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Palacio ducal

Recámaras del duque y la duquesita

Varias horas después, la duquesita se despertó a raíz de una pesadilla. Salió de la cama intentando ponerse en pie para apoyar el tobillo resentido, de a poco fue caminando hacia su alcoba para ponerse el camisón y el salto de cama. Aunque sentía el tobillo con molestias, quiso moverlo para que se acostumbrara de nuevo al movimiento normal de todos los días. De otra manera y si sentía que no lo veía normal, sabía bien que Patrick iba a llamar al médico para revisarlo.

Con cuidado bajó las escaleras de a un escalón a la vez, sujetándose de la baranda y de la pared. Se dirigió con paso firme a la oficina de su esposo pero no lo vio allí, y dedujo que estaría dentro de la biblioteca.


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Despacho de Patrick

Biblioteca

Abrió despacio la puerta y entró, lo encontró dormido en el largo sillón pero sentado, recargando la cabeza sobre una de sus manos. Se lo veía muy incómodo.

Elizabeth le acarició la áspera mejilla, él se removió y abrió los ojos.

―¿Por qué no duermes en tu cama? ―preguntó con preocupación y él levantó la vista para mirarla a los ojos―, ya me he puesto el camisón por si te sentías incómodo, o me hubieras pedido que fuera a dormir a mi recámara pero no así, verte dormir aquí.

―¿Qué haces fuera de la cama? ¿Cómo bajaste las escaleras sola? ―cuestionó con inquietud.

―Me desperté por una pesadilla y las bajé sin prisas, y sosteniéndome de la baranda y la pared.

―¿Puedes caminar bien?

―Sí, voy lento pero camino. Siento algunas molestias pero quiero caminar así de a poco se me van las mismas. ¿No dormirás en tu dormitorio? ―interrogó.

Él no le respondió.

―Bueno, iré a mi alcoba, puedes acostarte en tu cama sin problemas.

La joven se inclinó para darle un beso en sus labios pero el duque no le correspondió el gesto. Elizabeth quedó estupefacta y le pidió disculpas por su atrevimiento. Dio media vuelta y caminó hacia la puerta. La voz penetrante y seductora del hombre hizo que se detuviera.

―Se suponía que debía protegerte, mi deber es procurar tu bienestar y tu seguridad, y ni eso puedo hacer ―admitió con dolor.

―No tienes la obligación de hacer eso, no puedes pretender querer estar en todas partes ―comentó dándose la vuelta para mirarlo.

―Te casaste con un duque, y por lo tanto esa es una de mis funciones, proteger a mi esposa y darle la seguridad que merece.

―Hiciste demasiado por mí, sobre todo, hoy.

―Pero no es suficiente, ¿lo entiendes? ¿Has pensado sobre lo de hoy? ¿Lo que podría haberte sucedido si yo no me daba cuenta y no llegaba a tiempo? ―formuló con angustia en su voz y un dejo de rabia también.

―Sí, claro que lo pensé. Pudo haber sido un desastre pero me dejé llevar por el impulso de hacer un bien cuando era posible que estuviera en peligro ―se abrazó a sí misma y puso una mano en su propio cuello.

―La cabeza me estuvo maquinando desde anoche cuando me dijiste el nombre de esa mujer, porque no estaba seguro si era una trampa o solo suposiciones mías.

―Pero... terminó siendo la primera cosa que pensaste.

―Por eso mismo... a partir de ahora, y aunque tú no quieras, irá alguien más contigo, lo que hoy pasó fue una imprudencia por tu parte porque ni siquiera le pediste a Clarissa que te acompañara ―se levantó cuán alto y abrumador era, y ella alzó la cabeza para mirarlo a la cara.

―Clarissa quiso acompañarme pero le dije que no era necesario.

―Si hubiera ido, no habría pasado nada ―contestó tajante.

―Tienes razón... ¿A quién tienes en mente para que vaya conmigo si debo salir?

―¿Quién crees tú? Yo... tu marido, y me importa un cuerno si te niegas o te enojas ―replicó serio y seco.

―No me contestes así porque yo tampoco tenía idea que iba a pasar esto, tampoco deberías sentirte culpable. No puedes controlar todo aunque quisieras y si lo haces, terminaré por dejar de confiar en ti.

―Estás mezclando las cosas. Si lo hago será por tu seguridad. Y te lo repito, donde vayas, iré yo también aunque no me hables en todo el camino ―dijo mordaz.

―Cretino ―habló con enojo.

Elizabeth se dio media vuelta y se dirigió a la puerta para salir de allí. Patrick intentó sujetarla del brazo pero ella le dio una cachetada.

―¿Por qué lo has hecho?

―Porque estás siendo injusto conmigo.

Fue lo último que le dijo y salió de allí.


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Cuarto de la duquesita

Llegó en pocos minutos a su alcoba donde quiso cerrar con llave ambas puertas pero la principal era posible que Clarissa tenía que entrar por la mañana y la contigua, no tenía llave y estaba segura que Patrick había escondido la misma para su propio beneficio.

