Perlas ensangrentadas
Esta historia ocurre un invierno, 3 años antes de los sucesos de "Noches Rojas".
El último sorbo de cerveza dejó un sabor extraño, más amargo de lo común. Dante sintió un leve escalofrío, un mal presentimiento le oprimió el pecho. Justo en ese momento sonó su teléfono. Por lo general no contestaría a esa hora. Pero algo le decía que era importante. Sentía que alguien querido estaba en peligro.
—Hola, habla con Dante Mondragón —dijo automáticamente al contestar.
—¡Dante, por favor ayúdame! —suplicó una conocida voz de mujer.
—¿Renée?, ¿eres tú? ¿Qué te pasa? —Rara vez sus presentimientos eran equivocados.
—¡Sí, soy Renée! ¡Me va a matar! ¡Ayúdame, ven por favor, sigo viviendo en la misma casa! —La llamada terminó de golpe. Dante ni siquiera intentó llamar de regreso, sabía que sería inútil. El choque de adrenalina hizo que el efecto del alcohol en su cuerpo desapareciera como perseguido por las hordas infierno. Tomó su abrigo y salió disparado de su departamento. Apenas y se despidió de su fiel amiga y confidente Bertha quien lo acompañaba en sus veladas de bebida, música y nostalgia.
Mientras bajaba las oscuras y claustrofóbicas escaleras tomó su teléfono móvil para llamar a su amigo, Sergio del Valle, comandante de policía, para solicitar su ayuda. Abordó su viejo y nada llamativo automóvil y arrancó pisando hasta el fondo el acelerador, parecía que deseaba hacer estallar el motor.
Llegó un par de minutos antes que los agentes de policía lo hicieran, pero no podía esperarlos, irrumpió en la casa de Renée para maldecirse por haber llegado demasiado tarde. Sobre el mármol de la sala, yacía el cuerpo de su amiga en medio de una mancha de sangre, le habían colocado dos disparos en la espalda. El o los culpables con toda seguridad buscaban algo, toda la casa era un desorden total. El contenido de cajones y armarios había sido volcado al suelo, hasta los adornos de cerámica y jarrones habían sido estrellados contra el piso desparramando fragmentos y flores junto al cadáver aún tibio de Renée.
Buscaba pistas, cualquier cosa que pudiera identificar al agresor o el motivo del crimen. Pero no encontraba nada. Recogió del suelo el teléfono móvil de Renée y revisó el historial. Ese día no había hecho más llamadas además de la suya. Pero tenía un par de llamadas entrantes sin contestar (debido a que ya había fallecido) de otra persona conocida, Miriam Madrigal. Recordó que ambas eran buenas amigas en su juventud, las dos soñaban con ser actrices. Y lo habían logrado. Tenía años sin ver a ninguna de las dos, pero había visto sus nombres y fotografías en la publicidad de varias obras de teatro. Por desgracia, nunca tuvo el placer de ver actuar a Renée. Salió de su estupor al escuchar las sirenas de la policía llegando a la escena. Dante era bien conocido por los agentes que llegaron, su habilidad como detective privado ya había probado ser muy útil ayudando a resolver varios casos difíciles.
Había entre los miembros del departamento de policía el rumor de que Dante era una especie de psíquico o médium. Muchos creían que era sólo una broma, pero hasta los más escépticos no podían negar los casos extraños, casi paranormales en los que Dante trabajaba. Dante informó todos los detalles de lo ocurrido a los oficiales, sólo omitió el dato de las llamadas de Miriam, deseaba hablar con ella antes que la policía lo hiciera. Ahora era el turno de ellos de analizar la escena, sabía que los resultados de balística y huellas digitales demorarían demasiado tiempo, tiempo que no podía perder.
Se alejó en su auto, lleno de melancolía recordando épocas más felices, más inocentes. Cuando él y Renée se colaban de noche a la misma escuela donde estudiaban, subían al techo de uno de los edificios y pasaban horas tumbados sobre éste observando las estrellas e imaginando cómo sería el futuro. Se querían demasiado, tal vez por eso nunca quisieron ser pareja, los dos sentían que arruinarían una perfecta amistad.
