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20- La justicia del mar

Perseus estudió la daga que sostenía en sus manos, con ojos críticos y una pequeña mueca burlona en sus labios perfilados. El mango estaba hecho de madera, con el tallado de un cráneo en la parte baja. La hoja era de un solo filo, de acero estigio, negro como las profundidades del tártaro. Cuando él pasó un dedo por su filo, sintió como su alma parecía querer fundirse con ella, y entonces, ya no le cupo duda de su procedencia.

Aún así, sintió curiosidad por preguntar.

—¿Quién te dio esto? — Interrogó Perseus, levantando y apuntando la daga hacia él.

—Sois un dios. — Kyle contestó en cambio, con los ojos desorbitados aún en el suelo, preso del terror.

—¿Sabes de lo que es capaz esta daga?— probó con otra pregunta, y dio dos pasos al frente, cuya acción hizo brincar un poco a Kyle hacia atrás. —Sí. Creo que lo sabes, es la única arma que puede matar a un inmortal y detener su… "alma" en su hoja. Volveré a pregúntartelo de la manera amable, ¿Quién te dio esto?

—Nadie — contestó de inmediato el susodicho, pasándose la lengua por encima de sus labios resecos—. Solo lo encontré encima de mí cama, con una nota a su lado en griego, que me aseguraba una venganza exitosa con ella. Sí no os hubieras movido…

—Me hubieras matado— accedió Perseus con gentileza, estudiando una vez más la daga que tenía en su mano. Y luego, casi con un tono reverencial, agregó: — Y tal vez, en otra circunstancia, yo te hubiera dejado hacerlo —sus ojos se pusieron cálidos con brevedad— Pero ahora, después de ella… Por primera vez, tengo algo por lo que seguir manteniéndome respirando: protegerla, servirle, amarle. Annabeth es la razón de mi existir, ¿cómo morir? Cuando la única forma en la que puedo estar con ella es sobre esta tierra.

—Pues lo haréis —Kyle escupió, las palabras saliendo de sus labios con veneno antes de que pudiera detenerse, a pesar de que las formulaba con un reticente respeto (reacción instintivo al estar frente a un dios).— Vais a morir con ella, por mi mano o por otra, moriréis ambos por ser una mierda asquerosa que jamás debió existir.

Alzó su mirada oceánica, y Kyle sintió una frialdad recorrer por su huesos, como aquella vez que fue a Alaska por una misión y tuvo que sumergirse en las heladas aguas llenas de hielo para demostrar su valía frente a Clarisse y sus hermanos. El cuerpo del Dios se veía relajado, pero por esa misma razón, Kyle no podía moverse aún de su postura sentada en el suelo.

Sentía que con el más mínimo movimiento, haría levantar un tsunami que se lo tragaria completo.

—No soy bueno recordando caras. Pero figuro que eres el tipo que trató de lastimar a Annabeth cuando se te informó de la muerte de tu amada—. Ladeó su rostro, lo miraba con serena curiosidad— Ella no tuvo la culpa, ¿sabes? Su muerte ocurrió a causa de una tormenta que no me molesté en detener, (en ello, admito que tengo algo de culpa). Puedes proferir insultos hacia mí, si te apetece. Lamento no poder darte más que eso, como apaciguar tu dolor, diciéndote si murió de forma rápida o lenta.

Kyle sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago, fuerte y doloroso, que le dejó los pulmones sin aire. Su vista quedó momentáneamente nublada por lágrimas ante la mención de su difunta novia. Él no se había detenido mucho pensando en cómo murió, pero ahora que Perseus lo sacó a colación, una sensación de espesa amargura lo inundó, una agonía ante la idea de ella, sufriendo antes de partir.

Quiso romper a llorar, se obligó a creer que ella se había ido sin dolor.
Contuvo las lágrimas tanto como pudo, y se forzó así mismo a hablar con impotencia.

