Capítulo 10
Cuando Harry volvió a su habitación se quedó dormido apenas rozó la almohada. La adrenalina había bajado por fin y su energía estaba más que agotada, así que durmió hasta bien entrada la mañana. Despertó desconcertado al escuchar la lluvia repiqueteando contra la ventana. No recordaba dónde estaba. Pero enseguida los recuerdos acudieron en tropel. Se quedó unos minutos más en la cama, asustado ante la idea de enfrentarse a sus responsabilidades. Pero finalmente hubo de levantarse.
Escuchó voces en la cocina y hacía allí se dirigió. Sirius, Lupin y Marlene estaban preparando la reunión que tendría lugar dos horas después. Les saludó y se sentó a la mesa mientras Kreacher le servía el desayuno. Preguntó primero por Moody. Marlene aseguró que ya estaba más centrado y había podido volver a casa. Después preguntó si habían averiguado algo más del ataque. Su padrino negó con la cabeza.
–Estamos en ello –intervino Lupin intentando sonar esperanzador–. Tenemos vigilado a Mundungus y descubriremos la verdad. En cuanto termines de desayunar, coge tu equipaje y ven a la chimenea. Dumbledore la ha conectado temporalmente con la de su despacho y así puedes aparecer inmediatamente en Hogwarts.
Tras unos segundos de silencio, el joven verbalizó lo que había decidido la noche anterior:
–No quiero volver al colegio. Quiero quedarme aquí con Sirius.
Durante un segundo, vio una sonrisa de emoción dibujarse en el rostro de su padrino. Pero la borró de inmediato y actuó como un adulto responsable. Le aseguró que lo más importante era su formación y que no había lugar más seguro que Hogwarts.
–También puedo estudiar aquí, tengo los libros conmigo. Fuisteis los mejores alumnos de vuestra promoción, podéis ayudarme y prepararme para luchar contra Voldemort. Seguro que así aprendo mucho más que en Defensa con Snape...
Los dos merodeadores se miraron con preocupación. El chico parecía bastante convencido. Durante unos segundos solo se escuchó la tormenta y el farfullar de Kreacher.
–Pero Dumbledore está en Hogwarts –apuntó Marlene–, en ningún sitio estás más seguro que con él.
–Sí, eso pensaba yo. Pero el primer año permitió que me atacase Voldemort, el segundo un basilisco, el tercero una manada de dementores, el cuarto Voldemort otra vez, el quinto...
–Vale, lo pillamos, Harry –lo cortó su padrino que no parecía en absoluto enfadado–. Lo consultaremos con Dumbledore, ¿vale? A ver qué opina él.
El chico asintió (rezando porque no mencionaran su desconfianza hacia el anciano). Lupin y Marlene miraron a Sirius con cierto reproche, pero ninguno dijo nada. Así que Harry aprovechó para cambiar de tema y preguntó si ya habían decidido qué hacer con Bellatrix.
–Azkaban –sentenció Marlene–, el beso del dementor con un poco de suerte. Si Dumbledore no se hubiera opuesto ayer...
–¿Pero y lo de obtener información y...?
–No dirá nada, le es demasiado fiel a Voldemort –respondió Sirius–. No veo cómo puede sernos útil. Lo único que me da rabia es que será el Ministerio quien se cuelgue la medalla de haberla atrapado...
–En cualquier caso es peligroso tenerla aquí, en nuestro cuartel de operaciones –murmuró Lupin.
–Bah, Dumbledore encantó la habitación –recordó Marlene–. Ningún hechizo podrá traspasar sus conjuros.
El resto asintieron. Era verdad, pero aún así seguía resultando escalofriante la idea de compartir techo con la lugarteniente de Voldemort. Harry se acercó a la ventana pensativo. Contempló la calle, pero la tormenta era tan fuerte que apenas distinguía la acera de enfrente. Parecía que el tiempo acompañaba a su estado de ánimo... De repente dio un respingo que sobresaltó al resto.
–¿Cuánto rato lleva lloviendo?
–Desde mitad de la noche o así –comentó Marlene–. Cuando salí de San Mungo a las cinco ya llevaba un rato.
–¿Qué sucede, Harry? –le interceptó su padrino cuando el chico iba a echar a correr por las escaleras.
–¡Tú lo has dicho! ¡Ningún hechizo traspasará los conjuros de Dumbledore! ¿Pero y si las criaturas mágicas...?
