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13

De las cosas que Tena podría categorizar como más detestable de todo su viaje, sin duda el ajetreo de los aeropuertos estaba en el primer puesto. Desde la espera para el pre-embarque hasta el ascenso y la espera del despegue. Pero lo tedioso... lo tedioso sin duda era la llegada y esperar la condenada maleta. El aeropuerto Charles de Gaulle era gigantesco, y muy fácil para hacer que uno se pierda. Sobre todo si no era ávido para el francés y el sentido de la ubicación, como era su caso. Salir de la zona de aterrizaje y encontrar las cintas para buscar su maleta, le llevó más tiempo del que demoraría una persona promedio; catalogándose en el top tres de sus odiseas, luego de ir al baño tras una cena de tacos extra picantes, y de ser perseguida por un pato y un oficial de policía en Central Park.

Para cuando tuvo todas sus pertenencias, el reloj marcaba las once y media de la mañana. Si hubiese sido por ella, habría llegado más temprano, pero no planeaba que su último destino fuese Francia, y menos, llegar aquí por una razón principal que no fuese meramente turística... cómo charlar con su amigo internacional sobre el beso que habían compartido, y el acostón que había tenido lugar después de él, con su mejor amigo.

Tena cerró los ojos mientras el transporte público la acercaba a la zona donde forzosamente había cedido a hospedarse: el apartamento de Cillian. Aún se reprochaba por los acontecimientos ocurridos hace una semana atrás. Todo el mundo le había dicho que era una buena idea, que no tenía nada que perder y lo cierto fue que...

Dios. Era verdad. Había sido una buena idea, una magnífica idea.

Jamás imaginó pasar fin de año teniendo sexo con alguien como Ivar. Pero aquella noche, aquella habitación... la cama, lo que hicieron con ella. La cantidad de ruidos, de gemidos, de caricias. Él.

Si lo pensaba más de cinco segundos, volvía a acalorarse igual que ese día.

Pero aunque todo hubiese salido increíble, aunque hubiese sido acertado irse de la boda e irrumpir por error en la habitación del rubio, el resto era tema aparte. Porque la había cagado.

El sexo había sido espectacular. Si el beso que le había dado el Capadocia había sido asombroso, la follada que había tenido lugar esa noche en Santorini quedaba definitivamente en el primer puesto de todos sus acostones. Pero ese no era el problema. El problema fue todo lo que ella pensó después: lo mucho que le gustaba, como el estómago se le llenaba de maripositas mientras él se iba quedando dormido y le acariciaba el abdomen con garabatos invisibles, relatándole en murmullos algunas de sus divertidas anécdotas durante su voluntariado. Lo maravilloso que había sido poder hablar como dos adultos sin peleas, resoplidos o jugarretas infantiles para molestar al otro.

Y, cuando apenas despertó la mañana siguiente y lo vió dormir con la calma propia de un ángel, prendido a su abdomen y sus pechos desnudos, acariciándole el cuello con su respiración acompasada... simplemente fue demasiado. Los pensamientos intrusivos la fueron vistiendo al igual que las prendas que se colocó apenas huyó de la cama, así que no se ocupó en detenerse y voltear hacia el cuerpo de Ivar aún dormido, y solo atinó a correr hasta su habitación, terminar de empacar e irse de Santorini.

En el fondo, ella sabía de sobra que si hubiese vuelto una sola vez a verlo, la historia sería otra.

Pero la culpa la azotó como látigos en su espalda, y la sensación impostora de haber arruinado todo y no ser merecedora de  aquello que le estaba pasando y sin esperarlo se sentía tan bien, le llevó a pensar que lo mejor era dar un paso al costado y seguir con sus vacaciones como si nada hubiese pasado, y ella no hubiese conocido a esos dos hombres increíbles. Lo cual estaba mal, pero conociéndose, había tomado una decisión más valiente que ante otras situaciones a las que había tenido que enfrentarse en el pasado.

Todo esto no hubiese sido siquiera posible de reflexionar, si al llegar de vuelta a Atenas y encerrarse en su habitación, no hubiese recibido una videollamada de Grace. Cuando atendió y le vomitó todo lo que había ocurrido, su amiga le dio una reprimenda bastante considerada para lo que Tena esperaba.

"Deja de creer que no mereces nada de lo lindo que ocurre en tu vida. Nadie te juzgará por tus acciones y esos chicos no querrán tirar la toalla y dejarte ir, si todo lo que me cuentas es tal cual. Entiendo tus miedos, pero no son reales. No hasta que los enfrentes, al menos, y ahora mismo los estás evitando. ¿Por qué no le das la oportunidad de que te digan qué es lo que sucede al otro lado, en vez de que tú crees tus propias ideas respecto a corazones que no te pertenecen?"

