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Tena no era la mejor madrugadora; nunca le había molestado sacrificar algunas actividades matutinas con tal de quedarse un poco más en la cama. Sin embargo, después de dos días de solo asolearse en la playa, esa mañana estuvo lista temprano para salir de paseo.
Había elegido tomar su desayuno en un bar local poco valorado por los turistas, pero del que los residentes de allí le habían hablado maravillas.
«El consumismo», pensó ella, «que te ciega de conocer otras culturas para optar por comer una Big Mac en cualquier lado».
El interior de "Kahawa" —café, en suajili —era reconfortante y fresco, algo simple; muy del estilo playero, con música agradable, ambiente cálido, y ornamentos de la cultura coloridos y alegres. Sí, ciertamente era más hermoso y local que otros lugares que había visto por la zona.
Se sentó en una mesa pegada a los ventanales, y le pidió a la moza que le trajese lo que se acostumbraba a desayunar aquí. Minutos después, le sirvieron algunos de los sabrosos y sencillos platillos traídos directamente desde las profundidades de la multiculturalidad tanzana. Ella, fascinada, se dedicó a degustarlos en silencio mirando el océano, hasta que el sonido de la campana colocada en la puerta de entrada la distrajo. Llevó sus ojos hasta ella, por dónde ingresó un rostro que reconoció inmediatamente. Se atragantó con un pedazo de pastel que estaba comiendo, y, desesperada, lo único que se le ocurrió para ocultarse fue agacharse en su asiento.
«¡¿Por qué me escondo!? No es como si me fuese a recordar, ¿no?»
Reprendiéndose por ese comportamiento tan inmaduro, se dispuso a incorporarse nuevamente. Sin embargo, apenas elevó unos centímetros su cabeza, esta chocó contra el mesón duro de madera haciéndole perder el equilibrio. Terminó en el piso; en el afán de intentar sostenerse de algo para no caer, se había tomado del mantel blanco colocado en la mesa... Y junto al mantel, también había arrastrado el desayuno.
Sus ojos se abrieron lentamente tras el estallido de los utensilios. Recorrió la vista a su alrededor, y por poco tuvo ganas de devolver los pocos alimentos que había logrado ingerir.
—Tienes que estar bromeando...
—Cualquiera diría que me evitas, rubiecita. —Los orbes oliva del día anterior la miraban desde arriba con gracia.
«Por esto», gruñó, «por esto me escondí».
—No te creas.
—Solo han pasado cuarenta y ocho horas desde tu primer desliz y ya vas por el segundo. Al paso que vas, en pocos días dejarás Stone Town en llamas... —Aquella sonrisa burlesca y superior la volvió a hacer rabiar. Cómo si esa combinación fuese el modo habitual del rubio Pantene.
Aún en el piso, lo señaló con el dedo.
—Vete a la mierda, tú y ese complejo de Superman que te cargas.
El sujeto de pestañas casi albinas estuvo a punto de soltar algo por su boca provocativa y sarcástica, pero una risa lo impidió. Una carcajada jocosa que salió tras sus espaldas, revelando a su acompañante.
Tena se quedó sin aire: las facciones de aquel muchacho eran más suaves y finas, a comparación del rubio. El cabello color azabache le caía con gracia hacia atrás, dejando unos mechones rebeldes salirse de las garras de la cera para peinar. Cejas pobladas enmarcaban sus ojos, que desde donde ella se encontraba no podía apreciar si eran negros o marrón oscuro, pero ciertamente escondían a la perfección sus pupilas. Envidió, al igual que con el rubio, las pestañas abundantes de ese joven que simulaban un delineado negro casi perfecto. Su nariz de punta redonda, no tan amplia en las aletas, se arrugaba ante la melodía llena de gracia que salía de sus labios rosados y rellenos. La protagonista: una destellante hilera de dientes blancos relucientes. Bajo ella, una quijada partida sin vello alguno; rasurada, podría Tena jurar que apenas había salido de una barbería.
Un mestizo precioso, sin dudas.
—Lo siento —cesó su risa—. Admítelo, Ivar, es el mejor retruco que te han dicho en un largo tiempo.
El blondo, Ivar, puso una mueca y se alejó de ellos hacia una mesa también ubicada cerca de la vista al mar.
—Disculpa a mi amigo, carece de algo básico llamado modales. Soy Cillian, siempre es un placer conocer a alguien que haga que a Ivar le salga humo de las orejas —Le tendió su mano para ayudarla, la cual Tena aceptó encantada por la amabilidad de ese sujeto y la bella sonrisa que le regalaba—. ¿Te encuentras bien?
La rubia bajó la vista a su camiseta toda manchada.
—Tena —se presentó—, el gusto es mío. Descuida, iré al baño y lo solucionaré.
Cillian le sonrió, y antes de dejarla, le rozó el antebrazo con los dedos para llamar su atención.
—Pediré que limpien esto y te traigan un nuevo desayuno. Yo invito, descuida. ¿Aceptarías sentarte con nosotros? —Hizo un puchero infantil que a Tena le resultó adorable.
