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Capítulo 33

Bellatrix no estaba, pero a quien sí vio Sirius en el exterior del castillo fue a Rodolphus. Charlaba con otro mortífago y un poco más allá estaba Lucius Malfoy tirado en el suelo. Se acercó a ellos y vio que el rubio tenía la cara hinchada, el ojo morado y parecía que le costaba moverse. Sirius no pudo reprimir una sonrisa: estaría de su parte, pero era un imbécil integral.

-¿Qué le ha pasado? –le preguntó a Rodolphus.

-Bella se ha enterado de que te crució... y eso no formaba parte del plan. Así que se lo ha devuelto.

-¿Cómo va a joderle la cara así con un crucio?

-Ah, eso ha sido obra mía –respondió el mortífago-. No me gusta que nadie crucie a un hombre con el que he compartido cama.

-¿¡Te has tirado a Sirius Black!? –inquirió con una mezcla de asombro y admiración el otro mortífago que resultó ser Dolohov.

Técnicamente no era mentira: compartieron cama tres segundos mientras Sirius intentaba separar a Bellatrix de su marido. Así que no lo desmintió, simplemente soltó una carcajada. Se le hizo extrañó reír, había pensado que jamás volvería a hacerlo.

-Dol, ¿me esperas en casa? –murmuró Rodolphus.

El mortífago asintió y se marchó. Los dos magos se miraron a los ojos sin decir nada. Decidieron que estaban en paz, sin reproches ni agradecimientos, era más sencillo así. Sirius hizo la pregunta que temía:

-¿Dónde está Bella?

-Se ha ido.

Por el tono y la ligera compasión con la que lo miró, Sirius entendió que no se refería a que se hubiese ido a casa a dormir. Sintió cómo de nuevo su corazón se encogía.

-Bella no se encuentra bien... Está perfecta físicamente, pero todo esto le ha pasado factura. Lleva metida en este conflicto dos décadas y todo ese tiempo ha ido posponiendo la angustia, pero ahora que por fin ha terminado... No tiene nada claro, no sabe qué quiere hacer con su vida y pese a que ha salvado el mundo mágico, no se siente bien consigo misma. No está segura de haber elegido el bando correcto y considera que una vez terminadas las guerras no queda nada para ella

Por mucho que le dolía, Sirius lo comprendía, conocía de sobra esa sensación. Odiaba pensar que su prima se sentía así.

-¡Pero no es verdad! –exclamó- ¡Yo...!

-Claro que no es verdad –le cortó Rodolphus-. Somos mucho los que la queremos, pero a ella le cuesta gestionar esas emociones y decidir cuál es su lugar. Y necesita estar sola para hacerlo. Al menos unos meses.

-Lo... lo entiendo, pero... Ella sola y si...

-Descuida, no estará sola. Le voy a dar dos días. Al tercero me tendrá donde quiera que se esconda para asegurarme de que come, duerme y tiene a alguien para rascarle el cuello cuando se transforma.

El animago dibujó una sonrisa al recordar las costumbres felinas de su prima. Creyó que la idea de que estuviese aislada solamente con su marido le enfurecería, pero no fue así. No le pidió a Rodolphus ir él, ni que le facilitara la dirección cuando la encontrara. Entendía que Bellatrix necesitaba no verle un tiempo para curarse. Era complejo y retorcido, pero a él le sucedería lo mismo. Su relación con Rodolphus era sencilla, sin problemas; pero con Sirius parecía un eterno duelo de conflictos. Así que asintió reconfortado al menos por la idea de que su marido (gay) estaría con ella.

-¿Puedes decirle algo de mi parte? Dile que lo siento, que gracias y que yo la... que la...

-De acuerdo –respondió Rodolphus-, se lo diré.

Se dieron un apretón de manos y cada uno se marchó por su lado. Sirius volvió a Grimmauld donde Harry le esperaba. Había llamado a Kreacher que les preparó algo de cena mientras se duchaban. El elfo estaba más feliz ahora que su amo Regulus había sido vengado. Así que se sentaron juntos y comieron y bebieron en silencio. Después, subieron a las habitaciones.

-Buenas noches, Harry, me alegro de que tú también hayas resucitado.