Eso definitivamente hizo un click en su cabeza. Pero aún así, no la cambió por completo. Tena cedió a no ser una cobarde, pero eligió manejarlo a su ritmo. Eso se tradujo en irse definitivamente de Grecia —cosa que, por su itinerario, ya le tocaba—, y mantenerse incomunicada con los amigos, al menos hasta descansar un poco de tanto drama. Necesitaba tiempo para ella misma, y desde Zanzíbar todo había girado en torno a su nueva relación con aquellos dos muchachos que habían ocasionado un remolino de emociones en su pobre corazón. Por eso mismo, le envío un mensaje a Astrid pidiéndole ayuda. Los chicos seguramente volverían a Atenas, creía que después de todo lo sucedido, había logrado conocer algo de Ivar. Y si la situación fuese al revés, quizás ella tampoco lo hubiese dejado ir tan fácil. Tena le pidió a la alemana que si, por casualidad, los veía en el hotel donde afortunadamente ambas se estaban hospedando, les dijese a dónde había ido. Solo si los veía.

Pero para Astrid, eso había sido como otorgarle una misión personal, porque —sin que Tena lo supiese—, ella planeaba aguardar en el lobby hasta que alguno de ellos se presentase consultando por su nueva amiga americana. Y cuando lo hicieron, su misión como cupido quedó saldada. Sin mencionar lo feliz que estuvo cuando su número quedó guardado en el celular del francés, cosa de la cual Tena tampoco se enteró.

El aviso de la parada en la que la rubia tenía que bajarse, sonó por fin sacándola de sus pensamientos. Descendió del bus y caminó un par de cuadras hasta dar con el edificio donde en teoría vivía Cillian.

Ellos tenían una charla pendiente, de la cual no estaba muy segura que Cillian tuviera noción de su importancia. Quizás era ella la que se estaba haciendo tanto la cabeza en torno a lo que había pasado, y él estaba simplemente intentando llevar las cosas de la misma forma que habían tenido desde que se conocieron. Pero Tena necesitaba dejar las cosas claras, su propia personalidad le impedía hacerse la desentendida respecto a la noche de la boda. Por eso había viajado a Francia. Para darle un cierre a todo esto, que, paralelamente, también significaba el final de su propia aventura por el mundo.

Mientras doblaba en una esquina, se preguntaba por qué rayos había aceptado quedarse en el apartamento que Cillian tenía en París... cuando lo que ella buscaba era distancia. A su mente volvieron las últimas doce horas, en las que había volado hasta aquí y había buscado desesperadamente algún Airbnb u hostal.

¡¿Quién no conseguía hospedaje en una de las ciudades más turísticas del mundo, en temporada baja?!

«Yo. Yo por dejar siempre todo para último minuto». Se reprendió.

Tras tocar el portero y subir hasta el piso que tenía anotado en su móvil, Tena tocó la puerta del apartamento y, al cabo de segundos, un sonriente Cillian le abrió dándole la bienvenida.

—Pasa, pasa —le invitó, tomando su maleta—. ¿Llegaste bien?

La rubia se tomó el atrevimiento de tomar asiento en uno de los sofás de la sala de estar, que no era muy grande, pero sí pintoresca.

—Meh, ya sabes... por poco me llevo por delante un par de ciclistas que seguramente me dijeron muchas cosas feas en francés, y casi me tomo un autobús a Toulouse si no hubiese sido porque un turista que sí sabía francés me orientó apenas intenté subirme —suspiró—. Pero ya estoy aquí, y eso es lo importante, ¿cierto?

—Tampoco he parado desde que llegué. Solo me concedieron diez minutos para venir a recibirte, y ya me tengo que ir de nuevo. Pero, por favor, ponte cómoda. Tienes todo el lugar para ti, te dejaré las llaves, algo de cambio y los lugares ideales para que visites en lo que no estoy.

El moreno tomó su gabardina del perchero y comenzó su andar hacia la puerta.

—Aguarda —lo detuvo—. ¿No estarás aquí?

—No, Ivar y yo nos estamos hospedando en un hotel muy cerca de las oficinas del estudio. Aquí estarás mucho más cerca de las principales atracciones. No te preocupes, siéntete como en tu casa, hace años no estoy aquí y solo he vivido un par de meses en este departamento.

Tena agradecía que el francés no hubiese hablado solo por él. Que incorporase a Ivar implicaba que entendía la búsqueda de distancia que ella estaba necesitando.

«Cillian no es ningún tonto, deberías dejar de subestimar lo que pueda o no llegar a pensar sobre esto».

Ese pensamiento le sonó con la voz de Grace, lo cual le dió escalofríos.

—Gracias, Cill. En serio, no tienes que hacerlo.

El moreno le sonrió, y señaló una mesita a un costado de la entrada, donde yacía una pequeña carpeta con un juego de llaves, algo de dinero y unas tarjetas.

