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Insomnio

Pasaron cuatro días desde que entregaste la carpeta a Lena y ella aún no se comunicaba contigo. La ansiedad te quemaba vivo y las llamadas por teléfono con Annika no servían de nada. Todas esas noches te hiciste ovillo en la cama, llorando en silencio y contemplando tus fotos con Lena en el teléfono. ¿Qué habrá pensado después de leer todo? ¿Se sorprendió? ¿Lloró por varias horas al igual que tú? Este asunto no solo te lastimaba a ti, sino también a ella.

Aquella vez, cansado de llorar, decidiste ir a la cocina de madrugada y hacerte un té. Tomaste asiento en la mesa, totalmente a oscuras. La luz de tu teléfono y las lucecitas del árbol de navidad iluminaban tu rostro. Se suponía que iban a pasar las fechas decembrinas juntos como siempre. ¿Y si esta se convirtiera en tu primera navidad sin ella? Tu corazón se encogió al solo imaginarlo.

Diste un sorbo al té.

Sea cuál sea la decisión que tome, debo seguir adelante.

Gracias por todo, Lena

Bajaste del taxi con el corazón encogido. Una parte de tí quería saber el destino de tu relación con Lena y la otra volver a casa y no salir en un mes.

Tengo que hacerlo, pensaste, avanzando hacia la casa de Lena. Es ahora o nunca.

La joven te recibió distante y con una mirada gélida, como si fueras un desconocido.

—Mi madre no está en casa—dijo—. Solo seremos tú y yo.

Se dirigieron a la mesa junto a la cocina. Lena preparó té, y tras servirte una taza, tomó asiento frente a ti.

—Leí todo lo que había en la carpeta—dijo.

Bajaste la mirada a la taza, incapaz de encararla.

—¿Y qué es lo que piensas?

—Nunca había oído hablar de algo así. Fue algo muy...extraño para mí, pero poco a poco pude entenderlo, pensé: "este es el verdadero Leonid". Sé que eso es solo una parte de ti, pero una muy importante. Entré en retrospectiva y me pude percatar de varios detalles que en su momento pasé por alto, como cuando nos tocábamos o besábamos. Nunca tomaste la iniciativa y...te sentía distante aunque estuvieras tan cerca...

La contemplaste de nuevo. Tu corazón se encogió todavía más ante sus lágrimas. Tu verdad había sido un golpe muy duro a sus sentimientos y confianza. Lena comenzó a sollozar, secándose las lágrimas con la manga de su cárdigan. Te pusiste de pie para ir a abrazarla, mas ella te detuvo y pidió que volvieras a tu lugar.

—Hemos estado juntos muchos años, Leonid, y yo no quisiera que nos separáramos, pero esto...esto lo cambia todo. Yo siempre te he deseado tanto y tú eres incapaz de verme como una mujer.

—Te veo como una mujer.

Lena negó con la cabeza.

—Nada de mí te enciende. Ni mi rostro, ni mi cuerpo, ni mi aroma. Tú me amas de...de una manera muy pura, como cuando éramos niños—Lena recuperó el aplomo y tomó aire—. Yo necesito sentirme amada y deseada a partes iguales. Comprendo que tú no pediste ser así, pero no creo que podamos continuar.

—Sí podemos, yo sé que sí podemos.

No querías llorar, pero tus emociones no tardaron en traicionarte.

—Lena, yo te amo—le dijiste con la voz quebrada—. Por favor.

—¿Y crees que yo a ti no? Esto también es difícil para mí.

—Podemos encontrar una solución.

—¿Cómo qué?

—Podrías buscar a alguien que te dé lo que yo no puedo.

—¿Qué..?

—Y-Yo no tendría problema con que otro hombre y tú...

—¡¿Estás hablando en serio?!—exclamó ella—. ¡Yo no podría hacer algo así!

—No es infidelidad si yo lo permito. Estuve dándole muchas vueltas al asunto antes de llegar aquí y esta es la única solución que encuentro.

