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Capítulo 34

Durante los meses siguientes Sirius escribió cartas a Bellatrix. Volcó en ellas todo lo que nunca se dijeron, sus angustias más profundas, los errores que cometieron... pero también las casualidades que quizá de haberse dado de otra forma habrían desembocado en un final diferente, acaso más gris. Estaban vivos y habían ganado la guerra. El mundo los consideraba héroes, las leyendas habían corrido incluso mejorando la realidad. A Sirius le resultaba irónico haber pasado del cartel de Azkaban a los cromos de las ranas de chocolate, y eso también lo refirió en las misivas. Sin embargo, no envió ninguna.

Le sirvieron de terapia (porque por supuesto se negó a ir un sanador, eso sería confirmar la absurda creencia de que estaba trastornado) y también de exorcismo de todos los monstruos que le carcomían por dentro. Las guardó en un cajón porque no consideró justo interrumpir la necesaria soledad de su prima. Cuando llegara el momento, él mismo le contaría todo. A quien sí escribió fue a Rodolphus. A finales de verano le pidió que le confirmara que su prima estaba bien y él así lo hizo. Repitió el proceso cuando llegó noviembre, añadiendo un par de preguntas más, y unas semanas después el pequeño de los Lestrange respondió en tono afirmativo.

-Oye, Sirius –comentó Harry cuando llegó diciembre-, podríamos hacer una fiesta de Navidad e invitar a nuestros amigos. Ahora que por fin somos libres y esto es una casa como Dios manda y no un cuartel secreto...

Ni él ni ningún otro alumno había vuelto a Hogwarts todavía. Retrasaron el comienzo del curso a enero, puesto que seguían ocupados en las reparaciones del castillo. Y además McGonagall iba a necesitar meses para encontrar un profesor de Defensa...

-Sigo sin entender quién es tu amigo Dios, Harry, empiezo a pensar que es imaginario –respondió su padrino-. Pero por supuesto, Grimmauld ha ganado mucho desde que McGonagall transfiguró el cuadro de mi madre en un reloj de cuco. Avisa a Tonks y que te ayude a organizarlo, le encantan las fiestas.

-¡Ah, genial! Aunque entonces vendrá también Lupin, desde que está embarazada no la deja ir sola ni al baño. Que yo le aprecio, pero es que está tan emocionado con lo de ser padre que incluso le ha pedido a Molly que le enseñe a tejer para hacerle jerséis al bebé... Y me tiene un poco harto.

Sirius se echó a reír. Desde luego su amigo estaba más feliz que nunca y se alegraba por él.

-Yo creí que le encantaría recuperar su puesto de profesor cuando se lo ofreció McGonagall –comentó Sirius-, pero se negó en redondo. Tiene muy claro que Tonks seguirá con su trabajo como auror (que es lo que más le gusta) y él se quedará en casa con su lobezno. Hay que ver...

Sirius dejó la frase en el aire, pero el desenlace era "Hay qué ver cómo todo el mundo avanza y yo sigo igual que a los quince años". Sacudió la cabeza y le propuso a Harry salir a comer fuera, pero el chico comentó que mejor otro día:

-Voy ahora mismo a ver a Ginny para contarle lo de la fiesta, en realidad fue idea suya... Y ya que estoy comeré con los Weasley y empezaremos a planearlo todo. Si quieres venir...

-No, me conformo con que no me hagáis abuelo todavía. Con el de Lupin ya voy a tener un bebé más de los que desearía –comentó el animago con sorna.

Harry se ruborizó y se marchó a la Madriguera. Sirius en la soledad de su casa meditó de nuevo que al final solo el whisky estaba a su lado. Ese día empezaron los planes y siguieron con ellos durante todo el mes. La fiesta de Navidad tras el fin de la guerra en Grimmauld Place iba a pasar a la historia. Una semana antes, Tonks andaba colgando guirnaldas con su varita mientras acariciaba su vientre de siete meses.

-¿Necesitas algo, Dora? –se ofreció Lupin de inmediato- ¿Te traigo agua, comida, una poción para...?

-Sí, termina tú con esto, anda.

El hombre-lobo aceptó gustoso y ella se escabulló a la cocina para alejarse lo máximo posible. Amaba a ese hombre que ya era su marido, pero parecía que la embarazada ansiosa y sensible fuese él. Creyó que en el oscuro comedor no habría nadie, pero otro solitario se había refugiado ahí para poder centrarse en sus asuntos. Tras tropezar con una silla, Tonks se acercó a Sirius que trabajaba afanoso sobre un pergamino.