Se quitó el salto de cama y se acostó. Se sentía cansada y triste por la actitud de su marido. Trató de dormir unas horas más pero concilió el sueño recién bastante tarde por la madrugada.


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Comedor del castillo

Por la mañana, cuando bajó un poco más recompuesta de todo lo sucedido del día anterior, encontró al duque sentado a la cabecera de la mesa desayunando.

―Buenos días ―respondió ella con algo de amabilidad en su voz.

―Buen día ―contestó él bebiendo de su taza de café.

Lemacks no había podido dormir en toda la noche porque se sentía como un bruto y una bestia con ella por haber discutido como lo habían hecho la noche anterior, y porque el perfume de rosas se había impregnado en las sábanas de su cama, y fue una tortura para él saber que su pimpollo rojo no estaba a su lado.

La tranquilidad en el palacio fue interrumpida por dos policías de la Scotland Yard, que se presentaron para hablar con el duque. Elizabeth miró a los uniformados que entraban al comedor donde estaban desayunando y el dueño del castillo se puso de pie.

―Buenos días, milord y disculpe la interrupción, pero... acabamos de encontrar el cuerpo de un hombre en la zona este de la ciudad, tenía datos personales de usted y su esposa ―fijó la vista en ella y la saludó con el sombrero.

La boca de Elizabeth quedó seca de repente.

―Sí, conocía al hombre ―admitió con seriedad―. Estaba interesado en hacer negocios conmigo.

―¿Y cuándo fue la última vez que se vieron?

―Ayer, tuvimos un altercado.

El duque no se iba a echar atrás y si era necesario, iba a confesar que él mismo lo había matado.

―¿Qué tipo de discusión? ―cuestionó su compañero.

―Cuando lo cité aquí el día antes de ayer para hablar de negocios, lo encontré bastante interesado en observar con atención a la mujer dentro del castillo.

―¿Está insinuando que...

―Sí, lo que está pensando oficial... Debí batirlo a duelo ―confirmó con normalidad.

―Si no se opone, deberá acompañarnos para tomarle una declaración más extensa, ya que tampoco hubo padrinos, ni nada acordado.

―Lo entiendo perfectamente.

La duquesita reaccionó en aquel momento.

―¿Por un duelo lo llevan preso? ―formuló estupefacta.

―Tiene que declarar, aún cuando hubo duelo, nadie lo sabía ―respondió uno de los oficiales―, ni siquiera hubo padrinos para presenciar dicho lance de honor.

―Yo estaba ahí también.

A pesar de haber hablado, no la tomaron en cuenta por ser mujer. Pero Elizabeth no se iba a quedar de brazos cruzados.

―No compliques más las cosas ―habló él mirándola y ella apretó los labios irritada.


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Hall del castillo

El duque fue llevado por los dos oficiales dentro de la calesa, como si fuera un preso que había cometido un asesinato por placer, cuando en realidad lo único que había hecho era defender el honor de su esposa.

Si con aquel suceso, se debía descubrir todo, pues lo haría. No le importaba más nada. Estaba harta de ocultar su procedencia aunque gran parte de los habitantes de la ciudad y más allá de la misma, sospechaban cosas sobre ella y de cómo había llegado allí, porque el chisme en aquella gran ciudad cosmopolita, corría como la pólvora.

Iba a darles tiempo y cuando lo creería conveniente, se presentaría en el lugar para declarar ella también.

―James, necesito que me digas dónde se lo llevaron.

Milady, no es un lugar para que se presente una mujer.

―No me interesa, lo quiero saber ―exigió―. Que entre a una comisaría no me afectará en nada. Es injusto, todo ―dijo molesta―. No puedo creer que por no haber elegido padrinos para que presenciaran el duelo, pasaría esto. Es un duque y lo hizo por deber.

―Te entiendo, Elizabeth pero milord sabe cuidarse y sabe lo que está sucediendo.

―Aunque lo sepa, yo iré de todas maneras y daré mi confesión, y si con tal de que lo liberen, tengo que contar todo, lo haré ―habló con énfasis y decidida.

El mayordomo la miró con atención a los ojos.

―¿A qué te refieres con contar todo?

―Todo, de cómo llegó Thomas aquí y el porqué tenía mis datos personales también.

―Te vas a exponer.

―Ya me harté de ocultar mi origen.

James asintió con la cabeza.

―En ese caso, te lo diré.


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Departamento de la Guardia Escocesa

Alrededor del mediodía y poco más, la duquesita se apeaba de Etérea en la entrada principal de la policía Scotland Yard, ante la mirada atenta de las personas que caminaban por allí, sin que a ella le afectara en lo más mínimo. Ni siquiera había usado la ropa adecuada para montar y tampoco sombrero, puesto que no le importaba si los demás la veían como una desfachatada. Más le importaba el hombre que estaba allí dentro, llevado injustamente.

