14
Tena siempre había pensado que las películas exageraban los amaneceres parisinos. El sol colándose entre las hojas y alumbrando los ventanales de los pequeños balcones de los edificios céntricos, las aves cantando como despertador natural matutino, el aroma dulzón de las pattiseries y los cafés de los alrededores: la ciudad despertando.
Pero resultó cierto. Los tres días que ya llevaba en Francia habían sido con amaneceres soñados. Se levantó aquella mañana entre suaves sábanas de algodón, ya acostumbrada a la sensación de sentirse obnubilada por lo majestuoso en la simplicidad del París matutino. En la cocina, mientras las rebanadas de pan se tostaban, y el café se hacía, escuchaba las noticias en francés —de las cuales si lograba entender dos o tres palabras, era una hazaña—, y miraba a través de las ventanas del tercer piso donde se encontraba, hacia la calle llena de transeúntes que caminaban con calma y charlaban en un timbre alto.
Lo comparó con las mañanas en Nueva York, inevitablemente. Allí jamás hubiese despertado con el cantar de las aves, las pobres ventanas de su piso siempre estaban llenas de caca de paloma. Eso en el mejor de los casos... porque una primavera le habían anidado en el balcón, y al abrir las ventanas, habían entrado como Juan por su casa y le habían defecado todo el piso de la cocina.
Desayunar también era todo un privilegio: había aprendido que los europeos se tomaban las cosas con más calma. En su país, de camino al trabajo tenía que maquillarse en el metro y a veces no lograba llegar a tiempo si la opción era desviarse unas cuadras a comprar un mísero latte. No importaba cuan temprano despertase, el tiempo nunca parecía alcanzar.
En Nueva York reinaba la vorágine. Una que la había conquistado, sí, pero que era muy desgastante de sobrellevar. Ella simplemente no era de las personas que consideraban que el tiempo era dinero, y que todo debía ser para ya. Este viaje le había regalado la oportunidad de abrir los ojos y entender que toda la vida que le estaba esperando a su regreso, quizás era la que había soñado cuando solo deseaba escapar de California, pero no era lo que aspiraba para el resto de sus días.
No quería una existencia donde nada nunca fuese suficiente. Y Nueva York solamente tenía para ofrecerle eso.
La máquina de café le anunció con un pitido que ya estaba su desayuno, así que lo tomó en la isla de la cocina, mirando el itinerario que Cillian le había armado para ese día. Rodeó un par de lugares que era obligatorio visitar, y tras dejar todo limpio, se vistió con ropas cómodas y salió rumbo a su aventura del día.
De su lista ya había tachado los Jardines de Luxemburgo, el Boulevard Saint Germain y su bellísima iglesia homónima. También se dió el lujo de cruzar el Sena y visitar la Ile de la Cité y la Catedral de Notre Dame, que resultó sumamente imponente, incluso más que en las fotos; además, paseó por la Sainte Chapelle, que le regaló unas vistas realmente imperdibles de París. En adición, su recorrido reiterado por Champs Elysées había sido rutina vespertina por los últimos dos días. Y si bien ella consideraba que estaba usando su dinero en algo muy bien invertido, sabía que pondría cara larga al regresar a Estados Unidos.
Ese día, la recibió la estación de metro para dirigirse a Montmartre. Al llegar, tras subir por las escaleras principales de aproximadamente ciento treinta metros, llegó a la Basílica Sacre Coeur.
De estilo romano bizantino y decorada con varias cúpulas, la basílica resultaba una pieza arquitectónica que destilaba elegancia y belleza sin ser llamativa o compleja en sus decoraciones. La roca sedimentaria con la cual había sido construída, según fue leyendo, le había asegurando la blancura permanente al edificio a pesar de la erosión y polución. Y, santo cielo... la vista panorámica a París era preciosa.
Tras descender de la colina, continúo su andar hasta que dió con la Plaza du Tertre: un bonito parque que era el punto diario de encuentro de cientos de artistas locales. Su camino siguió a pie hasta que se topó con el famoso Mouline Rouge.
Casi al borde del mediodía, demoró más en llegar hasta el Petit Palais, que albergaba en su interior al famoso museo de Bellas Artes de París, al cual aprovechó para ingresar ya que su entrada era gratuita. Recorrió las exposiciones que presentaban colecciones compuestas de Arte Antiguo y obras maestras del arte francés, flamenco, renacentista y del siglo XVIII; también se dió un paseo por la colección francesa del siglo XIX.
Maravillada, y también agotada por el recorrido, decidió hacer una última parada antes de volver al apartamento: el Arco del triunfo. La vista volvió a sorprenderla. Había podido ver París desde muchísimas perspectivas, y no había habido ni una sola que no le hubiese gustado. El sol brillaba en el cielo totalmente azul, y ella estaba agradecida de que le hubiese tocado un clima tan maravilloso en todos sus destinos.