-¿Se puede saber qué haces con purpurina y pegamento? –preguntó la auror perpleja.

Sirius ni siquiera alzó la vista, estaba demasiado concentrado.

-Cosas mías -respondió únicamente.

Sirius dedicó a ese proyecto más horas de las que invirtió en cualquier trabajo escolar. Pero juzgó que había merecido la pena. En la postal de Navidad que elaboró había muchos personajes: un dragón con un saco de regalos, unos hipogrifos montando un árbol de Navidad, un león y una serpiente jugando juntos en la nieve, un unicornio montando en trineo, un escarbato robando regalos en su bolsa... Reunió a todas las criaturas que Bellatrix dibujó en sus postales (salvo a la cosa deforme y siniestra que aparecía en la última) y escribió un mensaje sencillo:

Feliz Navidad, Trixie, espero que estés bien. El día 23 vamos a hacer una fiesta en Grimmauld y va a venir todo el mundo, así que si quieres pasarte, estás invitada... Tu marido también, pero solo si promete no intentar meterse en mi cama.

Me gustaría que vinieras porque te echo de menos.

Te quiere,

Sidi.

Tras releerlo varias veces, la metió en un sobre y llamó a Hedwig. Sirius no sabía dónde estaba Bellatrix, pero confió en que la lechuza la encontrase como en ocasiones anteriores encontró a Rodolphus. Cuatro días después el animal volvió. No llevaba ninguna contestación, aunque Sirius tampoco la esperaba. Deseó que al menos hubiese cumplido su misión.

El día veintitrés Harry se despertó emocionado. Se trataba solo de una fiesta, pero a la vez era la celebración de que por fin se había librado del tormento que le acompañó desde que nació. Su sorpresa fue notar que su padrino también parecía alterado. En los últimos meses lo había notado alicaído e incluso huraño, pero se esforzaba por mostrarse animado delante de él. Harry sospechaba cuál era el motivo, pero como nada podía hacer, simplemente esperaba que fuese una fase y lo superara. Así que se alegró mucho cuando lo vio bajar las escaleras para recibir a sus invitados.

-¡Caray, Sirius, a tu lado el resto parecemos Filch! –exclamó Tonks que bebía ponche sin alcohol intentando engañar a su mente.

El animago llevaba una túnica de gala, como todos los demás, pero la suya era más elegante o quizá era que su porte aristocrático parecía acentuado, o tal vez la despeinada melena oscura que le daba un aire rebelde muy atractivo. En cualquier caso todos se alegraron de verlo tan bien. Él les dio las gracias con su sonrisa seductora y se encargó de que no faltase whisky. Y sobre todo se encargó de la puerta. Cada vez que sonó el timbre corrió hacia ella y cada vez que la abrió logró disimular su cara de decepción. Tuvieron decenas de invitados, en Grimmauld nunca se habían escuchado tantas risas y felicidad sincera. Pero Bellatrix no llegaba.

-¡Abro yo! –gritó por duodécima vez cuando pasada la medianoche alguien llamó a la puerta.

-Perdonad el retraso, teníamos la cena de Navidad de Gringotts y los duendes no nos han dejado irnos antes, ahora son extremadamente amables, es hasta incómodo... -murmuró Bill Weasley.

Sirius asintió y les indicó a él y a Fleur que pasaran. Después cerró de un portazo. Intentó contagiarse de la felicidad colectiva y razonar que daba igual, tampoco contaba con que su prima apareciera... Ya la vería cuando ella quisiese. ¡No podía dejar de disfrutar con sus amigos solo por una persona!

-Solo que esa persona es la única que siempre se ha preocupado por mí... -masculló con amargura mientras acariciaba a su fiel compañero el whisky.

Contempló a todos bebiendo y bromeando junto a la chimenea, intercambiado regalos y planes navideños y durante unos segundos, sintió un inmenso deseó de alzar la voz y echarlos a todos de su casa. Era el mismo salón donde en esas mismas fechas, treinta años antes, se sentaba con su prima para jugar con sus juguetes y vigilar su calcetín. Si su Trixie no estaba ahí el resto tampoco tenían derecho a estar, a mancillar su lugar especial. Pero cerró los ojos, contó hasta doce (porque sí, porque no le gustaba contar hasta diez como la gente corriente) y se serenó.

