τρία
Atenas, el nido de la democracia, ciudad de hombres libres.
¡Já!
¿Cuántas veces había oído aquellas palabras en su ciudad natal? Incontables veces, y jamás les prestó la necesaria atención. ¿Por qué, quién hubiera creído?, que terminaría aquí al fin y al cabo, pudriéndose en grilletes oxidados, con hambre, y deseos de matar a cada ateniense que pasaba, pavoneándose delante de él, para alardear de la libertad que estaba gozando mientras él, debía, por todos los Dioses: "Agachar la mirada en sumisión". ¡Puag!
¡LA ESPLENDOROSA CIUDAD DE LA LIBERTAD! Nada más alejado de la realidad.
Que grandiosa y total farsa. Los atenienses eran unos cínicos, o tan solo les gustaba exagerar un "poquito", en su arrogancia, sobre ser mejores que cualquiera otra ciudad de Grecia. ¿Qué los amos tenían poder absoluto?, ¡Já!, su famosa Polis, estaba conformada en su mayor parte; por esclavos que doblaban la cantidad de los hombres libres. Perseus lo supo al cabo de un par de semanas, rondando alrededor de la ciudad luego de terminar de arar la tierra como todos los días, desde que fue comprado.
Es más, cuando Perseus lo calculó una tarde mientras comía una miserable hogaza de pan, descubrió que había suficientes esclavos para superar a los "amos" con una revolución, y conseguir el dominio de la estúpida ciudad. Perseus se preguntó entonces, por qué nunca había oído precedentes de algún tipo de rebelión en la polis, por parte de los doulos para liberarse de sus ataduras. Porque estaba seguro, no debía haber sido el único que había notado tal diferencia numérica. No había que ser muy listo, después de todo, pues él, con algo de ingenio, incluso lo había descifrado por cuenta propia.
Se le ocurrió una razón: Tal vez los grilletes en sus pies, no eran lo único que esclavizaban a estos hombres, sino el miedo, que los mantenía cautivos con cadenas invisibles dentro de sus mentes. Meditó, mirando por el rabillo de su ojo, a los esclavos que trabajaban como él a la distancia. Lamentablemente, no había peor hombre, que aquel que no tenía siquiera el valor de soñar con volver a ser libre. Pues en ese caso, no había nada que pudiera hacerse para cambiar su deplorable condición.
Con el sol resplandeciente encima de él, quemando más su piel bronceada, Perseus siguió arando el suelo debajo de él; tratando de que la pala no se escapara de sus manos sudadas al mismo tiempo. Maldita sea, su "dueño" y su deuda con este otro imbécil ateniense, por esa razón Perseus estaba haciendo surcos en el suelo ahora, había sido enviado aquí para pagar la deuda con trabajo físico, porque al parecer su "amo" ya no tenía suficiente para pagarlo en monedas. Y no es que a Perseus le molestara trabajar, simplemente odiaba hacerlo porque se lo habían ordenado, y de gratis, por supuesto.
—Podrías, solo un segundo, ¿dejar de ser tan brillante, Apolo? — Preguntó en voz alta, dándose un minuto para tomar un respiro. Perseus miró el cielo esperanzado, pero nada cambió; dejó salir un bufido agotado, y seguidamente, bajó la mirada.
Delante de él, el Mar Egeo se extendía hasta el horizonte, hasta donde esos miserables Persas habitaban, causantes de destruir su vida completamente. De pie cerca del barranco, Perseus le frunció el ceño, era ridículo, aún así, no podía evitar sentirse enojado con el mar, pues mediante sus aguas al fin y al cabo, ellos habían llegado hasta su ciudad, donde una masacre hubo comienzo y terminó con su madre y él, arrastrados como mulas de carga por casi la mitad de Grecia. Si tan solo el mar, los hubiera ahogado.
Perseus sentía que el océano lo había traicionado. Y aquello, solo le provocaba un enorme sentimiento de pesar y decepción, del cual no quería, ni podía deshacerse.
— ¿Esta cosa fea fue el que te golpeó hermano? — preguntó una voz masculina detrás de él.