«Desayuno gratis». Su madre le había enseñado a no aceptar cosas de extraños, pero Cillian parecía honestamente agradable y ella moría de hambre.
Asintió con una media sonrisa, muy agradecida, y se encaminó hacia los servicios.
Minutos después, y tras desistir en la lucha contra la horrible mancha amarronada que había quedado en su blusa apenas estrenada, optó porque lo mejor era quitársela y quedarse solo con la parte superior de su bikini. Al menos había podido sacarse lo pegajoso del cabello y su rostro.
En la mesa, Cillian e Ivar platicaban animadamente; el desayuno, que al parecer era para los tres, ya se encontraba acomodado en la mesa. Quizás había demorado más de lo planeado.
Al verla, el moreno abrió sus ojos con sorpresa y el rubio asomó una ladeada sonrisa cazadora; las mejillas de Tena se colorearon ante la mirada de esos dos muchachos. Cillian se puso de pie y se quitó la camisa de lino negra que yacía abierta sobre una camiseta sin mangas blanca. Colocó la prenda sobre los hombros de Tena, que lo miró sorprendida.
«¿De qué cuento se ha escapado este príncipe?» No pudo evitar pensar.
Cillian dejó escapar una risa baja; Ivar rodó los ojos.
—No, Tena. Solo intento ser un caballero.
Las mejillas se le entibiaron al haber expuesto inconscientemente sus pensamientos.
—Lo lamento —evitó sus miradas, sentándose—, ambos parecen tener ciertas cuestiones con ayudar a mujeres en apuros.
Ivar se encogió de hombros y le dio un sorbo a su café, como si fuese habitual hacer eso.
—Te di la camisa más que nada por precaución —explicó el mestizo—. Zanzíbar es un destino turístico, pero la mayoría de su población sigue la religión musulmana. Te recomiendo que cuando andes por la ciudad evites los pantalones demasiado cortos y las remeras con hombros descubiertos, para ahorrarte malos ratos. Aquí los residentes son bastantes conservadores con respecto a las mujeres.
—¿Y en las playas? —formuló luego de beber un poco de té.
—Allí da igual, son pensadas para turistas. —Se entrometió Ivar.
Tena asintió y luego todos volvieron al silencio. Por fortuna, al cabo de breves minutos, ella y Cillian se enfrascaron una conversación propia de presentación que giró más en torno a la rubia que al moreno.
El desayuno se dió por finalizado cuando los platos estuvieron vacíos, y el Instagram de Cillian quedó guardado en el celular de Tena. Una parte de ella también quiso el de Ivar, pero nunca lo iba a admitir en voz alta. Y menos, se lo iba a pedir.
Cuando salieron hacia la calle, Cillian se despidió de Tena con una sonrisa. El rubio, por su parte, le dio un asentimiento de cabeza que ella imitó. Pero, luego de girarse y dar un par de pasos en la dirección opuesta a donde ella tenía intención de ir, volvió sobre su andar.
—Oye. ¿Tienes algo que hacer hoy en la noche? —aventuró.
—No, de momento. —Ella llevó sus dedos a los botones de la camisa del moreno, nerviosa. Ivar siguió sus ojos hasta allí.
—Hoy inicia el festival Wanyambo. Para los zanzibaríes es un día bastante especial: se hará una celebración enorme llena de música, comida y disfraces.Durará todo el día de mañana también, pero lo mejor es la apertura. Todos son bienvenidos; si te interesa esta cultura, quizás disfrutes la fiesta.
Esa invitación pareció romper un poco los muros de hielo que ella había levantado en torno a sus intercambios con el rubio.
«Quizás, no es tan idiota como aparenta...»
—Supongo que nos veremos, Ivar.
—Hasta entonces, rubiecita.
▪︎ ▪︎ ▪︎
Apenas estaba comenzando a oscurecer el cielo zanzibarí. Tena se encontraba en su habitación nuevamente, tras un largo día de caminata por las maravillosas playas de la zona. Su piel había adquirido un tono un poco más caramelo del que tenía al llegar, y eso le gustó. Había optado, para la fiesta, por un sencillo vestido negro de lino con volados suaves en las mangas, un poco más arriba de las rodillas. En sus pies, sandalias beige hacían juego con el pañuelo que llevaba amarrado en su cabeza.
Intercambió un par de mensajes vía redes con Cillian, quien le dijo que en breve la buscaría por el hotel. Habían charlado bastante a lo largo del día: el mestizo era francés de origen, y había venido a Zanzíbar hace cuatro años para un voluntariado. En meses estrenaría su tercera década —Tena estaba estupefacta ante ese dato, porque ciertamente no lo parecía—, y era fotógrafo.
Un auto se estacionó en la puerta de su hostel, en el que ella esperaba desde hace minutos. Del lado del piloto apareció, para su sorpresa, Ivar. El rubio vestía una camisa color naranja que resaltaba su dorada piel y unas bermudas negras.
—Hola. Cillian ha tenido un percance y llegará más tarde. ¿Quieres que te lleve? —se apoyó en el capó del coche.
