21. Leo es el nuevo Gurú del amor
Perseus estuvo de muy buen humor, durante todo la mañana y gran parte del mediodía.
Incluso cuando había un montón de mosquitos rondando alrededor de nuestras piernas, mientras me ayudaba a recolectar fresas de las tierras que pertenecían a los hijos de Deméter; incluso cuando las chicas de Deméter lo acaparaban demasiado, y le preguntaban cosas como: "¿De dónde vienes exactamente?" O, "¿Cómo conseguiste estos fuertes músculos?"
A lo que Perseus les sonreía con dulzura, y contestaba:
—¿Pueden retirarse? Son muy molestas y me fastidian.
Oh sí, Perseus era todo un don Juan... JÁ. Tal vez tuviera la apariencia de uno, pero no la actitud.
El punto: como cada año, el campamento mestizo debía recolectar fresas y colocarlas en cajas de madera, para después transportarlas dentro de un camión que luego conducirían hasta el centro para venderlas a nuestros clientes mayoristas. No era una tarea que a mi me molestara hacer, en realidad, comparado a los demás trabajos como: Lavar los trastes con agua hirviendo, o limpiar el establo de las cagada tamaño "mágico" de los caballos; esto era relajante.
Pero había algo "hilarante" y casi "fuera de lugar" ver a Percy haciéndolo. Me refiero a que, el dios de las mareas tenía el aspecto de un niño rico que se la pasaba los días bronceándose y rascándose el trasero en su lujoso yate; en algún puerto de las Bahamas para millonarios, y no recogiendo fresas sobre terreno mojado que te dejaban los pies llenos de barro.
Y creo adivinar, que él también se estaba haciendo la misma pregunta de:
"¿Qué demonios hago aquí?" — con su rostro muy desconcertado, delatando la dirección de sus pensamientos. Pero entonces, él giraba y miraba en mi dirección, y sus ojos se abrían un poco como diciéndose así mismo: "Oh, sí, cierto, es por ella". Y continuaba con su labor, con una pequeña sonrisa entre extrañada y contenta.
Estaba de muy buen humor... Y cuando me acerqué a él para preguntarle la razón, unos minutos atrás, Perseus simplemente se limitó a contestar:
—Nada en especial— sus ojos eran suaves, y bajo los rayos del sol parecían refulgir con luces verdes. — Solo estoy contento. Ayer había un mosquito que no me dejaba dormir, y fue tan placentero matarlo. Ahora ya no me molestará más. Nunca más.
—Oh. — Había contestado, frunciendo el ceño, tenía una extraña sensación a la que no podía ponerle una razón—. Lo siento, pero no creo que vaya a ser el último. Hay montones de mosquitos en el campamento mestizo...
—Pues entonces los mataré a todos. Solo se trata de aplastarlos, ¿no? — Dijo, pero me había quedado muda, por una sensación de acongojamiento que no tenía procedencia. O eso pensé.
Terminé con la última caja, cerré la tapa con cinta adhesiva y entonces, la cargué y la lleve en mis brazos hasta un lugar sombreado mediante grandes árboles; en donde ya había otro montón de cajas preparadas al pie de las raíces, que esperaban a ser transportadas en camión. Dejé la mía sobre una pila de cinco cajas, y segundos después, Perseus llegó y dejó tres cajas en el suelo cerca del tronco.
Lo estudié de soslayo mientras no se daba cuenta. Comparado a mí, él ni siquiera estaba sudando. Su piel bronceada seguía tan impoluta como siempre, sin poseer ningún indicio de sufrir calor o fatiga en su rostro, con la pequeña excepción de que ahora tenía las manos algo sucias de tierra colorada; al igual que sus tenis y la tela sobre sus rodillas, a causa de haberse arrodillado.
Se giró hacia mí, una suave brisa llegó desde atrás de él y me trajo el aroma del mar que probablemente provenía de él. Era mejor que oler incienso, la calma que sentí al aspirarlo, fue instantáneo, como si hubiese sido creado para esto; para dar serenidad a los pobres mortales. Pura paz. Como la que te embarga cuando miras el mar al atardecer y escuchas el suave oleaje besar la arena.
