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Capítulo 32

Pasaron unas horas o quizá unos minutos, Sirius no lo sabía. Perdió la noción del tiempo abstraído en la contemplación de las postales carbonizadas que su prima nunca le entregó. Hacía rato que no sentía su cuerpo, como si no le perteneciera. No notaba el hambre, ni la sed, ni siquiera la tristeza. Prácticamente había dejado de sentir. Así que cuando finalmente Lord Voldemort entró a la tienda con Nagini reptando tras él no se inmutó. Sí que pensó que era repugnante que su última visión fuese a ser aquel engendro, pero no había más opciones.

-Ah... El infame Sirius Black... - siseó la voz aguda de Voldemort.

-El placer es mío, Tom –respondió el animago que apenas lograba centrar la vista-, te sienta bien la piel chamuscada, resalta tus ojos rojos.

-La arrogancia de quien lo ha perdido todo –respondió Voldemort con furia contenida-. Está bien, no lo alarguemos más.

Sirius cerró los ojos. No tenía miedo, solo lástima por la vida que le había tocado y pesar por fallarles a sus amigos. Sin embargo, Voldemort no interpretó así su decisión de bajar los parpados.

-Ah... Tienes miedo a morir...

-En absoluto –respondió con sinceridad-, a lo que tengo miedo es a morir viendo esa cara de gnomo reseco que me llevas y tener pesadillas incluso muerto.

-¡NAGINI, MATA! –bramó Voldemort.

Sirius no pudo evitarlo: abrió los ojos. Vio cómo la descomunal serpiente se arrastraba hasta él. Aprovechando que Bellatrix le había dejado la camisa abierta, Nagini se lanzó contra su pecho y clavó sus colmillos. El mago sintió el dolor y después notó cómo el veneno penetraba en su cuerpo. Seguidamente el animal se separó y salió de la tienda. Ya estaba hecho.

-Tanta fe en el amor para morir solo, Black... Para que nadie haya venido a salvarte –se burló Voldemort contemplando su agonía.

-Yo no diría que nadie, señor Ryddle –escuchó una voz severa a sus espaldas.

Minerva McGonagall no atravesaba su mejor momento. Su tenso moño oscuro con hebras de plata hacía horas que se había deshecho, sus ojos mostraban un cansancio acentuado por las arrugas de su rostro y su habitual porte regio parecía resentirse de una enorme carga sobre sus hombros. Pero ahí estaba, firme y con la varita alzada.

El mago oscuro soltó una risa estridente. Se burló de McGonagall haciendo referencia a su sangre, su edad, su fe en el "ridículo Dumbledore" y su falta de ambiciones. Sirius deseó matarlo a puñetazos, pero no podía. Intentó gritar al menos, suplicarle a su antigua profesora que se pusiera a salvo, pero de su garganta no salió ningún sonido. El veneno actuaba rápido.

Se enzarzaron en un duelo. Voldemort deseaba humillarla antes de matarla, pero tampoco lo logró. A ella le costaba un gran esfuerzo desviar sus conjuros pero para él tampoco era sencillo desintegrar sus ofensivas. Había momentos en que parecía que McGonagall lanzaba sus hechizos con la fuerza de dos personas, pero el Señor Oscuro era imposible de igualar. Al final se cansó del juego:

-¿Sabes que soy el mago más poderoso de todos los tiempos y tengo la varita más poderosa jamás creada? –se jactó Voldemort- Así que hora de tu...

-No, de hecho no –respondió una voz con desinterés-. Tienes la varita de mi marido y le gustaría recuperarla. La varita de sauco, la original, es mía. Yo me gané su lealtad al desarmar y matar al viejo. Que lo hice por la espalda, pero... bah, soy una slytherin, fue lo más inteligente.

Sirius apretó los ojos con fuerza para concentrarse. Los abrió y logró enfocar. Su prima había vuelto y llevaba en su mano la varita de Dumbledore, que efectivamente se parecía a la de Rodolphus pero era más larga y con más ornamentos. Voldemort contempló la suya desconcertado, con el temor y la rabia empezando a asomar en su rostro.

