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Dame tu corazón, hazlo realidad, o si no, olvídalo


El Rocafuerte de noche es muy distinto al Rocafuerte de mañana, y no sólo por estar repleto de gente. La vibra enérgica y la mezcla de los aromas a cerveza y perfumes varios te pone en una especie de trance. Mueves los hombros al ritmo de la atronadora música rock con toques latinos, viendo desde la barra a la banda que maldeciste hacía unas horas atrás. La joven sentada a tu derecha trata de llamar tu atención, pero tú haces como que no la escuchas. Tiene pinta de ser como Diana, y te sentirías un poco mal de tener que ignorar los mensajes de texto de una chica más.

Desearía que los chicos estuvieran aquí, piensas. Sin duda Manya y Sergey estarían junto a ti, y el trío de modelos se volverían locos frente al escenario. Contienes un suspiro y pides otra cerveza. Todavía no te embriagas del todo, pero ya se te empiezan a nublar los sentidos. Estás en paz, eres uno con el lugar. El Rocafuerte es una fiel representación de México: cálido, enérgico y alegre. La joven a tu lado sigue insistiendo y, tras terminar la cerveza, decides prestarle atención:

—¿Qué tal?

Tienes la lengua entumecida, tal y como Natasha en las noches de discoteque. Esbozas una sonrisa tonta y contienes las ganas de preguntarle a la chica si te puedes poner sus tacones.

—¿Vienes seguido por aquí?—pregunta ella. Tiene la piel dorada y las cejas pobladas, pero su acento no es mexicano. Nunca lo habías oído antes.

—Sí, pero por las mañanas. No me gusta el bullicio a menos que esté de humor.

—Pues parece que hoy sí lo estás—esboza una sonrisa—. ¿Sabes? Me hospedo en el Monarca también, te he visto unas cuantas veces ahí.

—Es un hotel muy bonito.

La mujer pone su mano en tu muslo. Está caliente.

—Sí, me gusta que esté tan cerca del mar.

La banda empieza otra canción y decides invitar a la mujer a bailar. Ella, sin pensarlo dos veces, toma tu mano y te arrastra a la maraña de cuerpos danzantes. Acerca su cuerpo al tuyo tal y como Alisa, pero no hay nada sensual en ello. Tú nunca has sentido placer sexual, pero eso no quiere decir que no sepas cuando algo o alguien es erótico. Alisa lo es, esta mujer no. Hay algo en su expresión, en sus movimientos, que te parece extremadamente vulgar. El hambre en su mirada te provoca una mezcla de repulsión y lástima.

Eres una mujer tan bella que podrías convertirte en una obra de arte, piensas, viendo cómo te toma de los hombros. Pero parece que eso no te interesa.

Ella te dice su nombre, te habla de su país y de su vida, pero tu mente está en otro lado, dejándose arrastrar por el sexy solo de guitarra. Miras al frente; la sirena está a solo unos diez pasos, viéndote fijamente. Tres curiosos están a sus lados, pero ninguno de ellos bloquea su campo de visión. La mujer hunde la mejilla en tu pecho y se lo permites, preguntándote qué estará pensando Taissa en este instante. La criatura no aparta los ojos de ti. Baila lentamente, volviéndose más humana que animal. Te muerdes el labio inferior y sonríes.

La mujer sigue susurrando. Su voz se ahoga por la letra de la canción, la cual pareciera hablar de ti y de la sirena.

Y es como el océano bajo la luna,

bueno, es lo mismo

que la sensación que recibo de ti.

Tienes la clase de amor

que puede ser tan encantador, sí.

Dame tu corazón, hazlo realidad,

o si no, olvídalo.