-¡Ven a por tus regalos, Sirius! –le llamó Harry y él acudió obediente forzando su sonrisa marca registrada.

La siguiente vez que la puerta se abrió ya fue cuando los invitados se empezaron a marchar. El dueño de la casa lo agradeció. Eran casi las cuatro de la mañana cuando el salón quedó desierto: la mayoría habían regresado a sus hogares y algunos pocos se habían perdido por las habitaciones de la mansión para hacer groserías que horrorizaban a los retratos decimonónicos. Sirius contempló los restos del festejo y decidió que Harry y sus amigos recogerían aquello, él ya no tenía edad para esas cosas (tampoco de joven limpió mucho, pero eso su ahijado no necesitaba saberlo). No tenía sueño, la decepción le había sesgado las ganas de todo.

De un arrebato, se quitó la elegante túnica, la hizo una bola y la arrojó sobre uno de los sofás cubiertos de envoltorios de regalos y restos de dulces navideños. Notaba el cerebro abotagado más por el esfuerzo de fingir alegría que por el alcohol; además hacía un calor agobiante. Así que decidió salir a despejarse.

-Accio abrigo –murmuró con desgana.

La prenda acudió a su mano de inmediato. Vivían rodeados de muggles y no podía salir a la calle como si hubiese escapado de otro siglo. En cuanto abrió la puerta una bocanada de aire frío lo recibió. Cerró los ojos con placer y disfrutó de esa sensación durante unos segundos. Al menos hacía buena noche. Abrió los ojos y entonces... entonces vio que había alguien sentado al pie de la escalera. Estaba de espaldas, pero la silueta de Bellatrix era inconfundible.

Su primer instinto fue abalanzarse sobre ella y abrazarla hasta que sus órganos vitales corrieran riesgo de estallar. Pero se contuvo. Decidió que igual era preciso un enfoque más sutil. Bajó los escalones y se sentó junto a ella. La bruja no le miró, tenía la vista perdida en algún punto de los edificios cochambrosos de la acera de enfrente. De repente, pese a que era lo que había deseado toda la noche (y desde hacía varios meses), no supo qué decir. Había imaginado y ensayado mil conversaciones, pero en ese momento todas le sonaban estúpidas. Así que optó por un comentario sencillo:

-¿Por qué no has entrado? Te hubiese gustado... Había mucha gente, pero también mucho alcohol.

Su prima simplemente se encogió de hombros. Él supuso que no le apetecía hablar, así que se quedaron en silencio contemplando la calle desierta. Sirius quería –necesitaba- decirle que sentía haber estado tan ciego, que ni en diez vidas podría agradecerle lo que había hecho por él y que la quería como nunca había querido a nadie. Pero no lograba pronunciar las palabras.

Eso le daba miedo, jamás le había pasado: era muy seguro, tenía un éxito absoluto con las mujeres y nada se le ponía por delante. Pero en ese momento su cabeza estaba tan vacía como la de Lockhart. Lo único que fue capaz de hacer fue cogerle la mano y estrecharla entre las suyas. Solo con ese pequeño contacto sentía descargas de adrenalina por todo su cuerpo. Entendió por qué estar enamorado era tan adictivo. Empezó a caer una fina lluvia, pero ninguno de los dos pareció notarlo.

-Iba a entrar –murmuró ella al fin-. He pasado horas eligiendo la ropa, el peinado y...

-¡Estás preciosa! –exclamó Sirius con absoluta sinceridad- Hubieses sido la más guapa de toda la fiesta y eso que había varias veelas.

-... y al final no me he visto con ánimo de arreglarme –completó la frase ella-. Esto es mi jersey de estar por casa, Sirius, y hace tres meses que no me peino.

Con esa última declaración, finalmente le miró. El animago no pudo evitarlo y se echó a reír ante su error.

-Yo no entiendo de ropa y esas cosas, pero me mantengo en lo que he dicho: sigues siendo la más guapa. Son los genes Black, qué le vamos a hacer.