Al descender, tras media hora allí arriba, emprendió la vuelta para el departamento. Llegó bastante tarde, así que solo atinó a hacerse una ensalada con algo de pollo grillado. Estaba agotada, así que solo quería concederse al menos una hora para dormir antes de ir al estudio donde Cillian trabajaba. Apenas apoyó la cabeza en la almohada, tras refrescarse y colocarse su camisón recientemente adquirido, cayó en un profundo y reparador sueño.
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Golpeteos, choques y el tintineo persistente de lo que parecía ser un juego de llaves, la sacó de su dormitar. Con el ceño fruncido, se levantó de la cama y camino despacio hacia la sala de estar, donde se dió con que la puerta se movía frenéticamente intentando ser abierta. Alertada por la insistencia y la rudeza con la que al parecer alguien quería entrar, corrió hasta la cocina, tomó un cuchillo de cortar carne y se escondió tras el sofá. El corazón le iba a mil.
Los forcejeos siguieron por unos segundos hasta que un estruendoso estallido y la puerta golpeándose al ser abierta de par en par, la hizo dar un grito y levantarse con el cuchillo en guardia.
—¡¿Cómo se te ocurre apuntarme con eso?! — El bramido exaltado de Ivar la hizo brincar en su sitio.
Tena parpadeó atónita.
—¡Estabas intentando entrar a la fuerza en mi casa!
—¡No es tu casa! ¿Qué coño haces aquí?
—Yo... Cillian me invitó. Dijo que podía quedarme aquí. ¿Qué quieres? Se supone que tú no ibas a aparecer. —El balbuceo que salió de los labios de la rubia hizo temblar las comisuras de Ivar en una amenaza de sonrisa.
—Se supone que tú estabas en Portugal. No podía quedarme en la zona del estudio, por eso decidí venir a su apartamento. Tengo un juego de llaves, pero resulta que se te dió por dejar las otras colocadas en la entrada.
—¡¿Y por eso rompiste la puta puerta?! —Tena se llevó las manos a la cabeza—. Eres un animal.
—Vaya, después de dejarme solo y huir como una delincuente, tienes una forma muy extraña de recibirme. Tú no insultaban tanto, según recuerdo. —Ivar volvió los ojos y analizó su desastre. Tendría que llamar urgentemente a alguien que lo resuelva para la tarde.
Las mejillas de la rubia se tiñeron de carmesí. Sin decir nada, dejó el cuchillo en la encimera de la cocina y se alejó rumbo a la habitación donde había estado durmiendo. Al cerrar la puerta y apoyarse en ella, el frenesí de su corazón aún acelerado le hizo sentir el bombeo de sangre por todo el cuerpo, incluso en la punta de los dedos.
«No estoy lista para enfrentar esto. ¿Qué rayos voy a hacer? Él tiene tanto derecho como yo a quedarse». Los pensamientos corrieron uno tras otro sin detenerse.
Decidió que lo mejor era hablar con Ivar estando más calmada. Quizás resolverlo luego, sí. Porque ahora tenía que irse, le debía a Cillian conocer su lugar de trabajo.
Tomó una ducha breve y se vistió esta vez con unos pantalones rectos, unas botas bajas casi sin tacón y un sweater liviano de cuello alto. Abrigada con su tapado negro, y algo más presentable que hace unos minutos, salió de la habitación.
Ivar seguía allí, ahora sentado en el sofá tecleando con aceleración algo en su celular. Su postura relajada de piernas abiertas, gestos concentrados, y lo impecable y varonil de su atuendo, llevó a Tena a suspirar por lo bajo. Casi de inmediato el noruego alzó la vista y sonrió, viéndola apoyada en el umbral de la puerta.
—¿Sales?
Ella asintió, y rodeó el sofá hasta llegar a la cocina, donde se sirvió un vaso con agua.
—Cillian quiere que vaya al estudio de televisión. ¿Puedes dejarme algún número para que llame y arregle lo de la puerta?
«Yo tuve sexo con ese hombre, Dios santo. Quizás podría empezar a ser creyente si mis recompensas van a ser de este estilo». Desvarió para sus adentros.
—Descuida, yo me haré cargo. No soy de los que huyen de sus actos...
«Auch».
—Bien. Yo ya voy de salida. —Esquivó olímpicamente el comentario.
—Oye, Tena —Ivar se puso de pie, y la alcanzó en la puerta. La respiración de ella inevitablemente se disparó—. Le dije a Cillian que estoy aquí, le pregunté si puedo quedarme. Me dijo que tú elijas, lo cual me parece injusto porque yo soy su mejor amigo; pero lo respeto porque llegaste primero, e invitada.
