Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14

En la habitación que la elfina asignó a Harry hubiese cabido todo el piso de los Dursley. Seguía la tónica general de la mansión: techos altos, todo blanco y resplandeciente y de un lujo casi insultante. Lo que atrapó su vista fue la cama: alta, con dosel y repleta de almohadones. Reparó después en el escritorio, preparado con útiles para redactar cartas, las estanterías con todo tipo de libros y varios armarios tan majestuosos que a un boggart le hubiese dado reparo entrar. También había un confortable rincón con sofás y una mesita de té junto a la chimenea, que estaba encendida y desprendía un agradable calor.

-No está conectada a la red flu –le explicó Didi-, así no hay peligro de que entre alguien.

-Muy bien, Didi, muchas gracias.

-Falta una cosa, señor bebé –murmuró la elfina.

Con un chasquido de sus dedos, Harry cayó al suelo gritando y retorciéndose de dolor. Comprendió que Bellatrix había insonorizado su habitación porque nadie acudió. Y también que había enseñado a su elfina a usar crucio. Cuando al fin cesó el dolor, mientras él seguía sudado y temblando en el suelo, la criatura comentó:

-Mi ama dice que eso es por contarle al Señor Traidor lo del verano. Y que si la desobedece otra vez, se encargará ella misma de que por fin conozca a sus padres. ¡Buenas noches, señor bebé! –exclamó alegremente y desapareció.

Harry se quedó un rato sentado en el suelo, recuperándose. Después dedicó unos minutos a decidir si debía hacer algo con aquello. Finalmente sacudió la cabeza: "Me lo advirtió". Se levantó y se acercó a los enormes ventanales para contemplar las vistas a los bosques de alrededor. Se preguntó hasta dónde alcanzaría el encantamiento protector y si podría salir a volar.

–¡Hedwig! –exclamó cuando descubrió a su lechuza en el alfeizar.

Le abrió y el animal entró agitando las alas.

–A la habitación de dos metros de la Madriguera casi no venías, y ahora que tenemos una suite de lujo te ha faltado tiempo, ¿eh? –le reprochó a su mascota– No sé dónde colocar tu jaula...

Le daba miedo estropear el mobiliario (por miedo a represalias de su dueña). Pero antes de que pudiera decidir, se dio cuenta de que Hedwig habría encontrado su lugar: en un lateral había una enorme jaula el triple de espaciosa que la suya. El bebedero estaba lleno y el comedero repleto de una carne que Harry prefirió no saber a qué animal pertenecía. Mientras Hedwig cenaba y se enamoraba de su nuevo hogar, su dueño decidió ducharse.

Pasó al cuarto de baño adjunto y ya no le sorprendió que fuese más amplio y bonito que el de los prefectos de Hogwarts. Tenía una bañera en la que Hagrid podría hacer varios largos y todo tipo de productos burbujeantes. Se duchó sin perder tiempo y estuvo largos minutos bajo el chorro de agua caliente. Al salir, se puso el pijama, cerró las cortinas y se metió en la cama.

–Esto sí es vida –murmuró con placer-, bueno, salvo por el crucio...

Aquello era lo más cómodo que había probado. No sabía si era el colchón, las sábanas de hilo o el edredón de plumas, pero se sentía tan en la gloria como cuando ganó su primer partido de quidditch.

-Me tenía que haber unido a los mortífagos, viven mejor... -masculló mientras se arropaba- O haberme casado con Rodolphus Lestrange, si de verdad es él quien eligió el mobiliario...

Pese a estar en casa de una mortífaga no se sentía en absoluto preocupado; probablemente porque ya le daba igual todo... Además estaba protegido: en la habitación de al lado estaban Sirius y Marlene y en la de enfrente Tonks y Lupin. Y todos le habían asegurado que estarían pendientes de él. Aunque con lo del crucio no le habían ayudado mucho... No tuvo tiempo de pensar en eso: se quedó dormido en menos de un minuto.

Un fuerte estrépito le despertó. Tenía la sensación de que apenas habían transcurrido dos horas, pero comprobó en su reloj que era ya medido día. Lanzó un hechizo a las cortinas para se abrieran e investigar de dónde venía el ruido.

–¡Aaay! ¡Me he tropezado con el baúl! –protestó Tonks.

