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Era domingo. Un domingo de cielo azul y sol radiante.
Y (¡qué fastidio!) habían llegado algunas visitas a la casa de Andy, el cual, por lo que se veía, estaba más que obligado a comportarse decentemente y participar en la forzada conversación que había entablado con los hijos de la pareja que eran amigos de sus padres; todo eso sin que se le notase el poco entusiasmo que tenía por estar ahí. Mientras el muchacho seguía a duras penas la charla con aquellos muchachos de su misma edad, él no hacía más que pensar acerca de la situación en referencia a Zoe. ¿En realidad era lo mejor no decir nada y dejar las cosas así? El miedo que lo carcomía se basaba en que posiblemente, si la muchacha descubría que quien respondía a sus notas era él, probablemente dejaría todo lo que habían iniciado hace meses atrás de lado, por lo tanto, las cosas llegaría a su fin, cosa que Andy no deseaba que sucediese; pero la necesidad que él sentía por querer ayudarla sobrepasaba ese miedo a niveles exorbitantes, y es que ese sentimiento que le inquietaba era producido por la creencia que tenía al pensar en el que, si no hacía nada, probablemente la perdería para siempre. Y eso era lo que el muchacho menos quería que sucediese en el mundo entero. Así que Andy esperó pacientemente a que su madre fuese a la cocina para ir tras ella, pues tenía que intentar que las cosas se arreglasen.
—¿Mamá?
La mujer, que no se había percatado que su hijo la había seguido, se sobresaltó, y al mismo tiempo Andy también lo hizo, pues no se esperaba aquella reacción por parte de la mujer. —Cariño, me asustaste —comentó su mamá tras calmarse, volviendo a la tarea de llenar la bandeja con profiteroles —. ¿Qué sucede, Andy?
En un gesto vago, el muchacho se rascaba la cabeza, pues no sabía de qué manera abordaría a su madre con el tema.
—Mamá, ¿puedo ir a casa de Zoe?
Ante la mención de la muchacha su madre se dio la vuelta para interrogarlo. Pues, desde hace muchísimo tiempo que el adolescente no había hecho referencia de aquel lugar, y mucho menos de la chica que allí vivía.
—¿A casa de Zoe? —cuestionó ella, a lo que él asintió —¿Y para qué? Si mal no recuerdo, allá fuera hay unos muchachos con los que mantienes una conversación, sería de muy mala educación que simplemente te fueses.
—Pero, mamá...
—Pero mamá nada, no irás y no se habla más del tema.
Estaba claro que su mamá no entendía la posición en la que él se encontraba, así que, la negativa que ella le había dado no hizo más que acrecentar el deseo del muchacho por ayudar a Zoe. De hecho, tantas eran las ansias que Andy sentía al respecto, que al momento en el que volvió hacia la sala, el plan para escapar de su casa empezaba a tomar forma dentro su cabeza; minutos después de que reanudase la charla con los gemelos, mientras se levantaba, soltó la simple excusa de que iría al «sanitario», y aquel fue el pase libre para fugarse de su hogar.
Para cuando llegó frente a la puerta indicada tocó tres veces, «Un momento» se escuchó desde el otro lado y luego la puerta se abrió, dejando a la vista a la madre de Zoe.
—Oh por Dios, Andy —saludó la mujer con cierta extrañeza al ver al joven —. Cuanto tiempo sin verte, ¡adelante!
Aquella casa no había cambiando en lo absoluto desde la última vez que el muchacho estuvo ahí, todo lo contrario a lo mucho que había cambiado Zoe.
—¿Vienes a verla? —Preguntó, con un deje de esperanza tiñendo su dulce voz, Andy no hizo más que asentir y luego respondió:
—Sí. Ahm ¿puedo pasar?