Los ojos de ella bailaron por sobre su anatomía de casi metro noventa, y luego bajó la mirada hasta su celular donde el mestizo le había enviado un nuevo mensaje hace un par de minutos, excusándose. El rubio ciertamente no le daba desconfianza, por más que no fuera de su total agrado. Así que, cuando bajó los pocos escalones de la entrada del hotel hasta él, Ivar lo tomó como señal para abrir la puerta de copiloto.
—Gracias. —murmuró suavemente, para luego ingresar.
Él asintió cerrando los ojos cuando una brisa fresca con aroma a gardenias le acarició las mejillas. Asomó una sonrisa cálida que Tena no vio, rodeó el auto y emprendió camino hacia el festival.
De todas los momentos incómodos que ella había tenido en su vida —y esos eran muchos—, este ocupó sin duda una buena posición. Ivar no había tenido, ni por asomo, la más mínima intención de entablar una conversación con ella. Y Tena no era la mejor en materia de ser extrovertida.
Sin embargo, la radio no podía ser lo único que llenase el ambiente, así que se armó de valor.
—Oye, ¿qué...?
—Llegamos. —El rubio avisó sobre sus palabras, cortándole la frase.
«Bueno, al menos lo intenté», se auto-convenció.
Ambos bajaron. El terreno no era muy lejano a Stone Town; al aire libre, las luces y adornos decoraban el espacio lleno de mesones con comida que se extendían a los laterales. En el centro, la gente se arremolinaba para bailar, presenciar exposiciones artísticas, y admirar los asombrosos disfraces típicos de la cultura africana. Los ojos de Tena se llenaron de colores vibrantes, y su nariz de aromas que la hicieron salivar en deseo por probar aquellos platos. Todo, absolutamente todo de ese lugar la estaba cautivando.
—¿Te puedes enamorar de un lugar? —le preguntó ella a Ivar, mientras continuaban caminando entre la gente.
—Por supuesto —Los ojos de él también brillaban—. ¿Te gusta aquí?
Tena asintió lentamente, con una media sonrisa. El rubio le preguntó si quería algo de beber, y le contó un poco de lo que aquí se consumía. Ambos eligieron igual: primus de burundí, la popular cerveza local.
—¿Cómo se conocieron con Cillian? —aventuró rato después, con bebida en mano.
—Aquí. Haciendo voluntariado.
Tena lo miró con una mueca, invitándole a explayarse un poco en su explicación. Él rodó los ojos, pero en el fondo le divirtió saber que estaba interesada en hablarle.
—Él ya estaba cuando llegué; lleva un año más que yo en la isla. Me dió la bienvenida y me hizo elegir qué asignatura enseñar.
—¿Eres profesor? —La rubia abrió los ojos con verdadero asombro.
—No —sacudió la cabeza luego de beber otro sorbo—, el voluntariado no siempre se relaciona con la profesión que tienes antes de venir. A ambos nos asignaron educación. Él eligió artes, por la fotografía. Yo lengua extranjera, inglés.
—¿Y cómo es eso? ¿Cualquiera puede venir?
Los ojos marrones de la rubia no habían dejado por un segundo de ver a su alrededor. Ella estaba en la conversación, pero parte de su atención se encontraba entre los espectáculos.
—Depende del tipo de voluntariado que quieras, cada uno tiene sus requisitos. Yo entré aquí porque llegué tarde a la inscripción y no había más opciones. ¿Y tú? ¿Qué te trajo a Zanzíbar?
Tena no quiso ahondar mucho en el tema, así que se encogió de hombros y fue concisa:
—Me escapo de mis problemas.
—Ya somos dos, entonces. —Ivar acercó su vaso al de ella, y ambos brindaron.
A Tena eso la llenó de curiosidad, pero eligió no ser fisgona. Solamente observó el rostro atractivo del joven a su lado, e intentó calcular su edad e imaginar las razones por las que quizás había huido de su vida anterior.
«Todo a su tiempo», consideró. Y aunque a ciencia cierta a ella le quedaba solo un día en Zanzíbar, ese pensamiento no le resultó descabellado.
No hablaron mucho más. Al poco rato Cillian hizo su aparición, saludando con un abrazo a ambos. El francés era bastante afable: la trataba como si se conociesen de toda la vida. Apenas llegó la llevó a probar varios platos de comida de los mesones que la hicieron sentir estrellas en su paladar. Luego, de la mano, la llevó a ver las presentaciones y los bailes.
Una mujer que pasó le colgó alegremente a Tena un pañuelo con patrones coloridos con una frase inscrita en él. Cillian le explicó que eso era un kanga: una vestimenta tradicional de la cultura que llevaba frases elegidas por las mujeres para visibilizar su voz a través de ella. La rubia se sintió honrada al portar esa tela, y la llevó con orgullo durante toda la noche en la que se dedicó a disfrutar y bailar hasta que le dolieron los pies.
Un poco más alejado, Ivar sonreía reivindicando la razón por la cual adoraba Zanzíbar. Durante toda la velada, vio a Tena divertirse alrededor de una fogata junto con pueblo que a él lo había acogido hace ya tres años. Aunque no hubiese vuelto a verlo luego de su charla, aunque ella bailase de la mano de su mejor amigo francés.
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