La mujer se separa de tu cuerpo y te toma de las manos, dando una vuelta. Eso hace que des la espalda a Taissa, sin embargo, sigues sintiendo sus ojos detrás de ti. Son dagas de oro que te hacen sangrar poco a poco. Duele, pero te encanta. Algo en tu interior te dice que deberías abandonar el pueblo, que enamorarte de esa sirena será tu ruina. ¿Por qué? Te preguntas, ¿porque no es humana como yo? Pero si es justo por eso que me fascina tanto...

La voz de la mujer te arranca de tus cavilaciones:

—Deberíamos tomar un trago en el hotel.

El olor almizcleño del ambiente aún te tiene mareado y la piel te arde. Das media vuelta para mirar a Taissa, quien contempla con indiferencia a una pareja borracha que le toma una fotografía tras otra.

¿Habré soñado despierto?, piensas. ¿O lo de hace rato en serio pasó?

—Eh...¿Leonid? ¿Estás bien?

¿En qué momento le dijiste tu nombre?

Te frotas los ojos y parpadeas varias veces.

—No, gracias. Creo que quiero ir a dormir.

La chica frunce los labios.

—¿Estás seguro?

—Sí—esbozas algo parecido a una sonrisa—. Menuda noche, ¿no? Ven, hay que irnos juntos.

La tomas del brazo con delicadeza antes de que te diga algo y se encaminan al Monarca. Ninguno dice nada hasta que están dentro del elevador.

—La pasé bien hoy—musita ella. Ahora que ha sido rechazada su actitud provocativa se ha esfumado. Te agrada más así.

—Yo también.

El elevador se detiene y toman caminos distintos. Ya en tu habitación te quitas los zapatos y te acuestas de inmediato. Sabes que deberías ir a ducharte y ponerte ropa más cómoda, pero la idea de dormir profundamente es más tentadora. Te haces ovillo, disfrutando tu calor corporal y el suave abrazo del sueño. Al principio todo es oscuridad, mas tu mente no tarda en teñirse de azul; escuchas susurros femeninos a lo lejos, es un lenguaje que no comprendes y que nunca habías oído antes. Estás flotando en medio de un océano puro, sin un solo rastro de vida marina o vegetación. En otros tiempos esto te hubiera parecido una pesadilla, mas ahora es perfecto. No mueves un solo músculo, solo te dejas guiar.

¿Eres tú, Taissa?, piensas. Qué voz más dulce tienes.

Ves un punto naranja a lo lejos, se acerca a toda velocidad.

Sí, eres tú.

En menos de un minuto la tienes frente a ti en todo su esplendor. En este lugar se ve más viva, más brutal. Los cabellos naranjas te acarician la cara y tus piernas se juntan cuando las enreda con su cola. Bajas la mirada y te muerdes el labio inferior al contemplar las preciosas escamas verdes y anaranjadas. Es tan preciosa que sientes ganas de llorar. O tal vez ya estás llorando y no te das cuenta de ello porque aquí tus lágrimas son nada. Los susurros cesan cuando Taissa toma tu rostro entre sus manos y te obliga a verla a los ojos. La mordaza brilla por su ausencia, ahora mismo podría clavar sus dientes en tu garganta. ¿Qué pasaría si lo hiciera? Quizá el tú de la vida real jamás despertaría de nuevo.

Esto es demasiado real para ser un sueño, y si Taissa ha llegado hasta aquí es gracias a una fuerza desconocida, magia quizá.

Taissa te rodea con sus brazos. Sientes los pechos desnudos contra tu camiseta. No te suelta en un rato, sin duda tenía muchas ganas de estar cerca de ti. Tal vez esta es el alma de Taissa y está conectada a la tuya. No suena tan descabellado. A pesar de que las sirenas han estado en este mundo al mismo tiempo que los hombres aún hay muchas cosas que estos últimos desconocen.

—Eres el ser más hermoso que he visto, Taissa—dices cuando se separan, pasando los dedos por su cabello. Taissa toma una de tus manos y la pone en su pecho, justo en el lugar del corazón.

Ella es lo que siempre has necesitado. Ese romance puro que jamás pudiste vivir.

