Capítulo 30
Fue Tonks la que irrumpió en la habitación de Bellatrix a media mañana. Tuvo que encender la luz con su varita, puesto que los Black no se dormían hasta la madrugada y por tanto despertaban tarde. Ambos gruñeron con fastidio, pero la metamorfomaga no amedrentó en absoluto. Tampoco parecía darle importancia al hecho de que sus tíos estuviesen ahí con sus cuerpos entrelazados. Bellatrix llevaba un camisón más decorativo que abrigado y Sirius solamente los pantalones del pijama, pero Tonks no se paró a examinar sus atuendos.
-¡La guerra ha comenzado! –exclamó alterada- ¡Vamos, daos prisa!
Cuando aceptaron que aquello no era una pesadilla, los dos saltaron de la cama para vestirse a toda velocidad. La auror se giró para darles algo de privacidad y amplió la información:
-Acaba de llegar un patronus de McGonagall. Al parecer Voldemort (ya da igual pronunciar su nombre) se ha cansado de esperar. Ha mandado a los mortífagos al colegio confiando en que Snape les ayudaría a entrar, pero él ha demostrado que está de nuestra parte y no lo ha permitido. Todos los profesores han fortificado el castillo y evacuado a los alumnos más pequeños, pero no parece que vaya a costarles mucho destruir las barreras...
-¿Por qué Hogwarts? –preguntó Sirius mientras se calzaba las botas a toda velocidad.
-Porque sabe que Harry no lo permitirá. Ha anunciado que si se entrega, nadie morirá...
La voz de la auror sonaba temblorosa y el animago lo notó. Al instante la miró y le preguntó dónde estaba Harry.
-En cuanto ha oído el patronus de Minerva se ha lanzado a la chimenea... Ya está en Hogwarts, pero tranquilo, Remus ha ido tras él. Lo siento, Sirius, no hemos podido detenerlo, ya sabes como...
No pudo terminar la frase porque el mago ya había salido corriendo hacia el salón. Tonks fue tras él. Bellatrix terminó de vestirse, preparó su bolso, cogió algo de la mesilla de Sirius y fue a buscar a Rodolphus. Su marido la esperaba en el salón leyendo el periódico con su serenidad habitual. Salieron juntos de la mansión y en lugar de usar la chimenea, se aparecieron.
Cuando Sirius llegó a Hogwarts y salió del despacho de McGonagall no tuvo tiempo ni para pensar. Los mortífagos y toda clase de bestias atacaban por todas partes: desde acromantulas hasta gigantes pasando por murciélagos antropófagos. Así que alzó su varita, profirió su carcajada de guerra y se lanzó al combate. Siempre fue un gran duelista, pero dado que en los últimos meses entrenar era de las pocas cosas que había podido hacer, aún estaba más en forma. Era de los pocos que realmente disfrutaba combatiendo.
-¡Black! ¡Venga aquí, use por una vez sus ansias de destruir para algo positivo! –escuchó una voz escocesa bastante alterada.
Sirius rió y exclamó:
-¡Por ti lo que sea, Minnie!
Unió sus fuerzas a las de McGonagall, Snape, Slughorn y Flitwick y derrotaron así a toda la manada de Greyback. Una docena de hombres-lobo inconscientes y malheridos alfombraban el rincón del gran comedor cuando terminaron con sus duelos. Se miraron entre sí para asegurarse de que estaban bien y compartieron un pequeño gesto de orgullo por la victoria. Sirius cruzó su vista con la de Snape y se miraron durante dos segundos. Finalmente asintieron y apartaron la mirada. Esa fue la forma en que tras dos décadas, hicieron realmente las paces por el pasado. No hubo más concesiones a la calma puesto que los enemigos se acumulaban. Aún así la misión de Sirius no era matar sino localizar a su ahijado.
-¡A tu derecha, Dora! –escuchó a Lupin.
La auror se giró de un salto y eliminó a un mortífago que pretendía atacarla por la espalda. Esa pareja no necesitaba ayuda. Estaban muy concentrados y bien compenetrados, así que el animago solo les preguntó si habían visto a Harry. Ambos negaron con la cabeza. En el Gran Comedor no estaba, debía formar parte de la batalla exterior, así que hacia allá se dirigió. Por supuesto por el camino tuvo que eliminar a varios atacantes que cayeron cual muñecos de trapo.
Pese a la inferioridad numérica, no iban mal. Pero había algo que preocupaba a Sirius: no había visto a ninguno de los mortífagos del círculo más próximo a Voldemort, ni al propio Voldemort. Si ellos no estaban ahí significaba que lo importante estaba sucediendo en otra parte... Entonces los vio. Todos los combates se detuvieron y el tiempo pareció detenerse. Una siniestra comitiva salía del bosque prohibido. Al frente iba Voldemort rodeado de sus más allegados seguidores y encadenado en el centro... Encadenado en el centro iba Hagrid con un cuerpo en sus brazos. El gigante lloraba y maldecía a todas las criaturas por haberlos traicionado.
