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❋ Parte 7 ❋

Cerbero tomaba su siesta cuando Taehyun se le acercó arrastrando los pies. En sus mejillas habían lágrimas secas y su cara estaba roja. Se veía desaliñado después de llorar por horas.

El perro se despertó al sentir su presencia y chilló al ver a su otro amo tan triste.

Yeonjun le había dejado claro a Cerbero desde el primer día que Taehyun era su amo también. Así que el canino tenía las mismas ganas de complacerlo y apoyarlo que el dios del inframundo.

Cerbero se acercó al pequeño dios.

—¿Q-qué? —preguntó Taehyun con confusión. El perro seguía gruñendo, como tratando de decirle algo.

—¡Ah! —gritó el joven cuando fue repentinamente elevado por el canino hasta situarlo en su lomo.

Entonces empezó a correr y Taehyun empezó a gritar, aferrándose con sus uñas en el pelaje y tratando de no caer.

Logró sentarse correctamente con dificultad, saltando sin control por las bruscas zancadas que daba el animal esquivando los riscos del inframundo y pisando con fuerza mientras aullaba.

Yeonjun estaba reflexionando en su trono cuando escuchó todo ese escándalo. En cuanto escuchó los gritos de su amado corrió a buscarlo, y gran fue su sorpresa cuando lo encontró sobre la espalda del atemorizante guardián del inframundo, que en ese momento parecía más un cachorrito.

—¡Cerbero baja a Taehyun! —ordenó estridente, haciendo al perro parar de correr.

Taehyun se sentía mareado por lo que se resbaló del lomo y descendió como si fuera una empinada colina.

Yeonjun lo atajó en sus brazos antes de que cayera al suelo, y viendo su desastroso estado solo consiguió sentirse enternecido a la vez que molesto.

—¡No vuelvas a hacer eso Cerbero! —regañó al canino, el cual gimió triste.

—N-no lo reprendas, él solo quería animarme.

—¿Estás bien?

—S-sí.

Yeonjun no quería soltarlo. Lo apretó más en su pecho cuando se dio cuenta de su cara demacrada por el chanto, sus pestañas estaban húmedas enmarcando su mirada de párpados hinchados.

—¿Quieres hablar? —preguntó al niño mientras subía la escalera a su trono con él en brazos.

—No sé qué más decirte...

—Dime lo que sientes, quiero mitigar tu dolor.

Taehyun casi sonrió, pensando que el amo y el perro eran tal para cuál.

—¿Por qué no pensaste en lo que yo quería antes de traerme contigo? —la pregunta no sonó a una acusación, pero Yeonjun cerró sus ojos perdiendo de a poco su esperanza—. Yo me habría enamorado de ti si me hubieras cortejando.

Esa declaración fue suficiente para hacer al dios lamentarse. Dejó el cuerpo del joven sobre su propio trono y se arrodilló frente a él.

—¿Eres infeliz aquí? —preguntó cogiendo sus manos entre las suyas con delicadeza, como el día que llegó allí.

—Yo no... —Taehyun tragó saliva—. No puedo vivir en paz pensando en mi madre y en que todo lo que amo se marchita sin que yo pueda hacer algo al respecto.

Yeonjun asintió, suspiró entrecortado y besó los nudillos del pequeño dios.

Ya había tomado una decisión.

Pero antes debía hacer una cosa o se arrepentiría por el resto de la eternidad.

—Necesito que olvides que te dije que eras mío —dijo mirándolo a los ojos, costándole tanto como le costaba perderle—. Lo único que debes recordar de ahora en adelante es que yo te amo. Te amo con toda mi eterna alma.

—Yeonjun...

—Te amo tanto —continuo luchando contra las lágrimas— que te voy a dejar ir. Pero debes prometerme que serás feliz, y que siempre tendrás presente que yo te amaré eternamente. ¿Entendido?

Taehyun estaba derramando lágrimas sin sentido de nuevo. No entendía por qué le dolía la repentina despedida de Yeonjun tanto como le dolía la separación con su madre.

Estaba confundido y abatido.

El dios lo dejaría ir, volvería a casa.

—Pero yo comí aquí, ¿cómo...?

—Soy el dios del inframundo —Yeonjun le recordó con una sonrisa triste—. Puedo hacer lo que sea por ti.

Taehyun se adelantó a rodear al dios con sus brazos, abrazándolo como un agradecimiento.

—Eres bueno, Yeonjun, a pesar de todo... —susurró a un lado de su oreja—. Te quiero.

