Capítulo 7
–Mortífagos –susurró Neville mirando las figuras que se aproximaban.
–¡Proteged el vagón, sellad las puertas! –ordenó Harry empezando a lanzar hechizos protectores– ¡Estamos solos, han soltado el vagón y el resto del tren se ha ido!
El rostro de sus amigos quedó más pálido que la luna (y esa noche ni siquiera había luna), pero no tardaron en obedecer. Harry corrió a la puerta que daba acceso al vagón y la bloqueó con cuantos conjuros se le ocurrieron. Sus amigos intentaban fortificar el cristal de las ventanas aunque no tenían claro cómo hacerlo. Aún así, Harry procuró mantener la calma. Hasta que Luna murmuró:
–¿Crees que es buena idea encerrarnos aquí? No creo que les cueste mucho rodearnos...
El joven sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. La cicatriz le ardía y le temblaba el cuerpo. Tenían que avisar a alguien, pero a no se le ocurría cómo. Sabía producir un patronus, pero no adjuntar mensajes con él. Harry pensó en mandar a Hedwig a por Dumbledore con un S.O.S, pero para dejarla salir debía abrir la ventana... Ya que habían optado por atrincherarse, no podía abrir fisuras. Su única esperanza era que en el tren se dieran cuenta de lo sucedido y mandaran a alguien de inmediato.
–¡Harry, ponte la capa! –se le ocurrió a Neville– Seguro que te buscan a ti.
–¡La capa! –exclamó Harry agradecido mientras vigilaba a las figuras que ya casi estaban junto al tren.
Seguía en su bolsillo, como le había indicado Dumbledore. Hizo salir a sus amigos del compartimento y se apretujaron en uno de los portaequipajes verticales que había al fondo del vagón. "Vamos, cabemos los tres" les indicó. Sus amigos obedecieron. Harry pensó en lo patético que era aquello: los tres escondidos en un rincón de una solitaria cabina de tren mientras un número indefinido de mortífagos empezaban a rodearlos. Era imposible que saliese bien.
–Ha sido un placer tener amigos –murmuró Luna casi como epitafio.
Neville gimoteó y Harry les suplicó que se callaran. En ese momento, recordó que en su baúl estaba el espejo que conectaba con el de Sirius, ¡su salvación! Pero fue tarde.
Escucharon primero una explosión en la puerta de entrada, pero esta resistió. El moreno suspiró aliviado. Dos segundos después, una tormenta de hechizos cayó sobre el vagón. Al momento los cristales empezaron a hacerse añicos y finalmente la puerta se desprendió. Harry dio gracias de haber salido al pasillo. Tanto él como sus amigos agarraban las varitas con tal fuerza que les dolían las manos.
Tres figuras corpulentas, con capucha y máscara, entraron al vagón. El resto debían aguardar fuera como una silenciosa jauría de lobos. El joven notó cómo sus amigos esperaban su siguiente comando. Solo se le ocurrió un plan:
–Nos deshacemos de estos tres –susurró–, salimos por una ventana y echamos a correr, ¿de acuerdo?
Asintieron. Nadie preguntó con qué objetivo. Su única posibilidad era intentar mantenerse con vida hasta que llegase alguien. Quien fuera.
–Amycus, tú revisa los compartimentos de la derecha; Gibbon, los de la izquierda –ordenó una voz fría y ronca.
En el vagón había cuatro compartimentos a cada lado, ese era todo el tiempo del que disponían los chicos. Los dos mortífagos empezaron con la inspección mientras el tercero revisaba el pasillo. En cuanto los otros dos se metieron a los primeros compartimentos, Harry murmuró: "Desmaius". El atacante del pasillo cayó al suelo con un golpe seco.
–¡¿Dónde están?! –preguntó Amycus Carrow al ver a su compañero abatido.
Los tres amigos le lanzaron conjuros de forma simultánea. Cayó también. Y en cuanto se le sumó Gibbon, corrió la misma suerte. Los estudiantes les quitaron las varitas y los dejaron inmovilizados en el suelo. Animados con esa pequeña victoria, entraron en un compartimento del lado opuesto al que habían visto aparecer a los mortífagos. Los cristales de la ventana habían saltado casi por completo.
