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En la ventana del doceavo piso de un edificio empresarial, en la caótica y gigantesca ciudad de Nueva York, la cabeza de Tena Frisk se asomó unos escasos milímetros.
Era apenas el inicio del invierno, y lo único que ella deseaba a esas alturas era que le anunciaran desde la dirección que por fin era libre de salir de vacaciones. Las venía planeando desde hace tres años. Había sacrificado horas de ocio y ahorrado cada maldito centavo desde entonces para poder darse el lujo de un descanso XXL.
«Total», se dijo a sí misma, «vivir a base de comida china y cigarros no ha estado tan mal después de todo».
—¿Otra vez fumando a escondidas? —De su introspección la sacó Grace: su colega y única amiga del trabajo.
—No estoy fumando. Ya lo dejé. —murmuró con mirada esquiva.
—Si, por supuesto.
Grace la miró torcido; por la espalda de su rubia compañera se asomaba un hilito de humo delator que se escapaba por la rendija de la ventana.
—¿Y tú qué? ¿Hoy tienes otra cita? —le retrucó Tena.
—Claro que no. —Sutilmente bloqueó su celular; en la pantalla, el rubio de Tinder esperaba la ubicación del bar donde hoy tenían planeado verse.
Ambas soltaron una carcajada. Tena apagó la colilla del cigarro y Grace dejó en visto a su —ex— cita; luego, las dos colegas caminaron sin mucho entusiasmo hacia la sala que aguardaba al personal de trabajo de su empresa.
«¡Publicidad!» Se quejó. «De todas las posibles carreras en el mundo, elegí publicidad. ¡Publicidad a dos semanas de Navidad! ¡En Nueva York!»
La reunión resultó agotadora. Mucho trabajo, poco tiempo y demasiada exigencia. Tena llevaba solamente dos años trabajando en BLTI, desde que había sido despedida de su anterior empleo por recorte de personal. Reconocía que su salario era bueno, pero aún la trataban como asistente. Ella sabía que tenía que pagar derecho de piso, pero aquellos despiadados publicistas sin corazón estaban abusando de su paciencia.
Caminó por el hall donde se encontraba su escritorio —que, en realidad, era un cubículo de un metro por un metro pegado a otros tantos—, y pasó derecho a la oficina de la dirección. Se armó de una buena coraza de valor, y tocó. Dio un paso al frente tras oír el adelante, y cerró la puerta tras de sí.
—Quería charlar con usted —tanteó sus palabras una vez se sentó frente a Jazmine, la jefa—. Me gustaría tomarme un pequeño receso, estas vacaciones de...
—No.
Tena parpadeó, perpleja.
—Ni siquiera me ha dejado... —balbuceó.
—No, Tina.
—Es Tena.
Jazmine la miró por sobre sus finos lentes para leer de cerca.
—No puedes pedir vacaciones casi sobre Navidad. Hay mucho por hacer, y poco tiempo. —Volvió sus ojos a la revista que tenía entre sus manos.
Tena respiró hondo, sabiendo lo que ello implicaba.
—Pero no soy tan imprescindible, aún tengo algunas funciones de asistente. Además, hace dos años que estoy aquí y aún no he pedido mis vacaciones...
Jazmine se rió. ¡Se le río! ¿Cómo se atrevía? Era Tena quién le salvaba el pellejo cuando ella tenía sus salidas inesperadas, sus problemas familiares, sus... ¡cosas!
—Lo siento, Tina, no va a ser posible. El año próximo, quizás. —zanjó y, sin dejar hablar a su empleada, giró su silla dándole la espalda.
La catarata de palabras —no precisamente de elogio— que Tena tenía en la punta de la lengua, tuvo que volver a tragársela. Se puso de pie y, sin decir ni un pequeño adiós, regresó a su puesto de trabajo.
Otra vez quiso volver a fumar.
Luego de un par de horas de no despegar la vista del ordenador, ya con los ojos casi cuadrados, llegó la hora de ponerse de pie para el momento del almuerzo. Se unió a Grace en la cafetería y, mientras ella le contaba a su colega y amiga de rizos oscuros su travesía con la víbora de su jefa, su celular comenzó a sonar. Puso los ojos en blanco. En la pantalla se leía con claridad: mamá. Grace inmediatamente tomó esa palabra como señal para sonreírle tenuemente a Tena y desaparecer de aquel momento incómodo intrafamiliar que no deseaba volver a presenciar.