Harry sonrió y respondió que él también. Sirius creyó que no lograría conciliar el sueño, pero estaba tan agotado que en cuanto cerró los ojos el mundo de los sueños se desplegó ante él. Durmió hasta el medio día siguiente. Cuando despertó el sol bañaba su vieja habitación de Grimmauld Place. Lo vio todo un poco más positivo: habían ganado la guerra, estaban todos bien y encontraría la forma de estar con Bellatrix porque era lo único que deseaba. Reconfortado por esos pensamientos, bajó a buscar a Harry que estaba despierto en su cuarto. Había amanecido dos horas antes y llevaba todo ese tiempo mirando al techo intentado asimilar lo vivido.

-Quedé con McGonagall en acudir a las cinco al despacho de Dumbledore –comentó el chico mientras bajaban a desayunar-, bueno, ahora es el suyo, es la nueva directora. Y con Lupin y Tonks para cenar y contarles lo sucedido.

-Muy bien, a ver si nos explica todo. Aunque no estoy para más sorpresas...

Harry estuvo de acuerdo. Sobre la mesa del comedor estaba El Profeta que una lechuza había entregado. En portada se leía con letras enormes y centelleantes "¡Fin de la guerra, Voldemort ha muerto!". Estaba ilustrado con una foto nada favorecedora del cadáver carbonizado. Nadie tenía claro lo que había sucedido ni cómo actuar a continuación. El Ministro de Magia –títere de Voldemort- había muerto en la batalla y los mortífagos más peligrosos –los Carrow y su calaña- se habían entregado bajo imperius. Se contaba que Bellatrix, los Lestrange, los Malfoy y otros cuantos habían traicionado a su Señor, pero no daban detalles. Comentaban también que Sirius Black seguía vivo e inocente, la publicación de su muerte fue un error.

-Mira, otro problema solucionado –murmuró Sirius.

-Por lo que oí se encargó la señora Malfoy. Ella les pasó la foto y les indicó lo que debían publicar, porque ni Rita Skeeter veía por dónde empezar... Antes de ayer perdimos la guerra, luego diseñaron una campo de prisioneros, luego ganamos la guerra...

-Sí, todo acorde al absurdo de nuestras vidas –decidió el animago sorbiendo su té con whisky.

Pocas horas después estaban en el despacho de la directora de Hogwarts. Les hizo pasar y les ofreció una galleta, ambos la aceptaron porque no se atrevían a decirle que no. Harry observó que Dumbledore dormía en su retrato, debía estar recuperando los años de sueño que perdió mientras le mangoneaba... Se sentaron en el escritorio y McGonagall ocupó la silla frente a ellos. Un pensadero portátil reposaba en el centro de la mesa.

-Bellatrix me dio permiso para contarles toda la historia pero solo a ustedes dos –empezó la directora-. Podrán transmitir a sus amigos las ideas generales, pero no las relativas a la vida privada de Bellatrix, creo que sabrán discernir.

Ambos asintieron.

-Les mostraré varios recuerdos en...

-¿Puedes tutearnos, Minerva? –la interrumpió Sirius- Se me hace raro que nos hables como si fuésemos la lechuza que reparte el Profeta.

La directora le miró con expresión seria y no contestó. Pero le hizo caso:

-Os mostraré recuerdos tanto míos como de Bellatrix. He colocado aquí el pensadero para que podamos verlo sin necesidad de meternos dentro. No lo veremos con tanta nitidez como cuando te sumerges, pero será más cómodo y rápido.

-Muy bien –murmuró Harry.

-De acuerdo, comencemos. Dejaremos las preguntas para el final –comentó como si fuese una de sus clases.

Las primeras imágenes Harry ya las conocía. Era el recuerdo en el que los padres de Bellatrix la obligaban a unirse a los mortífagos y ella aceptaba a cambio de que no le hicieran daño a Sirius y le respetasen la herencia. El chico prestó más atención a su padrino y vio como el asombro, la furia y la devoción paseaban por su rostro. Terminó entristecido con la última imagen de Bellatrix llorando ante su aciago destino.

No comentaron nada, saltaron al segundo recuerdo. Bellatrix tenía la misma edad que en el anterior. Acudía al despacho de McGonagall (veinte años más joven que en la actualidad) y le resumía la situación. Le pidió que si le pasaba algo a ella, protegiera a Sirius.

-¿Por qué acudes a mí? –preguntaba la directora.