El tono irónico de molestia, que no llegaba a sus ojos alegres, contradiciendolo, hizo elevar las comisuras de Tena.
—Arregla esa puerta; te respondo cuando vuelva.
Volvió a huir de los ojos depredadores del rubio, y salió del apartamento en un andar veloz.
Había decidido que esa tarde no quería viajar en tren. Las llaves del coche de Cillian tintineaban en su mano con el movimiento de sus pasos, mientras se dirigía hacia la cochera donde él le había dicho que podía encontrarlo. Al encontrar el automóvil, colocó el GPS y se dirigió hacia su destino.
Demoró bastante. Le tocó la hora pico, donde los adultos salían de sus trabajos y los niños de las escuelas. Si los franceses no conducían peor que los estadounidenses, por lo menos los igualaban. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le habían gritado alguna grosería, o le habían cruzado el coche por delante...
Llegó con los nervios al límite. Cuando logró aparcar y cerrar el coche, los brazos del moreno la rodearon y ella apoyo la cabeza en su pecho.
—No lo sabía, lo juro. —Hizo alusión al noruego.
—Lo sé, descuida—Tena se separó de sus brazos—. ¿Me llevarás a pasear por aquí? Necesito bajar la ansiedad que me generó manejar por estas calles.
—Los franceses deberían tener prohibido conducir —le concedió la razón, lo cual la hizo reír. No tenía descaro al decir aquello; no cuando su tonada y pronunciación le colocaban por si solas una baguette y una banderita azul, blanca y roja en cada mano—. Ven, empezaremos por aquí.
Cillian alcanzó a un par de metros un carrito similar a los de golf, que al parecer usaban aquí para acortar distancias que a pie serían tediosas de realizar continuamente todos los días. El predio disponía de un enorme estacionamiento, y cuatro grandes edificios bastante bonitos y modernos. Tena logró apreciar en lo laterales de los mismos, los logotipos de algunos reconocidísimos programas que incluso ella consumía.
Recorrieron superficialmente los primeros tres, y se detuvieron finalmente en el cuarto. De todos los programas de televisión enumerados, Cillian le señaló el suyo a Tena, cuando ella frunció el ceño sin saber cuál era.
—¡No jodas! ¡¿Trabajas para National Geographic?
—De momento estaré unas semanas en el estudio, pero luego me enviarán de viaje para filmar algunas escenas actuales para reportajes.
El área de grabación constaba de una serie de sets, una parrilla de iluminación, cámaras, micrófonos y numerosos sistemas de conexiones; tanto para los materiales técnicos como eléctricos.
—Por allí están los camerinos —señaló una puerta en una de las paredes laterales—, y por allí las áreas de producción, control de video, audio y el área VTR. En los pisos inferiores están las áreas de dependencia. No voy mucho hacia allí, no entiendo nada de eso. Y arriba hay una sala de esparcimiento, descanso y cafetería.
Entre los sueños de cualquier infante, sin duda entrar en un estudio de televisión era parte de la lista. Para una profesional de la publicidad, también. Sus aspiraciones siempre habían girado en torno al deseo de pasar del formato 2D a las pantallas. Sin embargo, en las dos empresas que había trabajado nunca le habían dado pie a ir más allá de lo que siempre hizo, y honestamente, ella tampoco había movido demasiado los hilos para hacer algo al respecto. La palabra acomodada le resonó en la cabeza mientras Cillian terminaba de hacerle el tour, y caminaban hasta la cafetería para pedir una bebida caliente.
El francés le preguntó al rato en dónde andaba su cabeza, y ella le soltó escuetamente sus pensamientos.
—¿Y qué te detiene? —él sorbió de su café—. Ahora que no tienes un empleo esperándote a tu regreso, ¿por qué no pruebas suerte en otros lugares?
—Si, podría... este viaje está dejando de cabeza todo. —Ella agitó su vaso de café, aún distraída.
—¿Qué tal todo en el departamento? —indagó el moreno. Tena sonrió; ya había demorado demasiado en volver a preguntar.
—Casi lo mato con un cuchillo de cortar carne hoy en la tarde, y te rompió la puerta. Le dije que vería que hacer cuando regrese, pero he salido de ese jodido lugar con el pulso acelerado por su culpa, y las ideas nubladas.
—Por favor, en las próximas horas intenten aunque sea no quemar el edificio. —rogó Cillian con un ápice apenas visible de preocupación.
—Honestamente, tiene habilidad para sacarme de mis casillas. Ivar es de las selectas personas que ha logrado agitarme la vida... y no sé qué se supone que eso signifique.
▪︎ ▪︎ ▪︎
La puerta estaba reparada, cómo si no hubiese pasado nada. Pero si alguien le prestaba atención a los detalles, se daría cuenta de que tanto la madera como las bisagras parecían mucho más nuevo que las del resto del edificio. O quizás, solo era ella haciendo análisis inútiles, intentando convencerse de que no estaba evitando la situación y a Ivar.
