10
A Ivar los ojos lo seguían por las calles.
Y es que el muy condenado era atractivo, y ni siquiera se ocupaba en esconderlo.
Su fibra levemente egocéntrica era alimentada todos los días por miradas, papelitos con números de celular, guiños de ojos y algún que otro silbido indecoroso que lo hacía sentir acalorado.
Ivar Larsen vivía por el aplauso, aunque no lo pareciera bajo toda esa fachada de dóberman rabioso que, decía Cillian, le restaba puntos por atemorizar.
Por eso, quizás, se llevó una sorpresa aquella tarde donde salvó a Tena Frisk de ser timada por un papasi. Lo que menos esperó luego de eso, fue que esa joven rubia de la que no supo su nombre sino hasta el día siguiente, tuviese la reacción opuesta a la que todas las mujeres mostraban con él.
Claro que, su confusión fue aún más grande al verla hacer tan buenas migas con su mejor amigo. ¡Su mejor amigo! Y que todas las miradas dulces, las conversaciones amenas y entretenidas, y las invitaciones a paseos fuesen para él.
Incluso el follow de Instagram.
Y eso fue lo que le gustó.
Al menos hasta que descubrió que Tena iba más allá de una chica torpe, de carácter fuerte, bastante ingrata y tozuda.
No fue que dejó de gustarle. Pero le gustó más. Y eso resultó un problema, porque no fueron solo las cosas a primera vista lo que lo dejaron fascinado, sino los detalles en los que antes, con otras mujeres, no había tenido interés en reparar.
Imaginar, entonces, que aquella mañana del primero de enero despertaría entre sábanas mezcladas del aroma de aquella hermosa americana y el suyo, fue satisfactorio.
Al menos hasta que se dió cuenta de que en la cama, era lo único de Tena que quedaba:
Su perfume.
Entre el desconcierto y la poca capacidad matutina de hilar pensamientos lógicos, se levantó aún desnudo y recorrió toda la habitación sin éxito.
Tena Frisk no estaba.
Tras ponerse un pantalón de chándal y una camiseta, abrió la puerta de su habitación y cruzó el pasillo hasta tocar la del cuarto que le pertenecía a ella. Pero de allí solo salió un muchacho del servicio de limpieza.
—¿Dónde está la mujer que estaba quedándose aquí? —le preguntó aún con la voz enronquecida.
—Disculpe, caballero, no sé a quién se refiere. Cuando me enviaron a este cuarto, ya habían marcado el check-out hace más de media hora.
Ivar se giró sobre sus pies y volvió hacia la habitación, sin intentar mostrar cortesía ante el pobre joven que se quedó confundido con el rociador en la mano, en medio del pasillo.
Tras cerrar la puerta, se apoyó en ella y suspiró, pasándose las manos por el rostro varias veces, intentando alejar la frustración que aquella situación comenzaba a generarle.
¡Lo habían abandonado luego de tener sexo!
¿Quién hacía algo así?
«Alguien que tiene miedo», se contestó inmediatamente.
Sin impedir el carrete de sus pensamientos, tomó nuevamente su móvil y volvió a salir de la habitación. Cuatro pasos y cinco toques eufóricos después, la puerta de Cillian se abrió lentamente, dejando ver al moreno en un estado delator de recién despegado de las sábanas. Miró, aún refregándose el ojo, a su mejor amigo y lo dejó pasar.
—¿Por qué aporreas mi puerta a las ocho de la mañana? —inquirió el francés.
—Son las dos de la tarde —le enseñó la hora en la pantalla del celular—. ¿Qué pasó con Tena?
Los ojos de Cillian parecieron perder todo rastro de somnolencia al sentir el nombre de la rubia, cosa que alertó a Ivar. Cuando esquivó su mirada, incapaz de ocultar sus emociones, el noruego se cruzó de brazos.
—Cillian.
—Lo siento. En serio no esperaba que hiciese eso. Estábamos muy pasados de copas, y ella bailaba demasiado cerca de mi. Perdí los estribos cuando me besó, pero te juro que...