-Porque es la única de la que me fío un poco. Ante todo tiene que prometerme que no se lo contará a nadie. Y mucho menos a Sirius o a Dumbledore.

-No tengo el deseo de ocultarle nada al profesor Dumbledore –respondió la mayor.

-Se lo pido como favor personal, ¿qué quiere a cambio?

-¡Me ofende que piense que le pediría algo a cambio, señorita Black!

-Dumbledore lo haría –respondió Bellatrix llanamente.

La directora abrió la boca para replicar, pero finalmente la cerró. Asintió, se lo prometió y el recuerdo se diluyó.

El tercero debía suceder pocos años después, pues Bellatrix no parecía mucho más mayor. Estaba practicando legilimancia con un Lord Voldemort ya muy estropeado.

-Ah... Un recuerdo interesante... -murmuraba la voz del mago oscuro que era desagradable hasta en el pensadero- Quieres mucho a tu primo, tus más estimados recuerdos son las Navidades con él... El amor es una debilidad, Bella.

-Mi primo de sangre pura, no veo problema –replicó Bellatrix intentando aparentar calma-. Valoro mucho mi apellido y a mi familia. Pero aún así nada me distraerá de mi misión, mi señor, nuestra causa es lo más importante.

-Así es. Llegará el momento en que deberás probar en quién residen tus lealtades.

La bruja asintió impertérrita, pero en su interior debió sentir doscientos vociferadores gritando que aquello sería un problema.

Bellatrix tenía veintiún años en la siguiente memoria y lo supieron porque quedó muy claro qué fecha era.

-¡AZKABAN! –gritaba con furia- ¡Le han encerrado en Azkaban!

La joven bruja tenía el don de llorar a mares mientras chillaba a pleno pulmón. Estaba más pálida de lo habitual, temblaba de rabia y la varita firmemente apretada en su mano echaba chispas.

-¡Me prometiste que le protegerías! Os avisé, ya os dije que Voldemort planeaba algo. ¡Ahora por vuestra inutilidad Sirius está en Azkaban!

-¡Mató a Pettigrew y a doce muggles, señorita Black! –se defendió McGonagall.

-¡Y UNA MIERDA LOS MATÓ ÉL! ¡SIRIUS JAMÁS MATARÍA A NADIE, MORIRÍA ANTES QUE TRAICIONAR A POTTER!

El despacho empezó a arder. Bellatrix provocó explosiones y destrozó todo lo que encontró a su paso. McGonagall intentó detenerla, pero la más aventajada discípula de Lord Voldemort estaba fuera de control. Mientras procuraba salvar el mobiliario, la profesora le contó también muy alterada que habían encontrado los cadáveres y un dedo de Pettigrew. Pruebas de sobra.

-¡¿Pruebas de qué?! ¿Han comprobado su varita? ¡Ni siquiera va a haber juicio, le han condenado sin más!

-Albus ha declarado que Black era el guardián del secreto de los Potter y no ha hecho falta mucho más... Lo siento, Bellatrix, de verdad. Yo también quería mucho a ese chico y no estoy de acuerdo en que se supriman los juicios, pero el Ministro no escucha a nadie, estamos en guerra. Tenemos que asumir que a veces las personas...

Ante la mirada incendiaria de la chica no respondió. Bellatrix se dio cuenta de que estaba sola, no iba a poder contra Dumbledore y todo el Ministerio. Así que con mucho esfuerzo se serenó.

-Muy bien, gracias por tu ayuda. Si no lo sacáis de Azkaban... encontraré la forma de entrar yo y procuraré que sea lo más épica posible. Y recuerda mis palabras, Minerva: llegará un día en que Dumbledore pagará por esto.

Salió de la sala dando un portazo y liberó un fiendfyre en forma de basilisco que recorrió el colegio destrozándolo durante días. El recuerdo se desvaneció.

Harry estaba profundamente conmovido. Había deducido en los meses previos que Bellatrix quería a Sirius, pero no creyó que hasta tal punto. Por su parte, el animago parecía a punto de llorar y también a punto de ponerse a destrozar el despacho como había hecho Bellatrix. Se sentía roto por dentro, había sido injusto con ella toda su vida. Claro que no podía saberlo, pero aún así....

