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capítulo 2

capítulo 2

Aquella noche no durmió tan bien como hubiera deseado. Se despertaba cada media hora, sudando y con el corazón disparado, golpeando contra su caja torácica, casi como si quisiera salir desesperadamente de ahí. Cada vez que sus párpados se cerraban, unos ojos inyectados en sangre y una sonrisa malvada aparecían frente a ella, así como el siseo de una serpiente, que parecía casi internarse en su oreja. Casi podía sentir sus feroces garras aferrándose a su garganta.

Se vistió con tranquilidad, y anunció a Antígona, quien estaba todavía semidormida, que se adelantaría al desayuno, porque esa mañana se había levantado con un hambre feroz. Hacía tiempo que no tenía tanta, así que decidió aprovechar la situación.

Conforme bajaba las escaleras de los dormitorios, el barullo de la Sala Común empezó a intensificarse. En su mayoría estaban los de primer año, charlando nerviosos, conociéndose entre ellos, con las prisas típicas de hacer amigos, ante el temor de quedarse solos para el resto de los estudios.

—¡Te mereces un castigo!

Detuvo su paso hacia la salida al oír eso, y giró sobre sus talones para encontrarse con Malfoy frente a un delgaducho niño de primero, de aspecto enfermizo casi, con el cabello oscuro y largo. Desaliñado era el adjetivo que más encajaba con él. Estaba encogido ante la imponente figura del rubio frente a él, quien de por sí era alto, frente al pobre chico lo parecía más. Miraba a su alrededor casi con desesperación, buscando algo de apoyo entre sus nuevos compañeros, pero nadie parecía querer intervenir, todos ya sabían quien era Draco Malfoy.

—¿Qué ha hecho? —preguntó Catalina, acercándose a ellos. El rubio se irguió, mirándola fijamente.

—Y a ti qué te importa, Bellarmine. —Hubo una especie de conmoción a su alrededor cuando el chico dijo su apellido, y todos parecieron encogerse asustados, intimidados por la presencia de la chica allí. Habían oído hablar de que en Slytherin estaba la última Bellarmine de dicha familia, pero ninguno la había visto en persona todavía.

Se escucharon murmullos—. No me sorprendería que abusaras de tu nuevo cargo de prefecto. Sabemos que te gusta demasiado el poder, Malfoy. ¿Qué ha hecho? —repitió. Draco bufó.

—Su vestimenta no es apropiada.

Nada más decir eso, los orbes hielo de la chica inspeccionaron el atuendo del niño, y comprobando efectivamente el nudo mal hecho de la corbata, así como los botones de la camisa mal abrochados. Suspiró—. Vístete bien. Eres un Slytherin, no puedes ir de cualquier manera. Dale a tu casa el respeto que se merece —dijo—. Y a ti mismo.

El niño escuchó atentamente sus palabras, erguido, con un cosquilleo extraño en su nuca, cada vez que la voz melodiosa de la chica golpeaba contra sus tímpanos. Enseguida siguió sus instrucciones, arreglando la corbata y la camisa, y tragó con fuerza. Comprobó si la mayor le había visto hacerlo, casi con el deseo de que se sintiera orgullosa de seguir sus órdenes, pero ella ya no lo miraba, tenía su atención puesta en el rubio—. ¿Era tan complicado decirlo así, Malfoy? —chasqueó la lengua—. La tiranía va implícita en tu sangre, parece ser —murmuró, para echar a andar después hacia la salida.

Aquel comentario le dolió más de lo que parecía al chico, que la siguió con la mirada hasta que se perdió por el oscuro pasillo.

El Gran Comedor estaba mucho más vacío esa mañana. Algunos estudiantes adormilados desayunaban, otros leían el periódico... Catalina caminó hacia su mesa, repasando todos los alimentos de aspecto delicioso sobre la madera. Siempre era complicado decidir qué quería de todo eso. Se sirvió un vaso de leche y una porción de pastel de calabaza. Un tomo del El Profeta cayó a su lado. Se lo miró largo y tendido. No era precisamente adepta a leer el periódico. Su vida era lo suficientemente dramática como para leer las desgracias de los demás. Pero la fotografía de Harry Potter en la portada le llamó la atención, así que dejó rápidamente su vaso sobre la superficie, y se estiró para cogerlo entre sus manos;

Harry Potter; el niño que mintió, ¿en busca de más fama?

