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11

Ivar había pasado una noche rara. Se había dormido tarde, y se había levantado bastante temprano. Tenía ojeras —cosa poco habitual en su bonito rostro nórdico—, y un mal humor considerablemente elevado. Sí, más de lo normal.

Había pedido el desayuno en la habitación y, tras ducharse y despejar la mente, dejó ingresar a Cillian cuando este tocó la puerta desde el otro lado.

—¿Novedades? —lo primero que hizo fue interesarse por el asunto Tena.

El mestizo negó, pinchando toda posibilidad de esperanza para ese día. Tomó su cazadora oscura y ambos salieron haca el lobby.

Tampoco iban a desperdiciar sus días en un nuevo país, encerrados en el hotel.

—¿Sobre qué prefieres aprender hoy? ¿Flora o fauna portuguesa?

A Ivar ciertamente no le apetecía aprender nada en ese momento, pero aceptó que el francés lo llevase al Oceanario, y luego al Jardín Botánico Tropical.

Por primera vez desde que se conocieron, hacía ya tres años, fue el rubio quien se dejó guiar sin tener idea alguna del itinerario organizado. Y eso no le resultó tan molesto ante otro punto interesante de su persona: altamente perfeccionista y metódica.

El Oceanario se ubicaba en el gran recinto del Parque de las Naciones, imponiéndose con su edificio central, y albergando dentro un enormísimo tanque con más de quinientas especies acuáticas. Iniciaron, tras un poco de espera, por una rampa que los condujo a los primeros habitáculos; según el mapa que les habían entregado al acceder, durante el recorrido irían alternando entre las zonas interiores y exteriores de los hábitats del Atlántico Norte, Antártida, Pacífico e Índico tropical.

El francés sonreía embelesado por las maravillosas especies y lo bien cuidadas que estaban: había traído su preciada cámara, y se dedicaba a captar a los animales que nadaban dentro de las enormes peceras y la felicidad de las personas mientras vivían aquella experiencia. Ivar, por su lado, miraba un pez, y luego su teléfono; alzaba la vista hacia una medusa, y volvía a su celular; contemplaba un pez globo inflado por culpa de un niño molestando, y de vuelta al móvil.

No sabía muy bien por qué estaba tan al pendiente. No era él quien tenía el contacto de Tena, ni sus redes sociales. Y si bien era sencillo pedirle esos datos a Cillian, en el fondo no lo haría porque su dignidad quedaría más pisoteada de lo que ya se encontraba, por más que fuese su mejor amigo a quien tuviese que solicitarle el favor.

Luego de dos horas de recorrido, y tras visitar los fantásticos corales dentro de la planta subacuática, decidieron que era hora de a recorrer un poco el casco histórico de la ciudad. El día estaba precioso: el cielo totalmente azul, y la temperatura fría pero muy agradable al rayo del sol. Cillian sonreía filmando para sus redes sociales todo lo que veía, e Ivar lo observaba contento mientras fumaba su primer cigarro del día.

A pesar de llevarse cinco años, el moreno siempre había pensado que su mejor amigo era el más adulto de los dos. No siempre el más maduro, pero sí quien mayormente centrado tenía el pensamiento. Cuando estaban juntos, Cillian podía ser él mismo, pero no estaba totalmente seguro de que Ivar siempre fuese Ivar cuando estaba con él. Aún le costaba deshacerse de esa dureza que lo caracterizaba, propia de la coraza que había armado gracias a la vida que había tenido antes del voluntariado.

El Jardín Botánico fue una maravilla. Ubicado en el conocido Monte Olivete, resultó una interesante atracción parte de la Universidad de Lisboa y el Museo Nacional de Historia Natural. Transitaron los senderos hacía muestras de fósiles de plantas y flores extinguidas, y el recorrido bordeando los lagos y los árboles centenarios de sus alrededores. Las joyas fueron el herbario y el mariposario, de dónde Cillian se inspiró para su próxima colección de fotos.

—Desde que llegamos a Zanzíbar, no has vuelto publicar tus fotos, Lian. —comentó el noruego, cuando hicieron una pausa para comprar un café al paso.

Ivar nunca usaba el apodo que tenía para su mejor amigo en frente de nadie, solo de él. Era tan reservado con sus cuestiones personales, que incluso hasta eso mantenía en privado.

—Creo que podría armar una ahora, tengo bastantes fotos de estos viajes. —Cillian no quería sacar a colación que en muchas de esas imágenes salía Tena. Pero Ivar ya lo sabía.

—Deberías... —le concedió el rubio.