Bellatrix esbozó una pequeña sonrisa y fue como si en plena noche de repente brillara el sol. Eso fue lo que necesitó Sirius para lanzarse por fin:

-Lo siento mucho, Trixie, sé que te he fallado, que te llevo fallando toda mi vida, pero te quiero. Nunca dejé de quererte, aunque a veces lo olvidase porque soy un perro tonto. Quiero estar contigo, no quiero tener que separarnos nunca más. Cuando estoy contigo siento como si me lanzasen mil pequeñas bombardas por todo el cuerpo pero no de forma desagradable, sino como cuando eres pequeño y corres con todas tus fuerzas y ríes y gritas porque eres increíblemente feliz y no quieres que eso acabe y...

-Sirius, deja de decir tonterías, me estás asustando –murmuró su prima intentando fingir seriedad.

El animago se ruborizó (podía contar con los dedos de una mano las veces que se había ruborizado en su vida). Se calmó e intentó explicárselo:

-Es que no sé cómo darte las gracias, de no ser por...

-Entonces no lo hagas, no lo hice para eso. Pese a lo que pueda parecer, durante toda mi vida he hecho lo que he querido y créeme que he disfrutado. No soy ninguna víctima de la que debas compadecerte ni hice nada con el deseo de recibir elogios. Es lo único que tengo que decir sobre el tema –le cortó ella.

Sirius no se sintió dolido. La conocía y se identificaba plenamente con su forma de gestionar las emociones. Para la bruja era violento y la avergonzaba reconocer sus buenas acciones; otros se jactarían de ello, pero para Bellatrix era todo lo contrario. Y él lo comprendió y lo respetó. Así que asintió, le besó la mano que seguía entre las suyas y cambió de tema:

-Supongo que tendrás planes con Rodolphus, pero si algún día...

-Mi exmarido está demasiado ocupado tirándose a uno de los sanadores que nos ayudaron en la guerra –suspiró la bruja.

-¡Ah, bueno! Entonces podem... ¿¡Has dicho exmarido!?

Bellatrix asintió.

-Hemos pedido la anulación. Al ser un matrimonio concertado es como si nunca hubiésemos estado casados. Ahora que Voldemort no está y ya no tenemos que dar una imagen ante nadie... Cada uno podemos hacer nuestra vida. Aunque ambos nos hemos dejado el apellido del otro después del nuestro, Rod siempre será familia mía.

-Claro, por supuesto –respondió Sirius de inmediato.

Intentó ocultar su sonrisa de felicidad sin mucho éxito. No tendría ningún problema en que su futura mujer se llamase Bellatrix Black Lestrange. Como si se quería poner el apellido de McGonagall, lo único importante era que ahora nada le impediría pasar su vida con ella.

-Bueno, entonces había pensado que podíamos hacer algo juntos -empezó Sirius-. Como Harry está en casa con sus amigos podemos...

-Lo siento, pero no puedo –susurró la bruja.

Liberó su mano con suavidad y se levantó. Empezaba a llover más pero a ninguno de los dos les molestaba. Sirius la miró desconcertado, no entendía cuál era el problema. Notaba que su prima estaba de pronto mucho más angustiada de lo que lo estuvo en la guerra y no sabía cómo tranquilizarla.

-Creía que podría venir y... Ya sabes, tener una relación como las personas normales... -empezó ella sin apenas mirarlo- Pero no puedo. No tengo ningunas ganas de hablar de lo que pasó, ni de estar con Potter, sus amigos y el resto de personas a las que no aguanto. No me gusta esta casa, me angustia esta ciudad y tú... tú simplemente te sientes culpable. No puedo.

Se giró y echó a andar apresuradamente bajo la lluvia. No podía aparecerse en una calle muggle en la que cualquiera podía estar asomado a la ventana, debía llegar hasta el callejón más cercano. Sirius había enmudecido y le costó reaccionar. Ni siquiera entendía bien a qué se refería. Eso no impidió que unos segundos después echara a correr para perseguirla bajo la lluvia que ya era tormenta. No le costó mucho alcanzarla, pero eso la puso aún más nerviosa.

-¡Eh, Bella, tranquila! –le dijo con suavidad sujetándola por los hombros- No lo entiendes: yo te quiero y quiero estar contigo, nada más. Eso no significa que...

-¡No! –susurró ella sacudiendo la cabeza- Tú no... Tú...

-Trixie, ¿estás llorando? –preguntó sintiendo como se le encogía el corazón.