Tío abuelo Chilo

Das un sorbo al café tras comer un poco de pan. Se llama concha, y es realmente delicioso. Nunca lo habías probado antes. Gemma y Odalys te lo dieron de cortesía junto al desayuno, y esta última explicó que se llama así porque de arriba se asemeja a las ostras.

Es verdad, piensas, viendo la cobetura blanca con varias líneas. Le das otra mordida mientras contemplas a la sirena durmiente, ansioso por hablar con ella sobre lo sucedido la noche anterior. Tras la pecera, en una mesa al fondo, el mismo pescador anciano de la otra vez te está mirando fijamente con una taza de café a la mano. Está muy serio. Sientes el impulso de hacerle una mueca para ver si se ríe, pero te contienes. ¿Por qué te mira tanto? Al principio creías que porque eres extranjero y te levantas demasiado temprano aunque estás de vacaciones, mas ya ha pasado tiempo y parece que no se acostumbra a ti. Haces una señal a Julieta, quien bebe jugo de naranja con una compañera en otra mesa. Ella sonríe y camina a tu mesa.

—Tengo una pregunta—dices.

—Usted siempre tiene una pregunta—responde ella, divertida—. ¿Cuál es?

—Ese...ese anciano que está con el pescador de chaleco azul, ¿no le agradan mucho los turistas? No deja de verme, ¿es así siempre?

—Bueno, no siempre tenemos a un modelo ruso aquí tan temprano—la chica ríe—. No se preocupe, no tiene un problema con usted. Más bien su problema tiene que ver con la sirena.

—¿La sirena?

Julieta contiene un suspiro.

—¿Puedo sentarme con usted?

—Claro, adelante.

Julieta toma asiento frente a ti y saluda con una mano al pescador viejo, quien por fin sonríe y le regresa el gesto.

—¿Lo conoce mucho?—le preguntas.

—Claro que sí, es mi tío abuelo.

—¿Tu qué?

—Tío abuelo. Y todo un personaje aquí en Perlas, por cierto. Él fue aquel joven pescador que trajo la sirena al bar de su hermano hace cuarenta y cinco años atrás. El único sobreviviente de los ocho pescadores que estaban en su barco esa tarde. Se llama Isidro, pero todos lo llaman Chilo.

Abres los ojos a toda su expresión. ¡Así que ese es el hombre que le arrebató la libretad a Taissa!

—Él conoce a la sirena mejor que nadie, por eso no da crédito a cómo se comporta contigo. Cree que quiere comerte.

—¿En serio?

—Sí. Él fue testigo de cómo le arrancó gran parte de la cara a uno de sus amigos tras aturdirlo con su voz. La odia bastante.

Taissa es un ser tan salvaje como el mar que la ha criado. A veces estás tan enternecido por su belleza y gestos infantiles que olvidas su verdadera naturaleza. No obstante, estás seguro de que jamás te haría daño. Ella y tú comparten un vínculo muy especial. Taissa conoce su alma, sabe que eres distinto a esos pescadores. Ellos no hubieran muerto de haberla dejado libre.

—¿Y cómo fue que él sobrevivió?—preguntas, intrigado por la historia.

—Es que es sordo—Julieta está por contar más detalles, pero justo entonces aparece Odalys junto a ella, sonriente y de brazos cruzados.

—Ya pasaron tus quince minutos y necesito ayuda en la barra.

Julieta gira los ojos.

—¿Estás celosa?

—¿Por qué?

—Porque estoy con el señor Ivanov.

Odalys se ruboriza.

—¿Q-Qué? ¡Claro que no!

—Yo sí—exclama Gemma desde el escenario, haciéndolas reír.

—Me gustaría conocer esa historia—dices a Julieta.

—Podríamos vernos en algún lugar el fin de semana y con gusto te la cuento—contesta ella, ante la mirada perpleja de su compañera.

—Suena bien. ¿Puedes el sábado en el café A.M.?

