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Capítulo 15

Al igual que en la Madriguera, Harry se acostumbró pronto a su rutina en la Mansión Black. Por las mañanas estudiaba en la biblioteca y por las tardes practicaba duelo con Sirius o Lupin en alguna de las salas destinadas a ello o incluso en los bosques más próximos. Antes de cenar charlaba por la chimenea con Ron y Hermione que no daban crédito a los giros de su vida. Tras la cena solía acudir a uno de los salones a conversar con Sirius y Marlene mientras Tonks y Lupin volvían de sus misiones. Las comidas eran deliciosas y la casa era tan bonita que Harry despertaba con una sonrisa cada mañana. A pesar de que ya llevaban ahí una semana, nadie había vuelto a ver a Bellatrix. Empezaban a sospechar que ni siquiera estaba en casa.

Tonks le había contado a su madre que su hermana mayor estaba –supuestamente– de su parte. Andrómeda no solo no la creyó, sino que le prohibió volver a reunirse con la Orden. Como la auror no pensaba separarse de Lupin, se largó de casa y se instaló definitivamente en la Mansión Black (juzgó ella sola que a su tía no le importaría). Pese a haberse criado ahí, por los encantamientos protectores Andrómeda jamás conseguiría localizarla, así que ni siquiera se hablaban.

–¿Vamos a la cama, Sirius? –preguntó Marlene con una sonrisa.

El hombre dejó el vaso de whisky y asintió. Ya era tarde y hacía rato que el resto se habían retirado. Salvo Harry, que seguía ahí.

–¿Subes tú también? –le preguntó su padrino que procuraba tenerlo vigilado por si acaso.

–En un rato, voy a quedarme aquí un poco más.

–De acuerdo, pero...

–Sí, "ten cuidado, no sueltes tu varita". Lo sé –sonrió el chico.

Sirius asintió con una mueca burlona y se marchó junto a la bruja. Harry no tenía sueño, en esa casa descansaba mejor que nunca y necesitaba dormir mucho menos. Hubiese salido a disfrutar de la brisa nocturna, pero esa noche llovía. Así que se reacomodó en el sofá con su libro de Historia del Quidditch y al poco apareció Didi con otro chocolate caliente.

-Esto es vida –murmuró- Empiezo a encontrarle el gusto a la forma de vida de sangre pura...

Con esa reflexión estaba cuando se sintió observado. Levantó la vista pero ahí no había nadie. Entonces miró hacia el ventanal que había frente a él y...

–¡Aaah! –exclamó asustado.

Unos ojos azul glacial lo vigilaban. La criatura no desapareció cuando se vio descubierta, sino que se quedaron mirándose fijamente durante unos segundos. Pronto el ave del trueno perdió el interés y alzó el vuelo. Harry corrió a la ventana pero no lo distinguió entre la lluvia. Supuso que si su pájaro rondaba por ahí, Bellatrix también estaría en casa. ¿Estaba usando a su mascota para espiarle? No, eso era una estupidez. En primer lugar, no hacía nada interesante y en segundo, era su mansión: podría saber qué estaba haciendo sin necesidad de mandar a nadie. Se estaba volviendo paranoico...

Como el fugaz encuentro con el ave lo había alterado, abandonó el salón y en busca de una habitación sin ventanas. Sus pasos le llevaron ante una de las salas de entrenamiento.

-Igual así me canso y me entra el sueño - murmuró.

Enseguida perdió la noción del tiempo. Era verdaderamente entretenido practicar en esas salas, nunca sabías qué te iba a atacar. Primero realizó uno de los circuitos de entrenamiento. Consistía en ir esquivando y destruyendo obstáculos a toda velocidad. Después se enfrentó a uno de los maniquíes de prueba (uno sin rostro, seguía dándole reparo asesinar al pseudoSnape) al que derrotó tras un ardo duelo. Y finalmente liberó a las bludgers asesinas; era su entrenamiento favorito desde que Sirius le dijo que a su padre le habría encantado.

Por desgracia, en ese punto estaba ya bastante cansado y notó que el ejercicio se le apoderaba. Normalmente cuando eso sucedía, Sirius le echaba una mano y al segundo las pelotas volvían al armario. Pero ahora estaba solo. Se hallaba desviando dos de los balones de cuero cuando un tercero se dirigió imparable a su cabeza. Lo único que pudo hacer fue rezar para que la conmoción no fuese muy fuerte. Sin embargo, un nanosegundo antes de estamparse contra su cráneo, la bola se desvaneció.

–Hubieses estado varias horas inconsciente –comentó una voz burlona.