Caminaron un poco por las lindas calles del paseo histórico del centro de Lisboa, y pidieron un café al paso. Bica, lo había llamado el joven que les entregó su pedido, el café más exquisito de Portugal.

En efecto, probarlo fue casi tocar el cielo con las manos.

—¿Alguna vez pensaste en regresar? —indagó Cillian, rato después. No hizo falta demasiado detalle para saber a qué se refería el francés.

—No se si quiero volver —Ivar sorbó de su bebida—. En realidad, sí me gustaría ir a casa. Pero la sola idea de poner un pie allí y que me lluevan las responsabilidades que mi familia desea heredarme.... no, no Cillian. Huí de eso, y si el precio que tengo que pagar para vivir en paz es desvincular los lazos con mi familia, pues que así sea.

El francés negó con la cabeza y río.

—Me pregunto que pensará Tena cuando se entere de que la está pretendiendo el hijo del dueño de la empresa petrolera más importante de Noruega.

Ivar rió con fuerza, y lo empujó.

—No me jodas, eso es lo de menos. —No, no era lo de menos la opinión de Tena. Pero no iba a cambiar mucho su vida antes de Noruega, con la vida que planeaba para después del voluntariado si se lo decía... cosa que le gustaría hacer. 

O le hubiese gustado, si ella no hubiese huido.

«Eso significa que a ella realmente no le intereso, ¿no?» Volvió a sentir la ansiedad de sus desvaríos en vigilia.

—¿Por qué no intentas llamar a tus padres? Hablarles, luego de tres años, quizás les sirva para entenderte y respetar tus deseos. —sugirió el moreno.

—¿Y a quien le van a dejar el negocio? ¿A mi hermana? Mi estúpido padre piensa que es una inútil, jamás le dejaría tanto poder en sus manos —negó—. Si tan solo supiera que Tyra es más inteligente y capaz que cualquier hombre que conozca, se tragaría sus malditas palabras.

Sonrió con melancolía... su hermanita; tres años sin hablar con ella. Cegado por la riña con sus padres, había metido en la misma bolsa a Tyra y la había abandonado a su suerte con solo diecisiete años.

Llegaron, tras tomar el transporte público, a la Catedral de Lisboa, donde quedaron maravillados ante el imponente estilo romántico de la fachada. Desde el exterior, la catedral se veía protegida por gruesos muros enmarcados con dos torreones, detalle que ante los ojos de Cillian —sin duda más sabido de artes que Ivar—, parecían aportarle un aspecto más propio de fortaleza medieval, que de un templo.

Tras preguntar si se les permitía el acceso, ingresaron al corazón de la basílica. En la planta central se toparon con un templo que, en medio de su austero carácter, contaba con algunos elementos decorativos, sarcófagos del siglo XIV y una llamativa capilla gótica del siglo XIV.

La variabilidad de estilos propios de las reconstrucciones a lo largo de los años, lograban una composición que resultó exquisita ante el lente de la cámara profesional del francés, quien retrató quizá los mejores lugares de aquel imponente templo. Ivar se mantenía atento a la belleza del predio; sin embargo, en su cabeza había quedado rondando el comentario de Cillian, y el recuerdo de su hermana.

Al salir, el mediodía ya caía sobre sus cabezas. El sol comenzaba a picar en su máximo punto sobre el cielo, y los estómagos de ambos resonaron en reclamo de algo más que un café al paso.

—¿Te apetece almorzar en un restaurante? —consultó el francés, haciendo caso al ruidaje de sus tripas.

El rubio lo miró, riéndose. A veces Cillian no podía ocultar lo refinado de su herencia francesa. Le gustaba la ropa a la moda, los accesorios costosos y las comidas en sitios donde debías dejar al menos algunos órganos del cuerpo para cubrir el costo del menú.

—¿Duele haberte caído de la cuna de oro, anciano? —Ivar vivía para gastar la paciencia de Cillian, con respecto a sus cinco años de diferencia.

Y a Cillian le molestaba efectivamente, porque la juventud era un tesoro del que no quería desprenderse aún. Por más cremas antiage que le costase el asunto.

—¿Y qué sugieres, cosplay barato de Thor?

El noruego se llevó una mano al pecho, como si eso lo hubiese ofendido.

—Te pasas eh, te pasas.

Le hizo señas, tras una carcajada, de que aguardase donde estaba; él entró a un almacén y preguntó a una mujer local donde se podía comer los mejores platos de Lisboa. La muchacha, sonriente, le mencionó un bar muy bonito y pintoresco, donde según ella, iban a probar el mejor cozido de la región. Y si bien Ivar no tenía idea en qué consistía aquella comida, asintió agradecido, intentando recordar su nombre mientras volvía hasta Cillian y buscaba en Internet cómo llegar hasta ese sitio.

