10 - Quédate
-¿Estás bien? - Me pregunta Jason, ayudándome a ponerme de vuelta sobre mis propios pies. - Te ha lanzado con demasiada fuerza, si no hubiese llegado a tiempo...
-Es bueno que lo hicieras. - Lo corto, sin dejar de mirar a aquellas deidades en la distancia. -¿Ella es una Diosa, no?
Haber sido lanzada a varios metros de distancia a una velocidad que igualaba a la de una bala de cañón, me había dejado bastante desorientada en mi lugar; sin embargo, mi estado mental no estaba tan dañado como para no darme cuenta del aire divino que los rodeaba junto a de la tensión y la electricidad en el aire. Era una sensación de peligro invisible pero que podías sentirlo con los pelos de tus brazos erizándose.
Además de eso, la mujer era ridículamente hermosa, (ninguna mujer demasiado bella era buena en la mayoría de los casos) y su mirada hambrienta y seductora puesta en mi... amigo, solo me daba peor espina. ¿Por qué traía un vestido tan escotado? ¿Era necesario que tuviera pechos tan grandes que rebotaban prácticamente por la falta de sostén?
¡Definitivamente no podía ser buena! Y no era porque estuviese celosa, claro que no. Simplemente era un mal presentimiento de semidiós, mis años de experiencia me gritaban que no bajara mi cuchillo ni apartara mis ojos de ellos.
Entonces... pareció que mi mirada había sido lo suficientemente poderosa para atraer la suya, Perseus viró su rostro hacia mí, frunciendo levemente sus ojos. Tenía una mirada triste en aquel mar contenido en sus orbes. Y automáticamente, unas irrefrenables ganas de ir corriendo hasta él me atacaron. Y casi lo hice, mis pies hicieron el amago de moverse, pero Jason me detuvo a última instancia, con una mano sujetando mi antebrazo.
Lo miré con reproche, pero él no me miraba, sino que tenía la vista fija en ellos. Con completa seriedad y sagacidad, pensando muchas cosas que presentía no me gustarían.
-¿Ella es...? -inició Leo, quién se había acercado a nosotros junto con los demás en silencio. Pareció que Jason iba a contestarle pero entonces, un brillo cegador llamó nuestra atención, pero evitamos mirarlo a último momento, por amor hacia nuestros ojos y por el poco deseo que teníamos de quedarnos ciegos por mirar a una Diosa irse en su forma divina.
Y en su lugar. Dejó una manzana dorada en medio del suelo, brillante y atrayente que te invitaba a robarla, y a su alrededor, destrucción: árboles caídos, césped arrancado y tierra arrastrada, eran varios regalos. Era como un augurio, un presagio del mal que acontecerá pronto, y Perseus... estaba en medio de todo eso.
Pero me negué a aceptarlo.
-Eris... -Pronunció Piper, arrugando el entrecejo con severidad. -Diosa del Caos... -nos miró, con gesto preocupado. -Su presencia no es buena...
-Por supuesto que no lo es -gruñó Frank, -empiezo a pensar chicos, que nos estamos metiendo en terreno peligroso... Más que eso, Eris solamente trae desgracia y hambruna a los hombres, es despiadada y siempre se presenta en los lugares más propensos a ser pronto destruidos. Y aquella maldita manzana, con el Dios desconocido a su lado... -Él miraba el suelo donde la fruta dorada descansaba mientras hablaba, se detuvo un momento, y al volver a hablar, se enfrentó directamente a mí como si necesitará de mi consentimiento. -Tenemos que deshacer... er, debemos encontrar la forma para que se vaya.
-Yo... concuerdo con Frank. -Corroboró Jason, en tono meticuloso, y luego...
Siento la pesada mirada de todos mis amigos luego de que él haya lanzado aquella bomba disfrazada de propuesta; y estudian mi rostro con preocupación y anticipación, esperando por órdenes. Pero yo no sé qué decir, estoy muda mirando a Frank con la garganta cerrada y los labios ligeramente abiertos por la sorpresa.
¿Hacer...? ¿Qué se vaya?
Buscar la forma de alejar a Perseus...
Mi corazón se retorció con la idea. Fue instantáneo, desprevenido y totalmente involuntario. Mi estómago dolió, y mis ojos ardieron como si fueran a soltar lágrimas descontroladas. Contuve el impulso de Inhalar forzadamente como si me faltara el aire. No podía aceptar la sola mención de que debía irse. ¿Por qué? Simplemente ha tenido mala suerte, es todo, era igual que nosotros.