—Sí, claro. ¿Qué te parece a las diez? A esa hora casi no hay gente.

Asientes. Julieta te dedica una última sonrisa antes de irse a la barra. Odalys, por su parte, te pregunta si necesitas algo más.

—Más café, por favor—respondes.

—¿Le gustó la concha?

—Sí, nunca había comido un pan tan delicioso—aprietas los labios—. Eh...también quiero otras dos conchas, por favor.

—¡Enseguida!

Taissa despierta unos cinco minutos después, cuando estás comiendo tu segunda concha. La ves estirarse y sonreír levemente.

—Dormiste mucho hoy—dices, y ella asiente—. Buenos días.

Taissa pega las manos al cristal. Tú haces lo mismo.

—Sobre lo de la noche...yo todavía no puedo creerlo. Fue alucinante, ¡el sueño más nítido que he tenido en la vida!—bajas tu tono de voz, casi susurras—. Te veías tan hermosa sin la mordaza y...y cuando me rodeaste con tu cola...—suspiras—. Te sentí tan cerca. ¿Las sirenas son capaces de unir sus almas con alguien más? ¿Por eso pudiste visitarme?

La sirena te mira con los ojos muy abiertos, como si asimilara todo lo que acabas de decirle. Acto seguido, se lleva las manos al pecho y baja la mirada, feliz. Asiente un par de veces.

—¡Así que es verdad!

Sientes un pinchazo agradable en el pecho. Desearías que ella pudiera hablarte, decirte lo que siente. Pero solo basta con verla a los ojos. Está tan enamorada como tú. Siempre estuviste destinado a Taissa, por eso sentiste esa poderosa atracción en cuanto admiraste su retrato en Moscú. Ella está aquí para salvarte de ti mismo, es la respuesta que viniste a buscar.


Los Noaventureros

Antes de salir a explorar el pueblo envías un largo mensaje de texto a Annika diciéndole que tomarte un tiempo para tí mismo es lo mejor que has hecho, y que te sientes mucho mejor a cuando estabas en Rusia.

Y no solo por el pueblo en sí, piensas, recordando la segunda visita de Taissa la noche anterior. De nuevo fuiste arrastrado a ese mar tranquilo y ella apareció al poco rato, deseosa de abrazarte. Querías preguntarle mil cosas sobre su voz y sobre Isidro Rocafuerte, mas tu mente quedó en blanco al sentir sus brazos y su cola.

Abandonas el hotel con una sonrisa en los labios y cruzas la calle. Caminas entre los bares y restaurantes, buscando el indicado para comer algo delicioso. El que más llama tu atención es uno muy pequeño llamado La mojarrita. Entras y te sientas en una mesa cerca del mostrador. El lugar es bastante modesto, te recuerda a los restaurantes que solías visitar con tu madre cuando tenías ocho años. Tomas el menú que está junto al porta servilletas y lo lees con detenimiento. La palabra que más llama tu atención es "ceviche", suena exótica. Un camarero jóven se te acerca y pides ceviche de camarón.

—Muy bien—dice él—. ¿Gusta algo de beber?

—Hmmm...—bajas la mirada al menú—. ¿Qué me recomienda usted?

—Agua de horchata. La de aquí es muy buena.

—¿Y qué es "horchata"?

—Agua de arroz.

—Suena bien. También quiero eso.

—Se lo traeré enseguida.

Mientras esperas, te dispones a escribirle a tus amigos y enviárles fotos de lugar. Después buscas lugares de interés en la red y te preguntas qué deberías visitar primero: ¿qué tal el Mercado de todos, donde hay un lugar que hace piñatas muy detalladas? O mejor la impontente catedral del Sagrado Corazón.

Al final decides que irás a la biblioteca pública.