Cuando se acercaron lo suficiente y distinguieron a Harry, el grito de dolor de Sirius se superpuso al de McGonagall. El animago iba a echar a correr sin importarle lo más mínimo su vida; prefería morir que saber que le había fallado a James otra vez. No pudo hacerlo porque Lupin y Shacklebolt le agarraron con fuerza. Ambos estaban pálidos y exhaustos, pero aún así sacaron fuerzas para intentar consolarlo:
-No servirá de nada que mueras también, Canuto, no es lo que él querría –empezó Lupin-. Aún no está todo perdido, podemos luchar. Debemos luchar por Harry, por nuestros amigos, por todos los que no lo han conseguido y...
Dio igual que no supiera cómo seguir porque Sirius no era capaz de escucharle. Solo oía un pitido en sus oídos, muy fuerte, casi atronador y una neblina que cubría sus ojos. Creyó que estaba bajo algún maleficio pero no: era la más absoluta desolación adueñándose de su cuerpo. Cuando pudo volver a enfocar, distinguió a Bellatrix en un lateral junto a Narcissa. Los Malfoy estaban en el bando de Voldemort, pero en sus rostros no quedaba rastro de orgullo ni seguridad en la causa, parecían intentar buscar la forma de huir. Sirius no pudo culpar a Bellatrix por querer estar junto a su hermana en ese momento, sabía que la había echado de menos. Y sospechaba que Narcissa lo único que quería era proteger a su hijo.
-Como veis, Harry Potter está muerto –declaró la voz aguda de Voldemort.
El mago oscuro estaba peor que nunca. Su piel antaño grisácea como la de un lagarto estaba ahora negra como el carbón, solo las dos rendijas rojas que tenía por ojos rompían el monocolor. Tampoco exudaba energía como en otras ocasiones... Pero aún así estaba vivo, muy vivo y con Nagini reptando a su alrededor.
-Quiero que sepáis que Lord Voldemort es justo, no es mi deseo derramar más sangre mágica. A quienes os unáis a mí os perdonaré la vida y a quienes no...
No le hizo falta terminar la frase, los gritos de terror se escucharon igual. Ni un solo mago o bruja se atrevió a moverse ni a abrir la boca. Pero nadie contó con que Sirius estaba fuera de sí. Lupin y Shackelbolt seguían empleando toda su fuerza para contenerlo, así que el animago optó por hacer uso de garganta y bramó:
-¡SE VA A UNIR A TI TU PUTO PADRE MUGGLE, TOM RYDDLE!
Su voz sonó dura, rasposa y con un profundo deje de locura del que ya lo ha perdido todo. Resonó en el aire y desató aún más chillidos que el anuncio de Voldemort. El Mago Oscuro, completamente fuera de sí, ni siquiera se planteó responder. Directamente dirigió su varita hacia él y...
-¡Desmaius!
Voldemort logró desviar el hechizo pero aún así su estupor fue manifiesto.
-¡Está vivo! –exclamó Hermione- ¡Harry está vivo!
Efectivamente, Harry estaba vivo y corriendo a toda velocidad para intentar esquivar la ira de Voldemort. El Mago Oscuro no lograba dar en el blanco porque estaba distraído y rabioso: sus mortífagos se estaban desapareciendo de forma masiva. Harry Potter había sobrevivido a otro avada kedavra, había vencido a la muerte de nuevo y por ende, a Voldemort. Los pocos que todavía le tenían fe la perdieron en ese momento y los que estaban ahí únicamente por coacciones vieron la oportunidad para huir. Así que el combate entre los profesores y alumnos contra los invasores se reanudó con renovada energía.
-¡Sirius! –le llamó Ron- Toma, es un colmillo de basilisco por si...
-Por si pillamos a la serpiente, entendido, ¡gracias, Ron! –exclamó guardándoselo en el bolsillo.
Sin más se separaron y volvieron a la contienda que se prolongó varios minutos más. Hasta que llegó el duelo definitivo. Harry y Voldemort, frente a frente, con el chico declarando que no quería que nadie le ayudara pues tenía que ser así. Sirius recordó la profecía y tuvo que morderse los puños para no lanzarse sobre él. Pero estaba bastante animado: era evidente que su ahijado era inmortal... o que Voldemort no sabía lanzar un avada, daba igual, el resultado era el mismo. No obstante, había algo que sí preocupaba a Sirius: Nagini seguía junto a su Señor, intacta. Si no la mataban, todavía no habrían acabado con él. Empezó a acercarse a ella sigilosamente. Harry vio la maniobra y trató de distraer a Voldemort:
-Sabes, Tom, cuando tomaste mi sangre para resucitar en aquel cementerio, introdujiste en ti el conjuro protector que mi madre creó al sacrificarse por mí. Por eso nunca podrás derrotarme.
-El amor y vuestras tonterías –se burló Voldemort con desprecio.
-Serán tonterías, pero aquí estamos todos. Juntos. No como tú, que todos tus mortífagos han huido en cuanto se les ha presentado la ocasión.
