? —indagó aún sin poder creerlo—. Eso explica la cara de glaciar que tienes y el aspecto de macho vikingo.

La lengua se le fue de la mano con lo último.

—Me halaga que pienses en mí como un sexy macho vikingo, rubiecita.

Ella no había dicho sexy, pero Ivar jamás sabría que lo había pensado. Más de una vez.

—No, lo digo porque pareces un neandertal peludo que solo sabe gritar ¡sangre, sangre, sangre!

Ivar quedó en silencio, mirándola torcido y aguantando la risa. La vista que él tenía era la de una enana rubia con los cabellos alborotados por el viento, enfundada en un suéter que le quedaba un par de tallas más grande, imitando a un ser prehistórico sin darse cuenta de que casi todos los comensales del restaurante se habían quedado perplejos observándola tras la escena que había montado.

«Es un desastre», no pudo evitar pensar.

Un elegante camarero se acercó serio hasta los tres, y les hizo una seña hacia la puerta.

—Lo siento, están perturbando a mis clientes. Les pediré cordialmente que se retiren, espero que sepan entender.

Fue amable. La perturbación había venido solamente del acto de Tena. Cillian negó divertido, le agradeció al mozo y tomó a la rubia de la mano para sacarla de allí.

Terminaron comiendo shawarma en un puesto móvil, los tres sentados en un banco en medio de una plaza. La escena era ciertamente cómica: Tena no había dejado por un segundo, ni siquiera mientras comía, de decir cuánto lo sentía. Ivar se atragantaba entre risas, y Cillian le acariciaba el pelo con una mano diciéndole que no había problema, intentando que la carcajada no se le escapase entre los labios.

—¿Qué haremos mañana? —preguntó el moreno, luego de que los tres terminaron de comer.

—¿Por qué hablas en manada, devorador de croissant? —le sonrió el rubio; Tena se carcajeó.

—No era para ti, príncipe encantador, es para esta preciosura que camina junto a mi.

Tena se sonrojó, encogiéndose de hombros. Verlos interactuar entre ellos era muy divertido. Se tenían mucho cariño, habían compartido demasiado juntos.

Cillian estuvo por aportar alguna idea, cuando un celular los interrumpió.

En la pantalla del móvil de la rubia, "mamá" volvió a brillar en letras blancas, haciéndole vivir de inmediato un suplicio.

«No queda otra, hace casi una semana que no le envío ni un mensaje», consideró, como motivación para atender.

—Hola, 'ma.

¡Tena Frisk! ¡¿Dónde diablos estás?!

Se alejó el celular del oído, aturdida. Cillian puso una mueca, compadeciéndola, y encendió un cigarro.

—Pues... En casa mamá, ¿a dónde más podría ir? —mintió sin culpa.

¡No juegues conmigo! ¡Te han despedido de la empresa! ¿Crees que no me iba a enterar?

Por la cara de sus dos acompañantes, la conversación parecía escucharse incluso sin estar en altavoz. Volvió a ponerse roja; su madre le estaba sacando los trapitos al sol sin escrúpulos.

—Pues sí, ¿qué tiene de malo?

Dónde estás, Tena. —Ya no era pregunta, era una orden explícita.

A veces olvidaba que tenía veintiséis años. Con aquel tono de Eleanor, ella volvía a tener quince y a sentirse perseguida constantemente por los ojos sobre-protectores de su madre.

Estaba a punto de responder, cuando le arrebataron el celular de las manos. Se giró aterrada, viendo a Ivar con el aparato entre los dedos, llevándoselo a la boca.

—¡Oh Tena, Dios! ¡Eres increíble! ¡Oh, sí! ¡Oh sí!

El rubio descarado comenzó a emular una catarata de gemidos por el altavoz. Los ojos de ella se abrieron aterrados y corrió a quitarle el móvil.

—¡Dame eso! ¡Dámelo, Ivar! —dio saltitos para intentar quitarle el móvil.

—¿Qué, Tena? ¿Quieres que te lo de? Todo lo que desees, preciosa. —Volvió a hablarle al micrófono, en un tono sensual.

La adrenalina por salir de esa situación penosa no le hizo pasar por alto la forma en la que la miró cuando dijo aquello: medio en serio, medio en broma.

«Te lo estás imaginando». Se obligó a pensar.

La voz de su madre, histérica, le gritaba a través de la línea quién era el hombre con el que estaba, y que era una maleducada. Se dio por vencida contra la altura del noruego, haciéndose para atrás con los brazos cruzados.

Al darse cuenta del cambio de actitud en Tena, Ivar cortó la llamada sin más, acercándose a ella.

—Rubia...

—Eres un cabrón, Ivar —le apuntó con el dedo, arrebatándole su móvil de las manos—. No tienes ni idea en el jodido problema que me acabas de meter.

Sin mediar más palabra, Tena se giró y caminó a paso apurado la poca distancia que la separaba de la cuadra de su hotel. No se despidió ni siquiera Cillian, quien miró a su mejor amigo con reproche, para luego iniciar su andar rumbo al alojamiento donde ambos se estaban quedando en Estambul.

La había cagado, supo Ivar. Siguiendo los pasos de su amigo, comenzó a idear alguna forma de hacer las paces con la rubia, quien no pareció ser de las personas que fácilmente aceptaban una disculpa sencilla.

¡Una estrellita y un comentario son gratuitos si esta historia te gusta, y a mi me hacen muy feliz!

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.


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