LA RED DE APOYO
En el libro que estoy leyendo actualmente, encontré la siguiente frase:
"El de escritor es el oficio más solitario que existe. Y eso es algo que desde el primer momento aceptamos quienes elegimos ganarnos la vida de este modo. Imagino que si quisiéramos conocer gente trabajaríamos como guías turísticos o pianistas de hotel"
Félix J. Palma
Pues, al leerla, le encontré toda la razón. Sí, cuando uno se sienta a escribir, casi siempre lo hace solo. Puede que haya gente alrededor, pero para escribir uno suele necesitar abstraerse en cierta medida de eso. Aunque también depende de a quién tengamos alrededor. Si estamos cerca de la persona indicada, podemos escribir y hablar y pedir ayuda y leer lo que hayamos avanzado. Lo digo porque me ha pasado (adivinen con quién XD).
Entonces sí, escribir suele ser solitario, pero no quiero hablar en esta entrada del acto de escribir, sino de cómo podemos llegar a estar solos o, por el contrario, podemos llegar a encontrar personas que nos acompañen en este camino de la literatura.
Lo que llamaré: La red de apoyo.
Es común decir que la gente, cuando les contamos que queremos ser escritores (o artistas en general), reaccionan de dos maneras: o nos ridiculizan o nos atacan. Y sí, lo hacen. He vivido muchas situaciones que caen en la primera o en la segunda categoría. Estas situaciones han sido protagonizadas por personas que no me importaban ni un poco, por amigos, por mi familia. Y duele, claro que duele. Quizás entre más cercana la persona, más duelen sus palabras. Incluso cuando hemos tomado la decisión de que no nos importa lo que digan, sigue doliendo, al menos en parte.
Debo reconocer que lo más difícil en cuanto a esto fue la reacción de mis padres. Ojo, ellos nunca se han molestado, ni han empezado la Tercera Guerra Mundial por mi vocación. En general, siempre me han dejado ir a mis anchas en cuanto a elegir lo que quiero ser de grande (por decirlo de algún modo XD). El problema aquí es que, como he dicho en otras entradas, cuando a mi me dio por escribir en serio venía recién saliendo de la universidad de la peor manera posible. Mis padres se sintieron muy decepcionados por esto, ya que de verdad esperaban que yo fuera una profesional. Pero de repente me tenían en la casa, con las manos vacías y un porvenir, digamos, algo gris. En una situación así y poniéndome en sus zapatos, si tu hijo/a viene y te dice que quiere ser escritor, tú, o te ríes o te enojas o te preocupas... o todas esas cosas juntas o en efecto dominó. Obvio que una frase así provoca resquemor, porque a la sociedad en general este tipo de vocaciones les suele sonar muy similar a: "no quiero hacer nada útil con mi vida, solo quiero vivir, experimentar cosas nuevas mientras vivo a expensas del gobierno o de mis padres". Así que cuando decidí ser escritora no se lo dije a mis padres, sino que me dediqué a ser escritora. Que ellos se dieran cuenta con el tiempo y con los ineludibles hechos.
Esto puede sonar cobarde y quizás lo es, pero en el fondo, lo que quería hacer era demostrarles con acciones que todo esto de la escritura no era un simple plan o idea, sino un propósito serio y que, para llevarlo a cabo, yo estaba haciendo cosas. Eso sí, esto no solo lo hice para ellos, lo hice también para mí. Mi auto estima y confianza en mí misma estaba por el suelo por esa época, al igual que estaba por el suelo la imagen que mis padres tenían de mí, por lo que NECESITÉ demostrarme que podía tomarme algo en serio. Lo de mis padres, por decirlo de algún modo, fue un bonus. Así que me puse a escribir, postulé a talleres y, cuando quedé en estos, asistí con una regularidad que hasta a mí me sorprendía. De hecho, en uno de esos talleres me gané un diploma por ser la mejor alumna o alumna destacada, no recuerdo. Con esos talleres publiqué mis primeras cosas, que fueron evolucionando desde simple revistitas hasta antologías con lomo, portada y todo lo que relacionamos comúnmente con los libros. Cada vez que lograba algo, ya fuera pequeño o grande, se lo contaba a ellos. Así se fueron dando cuenta que quería ser escritora, pero, sobre todo, se fueron dando cuenta que me lo tomaba en serio.