El chico se puso las gafas y contempló la escena. La auror se había sentado al borde de su cama y comprobaba su dolorido pie. Junto a la puerta, Sirius y Lupin vigilaban la escena varitas en alto.

–¿Pero qué hacéis? –preguntó incómodo porque estuviesen ahí todos viéndole recién levantado.

–Eh... Perdona, Harry, necesitábamos comprobar que seguías vivo –comentó la auror–. Llevas más de doce horas durmiendo.

–Bueno, es que no sé vosotros, pero yo he encontrado el sitio donde quiero morir y es esta casa –declaró el chico.

El resto sonrieron compartiendo su opinión.

–Te ha dado la habitación más bonita –comentó Lupin observando el lugar.

–Creo que ha sido por descarte: al resto nos odia más –apuntó Sirius–. A Marlene y a mí Didi intentó alojarnos en el escobero, pero aun ese cuarto parecía la suite de un cinco estrellas.

–Siempre he sabido que mi madre es tonta –aseguró Tonks–, mira que largarse de esta casa...

–Tu madre hizo muy bien –replicó el animago–. Antes esto no era así, era incluso más oscuro y sucio que Grimmauld. Apenas un tercio de la casa era habitable e incluso esas zonas estaban plagadas de objetos siniestros y criaturas desagradables... Una vez me infecté voluntariamente de viruela de dragón para no tener que venir a la fiesta de año nuevo.

–Pues nadie lo diría... –comentó Lupin– ¿Bellatrix se quedó aquí con sus padres después de casarse?

–No, qué va. Se casó a los dieciocho y se mudaron al castillo de los Lestrange, en Gales. Mis tíos murieron un año después, casi a la vez que mis padres, pero que yo sepa ella siguió en Gales. No tengo ni idea de cuándo vinieron aquí y arreglaron esto.

–¿De qué murieron? –preguntó Harry pensando en la amenaza de Bellatrix en su recuerdo

–Mis padres supongo que de fallo cardiaco, es frecuente en la familia y cuando se enteraran de lo de Reg se llevarían un buen disgusto... Mis tíos ni idea, ya os digo que pudo matarlos la propia casa: a mí una vez me atacó una armadura, otra se incendió un libro que estaba hojeando y en otra ocasión me saltó un kappa chupasangre de la fuente de la entrada, fue asqueroso.

–Por Circe... –murmuró Tonks– Mi madre nunca me habla de su infancia, por eso me da angustia contarle que ahora nos está ayudando Bellatrix. Además no sé si a ella le puedo desvelar esta ubicación... No es oficialmente miembro de la Orden, así que igual no está permitido...

–No te preocupes, no creo que el disgusto sea mayor que el de que estás saliendo con un hombre–lobo –comentó Lupin.

-No lo digas muy alto... -masculló la auror.

Dejaron a Harry para que se terminara de despertar. Le indicaron que después acudiera a la habitación de Lupin. Así lo hizo. Al parecer Marlene se negaba a salir de la cama, no llevaba nada bien tantos giros sorprendentes. El resto de la comitiva tampoco se atrevía a abandonar sus habitaciones. No habían visto a Bellatrix desde la noche anterior y preferían que siguiera siendo así. Harry sospechó que se habían levantado varias horas antes que él y habían debatido sobre ella sin cesar, pero no habían alcanzado conclusión.

La habitación de Lupin era del mismo estilo que la suya pero un poco más pequeña y menos luminosa. Estaban sentados en una mesa junto a la ventana. Le habían guardado provisiones de las que Didi les había subido para desayunar y Harry lo devoró todo con avidez. No discernía si estaba delicioso o es que llevaba demasiadas horas sin probar bocado. Notaba que los tres le miraban de reojo mientras charlaban, como deseando saber su opinión pero sin atreverse a preguntar. En cuanto terminó con el último vaso de zumo, Tonks decidió aventurarse:

–¿Y tú qué opinas, Harry? ¿Crees que de verdad podemos confiar en ella?

–No lo sé, supongo que sí... –murmuró él sin ninguna seguridad– Creo que tuvo un motivo para hacer lo que hizo.

–Pero aunque lo tuviera... –empezó Sirius– Yo creo que se perdió en el proceso, que se volvió loca (lo raro sería mantenerse cuerdo estando junto a Voldemort). No creo que le sea leal a nadie, desde luego a la Orden no.