Ella sacudió la cabeza como negando, como si fuesen gotas de lluvia las que recorrían sus mejillas. Sin saber qué hacer o decir y sintiéndose muy impotente, Sirius la acercó a su pecho y la abrazó con fuerza. Cuando notó que se tranquilizaba un poco, la liberó y ella por fin expresó sus temores con claridad:

-Me quieres pero no como yo a ti. Nunca lo has hecho y si ahora crees que sí es porque sabes que yo... bueno, porque lo sabes todo. No quiero que estés conmigo por compasión, me da mucha rabia. A ti siempre te ha dado asco nuestra familia, la endogamia y todo eso y nunca me has querido así. Quizá más adelante, cuando esté mejor, podemos volver a ser amigos, como de pequeños. Pero ahora mismo no...

-¡Es que yo no quiero ser tu amigo! Siempre has sido la más fuerte de toda la familia y no me refiero a que seas una gran bruja y duelista... Eres la única que aceptaste tus sentimientos desde pequeña y viviste como tu corazón te dictó, hay que tener una fortaleza para eso que yo jamás he tenido. Ni siquiera entiendo qué siento la mitad del tiempo... Confundo a Harry con James, olvido dónde estoy y... Claro que te he querido, Bella, desde que tengo uso de razón, desde antes de las postales de Navidad. Mi primer recuerdo es a los cuatro años: robamos la varita de tu padre para intentar prender fuego al salón porque parecía divertido.

-Fue divertido –susurró su prima con una pequeña sonrisa.

-¡Claro que lo fue! Y aún más culpar a nuestros hermanos... -recordó él- Me dolió tanto que te unieras a los mortífagos... No tanto porque fuese una causa repugnante, sino porque así tu vida corría mucho más peligro. Te odié por eso, hice un esfuerzo totalmente consciente en odiarte... pero nunca lo conseguí del todo. ¿Recuerdas la batalla del Departamento de Misterios? Sí, fui a por ti y me burlé... pero no te lancé un solo ataque, solo me defendí. Algo dentro de mí me impedía hacerte daño; solo pensar que pudiera causarte una herida me resultaba antinatural.

Hizo una pausa por si su prima quería comentar algo pero simplemente le escuchaba mientras veía la lluvia caer sobre la farola de la esquina.

-Te quiero, te quiero de todas las formas posibles. Y lo sé porque nunca había sido capaz de decírselo a nadie. Ya me sentí así cuando convivimos en la Mansión Black y no conocía tu historia. ¿Sabes lo que cuenta el libro de Animales Fantásticos sobre los licántropos? ¿Eso de que solo tienen una pareja posible en la vida, un compañero que es la otra mitad de su alma?

-Sí. Dice que saben que es su compañero en el momento en que lo conocen, no treinta años después.

-Es porque soy un perro y no un lobo, y un poco tonto –resolvió Sirius-. La noche en que nos atacó Greyback y de repente apareciste tú, lo supe. No sabía que eras una animaga, pero sentí que ese animal era mi otra mitad. Sentí un escalofrío de las orejas hasta las patas, oía tu corazón y nuestros latidos eran los mismos, eras el olor más embriagante que jamás había respirado y quería estar contigo siempre... Al volver a nuestra forma humana me contuve, pero... No puedo perderte, Trixie, me moriré sin ti, eres toda mi vida, no quiero que haya nadie más. Solo de pensar que...

-Sirius, ¿estás llorando?

-No. Es que a la lluvia le gusta mucho mi cara y se me está pegando –gimoteó él.

Bellatrix sonrió y esta vez le abrazó ella. Sirius se aferró a su cuerpo con fuerza.

-Prométeme que no me dejarás nunca –exigió.

-Sirius, yo...

-Te tengo atrapada, no llevas la varita en la mano y tengo mucha más fuerza que tú. O me lo prometes o no te pienso soltar.

-Eres un perrito muy necesitado.

-Sí –aseguró él aún temblequeando por el llanto-, pero soy tu perrito y debes cuidarme.

Por unos segundos Bellatrix no respondió. Nunca había visto a su primo tan vulnerable y se le hacía extraño. Estaban empapados por la lluvia, el pelo les chorreaba y empezaban a sentir frío, pero les daba igual. Bellatrix le concedió que tenía razón: era una bruja muy responsable y si adquiría una responsabilidad, se hacía cargo de ella.

-Cuidaré a mi pulguitas para siempre.

Sirius la liberó por fin y la besó como si fuera la primera vez. Ella respondió, perdiéndose en su boca y en la felicidad que sentían ambos en ese momento. 

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