—Sí, Achilles —le contestó una voz infantil, que él reconoció vagamente— fue este maldito esclavo.
Perseus se puso en alerta inmediatamente, su corazón deteniéndose y luego bombeando con adrenalina; de forma veloz, intentó darse la vuelta hacia aquella voz. Alcanzó a ver dos figuras. Antes de que uno de ellos le lanzará una roca a la sien, mucho más grande y con más fuerza que le habían tirado en aquella plaza. Jadeó, la pala cayó de sus manos, y sangre brotó de su herida, la cual él hizo caso omiso. Su interior hirvió de ira, causando caos en su interior. ¿Quién demonios se había atrevido?, ¿cómo carajos, se había distraído tanto?
Alzó la mirada, y se encontró con aquel niño tonto que le había lanzado una piedra en el día que fue comprado, acompañado de un hombre que le doblaba la edad. Perseus se fijó en el "hermano" entonces, primero vio sus pies llenos de tierra, y luego a su barriga gigantesca que parecía de embarazada; su quitón estaba pulcramente blanco sin embargo, lo que indicaba que provenía de una familia prestigiosa, a pesar de tener una cara que podría hacer dar arcadas hasta a su propia madre.
Hombre prestigioso o no, a Perseus le importaba una mierda; nadie podía tratarlo así y salir impune.
— ¿Quieres que te lance de este barranco, imbécil? —Perseus escupió sin pensarlo, sin detenerse a recordar las consecuencias—. ¡Acércate, nada me complacería más!
El hombre mayor llevó la cabeza hacia atrás, y observó a Perseus con total estupefacción. Por su reacción, era obvio que jamás se había cruzado con alguien como él alguna vez, por lo que sintió un aire de superioridad sobre el resto, de estos miserables siervos rendidos ante el injusto sistema ateniense.
Achilles soltó un sonido de desagrado, y procedió a mirar a Perseus de pies a cabeza, tratando de encontrar algo que lo delatara probablemente como algún tipo de monstruo mítico, sin capacidad de razonar.
— ¡Los rumores no eran falsos! — Achilles soltó al final, con un pesado tono reprobatorio. — ¡Sucio esclavo, conoce tu lugar!
— ¿Has visto? ¿Has visto, hermano? ¿Has visto? — repitió el niño casi convulsionando, sin dejar de tirar del quitón de su hermano con fuerza— ¡No es normal, te lo dije! ¡Es muy raro!
—Tu cara es la única cosa rara en este lugar, idiota — Perseus volvió a atacar, y esta vez, se ganó un empujón del hombre grande que no pudo prevenir.
Trastrabilló, su pie izquierdo fue a chocar con una piedra y cayó al suelo sobre su trasero. Sin embargo, la caída no fue ni un tercio de dolorosa como la humillación que sintió. Se había distraído demasiado con el enano, y siquiera alcanzó a ver los brazos del grandote dirigiéndose hacia sus hombros. Ahora, estos dos atenienses se reían de él, con sus caras soberbias, mirándolo desde arriba.
Perseus apretó los dientes dentro de su mandíbula, y con la cólera haciendo centelleantes sus ojos, volvió a ponerse de pie delante de ambos.
—¿Qué demonios quieren? — siseó, sin afectarle la diferencia de altura— Estoy trabajando. Lleven sus horrendas caras a otro lugar, lejos de aquí.
—Alguien necesita darte una severa lección, esclavo, y enseñarte cuál es tu verdadero lugar — el hombre mayor proclamó, y si antes Perseus estaba colérico, ahora sentía que podría hacer levantar al mar detrás de él si se lo ordenara; como si aquello fuera capaz con su sólo fuerza de voluntad.
—¿Te ha dicho lo que ha hecho, tu "adorable" hermano, para ganarse un puñetazo de mi mano? —Perseus inquirió, en voz baja y potente como el retumbar de las olas, al chocar furiosamente contra las rocas del barranco. — Se lo merecía.
—¡Para nada! ¡Un esclavo existe para servir, en todos los aspectos que conlleva la servidumbre! — se burló —Sí mi hermano desea que te cortes la mano, pondrás tu muñeca sobre madera lisa, y con un cuchillo lo harás. ¡Porque tu existencia es solo para complacer a otros! ¡Será así, hasta el día de tu muerte, sucio!