–No podemos quedarnos aquí, incendiarán el vagón si hace falta –susurró Neville.
–Será mejor que nos quitemos la capa, no podemos correr con ella –decidió Harry–. A la de tres, nos lanzamos fuera y corremos lo más lejos que podamos, ¿vale?
Luna y Neville asintieron, nerviosos pero decididos. "Uno, dos... ¡tres!" susurró el moreno. Obligó a Luna a saltar primero mientras él realizaba un encantamiento para suavizar la caída que había aprendido de Hermione. Seguidamente, Neville y él se lanzaron también. La hierba era espesa y la caída fue mullida; aunque sentían tal descarga de adrenalina que de haber aterrizado sobre el lecho de un faquir no lo habrían notado. Echaron a correr entre los altos árboles, pero no era sencillo. La maleza se les enganchaba, había ramas caídas y la situación no resultaba nada esperanzadora.
Sintieron al instante cómo el enjambre de mortífagos se abalanzaba sobre ellos. En la batalla del Departamento de Misterios habían caído muchos de los mejores, así que los que los perseguían no debían ser de los veteranos. Quizá eso les diera una ligera ventaja... Eso quiso pensar Harry mientras aturdía a un encapuchado que le pisaba los talones. Pero entonces escuchó a lo lejos una voz burlona que le erizó la piel:
–¡Hombre, Longbottom, siempre es un placer!
Harry se giró y varios metros más allá distinguió a Neville intentando sin éxito alcanzar a Bellatrix con sus ofensivas. La bruja desintegraba los ataques mientras se reía a carcajadas. Ella no llevaba máscara, estaba demasiado orgullosa de ser quien era como para ocultar su rostro. Harry corrió a ayudar a su compañero, pero dos hombres le cortaron el paso. Se habían despojado también de la máscara (probablemente para ver algo) pero no los reconoció. Debían ser nuevos reclutas. Aunque no tan nuevos como para no conocerlo...
–¡Está aquí, es Potter! –exclamó uno de ellos dirigiendo a su cara una luz cegadora.
–¡Expelliarmus! –gritó él apuntado hacia su atacante.
Otra cosa no, pero su hechizo favorito se le daba mejor que respirar. La varita del mortífago salió disparada. Pero su compañero le lanzó un incarcerous que lo dejó atado a un árbol. Mientras se intentaba soltar, le pareció ver cómo el hombre apretaba su muñeca. Temió con todo su ser que avisase a Voldemort.
–Con que Potter, ¿eh? ¿Sabes que mi hermano Augustus está en Azkaban por tu culpa? –susurró a su espalda otro mago que no veía– Creo que es el momento de vengarme. Debería empezar por...
Harry no supo por dónde debía empezar porque el hombre cayó al suelo frente a él. Y por la sangre que manaba de su nariz, juzgó que alguien había optado por callarlo de un puñetazo. Antes de que el otro mortífago que lo vigilaba pudiera reaccionar, un hechizo no verbal lo lanzó por los aires. Harry sintió como las ligaduras que lo mantenían preso se desvanecían.
–¡Ni unas horas hace que nos hemos separado y ya la estás liando, Harry! –exclamó una voz socarrona que hizo que su corazón diera un brinco.
–¡Sirius! ¿Cómo has...?
–Han lanzado un conjuro antiaparición–escuchó la voz de Marlene aproximándose– ¡No podemos sacarlo de aquí!
–¡No podemos irnos! ¡Luna y Neville están por ahí! –explicó Harry alterado –Bellatrix tenía a Neville y...
Tuvieron que interrumpir el diálogo porque media docena de mortífagos empezó a arrojarles maleficios. Mientras luchaban contra ellos, apareció Lupin, que había ido al rescate de Luna y la llevaba a su zaga. Harry suspiró aliviado al ver que salvo un par de rasguños, su amiga estaba indemne.