—Hablé con Leo hoy, —Inició Perseus, y sentí con eso, mi perfecta burbuja explotando ruidosamente en mi cara como una cachetada; pestañeé confundida— de camino hasta aquí. Le dije que ayer nos besamos.
El corazón se me congeló en el pecho, mientras mis mejillas se ponían rojas. ¡Oh, por todos los bebés semidioses del mundo! ¡Qué vergüenza! Ya podía imaginarme todas las burlas y chistes que Leo debía estar premeditado ahora mismo para cuando nos encontremos. Ay, no, ¿Leo era chismoso? No lo recuerdo, esperaba que no, o tendría que matar a ese pequeño duende latino.
—¡Percy! — exclamé en tono de reprimenda, saliendo de mis labios el pequeño apodo que le había puesto sin querer. A causa de esto, él formó una expresión de atonicismo. ¿Era la primera vez que le decía Percy? No... No lo recuerdo... Como sea, ese no era el problema—. ¡No puedes ir contándole a todo el mundo sobre eso, Percy! Es privado. Eso, ¡no se hace!
—Percy... — él simplemente repitió, con su frente frunciéndose lentamente, y un montón de pensamientos arremolinándose dentro de esos ojos tormentosos... Ah, se veía tan mono con las cejas arrugadas... espera, ¡No! ¡Concéntrate, Annabeth! ¡Con la mente en el juego!
—¿A cuántas personas más les has dicho sobre eso, Percy?
Eso pareció volverlo en sí, y colocó una mirada algo indignada esta vez, para enfrentarme.
—Solo a Leo, no soy tan idiota, Annabeth. — Casi vi que iba a poner un mohín sobre su faz, pero luego, volvió a su expresión inescrutable de siempre; y prosiguió—: Además, le di una amenaza para que guardara el secreto o de lo contrario iría a su cabaña y...
—Está bien, está bien. — Alcé mis manos, en son de paz. Hablar con Percy, me dejaba la mayoría del tiempo agotada por tantas emociones que despertaban al mismo tiempo. Solté un suspiro de fatiga, y me apoyé sobre el árbol más cercano, sin dejar de mirarlo con curiosidad. — Entonces, ¿sobre qué hablaron exactamente? ¿Por qué le contaste?
—Necesitaba saber, si lo que hice estaba realmente bien o mal — Dijo, y agachó la mirada, con sus manos jugueteando distraídamente con una fresa. — Me sentí genial cuando lo hice, ¿sabes? En las nubes, como flotando, fue raro pero placentero. Pero luego, yo pensé que tú tal vez... — su voz titubeó— puede que eso no era lo que querías de mí...
Termina de decir, y entonces se queda en silencio. Y aunque intento abrir mis labios para soltar una y qué otras palabras para reconfortarlo, no puedo. Estoy estática. Podría responder preguntas sobre matemáticas, química o historia en solo segundos, ¿pero preguntas con relación a mis sentimientos? Oh, no.
Yo era como cualquier homo sapiens idiota en este tema, solo que, en vez de descubrir el fuego, estaría tratando de descubrir mis propios sentimientos.
—¿Por qué crees eso? — me decido a preguntar al final, con una pequeña voz, y un diminuto sonrojo en los pómulos.
Percy sujetó los extremos de la caja con ambas manos, poniendo algo de presión en ellas, como si se diera así mismo impulso. Se veía molesto, frustrado más bien. Había algo que él quería entender, pero le costaba, o eso imaginé, entonces él habló:
— He pasado milenios, solo, en lo más profundo del océano, Annabeth. Y aunque los peces y otros monstruos marinos me hablaban, ellos no son iguales a los humanos. Así que no tengo punto de referencia.— Pronunció, sus ojos mirando hacia la deriva en el bosque detrás de mí —. Ustedes son más complicados, como un persistente dolor de cabeza que no sabía que podía tener. Sienten demasiado, y es molesto pero al mismo tiempo, atractivo; el que sean tan débiles ante sus emociones.