Harry dio un respingo y se giró. En uno de los rincones, sentada sobre una cajonera en la que guardaba sus dagas, distinguió a Bellatrix contemplándole. Como a esa zona no se acercaba (bastante respeto le daban ya las bludgers como para probar con cuchillos) y la sala estaba en semipenumbra para aumentar el grado de dificultad, no la había visto.

–¿Cuánto rato llevas ahí? –preguntó jadeando por el agotamiento.

–Lo suficiente.

–¿Y qué tal lo he hecho?

–¿Me estás pidiendo que valore tus aptitudes como mago? –inquirió ella.

Él asintió con sinceridad. Claro que le interesaba su opinión, era una bruja sobresaliente, quizá podría aprender algo de ella... aunque dudaba mucho que quisiese enseñarle. Bellatrix pareció valorarlo y se levantó de su asiento con agilidad felina. Se acercó a él y comentó:

–Eres bueno con los hechizos defensivos y reaccionas con bastante rapidez ante cualquier cambio. Pero dudas con los ofensivos, no te concentras lo suficiente y no son lo poderosos que deberían ser. Usas la rabia y la intuición para luchar, pero es importante anticipar las reacciones del enemigo... Esa última bludger te hubiese dejado marca durante semanas.

–¡Es que me atacaban muchas a la vez! –protestó el chico– ¿Cómo lo haces tú?

Bellatrix lo meditó unos segundos. Con un gesto de su varita, lo que quedaba de las bludgers volvió al armario, tardaban unas horas en regenerarse. Trazó una especie de círculo de seguridad y le indicó a Harry:

–Aléjate y no te muevas. Seguro que lo que Voldemort no ha conseguido en dieciséis años yo lo logro sin querer.

El chico dedujo que hablaba de matarle. Así que obedeció con prontitud. La mortífaga se recogió la melena en un moño deshecho y se quitó la capa. Liberó uno de los cajones repletos de dagas y puñales. Como si de un enjambre de avispas se tratase, se abalanzaron sobre ella en distintas direcciones y a diferentes velocidades. Harry la contempló fascinado.

Era como una bailarina clásica, como si se deslizara sobre el suelo sin esfuerzo alguno. Los movimientos de su varita eran fluidos, la agarraba con firmeza pero sin tensión; la magia manaba directamente de ella, apenas necesitaba el trozo de nogal para canalizarla. No destruía ni inutilizaba los objetos que la atacaban: los desviaba permitiendo que volvieran a embestir una y otra vez. Y una y otra vez, los esquivaba con maestría. No solo era cuestión de magia: sin duda se entrenaba también físicamente. Su agilidad y su flexibilidad eran casi inhumanas. Harry se preguntó si ser animaga ayudaría.

Y ahí empezó a entenderlo. Bellatrix había renunciado a todo: libertad, posición social, familia, amigos... Él siempre pensó que nada merecía pagar ese precio, pero empezaba a ver que tal vez sí. Harry no deseaba el poder, pero si tal fuese su ambición, la vida de Bellatrix era ejemplar. Había sabido aprender de los mejores (sospechaba que Dumbledore también había compartido trucos con ella): extrajo de cada persona lo que pudo aportarle, lo que sirvió para fortalecerla. Dedicaba horas y horas a entrenar y aparentemente no había nada más en su vida... pero era la mejor. Harry no había visto nada igual. Sí, Voldemort y Dumbledore eran más poderosos, pero no tenían su elegancia. Ni tampoco la expresión de placer absoluto y relajación que aquello despertaba en la mortífaga. Harry casi sintió envidia: ojalá experimentar una pasión similar en cualquier aspecto de su vida.

Ninguno de los dos fue consciente del tiempo que transcurrió. Bellatrix ni siquiera parecía recordar que tenía un espectador. Y Harry se asustó de nuevo porque esa mujer ejercía un embrujo sobre él que no parecía natural...

–¡Anda, bebé Potter, sigues aquí! –exclamó cuando finalmente dio la sesión por terminada.

El chico llevaba tiempo queriendo protestar por el apodo, pero su fascinación pudo más. Tuvo que reconocer que había sido alucinante y nunca había visto un despliegue semejante de destreza. La mortífaga sonrió burlona, pero notó en ella un ligero atisbo de sorpresa. Harry no dudaba de que aunque hubiese derrotado a Voldemort, él jamás le habría hecho un cumplido. A él se le había pasado el agotamiento de golpe. Le sugirió con entusiasmo enfrentarse en un duelo. Bellatrix le miró con una sonrisa burlona y le recordó que era tarde y la culparían de matarlo de sueño o de lo que fuera.

–¡No tengo sueño! –protestó él– Además... Procuro dejar pasar varias horas desde que se acuestan Sirius y Marlene, no siempre recuerdan los hechizos silenciadores...

