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Capítulo 4

Nota: Ahora que ya tengo la historia casi terminada, quería preguntaros si queréis que actualice dos días por semana -lunes y jueves- o preferís que siga solo los jueves para no agobiaros y que no se os acumulen. Como me digáis. 

¡Muchísimas gracias a quienes estáis siguiendo y comentando esta historia! No tengo vida real y esto es lo que más feliz me hace (triste pero real, como la calva de Voldy), así que me alegráis la vida.

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Tras un par de días de reflexión Harry se sentía más optimista. Si Dumbledore decía que no había problemas con Sirius, no iba a buscarlos él. Por supuesto en la Madriguera no se hablaba de otra cosa. Cada uno tenía sus teorías pero ninguno estaba siquiera cerca de la verdad. El nombre de Bellatrix no salió ni una vez (¿Qué sentido tenía que lo resucitara su asesina?) y Harry jamás tendría poder para realizar semejante ritual de magia oscura, así que estaba a salvo. Él intentaba evitar el tema. El resto al principio no comprendían que no estuviese eufórico por recuperar a su padrino, pero pronto imaginaron que no quería hacerse ilusiones antes de tiempo. Así que no le presionaron para que compartiese sus hipótesis.

–¿Nos acompañará hoy Sirius? –preguntó Molly a Lupin mientras ponían la mesa.

–No, creo que se está poniendo al día con el Profeta, los informes del Ministerio y todo eso... –comentó el hombre–lobo.

La pelirroja asintió. Las chimeneas de La Madriguera y Grimmauld Place estaban conectadas y era mucho más sencillo hacer visitas. Pero Sirius no había hecho ninguna. Harry sospechaba que le molestaba ser de nuevo objeto de elucubraciones y prefería que le dejaran en paz. Él mejor que nadie lo comprendía. Como sospechó que a su padrino sí le agradaría verle a él, a la mañana siguiente dejó a Hermione y a Ron enzarzados en una discusión sobre el P.E.D.D.O y se aventuró por la chimenea.

Tras el desagradable viaje (porque jamás se acostumbraría al mareo de la red flu) llegó al salón de la vieja casa de los Black. Estaba sacudiéndose el hollín cuando escuchó gritos. Parecían provenir del despacho de la planta baja. Sacó su varita y fue a investigar.

–¡¿Pero si a mí no me importa por qué tiene que importarte a ti?! –gritaba Tonks airada.

–¡Porque a la larga te arrepentirás! –replicaba Lupin acalorado– Eres muy joven y... Ah, hola, Harry, ¿qué haces aquí?

–Eh... –respondió el chico incómodo– Venía a ver a Sirius...

–Sí, claro –respondió el hombre–lobo como si acabase de recordar dónde estaban–. Arriba, en su habitación, supongo.

El joven salió a toda velocidad. ¿Qué les pasaría a esos dos? "Bueno, que lo resuelvan ellos, yo ya tengo con lo mío" pensó subiendo por las escaleras. Para su desesperación, a la altura del tercer piso volvió a escuchar gritos. Esta vez sin duda era la voz grave y burlona de su padrino y, pese al silencio del interlocutor, dedujo de quién se trataba:

–¿Y sabes qué? –escuchó a Sirius– Cuando te mueras, no solo no te concederé el honor de decapitarte como al resto de elfos, sino que me aseguraré de que te entierren en un cementerio muggle.

–¡NOOO! –replicó Kreacher con un desagradable chillido– ¡Kreacher debe descansar junto a los demás, deben cortarle la cabeza cuando ya no pueda servir el té como ordenó la señora Elladora!

–¡Haberlo pensado antes de ayudar a mis primas a matarme! Tu cabeza va a permanecer pegada a tu cuerpo durante toda la eternidad.

El elfo se tiró al suelo y pataleó con rabia. No llevaba buena racha desde la reaparición de su amo: haber ayudado a Narcissa y a Bellatrix a tenderle una trampa no había fortalecido precisamente el vínculo entre ambos... Ahora le estaba terminantemente prohibido salir de casa y prácticamente de su alacena. A Harry casi le daba lástima. En cuanto Sirius lo vio, empujó a Kreacher escaleras abajo y le saludó con sincera alegría:

–¡Harry, ya creí que no vendrías! ¿Cómo va todo? Vamos al salón y...

–No, mejor no –le interrumpió el chico–. Lupin y Tonks parecían necesitar espacio.

"Ya están otra vez" masculló Sirius, "Qué torpe ha sido siempre Lunático para esas cosas". Harry le preguntó qué les sucedía pero el mayor respondió que eso les concernía a ellos, ya se lo contarían cuando lo solucionaran. El joven no hizo más preguntas, empezaba a darle todo bastante igual. En la tercera planta no había ningún cuarto que no oliese a moho, tuviese plagas de doxys o retratos que chillaban. Así que subieron al último piso y con cierto recelo Sirius le hizo pasar a su habitación.

–La decoré cuando era adolescente y quería fastidiar a mis padres. Lo hice con hechizos permanentes así que... bueno, así se ha quedado.