Cuando encontró al oficial a cargo de la situación y quien era uno de los hombres que habían llevado a su marido, se dirigió a él y se puso frente al escritorio. El hombre levantó la cabeza y la miró con atención.

―¿Me va a escuchar ahora o pido hablar con su jefe? ―preguntó con seriedad.

―Tome asiento, por favor ―le ofreció la silla frente al escritorio.

―Creo que... no era para nada necesario toda la situación que le hicieron pasar al duque esta mañana.

―Son las reglas y la ley, milady. Ante eso, no podemos hacer más nada.

―¿Ahora sí me escuchará? ¿Va a tomarme declaración? ―cuestionó alzando una ceja mientras lo miraba con desafío―. Porque exijo que lo haga, yo más que nadie sabe la clase de hombre que era ese individuo.

―Aún cuando le tome la declaración, tendremos que proceder a una investigación.

―¿Por cuál motivo? ―Unió las cejas en señal de incredulidad―. No hay pruebas en contra del duque, jamás tuvo problemas con los demás, es un hombre respetable e íntegro, con una reputación intachable. Y por querer salvar mi honor en un momento crucial, sin padrinos, sin elección de armas, nada, ¿abrirán una investigación? ―dijo perpleja―, señor oficial, me parece que si le confieso todo, dejará de querer iniciarla.

―¿Cómo conocía al hombre?

―Si toma nota, se lo contaré y usted podrá decidir.

―Empiece, por favor.

―Supongo que tanto usted como los demás, están al tanto de los rumores que siempre rondaron por el territorio del ducado y de quién era la misteriosa esposa del duque de Covent Garden. El chisme es rápido como la pólvora, así que uno de esos chismes es el verdadero ―admitió con tranquilidad―, provengo de La Rochelle, es un pequeño pueblo agricultor y donde están los campos del duque ―dijo y la cara del oficial quedó bastante sorprendida―, así es, vivía en la finca que es propiedad del duque junto a mi familia, y por cuestiones climáticas, la cosecha de esos campos, casi toda se perdió, por lo tanto, tuve que trabajar por un tiempo en la casa del hombre que encontraron ustedes... Lo que sucedió con ese hombre fue hace dos años atrás y dentro de esa casa era bien conocido por sus empleados, que se aprovechaba de las mujeres cuando tenía oportunidad.

―Se aprovechó de usted.

―Intentó pero no lo logró... Cuando los campos del duque aún continuaron sin dar cosechas, mi padre y él, intercambiaron esquelas durante un buen tiempo, hasta acordar un matrimonio.

―Entre usted y el duque.

―Así es. Durante el año que transcurrió, no nos conocimos, y fue el momento para reanudar las siembras, por lo que a pedido del duque que quería algo floral y nuevo, decidí cultivar rosas, y esa siembra dio su cosecha, y aún la sigue dando. Para el año siguiente, en el actual donde estamos ahora, me casé con él.

―Usted fue una especie de pago ―se frotó la barbilla con el dedo índice.

―Sí pero el pensamiento que tuve al principio de sentirme que fui cambiada por un pago, se redujo a nada cuando me terminé por enamorar de él apenas lo conocí en persona.

―Entiendo...

―No tengo manera de saber cómo terminó por encontrarme, pero supongo que habiendo preguntado a varias personas e investigando más de lo debido, quiso ir por el lado del negocio naviero que el duque tiene y así poder entrar en el castillo.

―Ahora voy comprendiendo más. La cicatriz que tenía en la mejilla, ¿se la ha hecho usted?

―Sí, el día en que intentó propasarse conmigo y no pudo... Cuando nos reencontramos en el ducado, quedé asombrada y confundida. El duque se dio cuenta de todo al instante y decidió cancelar todo tipo de negocios con él.

―¿Y cómo llegaron a la zona este de la ciudad?

―Porque el hombre envió una carta dirigida a mí por una reunión de té, me engañó haciéndose pasar por una mujer y como no conozco todo Londres, fue fácil la artimaña. Cuando llegué al lugar, me lo encontré frente a mí.

―Ya veo... el duque declaró que su mayordomo le advirtió de esa zona, que nadie habitaba allí y por tal motivo seleccionó dos espadas para el inminente duelo.

―Es correcto. Quedé bastante maltrecha antes de que milord llegara.

―Lo veo en su rostro ―respondió y se puso de pie―. Le agradezco la confesión, milady.

El oficial caminó en la dirección contraria, dejándola sorprendida.

―¿Eso es todo? ―formuló perpleja abriendo más los ojos―. ¿Acaso no creyó nada de lo que le he dicho? ―volvió a preguntar levantándose de la silla.

―Sí, pero debo atender otros asuntos.

La cara de Elizabeth quedó sin expresión alguna, quedando confundida y con una incertidumbre que la estaba ahogando.

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