Capítulo 27
Sirius creyó que dormir en un sofá resultaría mucho más incómodo. Quizá se debía a que había descansado en el suelo de la cárcel durante doce años o a que Rodolphus Lestrange era un as eligiendo muebles, pero en cualquier caso el sofá era casi tan cómodo como la cama. Había optado por pasar la noche en uno de los salones pequeños de la planta baja, prefería que nadie le viese desahuciado de su dormitorio. Paradójicamente, era la primera noche que estaba cansado y deseaba dormir. Saber que de nuevo alguien a quien quería (de una forma u otra) podía ser una traidora le succionaba la felicidad cual dementor. Estaba cansado de ser fuerte, rebelde y luchador, últimamente cada vez deseaba más reencontrarse con James.
Cerró los ojos y pensó en eso, en su adolescencia feliz conquistando Hogwarts con su mejor amigo. Eran los más inteligentes, los más populares, los que parecían tener un futuro más brillante... Casi se había dormido cuando a su agudizado oído le pareció escuchar algo. La sala estaba a oscuras y cuando abrió los ojos no distinguió nada. "Estoy paranoico y demasiado cansado" pensó agotado. Supuso que la angustia le estaba jugando una mala pasada: intentaba desterrar la idea de que probablemente compartía casa con alguien que estaba de parte de Voldemort. Le pareció escuchar unas pisadas sigilosas que se acercaban a él. Antes de que le diese tiempo a coger su varita, algo cayó sobre él.
No exactamente sobre él. El jaguar tuvo el detalle de colocar las patas delanteras por encima de sus hombros y las traseras a ambos lados de sus piernas; porque si se llega a apoyar sobre él, le hubiese aplastado el esternón, las costillas y cualquier hueso que hubiese alcanzado.
-¡Maldita sea la hora en que tus padres follaron para tenerte, Bellatrix! –maldijo con rabia.
Logró por fin ejecutar un lumos y vio que la cabeza del animal estaba a escasos centímetros de su cara. Casi le dio la impresión de que se estaba riendo. Intentó quitársela de encima, pero no funcionó. El sofá era muy ancho y el jaguar se acomodó junto a él atrapándole y dándole patadas para jugar.
-¡Lárgate de aquí, déjame dormir! –exigió él.
El animal le dedicó una mirada que en su locura Sirius interpretó como un "Esta es mi casa, puedo estar donde me dé la gana". Él intentó liberarse, pero no fue capaz. En su lugar consiguió que la rasposa lengua del jaguar recorriera su cuello hasta terminar en su rostro.
-¡Joder, qué asco! ¡Me acabas de llenar de baba de gato gigante! –protestó Sirius.
Intentó mantenerse serio pero fue incapaz. Diez segundos después se estaba riendo tan fuerte que creyó que de esa sí se le partían las costillas. No supo por qué, pero la situación era tan absurda que resultaba cómica. Rió hasta llorar sin importarle quién le oyera o con quién estaba. Cuando por fin se restregó los ojos para secarse las lágrimas, comprobó que su prima había vuelto a su forma humana. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la mesa de café y le miraba sonriente.
-¿Qué quieres, Bella? –preguntó con más suavidad- Esta noche no me apetece.
La bruja respondió que a ella tampoco le apetecía tener sexo. Él repitió –mientras se secaba babas del cuello- que a qué se debía entonces su húmeda visita. La mortífaga se encogió de hombros y apartó la vista. Tras un minuto de silencio murmuró: "Has dejado a tu novia". Sirius no descifraba bien sus expresiones, puesto que la única iluminación seguía siendo el resplandor azulado que emergía de su varita. A esas horas y con esa oscuridad resultaba más fácil confesar, así que fue sincero:
-Sí, le he dicho que era mejor no seguir como pareja –reconoció-. Pero no lo he hecho por ti.
Le pareció ver una breve expresión de decepción, pero no supo si fue real porque al momento la bruja respondió que eso lo daba por hecho. Lo de ellos era solo sexo.
-No me refería a eso –se corrigió él-. La he dejado porque me he dado cuenta de que no es justo estar ella cuando a quien deseo tener junto a mí cada noche es a otra persona. Marlene es una amiga de la juventud con la que en el fondo nunca quisimos llegar a más.
Bellatrix asintió lentamente intentando comprenderlo.
-Pero me refería a que no he roto con ella por la esperanza de que tú hagas lo mismo. Eres feliz con tu marido, es evidente, y él te quiere. No es como yo imaginaba... Así que jamás te pediría que lo dejaras porque además seguro que a la larga te arrepentirías. Yo no soy ni la mitad de bueno decorando –comentó con una sonrisa.
