No hay sangre erguida
—Pónte mis tacones, Leo—pide Natasha tras beber su daikiri de fresa de un solo trago. Su ligue de una noche, sentado junto a ella, te mira de arriba abajo.
—Se va a caer—contesta él.
—No, en serio, él puede andar con ellos muy bien. Y somos casi del mismo número—dice Natasha con una sonrisa tonta. Habla como si tuviera la lengua entumecida. Sabes que está muy ebria cuando te pide que hagas eso. Pasa todas las noches que salen, sin excepción.
—Tasha, por favor—dices, ligeramente irritado. Quizá en otra ocasión hubieras accedido con gusto, pero hoy no. Estás de mal humor desde que te levantaste.
—¡Oh vaaaaamos!
Tus demás amigos en el sillón—Alisa, Nicholai y Dina—te miran con diversión. Las luces estroboscópicas dan reflejos de colores a sus cabellos y pieles perfectas.
El ambiente en el Venus Nightclub es tan bueno como de costumbre y todos la pasan de lo mejor a excepción de ti. Hasta el momento lo has disimulado bien y no quieres que empiecen a hacer preguntas, así que suspiras, esbozas una sonrisa y te empiezas a quitar los zapatos. Natasha suelta un chillido de gusto y hace lo mismo. Te pones sus bonitos tacones rosas y te levantas para caminar como si estuvieras en una pasarela. Dominas perfectamente ese tipo de zapatos, e incluso aquellos con tacón más alto. Contrario a lo que Nicholai pensaba cuando te conoció en la agencia, el usar ropa y accesorios de mujer no ha afectado tu identidad sexual, pero igual te sientes cómodo con ellos.
Tus cuatro amigos y el ligue de Natasha lanzan vítores, ríen y te aplauden. Ya más contento, regresas al sillón y te quitas los tacones. Dina llama al mesero y pide cervezas, mientras que Alisa rodea tus hombros con su brazo y comienza a tomarse fotos contigo. Das tu mejor cara, feliz de tener a personas como ellas, tan distintas a ti. Los conociste en la agencia cuando tenías dieciocho años y desde entonces salen juntos por lo menos una vez a la semana. Dina, Alisa, Nicholai y Natasha tienen un aura glamorosa y peligrosamente atractiva; adoran la atención y tienen millones de seguidores en sus redes sociales, donde son muy activos. A veces te gustaría adorar la vida al mismo nivel que ellos, aunque sean un poco superficiales.
El DJ quita el reggaetón latino y empiezan a sonar canciones de electropop. Alisa te toma del brazo y te pide que vayan a bailar. Tú te dejas arrastrar a la pista de baile, gustoso. Sin duda el Venus es el mejor lugar para enfrentar tus altas y bajas; si estás de mal humor, te recuperas pronto, y si estás de buen humor, te mantienes así por un largo rato. Las cervezas ya te han puesto en órbita y el calor se intensifica en medio de la maraña de cuerpos danzantes; Alisa luce como una diosa con su corto vestido plateado y el cabello rubio moviéndose con gracia. Es en momentos como estos en los que desearías poder sentir algo, solo por simple curiosidad.
Por lo que te han contado Sergey y Nicholai sabes que el bailar con el cuerpo pegado al de una chica muy hermosa vuelve locos a los hombres, los enciende y los hace desear ir más allá. El tacto de una mujer es mágico, sublime.
Alisa no tarda en pegar su boca a la tuya y tú correspondes fingiendo entusiasmo. Ella te ha besado así antes de tu relación con Yulia, y no volvió a hacerlo hasta que terminaron. No tienes problema con que pase porque Alisa nunca va más allá de restregarse contra tí y besarte mientras bailan. Te alegra saber que la haces sentir bien.
—Leo...—jadea al separar sus labios de los tuyos.
Nunca hablan de esto fuera de los clubes nocturnos. Es mejor así, pues no sientes nada romántico por ella y te dolería mucho rechazarla.
La miras a los ojos sin dejar de bailar. Te preguntas que estará pasando por su cabeza.
Sientes como si el tiempo se detuviera en ese baile, contemplas el rostro iluminado de Alisa y te pierdes en cada una de sus expresiones. No has experimentado el ardor interno y nunca has tenido la sangre erguida entre las piernas, pero eso no quiere decir que no obtengas placer a tu manera; la belleza de las mujeres ha sido suficiente para satisfacerte. El contemplar a Yulia maquillarse o peinar su cabello te ha hecho sentir más pleno que besar sus labios o acariciar su cuerpo desnudo.
Y ese fue el problema, piensas.
Alisa acerca sus labios a tu oído.
—Leo...—musita—. ¿Deberíamos...deberíamos irnos a otro lado? Quisiera...
Te separas de ella rápidamente. El calor de tu alrededor pierde su efecto de golpe y te invade una profunda ansiedad.
No puede ser, esto nunca había pasado. Alisa había respetado el límite, ¿por qué lo ha dicho? ¿Por qué ahora?
Imágenes de Lena, tu primera novia, invaden tu cabeza, una tras otra.
—Leo—Alisa toma tus manos—. Estás temblando. Oye, lo siento, no debí...
—No vuelvas a pedirme algo así. Nunca.
Ella asiente, dolida y estupefacta. Quisieras decirle algo más, pero sabes que no va a comprenderte.
—Volveré con los chicos—dices, y regresas a los sillones donde están tus amigos. No hay rastro de Natasha y su ligue, solo están Dina y Nicholai moviendo los hombros al ritmo de la música mientras beben. Tomas una botella de la cubeta y sonríes a tus amigos.
Solo resiste un poco más, dices en tu mente.
Los tres se disponen a hablar de lo que estarán haciendo Natasha y aquel sujeto y del buen repertorio musical. Dos horas después, casi a las tres de la madrugada, regresas a casa. No vas a ducharte, ni siquiera te cambias de ropa. Solo te dejas caer en la cama y lloras hasta quedarte dormido.
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