Los ojos verde oliva del blondo se abrieron de par en par cuando escuchó aquello. Se abalanzó en un pestañeo y tuvo el impulso de tomar a Cillian de la camiseta que llevaba puesta. Sin embargo, apenas hizo una leve presión en la tela, aflojó su agarre y suspiró, alejándose de su mejor amigo que había quedado estupefacto ante la agilidad de su reacción.
—Te espero en diez minutos en el restaurante. Aséate.
Cuando Ivar desapareció echando humo de su cuarto, Cillian tuvo que tomarse un momento para procesar todo lo que había ocurrido en los siete minutos que llevaba despierto. Sacudió su cabeza y, sin pensarlo demasiado, salió de su cuarto rumbo al de Tena.
Al recibir también la noticia de la ausencia de su amiga por parte del pobre chico del servicio a la habitación, se apresuró a volver a su cuarto para bañarse en tiempo récord, vestirse y salir disparado hacia el restaurante. Al divisar a Ivar desayunando generosos platillos, se sirvió también algo que le ayudase a bajar el mareo y el hambre que tenía.
Cillian y el alcohol tenían una relación de amor-odio: no podía beber más de tres copas sin garantizar una resaca al día siguiente. Pero era como un ratón en experimentación: se electrocutaría tantas veces con la carnada hasta que el shock fuese suficientemente fuerte para hacerle entender que queso era equivalente a dolor.
Al sentarse con su comida, el noruego le tendió una aspirina. Era ciertamente cómica su amistad: a los ojos de todos Cillian era la persona más madura; pero en realidad...
Ivar tenía todos los viajes organizados.
Ivar armaba los itinerarios.
Ivar planificaba las clases durante el voluntariado.
Ivar elegía mantenerse sobrio para poder conducir.
Ivar tenía siempre una aspirina para la resaca.
—Gracias —murmuró después de beber, aún con la voz pastosa—. Ivar, Tena no está.
—Ya lo sé. ¿Quieres contarme qué pasó ayer, por favor?
—¿Ibas a golpearme? —quiso salir de dudas el mestizo.
—Si. Pero no estaba siendo racional... Tena y yo nos acostamos luego de la boda.
Cillian se ahogó con el café, manchándose la ropa. Fue tan fuerte la reacción de su parte, que la silla donde estaba sentado se impulsó hacia atrás, cayendo junto con él.
—¡Carajo!
Ivar se carcajeó mientras se ponía de pie para ayudar a su mejor amigo. Una vez que controló que el moreno no se hubiese abierto el cráneo, le tendió unas servilletas y le trajo un nuevo café.
Era un maldito, sí. Pero también atento.
—Supongo que por eso quisiste golpearme —dejó escapar Cillian, una vez hubo recobrado la compostura—, ahora todo tiene sentido.
—Aún así, no lo hubiese hecho: no sin escuchar tu versión. Tampoco puedo hacer demasiado, ella y yo no somos nada —se encogió de hombros, ocultando la pequeña desilusión que eso le generaba a su brioso corazón—. Es solo que hoy me desperté y no la encontré en la cama, y sumado al asunto de que ustedes se han besado ayer... Cillian, Tena huyó.
Ambos se quedaron mirando sus tazas de café por algunos minutos, en total silencio. Sus mentes iban a la velocidad de la luz, entre vaivenes de pensamientos alrededor de la situación particular en la que se encontraban involucrados.
Rato después, casi al unísono, ambos levantaron la vista.
—¿Te gusta Tena? —llegaron al mismo punto clave. Tanto así, que se sorprendieron ante la relación de sus cavilaciones.
—Si.
—No.
▪︎ ▪︎ ▪︎
El aeropuerto de Atenas los recibió dos horas después de terminar sus desayunos en el hotel de Fira. Habían manifestado que ninguno estaba dispuesto a dejar que su vínculo con la rubia norteamericana quedase en la nada, simplemente porque ella tuviese miedo.
A esa conclusión habían llegado durante el vuelo de cuarenta y cinco minutos que habían tomado en tiempo récord, de vuelta a la capital griega: Tena tenía miedo.
¿Pero... a qué?