—No se trata de que otros hombres compensen esa parte, Leo. Lo que me duele es que no eres tú quien puede darmelo. A pesar de que sé que no puedes cambiar, no lo asimilo del todo. Yo en serio quisiera que pudieras verme como yo a ti, que te entregara a mí.

Quisiste replicar, pero no sabías qué decirle. Lena merecía lo mejor, alguien que pudiera amarla tal y como ella quería. Lo que tenía contigo era un caso perdido y lo mejor que podían hacer era separarse.

—Lena, yo en serio...en serio te amo—dijiste, tomando su mano por encima de la mesa—. Y te entiendo.

—Quisiera poder aceptarte así, Leo, pero no puedo, y sé que si lo intentaramos seríamos un fracaso.

De pronto Lena te pareció más joven. Así, lacrimosa y temblando, no era muy diferente a cuando tenía catorce años y escuchaba un álbum especialmente triste.

Siempre has sido una chica dulce y sensible, pensaste. Lo supe desde la primera vez que viniste a visitarme.

—Gracias por todo, Lena—apretaste su mano con afecto—. Has sido mi primer y más grande amor.

—Y tú el mío. No tienes idea de lo que yo...—se aferró la mano libre al pecho—. Cielos, esto duele tanto. Hemos estado juntos mucho tiempo y ahora me parece poco. Siento que aún nos faltan más.

—Vamos a salir adelante, lo sé.

Te pusiste de pie nuevamente y te acercaste a ella para abrazarla. Esta vez no te detuvo. La joven hundió su rostro en tu pecho y te dejaste embriagar por su olor a rosas. Cerraste los ojos, atesorando ese momento, pues sabías que después de Lena ya nada sería igual.

Con el rostro al cielo

Es la primera vez que ves llover en Perlas de Medianoche. Es una lluvia tranquila que te invita a dormir, pero ahora no es el mejor momento. Taissa canta suavemente mientras trenzas su largo cabello. Se le ve relajada y feliz.

—Cuando era niño solía trenzar el cabello de mi madre. Deseaba ser estilista y profesor de español cuando fuera adulto, pero el destino tenía otros planes para mí—terminas la trenza y te quitas la liga que recoge tu cabello para ponérsela a Taissa—. Te ves preciosa.

La sirena acomoda la trenza sobre uno de sus hombros y voltea a verte sonriendo. Sus ojos de miel brillan. Tras secarte las manos con un pañuelo, tomas carne seca de tu mochila y le das un trozo. Ambos comen mientras contemplan la lluvia, la cual se intensifica poco a poco. Los chorros impactan las amplias ventanas que dan a la terraza, distorsionando el paisaje. Taissa suspira, melancólica.

Ha de extrañar mucho estar bajo la lluvia, piensas. La imaginas sentada en una roca en medio del mar, con el rostro al cielo y los ojos cerrados, recibiendo el agua con una sonrisa. Luce tan bella y salvaje.

—¿Quieres ir a la terraza?—le preguntas, y ella te mira con los ojos muy abiertos—. Solo será un momento y cuidaré de que nadie nos vea.

La cargas con delicadeza y ella rodea tu cuello con sus brazos. Está fría y su aroma a brisa marina es muy profundo. Salen a la terraza y miran alrededor; el agua impacta el suelo de madera y el océano se encuentra tranquilo y adornado de niebla. Taissa levanta el rostro tal y como la imaginaste hacía un momento. Hay cierta tristeza en su expresión.

Está recordando tiempos mejores.

Taissa clava sus ojos en el mar. No tienes dudas de que este la llama, de que sus tranquilas olas cantan una canción que solo ella y las suyas pueden comprender.

—Taissa...

La sirena vuelve a sonreírte, pero la tristeza no desaparece de su mirar.

Verla así te estruja el corazón.

Sergey ama y desea

—Ya te pusiste el pijama—dice Sergey, bostezando—. ¿Qué horas son allá?

