EL PELIGRO DE SUAVIZAR A LOS PERSONAJES
Para el que me conoce bien o al menos sabe mis gusto no es una sorpresa si le digo que, a mi juicio, Yo soy Betty, la fea, es una genialidad de teleserie y un producto audiovisual que he visto al menos unas diez veces (redondeando para abajo). Mi historia con ella comienza hace unos veinte años, cuando la estrenaron en mi país y causó ese revuelo que la gente recuerda. Sí, es cierto, la teleserie fue un bombazo y aunque no recuerdo tanto de esa primera vez (tenía menos de diez años), sí hubieron cosas que se quedaron muy grabadas en mi memoria, personajes como Armando Mendoza, Patricia Fernández, Freddy y la historia general.
En el año 2011 la vi de nuevo en Youtube, esta vez completa y con toda la atención del mundo. Cuando llegué al capítulo 73 mi obsesión alcanzó un punto tan alto que pasé casi una semana sin dormir. Cosas de la vida. Ahí entendí por qué había causado tanto revuelo en su momento y por qué es considerada aún ahora como una de las mejores teleseries de la historia. Los puntos claves son, a mi parecer, actuaciones geniales (ya sea en el aspecto dramático como en el humorístico), personajes reales, un guión donde todo ocurre por una razón y los conflictos se van trabajando con mucha antelación, y una trama simple que no necesita de giros a veces tan utilizados en el formato como secuestros, asesinatos, pérdida de memoria, etc. No, en Betty la fea los conflictos son casi cotidianos, ligados al mundo del trabajo, y si no fuera por la cantidad de dinero que se mueve sería aún más cercano todo.
Eso sí, cuando la vi por primera vez hubieron muchos aspectos de la trama que me molestaron pero no de la manera en que deberían haberme molestado. No fui del todo consciente del nivel de machismo o de la cantidad de violencia laboral que se muestra a lo largo de la teleserie. Sí, noté todo eso, porque el guión no está hecho precisamente para esconderlos, pero reconozco que no le tomé el peso e incluso hubieron veces en que me dio más risa que otra cosa (como en lo que tiene que ver con Patricia). Pero la vi de nuevo hace poco y, dada la época en que estamos viviendo, todas esas escenas adquirieron otro peso, hasta el punto de tener que preguntarme qué pasaría si la dieran hoy en día por primera vez. Seguramente habrían muchos que protestarían y tendrían la razón. De hecho, desde hace un tiempo anda rondando un hashtag en redes sociales de #teamfrancés o algo así, para decir que Betty debió quedarse con él en vez de con Armando. Y sí, lo entiendo... aunque tengo mi propia opinión al respecto. Una opinión que agarró nueva fuerza desde que estoy viendo en Netflix una nueva versión, hecha y ambientada en la actualidad, con una mejora considerable en la producción, reflejo de la sociedad latina en Nueva York y con un lavado de cara que la hace mucho más acorde a los tiempos que vivimos. Y aunque mi lado deconstruido lo agradece, mi escritor interno no puedo más que darse cuenta cuán aguada y poco profunda es ahora que todos los personajes parecen haber sido suavizados. Sobre todo, echo de menos el drama, el impacto que tenía cada escena en la versión original y cómo gran parte de los conflictos traspasaba la pantalla con una facilidad pasmosa, no solo logrando que sufriera o me riera, sino que me sintiera conflictuada por lo complejos que eran los personajes.
La nueva versión no deja de ser entretenida, pero carece de ese impacto dramático. Primero por un tema de calidad actoral. Tendrán hombres más guapos y una mejor fotografía, pero los actores, seamos sinceros, dejan mucho que desear. En la mayoría de las escenas no se nota tanto, y hay personajes a los que uno se lo perdona porque meh, pero hay otros donde uno puede evitar estar comparando una escena sí y la otra también. Sobre todo lo resiento con Marcela Valencia y Patricia Fernández. A favor de las nuevas actrices debo decir que la vara estaba alta, porque Natalia Ramírez y Lorna Paz (Marcela y Patricia respectivamente) son titanes de la actuaciones, la primera en el drama y la segunda en el humor. Lo malo es que en ambos personajes esa calidad actoral influye demasiado en la percepción que tenemos de ellos. Patricia, por ejemplo, es insoportable, pero hace tanto reír que uno disfruta cada una de sus escenas. Marcela, por otro lado, debe tener las mejores escenas dramáticas de la teleserie y por mucho que nos caiga mal también, no podemos evitar sufrir con ella. En la nueva versión, ni Patricia es graciosa, por lo que sólo la percibimos como desagradable, ni Marcela tiene esa carga que nos hace verla como una buena persona en una escena y odiarla en la siguiente. Y eso se nota, sobre todo cuando llegamos al clímax de la historia.