Eso era exactamente lo que planeaban averiguar una vez que la encontrasen. El problema principal era justamente ese... ¿a dónde rayos estaba? Cillian le había marcado varias veces pero el número le daba fuera de servicio. La presunción más clara de Ivar fue que estaba en un avión; y si había logrado dar con ella en dos países, podría con un tercero.
La primera posta: el hotel donde se había estado alojando en Atenas.
—Buen día, me gustaría saber si la señorita Frisk se encuentra aún en su habitación. De ser así, ¿podría avisarle que Cillian Moreau la espera en el lobby?
Ivar observaba atentamente la situación con el carácter propio de un niño rozando una rabieta. Había aceptado la realidad por lo que era: Cillian era mucho más unido a Tena que él. Pero mermaba su sentimientos el saber que no sólo se había buscado esa situación de tira y afloja con la rubia, sino que además la disfrutaba. Sin embargo, el hecho de que hubiesen acordado que el mestizo sería quien preguntaría por ella en el hotel, ya que había sido con él con quién había entrado y salido todas las veces desde que se había hospedado allí, no pudo evitar generarle cierta disconformidad.
Ivar no le quería decir celos.
Pero Cillian notaba desde el escritorio de la recepción la molestia del rubio. Y eso le divertía, más aún teniendo presente la conversación que habían mantenido en la mañana, en la que habían aclarado las intenciones de cada uno con la rubia. Ivar no era un sujeto celoso, pero ciertamente le asustaba la idea de perder la atención de Tena.
Porque, y rememorando la frase que su romántico amigo noruego le había dicho antes de partir hacia el aeropuerto de Santorini: desde que la vió en Zanzíbar, nunca pasó por su mente la posibilidad de que aquella mujer no se fuese de esa isla sin la más mínima certeza de hacerle entender que quería que le agitara un poquito la vida.
E Ivar no era de las personas que todo el tiempo permitiese que alguien le agitara la vida.
Así que Tena, por decirlo de alguna forma, tenía el cielo ganado y al rubio en un puño.
«¿Ivar en serio me había preguntado si me gustaba Tena? ¿Acaso el imbécil que tengo por mejor amigo no se ha dado cuenta de que todo lo que vengo haciendo desde Zanzíbar es intentar jugar a ser Cupido de dos tercos con carácter insufrible?» Bufó, llegando a una conclusión lógica.
—Lo lamento, pero la señorita Frisk realizó el check-out hace una hora aproximadamente.
Cillian volvió a conectar su atención al recepcionista, alejando sus pensamientos de Ivar y Tena. Maldijo para sus adentros, agradeciéndole al hombre que lo estaba atendiendo, y comenzó a caminar fuera del hotel, negando frente al noruego, que suspiró con derrota.
Aproximadamente diez metros recorrieron, cuando una mano tocó su hombro. Al girarse, el mestizo notó a una chica de cabellos muy rubios, mirándoles con una sonrisa a ambos. La saliva se le atascó, provocándole un ataque de tos antes de siquiera poder lograr preguntarle que necesitaba.
Esa muchacha era la chica más hermosa que había visto en los veintinueve años que llevaba pisando aquella tierra.
—¿Tú preguntaste por Tena? —Las marcadas consonantes en su pronunciación delató el acento propio del norte europeo.
Alertado por la posibilidad de que esta muchacha conociese realmente a la mujer que quizás le había dado la mejor noche de su vida, Ivar se adelantó a la respuesta de Cillian.
—Sí. Por favor, dime, ¿sabes a dónde fue? —la ansiedad en la voz del rubio era tan palpable, que nadie se hubiese atrevido a no ayudarle.
—Portugal, Ivar. Tena tomó un avión rumbo a Portugal.
A Ivar lo que menos se le pasó por la cabeza fue intentar reparar en la razón por la cual esa joven sabía su nombre. Tenía su respuesta, y eso fue todo lo que necesitó para tomar su valija y salir disparado en busca del taxi más cercano.
Por su parte, el mestizo aún seguía de pie frente a ella.
—Tú debes ser Cillian, ¿verdad?
Él asintió, embobado.
La chica extendió el brazo, apuntando a su celular. Comprendiendo, atinó a desbloquearlo y se lo dio.