Sirius lo entendió de inmediato y subió las escaleras a grandes zancadas. Harry lo seguía con dificultad y los otros dos iban a la zaga sin comprender el revuelo. En cuanto llegó al cuarto piso, Sirius asió su varita con firmeza y abrió la puerta del cuarto de Regulus. Una fuerte cortina de agua los recibió. Pero Bellatrix no. El vidrio de los cristales estaba completamente destrozado, probablemente víctima de algún rayo. Eso sucedía a veces en las casas antiguas pero... Sirius se agachó y recogió del alfeizar una pluma de un azul blanquecino. Lupin empezó a lanzar hechizos reveladores sin éxito.
–¿¡Cómo!? –gritaba Marlene revisando el baño y comprobando los armarios por si la mortífaga estuviese dentro– ¿¡CÓMO HA PODIDO ESCAPAR!?
–Tiene de compañero a un ave del trueno –murmuró Sirius–. El pájaro creó la tormenta eléctrica para liberarla.
–Es extremadamente raro que esos pájaros tengan tratos con los humanos, nos consideran una especie inferior –apuntó Lupin.
–Bueno, pues ella encontró la forma –masculló su amigo con rabia–. Y ha escapado.
Los presentes maldijeron en todos los idiomas que conocían. Les costó mucho aceptar que ya nada podían hacer, pero al final Lupin impuso el sentido común:
–Lo importante es que estamos todos bien y Harry está a salvo.
–¡Conoce la ubicación, tenemos que largarnos de aquí! –exclamó Marlene.
–Harry, tienes que marcharte a Hogwarts ahora mismo, no hay otra opción –sentenció el hombre–lobo–. Y nosotros debemos comunicar al resto que no vengan, se cancela la reunión. Hay que mudarse a la Madriguera.
Todos asintieron. Las protecciones de Dumbledore sobre Grimmauld Place les habían ocultado hasta entonces, pero ahora que Bellatrix conocía el secreto podría aparecerse con cualquiera. Así que mandaron patronus a los convocados a la reunión y se apresuraron a hacer sus equipajes. Media hora después estaban de nuevo frente a la chimenea. Sirius repartió los polvos flu y se despidieron de Harry.
–Avísame si Snape se pasa lo más mínimo. Y recuerda el espejo esta vez, ¿eh? –murmuró su padrino con una sonrisa burlona.
–Ya sabes que de nuevo se me olvidará –sonrió Harry.
Marlene fue la primera en partir. La siguió Remus y luego Sirius le indicó a su ahijado que se marchara. El chico se metió en la chimenea y sin dudar un segundo proclamó con voz clara: "La Madriguera". Vio la expresión de sorpresa de su padrino y un segundo después notó cómo salía disparado a gran velocidad. Los magos y brujas que se agolpaban en la pequeña cocina de la residencia Weasley estaban demasiado exaltados como para reparar en el recién llegado. Así que Harry salió de la chimenea con su baúl siguiéndole y se quedó en un lateral. Discutían acaloradamente, maldecían y parecían muy agobiados ante la idea de haber perdido su sede.
–¡Harry! –exclamó Sirius en cuanto apareció.
Hubo varios minutos de reproches hacia el chico por haberles engañado e insistieron en que volviera a Hogwarts. Él respondió que ya si eso al día siguiente, con un viaje por chimenea al día era más que suficiente. Molly no estaba en absoluto de acuerdo. Pero como en ese momento la prioridad era proteger el lugar, no pudieron dedicar más tiempo a regañarle y le dejaron tranquilo.
–Bueno, ya que estás aquí desayuna algo, estás muy flacucho –sentenció la señora Weasley con resignación mientras le servía un plato de pastel de calabaza.
Harry no se atrevió a replicar que ya había desayunado. Se sentó a la mesa y comió con pocas ganas mientras observaba al resto organizarse. Sirius, Marlene, Lupin y Shackelbolt que acababa de llegar salieron al exterior y empezaron a lanzar hechizos de protección. Por su parte, Arthur y Molly adecuaron las habitaciones para que los recién llegados pudieran alojarse ahí ("Harry solo por esta noche, mañana al colegio" advirtió la mujer). Como Ron y Ginny estaban en Hogwarts, los gemelos y Bill en sus respectivos pisos, Charlie en Rumanía y Percy no se hablaba con la familia, tenían cuartos disponibles.
Una hora después el ambiente se había apaciguado un poco; quizá únicamente porque tanta actividad les succionaba la energía. Fue entonces cuando apareció Dumbledore. Todos cesaron en sus actividades. Le recibieron ceñudos y de brazos cruzados. Le culpaban por no haber enviado a Bellatrix a Azkaban en cuanto la capturaron. Lo de encerrarla en su sede no fue su mejor idea... Harry tenía curiosidad por cómo reaccionaría el director.