—Las nueve con dieciocho de la noche—respondes, acomodando tu teléfono en la mesita de noche para que Sergey te vea mejor—. Acabo de ducharme. Caminé mucho hoy y me duele todo el cuerpo.

—¿A dónde fuiste?

—A la Catedral del Sagrado Corazón. Queda a cuarenta y cinco minutos del hotel a pie. Fue un paseo largo pero agradable, y al final valió la pena. La iglesia es pequeña y majestuosa, me recuerda a las que hay en Moscú. Sentí mucha paz ahí adentro.

Sergey enarcó una ceja.

—Vaya, no sabía que fueras religioso—dice, para después dar un sorbo a su café. A su derecha se escucha la voz de una joven camarera preguntándole si desea algo más—. No, ya sería todo, gracias.

—No soy religioso—respondes después de que la chica se va—. Pero eso no me impide disfrutar de un buen ambiente. Ahí adentro vi a muchas mujeres con velos en la cabeza, algunas con sus hijos adolescentes y otras más ancianas. Todo se veía genial, de ser pintor lo hubiera retratado. Tomé unas cuantas fotos, te las pasaré más tarde. ¿Y tú qué me cuentas?

Sergey suspira.

—Lo de siempre: trabajo, academia, estudio y jugar Monopoly con mi madre los fines de semana—echa un vistazo a su reloj de pulsera—. Vuelvo al trabajo en veinte minutos y todavía no me despierto del todo.

—Yo te veo bastante bien.

Tu amigo acaricia una de sus ojeras violáceas y sonríe con sorna.

—Sí, claro. No todos podemos vernos guapos las veinticuatro horas del día como tú. Oye, cambiando de tema...

—¿Qué pasa?

—Quiero que hablemos de algo, más bien de alguien. De Manya.

Se ruboriza ligeramente.

—Claro, ¿qué pasa con ella?

—¿Crees que nos veríamos bien juntos?

Lo miras con los ojos muy abiertos. Sabías que esto iba a ocurrir tarde o temprano.

—¿Quién le dijo a quién?—preguntas, intrigado.

Sergey mira a los lados, apenado.

—¡Oh, vamos!—lo apremias—. A esta hora el café está vacío. Cuéntame.

Sergey toma sus auriculares y los conecta a su teléfono. Acto seguido, acerca los labios al micrófono y susurra:

—Ayer, después de la academia, fui a su departamento para que estudiaramos. Pero no lo hicimos, nos pusimos a hablar de cualquier cosa mientras bebíamos vino. Ella mencionó a Nicholai, que era lindo y eso. Yo le dije en broma que deberían salir, y entonces ella se puso seria y me dijo que le gusto.

—¿Y a ti también te gusta?

—Sí, desde la primera vez que nos vimos en clase. Pero no pensé que sintiera lo mismo—Sergey sonríe—. Ella es tan libre y bohemia, y yo tan gris y aburrido.

—Eso no es verdad.

—¡Lo es! Y yo estaba seguro de que se iba a enamorar de tu amigo modelo, pero no fue así. Ambos nos hemos querido desde hace tiempo y hasta ahora dimos el primer paso y eh...más que eso.

—¿Más que eso?—te muerdes el labio inferior para contener tu emoción—. ¿O sea que sucedió algo intenso?

—Nos...nos dimos todo lo que contuvimos—se limita a responder—. Creo que el vino ayudó.

Contienes un suspiro enamorado.

—Me alegro mucho por ustedes. Espero que tengan algo serio.

—Llevamos las cosas con calma, creo que nos irá bien.

—Lo malo es que cuando vuelva haré mal tercio.

—¡Claro que no!

Ambos ríen.

—Espero que muy pronto tú también tengas a alguien, Leo—dice Sergey—. Alguien muy especial.

Taissa aparece en tus pensamientos. Su larga cola verde. Sus preciosos ojos ámbar.

—Sí, yo también lo espero.

Solo en Kioto

—¿Y? ¿Qué te parece?—te preguntó Ichika. Tú, con una leve sonrisa, miraste alrededor; el bar era pequeño y acogedor, con abanicos en las paredes y lámparas de papel. La luz era muy suave.