-Nunca te he sido fiel. Nunca sería la segunda de nadie ni me arrastraría ante un mestizo llamándole amo. Pero le prometí a mi abuela hace muchos años que conseguiría esto...

Introdujo la mano en su bolsillo y extrajo un objeto similar a una peonza. Era más grande que un chivatoscopio normal, casi del tamaño de una bludger. Tenía ocho caras, cada una de un color y un material, y no dejaba de girar suavemente levitando sobre la mano de Bellatrix. Estaba completo, no faltaba ninguna de sus caras y eso sorprendió a Voldemort.

-Ah, sí, te mentí también en eso –murmuró la bruja contemplando el objeto con fascinación-. No me faltaba el último material, eran unas esmeraldas malditas que Grindelwald entregó a Vinda cuando desarmó el objeto antes de su muerte. Ella las montó en un collar para que pasaran inadvertidas y me lo legó a mí. Yo se lo regalé a mi hermana Andrómeda justo antes de que se fugara, sin explicarle qué era, claro. Hace unos meses lo recuperé.

Sirius recordó algo que Tonks le contó: a cambio de acoger a Ted en la Mansión Black, Bellatrix le pidió a Dora que sustrajera un collar de esmeraldas que le regaló a su madre. Y la auror cumplió.

-Sí, tuve que entregarte la piedra que extraje del velo de la muerte durante mi excursión con Potter –continuó Bellatrix contemplando la cara formada por ese material-, pero fue para que confiaras en mí, para que me contases cómo iba tu búsqueda... Y ahora que por fin me has revelado dónde escondías el chivatoscopio... En fin, ya no me eres útil.

Voldemort la miraba con una rabia absoluta. Deseaba matarla ahí mismo, pero era incapaz de dejar de escuchar. McGonagall comentó:

-Parece que es a ti a quien le faltan apoyos, Tom, y quien va a morir solo.

-Que Bellatrix sea una trai... -empezó el mago oscuro.

-¡Oh, no solo yo! Los Malfoy, los Lestrange, Dolohov, Avery... Los pocos que no te traicionaron obedecen mis órdenes. Me son fieles a mí, no a ti –reveló la mortífaga-. Bueno, para ser justos Dol y Avery le son fieles a Rod, son amantes suyos de toda la vida, mi marido es buenísimo en la cama.

Nadie pensó hasta ese momento que la mandíbula de Voldemort pudiese descolgarse tantos centímetros.

-Ah, sí, mi Roddy es gay. Nunca te lo contó porque tenía miedo de que quisieses acostarte con él; estaba a favor de la causa, pero como comprenderás no tanto como para...

-¡Bellatrix! –la amonestó McGonagall como si estuviese diciendo una grosería en clase.

-Perdón -musitó la bruja aumentando el absurdo de la situación.

Seguidamente sacudió la cabeza centrándose en la realidad y sentenció: "Bueno, a lo que íbamos, ¡matémonos!". Le lanzó un crucio a Voldemort que se mantuvo en pie con dificultad retorciéndose de dolor. El siguiente ataque no le pilló por sorpresa y contraatacó, pero a la mortífaga tampoco y lo esquivó. El duelo no duró mucho más: a Bellatrix le gustaba jugar con su comida pero se aburría rápido. Sus varitas colisionaron en un avada kedavra y la luz verde se decantó hacia Voldemort. El mago más tenebroso de todos los tiempos cayó al suelo sin vida. Hubo unos segundos de silencio mientras los tres contemplaban el cadáver. Parecía pequeño, ridículo y sobre todo, mortal, el mayor miedo que tuvo en vida. Fue Bellatrix la que primero reaccionó:

-Necesitaré esto para explicar la situación –murmuró para sí misma.

Con un gesto de su varita, el cadáver de Voldemort levitó tras ella y abandonó la tienda. Sirius cerró los ojos con una débil sonrisa. Sintió que se podía marchar ya, sabiendo que al menos aquel monstruo había muerto también. Y que su prima igual no era mala del todo, solo tenía su propia agenda. McGonagall se acercó a él y desintegró las cadenas que le mantenían preso. Él no tenía fuerzas para moverse, pero agradeció sentirse libre. Notó cómo Minerva cogía su mano y la sonrisa del animago se hizo más amplia.

