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Bailando lento en la oscuridad

También es de noche en ese océano donde nadas de vez en cuando al irte a dormir. Las aguas oscuras son más frías que de costumbre y te sientes perdido en su inmensidad.

—¿Taissa?—dices sin dejar de avanzar—. ¿Dónde estás?

De vez en cuando te encuentras con peces de colores neón que brillan como si se hubieran tragado un foco. Te preguntas si éstos en verdad existen o son producto de tu cada vez más rica imaginación.

Probablemente lo segundo, piensas.

Te gustaría que Taissa fuera un poco más abierta contigo, que te arrastrara a los confines de su mundo. Han de existir infinidad de peces y criaturas que los seres humanos aún no han descubierto, y quizá así sea hasta el fin de los tiempos. Sonríes, feliz de la suerte que tienes. Han de ser muy pocos los hombres destinados al amor de una sirena. Solo es cuestión de tiempo para que, poco a poco, Taissa te muestre más de sí misma y de su vida antes de la masacre en el barco Escila.

Contemplas a un pez color dorado y a otro verde danzando uno muy cerca del otro. Ambos dejan un camino de luz. Cuando por fin se tocan, el brillo que producen es tan intenso que te ciega. Parpadeas varias veces, y, una vez tu vista se enfoca, miras a la sirena a poca distancia de ti. Sus ojos, cabello y las manchas en su cola refulgen como estrellas. Ella, sonriente, nada con timidez hacia ti. La recibes con los brazos abiertos, dejando que su cola se enrede en tu pierna como de costumbre. Los delgados brazos de Taissa te aprietan con suavidad y te embriagas con ese mismo aroma que emanó ayer cuando Fercho la sacó de su prisión.

Solo es cuestión de unas cuantas horas para que vuelvas a verla en la vida real. Los dos totalmente solos.

Taissa se mueve de un lado al otro, guiándote en un suave vaivén. Mientras bailan, aparecen más y más peces y también estrellas. El fondo del mar se convierte en una galaxia donde ella y tú son el centro.

Cierras los ojos y besas su frente. En cuanto lo haces, dejas de sentir su cola. Perplejo, la miras a los ojos, pero ya no es ella. Lena ha ocupado su lugar.

—¿Sigues roto?—te pregunta, inexpresiva.

Despiertas de golpe, temblando y empapado de sudor. Te tomas unos minutos para tranquilizarte. Coges tu teléfono y miras la hora. Son las nueve cuarenta de la noche. Despertaste apenas cinco minutos antes que tu alarma.

¿Por qué Lena apareció en el mar?, te preguntas para tus adentros, poniéndote de pie. Ese lugar es solo tuyo y de Taissa. Tal vez Lena apareció porque el mar es una parte de tu mente y ella uno de tus recuerdos. Lo mejor que puedes hacer es esforzarte por olvidarla. Estás seguro de que conforme pase el tiempo y tu relación con Taissa sea más profunda Lena desaparecerá casi por completo.

Ya más animado, preparas tu mochila para después irte a tomar una ducha.


Amar en vela

Enciendes las luces del Rocafuerte con las manos temblorosas. Tu corazón late como loco y no puedes dejar de sonreír.

—Por fin—musitas, guardando las llaves en tu mochila. Vas a la pecera donde la sirena sigue durmiendo. Ella esboza una leve sonrisa cuando te acercas, quizá está soñando contigo. Sin perder el tiempo, vas por una silla y la dejas a su lado. Después apuras el paso al almacén y tomas el frasco para uñas, su alimentos y la piscina inflable, la cual arrastras cerca de la pecera.

Nada de agujas, piensas, dejando los frascos en la silla.

Tomas asiento en el suelo, abrazando tus piernas y posando el mentón en las rodillas. Solo basta contemplar a Taissa unos segundos para llenarte de paz.

—Lamento haber arruinado nuestro sueño de hoy—susurras—. En serio no sé qué pasó conmigo.

La sirena abre los ojos lentamente y se estira con pereza. Escanea todo el lugar en busca de otra persona, más no hay nadie más. En cuanto se percata de eso, te mira con los ojos muy abiertos.

—Solo tú y yo—le dices—. ¿No es genial?

Taissa asiente varias veces, emocionada.

—Voy a sacarte de ahí.