—Me encanta—dijiste, para luego dar un sorbo a tu cerveza.

—¡Te dije que la vida nocturna de Kioto es la mejor! Me alegra que aceptaras salir conmigo.

El vídeo musical para el nuevo sencillo de Ichika se rodó en dos días, y en cuanto terminaron la joven cantante te pidió tu número de teléfono. Era amigable y muy divertida, estabas seguro de que podían ser buenos amigos. Un día después te invitó a recorrer los mejores bares de la ciudad. Aún estabas deprimido por tu rompimiento, pero aceptaste. No querías quedarte solo en tu habitación de hotel siendo torturado por tus propios pensamientos.

—Oye, ¿sabías que te elegí personalmente para el videoclip?—dijo Ichika apoyando una mejilla en la palma de su mano.

—Vaya, gracias. Creí que el director del video fue el que contactó a la agencia.

—No. Recuerdo que te vi en una página de joyería hace más o menos ocho meses. Tu rostro quedó grabado en mí mente, eres increíblemente bello. Te imaginé vestido de aristócrata francés y a partir de ahí nació el concepto del video. El protagonista debías ser tú, no visualizaba a nadie más.

Ichika hablaba bien el inglés, pero muy despacio. Te gustaba oírla.

—Me halaga saber que te inspiré tanto.

—Tú inspirarías a cualquiera.

Sentiste el pie descalzo de la mujer acariciándote la pierna, subiendo lentamente.

—I-Ichika...

—Me gustas mucho, Leonid-kun.

A estas alturas de tu carrera ya estabas acostumbrado a que las mujeres se te acercaran más de lo necesario, pero Ichika había llegado a un nuevo límite, uno que creías imposible. Su deseo era tan ardiente que podía transmitirlo con un simple roce.

—A mí no me gusta cualquiera—dijo, clavándote sus profundos ojos oscuros—. Creo que eres especial.

Quisiera que no me desearas, dijiste para tus adentros. Que nadie lo hiciera.

—Me halaga que me consideres especial—dijiste, queriendo irte de ahí cuanto antes.

—Oh, vamos, no seas tímido.

Los dedos del pie tocaron el interior de tus muslos. No te inmutaste.

—Yo...

—Vamos a mi habitación—dijo con voz queda.

No soy un hombre normal, Ichika.

—Está bien.

De camino al hotel Ichika no retiró su mano de tu pierna y, entre risas, te susurró que de seguro el taxista desearía estar en tu lugar. Bajaron del taxi tomados del brazo, en silencio. Ichigo te miraba de soslayo, hambrienta, mientras que tú rememorabas a cada mujer en tu vida. La gran mayoría de ellas tenían ese mismo brillo en los ojos que ella.

Ichika no perdió tiempo; comenzó a besarte en cuanto entraron a la habitación. Pegó su cuerpo cálido al tuyo, dejándote contra la pared. Cerraste los ojos, pidiendo sentir algo, así fuera mínimo, una leve llama que iluminara tus deseos grises.

"Tú me amas tal y como cuando éramos niños" te había dicho Lena, y eso era verdad. Cuando un niño se enamora solo piensa que la otra persona es linda y que la pasa bien a su lado. Ser asexual te condenaba a experimentar amores inmaduros y limitados por el resto de tu vida.

¿En serio seré capaz de aceptarme algún día?, pensaste, sintiendo las manos de Ichigo bajar a tu bragueta.

¿Me sentiré pleno? ¿Seré feliz?

La mujer se detuvo de golpe.

—¿Estás bien?—te preguntó, mirándote con los ojos muy abiertos. Tocaste una de tus mejillas, sintiéndola húmeda. No supiste en qué momento comenzaste a llorar.

—No, no estoy bien—dijiste—. Me...me iré a mí habitación. Hasta luego.

Te acomodaste la ropa y le diste la espalda para dirigirte a la puerta. Ella no te detuvo.

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