Intentó quitarle hierro al asunto con la broma, pero Bellatrix no sonrió. Parecía sumida en una profunda reflexión. Finalmente murmuró:
-Ven conmigo a la cama, no quiero que tengas que dormir en el sofá.
-Bella, tampoco es justo para tu marido. Le odio profundamente, es imbécil... pero es un buen hombre, al menos lo es contigo, y es lo que importa. No quiero seguir siendo la causa de...
-Rod es gay –informó Bellatrix con solemnidad.
-¿Perdón? –preguntó Sirius seguro de haber escuchado mal.
-¿Crees que un tío hetero sería capaz de reformar y decorar esta casa con tan buen gusto? –preguntó burlona.
Sirius la miraba con la boca a medio abrir.
-Es gay. Bueno, igual bisexual. Pero soy la única mujer con la que ha estado... Digamos que es Bellasexual (aunque ¿quién no?) –murmuró la bruja sonriente-. Su mayor miedo era tener que casarse con una chica de sangre pura, tener hijos y fingir ser algo que no es durante el resto de sus días. A Rod le encanta leer, estudiar idiomas, viajar... y que la gente le deje en paz. Yo tampoco quería hijos y anhelaba más que nada que me dejase todo el mundo en paz. Ambos debíamos mantener las apariencias, así que fue perfecto. Nos queremos mucho, más de lo que la mayoría de matrimonios de sangre pura se podrán querer nunca. Pero no de ese modo.
-¿Me estás tomando el pelo? Es otra de tus bromas, ¿verdad?
-Para nada. No permití que estuviese ni un día en Azkaban. Bóreas lo liberó el mismo día que a mí y dejamos un ghoul en su celda. Solo cuando la marca se activaba como aviso de que Voldemort se acercaba, volvía para que le pillase ahí. Porque obviamente en los años que tuvo libres no deseaba seguir buscando al hombre al que derrotó un niño... Lo pasó de fábula reformando está mansión, redecorando y viajando a su castillo en Gales donde tiene varios amantes de confianza. Son muy atractivos y encantadores también, aunque Rod no quiere nada serio. Ama más sus libros, la libertad y la independencia.
Sirius se dio cuenta de que era sincera, no se trataba de una broma. Tuvieron que pasar unos minutos para que los conceptos se asentaran en su mente.
-¡Pero si el otro día me amenazó con matarme si me acercaba a ti!
-Bueno... -murmuró Bellatrix con una sonrisa traviesa- Yo le pedí que lo hiciera. Sabía que el morbo de lo prohibido y de ser un guaperas rebelde que se liga a la mujer de otro pese al peligro de morir te excitaría bastante. ¡Y así fue, vaya polvo echamos, Sidi!
-Me estás diciendo... -empezó Sirius con los puños apretados y la rabia floreciendo- ¿Me estás diciendo que tu marido lo sabe?
-Por supuesto, desde el primer día. Siempre nos lo contamos todo.
-Te mato –masculló Sirius cuando recuperó el habla-, ¡yo te mato! ¡QUE ME HICISTE SALTAR POR LA VENTANA, MALDITA LOCA!
Bellatrix se echó a reír desenfrenadamente al recordarlo. Sirius hizo amago de atacarla, pero ella le amenazó con volver a transformarse. Estuvieron con ese duelo de miradas e insultos extraños durante varios minutos. Al final, ambos agotados, se miraron a los ojos en silencio, viéndose por primera vez en décadas.
-Vamos a la cama –repitió ella ofreciéndole su mano en un gesto infantil.
Su primo aceptó. Con un movimiento de varita de la bruja, las posesiones de Sirius comenzaron a seguirles levitando por los pasillos. Llegaron a las habitaciones de la mortífaga (que le explicó que Rodolphus tenía las suyas unas puertas más allá) y se acostaron juntos. Sirius no entendía bien qué estaba sucediendo, pero sí sabía que aquello era lo más parecido a la felicidad que había sentido en mucho tiempo. Y que en cuanto rodeó con su brazo la cintura de Bellatrix y notó su calor y su olor junto a él, se quedó dormido como un perrito feliz.
A la mañana siguiente Sirius le dio un beso en la mejilla a Bellatrix, que seguía durmiendo y bajó a desayunar. No pensaba comentarles nada al resto, sobre todo porque ni ellos eran capaces de definir lo que tenían. Confiaban en que hubiese tiempo para averiguarlo. Marlene no bajó a desayunar, sin embargo sí que apareció para la comida. Charlaba con todos como si nada hubiese sucedido pero ignoraba a Sirius. El animago asumió que era lo más sencillo y no tuvo quejas.