Complicada era sin duda un buen adjetivo para describir la relación entre ella y su madre. En realidad, pensó, ese calificativo aplicaba bastante bien también para otros —muchos— aspectos de su vida. Pero ese, no tenía duda, era el que más asperezas tenía por limar.
Era hija única, toda la atención de sus padres había recaído sobre ella desde el momento en el que fue concebida. Y si ya era trágico no tener a nadie con quien compartir a sus progenitores para no llevar aquella carga tan pesada, peor era el hecho de ser hija única de padres actualmente divorciados. Con su padre no tenía muchos problemas, porque él siempre había sido un sujeto muy apático: su vida era la misma rutina desde hace cincuenta y cuatro años, y nunca se había salido de ella. Ni siquiera cuando su mujer le pidió el divorcio. Así que, desde ese suceso, su relación insípida padre-hija se había meramente basado en saludos para cumpleaños y festividades importantes. Tena no insistía mucho en esa relación, la realidad era que su padre poco y nada tenía interés en ser padre, y ella no iba a gastar de su tiempo y energía en sostener una relación insostenible.
El problema radicaba en la mujer que la había parido: juiciosa, controladora, sobre-protectora y sumamente inconforme con toda acción realizada que no fuese aprobada por ella con antelación. A veces ella solía creer que sus padres no se habían casado por amor. Simplemente Eleanor había amarrado a Albert con un anillo, y como a él ciertamente todo le daba igual, aceptó sin mucha objeción. No encontraba otra explicación ante el recurrente pensamiento de cómo su padre se había casado con alguien como su madre, y viceversa.
—¡Siete tonos, Tena! ¿Qué tanto haces que no me respondes?
—Trabajo, mamá. No me paso el día tomando té y haciendo sociales, como otros. —graznó. Afecto había, un poco; paciencia no.
—No veo que tan vital puede ser servir cappuccinos, que te impida contestar el móvil.
Tena comenzaba a arrepentirse de haber respondido la llamada. Contó diez segundos y respiró hondo antes de volver su atención a Eleanor.
—¿Cómo estás, 'ma?
—Te llamaba para saber si pasarás Navidad aquí. Hace más de seis meses que no vienes, Tena; si no te pagan lo suficiente para comprar un pasaje de avión, puedes decirme y te envío uno.
Le hirvió la sangre. Sí le pagaban, más que suficiente. El problema es que ella no quería ir a su ciudad. No quería volver a todo el caos del que había huido despavorida hace poco más de tres años y medio. Y ella no necesitaba el dinero de su madre, ni su soberbia al creerse Elon Musk por tener un poco más de billetes que el resto de la población promedio.
—Te confirmo luego.
—No te demores, tendremos invitados a cenar, hay alguien a quien debes conocer...
Sus alarmas sonaron instantáneamente. Desde que se había mudado a Nueva York, la única meta que había perseguido Eleanor era buscarle un marido para que se la llevase de vuelta a su ciudad, y por consiguiente, a merced de sus órdenes. Invitados era un sustantivo disfrazado para avisarle que tenía un nuevo pretendiente con mucho dinero para presentarle como esposo y volverla lo que ella se había negado a ser: una ama de casa.
Y no es que tuviese algo en contra de eso, simplemente no era su estilo de vida. Le gustaba su trabajo, y le gustaba sentirse independiente. No un pedazo de carne maquillado para que su madre la arrojase al primer baboso que ofreciera una sonrisa y un par de dólares por poner un anillo en su anular.
—Mamá, te escucho mal... —hizo ruido de interferencia, haciendo que algunos de sus compañeros de trabajo voltearan a verla con una mueca.
—Pues yo te oigo perfectamente.
—M... Mamá.... — colgó.
Suspiró sabiendo que Eleanor volvería a llamar, insistentemente; mas se convenció de que la Tena del futuro se preocuparía de ello.
—Eres patética —rió Grace, reapareciendo con dos postres en sus manos—. ¿Andaba de casamentera?
La rubia asintió. Su amiga conocía perfectamente la situación familiar y se reía de ella siempre que se veía en medio de esas charlas. Grace no conocía a los padres de Tena, pero con todo lo que sabía tampoco le quedaban muchas ganas de hacerlo. Luego de contarle los acontecimientos de la última hora, Tena suspiró hundiéndose en el sofá de la cafetería; aún quedaban siete minutos para volver al trabajo.