–Quizá a la Orden no pero a... –Harry se interrumpió antes de desvelar nada.

Las miradas expectantes de sus amigos lamentaron la pausa. Optó por corregir su argumento.

–Creo que solo intenta sobrevivir, como todos nosotros. Y Dumbledore confía en ella, él siempre lo sabe todo (aunque no le suele dar la gana de contarlo), así que...

El resto asintieron no muy convencidos.

–¿Y qué va a pasar ahora? –preguntó Harry– ¿Nos quedamos aquí? ¿La Orden se reunirá aquí?

Pese a lo inestable de su vida, le gustaba estar en el centro de la acción. Era el primero que se enteraba de lo que sucedía y no tenía que escribir a sus amigos suplicándoles migajas de información. Las tornas habían cambiado. Lupin le explicó que el asunto no estaba nada claro: Dumbledore parecía satisfecho con la Mansión Black, pero el resto temían que Bellatrix avisase a Voldemort en cualquier momento. Y adiós a la Orden. Era cierto que los había ayudado, pero quizá era parte de un plan mayor. Ya no podían confiar en nadie.

–Creo que no tenemos otra opción: de momento nos quedamos aquí, alerta en todo momento y procuramos que ella no se entere de nada –resumió Sirius–. No quiere saber nada de la Orden, así que será sencillo.

El resto asintieron. No parecía un gran plan, pero no había muchas pciones. A Harry le daba rabia que precisamente Sirius, si conociera la verdad, debería ser quien más a favor estuviese de Bellatrix. Pero ella no quería y Harry no lo entendía. Había sacrificado su vida por él, si tanto le apreciaba, ¿por qué no se lo contaba? ¿Por qué permitía que la odiase y tuviese tan mal concepto de ella? Quizá ahora ella le odiaba, tal vez con los años el cariño se convirtió en odio... O acaso fue Azkaban, eso afectaba a todo el mundo. Pero con los Black nunca se sabía, jamás entendería a esa familia.

Esa tarde Shacklebolt y Moody acudieron a la Mansión. Dumbledore les había enviado una nota con la dirección de puño y letra de Bellatrix, pues era la única que podía revelar la ubicación. Sin embargo, no la vieron por ninguna parte. Todos lo agradecieron, sobre todo Moody que seguía indignado por el duelo que perdió contra ella. Estaban decidiendo en qué habitación reunirse cuando apareció Didi y se dirigió a Sirius (sospecharon que porque era el único de sangre pura):

–Pueden usar ese despacho, señor traidor –indicó y con un chasquido de dedos, una puerta al fondo del pasillo se abrió.

–Me conoces desde crío, Didi –masculló el animago–, con "Señor Black" bastaría.

–No, el Señor Black es el Señor Lestrange. Mi ama siempre le dijo a su marido que debería ser él quien se cambiase el apellido, ella es más importante –explicó la elfina orgullosa–. A usted me ha autorizado a llamarle "Señor Traidor" o "Pulguitas", ¿prefiere Pulguitas? –preguntó con sinceridad clavando en él sus grandes ojos castaños.

Sirius miró con odio a sus amigos, que se estaban mordiendo la lengua para no estallar en carcajadas. Aceptó que lo de traidor sonaba mejor que lo de las pulgas, así que Didi se marchó satisfecha de haber aclarado esa cuestión. Entraron todos en el despacho (hasta Marlene, que había abandonado la cama por fin) y lo admiraron epatados. El lujo era ya el habitual: escritorios de maderas nobles, decenas de estanterías con libros para consultar, sofás con mesas bajas y toda suerte de instrumentos mágicos utilizados para detectar magia. Decidieron usar hechizos insonorizadores para que Bellatrix no pudiese escucharlos y comprobaron que no hubiese nada (vivo ni muerto) espiándoles.

–Si de verdad le interesa saberlo, yo creo que se enterará igual –apuntó Harry mirando por la ventana.

Todos sabían que tenía razón pero nadie lo verbalizó. De hecho, ni siquiera el ojo de Moody podía penetrar a través de los techos y paredes de la mansión como sí hacía en otros edificios. Cuando el chico vio que la reunión tenía visos de proseguir únicamente con el debate sobre la mortífaga, se levantó y comentó que se iba a estudiar.