Mis padres se lo toman con calma. No me fundaron ni un fan club ni mucho menos (cosa que agradezco). Solo están ahí cuando quiero contarles algo nuevo que hice o algo nuevo que logré, sobre todo mi mamá. De hecho, comencé a auto denominarme escritora cuando ella, en una charla con mi papá, le dijo: "ella no quiere ser escritora, ya es escritora".
¿Por qué cuento esto? Porque no solo el apoyo o las palmadas en la espalda sirven en estos propósitos. También sirven los vientos adversos, los obstáculos. Si mis padres me hubiesen apoyado desde siempre, si se hubieran puesto muy felices con la noticia de mi vocación literaria, tal vez yo nunca hubiese tomado la decisión de agarrar el toro por las astas y ponerme a trabajar. Tuve que esforzarme el doble para, primero, mejorar mi confianza en mí misma, y para también demostrarle a ellos que me la podía, que esto era de verdad.
Y aunque con los amigos es más fácil conseguir el ansiado apoyo (digo "más fácil", porque no siempre ocurre de esa forma), no debemos esperar que solo sean fans de lo que hacemos, que tengan listas las pancartas con nuestros nombres y nos digan que hacemos todo bien. De hecho, las amigas que más me han ayudado son esas que con sus críticas o comentarios me han hecho sufrir.
Aquí va otra historia... tengo una amiga llamada Florencia, que es una de mis lectoras más antiguas. Es cierto que no la conozco hace mucho, pero de todos mis amigos es una de las pocas que cuando me dijo "déjame leer lo que escribes", lo dijo en serio. Llegó al punto de leer la primera versión de El Club, la que, poniéndome auto crítica, es un verdadero asco. Desde esa época, se tomó en serio el ser una de mis lectoras y por bastantes meses teníamos incluso reuniones para cambiar impresiones sobre los capítulos. Durante esas reuniones, Florencia me demostró lo atenta, extremadamente atenta que puede llegar a estar a los pequeños detalles. Y con pequeños detalles me refiero a esas cosas que de verdad no importan en una historia, que son minucias, que no cambian nada de la trama, ni de los personajes... nada de nada. A mí me estresaba e incluso me daba rabia el que pudiera criticarme o cuestionarme por cosas tan tontas. Así lo veía yo y me costó mucho ir cambiando esa visión. Solo hace unas semanas me di cuenta de cuánto le había ayudado su actitud a mi actual forma de escribir. Porque en serio, ahora cuando escribo un capítulo de El Club, investigo cada aspecto del contexto varias veces antes de dejarlo en el libro. Por ejemplo, si nombro un libro x, no solo busco el año de publicación, sino que analizo qué tan posible es que ese libro haya llegado a Chile para el año 1969, si existían traducciones y blablabla. No voy a decir que me encaaaaaaanta hacerlo, pero sí que me ha ahorrado muchas vergüenzas.
Si Florencia hubiese tenido orgasmos con cada cosa que salía de mi lápiz, sin detenerse a criticar y analizar minuciosamente esos aspectos, yo tal vez no tendría ese cuidado especial con los detalles contextuales.
Por eso, aunque a veces buscamos ese apoyo amable, de personas que ponen su confianza en nosotros y lo que nos proponemos, creo que a veces aquellos que nos hacen el camino un poco más difícil, sin dejar de apoyarnos, por supuesto, nos ayudan más que esos que solo nos brindan sonrisas y palmaditas en la espalda.
Hay quienes se sumergen de verdad con nuestros sueños, lo que en ocasiones implica decirnos lo que estamos haciendo mal o lo que debemos mejorar. Implica insistir que si tenemos un propósito debemos poner esfuerzo, aunque duela y aunque cueste. Implica decir que tal vez un libro tiene que ser escrito de nuevo porque no funciona bien o porque los personajes no se desarrollan bien. Implica empezar debates y hasta discutir porque se tienen opiniones encontradas.
La gente que solo me desea lo mejor cuando les digo que quiero ser escritora no son, para mí, una red de apoyo. Lo son, en cambio, quienes me han dado las peores críticas sobre lo que escribo, pero que no se van cuando me decaigo o me siento como la mierda, sino que, por el contrario, se quedan hasta que me vuelva a levantar. Hasta que el libro o el relato o el personaje por fin funcione y juntos podamos recordar cómo esa idea comenzó y cómo llegó a mejorar.
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