—¿Y eso te atrae? — inquiero intrigada. Percy ladeó su cabeza, pensativo mientras dice:
—Sí. Son una bonita novedad. Me gusta observarlos y aprender cosas nuevas...
Sentí un pequeño pinchazo de dolor al oír aquello, mi mente llegó una conclusión apresurada, motivada por mi baja autoestima.
—O sea que, la verdadera razón por la que estás aquí... En realidad, no es por mí... — me arriesgué a decir —. Sino por, ¿simple curiosidad?, ¿porque somos tu nuevo pequeño objetivo de investigación?
Perseus me miró directamente a los ojos.
—Eso pensé al principio — confesó, y sentí un estremecimiento. — Cuando te conocí y me sentí inexplicablemente atraído hacia ti, pensé que era porque jamás había conocido a otros mortales antes y entonces solo debía conocerlos más a fondo, y así desencantarme de ustedes para volver a ser libre... Pero fue descartado rápidamente, —de nuevo, sus palabras me envolvían — ¿Piensas que estoy a tu lado como un capricho típico de un Dios hacia una mortal, verdad? No te ofendas. Pero qué pienses eso, me hace dudar sobre si eres algo estúpida.
Sentí el insulto como un golpe en el pecho. Fuerte. Duro. Me dejó con la mandíbula abierta, sin aliento. ¿Tanto poder sobre mí le había dado sin darme cuenta? Para que solo bastara un par de sílabas para que me dejara con el estómago revuelto. Sentía que la ira me consumía, sin embargo, Perseus continuó, y yo no hice más que escucharle:
>> Yo no sentiría lo que siento, si sólo te viera como un animal experimental Annabeth, o haría las cosas que hice por ti: como llevar a la manada de tus amigos hasta este campamento, matar a un par de furias por ti... No hubiera jurado por el río estigio por ti, ni quedaría anclado como un esclavo aquí, en este campamento; si no creyera que eres especial para mí.
—Yo jamás te pedí que hicieras esas cosas por mí... — susurré, sintiéndome avergonzada.
—Lo sé, no te estoy reclamando.— Percy suelta, junto con un suspiro que demuestra su cansancio— En todo caso, nos hemos desviado del tema principal. No es eso, lo que quiero que entiendas. Como iba diciendo, he pasado mucho tiempo solo, y a causa de eso, no comprendo mucho sobre las emociones o sentimientos humanos. No sé lo que está bien o mal, no sé si mi definición de moral necesita ser pulida o revocada totalmente... No sé si mis acciones te afectarán para bien o para mal, y si solo no puedo verlo por mi egoísmo.
—Has estado pensando mucho. — murmuré, a la vez que llevaba mis manos detrás de mí espalda y apoyaba las palmas sobre la corteza del árbol, mis ojos no dejaban de estudiarlo, aprovechando que él no estaba mirándome.
—Lo he hecho. — Y está vez, me mira al hablar— También he estado divagando, y entendí que... A pesar de quererte, Annabeth, eso no significa que automáticamente tú te sentirás igual que yo, y tampoco puedo obligarte a que me devuelvas ese sentimiento. Según Leo, primero debo crear lazos afectivos contigo.
Aquello debió haberme impactado mucho. Pero estaba más ocupada sintiéndome muy perturbada de que Percy haya tomado a Leo como su maestro de la vida tan seriamente. De todas las personas, ¿justamente ese pequeño pervertido?
—Según Leo, el besarte tan pronto fue un error. —luego agregó, en un tono bajito más para él mismo— Aunque fue él, el que me dijo que debía hacerlo en primer lugar — frunció el ceño, luego negó con la cabeza y continuó. — El caso es que, primero debo crear lazos de amistad. Esa es la fase uno. La fase dos: Besarte. Fase tres: la máxima unión definitiva.
—¿Cuál es esa máxima unión, Perseus? — Pregunté con miedo, sintiendo el mal presiento desde antes de que lo dijera:
—Leo dijo: Sexo.
Definitivamente, iba a matar a ese duende latino.
Quién es mejor, Leo como Gurú del amor o Piper? 7w7
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