–¿Tanto interés siempre por formar parte de la Orden y ahora te largas? –inquirió su padrino con aspereza.

–Es que sospecho que me habéis invitado únicamente para que os cuente lo que vimos en el pensadero.

Las miradas esquivas y las muecas de vergüenza mal disimuladas le dieron la razón.

–Y como no os pienso contar nada, prefiero hacer algo de provecho. Ya me avisaréis si llegáis a algo.

Sin más, se marchó. No pensaba irse a su dormitorio, prefería explorar la mansión. ¿Pero y si a Bellatrix no le hacía gracia? Con voz dubitativa, pues no sabía si acudiría, llamó a la elfina. Tardó unos segundos, pero Didi apareció.

–¿Necesita algo, señor bebé? –preguntó solicita.

Al parecer Bellatrix le había dado indicaciones sobre los nombres de cada uno. El chico no se molestó en protestar. Le preguntó si podía dar una vuelta por la mansión. Didi se ofreció a enseñarle las salas principales y él aceptó. Se enteró así de que a la tercera y última planta solo subía Bellatrix y nadie más. Así mismo, había puertas que no se abrirían ante ellos por ser salas privadas. A excepción de eso, podía andar por donde quisiera. El chico asintió algo desconcertado.

–Mire, esto es la Biblioteca –le indicó la elfina abriendo una puerta.

Aquella habitación debía contar con algún embrujo ampliador, pues tenía dos plantas y decenas de pasillos en los que se perdía la vista. Era casi del mismo tamaño que la de Hogwarts. A Harry le turbó ver tal cantidad de libros. Didi se acercó hasta una mesa que presidía la entrada. Había una especie de índice mágico en un pergamino y un enorme libro abierto con las hojas aparentemente en blanco.

–Este es un índice de las temáticas de los libros y su distribución. Si quiere alguna obra en concreto, utilice este libro. Está embrujado con un hechizo invocador: si escribe el título, el ejemplar aparecerá justo aquí.

–Vaya... –murmuró Harry– Tengo una amiga que se moriría si viniera aquí.

–Eso no será problema, Didi es experta en hacer desaparecer cadáveres. Me ocuparé del de su amiga.

Harry la miró horrorizado y le explicó que era una forma de hablar. No pensaba matar a Hermione. La elfina le miró como si no lo comprendiera, pero al final asintió. No dedicaron más tiempo a profundizar en esa sala. El chico decidió que consultaría algún libro para sus estudios. Sin embargo, la siguiente habitación sí que le maravilló:

–Es una sala de entrenamiento. Hay siete, es lo único que se encargó de diseñar y construir mi ama. Su favorita es la del pasillo del fondo de la segunda baja. Disponen de todo lo necesario para practicar magia y ejercicio físico. Pero si quiere hechizos protectores deberá ponerlos usted.

–¿Cómo? –preguntó desconcertado.

–En estas salas suele haber conjuros para acolchar suelo y paredes, para suavizar las caídas y no hacerse daño mientras se entrena. Pero mi ama dice que eso le quita toda la emoción, así que tendrá que ejecutarlos usted si los necesita.

–Ah... De acuerdo –respondió el chico que ni siquiera estaba seguro de conocer esos conjuros.

La mirada de Harry recorría la sala con ansiedad intentando captar cada detalle. No era sencillo, porque estaba poco iluminada: así se entrenaba mejor el ojo para la batalla. Además, estaba llena de obstáculos y trampas, casi como un circuito mortal. Aún así distinguió objetos de detección de magia, armarios plagados de instrumentos que no tenía idea de para que servían, expositores con dagas y cuchillos, maniquíes hiperrealistas...

–¿Por qué hay un armario lleno de bludgers?

–Al abrirlo te persiguen todas a la vez. Es un buen ejercicio de agilidad saber esquivarlas y destruirlas todas –explicó la elfina–. Los cuchillos de esa estantería también están hechizados para atacar, pero tampoco tienen hechizos protectores: si no los pone usted, pueden matarle.

Entendió por qué Bellatrix era tan buena duelista. No dudó que pasaría en esas salas más horas que en su cama. De pronto Harry se sintió observado. Miró hacia un rincón y vio que unos ojos negros le vigilaban en la oscuridad. El vello de la nuca se le erizó. Una especie de murciélago de pelo grasiento se abalanzó sobre él.