Hasta que la puerta se abrió, asustándola igual que en la tarde.
—¿Cuánto más planeas seguir manoseando el picaporte?
Tena lo empujó suavemente para entrar.
—Controlaba que todo estuviese en orden... a ver si todavía has dejado que coloquen materiales de mala calidad.
«Vaya, que buena capacidad de reacción tengo a veces». Se felicitó.
—Esa puerta vale más que tu abrigo y tus botas juntas, Cillian no me lo perdonaría —respondió el rubio, recién ahí ella notó la copa de vino en su mano—. ¿Desde cuándo usas Chanel?
Los nervios en Tena, tenían algo así como efecto dominó en otras de sus emociones. La irritabilidad, por ejemplo.
—¿No puedo vestir bien acaso? —espetó, sirviéndose una copa sin siquiera preguntar si podía hacerlo—. ¿Eres juez de moda y no lo sabía?
—Te ves preciosa.
La mirada cálida de Ivar le secó la boca, y las palabras se le atoraron.
¿Por qué no la odiaba, después de lo que había hecho? ¿Por qué la miraba de esa forma que solo le daban ganas de correr y acurrucarse entre sus fuertes brazos, y explicarle las razones de sus miedos e inseguridades? ¿No se daba cuenta de que lo complicaba todo así?
—Ivar... —dejó escapar en un jadeo, pero se recompuso—. No tengo inconvenientes con que te quedes. ¿Quieres cenar? Podemos preparar algo rápido.
Una oferta de tregua.
Él asintió, casi derrotado. Como si esperase algo más de su parte, que ella no tuvo el valor de proponer.
Se organizaron para preparar pasta con salsa de champiñones. Aunque para hacerle honor a la honestidad, Tena solo puso el agua y la pasta seca. Cocinar no era su fuerte, así que se deleitó mirando como Ivar meneaba con una mano la salsa dentro del sartén, y con la otra llevaba y traía la copa de vino —rellenada— de la encimera a su boca.
La pantalla del celular del noruego titiló, apareciendo un mensaje entrante. No le dio demasiada importancia, pues no era su asunto; pero cuando Ivar sirvió la cena, y movió el celular con un suspiro ante la llegada de un par de mensajes más, frunció el ceño.
—¿Quién es Tyra? —dejó escapar casualmente, tras un par de bocados de la cena.
«Descarada. Soy una descarada sinvergüenza».
A Ivar pareció descolocarle el tono sutilmente inquisitivo de Tena. Se mantuvo serio unos segundos, y luego asomó una sonrisa ladeada:
—Mi hermana.
Tras ahogarse con un fideo y pasarlo con media copa de vino, Tena recuperó la compostura:
—Tu hermana... —asintió—. Si, tiene sentido. Algunas personas tienen hermanos. ¿Y por qué no le respondes?
—Hace tres años no hablo con ella. El otro día le envié un mensaje, pero no me he atrevido a leer su respuesta. Y aún insiste pero... creo que estoy algo acojonado. —El rostro del noruego se arrugó en una mueca.
Había una historia complicada tras ese comentario, y ella tuvo interés en saber al respecto.
—Dilo, anda.
—Pues que no seas un cobarde y la escuches —Tena no puso demasiada oposición ante el pedido de Ivar—. Por cómo lo dices, el que impuso la distancia fuiste tú, y pareces arrepentido. No sé toda la historia, pero se ve que te mueres por saber de ella.
Algo le resonó en su propio corazón. Sí, quizás ella no era la mejor persona para dar esos consejos.
El rubio asintió lentamente, mirándola fijo. Acalorada, se aclaró la garganta y comenzó a levantar todo de la mesa, ya que habían terminado.
—Y hazle una videollamada —acotó—, las cosas cuando se dicen con los rostros de por medio, llegan distinto.
—¿Alguna vez pensaste en seguir tus propios consejos? —cuestionó él.
—Mañana voy a darte todas las respuestas que estás buscando. Descansa, Ivar —murmuró comenzando a caminar hacia si cuarto—. ¡Y ni se te ocurra comerte mis cosas del desayuno mañana por la mañana!
Oyó la risa del noruego inundando la sala. Aquel sonido le dejó una sensación de calidez, de la cual no quiso deshacerse. Finalmente lista para dormir, lo último que Tena recordó escuchar fue el murmullo suave de un saludo que pareció esperanzado:
—Hola, Tyra...
Nos vemos en el próximo capítulo, el último antes del epílogo ❤️🩹.
Les recuerdo que pueden visitar mis otras dos obras: una novela juvenil completa, y un blog de consejos para escritores.
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset.
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