-Abra los ojos, Black –le ordenó con voz autoritaria-, manténgase despierto.

-Me encantaría obedecerte, Minnie, siempre fuiste mi profe favorita... Pero me estoy muriendo.

-Siempre fue usted demasiado dramático... Hágame el favor de abrir los ojos, no se está muriendo.

-El veneno de esa serpiente una vez dentro del cuerpo es imposible de sanar –susurró Sirius con voz cansada.

-Lo sé. La única forma de salvarse es que te apliquen el antídoto unas horas antes. Bastaría que penetraran en la piel unas lágrimas de fénix... o de algún pariente suyo, como el ave del trueno.

Sirius abrió los ojos frunciendo el ceño. Era imposible. McGonagall le miró con una sonrisa suave.

-Madame Black posee una pulsera muy curiosa. Tiene forma de pantera... o de jaguar, le contraría mucho que los confunda, y en su interior permite almacenar líquidos. No te estás muriendo. Has pensado que sí y te has sugestionado, pero no es así.

Sirius abrió y cerró la boca con estupor. Se retrepó en la silla y se acarició el pecho. No había rastro de la mordedura de la serpiente. Pensó en cuando Bellatrix le acarició el pecho con su pulsera. Sí que notó algo frío, pero creyó que era la plata, no las lágrimas de Bóreas. Quiso incorporarse de un salto para comprobar su estado, pero la directora se lo impidió. Una cosa era que no se fuese a morir del veneno y otra que la falta de comida, bebida y el encarcelamiento le habían debilitado. Podría desmayarse igual. Sonrió a su vieja profesora y permitió que lentamente le ayudara a incorporarse.

-Has luchado contra él mejor que el propio Dumbledore, Minerva, me he sentido muy orgulloso.

-La verdad es que he tenido ayuda –reconoció la profesora-. Voldemort estaba demasiado alterado para darse cuenta, pero...

En ese momento, en un rincón de la tienda alguien se quitó la capa de invisibilidad. Gritó el nombre de su padrino y corrió hacia él. Sirius tuvo que volver a sentarse de la conmoción. Harry lloraba a mares.

-¡Lo siento, lo siento! ¡No me dejaron decírtelo! Bellatrix me dijo que soy un bocazas, quería obligarme a hacer el juramento inquebrantable y...

-¡Potter, cálmese! –ordenó McGonagall- Lo que no ha conseguido la serpiente lo va a lograr usted como no deje de agobiar a su padrino.

Harry abrió los ojos desmesuradamente. La serpiente. Nagini. Seguía viva y con ella una parte del alma de Voldemort. Si no acababan con ella, todo habría sido en vano. Preguntó alterado dónde estaba y Sirius, del todo desconcertado, balbuceó que se había ido tras morderle. Harry salió de la tienda a toda velocidad.

-Minnie... ¿Podrías hacerme un favor? –preguntó Sirius.

La bruja alzó una ceja en un gesto interrogativo. Él le señaló las postales carbonizadas sobre la mesa y le preguntó si habría alguna forma de arreglarlas.

-Sé que están totalmente quemadas pero...

-¿Por quién me ha tomado, Black? ¿Por una inepta profesora de Adivinación?

Con una floritura de varita, McGonagall devolvió su esplendor a las tarjetas, incluso reparó el deterioro causado por el tiempo. Sirius le dio las gracias y las guardó en su bolsillo.

En el exterior, Bellatrix les había explicado la situación a los demás mortífagos: Voldemort había muerto, eran libres y podían largarse. Hubo tres segundos de estupor en la que todos contemplaron el cadáver levitando tras ella. Comprobaron que la marca tenebrosa había desaparecido de sus muñecas y le dedicaron una reverencia a Bellatrix. Seguidamente se aparecieron y se marcharon a más velocidad que una saeta de fuego. Cuando Harry salió solo estaba ella refiriéndole la situación a su familia: Narcissa miraba a su hermana estupefacta; Draco la contemplaba con adoración; Lucius sentía cierta lástima por haber perdido su puesto de general; Rabastan se entretenía lanzando maleficios al cadáver de Voldemort; y Rodolphus tenía a su mujer abrazada por la cintura.