—Tus palabras son basura — refutó Perseus, y sintió energía recorrer sus brazos.
— ¿Cómo se atreve un asqueroso doulos a hablarnos así, como si fuera más que un objeto roto? —el hombre mayor pronunció, indignado.
—Observa cómo este objeto roto te rompe la nariz — Perseus gruñó, y avanzó dos pasos, que hizo chillar al enano; y al hermano mayor ponerse delante de él para "protegerlo de la bestia. Perseus se preparó para la paliza, sabía que iba a doler, pero definitivamente, se aseguraría de que el imbécil este sufriría el doble que él.
Fue entonces, cuando una voz femenina los detuvo:
— ¡Basta!
Los tres giraron sus cabezas en dirección a ella; una niña rubia, con ojos grises, que lucía el semblante más feroz que el de un espartano ahora mismo. Perseus la reconoció inmediatamente como la hija de su amo, (Puag, que asco era pronunciarlo) llevaba su típico quitón para jovencitas de algodón, más una jarra llena de agua entre sus bronceados brazos.
¿A quién se supone venía a servir? Se preguntó, escrutando el rostro de la rubia con abierta curiosidad, olvidándose brevemente de su enojo.
—Annabeth, mi hermosa. Pero, ¿qué hace una joven delicada como usted, en este sucio lugar? Es inaudito — el gordo preguntó, con un dulce tono que le dio arcadas a Perseus, y que al parecer, también provocó en la chica, tomando en cuenta la pequeña mueca de repugnancia en su rostro. — Usted debería estar en su hogar, tejiendo, nada más, o realizando cualquier otra costumbre femenina que le corresponde.
—Achilles… — La niña inició, alzando ligeramente una de sus cejas rubias con evidente enojo— ¿Debería recordarle amablemente, sobre las consecuencias que acarrean al golpear un esclavo, con propiedad ajena? Y además, esto es propiedad privada, si no posee una invitación del dueño de estas tierras. Le aconsejo que se largue usted, y su — miró hacia el enano, con un fruncimiento de cejas — hermano menor. Por favor.
— Annabeth, ¡este esclavo es un salvaje! — Exclamó el gordo, apuntándolo con una mano, mientras su hermano menor asentía reiteradas veces. Annabeth siquiera le echó una ojeada. — ¡¿Cómo es posible que tu padre haya comprado a esta bestia?! ¡Los pone en extremo peligro todo el tiempo, a ti, mi amor, y amor tu madre! ¡Es que estoy tan indignado!
Si antes Perseus sentía ganas vomitar, ahora realmente empezaba a sentir la bilis subiendo por su garganta, luego de haber oído al ateniense llamarle "mi amor" a una niña a quien le doblaba la edad. Realmente, estos atenienses tenían unas costumbres, increíblemente reprochables.
— ¿Está diciendo, que duda del buen criterio de mi padre? —Annabeth preguntó, con un rostro carente de expresión.
Hubo algo en su rostro y en su voz, aparentemente calmada, que asustó al gordo y a él también.
—Por supuesto que no, discúlpeme. Me refiero a…
—Su ciudad debe estar extrañándolo, — Annabeth lo interrumpió — Váyase, tendrá asuntos que atender seguramente, de mayor importancia, que hablar con un esclavo.
—Debería dejarme darle una lección, al menos, en nombre de mi hermano, por el agravio que cometió aquel día…
—Señor Achilles, no lo repetiré. Márchese.
— ¿Y dejarla sola con este chico? —el hombre no cabía en su asombro— Annabeth, piense en su honor. Por favor, una mujer no debe quedarse sola con un hombre, debe cuidar de no mancharse y en consecuencia, manchar el honor de su futuro esposo.
—Largaos —fue la única, y última palabra que pronunció ella, sin siquiera mostrar un atisbo de inseguridad en sus nubarrones ojos.
El rostro de Achilles se oscureció, una sombra que desapareció tan rápido como llegó.