El camarero te sirve un rebosante plato de jugo de tomate con verduras picadas y camarones cocidos junto a varios paquetes de galletas saladas. Después pone en la mesa la jarra de agua de horchata y un largo vaso de vidrio. La bebida desprende un delicioso aroma a azúcar morena y canela. No tardas en llenarte el vaso y comenzar a comer. La comida es fresca y un poco picante, mientras que el agua tiene el nivel perfecto de dulzor. Qué bien se come en este lugar, piensas. Cada comida nueva que conoces es excelente.

Terminas en menos de media hora, pagas y pides un Uber en tu teléfono para que te lleve a la biblioteca pública. Cruzas la calle de vuelta al hotel. El auto llega al poco tiempo.

En el corto camino miras por la ventana; a lo lejos contemplas la catedral y un parque. Tomas nota mental de visitar el parque también. Llegas a la biblioteca, donde eres recibido por una bibliotecaria anciana de rostro malhumorado. Le das las buenas tardes sin que ella te conteste. Un tanto incómodo, te diriges a los estantes, donde no hay mucho qué elegir. La mayoría de los libros son académicos o clásicos en ediciones populares. Ya casi te das por vencido cuando, en el último estante, ves que hay una pequeña sección de libros sobre sirenas; hay un par de novelas, una colección de cuentos, un libro científico y tres sobre periodismo. Tomas uno cuyo título llama mucho tu atención: Los Noaventureros. En la portada aparece una foto vieja—quizá de inicios de los sesenta—de cinco jovenes fumando en un barco pesquero de madera. Miras la contraportada, donde te encuentras con una foto reciente del tío abuelo Chilo en el Rocafuerte, de brazos cruzados frente a la pecera de Taissa. La sirena tiene la mirada triste.

"Conoce la impactante historia de Isidro Rocafuerte" se lee bajo la foto "El único sobreviviente de la masacre en el barco Escila a manos de la sirena que volvió célebre Perlas de Medianoche".

Era de esperarse que un periodista quisiera hacer dinero con la historia, mas no creíste que te encontarías con uno de esos libros aquí. Una parte de ti quiere leerlo en una sola sentada, pero prefieres regresarlo al estante. Ya casi llega el fin de semana y Julieta va a contártelo todo.

Sé que no me gustará lo que voy a oir, piensas. No me va a gustar nada.


¿Se refiere a Bustien?

Jinjoo te mira con una leve sonrisa después de darte tu café y tu pan de naranja.

—¿Se encuentra bien?—dice.

—Sí, solo estoy un poco nervioso. Veré a alguien hoy.

—Oh—la chica te guiña un ojo—. Espero que todo salga bien.

Piensas en decirle que no vas a tener una cita, pero prefieres irte a una mesa junto a las ventanas y esperar. Estás muy emocionado por conocer algo de la vida de Taissa, cómo fue que se convirtió en la atracción principal no solo del Rocafuerte, sino de todo el pueblo. Debe haber algo muy fascinante en la historia de la sirena para poner en el mapa a un lugar tan pequeño como Perlas de Medianoche. Miras la pantalla de tu teléfono, reprimiendo el impulso de buscar información en Internet. Si estás aquí es para conocer todo de primera mano, ¿y qué mejor fuente que la sobrina-nieta de Isidro?

Decides sacar de tu mochila el diario de Igor Vistin para continuar con su lectura, aunque ya no tan cautivado como antes. Pasas tus ojos por las palabras preguntándote qué tan cierto es lo que dice. Él no es un genio triste, es un narcicista que se pinta en estas páginas como un poeta amado por todo Perlas, cuando seguramente los lugareños estaban hartos de lo raro que era.

Escuchas la campana de la puerta cuando ésta se abre y sonríes al ver entrar a Julieta. Esta vez solo se hizo una trenza y usa un vestido estampado de gatitos. Ella pide su café en el mostrador y llama a la barista "Ginny" en vez de Jinjoo. Esta te dirige una mirada fugaz y luego sigue hablando con Julieta en voz baja. Ambas comparte una risita y Julieta se dirige a tu mesa, sentándose frente a ti.