–¿Y Neville? –insistió Harry sin cesar el duelo contra su atacante.
–Moody –respondió Lupin casi sin resuello mientras se defendía también–, pero no sé si va a poder con Be...
–¡Voy yo! –exclamó Sirius al instante, librándose del mortífago que le atacaba con la facilidad con que se espanta a una mosca.
Su ahijado ahogó un gemido e intentó seguirlo, pero varios enemigos le cortaron el paso. Marlene también se había alejado guerreando contra uno de ellos. Junto a él solo quedaban Luna y Lupin. A ratos los perdía de vista, corriendo entre los árboles y buscando amparo entre ellos; a ratos oía gritos preocupantes en la lejanía. Pero intentaba ser positivo: estaban en bastante mejor situación que cinco minutos antes. Hasta que...
–¿Qué harás ahora que no está Dumbledore para esconderte tras su falda? –siseó una voz aguda y desagradable.
Harry ya no veía a nadie, solo al ser alto, pálido y con rasgos de serpiente que apuntaba hacia él. ¡Tanta seguridad, tanto Ministerio, tanta Orden y tanta historia y al final siempre igual! Él y Voldemort. Estaba harto. Sabía que tarde o temprano debían enfrentarse a muerte, pero hubiese preferido vivir unos años más. Se sentía aterrorizado y no veía cómo iba a salir de esta. El resto habían desparecido enzarzados en sus propios duelos (y casi lo prefería, pues nada podían hacer contra Lord Voldemort).
Le lanzó al mago oscuro varios desmaius, expelliarmus y lo que se le ocurrió. Resultó insultante la facilidad con la que los desvió sin dejar de burlarse. Con un simple movimiento de varita del Mago Tenebroso, Harry cayó al suelo retorciéndose de dolor. Ya estaba, si quería que lo matase de una vez.
–¿Quién ha dicho que yo no esté? –resonó otra voz potente y notablemente airada.
A Harry no le hizo falta ni levantar la vista. "Bueno, si ha llegado Dumbledore ya me puedo retirar" pensó con alivio. Voldemort, sin embargo, no parecía tan ilusionado... Como sucediera en el Ministerio, el suelo empezó a temblar con la fuerza de los hechizos de los dos grandes magos. Harry se arrastró unos metros y se levantó para ver si lograba encontrar a sus amigos.
Chilló de horror cuando localizó a Moody inmóvil en el suelo con varias heridas. Se calmó al comprobar que tenía pulso y le lanzó un "Enervate". No se quedó a ver si se recuperaba, continuó corriendo en busca del resto. Perdió varios minutos esquivando a mortífagos y batallando contra ellos. Se alegró inmensamente cuando encontró a Sirius. Tras ayudarle a deshacerse de sus perseguidores, su padrino le tranquilizó bastante:
–Remus ha sido más previsor y llevaba un traslador. Se acaba de llevar a Luna, Neville y Moody. Neville está bien, inconsciente pero nada grave. Moody estaba muy aturdido... Marlene sigue por ahí luchando y yo te he estado buscando.
–¿Has derrotado a Bellatrix?
–No –masculló Sirius con rabia–. Estábamos a punto de matarnos cuando ha sentido que llegaba Voldemort y se ha ido corriendo hacia él.
Eso le generó al joven una nueva angustia: Dumbledore era más poderoso que Voldemort, el único mago al que temía. Pero... si Bellatrix y su maestro se unían, ¿podrían contra el viejo director? Últimamente no parecía ser el mismo, con la mano ennegrecida y sus comentarios lacónicos... ¡Tenían que ayudarle! Su padrino debía estar pensando lo mismo. Le ordenó que se quedara tras él y ni se le ocurriera acercase, pero Harry no pensaba obedecer. Se dirigieron hacia el lugar de donde provenían los gritos, las llamaradas y los haces de luz en forma de basilisco.
El chico comprobó aliviado que Bellatrix no participaba, estaba en un lateral mirando sin pestañear. Probablemente Voldemort le habría espetado que no necesitaba ayuda. Pero sí que la necesitaba: Dumbledore se defendía con grandes conjuros que sin duda requerían mucha magia y aún así, no parecían suponerle esfuerzo.