Yeonjun se aferró a su pequeño cuerpo con necesidad, emocionado por aquello que tanto deseaba escuchar, al borde de retroceder en su decisión y luchar hasta conseguir su completa aprobación.

Pero en vez de eso pidió una sola cosa.

—Duerme conmigo esta noche.

—¿D-dormir?

—Sí, solo dormir, una última vez —suplicó intoxicándose con el dulce olor de Taehyun, ese que desprendía en todo momento e iba a extrañar como un condenado.

—Está bien —Taehyun también se había acostumbrado al olor del dios de la muerte. No era un olor desagradable. Era como nada que pudiera definir; agridulce, limpio, puro, seguro.

Yeonjun olía a confort, a su secreto lugar seguro.

~❋~

El medio metro de distancia entre ellos alteraba al pequeño dios como si se tratara de miles de millas de separación. No lograba conciliar el sueño, y por lo visto Yeonjun tampoco, ya que no había cerrado los ojos.

No era una tensión incómoda, pero si sofocante.

—¿Nunca nos volveremos a ver a partir de mañana? —preguntó inquieto, no soportaba más el silencio.

—Si volviera a verte te querría conmigo de nuevo —confesó—. Prefiero jamás volver a verte que traerte a la fuerza en la primera oportunidad.

Taehyun sintió un puñal lastimar su corazón cuando escuchó al dios siendo tan sincero. Él debería estar de acuerdo. Debería ser racional.

—Esa flor... ¿todavía la tienes contigo? —pero por algún motivo no podía pensar con claridad.

—¿La rosa?

—Sí, ¿podrías prestármela? —preguntó incorporándose.

Yeonjun no necesitó nada más para sacar el regalo de Nayeon de su túnica y extendersela a Taehyun.

—Solo quiero un pétalo —dijo mientras arrancó uno de la parte interna de la flor antes de dejarla sobre el colchón, luego gateó hasta llegar a Yeonjun con un rubor situándose en sus mejillas.

El dios de la muerte solo lo miró con atención, expectante de lo que fuera a hacer.

—Quiero regalarte algo antes de irme —dijo suavemente inclinándose hasta que sus rostro estuvieron muy cerca—. ¿Lo quieres?

Yeonjun sonrió de verdad, dejando atónito al pequeño dios de la primavera, que jamás había sentido a su corazón latir tan rápido.

—Lo que sea que quieras darme, será mi mayor tesoro.

Taehyun exhaló y necesitó de todo su valor para colocar el pétalo sobre los labios de Yeonjun. Y luego lo besó sutilmente, un toque efímero y tierno.

Ambos orbes se conectaron los segundos que duró ese contacto indirecto. Las emociones fluyendo entre ellos como olas de mar, dejando una marca que perduraría en sus almas.

—Te regalo este beso.

Se separó despacito y el dios mayor quitó el pétalo de sus labios, acunándolo en su mano. Su corazón roto estaba temporalmente cicatrizado.

—¿Podría... regalarte uno también? —las manos del dios del inframundo picaban.

Taehyun consiguió asentir y Yeonjun se incorporó. Sin pétalo de por medio juntó sus bocas, sujetando la nuca del precioso joven que amaba, guiándolo en un vaivén que expresaba todo lo que deseaba y todo lo que no podrían volver a experimentar.

Sobrecogido por la placentera sensación Taehyun correspondió con entusiasmo e inocente curiosidad. Yeonjun no utilizó su lengua, simplemente besuqueo su labio inferior y luego el superior, degustandolo por primera y última vez.

Al finalizar el contacto sus ojos siguieron cerrados y sus narices se acariciaron, haciéndolos soltar jadeos de satisfacción.

—Te amo —fue la despedida definitiva que le dio Yeonjun. Porque el dios mayor no planeaba acompañarlo a la entrada cuando se fuera. No podría.

Taehyun tuvo ganas de responderle, pero no lo hizo, porque huir de lo que lo hacía sentir incoherente y necesitado era más fácil que enfrentar tu atracción por alguien que quería todo o nada.

~❋~

Sana esperó pacientemente. Namjoon le había notificado que Taehyun volvería en cualquier momento, y ella esperaba ansiosa por ver a su pequeño después de sufrirlo por tanto tiempo.

Habían pasado casi tres meses desde su desaparición.

Las ninfas adornaron la fachada de su casa con lianas y arreglos de flores, hicieron una fuente para los pájaros y buscaron frutos frescos. Esta tarea no resultaría tan difícil si la mayoría de prados no estuvieran secos y casi todos los árboles muertos.