—¿Son muy amigas?—le preguntas, cerrando el libro de Vistin.

—Sí, nos conocemos de toda la vida. Los padres de Ginny son coreanos, pero ella es tan mexicana como el tequila—baja la mirada a tu libro—. ¿Qué está leyendo?

—Es el diario de un artista muy famoso en mi país. Vino al pueblo el verano pasado, quizá lo hayas atendido alguna vez.

—Oh, ¿Se refiere a Bustien?

—Vistin. Sí, a él.

Julieta hace una mueca.

—Ese sujeto estaba obsesionado con la sirena, muy muy obsesionado. Una vez gritó que la sirena necesitaba ser libre e intentó romper el cristal con una silla. Por supuesto no logró nada y lo vetamos del lugar. Pagó todos los daños. Se veía que era de mucho dinero.

—Creí que era más tranquilo.

—Sí, al principio yo también—tomó el libro—. ¿Así que escribió todo lo que hizo aquí? ¡Qué locura!

—No, en realidad no. En estas páginas todo es calmado y maravilloso. Una mentira tras otra. Vine a este pueblo inspirado por él y ahora me siento muy decepcionado.

—Me imagino. Bueno, ya conoces el dicho "nunca conozcas a tus héroes" aunque en este caso sería más como "nunca conozcas detalles de las locuras que han cometido tus héroes en pueblitos costeros" o algo así.

No puedes evitar reír.

—¿Puedo echar un vistazo?—te pide Julieta—. No sé ni una palabra de ruso pero me imagino que hay muchos dibujos.

—Sí. Dibujos, fotografías y pinturas—le entregas el libro—. Está más loco que una cabra, pero tiene mucho talento.

Julieta hojea el libro con curiosidad en la mirada.

—Tienes razón, es muy talentoso—la ves llegar a las últimas páginas, las cuales todavía no has leído—. ¡Oh por Dios, estoy aquí!

Señala una pintura del interior del Rocafuerte; aparecen mesas llenas, la barra y las camareras atareadas con charolas en sus manos. Julieta está tras la barra, sirviendo tragos.

—¿El lunes podría traer este libro al bar, por favor?—te pide—. Creo que mis compañeras van a soprenderse tanto como yo.

—Sí, por supuesto.

—¡Yuyu!—exclama Jinjoo desde el mostrador—. ¡Tu pedido!

¿"Yuyu"?, piensas.

—Yo te invité aquí, así que yo pagaré—dices, poniéndote de pie, pero Julieta niega con la cabeza.

—Está bien. Me compras algo ya que estemos afuera, ¿va?

—De acuerdo—contestas, volviendo a tomar asiento.

Julieta regresa tras un momento con una enorme malteada de fresa en las manos.

—Entonces, señor Ivanov...—dice Julieta.

—No tienes que ser tan formal, llámame Leo.

—Está bien, Leo. ¿Listo para escuchar la historia de Isidro Rocafuerte y la sirena?

—¡Sí, adeltante!

Julieta da un sorbo a su malteada.

—Hace ya 45 años, mi tío abuelo y sus amigos fueron a pescar como de costumbre. Era un día muy bonito y...

Glauco los maldijo

Era una tarde soleada de 1945. El entonces joven Isidro Rocafuerte, de 25 años, estaba a bordo de su barco pesquero junto a otros cuatro hombres de su edad. El barco, llamado Escila, era pequeño y de madera. Para entonces el pueblo aún no era invadido por los enormes barcos comerciales y la mayoría de los pescadores eran artesanales. Isidro y sus amigos eran pescadores por la mañana y camareros por la noche. La pasaban bien en ambos empleos aunque fueran monótonos, pues estaban los cinco juntos. Tenían una vida sencilla en el pueblo y, a diferencia de los demás hombres jóvenes, no les apetecía irse a ciudades grandes y empezar de nuevo. Tenían lo que necesitaban en Perlas de Medianoche, ¿para qué irse de ahí? Por esa forma de pensar, los mayores y las mujeres solían llamar a este grupo los Noaventureros.