–¡Reducto! –gritó en un acto reflejo.

Severus Snape estalló en pedazos mientras Harry jadeaba del horror.

–Es el autómata favorito de mi ama, le encanta practicar con él. Si usa usted crucio chilla y se retuerce como si fuera de verdad, ¿quiere probar?

Harry rechazó la oferta. No, de momento no le apetecía probar a torturar a su exprofesor (más por miedo a que se enterara que por falta de ganas). Observaron como el muñeco se recomponía lentamente y volvía a un oscuro rincón. Salieron de la sala mientras Didi le contaba que además de ese maniquí también había uno del Lucius Malfoy, otro de Mundungus Fletcher e incluso uno de Filius Flitwick. Al chico le sorprendió el último nombre:

–¿Qué tiene Bellatrix contra el profesor de Encantamientos?

–Creo que nada. Pero como es pequeñito le hace mucha gracia cuando estalla.

Al joven no le pareció gracioso. ¡Menuda casa de locos! Aún así, la sala de entrenamiento le había fascinado. Visitaron unas cuentas más y Didi le indicó cuál era la más inofensiva para cuando quisiera practicar.

–Oye, ¿tú sabes hasta dónde alcanza el perímetro de seguridad? He visto que la mansión está rodeada de bosques, pero no sé si puede pasear o están fuera de los límites...

–Didi no sabe hasta dónde, pero una parte de los bosques sí entra en la zona de seguridad. Sabrá hasta dónde puede llegar porque al alcanzar el borde aparece una pantera espectral que sirve como aviso.

–Ah, qué bien –exclamó el chico más animado– Y seguramente vivieran en ellos criaturas peligrosas, ¿no?

–Sí que viven criaturas, pero todas respetan mucho a Madame Black, jamás se atreverían a atacarla.

–Ya, eso no lo dudo –murmuró Harry sospechando que hacia él no tendrían el mismo respeto–. Y volar no se podrá, ¿no?

–Sí se puede. A mi ama le gusta volar. El área de seguridad se extiende a varios kilómetros de altitud sobre la casa.

Ese dato aún animó más a Harry, que se deprimía bastante cuando no podía sacar su saeta de fuego. Después Didi le mostró la chimenea del salón conectada a la red flu donde podría hablar con sus amigos. Finalmente la elfina le guió al comedor donde se serviría la cena y dio la visita por concluida.

-Didi debe vigilar al invasor para que no le quite su puesto –farfulló la elfina.

Harry se enteró así de que tras huir ellos de Grimmauld Place, Kreacher dio a su amo por muerto y pidió asilo en la Mansión Black. Ahora trabajaba para Bellatrix en la cocina y estaba más feliz que nunca. No así Didi, a quien no le caía bien aquel competidor que intentaba convertirse en el favorito de su ama. No podía permitirlo. Harry le dio las gracias por el tour y la criatura desapareció con un chasquido de dedos.

Se sintió extraño estando solo en el enorme comedor. Tanto la mesa como las copas y la vajilla de oro lucían el emblema de los Black. Era un motivo de decoración recurrente en la Mansión, incluso el de la casa Lestrange lucía en algunas habitaciones. Los moradores de la mansión estaban muy orgullosos de sus orígenes. Por primera vez se preguntó si Bellatrix tendría buena relación con su marido. Quizá lo echaba de menos. Había vuelto a Azkaban tras la batalla del Departamento de Misterios...

–¿Qué hay, Harry?

La alegre voz de Tonks interrumpió sus pensamientos.

–No hemos llegado a ninguna conclusión, pero de momento nos quedamos aquí. Como parece que a mi tita le importa todo un pedo de duende... En fin, voy a seguir tu ejemplo: si nos quiere envenenar, moriremos con el estómago lleno.

Salvo Ojoloco que se había marchado, el resto de los reunidos entraban en ese momento al comedor. En cuanto estuvieron todos, la mesa se llenó de ricos manjares que nada tenían que envidiar a Hogwarts. Nadie entendía si Bellatrix (que ni siquiera sabían si estaba en casa) quería mostrar su buena voluntad agasajándolos o era parte de alguna oscura estratagema. Viendo como todos engullían sin apenas respirar, Harry pensó que si realmente hubiese envenenado la cena, Didi pasaría una noche muy entretenida haciendo desaparecer cadáveres.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro