🌹 21 🌹
La Rochelle, Francia
Oficina Postal
Cuando la joven esperaba en la fila junto a varias personas más, un alto hombre había entrado, ensombreciendo los rayos de sol que entraban en el puesto de correos. Todas las mujeres voltearon para mirar con curiosidad de quien se trataba mientras que ella unió las cejas al comprobar que de pronto el interior quedaba apagado. Firmes pasos se escucharon y por el andar, la muchacha supo que se trataba del único hombre que quería evitar. Quedó de piedra cuando clavó los ojos en él porque Patrick se había ubicado a su lado.
―Bonjour, madame ―tenía el tupé de hablarle en francés.
Una mujer mayor detrás de ellos resopló con enojo.
―Si se habrá visto que un noble hable con una criada o al revés ―acotó con sorna.
Elizabeth le negó con la cabeza para que él no le respondiera a la señora, estaba incómoda y no quería que la cosa fuera a más. Quería dejarlo pasar pero Patrick no lo pasó por alto. Se giró a la mujer y le habló con seriedad.
―Que la joven tenga ropa sencilla no la califica de criada, señora...
―Es criada... lo sé, volvió a trabajar en los campos Lemacks, es decir sus campos. ¿Acaso no le da vergüenza hablar con esta mujer? ―preguntó con molestia en su voz.
El duque estalló de la risa.
―No, no me da vergüenza... ―dijo tajante―, las personas de mi finca, son tan familiares de ella como míos, por lo tanto ―aseguró el hombre ya fastidiado de la mujer―, este anillo que ve aquí... señora... ―se lo mostró y habló con énfasis―, se lo he regalado yo, porque es mi esposa ―confesó para ella y para los demás presentes―. Me importa un pepino lo que tenga para decir, así que ahórrese algo más porque no le va a gustar nada lo que le diga ―su voz sonó gélida.
La oficina postal quedó en silencio absoluto y la mujer mayor tuvo que quedarse callada porque había quedado como una ridícula. El único hombre que se atrevió a hablar después de aquella situación fue el empleado.
―El siguiente ―replicó y la muchacha avanzó para ponerse frente al joven.
―Buen día, me notificaron sobre una encomienda que pedí hace cinco días atrás desde Inglaterra ―tragó saliva con dificultad cuando nombró el país de su esposo.
―Los Faber-Castell, ¿verdad? Creo recordar que recibí una misiva a su nombre avisando de esa encomienda, usted misma la pidió desde allí, ¿no es así?
El joven le daba demasiadas vueltas y ella solo quería tener el paquete e irse de ahí sin dar tantas respuestas, porque sabía que Patrick iría a cuestionarle todo y con justa razón.
―Sí, esos mismos, lápices de colores y hojas de dibujo.
―Enseguida iré a buscar el paquete para entregárselo ―comentó.
―Gracias.
La muchacha quedó mirando al frente, ni siquiera tenía la valentía de mirarlo a la cara por miedo a una cuestión de él.
―¿Cuándo me ibas a decir de eso? ―preguntó por lo bajo.
―¿Te molesta que haya comprado lápices de colores y hojas blancas para mis hermanos? ―respondió con otra pregunta en voz baja.
―No... me molesta que no me hayas tenido confianza para decirme sobre eso, como si sería un hombre de mala calaña.
«¿Por qué tenía que venir a poner patas arriba mi vida de nuevo?», pensó Elizabeth.
Estaba bien tranquila desde el momento en que había llegado a la finca y tan solo volver a verlo, desbarajustó todo.
El empleado regresó y le dio el paquete, ella pagó la tasa para sacarlo del correo y pronto salieron de allí ante la mirada atenta de todos los clientes.
La duquesita sabía muy bien que lo que se vendría no iba a ser nada tranquilo. Mientras volvían a caballo hacia la finca, él reanudó la conversación.
―Me molestó de verdad que no hayas sido capaz de decirme en su momento que habías comprado crayones de colores y hojas para tus hermanos... Después de todo son mis cuñados, Elizabeth.
―No tienes obligaciones con ellos.
―Tienes siempre la retorcida idea de que si me dices algo que quieres gastar de más, te diré algo desagradable y por eso mismo, terminas ocultándome todo. Desde esa encomienda hasta que le das algo de tu sueldo a tu familia.
La joven quedó estupefacta.
―¿Has visto la bolsa?
―Sí y también sentí su peso y no puedes mentirme porque con lo que acabo de presenciar, está más que claro ―emitió con énfasis en su voz.
―No gastaba nada de lo que me dabas, así que vi la mejor manera de hacer algo con ese sueldo, darle parte del mismo a mi familia ―afirmó con culpa―. Sé que habértelo ocultado fue un error pero si lo mantuve en secreto fue porque no quería que te terminaras disgustando conmigo.
Se sentía una débil cuando él estaba a su lado, y sabía que era producto de lo que le provocaba cuando lo veía y estaba cerca como ahora mismo. Se sentía vulnerable con él. Una joven frágil que solo esperaba que él la terminara por amar. Y lo peor del caso era que no quería ver lo que estaba frente a sus ojos con total claridad.
―Y pensar esas cosas es lo que te tiene confundida ―declaró con honestidad el duque.
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Campos Lemacks State
Finca
Elizabeth estaba por responderle cuando habían llegado a la finca y Alexandre salió alegre hacia la entrada para ver si su hermana tenía en sus manos el paquete.
―¿Tienes el paquete contigo? ―preguntó emocionado.
―Sí, aquí está ―le regaló una sonrisa y saltó del caballo para acercarse a él.
Fue Val quien se atrevió a esperar al hombre para entrar juntos. Cuando Patrick se acercó, él levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
―Alto ―habló sorprendido.
―Eres un pequeño muy lindo ―dijo el hombre levantándolo en sus brazos y lo alzó haciendo que el niño emitiera una carcajada.
Era la carita de Elizabeth en versión varón y el duque le regaló una sonrisa, haciendo que el niño se la devolviera. Pronto lo puso con los pies en el piso y el pequeño le dio su mano.
―¿Mano? ―cuestionó queriendo que él se la tomara también.
Los dos entraron a la casa sujetos de la mano. A la duquesita casi se le desencaja la mandíbula cuando los vio entrar de aquella manera y al duque no le pasó desapercibido su expresión.
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Granero
Con el transcurso del día, Patrick ayudó a Elizabeth a juntar el heno en bolsas y ponerlas dentro del granero, el hombre se percató de una cama allí.
―¿Quién duerme aquí? ―anunció curioso.
―Yo, la finca no es tan grande para una persona más y por ser la mayor, desde que recuerdo duermo aquí.
―Podría habérmelo hecho saber tu padre para ampliar la finca.
―No queríamos cargar con más deudas ―comentó mientras ataba la bolsa.
―Pero debía saberlo.
―Ya hemos pagado la deuda... ―admitió al tiempo que se miraron.
Los dos sabían bien a qué suceso se estaba refiriendo la duquesita.
―Iré a recoger algo de trigo ―emitió―, y es posible que corte algunas flores.
―¿Quieres que te ayude? ―Se ofreció.
―No, gracias. Prefiero que termines de guardar el heno que queda en la bolsa, si no te molesta.
―No, para nada ―negó con la cabeza también.
Cuando ella salió de ahí, él se giró en sus talones y suspiró con resignación, continuó con lo que su esposa le había dicho y apenas terminó de apilar la última bolsa de heno en un rincón, salió del granero cerrando el portón de madera.
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Campos Lemacks State
La observó no tan lejos de allí mientras recogía rosas rosadas y rojas, las mismas se habían entremezclado haciendo del campo una maravilla a la retina. Incluso el duque quedó asombrado por lo que veían sus ojos, avanzó hacia la zona donde ella se encontraba hasta quedarse detrás de la joven y de a una a la vez cortó una rosa de cada color para ubicarla en el largo de la trenza francesa. Elizabeth quedó petrificada cuando sintió lo que él estaba haciendo y se quedó inmóvil.
―No pensé que ibas a ponerlas en mi cabello. ―Levantó la cabeza para mirarlo mejor.
―Se te lucen muy bien, Elizabeth. He quedado impresionado con lo que has hecho del campo, esto es una maravilla ―confesó observando con detalle todo lo que veía a su alrededor―. Este perfume es el tuyo... y es el que me vuelve loco ―se puso de cuclillas frente a ella mientras que sujetaba entre sus dientes el tallo de una rosa roja.
La muchacha lo vio seductor y las maripositas aletearon en su estómago. Sacó con sus manos la rosa de la boca masculina y la colocó al costado de su cabello suelto. Ella se partió de la risa.
―Así te ves como una damita ―rio entre palabras y él estalló en risas.
―Haces lo que quieres conmigo, duquesita ―confesó cerca de su rostro y tomó una ramita de trigo de la canasta de mimbre que ella tenía.
Se la puso en la boca para entretenerse un rato mientras se sentaba en el suelo con la pierna flexionada y apoyando una mano sobre el suelo y el otro brazo reposaba sobre la pierna flexionada. La joven sacó la rosa de su negro pelo y la colocó dentro de la canasta.
―¿Por qué has venido? ―preguntó sin mirarlo.
―No pude esperar tanto tiempo... sé que te he dado una semana pero me fue imposible ―sostuvo la ramita y la mordisqueó de nuevo.
Elizabeth no le respondió, juntó un ramillete más de rosas, y se levantó junto con la canasta para salir del campo de rosas y caminó hacia la finca.
―Siento que no respetas el espacio que me dijiste que me ibas a dar aquí... una semana me diste y sin embargo un día después de que yo esté aquí, apareces.
―No pensé que ibas a decirme algo así, Elizabeth ―quedó sorprendido ante sus palabras―. Tampoco creí que te asfixiara, cuando anteanoche frené el carruaje y entré para darte el beso, estaba más que tentado en irme contigo, pero te dejé ir.
―Tenías que haberte quedado en el ducado, es lo que te corresponde, Patrick ―respondió seria girándose para mirarlo a los ojos.
―Me corresponde estar en el mismo lugar donde se encuentra mi esposa.
La muchacha se dio vuelta sin decirle nada para continuar su camino hacia la casa.
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Finca
Los dos entraron ante la mirada atenta de sus padres y sus hermanos.
―Eli, ¿me ayudas con las cuentas de la tarea? ―cuestionó Alexandre cuando la vio.
―Sí, deja que ponga la canasta en un rincón y te ayudo con la tarea.
―¿Quién te ha puesto estas rosas en el pelo? ―formuló su madre.
―Patrick ―contestó por lo bajo cuando estaban en la cocina.
―De verdad que te quedan preciosas en el cabello. Y me alegro mucho que él este aquí, contigo ―afirmó al observarla.
―No me des vuelta la conversación, mamá. Sé bien lo que me intentas hacer y no lo lograrás ―replicó con algo de molestia en su voz.
―Estás dando demasiadas vueltas y estoy segura que ya sabes bien lo que sientes por él y no lo vas a reconocer tan fácil ―admitió y su hija se quedó callada.
Entre las tres mujeres prepararon la cena después de que la muchacha ayudara a Alex con las cuentas y luego cuando pusieron la mesa, cenaron en familia. Una hora posterior, todos menos los más pequeños levantaron la mesa y ayudaron a Beth.
―No tienes que hacerlo, no te corresponde ―dijo Elizabeth intentando sacarle de sus manos el plato y el vaso.
―No estoy aquí como el duque, solo como Patrick ―expresó―, ni siquiera con el apellido he venido, solo como el hombre, tu marido. Nada más.
Quiso decirle algo pero se contuvo y le dejó el camino libre para que fuera hacia la cocina donde estaba su madre.
Los niños ya se habían ido a dormir y su hermana también. Phillip les deseó buenas noches, y cuando Patrick salió por la puerta trasera a tomar aire fresco, le dio un beso en los labios a su esposa frente a su hija. Ella se rio por lo bajo y continuó guardando las cosas que habían usado antes. Su padre le dio un beso en la frente y después se retiró a dormir, dejando a ambas a solas.
Fue su madre quien le preguntó sin vueltas de nuevo sobre el tema que habían dejado atrás y tenía un título: el duque.
―Elizabeth, ¿acaso no crees que un hombre como él, rico, apuesto y noble se interese e incluso se arriesgue por una muchacha como tú? ¿Crees que no lo vales? ―interrogó su madre cuando ambas quedaron a solas dentro de la cocina de la finca.
―Sí, lo pienso y muchas veces lo hago, y sé que no es nada común algo así... incluso ha tenido una amante.
―Ay por favor, todos los hombres como él, las han tenido y las conservan aún, eso es más que sabido, que las mujeres se hagan las tontas es otra cosa ―admitió su madre―. Y a tu marido no lo veo como alguien que la siga teniendo. Eso que has dicho no es una respuesta válida, eres sensata y te guías siempre por lo que dicta tu corazón, no tu mente y me extraña realmente que una muchacha como tú, se cuestione a sí misma esas cosas ―expresó con seriedad y regañándola un poco también.
―Tan solo he sido un pago a cambio de otro. Jamás va a amarme y nunca podrá ser mío por completo.
Patrick sin poder evitarlo, escuchó las mismas palabras que una vez su mayordomo le anunció cuando se había presentado a la fuerza su examante en el ducado.
―Puede haber amor en una pareja como la de ustedes, sin importar las procedencias de ambos, sin importar los demás a su alrededor, sin importar nada ni nadie, Elizabeth. Tenlo presente, cariño.
―Si pienso como dices tú y me dejo llevar por lo que en verdad quiero, saldré perjudicada.
―Compartir besos y tener relaciones sexuales con tu marido no es salir perjudicada, Elizabeth ―rio ante su comentario.
―Ay mamá... ―casi se avergonzó de lo que escuchó de la boca de su madre.
―No puedes negarme lo que en verdad yo veo en tus ojos y en la cara que pones cada vez que se miran o cuando él está cerca de ti ―habló seria―, soy más grande que tú y tengo más experiencia... No puedes esquivar lo que te pasa con él, ni siquiera tendrías que privarte de algo así, Elizabeth. Eres bonita, joven, educada, hablas dos idiomas, y tienes un carisma que no se ve en todas las muchachas ―admitió.
―Lo dices porque eres mi madre. Y te faltó algo... soy una joven de campo, criada entre animales y cosechas... ¿Sabes lo que dicen los demás en la ciudad? ―apostilló casi con rabia en su voz―, cerda refinada, llegó sucia y acabó más pulcra que el agua de río. Estoy más que segura que Patrick lo sabe y no debe ser ningún orgullo para él. Ni siquiera para mí.
―Siempre habrá gente así, si tan solo dejaras de preocuparte por el qué dirán, serías muy feliz con la vida que tienes, junto a él ―acarició su mejilla con ternura.
―Nunca podré ser digna de él, no merezco a alguien como él... y es posible que jamás se sienta orgulloso de mí ―expresó con angustia en su voz mientras que se mordía el labio superior de nervios.
El duque entró un minuto después por la puerta de la cocina que daba a la parte trasera de la finca, donde se encontraban los extensos campos de él.
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