Aquel día la pesca no marcha bien, pues en más de tres horas no habían conseguido ni la mitad de su cantidad habitual. Franco, el mejor amigo e intérprete de Isidro, miró la red casi vacía con fastidio y guardó los peces mientras que otro noaventurero, Germán, volvió a bajar la red. Isidro los contempló sentado en el suelo de la cubierta, con un cigarrillo en la mano. Siempre estaba de buen humor, incluso en los días que parecían malos. Él creía muchísimo en los dioses griegos y estaba convencido de que Glauco no tardaría en bendecirlo como en cada día de pesca. Siempre lo hacía, a veces temprano, y a veces tarde. Franco solía decirle que se dejara de estupideces, que no existían los dioses y si lo que Isidro creía era verdad, entonces habría pruebas.

"Pues las sirenas lo son, imbécil" respondía Isidro en lenguaje de señas"¿Por qué crees que hay sirenas en el mar? Son descendientes de Glauco, por eso tienen cola de pez como él".

Gabriel, el tercer pescador, estaba parado junto a Isidro, bostezando a cada rato. El día de ayer tuvo doble turno en el Rocafuerte y no había dormido prácticamente nada, mas nunca se quejaba. Era en parte por eso que Isidro los apreciaba tanto: eran trabajadores y no se ponían a lloriquear como el resto, quienes veían a Perlas como si fuera poca cosa y terminaban fracasando en la Ciudad de México o tratando de cruzar hacia Estados Unidos. Gabriel terminó sentándose tras un momento y tomó la libreta y el bolígrafo que estaban en el regazo de Isidro, para disponerse a escribir. Tras unos cuantos minutos, le regresó la libreta abierta:

"Creo que hoy será nuestro primer día malo" escribió.

"Nunca hemos tenido un solo día malo" respondió Isidro con su redonda caligrafía "Y si al final de la tarde sigue sin irnos bien, entonces te invito un cóctel grande de camarón el sábado".

Gabriel sonrió.

"Eso espero, Chilo".

—¡Oigan! ¡OIGAN!—exclamó el último miembro, José María, estremeciendo a sus compañeros—. ¡VEAN LA RED!

Todas las miradas—excepto la de Isidro—se clavaron en la red, que se movía como loca. Gabriel tomó a Isidro del brazo y le señaló la red. Isidro sonrió ampliamente, y, sin perder tiempo, corrió a subirla mientras el resto la veían emerger, expectantes. Nunca había sucedido algo así. Isidro volvió con sus compañeros ya que la red estuvo en cubierta. Vieron largos mechones de cabello pelirrojo y algas entre la considerable cantidad de peces, además sobresalía una enorme cola verde. Esta criatura no se movía. Los pescadores intercambiaron miradas, primero perplejos y después de lo más contentos. ¡Tenían en su poder a una sirena, el animal marino más cotizado en el mercado!

—¿Estará muerta?—preguntó Franco.

—No lo sé—respondió José María.

—¿Quién se acerca a comprobarlo?—cuestionó Germán.

Isidro, totalmente ajeno a esa conversación, miraba la cola de la sirena con los ojos muy abiertos, agradeciendo para sus adentros una y otra vez a Glauco, quien esta vez fue aún más generoso que de costumbre.

—Iré yo—dijo Gabriel poniéndose de pie para después sacudirse los pantalones—. No puedo creer que sean tan miedosos.

