
¡Pero tenemos Patria!
Esta es la historia de Anita, una mujer Venezolana de 27 años.
Anita se despertó en la mañana, no con los reflejos de la luz del sol iluminando su rostro, sino con la dulce melodía de los gritos de su mamá —porque si, Anita no está casada y vive en la casa de sus padres.
—¡Cónchale, esa tarajalla si duerme! ¡Coño e’ la madre Ana, párate, llegó el papel toalé en el Mercal!
Anita procedió entonces a levantarse de sus aposentos, se fue al cuarto de baño y, mientras estaba pensando en la ducha —porque si, el baño es un lugar idóneo para pensar— se dio cuenta de que se había acabado el jabón de baño y el shampoo. Desesperada, llamó a su madre, preocupada ante la ausencia de aquellos elementos tan indispensables para su aseo.
—¡Mamá!, ¡mamá!
—¡Coño mija, ¿Qué pasó?!
—Madre, ¿no hay jabón de baño o shampoo?
—Mija ¿en qué mundo vives tu? Eso se acabó desde ayer.
—Oh —expresó la chica, acongojada— pensé que lo habían comprado.
—¿Y donde piensas tu que estás? ¿En la casa de Maduro? Aquí no hay nada de eso, apúrate y fíjate en el Mercal o en la cola de la farmacia, capaz y allá llegó.
Resignada, Anita cerró la llave de la ducha —afortunadamente había agua ese día y no le tocó bañarse a fuerza de tobo— y salió del baño. Se vistió con sus ropas más sencillas y agarró su teléfono celular —no el Blackberry, sino el Vergatario porque si toma el primero, los malandros se lo arrancan de las manos—se metió el dinero dentro de su ropa interior y salió de su casa.
Luego de esperar por espacio de una hora que pasará un autobús en la parada de transporte que quedaba a una cuadra y media de su casa, Anita abordó el medio de transporte y, luego de saludar amablemente al chofer dando los buenos días y pagar su pasaje, este le contesta:
—¡Que buenos días ni que nada, dele pa´tras al final del pasillo y póngase espalda con espalda!
La chica obedeció como pudo las ordenes del chofer pues la unidad de transporte estaba a reventar. El lugar que le tocó ocupar en el transporte fue al lado de un borrachito, así que tuvo que soportar el olor a licor que del aliento del hombre manaba y sus comentarios sin sentido.
Cuando por fin llego a su destino, los ánimos de Anita empezaron de decaer: La cola del Mercal daba la vuelta a la cuadra, sin embargo, se resignó a esperar pues vio que las personas que salían del establecimiento llevaban en sus bolsas además de papel higiénico, toallas sanitarias, jabón de baño, jabón de lavar, leche, azúcar, pollo, harina pan y café.
Las horas pasaban, el calor la mareaba y los ánimos se caldeaban en la cola ante los aprovechados de siempre que vendían los puestos o se coleaban pero sin embargo Anita se mantenía firme, nada ni nadie la sacaría de la cola hasta que no logrará comprar.
Casi doce horas después y justo cuando la pobre chica estaba a punto de entrar a comprar, las personas que estaban por delante de ella en la cola se fueron marchando.
—¿Qué sucede? ¿Por qué se marchan?
—¿Por qué va a ser, pues? —respondió una de las interrogadas— ¡Se acabó todo!
—¿Es en serio? —Preguntó Anita, incrédula.
—¡Pregúntale al guachimán que está parado en la puerta si no me crees! —contestó la aludida— ¡no hay nada!
Anita procedió entonces a preguntarle al vigilante de la puerta, no podía creer lo que la señora le dijo, tenía que haber un error.
—Disculpe —comenzó la muchacha—. Me dijeron que se había acabado todo, ¿es verdad?
—Sí, aquí ya no hay nada —contestó el vigilante sin mirarla—. Ya tendrá que venir la semana que viene y más temprano, por cierto.
—Señor, perdone, pero yo llegué aquí a las cinco de la mañana.
—¿Ah si? —preguntó el hombre con sorna—¡Aquí habían muchos que durmieron toda la noche en la cola!
—No lo sabía —murmuró la chica, apenada— pero, ¿por qué me dice que debo venir la semana que viene?
El hombre se le quedó mirando a Anita como si ésta fuera un extraterrestre de tres cabezas.
—¿Tú nunca has comprado aquí, verdad?
—Sí, el mes pasado….
—Ah, pero es que del mes pasado para acá cambiaron las reglas, aquí ahora se compra por terminal de número de cédula y por el capta huellas, si compraste por decirte hoy, vienes dentro de dos días y estás bloqueada, aunque te toque comprar.
—¿Y si no compré?
—Igualito mija, te toca comprar la semana que viene. Ahora hágame el favor y se me retira, me está obstruyendo la cola.
—Pero, pero…
—¡Nada, nada, fuera, escuálida, fuera! —comenzaron a gritar las personas que estaban detrás de ella en la cola.
Resignada, Anita se alejó de la cola y se marchó a su hogar. Al llegar a su casa, no había nadie, su mamá había salido y no sabía para donde. Anita caminó hacia la cocina y se dispuso a prender la cocina para calentar el almuerzo que su mamá le había preparado pero no había gas así que se dispuso entonces a conectar el microondas. No había abierto bien la puerta del pequeño aparato cuando ocurrió lo último que la chica se podía imaginar que le ocurriría ese día…
¡Se fue la luz!
La cordura de Ana la abandonó, tomó la comida y se la comió así fría como estaba mientras que caminaba de un lugar a otro y cantaba a los cuatro vientos:
♫Patria, patria,
Ya no hay harina
No hay café
Ni hay arroz
Patria, Patria
No hay medicina,
No hay pañales
¡No hay ni condón!♫
FIN
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