–¡Sectumsempra! –siseó Voldemort.
Harry y Sirius se quedaron pasmados observando el enorme escudo de plata con el que Dumbledore desviaba el hechizo. Tanto, que cuando vieron hacia donde había virado el maleficio ya era tarde para esquivarlo. Sin dudar, el animago se colocó delante de su ahijado y al segundo siguiente cayó al suelo.
–¡No, Sirius! ¡NO! –exclamó con horror.
Como a cámara lenta, la camisa del animago se ensangrentó. Pequeñas heridas, como cuchilladas, empezaron a aparecer en su cuerpo. Harry desconocía ese maleficio. Pronunció todos los conjuros sanadores que se le ocurrieron pero nada funcionaba. Entonces apareció Marlene y se arrodilló junto a él. El chico suspiró aliviado, ella era sanadora, sabría solucionarlo.
–Harry, vete, ponte a salvo –susurró Sirius con un hilo de voz.
–Calla –le ordenó su ahijado viendo que hasta hablar le suponía esfuerzo–. Marlene te va a curar, ¿verdad?
La bruja rubia, que no había cesado de murmurar conjuros, susurró temblorosa:
–No conozco el conjuro. Si existe un contramaleficio nunca he leído sobre él. Tenemos que sacarlo de aquí y buscar ayuda.
–¿¡Cómo!? –preguntó Harry desesperado.
Miró a los ojos de Marlene con verdadera angustia y vio que la mujer tampoco tenía ni idea. Además, con la de sangre que estaba perdiendo sería mejor no mover a Sirius... ¡Dumbledore! Él era el mejor, seguro que sabía cómo solucionarlo. En cuanto terminara con Voldemort... Alzó la vista y comprobó que la batalla se había desplazado y ya apenas vislumbraba los fogonazos. Solo distinguía la silueta de Bellatrix contemplando el duelo.
–¡Los hechizos antiaparición tienen un límite de extensión! –exclamó Marlene– No sé cuántos kilómetros habrán logrado cubrir, pero seguro que no son muchos. ¡Voy a buscar ayuda!
Antes de que el chico pudiera replicar, la rubia se echó a correr. Harry comprendió que se iba a alejar lo suficiente para que el conjuro no tuviera efecto y así podría aparecerse. Bueno, ya era algo, pero aún así... No iban a llegar a tiempo. En ese momento vio que llegaba más gente. Tonks, Shacklebolt y Arthur Weasley aparecieron con escobas. Ninguno escuchó sus gritos de auxilio: los tres desaparecieron enzarzados en duelos con los mortífagos que quedaban en pie.
–Sirius, por favor –susurró con lágrimas en los ojos–. No puedes dejarme, no otra vez.
–Solo tú eres importante, James... –respondió su padrino de forma casi inaudible.
Intentó añadir algo pero no salió nada y sus párpados se cerraron.
–¡No, Sirius! ¡Ni siquiera te he contado que...!
Entonces, a la desesperada, se le ocurrió otra desastrosa idea. Pero era su única idea
–¡Bellatrix! –gritó a pleno pulmón– ¡Bellatrix, ven!
Pese a la distancia, la bruja se giró sorprendida. Dudó unos segundos pero se acercó hasta distinguir la escena. Se quedó mirándolos de brazos cruzados con curiosidad.
–¡Bellatrix, por favor, se va a morir! –suplicó él llorando sin rubor– ¡Es un Black, es tu sangre!
Hubo más segundos de inmovilidad y expresión inescrutable en el rostro de la mortífaga. Pero finalmente se arrodilló junto a ellos. Empezó a murmurar un encantamiento que sonaba casi como un cántico y de su varita emergió una luz blanca. La hemorragia se redujo. Aún así, la pérdida de sangre parecía letal. La morena siguió agitando su varita y repitió el conjuro. Harry, sin dejar de contemplar a su padrino, intentaba desarmar a los mortífagos que aparecían para apresarlo. Sintió una chispa de esperanza cuando vio que tras la segunda ejecución del contrahechizo, las heridas comenzaban a curarse. Pero no parecía suficiente...