Desde el auto, marcó el número de Miriam, esperaba que pudiera brindar algo de luz a los siniestros acontecimientos. Contestó su asistente, Miriam se encontraba actuando en el Teatro Estatal, por lo que no podía contestar. Faltaba poco para que terminara la obra así que decidió ir y esperarla en el camerino.
—Hola, Miriam —saludó Dante al verla cruzar la puerta.
—¿Dante?, ¿en verdad eres tú? —Y lo abrazó con fuerza, con mucha fuerza, casi lo deja sin aliento a pesar de ser ella muy delgada y él bastante corpulento—. No te había visto desde la «prepa».
—Ojalá no viniera para darte malas noticias, es sobre Renée —dijo perdiendo la sonrisa provocada por el reencuentro con su amiga de la adolescencia.
—¿Renée? No me digas que le pasó algo, no llegó a la función de hoy, su papel lo tuvo que interpretar la suplente. La llamé varias veces para saber qué pasaba, pero no contestó. ¿Está enferma?
—No. Ojalá fuera eso, ella murió, la asesinaron en su casa hace unas horas.
Miriam se desplomó sobre un sillón. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡No es posible! Tiene que ser un error. ¿Estás seguro?
—Yo mismo descubrí el cuerpo. Quien lo haya hecho buscaba algo, necesito que me digas si sabes algo al respecto.
—No, no sé nada —manifestó, pero Dante notó un atisbo de nerviosismo en su voz, además de un desvió en la mirada.
—Por favor —insistió él—. Necesito atrapar al responsable de esto.
—No, en serio, no lo sé.
Dante la tomó con firmeza de los hombros y remarcó mirándola fijo a los ojos.
—¿No sabes o no puedes decirlo?
—Está bien —dijo con resignación—. Te diré lo que sé. Pero no aquí, las paredes oyen. ¿Puedes llevarme a mi casa? Estoy muy alterada para conducir.
—Por supuesto, te llevo.
—Es por los «Ojos de Dagón» —soltó Miriam una vez a bordo del automóvil.
—¿Dijiste Dagón? —inquirió Dante.
—Sí, ¿has escuchado hablar sobre ellos?
—Por supuesto, se dice que son un par de perlas enormes, del tamaño del puño de un hombre. Se supone que contienen la sangre del mismísimo dios de las profundidades y pueden brindar su poder a quien la beba.
—Exacto —afirmó Miriam—.
—Pero, ¿qué tienen que ver los ojos con Renée? Tienes que contarme todo desde el principio.
—Está bien, verás, comenzó hace varios meses: Renée y yo salimos de gira con la compañía de teatro, visitamos varias ciudades en diferentes países. Después de una presentación en España, un tipo muy elegante y educado, pero que a mí me daba muy mala espina, se presentó en el camerino con un enorme ramo de flores para Renée. Dijo que era su más grande admirador, la invitó a salir, dijo que le mostraría la ciudad. Para mi sorpresa ella aceptó. Ella siempre guardaba su distancia con los admiradores, pero de alguna manera éste la convenció. Pensé que ahí terminaría todo, una escapada de una noche con un extranjero misterioso. Pero no, a cada ciudad que viajábamos él la seguía y continuaban viéndose después de cada función.
»La última noche que estuvimos en Europa, el sujeto le entregó una caja, le pidió que la trajera a América escondida en la utilería del teatro, que después vendría por ella. La muy estúpida aceptó. Durante el viaje de regreso me contó un poco más sobre él. Era miembro de la Orden de Dagón, una antigua sociedad secreta, pero los había traicionado, había robado una de sus reliquias más valiosas. Le prometió que cuando se reencontraran, utilizarían el gran poder oculto en «los ojos» para cumplir todos sus deseos. Tendrían el mundo a sus pies.