-¿¡HABÉIS VISTO A...!? –chilló Harry.

Todos le ignoraron y él no completó la frase. No hizo falta. Unos metros más allá, Bóreas picoteaba el cadáver de Nagini para devorar su carne. No le había llevado más de tres segundos matarla. En ese momento Bellatrix se giró hacia su compañero alado y exclamó:

-¡Guárdame la piel! Quiero hacerme un bolso de recuerdo.

Bóreas profirió un graznido que sonó como un trueno y que Bellatrix tomó por un "Por supuesto". Harry se quedó unos segundos contemplando la macabra escena. Recordó cómo empezó todo aquello, la noche en que vio por su ventana al enorme pájaro creando una tormenta sobre Privet Drive. Parecía que hiciese tres vidas de aquello.

-¡Harry! –exclamó de nuevo Sirius cuando salió de la tienda acompañado de la directora- ¿De verdad eres tú?

Su ahijado corrió hacia él y lo volvió a abrazar. Sacó de su bolsillo la varita de Sirius y el animago la aceptó con ojos brillantes, como quien recupera a un querido amigo. Antes de que pudiera preguntar de dónde la había sacado o, mejor, cómo estaba vivo, la directora les recordó que había más prisioneros y los tres corrieron hacia la tienda que servía de prisión. Liberaron a los magos y brujas que quedaban, les explicaron lo sucedido y se abrazaron y lloraron juntos, incluso con los que no conocían.

-¿Y el resto? –preguntó Sirius nervioso- Los que no estaban aquí y los que sí pero se los llevaron... Dora, Kingsley, Remus y...

-Están bien, todos bien. Los que no estaban aquí lograron escapar. Y los que sí, en lugar de trasladarlos a Azkaban, los Lestrange –a quien Voldemort encargó esa tarea- los llevaron a Gringotts. Los duendes nos lo ofrecieron como pabellón seguro. Que por cierto...

McGonagall produjo un patronus y le encargó llevar al Banco Mágico el mensaje de que todo había terminado y Voldemort estaba muerto. Sirius exclamó sorprendido:

-¿Los duendes nos apoyan?

-Ahora todas las criaturas nos apoyan –respondió Harry-. Y por decisión propia, porque por fin son dueños de su voluntad.

Sirius abrió la boca para preguntar cómo iba lo del chivatoscopio. Pero pensó que antes necesitaba saber cómo había sobrevivido Harry. Y también le interesaba averiguar cuál era exactamente el papel de su prima. Cerró la boca agotado, sin saber por dónde empezar.

En ese momento llegó el patronus de un lobo. Creyeron que pertenecía a Tonks, pero era el de Lupin. Su novia había conseguido por fin que aceptase su realidad. Les decía que estaban todos perfectamente (él también había estado preso pero lo sacaron de la tienda antes de que Sirius despertara) y se iban a casa a disfrutar de un merecido descanso. Ya quedarían al día siguiente para que Harry les explicara la situación.

Sin embargo Sirius necesitaba ya la explicación. Le dolía la cabeza y se estaba volviendo loco. McGonagall se dio cuenta. Con un gesto de su varita, de algún lugar llegó una poción sanadora y obligó al animago a tomársela. Sirius obedeció y empezó a sentirse un poco mejor.

-¿Podéis hacerme un resumen? Hace unas horas estaba ahí encerrado –murmuró señalando su cubículo- y ahora Voldemort está muerto y Harry vivo, no entiendo nada.

Harry y McGonagall se miraron sin saber cómo resumir aquello. La directora tomó la palabra, puesto que era la que conocía la mayor parte del relato:

-Es una historia que comienza hace muchos años... Pero habrá ocasión mañana para referirla mejor. El resumen es que Bellatrix nunca le fue fiel a Voldemort, aunque tampoco a Dumbledore. Necesitaba recuperar el chivatoscopio puesto que Voldemort lo encontró y, pese a tenerlo incompleto, lo activó. Él no iba a decirle dónde lo guardaba porque nunca confió en nadie. Si moría en la guerra, el objeto seguiría activado y todas las criaturas mágicas seguirían atacando a los magos, así que debía sobrevivir hasta que le revelase a Bellatrix su escondite.