–¡TÚ! –exclamó Nymphadora al ver a su tía junto a un Sirius inconsciente y ensangrentado.
–¡NO, TONKS! –advirtió Harry.
En un momento bastante surrealista, el joven se vio obligado a desviar un hechizo de Tonks para proteger a Bellatrix, que seguía murmurando el conjuro. La auror contempló al chico atónita. Por suerte aparecieron dos mortífagos y la metamorfomaga tuvo que centrarse en ellos. Lo malo es que la escena se repitió con Shacklebolt. A su vez, otro mortífago intentó atacar a Harry. El chico no podía defender tantos frentes y tan confusos, ya no sabía quién estaba de parte de quién. Pero desde luego nadie comprendía su situación.
Bellatrix pareció hartarse. Sin soltar su varita de la que seguía emanando una luz blanca, cogió la de Sirius que yacía junto a él y la agitó en torno a ellos. Un círculo de fuego que fácilmente alcanzaría cinco metros de altitud los rodeó. No parecía fuego normal. Harry sospechó que aquello no se apagaría con un conjuro de agua... Se sintió aliviado porque así no habría más interrupciones. Apareció entonces la preocupación de que ardieran los tres ahí. La mortífaga parecía muy segura con ese maleficio... pero dada su famosa inestabilidad mental, a Harry no le extrañaría que optara por suicidarlos a los tres. Bueno, los problemas de uno en uno.
Observó como Bellatrix terminaba de pronunciar el contrahechizo por tercera vez y al momento, todas las heridas de Sirius quedaron cerradas.
–Necesitará díctamo para que no queden cicatrices.
Harry asintió con rapidez sin saber qué responder. En cuanto Sirius empezó a moverse, la bruja se puso en pie y se alejó unos pasos. Antes de que Harry pudiese preguntarle a su padrino si estaba bien, una figura se abrió paso entre las llamas.
–Debo felicitarte: siempre fuiste excepcional con el fuego maldito, Bellatrix –comentó Dumbledore con sincera admiración–. Y con cualquier otro conjuro, siendo honesto.
El director hablaba con una tranquilidad que a Harry casi le ofendió, como si estuviesen comentando los resultados de la liga de quidditch. Sirius, que apenas lograba enfocar y estaba muy mareado por la pérdida de sangre, intentaba incorporarse sin entender nada. Por su parte, Bellatrix parecía estar buscando la manera de largarse. Con otro movimiento brusco de su varita, el fuego desapareció. Dumbledore la felicitó de nuevo por su control sobre el maleficio (pese a que a la morena no le hacía ninguna gracia su atención) y le comentó:
–Siento informarte de que tu maestro ha optado por retirarse una vez más... Y de que hemos avisado al Ministerio y están rodeando la zona.
Bellatrix abrió los ojos con horror al entender que estaba atrapada. Obviamente el director no le iba a permitir huir y no era estúpida: no se enfrentaría a él. Harry no sabía qué decir. Por un lado, deseaba que volviera a Azkaban, pero por otro, acababa de salvar a su padrino... por segunda vez.
–Tampoco es buena idea que te relacionen con esto, Harry... Y me temo que será complejo de explicar que encuentren al difunto Sirius Black...
El chico estaba de acuerdo, pero de nuevo el tono del anciano parecía un insulto, cualquiera diría que la situación le resultaba divertida... Vio como invocaba una rama caída y apuntaba con su varita. Seguidamente, les ordenó:
–Me temo que solo tenemos una opción. Marchaos, yo acudiré en cuanto pueda... ¡Ya!
Al momento escucharon gritos que se aproximaban y varitas encendidas que apuntaban hacia la zona en la que se hallaban. De forma irracional, sin pensarlo ni ponerse de acuerdo, Sirius, Harry y Bellatrix tocaron la rama que el director había convertido en traslador.
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