Pero no es solo un tema actoral, sino también de guión. Es obvio que los productores de esta versión decidieron sacarle a la trama todo aquello que podría molestar en la actualidad. Dejaron solo lo esencial: el bullying hacia Betty por su apariencia porque si no tenemos eso más o menos que se nos cae la trama principal. Pero incluso estando no tiene el mismo peso que antes, primero porque esta Betty no pasa de ser una nerd con pinta media hipster. Usa brackets en una época en que no provocan la burla de nadie (y además son de esos blanquitos, que se notan menos), sus lentes grandes ahora son trendy y la ropa, si bien no es una despliegue de estilo, en especial cuando se le compara con cómo se visten las modelos, no molesta para nada. El único que la molesta en serio es Hugo Lombardi y ya sabemos que él tiene los estándares de belleza muy altos. Pensando sobre este tema un poco más profundamente, me di cuenta que el hecho de no ponerle a Betty un padre controlador y una madre conservadora también le quita peso a esta parte de la trama, porque quien haya visto la serie original sabe que Betty tiene ese look no solo por baja autoestima, sino sobre todo por su crianza y por el miedo a cambiar y buscar su propio estilo. Por eso es insegura, lo que aumenta con la poca libertad que le da don Hermes para salir y conocer gente nueva. En la nueva versión, sin embargo, el padre no pasa de mostrarse preocupado cuando llega tarde y en cualquier conflicto su esposa no tiene pelos en la lengua para mandarlo a callar. Como debe ser, pensarán, y sí, pero eso deja bastante cojo un aspecto muy importante del personaje de Betty y no hay nada con que sea reemplazado. En esta nueva Betty no entendemos del todo por qué no se ama, excepto por un recuerdo de su niñez, y no vemos esas escenas terribles de ella peinándose al lado de mujeres más arregladas que ella y sufriendo en silencio. De hecho, en un encuentro en el baño con Patricia Fernández le dice textualmente que se ama y que no le interesa seguir estándares de belleza eurocentristas. Y sí, suena y es genial, pero repito, el conflicto, SU conflicto como personaje pierde fuerza.
Otros personajes sufrieron incluso más con eso de ser suavizados. Uno de los casos que más me duelen es el de Mario Calderón (que en esta versión se llama Ricardo pero fuck it, Mario para los amigos). En la original, Mario es el amigo de Armando que sirve como espejo potenciado del protagonista en casi todos los rasgos que odiamos de él: si Armando es mujeriego, este es un playboy; si Armando es superficial, Mario es incapaz de siquiera imaginarse con una mujer como Betty; Armando cambia, Mario no. Y así. Sin embargo, Mario tiene algunos rasgos que si bien no lo hacen una buena persona (ni de lejos, de hecho las utiliza para el mal), sí sirven para recordarnos que es un ser humano y que cuando quiere puede mostrar sentimientos. Primero, es observador y este rasgo lo que le permite idear el plan que es el plot central de la teleserie. Se da cuenta mucho antes que Armando que Betty está enamorada de su jefe y, más aún, nota cuando ella se siente mal o cuando tiene problemas en una época en que para Armando era poco más que un computador con piernas. Ya más cerca del final, descubre que su amigo se enamoró de Betty y tiene los cojones para decírselo y casi obligar a que Armando reconozca la verdad. Repito, nada de esto lo hace menos hijo de perra, al contrario. Mario es ese tipo de personaje que es como es, que no aprende la lección porque en su mundo no hay lección que aprender. Y aún así uno no lo puede odiar porque es franco y va de frente cuando el caso lo requiere.
El Mario de la nueva versión es solo un playboy. No tiene la misma importancia en los planes de Armando por mucho que pongan escenas de los dos hablando sobre ellos, odia a Betty solo porque sí y lo peor de todo, lo que yo sé que nunca hubiera hecho el Mario de la versión original, se enamora de la novia de su mejor amigo y se mete con ella. Peeeeeeero, como queremos hacerle un lavado de imagen aunque en el fondo lo estemos volviendo peor, le damos un trasfondo: Mario/Ricardo es así porque su padre los abandonó a él y a su madre cuando era pequeño. No solo eso, cuando Patricia simula estar embarazada y él cree ser el papá, todo ese trasfondo le pega como un tren y "cambia". Después se da cuenta que era una mentira y la mierda todo, pero ahí tienen, él quería cambiar porque no quería ser igual que su papi. Acá yo veo dos problemas: primero el cliché del trasfondo, y segundo una falta de profundidad porque no, dar trasfondo no es lo mismo que dar profundidad. En simple: a Mario lo convirtieron en un badboy de Wattpad.