Tu corazón no tarda en acelerarse tal y cuando llegaste. Esto significa mucho para ti y también para Taissa. No solo porque podrá tocarte, sino porque estará fuera de la pecera sin que ningún paralizante le impida moverse. Te pones de pie y abres la pecera. A diferencia de ayer, en este momento no te invade el temor. Metes ambos brazos al agua helada y te estremeces cuando Taissa rodea tu cuello con sus brazos. Su piel es gruesa y muy suave. Pasas un brazo sobre sus hombros y con el otro la tomas de la cola. Tal y como te dijo Fercho, es muy ligera. No necesitas esforzarte mucho para sacarla y dejarla sobre la piscina. Te quedas arrodillado junto a ella, embelesado por lo feliz que se mira.

—Lamento haberme tardado tanto en sacarte de aquí aunque sea por un rato—le dices, tomando su mano. Ella la aprieta con suavidad—. ¿Por qué no se me ocurrió esto antes?

Taissa te acaricia el dorso de la mano con su pulgar y niega con la cabeza, como diciéndote que no te preocupes por eso. Su cabello y su cuerpo no tardan en secarse, pero sus ojos siguen humedecidos.

—¿Estás...estás llorando?—le secas una lágrima con tu mano libre. En su rostro hay una expresión de pura felicidad—. Oh...Taissa...

La sirena te abraza, sollozando. Su voz es dulce y muy delicada. Tú le correspondes con ternura, sintiéndola más frágil que nunca. Se quedan un tiempo así: tu cuerpo caliente junto al suyo, frío y hermoso. Sus lágrimas ardientes caen en tu cuello y parte de tu hombro. Su olor salado es más intenso que el de los seres humanos. Se separa de ti despacio, ya más tranquila.

—Ahora voy a quitarte la mordaza—le dices, pasando un dedo por sus labios. Taissa asiente y se acomoda su larga cabellera sobre uno de sus hombros. Gateas hasta quedar detrás de ella y luego te sientas con las piernas cruzadas. El pequeño candado se abre en cuanto pones la combinación y le retiras la mordaza despacio para luego dejarla en el suelo. Vuelves a acomodarte frente a ella. La miras acariciarse las mejillas y los labios, incrédula.

—Ya está. ¿Cómo te sientes?—le preguntas, y ella toma tu mano y la pone en su pecho, en el lugar del corazón. Sus latidos son todavía más apasionados que los tuyos.

—Me alegro que estés bien—dices—. Tengo un par de cosas para ti, creo que van a gustarte mucho.

Abres tu mochila y hurgas en ella hasta encontrar el brazalete de oro y una bolsa de camarones secos que compraste ayer en La Mojarrita. Taissa sonríe al percibir su aroma.

—Investigué lo que puedes comer y lo que no—dices abriendo la bolsa—. Esto no te hará daño. Quería traer algo fresco, pero temía encontrarme con alguien en el camino.

Le entregas la bolsa a Taissa después de abrirla. Sus manos tiemblan y su estómago ruge con anticipación. Pasa los siguientes dos minutos comiendo un camarón tras otro, ronroneando como un gatito. Acaricias su largo cabello, contento de haber hecho lo correcto. Cuando termina de comer, Taissa se pasa la lengua por los labios y después toma tu mano para darle un beso en el dorso.

—También te traje esto—dices, mostrándole el brazalete. Se lo pones en la muñeca izquierda con delicadeza y ella contempla la joya con los ojos abiertos a toda su expresión.

—Me gustó para ti desde que la vi—sonríes. Taissa te toma de la mano y la frota en su mejilla, volviendo a ronronear.

—Taissa...—musitas—. Lamento lo del sueño de hoy. Puedo...puedo explicarlo.

Ella te clava su mirada sin soltar tu mano. Se muerde el labio inferior.

—¿Viste a la mujer que apareció ahí?

Taissa asiente.

—Se llama Elena. Ella fue parte de mí historia, pero ya no. Debí contártelo antes.

Taissa asiente, y te invita a continuar con un gesto.

—Verás, yo no soy como la mayoría de los hombres, hay algo que me impide tener una relación plena con una mujer. Lena fue uno de esos intentos, me dejó a los dieciocho años. Todo empezó cuando éramos niños...

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