LA VEROSIMILITUD QUE LE PEDIMOS A LOS LIBROS
Cuando era más joven y leía, lo único que le pedía a los libros era una buena historia y personajes que me parecieran interesantes o con los que pudiera sentirme identificada. Con los años comencé a aumentar mis requerimientos, por ejemplo, en cuanto a la narrativa. Pedía (pido) una calidad mínima que me permita leer el libro en cuestión sin estar pensando cada dos líneas que tiene demasiados errores. Luego, para que una novela me gustara y pasara a ser de mis favoritas, o para seguir leyendo a su autor, empecé a pedir que la narrativa no solo fuera pasable o buena, sino que me dejara, al menos alguna vez, con la boca abierta. Esto podía ser debido a un uso más o menos poético del lenguaje o a una capacidad destacable al momento de narrar. En cuanto a los personajes también me fui poniendo más exigente: ya no solo me conformaba con que fueran simpáticos o interesantes. Tampoco era suficiente con que YO me sintiera identificada porque el personaje en cuestión tenía al menos que me recordara a mí misma.
Pero, una de las cosas más importantes que comencé a pedirle a los libros, fue realismo. No ese realismo libre de hadas o de dragones, o que solo muestra problemas "cotidianos", sino la sensación de que lo que ocurre en la novela, incluso teniendo elementos fantasiosos, no carece de sentido. Esto, a medida que fui adquiriendo más vocabulario, pasó a llamarse VEROSIMILITUD, que según la nunca bien ponderada Wikipedia siginfica: "congruencia de un elemento determinado dentro de una obra de creación concreta". Y eso, dicho en palabras no tan bonitas, es lo que yo le pido a los libros... O al menos se lo pedía antes de escribir mis propias novelas.
Digámoslo así: cuando uno cruza al otro lado de espejo y se vuelve no solo un consumidor de historias, sino un gestor de estas, se da cuenta que hay cosas a las que vale la pena darle un par de vueltas. A veces, incluso, hacen falta más que un par de vueltas. De eso se trata, en definitiva, este libro, de conflictos y meditaciones que surgen en mi cabeza al intentar mantener unidas a la Aileen Lectora con la Aileen Escritora. Uno de los temas en los que siempre estoy pensando es en cómo la realidad o verosimilitud que le pedimos en los libros solo funciona en ellos, porque lo cierto es que en el mundo real, las cosas a veces son muy distintas.
Reitero, con lo último no me refiero a los elementos fantasiosos o claramente ficticios que puede tener una historia. Es evidente que la gente en la vida real no vuela ni controla los elementos, que los armarios no nos llevan a países con duendes, ni que existen escuelas de magia. Me refiero a aquello que está en la vida real, pero que no opera según ese orden sin fallas (en los libros bien escritos) que le pedimos a la literatura. Hay aspectos en los que se nota mucho más, mientras que otros son, por decirlo de cierta manera, problemillas menores. En algunos entiendo la "exigencia" de los lectores; en otros me declaro en huelga y ya decidí no calentarme más la cabeza al respecto.
Para ilustrarles esto, escogí tres casos que, a mi juicio, provocan encontrones de opinión entre aquellos que piden una verosimilitud a toda prueba y los que entienden que a veces la veromilitud no acerca las historias a nuestra realidad, sino que las aleja incluso más que la fantasía propiamente tal.
Vamos allá:
1.- LOS DIÁLOGOS PERFECTOS
Empecemos con uno que me provoca tiña bastante seguido: esa necesidad que tienen algunos de que los diálogos cumplan con todas las reglas de redacción o, como lo digo yo, que los personajes hablen como un manual. La verdad es que ahora, cada vez que leo un libro donde los personajes se manden diálogos de más de diez líneas, me da por bostezar. En serio, no conozco a nadie que pueda hablar tanto rato sin que nadie la interrumpa o sin que dicha persona necesite una pausa considerable para pensar, beber algún líquido o respirar. A menos, claro, que se trate de un discurso... y ni ahí. Desde muy joven me he movido entre personas que constantemente deben hablar en público e incluso aquellos que se preparan durante semanas cometen errores propios de la comunicación oral.