-Esos son los recuerdos que tengo de esa época –comentó la directora-, los siguientes pertenecen a este último año. Y he de pedirte disculpas, Sirius, debí escuchar a tu prima. Creí que sus sentimientos la cegaban y a mí también... Sé que con esto no arreglo nada pero lo lamento profundamente.

Sirius asintió con mirada dura sin decir una palabra. Harry intentó reducir la tensión:

-¿El recuerdo de los Longbottom no está? Eso que contó Bellatrix de que no los torturaron si no que Crouch les borró la memoria por error...

-No, nunca me lo mostró –respondió la directora con un ligero fastidio-. Debemos confiar en que sucedió como nos lo contó.

-Porque de lo contrario sería muy duro saber que lo que sucedió fue culpa vuestra, ¿verdad? –inquirió Sirius con suspicacia- Por no escuchar a Bella y no hacer lo correcto...

-Sí, lo sería, señor Black –contestó McGonagall.

Sirius no tenía nada claro qué sucedió con los Longbottom, pero sí imaginó que ese fue el castigo de Bellatrix a Minerva: tanto si fue un accidente como si no, la directora llevaba años cargando con la incertidumbre y la culpa y las arrastraría hasta el fin de sus días. Quería a Minerva, pero en ese momento decidió que le estaba bien empleado.

-¿Podemos seguir? –pidió Harry con suavidad.

McGonagall asintió y preparó otra tanda de recuerdos. Les explicó que el primero pertenecía al pasado noviembre, cuando les atacaron en la Madriguera y se refugiaron en la Mansión Black. Después de la reunión la directora se encontró a solas con Bellatrix en el exterior de la casa. Salvo la noche que la capturaron en Grimmauld, no la veía desde los veintiuno. Fue Bellatrix la que se acercó a ella, con una mezcla de arrogancia y desinterés. Le explicó (bajo exigencia de que no lo compartiera con nadie, como de costumbre) la historia del chivatoscopio y le contó que Dumbledore poseía una lámina de oro de los orcos que formaba una de las caras.

-La habrá convertido en algún objeto cotidiano, pero lo detectarás. Ya sabes que el oro de orcos se vuelve verde durante unos minutos si lo acercas al fuego. Encuéntralo y tráemelo.

-¿Por qué iba a entregarte algo que Voldemort busca? –preguntó la directora con lentitud- Hace catorce años que no te veo, no puedo saber si harás lo correcto.

-En primer lugar, yo avisé a Mundungus del ataque al tren. Estoy segura de que lo sospechaste, solo yo conocía la ubicación exacta del ataque y se la di. Y en segundo y principal, es irrelevante que confíes en mí. Me lo entregarás porque me lo debes.

Se miraron intensamente a los ojos. Fue Minerva la primera en apartar la mirada. En ese momento ya sabía que Sirius fue inocente, tal y como Bellatrix declaró. La tomaron por loca y no le hicieron caso. Así que McGonagall respondió que no sería nada sencillo sustraerle algo a Dumbledore. "Tendrás oportunidad", murmuró únicamente Bellatrix. La mortífaga hizo ademán de entrar en su casa pero la mayor la llamó de nuevo:

-Un momento, Bellatrix. Dime que no has tenido nada que ver con la resurrección de Black.

-¿Por qué iba a tener algo que ver? Yo le maté.

-Dicen que no fue un avada, solo un hechizo aturdidor y que cayó al velo porque estaba detrás.

-Fíjate... Tanta leyenda y al final te mata una cortina –respondió la morena con sorna.

-¡Bellatrix, esto es muy serio! ¿Sabes lo que supondría realizar un ritual semejante de magia oscura? ¡Hay que obligar a alguien a matarse! Y si diez meses después no asesinas a otro mago o bruja con la misma arma, muere cualquiera que haya participado en el ritual. Quienquiera que hiciera algo así merecería sin demora el beso del dementor.

Bellatrix la miró lentamente y al final caminó hacia ella. Se quedó muy cerca, apenas unos centímetros separaban sus rostros. Con mirada inocente, comentó:

-¿Qué insinúas, Minnie? ¿Que le lancé un imperio a alguien, pongamos por ejemplo a Dolores Umbrige, y le di una daga para que se desangrara a sí misma y después se lanzara al velo? ¿Que mandé a mi elfina a recoger esa daga y planeo utilizarla para matar a alguien el mes que viene y completar el ritual? ¿Y que planeé todo eso en el momento en que Sidi murió en un combate que no hubiese sucedido de haber hecho el viejo y tú lo correcto?