—¿Por qué no la habéis ayudado? ¿Por qué? —Quería levantarse y tirar puños, pero sus piernas, inusualmente quietas, permanecieron inmóviles. —¿Acaso no es ese el trabajo de los Dioses? ¿No se supone que ayudéis a los mortales en sus peores momentos?

—No se me permite entrometerme en el destino de los mortales, —se limitó a responder el dios, sin dejar de mirarle— fue la primera orden de los Olímpicos después de crearme.

—Pero… — comenzó Kyle, pero Perseus lo interrumpió adivinando sus pensamientos.

—... estoy aquí. Sí. — sonrió con ironía—. Y sí, créeme que lo sé. Tú no serás el único enviado por algún Dios olímpico para intentar acabar con mi vida. Tal vez saber eso, te haga feliz. Estar aquí, es un insulto hacia el mandato de los Dioses, pero si he de morir tarde o temprano, prefiero hacerlo rompiendo algunas reglas antes.

"Romper algunas reglas". Kyle se quedó pensando en aquellas palabras, tragó saliva, y en un último intento de parecer un mortal arrepentido e indefenso; habló:

—¿Podrías... —titubeó, agachando la mirada, con algo parecido a la súplica en el tono de su voz, (olvidándose momentáneamente del respeto)— tú… podrías revivirla si te lo imploro? ¿Devolvermela en cuerpo y alma?

Un momento de pausa. Kyle sintió el peso de su silencio, como un cuchillo perforando lentamente en su pecho hasta que finalmente, respondió:

—¿Cómo?, su cuerpo fue destrozado y devorado por los tiburones, me sería imposible cumplirte aquello— su voz estaba carente de emoción, como si lo que hubiera dicho no fuese de tal importancia, a Kyle sin embargo, le dieron náuseas que apenas fueron contenidas— en cuanto a su alma. No está en mi potestad. Hades y sus hijos, son los únicos que pueden hacerlo. 

Dicho eso, Kyle pareció encontrar algo de agallas una vez más para enfrentarse a Perseus. De sus ojos chisporroteo la aversión, sus manos se cerraron en puños debajo de él pero no hizo el intento de levantarse. Sus pies se sentían lánguidos, temblorosos y rígidos, sabía bien qué si probaba con incorporarse, caería de nuevo, patéticamente sobre los pies del azabache delante de él.

—Quiero mataros. Aún sabiendo ahora que sois un Dios, sigo queriendo mataros. Sois despreciable, merecéis la muerte mucho más que ella.

Perseus siguió mirándole imperturbable, casi con pereza, Kyle continuó:

—Lo haré algún día, primero acabaré con vuestra horrenda cara. Luego iré a matar a la puta de la hija de Atenea. Le despellejaré la piel de sus huesos lenta y completamente y solo cuando ya no pueda gritar para deleitarme con su sonido, la mataré. Y vos, no podréis hacer nada.

En respuesta a sus amenazas: Perseus sonrió, fue un gesto extraño y aterrador, notó Kyle; como ver a un tiburón intentar sonreír con sus afilados y astillosos dientes, justo antes de despedazarte con ellos.

—Pobrecito. ¡Pobre y lastimado hijo de Ares! — Exclamó con voz satinada, amorosa, como la de un padre entristecido por las decisiones estúpidas de su hijo perdido.— He oído que sus hijos son sabios en el arte de la guerra y la matanza, pero ineptos con respecto a su propia seguridad y en el hablar con cuidado. Es una pena.

Se quedó helado, mientras observaba a Perseus acercarse a él, con un creciente pesar en su estómago revuelto. La voz, que le había apurado a matarlo antes, había desaparecido totalmente en este punto, y solo estaba él y sus pensamientos en su mente ahora. Tragó saliva con nerviosismo.

Cuando hubo el dios estado delante de él, Kyle no podía hacer otra cosa más que mirarlo en atónito silencio, con un deje de admiración reticente que no pudo evitar sentir ante su imponencia. Era hijo del Dios de la guerra, era imposible no sentirse asombrado delante de alguien que transmitía tanto poder con solo una mirada.