En el mundo mágico las cosas fueron a peor tras la muerte del director. Ya no había nadie vivo a quien Voldemort considerara una amenaza, así que se apoderó abiertamente del Ministerio y de Hogwarts. Puso de director a Snape, de cuya lealtad ya nadie sabía qué pensar. Pero lo más preocupante fue que intervino la red flu. Ni siquiera mandar lechuzas era ya seguro, pues no sabían quién podía interceptarla.
Esa tarde, Harry investigó otro de los asuntos que le quitaban el sueño. Buscó a Bellatrix, que estaba en una de las salas de entrenamiento con Didi. Estaba haciendo un pedido de nuevos maniquíes hiperrealistas; al parecer todos los habitantes de la mansión disfrutaban en demasía apalizando a Lucius y a Snape... Cuando terminó, Harry reunió valor y le comentó que ya era un buen momento para destruir los horrocruxes:
-Voldemort está eufórico, los ataques se han multiplicado –murmuró el chico con el Profeta bajo el brazo-. Así que no notará si esas tres partes de su alma desaparecen, total, ya las perdió hace tiempo...
-Ya los destruí –respondió simplemente la bruja.
-¿Cómo? ¿Cuándo?
-Hace unas semanas con un fiendfyre. Como ya viste una vez, soy muy buena con ese hechizo.
-Ah... -murmuró Harry que no esperaba esa respuesta- ¿Y qué hiciste con los objetos?
-Nada, no quedó nada, solo cenizas. El fuego maldito es muy potente.
Se marchó sin darle opción a réplica, era evidente que no deseaba hablar del tema. Harry no sabía discernir si mentía, le hubiese tranquilizado más ver los horrocruxes calcinados... O quizá era solo angustia y desconfianza (por desgracia necesarias en su situación). Fue al salón principal y se colocó frente al cuadro que anteriormente escondía los tres horrocruxes. No parecía haber ningún cambio: el dragón negro de ojos azules seguía sobrevolando el paisaje montañoso escupiendo fuego por sus fauces.
-¿Saiph? –lo llamó sintiéndose un poco estúpido.
La pintura no reaccionó como lo hizo con Bellatrix. Acarició el lienzo y tampoco pasó nada; a los hechizos reveladores tampoco hubo reacción. Se lo contó a Sirius que llegó a la misma conclusión: lo único que podían hacer era fiarse de Bellatrix. Pero dos días después descubrieron que era como fiarse de una bludger...
Fue culpa de Harry. En aquella mansión, desde la reforma de Rodolphus, la luz y el orden brillaban en cada rincón. El único punto de caos era la habitación de Harry. Siempre había sido desordenado e igual que tenía revuelto su dormitorio en Privet Drive, pronto el caos invadió también aquel. A Kreacher y a Didi los señores Lestrange les habían ordenado que no perdieran tiempo en atender a los invitados; con hacerles la comida para mantenerlos con vida era suficiente. Así que pronto ambos se negaron a entrar a aquel vórtice de desorden. Había montones de ropa, libros abandonados, mantas por el suelo... En su baúl habitaban incluso ranas de chocolate olvidadas desde el día en que tomó el expreso de Hogwarts. Y aún así, él seguía teniendo la sensación de que alguien rebuscaba entre sus cosas.
Echaba de menos las conferencias con sus amigos, se repetía a todas horas que con McGonagall y Snape estaban a salvo (más con la primera que con el segundo). Le entristecía el rato después de la cena que antes invertía en charlar con ellos por la chimenea. Así que decidió matar el tiempo con un libro sobre quidditch que le regaló Hermione. Debía seguir en su equipaje escolar. Localizó su baúl bajo la cama y lo sacó para buscarlo. En cuanto abrió la tapa, todos los habitantes de la mansión escucharon su grito.
-¡Harry! –exclamó Sirius llegando a toda velocidad- ¿Qué pasa?
Tras él apareció Bellatrix. Contemplaron con estupor al descomunal dementor que se cernía sobre Harry. Hacía ya dos años que el chico no veía uno y había olvidado el terror y la parálisis que le producían. Era incapaz de levantarse del suelo y ni se planteaba llegar hasta la mesa donde descansaba su varita. Incluso su padrino sintió escalofríos al recodar la de veces que estuvo a centímetros de recibir el beso. Sin pensar y a toda velocidad, la mortífaga metió la mano en su túnica y extrajo su varita:
-¡Expecto patronum!