Harry nunca había estado en el dormitorio de su padrino pero entendió a qué se refería. Había banderines de Gryffindor, fotografías de motos y de varias chicas muggles en bikini. El joven se ruborizó ligeramente hasta que su vista fue a parar a una foto colocada junto a la cama. Ahí estaban los merodeadores de jóvenes, sonriendo a la cámara con más o menos timidez. Sirius sonrió con amargura.

–Te la regalaría pero... Está pegada. He pensado en quemarla o algo porque sale la rata traidora pero... En fin, es lo que hay. ¿Tienes ganas de volver a Hogwarts? –preguntó apoyándose sobre el escritorio.

–Pues... No muchas, la verdad.

Se sentó al borde de la cama y le empezó a relatar lo que Dumbledore le contó sobre la profecía: su única posibilidad de sobrevivir sería convertirse en un asesino y matar a Voldemort. No se lo había confesado ni a sus amigos, le daba demasiado miedo. Sin embargo, sintió un alivio tremendo al poder contárselo a su padrino, que le escuchó atentamente sin interrumpirle. Cuando terminó, guardaron unos minutos de silencio para procesar la información. Finalmente, Sirius le dio su opinión:

–No creo que debas preocuparte. Le venciste siendo un bebé sin mover un dedo. Dudo que te haga falta apuñalarlo y cortarle la cabeza, seguro que llegado el momento, resulta más sencillo y menos crudo de lo que ahora parece. Además, matar a Voldemort no cuenta como asesinato, esa cosa lleva décadas muerta.

El joven no pudo sino sonreír ante la manera en que Sirius lo simplificaba todo. Eso le gustaba, le quitaba un peso de encima; cosa que necesitaba porque Dumbledore cada vez que lo veía le echaba varias cargas. Así que más relajado, le contó su viaje a reclutar a Slughorn. Sintió auténtico horror cuando su padrino le comentó que Horace no impartía Defensa sino Pociones. Cuando dedujeron que durante ese año sería Snape quien diera la asignatura maldita, Harry se desanimó. Había confiado en librarse de él, ya que Pociones no era obligatorio en sexto curso. Por su parte, Sirius parecía haber recordado que existía una criatura aún más repulsiva que Kreacher y estaba urdiendo nuevas tramas para amenazarlo. Su ahijado intentó distraerlo para que no se metiese en problemas.

–Ah, por cierto –murmuró avergonzado–, me preguntaba si... esto se podría reparar...

Del bolsillo trasero de su pantalón sacó un pañuelo en el que había envuelto los restos del espejo de doble dirección que le regaló Sirius para estar en contacto con él.

–No me acordé hasta que pasó lo del Ministerio y cuando me di cuenta de que así podría haber comprobado que estabas bien, sentí mucha rabia...

–Es comprensible –respondió el animago con tono burlón.

Colocó los fragmentos sobre su escritorio y sacó su varita pensativo. Seguidamente, levitó una caja de cartón que descansaba sobre la cómoda y buscó su espejo que seguía intacto.

–Puedo hacer con los dos un encantamiento de copia de restauración. Así tu espejo se reparará tal y como está este y funcionará igual.

–¿Sabes hacer eso? –preguntó admirado– Sí que eres bueno en transformaciones...

–Por supuesto. James y yo éramos los mejores en esa asignatura.

–Y ya os dio rabia no poder contarle a Minerva que habíais logrado ser animagos –comentó Lupin sonriendo desde la puerta.

Sirius le dio la razón. Le preguntó si Tonks se había marchado y el hombre–lobo asintió con pesar. Dedujeron que prefería no hablar del tema. El moreno reparó el espejo de Harry y comprobaron que funcionaba perfectamente. El chico se lo guardó con alegría.

–Anda, ¿aún conservas esto, Canuto?

Lupin estaba curioseando los objetos que Sirius había acumulado para subirlos al desván. Extrajo un tubo rojo en el que flotaba una sustancia plateada entre líquida y gaseosa. El animago lo miró frunciendo el ceño.

–Sí, no recuerdo qué almacené y me parece peligroso tirarlo.

–¿Es un recuerdo? –preguntó Harry que estaba familiarizado con esa sustancia.

–Sí. Lo hicimos en clase de Encantamientos, en sexto –explicó Lupin–. Para enseñarnos a extraer recuerdos de nuestra mente, Flitwick nos dijo que eligiéramos uno y si lo hacíamos bien, nos lo podíamos guardar.

–¿Cuál elegisteis?

–Yo uno de nuestras escapadas durante la luna llena –sonrió el hombre–lobo con añoranza.

–Supongo que yo también –comentó Sirius–, o alguna travesura con James. Desde Azkaban no recuerdo esas cosas.

El rostro de sus dos amigos se ensombreció al recordar que la prisión le había sustraído sus memorias felices. Pero a Sirius parecía no afectarle en absoluto, lo dijo con calma y despreocupación. Harry le preguntó con cautela si podrían verlo, le hacía mucha ilusión la idea de ver a su padre de joven. Sirius se encogió de hombros y aceptó.

–Creo que en el despacho de mi padre había un pensadero... Pero con la de trampas que hay en esta casa, vete tú a saber... –masculló– Lo buscaré esta tarde y si vienes mañana lo vemos juntos.