—Mira... estaré en Nueva York en septiembre —tecleó ágilmente sobre el aparato—. Si todo esto sale bien, invítame a un café cuando estés por ahí.
Le devolvió su teléfono y, tras dejar un beso en su mejilla, se alejó sonriendo.
Cillian, anonadado, respondió ante el llamado de Ivar —quien ya estaba sobre el taxi que había conseguido— y se subió.
Cuando por fin estuvo tranquilo sentado, rumbo al aeropuerto para seguir la búsqueda, bajó la vista al nombre recientemente añadido a su lista de contactos, y leyó:
Astrid.
▪︎ ▪︎ ▪︎
El Aeropuerto de Lisboa los recibió casi cinco horas más tarde. Los nervios de Ivar eran considerablemente grandes, teniendo en cuenta que no sabía siquiera si Tena estaba en la capital.
Bebieron un café en uno de los bares del aeropuerto, e Ivar se dedicó a buscar algún alojamiento para que pudieran quedarse.
—¿Qué haremos si no está en Lisboa? —preguntó el rubio.
—Si no está aquí, en seis días lo estará. Tena tiene armado un itinerario de una semana exacta en cada país que elija visitar, y es tan minuciosa que no va a cambiarlo. Quizás por eso se fue hoy en la madrugada; quizás no quiere perder su tiempo —Cillian lo miró—... ni siquiera por una noche de sexo.
El noruego lo pateó por debajo de la mesita y se puso de pie para tirar su café e irse de allí, dejando atrás al mestizo, que tuvo que apurarse. Conocía a Ivar: el muy cabrón era capaz de dejarlo.
Llegaron a un gran hotel en el distrito de Baixa, donde se registraron y subieron cada uno sus cosas a su habitación.
La de Ivar tenía vistas a un bonito parque, cuyo nombre no lograba leer desde donde se encontraba. Aprovechó para recostarse sobre el ventanal y encender un cigarro para frenar un poco y pensar; las palabras de Cillian lo habían disgustado.
«¿Eso era lo que yo podría ser para Tena? ¿Solo una noche de sexo?» Se planteó, dando una calada. «¿Acaso no ve todo lo que soy capaz de ofrecer?»
Las cosas en su mente eran complejas. Partiendo del punto en el que le parecía ciertamente abrumadora la inmensa cantidad de sentimientos confusos que lo alteraban y le robaban el juicio respecto a ella; pasando luego por todos los encuentros furtivos que habían tenido desde que se conocieron, y desembocando en el desconcertante acontecimiento en el que lo habían usado como objeto sexual y lo habían dejado tirado a la mañana siguiente.
La rubiecita tenía ovarios.
Y es que nunca una mujer lo había abandonado luego de tener sexo. Él ciertamente no eran de esos imbéciles que se iban, al menos no si su acompañante no lo solicitaba; pero tampoco era de una actividad sexual constante y menos tenía una lista larga de mujeres con las que había dormido... punto que resaltaba bastante teniendo en cuenta los estereotipos que rondaban en torno a su personalidad.
Le gustaba lo que Tena había comenzado a despertar en él. Ciertamente no era ingenuo como para pensar en amor a primera vista, porque era consciente de que no sentía eso por ella, pero si le gustaba lo suficiente como para saber que era mucho más que un capricho.
Suspiró, apagando la pobre colilla del cigarro ya consumido.
«Qué hábito maldito», se reprendió, «va a terminar por matarme».
Tras soltar una risa irónica, bajó la cabeza y negó.
Había volado de Zanzíbar, a Turquía; de Grecia a Portugal, joder, persiguiendo una corazonada como si fuese esos hombres románticos salidos de algún libro escrito por una mujer soñadora.
No... a ese paso, a Ivar lo iba a matar otra cosa.
Una que llevaba nombre, apellido, y un insufrible y tintineante acento americano.
¡Gracias a todos por leerme! Si les gusta esta historia, les recuerdo que pueden dejar una bonita estrellita o un comentario, eso me llena de gratitud <3
También les recuerdo que encuentran más obras de mi autoría en mi perfil: un blog de consejos y una novela juvenil completa.
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset.
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