McGonagall tenía los ojos muy abiertos y apenas respiraba. Bellatrix mostraba una sonrisa de hiena.

-¡Yo jamás haría algo así, Minnie! No se me ocurre nada más cruel... Salvo abandonar a un bebé huérfano en la calle en noviembre en casa de unos tíos que lo van a maltratar. Que no tuvisteis el detalle ni de llamar al timbre, ¿eh? La valentía de Gryffindor...

-¡Bellatrix! ¡No...! –empezó la directora.

-Aquí todos tenemos secretos y hemos actuado de forma cruel y egoísta, esto es una guerra –declaró la bruja con crudeza-. Además, por lo que he oído Umbridge y tú no teníais la mejor relación del mundo y se iba a librar de sus crímenes... Si alguien hubiese hecho lo anteriormente descrito, merecería una orden de Merlín.

-¿Y tus propios crímenes? ¿A quién piensas matar para completar el ritual?

-No hubiese habido ninguno si hubieses protegido a Sirius como prometiste. Y respecto a lo segundo... alguien se me ocurrirá. Oh y hay una cosa que debes recordar: Voldemort sabe que estoy con vosotros, que tengo a Potter en mi casa y se lo entregaré cuando encuentre la parte del chivatoscopio que poseyó su padre. Él me protege y no permitirá que me encierren en Azkaban ni me suceda nada. Así que no intentes detenerme. Buenas noches, Minnie.

La mortífaga entró finalmente a la casa y McGonagall se quedó ahí, furiosa, pensativa y muy confusa. Estaba claro que no sabía qué hacer, pero posiblemente se dio cuenta de que no tenía opciones, solo confiar.

Se arrepintió de esa decisión cuando en el recuerdo siguiente le relataron la muerte de Dumbledore. Bellatrix había usado la misma daga ensangrentada con la que se mató Umbridge: el ritual de resurrección estaba completo. Tras el funeral, la directora acudió a la Mansión Black a hablar con Bellatrix. Aunque más que hablar le gritó. Ni Harry ni Sirius la habían visto nunca tan alterada. Insultó y amenazó a Bellatrix de todas las formas posibles. La mortífaga la escuchó con apatía y le permitió desahogarse. Después le contó la historia del anillo envenenado y llamó a Snape que acudió de mala gana y confirmó que al director le quedaban pocos meses de vida. El maestro de pociones no quiso saber más. A McGonagall le costó un rato procesar esa información.

-Aún así no tenías derecho a decidir cómo y cuándo llegaba a su fin. Además pretendes inculpar a Marlene. Parece tan evidente que ha sido obra tuya que nadie lo creerá; mentir diciendo la verdad, es algo que haces desde niña.

-Tenía la obligación moral de hacerlo, no merecía una muerte gloriosa. Y he disfrutado enormemente –se jactó la más joven-. Y no es que la inculpe yo, es que tiene la culpa: es la traidora, ella avisó a Voldemort de cuándo sería el viejo un blanco fácil y Voldemort me encargó a mí matarlo.

La directora incorporó esa nueva información a sus cábalas, pero aún así su expresión no se suavizó:

-Ni siquiera le diste oportunidad de defenderse, ¿qué nobleza hay en eso?

-Le di la misma oportunidad que él le dio a Sirius.

Fue un golpe certero y a la directora le costó encajarlo. Después, con frialdad murmuró:

-Él nunca te querrá como tú le quieres a él. Lo sabes, ¿verdad?

-Por supuesto. Sé que me odia, que piensa que estoy trastornada y que nunca tendremos nada más que sexo. Ahora, si haces el favor de hacer por fin algo de provecho y entregarme lo que te pedí...

La sentencia inicial sorprendió a la directora; la última parte la enfureció de nuevo. Pero finalmente con rabia y seguramente con el deseo de olvidar por fin el tema, extrajo de su bolso unas gafas doradas de media luna. Bellatrix produjo una llama en la punta de su varita y la acercó. El oro se volvió de un tono verdoso como el vidrio y se convirtió en una fina lámina. Oro de orcos. La parte del chivatoscopio que Dumbledore poseía: él se la regaló a Gellert en forma de colgante por sus fuertes propiedades mágicas. Tras ese intercambio, las dos brujas se despidieron con frialdad.