Caminó a la red sin un solo asomo de horror en los ojos y quitó los peces que cubrían a la sirena, revelando un rostro angelical de grandes ojos dorados y unos pechos pequeños que no subían y bajaban. Gabriel acercó el dedo índice y medio al cuello para comprobar la circulación y fue entonces que el monstruo liberó las garras en una de sus manos y se las encajó en el pecho. Isidro se puso de pie rápidamente, viendo a sus amigos alejarse lo más que podían de la criatura. La miró encima de su amigo, mordiéndole el cuello y después desfigurando su rostro a zarpazos. No pudo evitar orinarse del miedo ahí, pasmado, seguro de que al final no quedaría ninguno de los Noaventureros con vida. Los demás, tras reunir algo de valor, fueron por cuerdas y cuchillos. Al carajo con hacerse millonarios, ahora su prioridad era sobrevivir. Franco entregó un cuchillo a Isidro y, junto a José María y Germán, lograron someter a la sirena no sin recibir profundos rasguños en el proceso. El monstruo se retorció, gimiendo y mostrando sus filosos dientes.

Fue entonces que empezó a cantar.

Isidro, por supuesto, no se dio cuenta de ello hasta que vio a sus amigos perder el juicio tras unos segundos; Germán y Franco se clavaron los cuchillos en el cuello y José María se cubrió los oídos. Entre los dedos empezó a escurrirle más y más sangre, tiñendo su blanca camiseta. Isidro sabía que las sirenas tenían cantos maravillosos, mas no letales. ¿Acaso esta era de una especie desconocida?

Su instinto de superviviencia le dictó fingir, cortarse las palmas de las manos y cubrirle las orejas tal y como José María, conteniéndose de llorar y correr hacia él y abrazarlo. Luego de unos segundos se dejó caer sobre la cubierta con las palmas hacia abajo. La sirena, tras comprobar que todos estaban muertos, esbozó una leve sonrisa y tomó el cuchillo que estaba más cerca para empezar a cortar sus ataduras. Isidro nunca había sentido tanto miedo en su vida; esos ojos amarillos relucían como las llamas del infierno, llenos de odio y placer en partes iguales. Miró a la sirena arrastrarse con cierta dificultad, más débil que al principio. Tal vez el costo de tan maravilloso poder era la fuerza y energía, por lo que Isidro aún tenía oportunidad de vivir.

La sirena avanzó un poco, perdiendo a Isidro de vista. Fue entonces que él tomó su cuchillo y corrió hacia ella, enterrádoselo en la cola. La criatura volteó a verlo y abrió la boca lo más que pudo. Sus mejillas brillaban por la lágrimas. Isidro la tomó del cabello y la arrastró de vuelta a la red, dejando un rastro carmesí por la cubierta.

Vete a la mierda, Glauco, pensó Isidro apretando los dientes. ¿Por qué nos mandaste a la más letal de tus hijas?

La sirena se debilitó todavía más por la pérdida de sangre. Isidro la tomó en brazos, sorprendio por lo ligera que era, y, antes de atraparla en la red, se quitó el pañuelo que él tenía atado al cuello y la amordazó. Miró alrededor, y sus ojos se llenaron de lágrimas ante los cuerpos de sus amigos y el baño de sangre. Miró uno de los cuchillos en el suelo y se arrodilló para recogerlo, apretándolo con la mano temblorosa. Nada le daría más gusto que acabar con la existencia del maldito ser que mató a sus amigos de toda la vida.

Miró a la sirena a los ojos, poseído por la ira. Ahora era ella quien lo miraba con horror.

Isidro levantó el brazo, listo para apuñalar el cuello, pero se detuvo en el aire.

No, matarla de esa manera no sería justo. Ella tenía que sufrir.

Pensó en el bar de su hermano mayor, el Rocafuerte, donde trabajaba junto a los Noaventureros. Ahí había una pecera enorme llena de pececitos de colores. Podrían reforzarla y ponerla ahí, su hermano era amante de los animales exóticos y nada le gustaría más que poder exhibir a una sirena. Eso sería una grandiosa atracción.

Decidido, el pescador tiró el cuchillo al suelo y cayó de rodillas, para llorar con todas sus fuerzas.

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