Por ejemplo, hay un escritor chileno muy famoso por esta época llamado Francisco Ortega. Su obra más famosa es una trilogía de ficción histórica con tintes conspiranoicos. Algunos lo llaman el Dan Brown chileno, para que se hagan una idea. A mí los libros que componen esta trilogía me dejan fría: no me gustan, pero tampoco voy a gastar energía odiándolos. Lo que sí odio con toda mi alma es como habla su protagonista. El tipo, que es un nerd, da unas explicaciones larguísimas sobre cualquier cosa que roza sus puntos de interés y de profundo conocimiento. Si un avión (el tipo lo sabe todo sobre los aviones, en serio) volaba por encima de él y de los demás personajes, levantaba la mirada y explicaba cómo funcionaba el avión, quién y cuándo lo había diseñado, de qué materiales estaba hecho y cuántas puertas, ruedas, cabinas, turbinas y baños tenía en su interior. ¿Ustedes creen que titubeaba? ¡NO! Era como estar leyendo un artículo de Wikipedia. Y sí, el susudicho era un experto. Sí, el susudicho era un académico, lo que explica en parte que hable de corrido y con terminología técnica... Pero, ¿es necesario que hable como un robot? No, no es necesario. No va a quedar como un ignorante si de repente respira o si duda o si sus explicaciones las acorta a la mitad.
Este es un error cometido por un autor, muy similar al que comete Carlos Ruiz Zafón con los diálogos de Fermín. Con este error (al menos a mí me parece un error) logran que, a la larga, el personaje en cuestión se sienta lejano, poco realista, inhumano... Y también cansa. A mí Fermín me encanta en La Sombra del Viento, pero después de tres libros leyéndolo hablar sentí que se me retorcía el hipotálamo. Así que, a la larga, prefiero a los personajes que no son genios de la verborrea antes que aquellos que hablan como si recitaran Shakespeare... o peor, Góngora.
Ocurre que a veces son los lectores los que piden esto. El problema aquí, creo yo, es que la gente supone que la representación escrita de lo dicho por el personaje es distinta a cómo lo dice el personaje. Es decir que el personaje puede hablar mal o no tan bien, pero el diálogo está en un libro, así que debe estar bien escrito. Gran error. Los diálogos en los libros entran dentro de lo llamado Mímesis, que se trata de IMITAR lo acontecido. Si en mi mente de escritora X personaje titubea o comete errores al decir una frase, eso debe ser transmitido en el diálogo escrito. No es lo mismo en cuanto a la narración, que es Diégesis, y por ende se entiende como algo artificioso, a menos que uno viva en una realidad donde tenga una voz en off narrando cada cosa que pasa.
Y siendo aún más específica: asumamos una cruda realidad y es que la gente habla mal. Por lo general una persona promedio comete muchísimos errores al hablar, ya sea por ignorancia o por prisa o porque se le trabó la lengua. Y la capacidad de corregir disminuye porque, como bien dice la sabiduría popular, "lo dicho, dicho está".
Acá va a otro ejemplo: hace unos días estaba leyendo una novela de Wattpad y una lectora le preguntó a la autora si X diálogo contenía o no errores de tiempo verbal. La autora le dijo que no estaba segura si había tales errores, pero si así era, debíamos tener en cuenta que la gente habla mal y, por ende, puede conjugar mal los verbos al decir algo.
Me dieron ganas de estar al lado de la autora y darle un abrazo.
2.- LOS PERSONAJES COHERENTES
Este es otro error que cometemos mucho los autores al crear nuestros personajes y que también cometen los lectores al leer sobre ellos. Les pedimos a aquellos que habitan los libros que caminen por una línea sin baches y que cada acción que lleven a cabo tenga un por qué. Y en la vida real, los seres humanos NO SOMOS así. Está bien, uno tiene una personalidad, pero eso no significa que seamos así todo el tiempo. De hecho, yo admiro a la gente que se mantiene siempre en una línea. No son fáciles de encontrar, así que si alguna vez se topan con alguien así, abrácenlo muy fuerte.
En fin, la gente, en la vida real, no solo comete errores y tiene defectos, sino que cambia. Ojo, no solo cambia porque le pasó algo malo o importante. A veces, simplemente, anda de otro humor. Por ejemplo, yo no soy una persona que digamos: "qué brutalidad lo amable que es Ktlean", pero sí soy cortés. No sé, es una cosa de crianza. No me gusta entrar a un lugar sin pedir permiso, siempre doy las gracias (a veces más de una vez) y suelo saludar a aquellos con los que me topo porque desde niña mi mamá me enseñó que el saludo no se le niega ni al diablo. Pero incluso con esa costumbre tan arraigada en mí, a veces se pasa y puedo no saludar a alguien, o quizás justo ese día vi a la viejita en la micro y aún así me quedé sentada en vez de darle el asiento. ¿Eso significa que me sucedió algo malo y que ya no soy la misma que antes? ¿Significa que me fui al lado oscuro de la fuerza? No, es solo que a veces la cortesía me pesa más que otras veces. A veces no ando de ánimo. A veces se me pasa. A veces no me dan ganas.