El contenido de los últimos recuerdos más o menos ya lo conocían: Bellatrix le contaba a la directora que le había entregado a Voldemort el oro de orcos para evitar que atacase el castillo para buscarlo. Tras eso, el mago oscuro activó el chivatoscopio pese a faltarle dos caras (las esmeraldas que ocultaba su discípula y el cristal de los Potter). Las criaturas mágicas empezaron a rebelarse, dispuestas a atacar a cualquier enemigo de Voldemort hasta exterminarlos. Esa idea les dio tanto miedo que Bellatrix y McGonagall decidieron enterrar sus conflictos y pasaron las semanas previas a la guerra planeando cada movimiento.

-No permitas que maten a la serpiente, si lo hacen antes de que tengamos el chivatoscopio, usará un avada para matar a Sirius y contra eso no hay antídoto –insistía la más joven.

-Estoy mayor, Bellatrix, me pierdo en tus razonamientos.

-Voldemort no confiará en mí hasta que compruebe que mi fidelidad hacia él es mayor que el... el cariño por Sirius. Seguramente no bastará con que yo mate a Potter...

-¿Cómo sabes que te dejará matarlo a ti?

-Porque cuando intente hacerlo él, Potter sobrevivirá. No lo sabe, pero tiene la piedra de la resurrección dentro de la snitch de su padre que le regalé (se la quité al viejo también). La lleva siempre junto a él, funcionará. Es la única forma de acabar con el horrocrux que hay dentro de él: Quien-Tú-Sabes debe matarlo.

-Me va a costar entenderlo y no pienso ver morir a otro de mis alumnos –declaró con firmeza-, pero continúa.

-No se arriesgará a usar otro avada ni tampoco a Nagini, es demasiado valiosa y no querrá que se acerque a Potter que sabe que debe matarla. Así que probablemente me pedirá que lo mate a mí delante de Sirius. Así acaba con Potter y comprueba mi fidelidad, dos por uno –explicaba la bruja con nerviosismo-. Conozco al Señor Oscuro desde que tengo diez años, Minerva, sé cómo piensa mejor que nadie.

-De acuerdo. ¿Y después de eso?

-No le valdrá con eso, querrá ver mi reacción cuando Él mate a Sirius. Eso sí lo hará con Nagini, porque su veneno es la forma más horrible de morir y seguro que Sirius le hace rabiar. Pero para eso tenemos antídoto, no como con la maldición asesina... Así que es vital que la serpiente sobreviva hasta que Él crea que ha matado a Sirius y que yo lo he permitido. Y por fin me dirá dónde guarda el chivatoscopio para que le ayude a comprender su funcionamiento. Es un objeto muy difícil de controlar.

Elaboraron docenas de planes similares, analizaron cada posible escenario y solo en el último momento hicieron participe a Harry. Durante la guerra, vieron como la directora le arrancaba a Neville de las manos el sombrero seleccionador: evitó así que extrajese la espada de Gryffindor y matara a Nagini. Después, cuando Sirius se desmayó, vieron cómo los profesores obligaban a los alumnos a huir y Voldemort intentaba detenerlos. Él mismo levantó de la nada las tiendas de campaña para encerrarlos. Mientras buscaba a los mortífagos desertores, encargó a los Malfoy y a los Lestrange que se encargaran de los prisioneros: si juraban lealtad, serían libres; si no, a Azkaban.

-No vamos a hacer ningún juramento. Encerraos en casa y no salgáis hasta nuevo aviso, ¿entendido? –les decía Draco a los del primer grupo mientras su tía supervisaba la situación.

Fruto del miedo y la sorpresa por la levedad del castigo, todas las familias (los Weasley entre ellos) aceptaban sin dudar. A los que preferían Azkaban antes que inclinar la rodilla ante Voldemort, los Lestrange los llevaban a Gringotts. Ahí los duendes les informaban de que todo era parte de un plan mayor y pronto serían libres. Esos también, asustados y desconcertados, se quedaron en silencio viendo pasar las horas. Con la euforia que se propagó junto a la noticia de la muerte de Voldemort terminaron los recuerdos.