Y ahí está el problema: con el Mario original no tuvieron miedo de hacer a un personaje odiable e hijo de puta y aún así lograron que fuera más carismático y querible que el nuevo con todos sus dramas del pasado y enamoramiento oculto por Marcela.
Pero el caso más... complejo (cómo siempre xD) es Armando Mendoza. Ya, lo diré de inmediato para sacarme el fangirleo de encima: amo al Armando antiguo con todo mi yo masoquista y amo al Armando nuevo con todo mi yo romántico. El nuevo es lindo, es tierno, es adorable. Y al lado del energúmeno de la versión original se agradece (mi lado chubi lo agradece) tener esta caricatura abrazable. Pero no, no, NO. Por darle eso le quitaron casi todo lo que vuelve a Armando un personaje tan... tan... real. Tan potente en escena, con ese arco de transformación que lo llevan de ser un idiota superficial, ególatra e imprudente, a un maldito mentiroso, alcohólico, violento y terminar en un hombre convertido a punta de patadas (literales y metafóricas) que le dio la vida porque se las merecía. Porque sí, Armando Mendoza es la muestra de que un personaje (o persona, ahí vean ustedes) puede cambiar, pero que para hacerlo tiene que pasarlo mal. No, mal no; tiene que pasarlo pésimo, tiene que sufrir, tiene que prácticamente perderlo todo. Es por ese arco que el proceso que vive Armando hacia el final de la teleserie tiene tanto sentido y es tan impactante (y placentero) de ver, porque durante decenas de capítulos nos demostró que se lo merecía. Por eso cuando Armando se va enamorando de Betty uno como espectador lo nota y entiende lo que implica, porque antes de eso Armando NO LA QUERÍA y sobre todo no la apreciaba como mujer. Y sí, duelen esas escenas de las primeras citas donde el maldito pone expresiones de asco o sufre con cada beso, pero ese es el punto.
El Armando de la nueva versión está hecho de vainilla. Come con los padres de Betty sin problemas, sale con ella en citas adolescentes y la pasa bien, la mira con cariño, disfruta los besos. No sé si estará enamorado, pero sufriendo no está. Y sí, que alivio, ¿no? Que no sea de nuevo un maldito superficial. Pero ese era el punto, que lo fuera, para que la trama tuviera sentido.
Ahora, ¿a qué voy con todo esto? Primero dejemos claro algo: yo entiendo que los tiempos han cambiado y que ahora no se puede negar que hay muchas cosas que están mal, como el machismo generalizado, los cánones de belleza impuestos por el patriarcado, el bullying y la violencia que a veces ejercen los jefes sobre sus empleados. Sé que uno no mira Yo soy Betty, la fea con la misma mirada que hace veinte años. De hecho, verla con un ojo más crítico habla muy bien de cuánto hemos cambiado como individuos y como sociedad. Pero lo que no hay que olvidar es que gente como la que retrata esa versión aún existe y a montones. A muchos los tenemos muy cerca. Y aunque no me gusta hablar de deberes de la ficción, sí creo que dejar de retratarlos por hacer todo estilo vainilla y políticamente correcto no es el camino a seguir. A veces a partir de un producto de ficción logramos ser más conscientes de lo mal que están algunas cosas en el mundo que viendo las noticias.
Y sobre todo, lo más importante, es que los personajes sean reales. La versión original de Betty me enseñó sobre el noble arte de crear personajes, primero porque no hay nadie en toda la historia que pueda considerarse como un villano. Antagonistas sí, a montones, pero villanos no. No hay gente mala. Solo hay gente con mala actitud y pocos valores, gente sola que no entiende lo que sufre el de al lado o no le importa, gente demasiado egoísta. Y son odiables y queribles y ese punto intermedio nos hace plantearnos un sin fin de puntos de vista sobre los vínculos familiares, sobre las relaciones amorosas, sobre lo mucho que entregamos de más en el trabajo a veces y un largo etcétera.
El punto aquí no es dejar de retratar a machistas en la ficción, es hacerlo de frente y sin querer pasarlo por cosas que no son. Y tampoco hay que olvidar lo importante que es el que la gente se vaya forjando su propio criterio. Claro, con los lectores y espectadores jóvenes es más difícil pedirlo, porque sí, tienen menos experiencia. Pero todos empezamos ahí y fuimos aprendiendo. A mi juicio, hacer todo en la ficción como debería ser y no como es terminará convirtiéndose en otra forma de sobreprotección y paternalismo que nos irá volviendo más y más ciegos, hasta el punto en que esas cosas pasarán otra vez por debajo del radar.
Y todo esto por ver Betty la fea, ¿se dan cuenta? xD
GRACIAS POR LEER :)
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