—¿Vas a ir?
—Por supuesto que no, Grace. No soy tan estúpida como para meterme voluntariamente en la boca del lobo. Voy a quedarme aquí, y beberé mis desgracias en alcohol mientras escucho Madonna a todo volumen. El veintiséis volveré al trabajo como si mi vida fuese maravillosa, y a nadie le importará porque soy asistente y solo sirvo cappuccinos.
El optimismo no era una cualidad propia de Tena.
Ambas arrojaron los residuos de su almuerzo al cesto más cercano y, zanjando el tema, volvieron a sus respectivos puestos de trabajo.
Aquella jornada laboral había sido interminable; entre la visita a su jefa, las planificaciones para las fiestas y el llamado inesperado de su madre, estaba hastiada. La poca paciencia que su sistema albergaba se había vaciado por completo. Apenas dieron las seis de la tarde, Tena se apresuró para tomar todas sus cosas y bajar hacia la primera planta de BLTI. Allí encontró a su colega charlando con la recepcionista, cuyo nombre no se ocupó en recordar. No era tan sociable como Grace, y su sonrisa de seguro no era tan cálida y amigable como la de ella.
A punto de pedirle a la pelinegra que apure la charla puesto que perderían el metro —ambas lo tomaban juntas, bajándose en paradas distintas—, se vio obligada a volver a cerrar la boca ante la apertura de las puertas del ascensor y el resonar de tacones a través del hall de entrada.
Su jefa, Jazmine, caminaba con una sonrisa de oreja a oreja muy impropia y poco habitual en ella, rumbo a la salida. Pasó por al lado de sus empleadas y les sonrió, lanzándole un sonoro beso a las tres.
—¿Por qué está tan feliz? —le consultó Grace a la recepcionista, aún con los ojos puestos en la puerta de acceso.
—¿No te enteraste? Ella se tomará un mes completo. Su departamento está que arde, ya que todos recibieron solo lo acordado para las vacaciones de invierno.
Tena adquirió un leve tic en el ojo derecho cuando oyó aquello. Grace, percibiendo lo que se avecinaba, giró lentamente.
—Tenny...
¡¿Un mes de vacaciones?! ¡Un mes! ¡¿Y había tenido el descaro de negarle a ella dos míseras semanas que, encima, le correspondían?!
«No... Eso sí que no».
Tena volvió sus ojos hacia su amiga, quien la miró con precaución. Sonrió con suavidad, y se encaminó lentamente hacia el ascensor por donde había bajado su jefa hace menos de cinco minutos.
Grace, por su parte, se quedó aguardando intentando no perder la calma ante la pacífica reacción de su amiga. Pero, tras quince minutos de espera, comenzó a preocuparse. Y, si no hubiese sido porque la rubia volvió a aparecer por aquellas puertas metalizadas rato después, habría pensado en llamar directamente al novecientos once. Tena se deslizó por lo ancho del salón de entrada con una calma admirable, la tomó del brazo cuando pasó por su lado y ambas se encaminaron rumbo al exterior en puro silencio.
—¿Qué hiciste? —interrogó ella una vez que estuvieron dentro del metro, sin saber del todo si quería escuchar su respuesta.
Entre sus manos, Tena tecleó ágilmente su teléfono: "necesito que adelantes mi sesión. En dos horas estaré allí".
—Oh —la rubia se acomodó en el asiento, bloqueando el móvil—. Ya verás, Grace. Ya verás...
Y en efecto, al día siguiente en BLTI, todos lo vieron. Incluso Jazmine, quien puso el grito en el cielo al colocar un pie en su oficina y contemplar, con la mandíbula por el piso, como toda ella había sido dada vuelta por completo.
En el escritorio lleno de papeles desperdigados y arrugados, un cartelito pulcramente colocado y escrito con plumón fluorescente, rezó:
"Me fui de vacaciones".
Ahora sí, oficialmente comenzamos...
Les recuerdo a todos que en mi perfil encuentran mis otras dos obras: SONDER, Novela Juvenil ya completa; y Consejos para ti, escritor, un blog de tips y consejos para quienes inician en el mundo de los escritores.
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset.
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