Era la bienvenida ideal. Y en la capital a Taehyun también lo esperaba un templo, por lo que Sana rebosaba en felicidad.

Todo su ánimo se esfumó cuando observó a su hijo caminando a casa con la cabeza gacha, llorando en silencio y cargando en sus manos una granada.

Yeonjun le había dejado llevarse lo que quisiera, y Taehyun eligió esa fruta por su significado simbólico, ya que fue lo primero que probó en el inframundo, por lo tanto, ese era su enlace con ese lugar.

Lloró todavía más fuerte cuando vio a su madre y está lo envolvió cual niño pequeño. Se aferró a ella como si fuera el pilar de su vida.

—Mamá te extrañó tanto mi pequeño —dijo besando su frente—. Por favor no llores, todo está bien, jamás volverás a ese sitio de nuevo.

Y Taehyun sollozó más alto, preocupando a su madre y a las ninfas que observaban a la distancia con desconcierto.

La visita a la capital fue extraña. Habían muchas ofrendas en su altar, y la gente suplicaba de rodillas para que les devolviera la primavera.

Los humanos habían empezado a llamar a la ausencia de Taehyun como invierno: frío, incontrolable y lúgubre.

Sana cumplió con su parte del trato y sanó las tierras con diligencia, reviviendo cada arbusto y cada árbol, girando el sol en la dirección correcta para que las alimentara.

La diosa se sintió bien volviendo a la normalidad, pero algo en su intuición de madre le decía que había un cambio interno en Taehyun. Eso la llevó a preguntar un día:

—¿Sigues siendo puro?

Taehyun se quedó estático frente a las margaritas que regaba.

—Lo sigo siendo... —respondió sonrojado y sin mirarla a los ojos.

—¿Él no te hizo nada?

—Nada que yo no quisiera.

—De acuerdo.

La conversación murió allí. Pero Sana seguía dándole vueltas en su cabeza, y días después le hizo a su hijo otra pregunta. Esta vez mientras recolectaban frambuesas en el bosque.

—Si Yeonjun no te tocó, ¿Entonces para qué y por qué te llevó?

Taehyun sintió una punzada atravesando su corazón, de nuevo. Muy pequeña, pero estaba ahí haciéndole daño.

—No lo entiendo —reiteró la mujer.

—Yo tampoco, al principio —Taehyun respondió con rota sinceridad—. Pero luego lo entendí.

—¿Cómo?

—Él me ama, mamá —su voz se quebró— me ama tanto que estoy aquí en lugar de estar con él.

Sana no pudo creerlo al principio, pero varios días después, incluso meses, se dio cuenta de que era cierto. Taehyun no actuaba como las víctimas del egoísmo de otro dioses.

Se hundía en la melancolía, contrastando con la felicidad de lo que florecía a su paso.

El dios de la primavera se había marchitado sin remedio, y Sana tuvo la necesidad de devolverle el brillo a cualquier precio, ya que no podría hacer lo mismo con su ingenuidad.

Ella entendía que cuando amas a alguien debías protegerlo a la vez que darle alas para volar. Era su turno de sacrificar un poco de su felicidad por el bien de su hijo.

Así que consultó su corazón.

—Taehyun, eres mi adorado hijo —declaró una noche cálida frente al fuego—. Te quiero, y es por eso que quiero preguntarte algo.

Taehyun asintió, sin esperar lo que ella estaba a punto de decir.

—¿Eres feliz aquí?

Esa pregunta tan sencilla le afectaba demasiado. El concepto "felicidad" jugaba en su contra.

—Claro que lo soy —respondió casi al instante, algo forzado, para su sorpresa.

—¿Tu felicidad es completa? —Sana hizo un ademán con sus manos, formando un círculo con sus dedos, luego lo rompió a la mitad—. ¿Hay alguna parte de ti que sea mínimamente infeliz?

Taehyun se puso muy nervioso. Pero por tratarse de su progenitora no tuvo miedo de confesar lo que estuvo pensando desde que volvió al mundo mortal.

—A veces creo que si, pero otras veces siento que no... a veces me duele el pecho, y lo extraño.

—¿Extrañas al dios de la muerte? —ella no ocultó su sorpresa.

Extraño a Yeonjun —confesó, porque para él no había un dios de la muerte, solo un hombre poderoso que le profesó su amor eterno.

—¿Lo extrañas porque tu...?

—¿Yo qué?

—Mi adorado hijo —suspiró— ¿tu lo amas?

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