»Pero no todo salió como planeaban. Hace unos días, ella me confesó angustiada que él la había contactado, lo habían descubierto y estaba huyendo de ellos. Le pidió que escondiera las perlas, y lo había hecho. No me quiso decir dónde, sólo mencionó un «lugar especial secreto» dónde nadie las hallaría. Él prometió que vendría por ella antes que ellos lo hicieran, pero me temo que no fue así. De seguro el pobre diablo ya está enterrado en algún lugar desolado. Ahora supongo que yo soy la siguiente, deben de saber que era mi mejor amiga, imaginarán que yo podría saber dónde están.
—Tengo amigos en la policía —informó Dante—, puedo pedirles que te protejan.
—Gracias, pero he investigado un poco al respecto, sé que la Orden es muy poderosa y tiene miembros en todo el mundo, infiltrados en puestos importantes. Es muy probable que tengan elementos en esta ciudad.
—Tienes razón, puedes quedarte en mi casa, haré lo posible por mantenerte a salvo mientras pensamos que hacer —ofreció al tiempo que aparcaba su auto frente a la casa de Miriam.
—Oh, muchas gracias, acepto tu ofrecimiento. Sólo déjame entrar por algo de ropa.
—Por supuesto, te acompaño.
Entraron los dos a su casa, mientras ella llenaba una maleta con cosas personales, él revisó todas las habitaciones de la casa. Mientras lo hacía, escuchó a Miriam gritar, corrió al origen del sonido y aliviado pudo ver que estaba ilesa, pero aterrada señalaba la ventana.
—Había alguien afuera —avisó ahogándose en sus propias palabras. Dante echó un vistazo con mucha precaución y notó a una silueta alejándose de la casa. Apresurado salió en persecución del extraño.
Corrió lo más rápido que pudo, el tipo, al notar que era perseguido, aumentó la velocidad, sin embargo, no tardó mucho en darle alcance, no era demasiado rápido.
Lo tomó con firmeza de los hombros y lo arrojó con toda su fuerza sobre una cerca de madera. Desconcertado, pudo ver que se trataba de un hombre algo mayor, lo miraba aterrado mientras decía con voz temblorosa:
—¡No me lastime, tome mi dinero, pero no me haga nada por favor!
Hasta ese momento pudo distinguir que el hombre llevaba una correa en la mano y al final de ésta se encontraba un pequeño perro faldero que ahora le ladraba lo más fuerte que podía tratando de lucir lo más atemorizante posible para defender a su amo. En eso escuchó un trueno, se maldijo a sí mismo por ser tan estúpido e impulsivo y haber salido corriendo como un novato. Luego escuchó otro y otro más, como queriendo confirmar su imperdonable error. Dejó al pobre hombre hecho un manojo de nervios y corrió de nuevo hacia la casa.
Subió las escaleras saltando los peldaños de tres en tres hasta llegar al último lugar en el que había visto a Miriam, y como se lo temía, estaba tendida en el suelo, casi de la misma manera que Renée. Se acercó y puso su mano sobre su cuello. Nada. No tenía pulso.
Se levantó y salió de la casa hacia su auto, esta vez no llamaría a la policía, no tenía tiempo que perder, no estaba para contestar preguntas ni dar explicaciones. Esto terminaría esa misma noche.
Subió a su automóvil, tomó un frasco de la guantera y puso un montón de pastillas en su mano y luego las tragó en seco. Puso en marcha el motor y se alejó a toda velocidad. Condujo sin detenerse hasta llegar a la escuela donde pasó tantas noches observando el cielo con Renée. Abrió el maletero, tomó una linterna y una barra de hierro y entró a la propiedad.
Estaba casi idéntica como era hace poco más de veinte años. Subió las crujientes escaleras hasta la azotea del edificio en cuestión, y ahí estaba, el «lugar especial secreto». Había que tirar un poco de un pedazo de lámina para descubrir un ladrillo suelto de una pared. Retirando éste quedaba un hueco, un espacio perfecto para esconder los recuerdos que quisieras. Él y Renée se dejaban mensajes, dibujos, cuentos, regalos, y cuanta cosa se le ocurriera a un par de chicos de 15 años. Era un buzón para su amistad. Los ojos se llenaron de lágrimas, no había estado ahí desde que dejó la ciudad hace tanto tiempo, aún se encontraba dentro una hoja amarillenta y envejecida, el último mensaje que le dejaría Renée y que él nunca recogió. Pero sobre ésta, había algo más reciente, una bolsa de terciopelo negro, la tomó y notó que contenía dos esferas bastante pesadas.