Sirius asintió, hasta ahí lo entendía. Harry continuó:

-Para que él ganase yo tenía que morir, así que utilizamos uno de los maniquíes hiperrealistas como los que hay en la Mansión Black para entrenar. ¿Recuerdas que Bellatrix pidió varios hace pocas semanas? Uno era mío. Justo tras lanzar la bombarda me puse la capa. Bellatrix, que tenía el maniquí en miniatura en su bolsillo, lo sacó y ejecutó un engorgio para que recuperase su tamaño. Le lanzó el avada y cayó al suelo, después Voldemort lo quemó, así que nadie notó que no era de carne y hueso –desarrolló el chico-. Y bueno, así él confió en Bellatrix. Le reveló dónde guardaba el chisme pues ella acababa de recuperar tu espejo y debía colocarlo para aumentar la potencia del objeto. En cuanto lo ha conseguido y ha estado segura de saber desactivarlo, ha venido aquí... y el resto ya lo has visto.

El animago asintió lentamente mientras intentaba procesarlo todo. Sabía que faltaban muchos pormenores, pero había detalles fundamentales que no comprendía.

-Vale, entiendo que Bellatrix montó todo esto para cumplir la promesa que le hizo a su abuela de recuperar el chivatoscopio. Además hubiese sido terrible que siguiese activado... Pero ¿por qué no me lo dijisteis? ¿Por qué tuve que creer que Harry había muerto y que ella me había traicionado? ¿Por qué no participé en el plan?

Pese a que todo había salido bien, se sentía dolido por haber sido dejado al margen. McGonagall le miró con expresión serena y comentó:

-Todavía no lo entiendes, ¿verdad?

-¿El qué? –inquirió él con un ligero tono desafiante.

-Bellatrix no ha hecho nada por complacer a su abuela, ni mucho menos por el bien de la humanidad. Desde que tiene uso de razón, todas las decisiones se han basado en la única fuerza que Dumbledore sabía que es más poderosa que la magia: el amor.

Sirius frunció el ceño y su exprofesora puso los ojos en blanco y se vio obligada a matizar:

-El amor que te tiene desde que era una niña. Voldemort no confió en ella porque creyese que actuaba de espía, tampoco cuando fue de las pocas que se quedó con él en la batalla, ni siquiera lo hizo cuando ella "mató" a Potter. Voldemort le enseñó legilimancia y penetró en su mente en numerosas ocasiones, sabía qué era lo único que le importaba a Bellatrix. No confió en ella hasta que vio que te traicionaba a ti y estaba dispuesta a dejarte morir. Entonces, y solo entonces, le reveló dónde ocultaba el chivatoscopio.

Sirius se había quedado sin palabras. Después de tantos giros, tantas idas y venidas de un bando a otro, ya no sabía qué esperar de su prima. Así que había dejado de esperar nada. Viendo su colapso mental, la directora comentó que lo mejor que podían hacer era irse a la cama. Al día siguiente se reunirían y les referiría la historia entera, pero de momento les costaba hasta mantenerse en pie. Estuvieron de acuerdo.

-Vamos a Grimmauld, ¿verdad? –preguntó Harry a su padrino- Hermione se ha ido a casa con sus padres y los Weasley a la Madriguera, pero yo prefiero que estemos los dos solos y tranquilos.

-Claro. ¿Te importa adelantarte? Enseguida voy yo, pero quiero hablar con alguien antes.

-Por supuesto -murmuró Harry.

Salieron de la tienda de campaña y la directora acompañó a Harry al interior del castillo (que por suerte no estaba tan mal como su exterior sugería) y utilizó la chimenea para llegar a Grimmauld.

Ya era de noche y casi todo el mundo se había marchado. Sirius forzó la vista para distinguirlos pero no vio a Bellatrix. Su prima parecía haberse marchado.

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