Caminaron algunos minutos más, charlando de meras trivialidades, hasta que chocaron de frente con la maravillosa entrada de A Gôndola. Lo pintoresco de su construcción les plantó una sonrisa inmediata en los rostros de ambos, que solicitaron una mesa apenas ingresaron. El aroma que flotaba en el aire era exquisito, y la música presente fluía acompañando las charlas de los comensales presentes sin interrumpirlas. Apenas los ubicaron en su mesa, fueron atendidos. Con los menús en mano, Ivar recordó pedir el cozido, y le solicitó al mesero si podían ordenar también un conjunto de distintos platos característicos.

Mientras esperaban, Cillian aprovechó para enseñarle a su mejor amigo las fotografías que había estado tomando. Ivar, asombrado por el talento del francés, se detuvo a mirarlas una por una.

—¿Y tú? —preguntó una vez que terminó—. ¿Volverás a Francia?

Cillian dejó el pedacito de pan que estaba masticando, y lo miró de reojo. Meditó por unos segundos su respuesta y se encogió de hombros.

—Quizás si... quizás no. ¿Quien sabe? A diferencia de ti, yo no tengo nada en Francia. Mis bienes, la casa de mis abuelos... todo fue reducido a unas ventas inteligentes que quedarán de herencia en mi cuenta bancaria. Creo que me gustaría seguir viajando y fotografiando. No quiero quedarme atado a un solo lugar, y dinero no me falta para lograrlo.

Ivar se carcajeó: fanfarrón e humilde en partes iguales.

Les trajeron la comida un par de minutos luego de su plática. La mesa se llenó de platos coloridos y humeantes, y de olores que los hicieron salivar apenas tocaron sus narices. El mesero los fue acomodando uno a uno mientras nombraba:

Bacalhau, caldeirada, feijoada, carne de porço à alentejana, arroz de mariscos, cozido, patatas con chouriço...*

A ambos les encantaban los productos de mar, por lo que se dieron un festín. Los sabores, los marinados, las distintas texturas y lo increíblemente delicioso de las combinaciones en sus paladares los llevaron a dejar cada plato que habían pedido total y completamente vacíos.

—Podría morir después de esto, y lo haría feliz. —murmuró Cillian con un ronroneo.

—Teniendo en cuenta que acabamos de salir del oceanario donde le tomaste fotos a los animalitos que ahora tienes en el estómago, no es muy ético ni activista de tu parte, Lian. —se burló el rubio.

Cillian no era activista, Ivar menos.

—Es culpa del capitalismo y el consumismo. —dramatizó el francés, sin contener la carcajada que le brotó después. Patrañas. Ambos eran de muy bien comer.

Luego de tomar un poco de vino y bajar la comida, el mesero volvió y les ofreció postre.

—Sorpréndenos. —ambos pidieron.

El hombre volvió al rato, cargando tres platos y dos copas pequeñas.

Pastel de nata, pastel de Santa Clara y pastel de alentejo*. Y, cortesía de la casa, dos cócteles de ron con limón.

Agradecidos, se dedicaron a probar los postes y... ¡santos fundadores de esta maravillosa ciudad! Ambos se miraron como si hubiesen dado un mordisco a la nalga de un ángel.

Ivar no era creyente, pero consideró que era algo similar a esa experiencia. Aquellos postres se quedaban cortos a las descripciones conocidas por sus amplios vocabularios.

Los devoraron incluso con más ganas que el almuerzo. El ron maridaba perfecto con la dulzura de sus ingredientes, acalorándoles la garganta y las mejillas.

Se quedaron haciendo un poco de sobremesa, mirando el espectáculo de cantantes en vivo que habían llegado hace varios minutos atrás.

Cuando dieron por finalizado su almuerzo, salieron y caminaron un rato por los parques aledaños para bajar la comida. Cillian tenía rondando en su mente una pregunta para hacerle a su mejor amigo, que no sabía exactamente muy bien como formularla.

La había tenido desde la misma mañana en la que se habían dado cuenta de que Tena no estaba en Santorini, pero simplemente no había dicho nada ante la euforia del rubio por dar con ella.

—Voy a sugerirte algo, y espero que no lo tomes a mal...

Ivar  miró al moreno de reojo.

—Escúpelo.

—¿Por qué no te dedicas este receso para ti? Entiendo que Tena te guste, pero... si ella tomó distancia fue por algo. Esté relacionado a ti o no. Acabamos de terminar nuestro voluntariado, no tenemos nada para hacer... es romántico que quieras buscarla y conocerla más a profundidad, pero se te están escurriendo los días en querer encontrarla, en vez de apreciar los hermosos lugares que estamos conociendo. —propuso Cillian, guardándose las manos en su gabardina marrón.