El muchacho pensaba que tal vez se negaría a dejarlo entrar, pero en su lugar Andy se sorprendió en cuanto la mamá de Zoe lo invitó a que fuese a la habitación de su hija, donde seguramente la encontraría; mientras tanto, ella preparaba un aperitivo. Por lo tanto, al tiempo que ella se dirigía a la cocina, Andy lo hacía al dormitorio de la muchacha, sintiéndose realmente nervioso por lo que pudiese suceder, y es que él era consciente de que en cuanto cruzara aquella puerta, su vida cambiaría para siempre, dependiendo del modo en el que sucediera todo. Pero no fue así, en lo absoluto, puesto que en esa habitación no se encontraba nadie, ¿dónde estaba ella? El muchacho miró hacia la ventana abierta y supo que sus padres probablemente no sabía que Zoe se había fugado. Repitiendo la misma operación que puso en practica al huir de su propio hogar, Andy salió por la ventana, aunque está vez fue mucho más fácil debido a que la familia residía en un complejo de apartamentos, y la habitación de Zoe daba exactamente hacia el balcón de las escaleras de emergencia.
Asimismo Zoe se encontraba sentada bajo el sol de la tarde y dentro de la caja de arena para niños, de piernas cruzada, mientras jugaba distraídamente con la arena sin importarle si alguien llegaba a verla allí, aunque probablemente aquello no sucedería, pues el lugar se encontraba desolado.
El sol estaba tan fuerte que la muchacha ya comenzaba a sudar bajo su ropa, pero no le importaba sentir su piel quemarse por los rayos de aquella estrella. Ella pensaba, como siempre, en todo lo que en ese momento le sucedía, porque todo lo que había descubierto recientemente eclipsaba las demás cosas de su vida. Enterarse de que había sido un estropicio de persona desde había nacido hizo que todas aquella pequeñas grieta que coleccionaba en su alma se convirtieran en una sola para destruirla por completo. Ella le había oído llegar incluso antes de verlo, pues él siempre había sido de pies pesados, pero la muchacha ni se inmutó, y así siguió jugando con la arena, la cual se escurría entre sus manos. Sin decir nada, Andy se sentó a su lado; pasados unos minutos y al ver que ella no hacía algún movimiento aparte de usar su mano como excavadora.
Entonces, sin inmutarse, el muchacho se sacó el trozo de papel que guardaba en el bolsillo de su pantalón y tendiéndoselo dijo:
—Mira, sé que no he sido el mejor amigo en todo este tiempo, no he estado a tú lado en los momentos en los que más necesitabas de mí y no sabes cuanto me arrepiento de haber permitido que te alejaras de esa manera, de la noche a la mañana. Pero sé cosas Zoe, y esa nota es prueba de lo que sé —se detuvo en seco, esperando a que ella leyese la nota que él le había entregado y dijese algo respecto, pero eso no sucedió —. Mi mamá me contó sobre las visitas que hiciste a su consultorio, sobre los problemas por los que estás pasando. Y sé que no estás bien, las notas que intercambiamos lo dejaron ver, confiaste en mí sin saber a quien realmente le escribías y eso, Zoe, me hizo darme cuenta que estás dispuesta a aceptar ayuda de otras personas. Pero tienes miedo.
Una vez más, Andy esperó a que tal vez ella le diese alguna señal que le indicase que escuchaba lo que él le decía, pero en cuanto eso no ocurrió, el muchacho y continuó con su discurso:
—Creo en ti, creo que podrás salir de esto, en que volverás a hacer la misma de antes y esta vez no te dejaré sola, yo te ayudaré así no me quieras a tu lado, porque soy tu amigo y eso no va a cambiar nunca.
Entonces ella asintió con la cabeza y lo miró, ¡Por fin ella lo miraba! Al fin ella le dirigía una sonrisa que, aunque no era la más sincera que le había dedicado, fue la que le dio la esperanza a Andy de que todos los problemas en los que ambos se habían sumido tenía solución, y que quizá ella lo dejaría quedarse. El muchacho permaneció en silencio, atento a las posibles palabras que ella diría, pero no fue así.
Entonces, levantándose, Zoe se sacudió la arena de su pantalón y de sus manos para luego alejarse de él mientras guardaba la primera nota que ellos habían escrito en el bolsillo de su pantalón; el mismo trozo de papel en el cual estaban plasmada las cuestiones que hacia tiempo la atormentaban y las respuestas que él, y solo él, había sido capaz de escribir para ella.
Aquella tesitura había dejado a un Andy desconcertado, pues, tras haber soltado el discurso de su vida para darle ánimos, esperaba otra actitud de su parte. Pero, conforme con ese pequeñísimo avance, la dejó ir.
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