La sonrisa de Bellatrix desapareció. Harry siguió con lo suyo:

–¡Hagámoslo más interesante! Si te venzo, me respondes a las preguntas que quiera.

–¿De verdad crees que existe la más mínima posibilidad de que me ganes? –preguntó ella.

–No, no lo creo –reconoció con simpleza–. Pero ten en cuenta el "factor Potter": vencí a Voldemort con un año desde mi cuna.

Para su sorpresa, Bellatrix rió con sinceridad. Duró apenas unos segundos, pero fue extrañamente reconfortante haber logrado ese gesto. La morena le miró como examinándole y finalmente decidió:

–Tres preguntas. Si ganas te contesto a tres preguntas, no más.

–De acuerdo –aceptó el chico al instante–. ¿Qué quieres si ganas tú?

–Mmm... –murmuró pensativa– Algo se me ocurrirá.

A Harry le dio miedo. Pero se moría de ganas de luchar contra ella. Y además, por muy remota que fuese la posibilidad, si realmente Bellatrix le respondía con sinceridad, desentrañaría varios de los quebraderos de cabeza con los que llevaba meses. Así que aceptó. Con un movimiento de varita, la bruja aumentó la iluminación de la sala. Después, se colocaron frente a frente y comenzó el duelo.

Fue Bellatrix la que atacó primero, pero Harry estaba preparado y lo desvió. Lo que siguió después apenas lo pudo procesar. La bruja se adaptaba a su ritmo, no jugaba sucio ni utilizaba conjuros que él no conociera y por tanto no pudiera evitar. Aún así, le obligaba a esforzarse más que los miembros de la Orden con los que solía practicar y a ser mucho más creativo. Le corregía sobre la marcha con indicaciones como: "Desintegra los maleficios, no los desvíes porque pueden rebotar" o "No verbalices los hechizos, piénsalos y ejecútalos". Sin darse cuenta, los conjuros no verbales que no había forma de ejecutar con las indicaciones del libro de texto, le salieron solos.

El duelo duró casi media hora y, por supuesto, ganó Bellatrix. A Harry no le cupo duda de que hubiese durado dos minutos de haber querido ella, así que agradeció que le hubiese permitido aprender. Mientras él reparaba sus gafas que en algún momento habían sufrido un arañazo, Bellatrix ordenó la sala. Apuntó a los puñales que seguían por el suelo y a los diversos objetos que había usado Harry y se fueron colocando en su sitio. Mientras se volvía a poner la capa se giró hacia él:

–¿Qué querías preguntarme?

–Pero... has ganado tú.

–Eres bueno. Para los inútiles que te han entrenado, me parece un milagro que sepas ejecutar un desmaius. Y ha sido divertido. Así que...

Antes de que se arrepintiera, Harry lo pensó a toda velocidad. ¿Qué tres cosas debía preguntarle? Lo que más ansiaba saber era por qué había salvado a Sirius (en varias ocasiones), pero sospechaba que a eso no le respondería... Interrogarla sobre si cumplió la promesa de matar a sus padres también sonaba demasiado personal... Decidió empezar por una fácil:

–¿Dónde conseguiste al ave del trueno? Leí que no suelen relacionarse con personas.

Bellatrix alzó las cejas sorprendida por la pregunta. Pero Harry notó que había acertado porque a ella le gustaba hablar de su mascota, parecía orgullosa de él.

–Bóreas no me conoció como persona. Cuando terminé el colegio y Voldemort ya no tenía mucho más que enseñarme, quise seguir aprendiendo sobre magia negra. Deseaba conocer los orígenes de la magia, sus fundamentos y evolución, no solo poseerla; es importante descubrirlo por ti mismo, hay cosas que ningún maestro te puede transmitir. Así que visité varias tribus indígenas con brujos centenarios que saben más que nadie sobre el tema.

Harry asintió con interés.

–En una tribu del Amazonas tenían un colacuerno amaestrado. Lo usaban para cazar: les interesaba atrapar criaturas con propiedades mágicas. Una noche de tormenta vieron un ave del trueno. De inmediato mandaron al dragón capturarlo, vivo o muerto, daba igual: las plumas son igual de poderosas. A mí me encantan los dragones, pero el pájaro me dio lástima. Es una especie en extinción, quedan muy pocos. Pero no podía desbaratar los planes de aquella tribu que, como habrás deducido, era bastante salvaje. Incluso tenían conjuros para que ningún mago o bruja extranjero pudiese hacer magia en su campamento. Cuando el dragón y el ave del trueno se internaron en la selva intenté seguirlos. Pero media docena de magos me cortaron el paso y sacaron sus varitas. Y comparada con esa gente, bebé Potter, Voldemort es la señora Pomfrey.

–¿Cómo te libraste te ellos sin poder hacer magia?