—Los estoy disfrutando —el rubio hizo hincapié en el tiempo presente.

—Sabes a lo que me refiero.

Sí, Ivar no era tonto. Claro que tenía noción respecto a lo que su mejor amigo decía. No era tanto el tema relacionado a encontrar a Tena, sino a disfrutar por su cuenta y dejar que las cosas simplemente sucedieran. Y que si ella quería verlo, iba a buscar la forma de contactarlo porque tenía los medios para hacerlo. Y si no... pues entonces no había demasiado más por hacer en torno a ese vínculo que apenas y había logrado ser algo.

El silencio se escurrió entre ambos, generando un ambiente reflexivo.

Ninguno volvió a mencionar el tema; Cillian creyó que el rubio no tenía más interés en hablar de ello. Pero lo cierto, es que aquella propuesta simplemente lo había dejado pensando bastante. Entre la huida de Tena, la mención de su vida en Noruega, el echar de menos a su hermana, y ahora esto... Ivar no sabía exactamente bien por dónde comenzar a resolver sus problemas.

Decidieron pasarse para que el francés pudiese fotografiar la Torre de Belem, e ingresaron a una gran librería para perderse un rato, cada uno entre los estantes de sus géneros preferidos. Para finalizar la jornada, se dirigieron hasta uno de los mercadillos locales, y salieron con algunos alimentos para preparar emparedado en el hotel —cosa en la que Cillian tuvo que ceder, pese a sus quejas por no ir a cenar a algún lugar—.

"Vive un poco la experiencia de ser un ser humano promedio", lo había reprendido el noruego. ¿Cómo Cillian había sobrevivido a tres años en Zanzíbar? Aún era todo un misterio para él.

Volvieron al hotel casi cayendo el sol. No tenían muchos más planes ese día, así que apenas llegaron, el moreno decidió prender su laptop y comenzar a armar su nueva colección. Con suerte, estaría lista en dos o tres días, y podría publicarla y enviar su portafolio a algunas galerías y empresas. Hace bastante no tenía un empleo permanente... pero entendía que con su profesión, los empleos rotativos eran más comunes que un contrato a largo plazo.

Mientras Cillian trabajaba, Ivar se recostó en su cama y comenzó a leer el libro que había adquirido horas antes. Luego de comer, el francés volvería a su habitación para descansar. A pesar de que en el voluntariado cada uno tenía su lugar, se habían acostumbrado a pasar tiempo juntos... aunque fuese a veces simplemente trabajar o perder el tiempo con el móvil. Ninguno se lo había dicho de momento al otro, pero aún no sabían muy bien como iban a sobrellevar su día a día volviéndose a acostumbrar a la idea de no coexistir casi las veinticuatro horas.

Eran una gran dupla.

Enfocado en su trabajo, Cillian dio un bote en su asiento ante la notificación de un nuevo mensaje de texto. Al tomar el móvil, hizo su mayor esfuerzo para no alertar a Ivar. 

"Sé que sabes que estoy en Portugal. Tenemos que hablar".

Corto y escueto, el mensaje de Tena Frisk logró sobresaltarlo definitivamente...

Bacalhau: pescado, bacalao.

Caldeirada: cocido tradicional de la cocina portuguesa y gallega elaborado con diferentes pescados cocidos juntos en un caldero.

Feijoada: plato típico portugués cuyos ingredientes básicos son los frijoles y la carne de cerdo en salazón. Se suele presentar acompañadode arroz y naranjas.

Carne de porco à alentejana: se trata de una combinación de cerdo y almejas, con patata y cilantro.

Arroz de mariscos: paella.

Cozido: cocido tradicional de la cocina portuguesa, compuesto de diferentes vegetales y legumbres cocidos junto con algunas carnes; principalmente de ternera y cerdo.

Patatas con chouriço: cocido tradicional a base de patatas con chorizo.

Pastel de nata: tartaletas de crema.

Pastel de Santa Clara: dulce pastelero hecho con hojaldre, que se rellena con crema pastelera o natillas y se espolvorea con azúcar glas por encima.

Pastel de alentejo: capas de bizcocho mezcladas con galletas, nata y yema confitada recubierto de galleta rallada.

¡Gracias siempre a todos por leerme! Si esta historia les gusta, pueden dejar una estrellita o un comentario para demostrar su apoyo <3. Recuerden que pueden encontrar dos obras más en i perfil: una novela juvenil completa, y un blog para escritores.

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset.

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