En ocasiones veo comentarios en los libros que exigen respuestas porque tal personaje hizo X cosa que al parecer no va con su personalidad. A menos que sea algo muy extremo y que sí necesite explicación, no veo por qué un personaje debe siempre mantener intacta su personalidad. El amable puede no serlo un día o no serlo con una persona en lo particular. El antipático puede levantarse en la mañana de muy buen humor y saludar a todo el mundo.
La verdad es que como escritora siempre sé hasta dónde es posible experimentar con mis personajes. Hay algunos que son muy elásticos y me permiten jugar más con sus personalidades. Hay otros, en cambio, que son como una rama seca: si los doblas con mucha fuerza corres el riesgo de romperlos. Uno eso lo aprende con el tiempo; tras horas y días y semanas y a veces años con los personajes metidos en la cabeza. El error es creer que todos deben ser 100% coherentes todo el tiempo, porque eso demuestra que están mejor construidos. No es así.
Para ilustrar esto daré el clasico ejemplo de Hermione y Ron, de la saga Harry Potter.
A mí ambos personajes me gustan, pero por motivos muy diferentes. La primera no solo me gusta, sino que despierta mucha admiración en mí. Siento que además de todas las cualidades que archi conocemos, Hermione Granger pertenece a esa raza de gente de una línea. Haciendo memoria, no recuerdo ni una vez que un comportamiento de la muchacha me haya dejado con una signo de pregunta encima de mi cabeza. Siempre es leal, siempre es lista, siempre es una buena amiga. Pasa por la adolescencia, pero además de una tendencia un poco exasperante por llorar, no tuvo mayores problemas. Esto la convierte en esa gente que me gustaría abrazar si existieran en la vida real, pero no es un personaje que me parezca digno de una admiración desmedida en un sentido literario. Ron me provoca justo lo opuesto. A lo largo de la saga hay muchas ocasiones en que Ron me cayó mal, o momento en que lo desconocía. ¿Dónde se metió en el cuarto libro el pelirrojo que fue capaz de enfrentarse a su mayor fobia durante el segundo curso por su mejor amigo? Al Ron de La cámara secreta yo nunca me lo imaginé enojándose con Harry solo porque este es seleccionado por el Cáliz de Fuego. ¿Qué le pasaba por la mente en el sexto libro para estar a punto de llamar puta a su hermana solo porque la vio besarse con un chico? La verdad es que no me gustaría tener un amigo como Ron, pero me fascina como personaje y les diré por qué: si llegado un punto, Rowling hubiera decidido que Ron se pasara al bando de los mortífagos... O si Ron hubiera abandonado a Harry, superado por el peso de la misión que venía en pack con su amigo, yo lo habría entendido. Hubiera sido sorpresivo, sí. Hubiera sido doloroso... más que la cresta. Pero luego del llanto, les juro que lo hubiera entendido. Incluso, tras el paso de los años, hubiera aplaudido a Rowling. Al final ella alejó por un momento a Ron de Harry y Hermione durante Las Reliquias de la Muerte, para luego traerlo de vuelta más fiel y más comprometido por la causa. Como solo soy una simple lectora de la saga, acepto esa decisión, pero a veces no puedo evitar pensar que me habría gustado que Rowling estirara aún más a Ron para que este diera todo de sí.
Algunos podrán decir que un Ron traidor no encaja con el Ron que todos conocemos, pero de eso se trata. Se trata de que los personajes, como la gente, pueden tener giros que los lleven mucho más allá de lo que esperamos. Y si esto parece incoherente al principio, ¿no ocurre a veces lo mismo en la vida real? ¿No han tenido un amigo, un familiar, o un conocido que de repente se comporta como uno menos lo espera? ¿No lo han hecho ustedes alguna vez? Me dirán: "puede pasar, pero debe tener una explicación". Yo respondo con otra pregunta: ¿Tiene siempre una explicación?