—Entrégame las perlas, Dante —ordenó una voz detrás de él. Se volteó despacio con las manos levemente extendidas hacia los lados para mostrar que no estaba armado, en la derecha tenía la bolsa, y de la izquierda manaba un chorro de sangre, aparentemente se había hecho una profunda herida con la lámina. Ahora frente a él estaba una persona apuntándole con un revólver, tenía un largo abrigo y una capucha sobre la cabeza ocultando completamente sus facciones.
—No necesitas cubrirte Miriam, sé que eres tú —declaró sin mostrar ninguna emoción. La chica se descubrió el rostro mostrando una expresión de completa estupefacción, luego Dante agregó—. Supongo que esa es el arma con la que mataste a Renée y te disparaste a ti misma.
—¿Cómo... cómo es posible, lo sabías? —preguntó sin salir de su asombro.
—¿Que eras un muerto viviente? ¿Una nosferatu? Lo deduje hace poco. Fueron varias indicaciones, primero el abrazo en el camerino, demasiado fuerte para alguien con tu complexión, supongo que te descuidaste un poco al ver que tu plan estaba funcionando y no pudiste contenerte. Pero no probaba nada, podría ser simplemente que te ejercitas mucho. Después en tu casa, cuando revisé habitación por habitación, noté que no había nada de comida en la cocina, incluso abrí la nevera y sólo había líquidos. Los vampiros no pueden digerir alimentos sólidos, pero pueden tolerar e incluso algunos llegan a disfrutar bebidas, sobre todo alcohólicas. Tampoco era una prueba concluyente, pero después de tu supuesta muerte, cuando tomé tu pulso y noté que tu corazón no latía, estabas demasiado fría, como si llevaras varias horas muerta. Eso además de la poca sangre que había brotado de las heridas me hizo darme cuenta de lo que eras.
—¡Vaya!, eres bueno, así fue, al principio no quería matar a Renée, esperaba poder quitárselas de otra manera, pero supe que la Orden podría estar tras de ella, vi la posibilidad de perder las perlas para siempre. Verás, si son capaces de darle tanto poder a un simple mortal, imagínate el que le otorgarían a un inmortal como yo, no podía dejar pasar la oportunidad. —Miriam había notado la sangre fluyendo de la mano de Dante, la estaba distrayendo un poco, y Dante lo notó también.
—Y, ¿hace cuánto que eres un no-muerto? —preguntó tratando de alargar lo más posible la conversación.
—No mucho, sólo dos años. Un novio que tuve resultó ser un chupasangre y me hizo esto. Al pobre lo ejecutó el Consejo de la Noche por convertir a alguien sin su consentimiento —explicó.
—Dos años, no demasiado tiempo como para trastornar tu mente, eso significa que la ambición ya era parte de ti desde antes —agregó. Dante veía como Miriam miraba cada vez con más ansia la herida de su mano—. Pero no entiendo todavía, si Renée estaba en peligro, ¿por qué llamarme a mí? No tiene sentido, teníamos años de no vernos. Hubiera sido más lógico llamar a la policía, o a un familiar. A menos que... ¡Ya lo sé!, estabas ahí, tú la hiciste llamarme.
—Así fue, cuando ella me dijo que había escondido las perlas en un lugar especial secreto, me hizo recordar que justo así llamaba a un lugar que compartía contigo cuando éramos jóvenes. Ella nunca me dijo cuál era ese lugar. Así que la única manera de averiguarlo sería a través de ti. Te busqué. Cuando averigüé a qué te dedicabas fue una grata sorpresa. Saber que eras detective haría más fácil las cosas. Antes de matarla, le di una última oportunidad de darme las perlas, pero siguió negándose, así que no tuve otro remedio, le dije que si te llamaba le perdonaría la vida. Le dije lo que tenía que decir y la tonta me creyó. Después de matarla, llamé varias veces a su teléfono para que hicieras la conexión conmigo y me buscaras.