El semblante del Dios era frío e impávido, hermoso, como una estatua hecha por Mirón de Eléuteras.

—Bien podría utilizar esta daga para matarte, un solo corte, y tu alma quedaría atrapada dentro en sufrimiento eterno—murmuró Perseus con voz calmada, apartando un rizo castaño de su cara, mediante la hoja de la daga; entonces, lo sujetó de la barbilla con la mano libre, sus dedos bronceados alzaron el rostro de Kyle para que lo encarara, y este se encontró hipnotizado por la profundidad de sus ojos verde mar. —Pero luego de oír tu pena, he encontrado clemencia en mi corazón, algo que jamás pensé que podría sentir por alguien. Tal vez es una consecuencia por haber compartido tiempo con la gentil, Annabeth Chase, puede que su bondad me haya contaminado un poco.

Los dedos de Perseus se entretuvieron unos segundos más en su barbilla, con el pulgar acariciando debajo de sus labios, casi con dulzura, y su índice siguiendo la línea de su mandíbula. Se veía como un gesto gentil y cariñoso, pero bastó con una mirada hacia sus ojos helados, para que Kyle supiera que su clemencia significaba solamente: la justicia cruel y fría del mar enfurecido.

Comenzó en sus oídos, hilillos de sangre cayendo desde sus orejas, bajando por su cuello hasta manchar su camiseta. Luego por sus fosas nasales, manchando sus labios y los dedos de Perseus que ni se inmutaron por el líquido carmesí, y finalmente por los orificios de sus ojos; fluyendo de ellos y surcando sus mejillas como un río de sangre, ante la presión implacable de un inusual y monstruoso poder.

Todos esto ocurrió, mientras Perseus lo miraba impasible.

—Te hubiera perdonado y dejado vivir, pero después de oír las amenazas contra Annabeth, entenderás que ya no pudo hacerlo. —El cuerpo de Kyle empezó a temblar incontrolablemente, excepto su rostro, el cual era sujetado por la mano férrea del azabache; después todo, sus brazos, sus piernas, mientras soltaba quejidos y diminutos gemidos de dolor— No os preocupéis más, pronto estaréis en paz.

Su vista se oscureció, y como a una marioneta cortándole sus hilos, el cuerpo de Kyle cayó al suelo después de que Perseus soltara su barbilla. Se desplomó en el suelo, muerto.

Perseus miró con ligera tristeza el cuerpo sin vida del hijo de Ares, pero el sentimiento pronto se esfumó al pensar que pronto, Kyle estaría junto a su amada en el inframundo. Estaba seguro de que el chico tendría la misma valentía con la que intentó matarlo, para forzar su camino para llegar hasta ella. Sonrió complacido con su decisión, tal vez no era lo que él merecía, pero era mejor que el imperecedero tormento en una hoja maldita de hierro estigio.

Dejarlo vivo era impensable.

Y antes de volver a la cama, Perseus se deshizo del cuerpo. Se lo dio a los tiburones, pues al menos el cuerpo de kyle de carne y hueso sin alma, podría ser de utilidad incluso después de muerto. Además, sería problemático si alguien encontraba su cadáver en su cabaña al día siguiente, pensó en lo fatigoso que resultaría tratar de explicarlo.

Sí, mejor era deshacerse en silencio y ya está.

Se miró los dedos, llenos de sangre roja de Kyle y se los limpió en el lago. Rezó por el alma del hijo del Ares, mandando una pequeña oración hacia un viejo amigo para que se cerciorara de ello. Y volvió a su cabaña, agitando la daga en su mano, divirtiéndole el peligro de su juego.


.1800 palabras. Vaya, ¿se sienten felices verdad, lectores? OK. 

Cuál Percy es su favorito? Este frío y justiciero Percy.

O el dulce Percy que sale con Annabeth. O ambos, tal vez. Decidan.

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