A Harry le pareció un buen plan. Como ya era hora de comer, se marchó con Lupin a la Madriguera. No se le escapó el alivio de Ron y Hermione al verlo sonreír por fin. La visita a Sirius le había sentado bien. Y le hacía falta esa felicidad porque las noticias que compartió Arthur durante la comida no eran nada esperanzadoras. Voldemort seguía ganando terreno, contaba con el apoyo de toda clase de bestias y el Ministerio no hacía más que entorpecer. Dolores Umbridge había abandonado su puesto en el Ministerio y sospechaban que era para unirse a sus filas. Muchos padres ya habían decidido no mandar a sus hijos al colegio e incluso los Weasley se lo estaban planteando.

Por supuesto Ginny y Ron querían regresar a Hogwarts y Harry aseguró que él también. Mas en el fondo pensó que tampoco le importaría quedarse con su padrino ahora que lo había recuperado. Podría entrenar para su futuro enfrentamiento con Voldemort... Y se ahorraría aguantar a Snape, que seguro que convertía en un infierno la única asignatura que se le daba bien. No se le había ocurrido hasta ese momento, pero Snape sospecharía que había tenido algo que ver con la resurrección de su padrino. No por deducción, sino porque siempre sospechaba de él como base de cualquier historia. Era un problema añadido con el que no había contado.

–¿Y si lo sabe? –se preguntó a sí mismo cuando por la noche no conseguía pegar ojo con los ronquidos de Ron.

Como infiltrado entre los mortífagos, Snape estaría en contacto con Bellatrix. Podría perfectamente estar al tanto de lo que tramara. Pero Snape se lo habría transmitido a Dumbledore... Y pensándolo bien, si Bellatrix no quería que Voldemort se enterase, menos aún se lo contaría a otro mortífago. Dándole vueltas a esas ideas se quedó dormido.

A la mañana siguiente quiso visitar Grimmauld Place nada más desayunar, pero Molly mandó a Ron y a Hermione a desgnomizar el jardín. Lo hacía siempre que acudía algún miembro de la Orden (ese día fue Shacklebolt) y no quería que ellos oyesen las noticias sobre los ataques. Aunque se moría de ganas de ver el recuerdo de Sirius, le pareció mal abandonar a sus amigos con los agresivos gnomos, así que los ayudó.

Charlaron sobre Voldemort, el miedo a volver a Hogwarts y tantos otros temas interesantes, pero Harry no prestó mucha atención. Estaba demasiado emocionado con la idea de volver a ver a su padre y a su padrino cuando eran jóvenes. Solo una vez los vio: en el recuerdo en el que humillaban a Snape y aunque al principio le emocionó, descubrir que eran unos abusones deslució bastante la experiencia. Pero esta vez sería positivo. O eso esperaba: Sirius era muy capaz de haber guardado un recuerdo en el que James y él metían la cabeza de Snape en un caldero ardiendo. Lupin debía compartir el mismo temor porque cuando acudió a comer, le entregó un tubo igual que el de Sirius:

–Este es el recuerdo que yo elegí, míralo también. Está perfectamente almacenado en mi cabeza, así que te lo puedes quedar.

Harry le dio las gracias ilusionado, se fiaba mucho más del criterio de su viejo profesor que del de su atormentado padrino. Guardó el frasco con emoción y en cuanto terminaron de comer, se transportó a la chimenea de Grimmauld.

Tras varios ataques de libros, objetos tenebrosos y pútridas criaturas que parecían autóctonas de las propiedades de los Black, Sirius había encontrado el pensadero. Era más sencillo y menos ornamentado que el de Dumbledore, una vasija de piedra tallada que se podía transportar fácilmente. Lo había colocado sobre la mesa del salón para que resultara lo más cómodo posible.

El joven sacó el recuerdo que le había dado Lupin y decidieron empezar por ese. Lo vertió en el recipiente y sumergieron la cabeza. Como en un sueño, cayeron a una noche de luna llena sobre los terrenos de Hogwarts. Un lobo, un perro, un ciervo y una rata a la que en ocasiones perdían corrían entre los árboles en una algarabía de aullidos y ladridos. Harry y Sirius los siguieron y observaron sus juegos y travesuras. El chico lucía en su rostro una inmensa sonrisa de gozo al presenciar por fin una de las míticas escapadas de los merodeadores. Por su parte, el animago miraba fijamente la escena con un brillo indescifrable en los ojos. Aquello le emocionaba y dolía a partes iguales, pero como no protestó, Harry no sugirió volver y disfrutaron juntos del recuerdo.

Cuando salieron del pensadero, Sirius se sirvió un vaso de whisky. Probablemente para serenarse antes de ver su propio recuerdo. Apuró el trago y cuando terminó, vertió en el pensadero el contenido de su frasco.

–¿Preparado? –le preguntó a su ahijado.

Este asintió sonriente. De nuevo, hundieron la cabeza esperando aparecer en Hogwarts. Pero no fue así. No, de hecho, el lugar en el que surgieron fue el mismo en el que se hallaban: el salón de Grimmauld Place.

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