El comentario de Harry no le gustó a Voldemort, pero tampoco borró su sonrisa. Sirius se había alejado lentamente del bando que se arremolinaba tras su ahijado, pero seguía lejos del Señor Oscuro y de su serpiente. A esa criatura con la piel tan gruesa no bastaría un avada para eliminarla...
-Oh, pero no todos... Sé que la mayoría son cobardes y traidores pero... siempre me ha quedado mi más fiel –respondió Voldemort lentamente-. Severus, ven aquí, ven con tu amo.
Snape no se movió. Parecía petrificado en su sitio con los ojos muy abiertos. Fue Slughorn quien lo empujó hacia delante. Se escucharon más chillidos nerviosos y gritos de traidor. Aquello centró toda la atención en Snape, lo que permitió a Sirius acercase a la serpiente con el colmillo de basilisco. Justo cuando iba a arrojarse sobre ella, Voldemort siseó: "Nagini, ¡mata!". El reptil, de sobras preparado, no tardó ni un segundo en cumplir la orden.
Severus Snape cayó al suelo. El veneno de la serpiente gigante penetró a través de la mordedura en su pecho y empezó a consumir su vida a gran velocidad.
-¿Creías que podías traicionarme, Severus? La traición se paga con la muerte –declaró Voldemort.
El profesor de pociones, ya moribundo, apenas le escuchó. Miró a Harry a los ojos y después expiró.
-¡Nooo! –gritó Harry horrorizado.
Corrió hacia su antiguo profesor pero McGonagall, que era quien más cerca estaba, lo detuvo. "Ya no podemos hacer nada por él" murmuró con profunda tristeza. Con notable fuerza retuvo al chico.
-¡Bombarda maxima! -chilló Harry apuntando a Voldemort mientras la directora aún lo sujetaba.
La explosión causó mucho ruido, gran cantidad de humo y numerosos chillidos, pero ninguna baja. Cuando un minuto después la humareda se disipó, Voldemort seguía de pie con su sonrisa cruel. Y Harry de rodillas junto a Snape, inmóvil, como si hubiese perdido la capacidad de sentir. Demasiada gente se había sacrificado ya por él... Así que su oponente decidió solucionarlo:
-Esto termina aquí, Potter. Seguro que crees que te librarás otra vez, que el amor y los muertos te volverán a salvar pero... Como te digo, tengo a alguien muy fiel a quien le voy a conceder el honor de acabar contigo... -el mago tenebroso se giró hacia un lateral y gritó- ¡Bella, mátalo!
La mueca burlona de Sirius, el rostro inexpresivo de Harry, las expresiones inquietas y perplejas de los demás... todo eso pareció esfumarse cuando Bellatrix murmuró:
-Avada kedavra.
La más fiel lugarteniente de Voldemort no falló. La luz verde impactó en Harry que cayó inmóvil, completamente inerte. Había sido cobardía lo que había impulsado a Voldemort a delegar la matanza: él también temía que Harry le venciese otra vez. Pero cuando comprobó que Bellatrix había tenido éxito, soltó una profunda carcajada; el sonido más cruel y desagradable que jamás se escuchó en Hogwarts. Con un movimiento se su varita, calcinó el cuerpo del chico y solo quedaron cenizas.
Los pocos mortífagos que quedaban estallaron en carcajadas victoriosas al ver el llanto y la desolación del bando contrario. Varios profesores, miembros de la Orden y alumnos dejaron caer sus varitas, rindiéndose, cediendo ante el destino que estaba escrito. Otros salieron corriendo sin saber a dónde huir.
Todo encajó entonces para Sirius. Bellatrix mató a Dumbledore, era obvio desde el principio: nadie más manejaba los cuchillos con tanta precisión como para correr el riesgo en una única oportunidad. Les engañó haciendo el crimen demasiado evidente para parecer real. Después, con ayuda de su marido, le quitó su varita y se la entregó a Voldemort. Probablemente también mató a Marlene tras inculparla y a Moody de refilón. Por eso Colagusano, antes de su merecida muerte, la advirtió que Bellatrix seguía siendo fiel a Voldemort y acudiendo a las reuniones con Él. Por eso no destruyó los horrocruxes delante de ellos: seguramente no los robó sino que su Señor le encargó protegerlos. Por eso se ausentaba tanto sin dar nunca motivos. Por eso supo que jamás tendrían un futuro juntos.
Lo último que vio antes de que un desmaius le alcanzara en el pecho fue el rostro de su prima. Nunca sus ojos oscuros transmitieron tanto. Y no fue crueldad o regocijo como hubiese esperado, sino una especie de lamento final. Como si quisiera con aquella mirada decir: "Te quiero, Sirius, siempre lo he hecho. Pero esto es lo que soy y hace muchos años que es tarde para cambiarlo". O quizá no, quizá fue solo la expresión de lástima que Bellatrix le dirigió al recordar lo fácil que había sido engañarle. Sirius Black cayó al suelo inconsciente, con los ojos cerrados y deseando no volver a abrirlos nunca.
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