3.- TODOS LOS HECHOS ENCAJAN
Creo que una de las cosas más difíciles de escribir es precisamente esto: hacer que todo encaje. Porque los autores vivimos con la presión de que todo debe estar en el lugar correcto y tener un motivo. Dicen que la planificación adelantada de los hechos que componen la novela ayuda con esto y en parte es cierto. Pero incluso planificando uno se encuentra con muchos agujeros en el camino, agujeros que a veces no se llenan solo con un par de palabras. En ocasiones uno debe volver atrás y observar el agujero en cuestión durante un laaaaaargo rato. Son gajes del oficio. Pero a raíz del esfuerzo y si uno es minucioso, el hecho A, ocurrido al principio del libro, va a pasar por los hechos G, L e Y, para solo tras dar un rodeo desembocar en el hecho Z. Un lector igual de minucioso se va a dar cuenta de esto y nos dedicará aplausos. Porque claro, esa concatenación de eventos, esa sensación de que todo está pensado hasta el último detalle, es lo que algunos consideran una muestra clara de que se encuentran frente a un buen libro. Y concuerdo. Me sucede lo mismo. Pero, la vida no funciona así. O al menos, nosotros, simples mortales, pocas veces podemos ver la vida desde la perspectiva necesaria para decidir si todo encaja o no. En ocasiones lo logramos después de que el tiempo pasa. E incluso, poniéndome muy escéptica, de cuando en cuando las cosas encajan porque no nosotros queremos que encajen... como el horóscopo.
Les voy a poner un ejemplo (me encanta poner ejemplos XD): en la película El extraño caso de Benjamin Button hay una escena en que el personaje de Cate Blanchett sufre un accidente. Un auto la atropella justo cuando ella sale de un ensayo de ballet. A raíz del accidente se fractura la pierna, debido a lo cual nunca más puede volver a bailar como lo hacía. Este hecho cambia el curso de la vida del personaje y desemboca en que, más temprano que tarde, se reúna con el protagonista. Cuando se nos muestra el accidente, el narrador, Benjamin, nos dice que hubo una serie de pequeños eventos que, juntos, provocaron que el auto atropellara a Daisy. En una muy buena escena, vemos esa serie de eventos y, al final, Benjamin explica que si cualquiera de ellos no hubiera ocurrido... o hubiera ocurrido unos segundos más tarde, el accidente jamás se habría producido. Sí, probablemente así sea, pero lo que hace Benjamin es ficción pura y dura. ¿O es que acaso se entrevistó con cada protagonista de esos pequeños eventos y les preguntó? ¿Cómo los identificó? ¿Cómo los encontró? No, no pudo hacerlo. Es ficción... y como ficción funciona. Pero en la vida real es imposible afirmar algo así de forma tan tajante. A menos, claro, que seamos seres sobrehumanos con el poder de omnipresencia.
Y ahí está precisamente la clave: cuando escribimos un libro, somos como seres sobrehumanos omnipresentes. Incluso si el libro esta narrado por un personaje y, por ende, narrados desde una perspectiva limitada. Nosotros, los autores, lo sabemos todo... o todo lo que importa. Por eso, nos podemos de dar el lujo de crear historias donde todo encaje como si de un rompecabezas se tratara. Por eso, podemos darle explicación a la muerte de un personaje y decir que dicha muerte ocurre por una muy buena razón, cuando en realidad la muerte no discrimina, ni tiene motivos, ni ocurre por buenas o malas razones. Solo ocurre y ya. Rowling, por ejemplo, tomó todas las muertes importantes ocurridas a lo largo de su saga y les dio un motivo, las irguió como símbolos de alguna etapa en la vida de Harry o como representación de algo que el muchacho, o los lectores, debíamos comprender. Muy lindo y enternecedor. Pero si Rowling hubiera querido ahorrarse eso, perfectamente habría podido hacerlo.
Lo que pasa es que al escribir somos, o nos sentimos, como un pequeño dios. Y como pequeños dioses hacemos algo que es imposible para nosotros en la vida real: darle orden al caos. Entregar respuestas. Llenar el vacío que todos los seres humanos tenemos dentro y que nos hace sentir, con razón, que no tenemos ni puta idea de lo que está pasando a nuestro alrededor ni por qué. Así que sí, sigamos aspirando a la verosimilitud, a las historias con la menor cantidad de puntos flacos o asperezas posibles. Pero no nos engañemos: el mundo en el que vivimos no es un libro y aunque decimos que no, nosotros nos esforzamos porque siga siendo así.
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