–Porque a ellos les costó sacar la varita más de lo que a mí me cuesta hacer esto.

Un segundo después, ante él ya no estaba la bruja sino un imponente jaguar con las fauces abiertas. Sintió un escalofrío de terror, pero mantuvo el tipo. Teniéndola así de cerca pudo comprobar que el pelaje negro no era liso como el de una pantera, sino que se dibujaban las manchas típicas de los jaguares. Desde luego aquel animal podría matar a una docena de magos sin esforzarse demasiado. Sería otra pregunta interesante el porqué se transformó en animaga... Bellatrix volvió a su ser y terminó el relato:

–Maté a los magos y huí antes de que llegaran el resto. Para entonces, al dragón le habían alcanzado varios rayos y se retiró. Bóreas estaba herido de un ala y cayó hasta quedar atrapado entre las copas de los árboles. Así que como jaguar, trepé hasta la copa y lo liberé con cuidado. Como apenas podía volar, se apoyó en mi lomo y lo transporté hasta que nos alejamos lo suficiente del asentamiento de la tribu.

–¿Sabía que eras una animaga?

–Sí, las criaturas mágicas lo perciben. Cuando volví a mi forma humana, ya no se fiaba tanto. Aún así me permitió curarle. Después nos despedimos. Creí que no volvería a verlo... Hasta el día en que me encerraron en Azkaban. Vino a verme a través de los barrotes y desde entonces es mi compañero. Me encantan las criaturas mágicas, el idiota traidor tiene razón en eso, y me hubiese gustado tener varias. Pero no puedo porque el ave del trueno es muy territorial: considera que yo soy su humana y no puedo serlo de ningún otro animal. Así que le tengo a él... o mejor dicho él me tiene a mí.

Harry asintió, le había encantado la historia. Sin pensarlo, hizo la siguiente pregunta:

–¿Te ayudaba a salir y entrar a Azkaban?

Bellatrix abrió mucho los ojos sorprendida de que supiera aquello. Pero finalmente asintió.

–Así es. El primer día lanzó una descarga eléctrica a los barrotes de la ventana y los quemó. Tiene mucha fuerza, como un fénix, así que me ayudó a salir sin ningún problema.

Harry recordó que el fénix de Dumbledore lo sacó volando de la cámara de los secretos junto a tres personas más. Esas aves tenían una fuerza descomunal.

– Cuando me traían la cena, me transformaba en pantera: eso hacía que los dementores percibieran mis sentimientos mucho más simples y primarios. Para que no notaran mis ausencias, al marcharme dejaba criaturas en mi celda; generalmente un ghoul, a veces un inferius... Los dementores sentían que en esa celda había un ser oscuro con sentimientos muy básicos: indistinguible de mí.

–¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué volvías a Azkaban? –preguntó con sincero desconcierto– ¡Es absurdo, todo el mundo dice que es repugnante! Bueno, menos Sirius, pero ya sabes cómo es, le gusta hacerse el valiente.

Bellatrix le miró a los ojos, en su rostro no se distinguía ninguna emoción. Finalmente respondió:

–Es el lugar más repugnante de la tierra, puedes estar seguro. Y respecto a por qué volvía... Tú mismo te has dado la respuesta.

–¿Qué? –replicó él desconcertado– No... Lo que quiero saber es...

–Ya has hecho más de tres preguntas –le cortó ella saliendo de la sala–. Ahora tienes que cumplir tú: mañana le dices a ese idiota que quieres que sea yo tu madrina.

–¿Quieres ser mi madrina? –preguntó el chico atónito.

–¡Por supuesto que no! –exclamó la bruja asqueada– ¡Antes apadrinaría a un escreguto! Pero quiero que él lo crea. Dile que como se ha muerto varias veces no te fías de él, que no crees que vaya a llegar a la guerra y te daría mucha más tranquilidad que la infalible Bellatrix fuese tu madrina.

Harry empalideció y entendió por dónde iba la cosa. Bellatrix quería que hiciese rabiar a Sirius, darle donde más le dolía. Él había prometido cumplir, así que lo haría, pero desencadenaría una guerra civil... Intentó tentarla con otras opciones:

–¿Estás segura? ¿No prefieres que torture a Snape o algo así?

–Claro que no. ¿Por qué te iba a permitir hacer algo tan divertido? –inquirió ella– Dile eso, que la tita Bella mucho mejor para protegerte. Y asegúrate de que su fulana esté delante.

"Está bien" suspiró Harry sabiendo que no iba a cambiar de opinión. La mortífaga le dedicó una última sonrisa burlona y desapareció por los pasillos de la mansión. Harry volvió a su habitación. Se duchó y se acostó sabiendo que el día siguiente también iba a ser agitado. 

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