–Ah, que buen día hace, ha salido el sol por fin –comentó mirando la luz dorada que bañaba los campos–. Muy buenas protecciones, por cierto, dudo que yo pueda añadir mucho más...
Debía ser falsa humildad, porque sacó su varita y empezó a murmurar conjuros para que aquel lugar resultara ilocalizable.
–Lo mejor será que nadie se pueda aparecer aquí... Así aunque os agarrase alguien no vería el lugar –pensó el anciano en voz alta–. La zona de aparición será ese campo de aquí detrás, justo donde empiezan los bosques. Colocaré algún traslador por ahí por si hubiese que hacer una huida precipitada...
A nadie le sonó bien esa posibilidad, pero tampoco nadie replicó. Le dejaron trabajar. Cuando por fin quedó satisfecho con los hechizos protectores, se giró hacia los presentes. Tonks, que acababa de llegar, preguntó resumiendo el pensamiento general:
–¿Y ahora qué hacemos, profesor?
–¿Hacer? Seguir con nuestras obligaciones, naturalmente. ¿Un caramelo de limón?
La metamorfomaga lo rechazó y el resto la imitaron.
–Cada uno con su trabajo o sus misiones. Y Harry...
–No quiero volver al colegio –se apresuró a intervenir el chico–. Tengo mis libros y a Sirius y a Lupin...
Todos se lanzaron en tromba a argumentar por qué debía regresar a la escuela. El director los acalló levantando la mano. Tras pensarlo unos segundos, decidió:
–Está bien. Hemos dicho en el colegio que te encontraste mal en el tren y Tonks te llevó a San Mungo. Puedes tener viruela del dragón, mal evanescente, ... lo que te suene más exótico –decidió sonriendo–. Adecuaremos la chimenea para que puedas hablar con tus amigos, siguen preocupados.
–¿¡Va a permitir que se pierda todo el curso!? –exclamó Molly– Profesor Dumbledore... –añadió para restarle brusquedad a lo anterior.
–Es el criterio de Dumbledore, lo aceptamos sin dudar –respondió Sirius con falsa amabilidad.
Harry supo que se estaba vengando por la de veces que Molly le había obligado a quedarse encerrado en Grimmauld citando al director como pretexto.
–No me parece mala la idea de que aprendas de tus amigos, quizá a ellos les prestes más atención que al profesor Snape... –comentó el anciano mirándolo por encima de sus gafas de medialuna– Como estás rodeado de magos, no hará falta eliminar tu rastro mágico; el Ministerio no lo notará. Yo mismo vendré a darte clases particulares cuando pueda. Es más, si Molly tiene la amabilidad de prestarnos una habitación, empezaremos ahora mismo.
Todos recibieron sorprendidos la noticia, pero nadie puso objeciones. No existía mejor profesor. Harry se emocionó bastante. Molly les indicó que subieran al cuarto de Bill que acababan de limpiar. Se despidieron del resto que empezaron a marcharse para cumplir sus tareas y subieron. El joven no se atrevió a preguntar en qué iban a consistir las clases.
–Ah, necesitaré mi pensadero –comentó el anciano abriendo la ventana con un giro de varita.
Debió realizar un accio increíblemente poderoso, porque un minuto después, el preciado objeto labrado entró volando. Su dueño lo colocó sobre el escritorio y extrajo de su bolsillo un tubo con una sustancia que de sobras sabía Harry que correspondía a un recuerdo. "¿Vamos?" le invitó el director. El asintió y hundieron la cabeza en el pensadero.
Lo que pretendía Dumbledore era mostrarle la historia de Tom Ryddle. Desde el maltrato que sufrió su madre a manos de su familia hasta el monstruo en que se convirtió finalmente. A Harry le pareció bien: conocer al enemigo siempre era bueno. Toda ayuda sería necesaria cuando hubiera de enfrentarse a él.
–Esta es la primera parte, la historia de los Gaunt y de cómo Merope le dio un filtro amoroso a un muggle para concebir a su hijo –le explicó el anciano cuando dio por terminada la sesión–. En la próxima ocasión te mostraré cómo fueron los años de Tom Ryddle en el internado.
–De acuerdo –aceptó Harry aún procesando lo que acababa de ver–. Cuando hable con Ron y Hermione, ¿se lo puedo contar? ¿Y a Sirius?
–Puedes. Pero solo a ellos y asegurándote bien de que nadie más lo escucha. Es de vital importancia que así sea, ¿lo comprendes?
–Por supuesto, señor.
Así lo hizo. Esa noche contactó con sus amigos a quien McGonagall había cedido la chimenea de su despacho para que no los pillaran en la sala común. Al verlos se arrepintió un poco de su decisión de no cursar sexto. Sabía desde que tomó la decisión que los iba a echar de menos cada día, pero comunicárselo aún era más duro.