—Solo porque no deseo quedar en malos términos con mi futura esposa, por esta vez, cumpliré su deseo, hermosa mía — Respondió Achilles, con una maliciosa sonrisa que Perseus quería borrar con una patada, ahora, aquí, ya mismo.
Seguidamente, Achilles le hizo un gesto a su hermano menor para que le siguiera. El pequeño bastardo formó una mueca de contrariedad al instante, pero no dijo nada para refutar la orden de su hermno mayor. Miró por último a Perseus, con sarna, y luego, siguió a su hermano muy de cerca casi sobre sus talones, hasta que ambos seres repugnantes se encontraron muy lejos para los ojos de Perseus.
El azabache soltó un largo suspiro, lleno de irritación, y luego, disimuladamente miró hacia la chica rubia por el rabillo de su ojo.
Annabeth posó su mirada sobre su rostro, y automáticamente, Perseus sintió algo de nerviosismo sin razón alguna. Pensó, que tal vez era a causa de sus espeluznantes ojos grises, casi sin iris. O tal vez, el motivo era más patético: resumiéndose en que era la primera vez que Perseus estaba parado delante de una mujer tan bonita, y no sabía cómo actuar ahora.
¿Qué procede después de que una niña te salvara el pellejo?
Y entonces, lo sorprendió sirviéndole algo de agua. Es decir, el jarrón de cerámica que tenía en sus brazos, fueron a parar sobre las manos de Perseus cuando ella se lo indico sin palabras que bebiera de él. Por un momento, se preguntó si estaba envenenada, pero eso sería ilógico puesto que aquello causaría una gran pérdida para su padre, y además, él tenía demasiada sed para dudar por mucho tiempo. Así que bebió, confiando ciegamente en ella.
Se sintió como ambrosía sobre su lengua, el agua lo refrescó y lo llenó de energía, como siempre lo hacía, y aclaró sus pensamientos difusos.
Al acabar, Perseus se limpió el agua que había escurrido de su boca hasta su barbilla y cuello, por beber con apuro, y luego se limpió la mano mojada con la tela de su ropa. Sintiéndose de pronto un poco tímido, le devolvió la jarra a la chica, con cuidado, sin mirarla por mucho rato a los ojos. Ya que al hacerlo, creaba raras ideas en su cerebro. Como que a ella le importaba, que él estuviera lo suficientemente hidratado para no desfallecer aquí mismo, sobre el caluroso sol.
Pensó que ella se iría de inmediato, pero entonces, su mano se estiró delante de él. Había un pedazo de papel entre sus dedos, y por varios segundos, Perseus se quedó en blanco mirándolo como un individuo sin facultades para pensar. Luego se dio una cachetada mental, y cogió el papel rápidamente, teniendo cuidado a la vez de no rozarse con sus dedos. Ella se fue después de eso, sin decir nada, sin mirarlo una segunda vez. Con su hermoso cabello rubio, volando con el viento del mar a sus espaldas.
En la soledad del campo, Perseus no se resistió por mucho rato y desdobló el papel que ella le había entregado. Una sola palabra estaba escrita, con la familiar caligrafía de su querida madre:
"Huye"
Perseus volvió a mirar el mar. Este se veía tan pacífico, tan amigable, tan libre. Sintió unas irrefrenables ganas de tirarse al barranco, y desaparecer en las profundidades, donde nadie nunca, ningún amo, podría alcanzarlo ni ordenarle nada jamás. Lo habría hecho. De no ser, porque eso significaría dejar a su madre sola, a merced de estos imbéciles. Así que por ahora, no le quedaba de otra que seguir aguantando. Ambos, debían seguir soportando esto, hasta que lograran escapar.
La diferencia que había entre estos hombres y él, consistía en que: a pesar de estar físicamente esclavizado por momentos, Perseus aún seguía siendo libre, donde más relevancia había: Su mente.
Su corazón.
Y su alma, aún no se rendían.
Perseus soltó un largo suspiro agotado, y volvió a arar el suelo, con el sol quemando más su piel bronceada.
Nos vemos en otra historia :*
Adelanto: nuevo paso.
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