—Ahí te dejo un mapa de París numerado con los lugares que te recomiendo visitar y los distritos. Tiene también las líneas de autobuses por si quieres, junto a una tarjeta cargada para pagar los boletos; pero tienes mi auto y las llaves por si eliges usarlo para ahorrar tiempo de viaje. También están las llaves de aquí y de la puerta de abajo, y algunos euros por si no cambiaste demasiado aún. Hice algunas compras para que tengas, pero te dejé los mejores lugares anotados para que comas y bebas —le guiñó un ojo—. Es la ventaja de tener de amigo a un nativo por estos lugares.

Los ojos de Tena brillaron en agradecimiento, y asintió lentamente.

—Hoy a la noche vendré a buscarte —Cillian se acercó y se arrodilló junto a ella—. Nos debemos una charla, no quiero que pienses que lo he olvidado.

—Para nada —«mentirosa»—, aquí te espero.

El moreno asintió y besó el dorso de su mano antes de desaparecer por el umbral de la entrada. Por su parte, ella se acercó a hojear aquella carpeta, tras prepararse un café a modo de desayuno. Apuntó en el mapa los lugares que visitaría ese día antes de volver al apartamento, y luego salió del edificio con las llaves tintineando en una mano y el mapa de París en la otra.

Lo único que tenía claro de todo lo que había revisado, era que deseaba dejar la torre Eiffel para el final. Quería verla hasta el cansancio en casa camino de ida y vuelta. Quería que se le hiciese costumbre durante la semana tenerla de paisaje cotidiano. Así, pensó, el último día podría ver París desde allí y terminaría de maravillarse.

Su primer arribo, a pie, fue a la Plaza del Trocadero, que le ofreció una vista perfecta y amplia de la Torre Eiffel, de la cual tomó las primeras dos fotografías. Bajó decididamente siguiendo el caminito marcado en el mapa, y atravesó los espectaculares jardines, para terminar cruzando el Sena por el Pont d'lena. Caminó con tranquilidad por las calles del barrio sin apuro y se detuvo en Rue Cler, una peatonal llena de tiendas y un mercado. Almorzó allí mismo y degustó algunos dulces en la espectacular Patisserie Stohrer.

Su destino final, ya por la tarde, fue Les Invalides: un imponente edificio que albergaba la tumba de Napoleón y el Museo de la Armada. Tras finalizar el recorrido del museo, volvió a pie al edificio de Cillian y se alistó para esperarle.

Sus gustos se habían modificado bastante en ese viaje. Había adquirido un sentido de la moda y la elegancia un poco más refinado del que tenía antes, y había aprovechado para llenar su maleta gigantesca de prendas provenientes de casas de ropa bastante costosas y prestigiosas.

«Porque, ¿para qué todo este dinero si no lo puedo usar para darme algunos gustos?» Fue su justificación mientras admiraba las bolsas que había traído desde Rue Cler, que citaban marcas muy conocidas que nunca antes pensó que tendría en su armario.

Tras darse un baño, se vistió con unos pantalones rectos marrones, una camisa negra y un abrigo largo a juego. En sus pies, unas bonitas botas de cuero la mantuvieron cómoda y elegante. Sin maquillaje, y con el cabello seco para no pillar algún resfriado, aguardó paciente en la sala de estar, hasta que Cillian tocó el portero y avisó que estaba esperándola abajo.

—Mírate —la recibió el con una sonrisa—. Es la tercera vez que te veo sin tus sweaters de lana y tus leggins.

Podría haber sonado ofensivo de cualquier persona, pero no de Cillian.

—Digamos que he mejorado mis gustos y preferencias.

«Aplica para comida, bebida, indumentaria y hombres. Pero de momento no para decisiones, parece». Se sintió tentada a acotar.

—Veo —el francés entrecerró los ojos—... te prometí devolverte la salida de Oporto, así que te llevaré a una casa de maridaje donde te juro que se te mezclarán todos los sentidos.

Tena asintió, sonriendo, y se dejó llevar por Cillian. El moreno había llegado en un auto negro, al que se montaron para ir a su destino. Al llegar, los hicieron pasar rápido y no tardaron en comenzar a probar y catar las bebidas.

—No creas que no sé la razón por la cuál estás tan interesada en hablar conmigo, Tenn. No soy tonto.

La rubia terminó de masticar un pedazo de queso Camembert, para luego beber un poco de su copa de Sauvignon Blanc.

—Confundí las cosas —se sinceró—. Creí ver señales donde no las había y desfiguré las situaciones. La noche de la boda no debería haberte besado, Cillian. Lo siento. Estaba molesta, y ebria, pero sobre todo, confundida... el beso estuvo bien, sí, pero...