Al principio Ron se sintió profundamente dolido y Hermione horrorizada de que descuidara así sus estudios. Pero cuando les contó lo que había sucedido cuando su vagón se soltó del tren, cuando casi vio a Sirius morir por segunda vez, la extraña situación con Bellatrix... entendieron que no podría volver al colegio como si nada, como si no existiese otra realidad. De la mortífaga les ocultó de nuevo su excursión en verano, solo reveló que sanó a Sirius del sectusempra. Ellos tampoco supieron cómo tomarse la noticia (aparte del horror, claro).
–Ah y Dumbledore me va a dar clases particulares.
Eso les admiró a los dos, sin duda suponía un gran honor. Hermione se tranquilizó un poco en lo referente a su formación. Les resumió lo que le había mostrado en el pensadero y ellos escucharon con atención.
–O sea, que Voldemort no puede amar porque fue concebido y criado sin amor... –recapacitó la chica.
–Eso parece. Al final Dumbledore lo reduce todo al amor –comentó el chico con cierta sorna.
Hablaron hasta que McGonagall volvió a su despacho y les indicó a los dos alumnos y a la cabeza de Harry que era hora de acostarse. El chico asintió y les prometió a sus amigos escribirles y hacer conferencias con la mayor frecuencia que pudieran. Ellos aceptaron y él volvió a su ser con un profundo dolor de rodillas.
–Qué incómodo es esto, madre mía... –murmuró levantándose– Mucha magia y mucha historia, pero esto se solucionaría con un miserable teléfono...
Se sacudió el hollín y eliminó el hechizo silenciador que había colocado en la cocina. Se fiaba de todos en la Orden, pero pensaba obedecer a Dumbledore en lo respectivo a la privacidad.
–¿Ya has terminado, cielo? Pues a la cama –le ordenó la matriarca.
El chico obedeció. Lupin se quedaba en la habitación de Bill en el tercer piso; Sirius y Marlene en la de Percy y Harry en la de los gemelos, ambas en el segundo piso. Las paredes eran muy finas en aquella casa tan inestable. Así que el chico rezó a todas las deidades que conocía para que sus compañeros de planta usaran hechizos silenciadores. Aunque dudaba que hicieran tanto ruido como él cuando tenía pesadillas con Voldemort... Ese funesto pensamiento sumado a las turbulentas memorias que le había enseñado Dumbledore le impedían conciliar el sueño.
Calculó que habían pasado varias horas cuando escuchó abrirse la puerta contigua. Guardó unos segundos de silencio hasta que estuvo seguro de reconocer las pisadas.
–¡Sirius! –le llamó en la oscuridad.
El animago dio un respingo.
–Harry, ¿qué haces despierto?
–No puedo dormir. ¿Y tú?
–Tampoco. Duermo siempre bastante mal. De hecho, prefiero dormir en forma de Canuto, pero Marly se vuelve loca si se despierta al lado de un perro... –explicó– Así que iba a echar un trago para coger el sueño.
El joven optó por obviar los dramas sentimentales de su padrino.
–¿Podría contarte una cosa? –preguntó dudoso.
Sabía que no era la hora más propicia, pero si a alguien no le importaría eso sería a su padrino. Estaba deseando referirle el proyecto de los recuerdos de Dumbledore, pero el resto del día no había podido. En esa casa no había forma de estar a solas, poco espacio y demasiadas personas. Efectivamente acertó: como si las tres de la mañana fuese el momento óptimo, su padrino aceptó. Con un giro de su varita, una botella de whisky voló hacia su mano.
–Me las he traído de casa y las he escondido en el cuarto de Ron para que Molly no ponga el grito en el cielo –explicó transfigurando un cubilete para plumas en un vaso y sirviéndose un trago.
El chico prefirió no comentar nada de su más que posible alcoholismo. Ambos se sentaron en la cama y se aseguraron de silenciar la habitación. Mientras Sirius disfrutaba del whisky, Harry le relató en qué consistían las clases de Dumbledore. El animago escuchó pensativo toda la historia. Al final, dio su opinión sobre la vida de Merope y el filtro amoroso:
–Tiene sentido... Los Gaunt sucumbieron a la locura y a la violencia y empeoraron a cada generación... Demasiados matrimonios entre primos. Aunque no soy quién para criticar, los Black tampoco son mucho mejor... –comentó con sorna.
El chico asintió incómodo al recordar que los padres de Sirius eran primos segundos. Continuaron hablando del pasado de Voldemort hasta que al joven le entró el sueño y al mayor se le acabó el alcohol. Se despidieron y se acostaron.
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