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No puede irse

El Rocafuerte ha perdido totalmente su color. Pareciera que estás en una película antigua.

—¿Estoy dormido?—le preguntas a la sirena, sorprendido de no estar bajo el agua.

La criatura también perdió sus colores con excepción de los ojos. Su mirada ambarina es más intensa que nunca.

Ella asiente con una leve sonrisa.

Las demás sirenas entran al lugar una por una. Nadan en el aire dejando burbujas a su paso. Te pierdes en sus ojos de colores llamativos; rojos, violetas, plateados transparentes y naranjas tan encendidos como el cabello de Taissa. Esperas a que tu sirena levite como las otras, pero eso no ocurre. Sigue sentada en la piscina inflable sin dejar de mirarte.

—¿Cuales de ellas son tus padres?—le preguntas. Ella señala a una sirena rubia que se sentó sobre una de las mesas y a otra castaña que juega con uno de los paraguas que hay en la terraza.

—Tienes los mismos ojos que tu madre—dices, enternecido.

Las sirenas son tan hermosas, ¿por qué Taissa nunca se enamoró de alguna de ellas? Tuvo una vida plena antes de la pecera, y en aquel tiempo ninguna de ellas tocó su corazón. ¿Qué hay en ti que le fascina tanto?

Taissa toma tu mano y mira a las sirenas con una leve sonrisa. Las lágrimas que brotan de sus ojos son del mismo color que ellos. No tardas en sentir un ardor en el pecho, y te preguntas si ella te lo ha transmitido.

—¿Extrañas mucho tu hogar?—le preguntas, y ella asiente esforzándose por no sollozar.

Te das cuenta demasiado tarde de que hiciste una pregunta muy insensible. El ardor se extiende poco a poco al resto de tu cuerpo. Las sirenas siguen jugando un rato y luego se van. Taissa las sigue con la mirada, enjugándose las lágrimas de oro con su mano libre.

—Ve con ellas—dices—. Aquí puedes hacerlo.

La sirena niega con la cabeza muy lentamente.

—¿No puedes? Entonces te ayudaré.

La tomas en brazos y luego te pones de pie para dirigirte a la puerta. Ya afuera, contemplas a las sirenas avanzar en una fila muy ordenada. Todas han recuperado los colores. Las sigues con una sonrisa, embelesado con el movimiento de sus largas melenas y los colores iridiscentes que bailan en las escamas de sus colas. Bajas las escaleras que te llevan a la playa como si caminaras sobre nubes, hundido en el aroma a brisa marina de Taissa y el tacto suave de su piel y cabello.

Llegas a la orilla y tus piernas flaquean. No por el cansancio ni por el peso de la sirena, sino por la emoción al ver una escena tan hermosa; las sirenas se zambullen en el agua con gracia, dejando a la vista sus aletas arcoiris unos segundos antes de desaparecer por completo. El dolor de tu cuerpo no disminuye. En cambio, te ataca con mayor intensidad. Te arrodillas, suspirando ante el agradable contacto con la arena. Miras a los ojos a Taissa, cuyas lágrimas siguen siendo de oro. Por un instante olvidas que este es un sueño, el paisaje y tu dolor son más reales que nunca. Te lastima la simple idea de separarte de la sirena, pero sabes que es lo mejor.

Ella acerca las manos a tu rostro y seca unas lágrimas que no habías sentido. Contienes tus sollozos, dejándola junto al agua. Taissa sonríe y te da la espalda. La observas arrastrarse y luego irse a los confines del océano, más viva que nunca.


Si no la hubieran atrapado

—Estas esculturas son de niños de secundaria—dice Julieta señalando una burda torre Eiffel de cartón—. Cada año les dan un tema y el ganador se lleva una laptop o una tablet. Estos concursos de arte dan mejores premios ahora. Cuando yo participé el premio era un reproductor de DVD.

La escuchas a medias, pues tu mente sigue rememorando una y otra vez el sueño de la noche anterior.

—¡Oh, mira! Alguien hizo una Catedral de San Basilio—exclama Julieta tirando de tu brazo. Te dejas guiar hasta una mesa donde se exhibe la escultura. Esbozas una sonrisa al verla, es muy bonita. El chico que la hizo le puso mucho empeño.

—Aquí dice que está hecha de arcilla—dice Julieta mirando el pequeño cartel de información—. Esta es mucho mejor que la torre de cartón o el ángel de la independencia de papel maché.

La chica te lleva a la siguiente exposición sin dejar de hablar sobre las esculturas. Su entusiasmo te abruma y enternece al mismo tiempo.

El museo local es más pequeño de lo que imaginaste y las obras no son tan interesantes; hasta el momento solo han visto una exposición de arte abstracto de colores grises y la de maravillas alrededor del mundo hechas por adolescentes.

Debí bajar un poco mis expectativas, piensas. Este es un museo de pueblo, claro que no iba a parecerse ni por asomo a los que sueles visitar con tu madre en Moscú.

La siguiente sala te levanta el ánimo de inmediato; el rostro de Taissa está en casi todas las pinturas, a veces triste y a veces sonriente.

—Todas las obras son de artistas locales—te informa Julieta—. Esta es la única exposición permanente del museo. A los turistas les encanta.

—Es asombrosa.

Tomas con delicadeza la mano de tu amiga y, con los ojos abiertos a toda su expresión, te dispones a ver junto a ella cada una de las pinturas. La mayoría de ellas muestran a Taissa tal y como es, sin un solo ápice de surrealismo En otras la mordaza sangra y tiñe de rojo el agua.

Un artista decidió erotizarla y la pintó con los brazos justo debajo de los pechos desnudos. Esta versión de Taissa tiene una sonrisa seductora, como invitándote a tocarla. Sus uñas son largas y negras, listas para atacar. Es como una vampiresa que hechiza a su presa antes de quitarle hasta la última gota de sangre. La que más llama tu atención es una que lleva por título Carmesí. En esta Taissa aparece en la cubierta de un barco, totalmente manchada de sangre y sonriendo. Contienes un suspiro. Esto es lo que Isidro Rocafuerte, al límite de su cordura, creyó ver. De seguro la pobre Taissa tenía una expresión de miedo y desesperación. Quería escapar de ahí cuanto antes, por eso se deshizo de casi todos los pescadores. No había nada cruel en sus acciones.

Su supuesta maldad la convirtió en el símbolo de este pueblo, piensas. Nadie siente ni un poco de empatía por ella.

—Estás muy callado, Leo—dice Julieta mientras avanzan a las siguientes obras—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy bien. Es que tanta belleza me deja...anonadado.

Julieta ríe.

—Tú y tus palabritas elegantes.

Le obsequias una pequeña sonrisa.

—Gracias por acompañarme aquí. La estoy pasando muy bien—dices.

—Sabía que te iba a fascinar la exposición—Julieta señala una de las pinturas—. Mira, esta es muy diferente a las otras.

Es verdad. Esta pintura es la única que muestra a Taissa en el fondo del océano, rodeada de peces y corales. Sientes un pinchazo en el lugar del corazón al leer el título: Si no la hubieran atrapado. El artista imaginó una realidad alternativa donde ella jamás fue encerrada en la pecera para el disfrute de locales y turistas. En esta pintura Taissa es libre y feliz.

Mí compañía nunca será suficiente para hacerla feliz, dices para tus adentros con pesar. Ella necesita volver a donde pertenece.

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