—No sentiste nada —murmuró él.

—No me malinterpretes. Tú eres muy apuesto, y eres un sujeto increíble, pero yo... tú...

Las palabras de Tena se entrecortaron cuando Cillian asomó una sonrisa y río por lo bajo.

—Tenn, no te veo de esa forma —le tomó la mano—. También eres preciosa, y tienes una energía maravillosa, pero solo te veo como una amiga. Tampoco sentí nada con ese beso, y creo que en el fondo ya lo sabías... pero necesitabas alguna excusa para tomar distancia de nosotros porque simplemente tienes miedo.

Las mejillas de Tena se pusieron coloradas y bajó la cabeza. En un recuerdo relámpago, las palabras de Munna le cruzaron la mente:

"A veces confundimos algunos sentimientos para ocultar otros"...

Y sí. En retrospectiva, todo lo que había hecho desde esa boda, había sido huir por miedo. Porque era más fácil besar a Cillian y dejar abierta la posibilidad de que él sintiese cosas por ella, que aceptar que la excusa de "follarse a los dos" era para no ilusionarse como las veces anteriores. También era más sencillo huir; porque quedarse hubiese significado dar la cara, enfrentar la situación y llamar a las cosas por su nombre.

—Es él —murmuró apenas—. Eso es lo que me aterra. Es todo lo que él me hace sentir, que parece tan... caótico, inmanejable. No pude enfrentarlo, no supe cómo. ¿Qué se supone que le iba a decir? Si ni yo misma sabía qué era lo que ocurría entre nosotros. ¿Todo lo que podría pasar si...?

—Tena, detente —Cillian hizo presión en los nudillos de ella, sacándola de entre los tentáculos de ansiedad que habían comenzado a devorársela—. ¿Acaso sabes lo que siente él?

Ella negó.

—Estás dejando arrastrarte por miedos irracionales de un posible vínculo para el cual se necesitan dos, y eres tú la que está decidiendo todo. ¿Lo que Ivar pueda llegar a sentir no cuenta? ¿Han cruzado siquiera palabra después de la noche de la boda?

—Lo sabes... —dedujo Tena.

—¡Claro que lo sé! Ivar es mi mejor amigo, entre nosotros no hay secretos. ¿Cómo piensas que se sintió cuando despertó y no estabas ni allí ni en la maldita isla? —el francés suspiró—. Sí, Ivar es un dolor en el culo, y a veces un egocéntrico con el humor de un dóberman... pero sabes que no es todo eso que demuestra. Y cuando te fuiste, en serio la pasó mal.

Un pinchazo de culpa se instaló en el pecho de Tena al imaginar al noruego tal cual su mejor amigo lo describió.

—No puedo recriminarte por priorizar primero tus sentimientos, Tenn, pero no te encierres en pensar que después de todo lo que sucedió este mes, eres la única que los siente.

Las palabras de Cillian sonaban tan simples, que parecía estúpido ahora que ella ni siquiera se hubiese detenido a pensar lo que podría estar sucediendo del otro lado.

El tema quedó zanjado cuando una bonita melodía comenzó a sonar y Cillian la invitó a bailar para distraerse y bajar la comida.

Salieron después a caminar y tomar aire fresco por la Rue Bucci, donde bebieron un café y degustaron una bandeja dulce que traía macarons*, éclairs*, y una porción de crème brûlée* para cada uno.

Toda la tensión que Tena hubiese podido llegar a sentir por temor a que su amistad con Cillian se viese modificada, desapareció por completo. Ambos volvieron al departamento del francés entre risas y charlas en el auto.

—Me gustaría que te pases por el estudio, te encantará ver dónde trabajo —comentó el moreno, ya en la entrada del edificio.

—Claro, me haré tiempo uno de estos días, lo prometo.

—Piensa lo que hablamos, ¿sí?

El corazón de Tena se apretujó.

—Debe odiarme a estas alturas... yo en su lugar no querría verme.

—No tienes idea, cielo.

Cillian negó con la cabeza, y se despidió de ella sin decir más. Cuando controló que Tena hubiese entrado a salvo, volvió al auto.

Si tan solo supiera todo lo que aquel muchacho noruego había hecho para darse el privilegio de, aunque sea, mirarla de reojo cada vez que coincidían:

Ella realmente no tenía idea...

*Macarons: tipo de galleta tradicional de la gastronomía francesa hecha de clara de huevo, harina de almendra, azúcar y azúcar glas.

*Éclairs: bollo fino hecho con pasta choux, a la que se da forma alargada y se hornea hasta que queda crujiente y hueco,  y que habitualmente se rellena.

*Crème brûlée: postre francés que consiste en una crema cuya superficie se ha espolvoreado de azúcar con el fin de quemarlo y obtener así una fina capa crujiente de caramelo.

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¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.

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