Las tres personas reunidas en torno al pensadero se quedaron en silencio unos minutos. McGonagall pensaba en la guerra, en todo lo que les había quitado durante tantos años. A Harry no le abandonaba la sensación de irrealidad, había noches que seguía pensando que despertaría en la alacena de Privet Drive y todo habría sido un turbulento sueño. Y Sirius... Sirius sentía como si alguien le hubiese lanzado un pretrificus totalus a su cerebro, era incapaz de imaginar nada. Lo único que veía era una imagen de Bellatrix, pero no de la excepcional bruja en que se había convertido, sino de la niña que le llamaba Sidi y le sonreía con el vestido lleno de migas de galletas navideñas.

-Profesora... -empezó Harry rompiendo el silencio- ¿Sabe exactamente qué pasó con Marlene? Si supuestamente Bellatrix y ella estaban en el mismo bando, ¿por qué se odiaban?

-Voldemort tenía muchos espías y procuraba que no lo supieran entre sí. Así que no les dijo que ambas estaban de su parte, pero por supuesto lo sospechaban.

Harry asintió, tenía sentido.

-Nunca sabremos si Voldemort le perdonó la vida a McKinnon a cambio de que ejerciera como espía o ella traicionó a su familia para unirse a él y ganar poder. En cualquier caso seguro que alteró su mente hasta convertirla plenamente a su causa... Yo aventuraría que el odio a Bellatrix fue envidia: es mejor bruja, más poderosa y fue la única mortífaga a la que Voldemort valoró. Por supuesto Bellatrix también tenía envidia: Marlene parecía poseer lo único que ella quería. Y se odiaban desde pequeñas, esas rencillas escolares por desgracia suelen perdurar...

Tuvieron la delicadeza de no mentar las tiranteces de Snape con Sirius, pero alumno y directora pensaron en ellos.

-Además, según me contó Bellatrix, fue McKinnon la que os delató en la Madriguera. Avisó a Greyback y le pidió que usase el fuego maldito para inculparla a ella. La pobre ilusa pensaba que Voldemort la tenía en más estima que a Bellatrix...

Harry asintió y preguntó otra de sus grandes dudas:

-¿Por qué no sacó a Sirius de Azkaban? Hubiese sido más cómodo que llevarle comida y mantas todos los días...

La directora tardó unos segundos en responder y le advirtió que eso nunca lo habían hablado, ella solo podía hacer elucubraciones:

-Imagino que imperaron las cuestiones prácticas: si Sirius lograba huir de Azkaban confirmaría a ojos de la comunidad mágica que era discípulo del señor tenebroso (y así sucedió cuando escapó). Bellatrix consideraría que en Azkaban estaba a salvo, lo tenía vigilado y no haría ninguna locura para vengar a los Potter que le supusiese la muerte.

Ahí la bruja hizo una pausa, pero Harry sospechó que no había terminado, así que no la interrumpió.

-Pero también, Potter, debemos tener en cuenta que Bellatrix realmente odió a tu padrino. Puedes odiar y querer a una persona a la vez, tu boggart puede convertirse en la misma persona que ves en el Espejo de Oesed. Cada vez que ella le llamó traidor, lo pensó de verdad.

-¡Pero si a ella también la trató mal su familia! ¡Debió entender que...!

-No por irse de casa, sino por dejarla a ella. Por dejar de visitarla en Navidad, por pasar tiempo con tu padre y no con ella, por buscarse sus propios amigos y hacer su vida como si no fueran familia... Bellatrix es una heroína, sí, pero no es ningún ser de luz. Es celosa, egoísta y rencorosa. Decidió que Sirius merecía sufrir por abandonarla, aunque no tanto como para permitir que pasase penurias. Pero por supuesto solo son suposiciones mías...

Todo era demasiado retorcido, demasiado complicado. Les costaría años superarlo. Harry tomó nota mental de buscarse un sanador de almas. Como no tenía más preguntas (o más bien no quería más respuestas), miró a su padrino y comentó que los Tonks les esperaban para cenar. Sirius asintió volviendo a la realidad. Sin embargo, cuando se acercaron a la chimenea le preguntó a Harry si le importaría ir solo.

-Claro –respondió el chico-. Te cuento cuando vuelva.

Su padrino asintió forzando una sonrisa y se despidieron de McGonagall. Cuando se giró, Harry vio que Dumbledore aún dormía en su cuadro; sospechó que fingía... cotilla hasta el final.

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