Bueno, más viejo, divino y guapísimo, pero igual a nosotros. Tratando de buscar su lugar en un mundo que no encaja por más que intenta reconstruirse así mismo una y otra vez. Él solo era un niño, pero se adaptó y se convirtió en alguien de nuestra edad para integrarse. ¿No es lo que todos queremos? ¿Lo que buscamos? Encontrar nuestro lugar, sin importar cuantas veces nos reinventemos hasta que lo hagamos bien, y finalmente reestablecernos.
-Puedo comprender que tengan miedo y quieran deshacerse de mí, lo más pronto posible. -dice Perseus, apareciendo a nuestro lado abruptamente sin haber hecho el menor ruido para percatarnos. Los 6 saltamos por el sobresalto, a Leo se le encendió la punta de la nariz con fuego y la apagó rápidamente avergonzado. Jason se llevó una mano al pecho, y Frank se puso pálido y visiblemente aterrorizado ante los intimidades ojos del Dios de los mares. -La verdad, es una decisión sabia e inteligente. Lo más recomendable, y justo.
Entonces su ojos se giraron hacia mí, y refulgieron con toda intensidad que sus ojos podían, atenazando mi corazón de esta sencilla forma, en que parecía que estábamos conectados y una extraña sensación de Dejavu me embargó.
Es fugaz, es rápido, efímero. Me siento en casa. Lo siento en mi interior, es raro, cálido y surreal. Repetitivo. Esos ojos me parecieron viejos amigos, su presencia y su aroma me transportaron como si estuviera pisando un césped distinto, o viendo un paisaje totalmente improbable en un tiempo lejano. Y realmente me sentí fuera de mi piel, pero así de rápido como llegó, así de rápido se fue la rara sensación de Dejavu.
-Sin embargo, -continuó Perseus, sacándome de mi trance, - No me iré. -casi exploté en una sonrisa - No importa cuánto lo intenten o de que formas extremas lo hagan. No me alejaré, ni huiré, ni desapareceré. Mi presencia estará aquí, permaneceré aunque ustedes me escupan todos los días en la cara, porque no me importa en lo más mínimo lo que piensen de mí, o si les causo un mal... He de ser sincero. Intenten echarme son libres de retarme, un Dios no puede rechazarlo de un Semidiós, pero abstengase a las consecuencias...
El silencio pesa sobre nuestras cabezas como si el cielo se hubiese convertido en un mar tormentoso y apeligrara con caernos encima con cualquier chasquido de sus dedos. Incluso algunos han levantado la mirada esperando a que algo nos aplaste. Sin embargo, no pasó nada de eso. Sus palabras habían sido amenazas más que suficientes. Nadie dice nada, expectante, pero al parecer, Perseus no había acabado de hablar.
-Pero... -Sus ojos seguían escrutándome- Cuando ella diga u ordene que me vaya, complacere su petición. Si me pide que pelee en su nombre o mate a alguien o a un ejército completo, lo haré sin dudar y con gusto. Annabeth Chase, hija de atenea -me nombró en tono solemne, como si estuviera a punto de lanzar un juramento - Tú decides, ellos no me importan, pero si tú dices que quieres que me vaya, lo haré en este mismo instante. Me iré, volveré a donde habitaba y jamás volverás a saber de mí, ni te causaré ningún problema más...
Estaba atónita. ¿Cómo es que me ha dado tanto poder de la noche a la mañana? ¿Por qué ha encontrado y dado tanta importancia a palabras, las de una simple semidiosa? Es un Dios el que está a punto de ponerse de rodillas si se lo pido, ¿cómo ha ocurrido esto?
¿Por qué, sin embargo, es tan familiar?
-¿Qué quieres que haga, Annabeth? -Me pregunta Perseus sólo a mí, y antes de pensarlo siquiera o consultarlo al resto, contesté:
-Quédate.
-Entonces me quedaré a tu lado. -dijo, casi susurrando con emoción contenida en su voz, él se veía satisfecho. -Hasta que pidas lo contrario, o hasta tu último aliento.-entonces, alzó la mirada hacia las estrellas y la luna, y escupió las siguientes palabras, como si retara al cielo a contrariarlo. - Lo juro por el río estigio.
Un rayo surco el cielo, y sentí el odio emanando de algún lugar de aquel firmamente estrellado. De esa manera, él sentenció mi destino, y de haber sabido lo que se avecinaba.
Hubiera dicho de nuevo la misma respuesta, Perseus.
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