Dante hizo lo mejor que pudo para disimular la furia que sentía hacia esa criatura que antes había sido Miriam Madrigal, luego dijo:
—Bien, veo que mi herida llama tu atención, supongo que debes estar hambrienta, sobre todo después de asesinar a Renée y verla desangrarse en el suelo, pero como querías que pareciera un homicidio común, no te atreviste a alimentarte ahí, lo último que querías era ponerme sobre aviso ante el tipo de criatura que eras. Lástima, supongo que a mí me harás lo mismo y te quedarás con hambre un día más. Ya casi amanece y perderás todos tus poderes hasta que el sol se ponga de nuevo, no envidio la sensación de vacío que sentirás todas estas horas.
—Supongo que si bebo un poco de la herida sin morder nadie notará nada raro —anunció mostrando una fiereza animal en el rostro. Dicho esto, sin dejar de apuntar el pecho de Dante, tomó su mano y con un beso macabro sorbió una gran bocanada de líquido. Dante sentía que parte de su vida se iba de su cuerpo.
Se detuvo de repente, se alejó muy despacio haciendo una mueca de asombro y dolor, soltó el arma y se llevó ambas manos al estómago y comenzó a vomitar un raudal carmesí de su boca.
—Estoy seguro que me vigilaste desde que salí de tu casa —dijo Dante satisfecho—. Viste cuando tomé unas pastillas, tal vez pensaste que eran estimulantes o algo así. Las compro en una tienda naturista del barrio chino, son extracto de ajo, se supone son excelentes para la salud. Pero tienen un efecto contrario en ustedes, que son terriblemente alérgicos a éste. —Mientras decía esto, tiró una navaja ensangrentada al suelo, la herida se la había infligido él mismo para provocar esta reacción.
—¡Maldito seas! —escupió Miriam—. ¿Qué harás ahora, me entregarás al Consejo para que me juzgue?
—En otras circunstancias eso es lo que haría —explicó mientras levantaba la barra de hierro del suelo—. Pero mataste a alguien muy querido por mí. Esto acaba ahora.
El siniestro alarido sonó como música celestial para los oídos de Dante. Deseaba alargar ese momento lo más posible. No era la primera vez que eliminaba a uno de su clase, pero esta vez sería tan memorable como aquella. Al Consejo no le gustaba que humanos se metieran en sus asuntos, esperaba que no se enteraran. Pero si lo hacían, de cualquier manera, no les era muy agradable desde hace bastante tiempo.
Dante tenía ahora la misión de evitar que las perlas regresaran a manos de la Orden. Tenía que prepararse para cuando ellos llegaran a buscarlas. Ya se preocuparía por ello luego de descansar y dormir un poco.
Tomó la hoja de papel del hueco de la pared mientras se enfurecía consigo mismo por no haber buscado a Renée después de volver a la ciudad. Pensó que 15 años sería demasiado tiempo. Ella ya habría hecho su vida, tal vez ni siquiera lo recordara como él lo hacía. La verdad, le dio miedo hacerlo, miedo de no poder recuperar esa amistad que tanto añoraba. Estaba profundamente decepcionado de su forma de actuar. Con los ojos inundándose de lágrimas comenzó a leer.
«Querido Dante:
Siento mucho lo que pasó con tu madre, sé que ustedes eran muy unidos. Escuché que piensas salir de la ciudad, tal vez sea lo mejor. Creo que necesitas despejar tu mente. Sólo espero que vuelvas pronto. Sabes que te voy a extrañar mucho. Pero cuando vuelvas, búscame. Sin importar el tiempo que pase, te voy a estar esperando. Quiero que me cuentes todas las cosas que viviste fuera de aquí.
Tu amiga, Renée Valdemar»
FIN
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Relato escrito para un reto de un concurso, el desafío era escribir una historia corta basándonos en una canción.
La canción elegida fue "Perlas ensangrentadas" de Alaska y Dinarama.
Ésta es la versión original, como me excedí en la cantidad de palabras solicitadas en el reto, la edité recortando varios detalles. Pero así es como debería de haber quedado.
Espero les haya gustado.
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