Un jaguar plateado galopó directo al dementor que explotó en mil pedazos. Resultó que era un boggart. Esas criaturas vivían en la oscuridad y la única que habían encontrado en la mansión era el baúl de Harry. Los dos magos suspiraron aliviados y le dieron las gracias a Bellatrix. Ella también parecía bastante sorprendida:
-Es la primera vez que me sale ese hechizo –murmuró satisfecha.
-¿¡Qué ha pasado!? –exclamaron Tonks, Lupin y Marlene casi a la vez, llegando sin resuello a la habitación.
Harry se lo contó y se disculpó por el escándalo. Entonces miró a su padrino y se dio cuenta de que parecía incluso más asustado que antes. No quitaba el ojo de Bellatrix.
-Esa no es tu varita –sentenció mirándola.
La mortífaga abrió los ojos sorprendida y miró hacia abajo. En su mano aún descansaba la varita; una varita con intrincadas tallas que se asemejaban a racimos de bayas de saúco. Pareció que la bruja iba a guardarla y hacerse la loca, pero viendo que la miraban todos comentó despreocupada:
-Me la encontré por ahí.
-Era la varita de Dumbledore, pasé muchas horas con él, la distinguiría sin dudar –aseguró Harry con voz temblorosa.
De nuevo pareció que lo iba a negar, pero reconoció llanamente que sí. Dumbledore ya no la necesitaba, daba igual que se la quedase. Le preguntaron cómo la había conseguido y ella insistió en que se la había encontrado en el suelo, pero todos recordaron que la buscaron sin éxito.
-Fue Rodolphus –sentenció Sirius-, por eso recuperó el cadáver y lo revisó el primero, para darte la varita. Seguro que al ser de Dumbledore es más poderosa que las demás.
-No, Rod actuó de buena voluntad. Como ya os digo, si decidimos quedarnos la varita fue porque el viejo ya no la necesita. Sinceramente no veo el problema.
-¿No ves el problema en robarle a un muerto? –intervino Lupin.
-La cogimos y él no protestó, así que no, no lo veo –resumió Bellatrix.
Con eso dio el tema por zanjado y se marchó dejándolos a todos bastante alterados. Otra vez hubo un debate sobre dónde residían las lealtades de la duelista. Unos argumentaron que eso confirmaba que era ella la traidora (podía haber matado a Dumbledore solo por su varita), otros defendieron que una cosa no tenía porque ir unida a la otra y al final no alcanzaron conclusión. No obstante, como ya no se fiaban de ella, solo quedaba una opción:
-Tenemos que marcharnos –sentenció Ted-. Actualmente ningún sitio es seguro, pero desde el asesinato de Dumbledore yo no puedo dormir en esta casa, que fue el escenario del crimen.
-¿Y a dónde vamos? –se lamentó su hija- Los mortífagos están ya por todas partes.
-Tú y Lupin podéis ir a casa de tu madre, de momento a los mestizos aún no los persiguen. Harry y Sirius...
-Con los Weasley –decidió Harry antes de acabar en un destino peor-, la casa de su tía es enorme y me aseguraron que seríamos bienvenidos. Usted también, señor Tonks, y Marlene igual, seguro que hay sitio para todos.
-Y si no ya nos apañaremos –sentenció Ted-, aunque sea con tiendas de campaña.
Todos tuvieron que aceptar, unos con más pesar que otros. Sirius no estaba de acuerdo con marcharse de la mansión, pero comprendía que lo primordial era proteger a su ahijado.
-¿Y cuándo nos vamos? –preguntó Harry nervioso.
-Cuanto antes mejor –sentenció Ted.
-Esperad, no podemos hacerlo a lo loco, recordad que la red flu ya no es segura. Y Harry no puede aparecerse siendo menor o le detectarán –murmuró Tonks pensativa-. Mañana por la tarde, cuando vuelva del trabajo. Avisaré a Shacklebolt y a Moody para que nos ayuden, nos trasladaremos con escobas. Desde el cielo se vigila mejor.
Estuvieron ultimando los detalles del plan hasta bien entrada la noche. Cuando Sirius subió a la habitación de Bellatrix (donde sus cosas se asentaban ya de forma permanente) su prima no estaba. Se acostó pero, tras el incidente con la varita robada, la mortífaga no volvió. Sirius fue incapaz de pegar ojo en toda la noche, solo de madrugada se traspasó abrazado a la almohada que olía a Bellatrix.
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