No era un secreto para nadie —o por lo menos, para nadie que tuviera dos dedos de frente— que El Profeta estaba controlado por nada más y nada menos que el ministro Cornelius Fudge, un hombre que no estaba precisamente en sus cabales en esos momentos. Bien, nunca lo había estado. Su profundo temor a que Dumbledore le quitara el puesto lo había convertido en un perfecto dictador, enmascarado de ministro. Además, se negaba rotundamente a creer en el regreso de Voldemort, y se ponía como una furia solo de mencionarlo. Había convocado un tribunal para expulsar a Harry de Hogwarts, quizá con la esperanza de que, si apartaba al chico del mundo mágico, el retorno del Señor Oscuro sería menos real. Cornelius era el mayor obstáculo en esa lucha.

Bufó con hastío, y dejó el periódico de nuevo sobre la mesa, harta de leer esas sandeces. Cuando terminó de desayunar comprobó su horario; tenía Adivinación con Ravenclaw a primera hora. Recogió sus cosas y se levantó, no sin antes coger una manzana de la mesa, guardándola para más tarde, pues hasta la hora de la comida no volvería a probar bocado, y no había cosa más horrible que su barriga rugiendo en el momento más inoportuno.

Cuando llegó al aula algunos alumnos ya estaban en sus lugares; todos de Ravenclaw. Si por algo se conocía esa casa, además de por su inteligencia, era por su disciplina. Los Ravenclaw eran particularmente responsables, y casi siempre eran los primeros en llegar a las clases y coger los mejores lugares. Su casa, sin embargo, estaba más preocupada en meterse con el resto y destacar su pureza de la sangre, que las notas no eran ni de lejos tan altas como deberían ser.

Saludó escuetamente a algunos compañeros, mientras se sentaba en segunda fila, en silencio. Adivinación no era una de sus asignaturas favoritas, pero tampoco le parecía tan mala como la pintaba el resto. La profesora Trelawney era una persona cuanto menos... curiosa. Sus profecías eran extrañas, y la mayoría creía que solo eran mentiras o historias inventadas, sin embargo, Catalina creía que esa mujer estaba más cuerda de lo que parecía —que no era mucho—, y que había algo de cierto en sus palabras. Siempre se había despreciado la adivinación, a lo largo de toda la historia, pero en tiempos oscuros siempre se recurría a los videntes. Y de hecho se acercaban esos tiempos.

Poco después de llegar Antígona y sentarse apresurada a su lado, llegó también la profesora. Se acercó a su mesa y dejó algunos objetos con nerviosismo, incluso algunos se desparramaron por el suelo, y los recogió patosamente. A veces creía que ella sufría cada vez que tenía que estar frente a ellos.

La clase pasó sin más novedad, entre las mofas de los Slytherin y las reprimendas de los Ravenclaw. Catalina oyó distraídamente a Trelawney, pues Antígona le susurraba al oído la discusión que acaban de tener Blaise y ella antes de entrar en clase. En ello encontró Catalina la razón por la que se había sentado con ella y no con él, quien estaba en uno de los asientos del fondo, junto a Malfoy, quien también la miraba con rencor.

Catalina le lanzó una soberbia sonrisa.

Las siguientes clases se hicieron todo lo amenas que podrían ser las primeras del curso, que a su parecer eran las más pesadas. Además, ese año, desde el principio empezaron a bombardearlos con los TIMOs, lo que definieron como ''lo que determinaría el resto de su carrera estudiantil''.

Para terminar de alegrar el día, la última asignatura sería una sesión doble de Defensa contra las Artes Oscuras, junto a Gryffindor—. Quizá no sea tan mala —dijo Antígona, mientras caminaban hacia la clase.

Los ojos hielo de la morena rodaron, con una amarga sonrisa sobre sus labios—. Si es la misma persona que conocí durante las reuniones, te aseguro que será mejor estar a las faldas del Sauce Boxeador que en su clase.

Blaise apareció para llevarse a Antígona a algún lugar, con la excusa de que necesitaban hablar. El muchacho ni siquiera la miró, pese a tener la penetrante mirada de Catalina sobre su nuca. Se reservó el mencionarle a Antígona que tenían a Umbridge y que no podía faltar. Era suficientemente mayor como para decidir por sí misma.

Se sentó silenciosa en una de las maltrechas mesas de madera, y dejó su pergamino y pluma a un lado, perfectamente alineados. Un carraspeo agudo la sacó de su concentrada labor, y alzó la vista para encontrarse con Granger, que la miraba con una sonrisa suave, con una pila de pergaminos entre los brazos—. ¿Puedo? —preguntó, señalando el asiento vacío. Catalina asintió.

La chica a su lado suspiró ruidosamente, a lo que la morena alzó las cejas, inquisitivamente—. ¿No estás nerviosa? —Catalina alzó aún más las cejas, sorprendida—. Ya, una pregunta estúpida —reconoció la chica. Catalina era alguien que aparentemente no se ponía nerviosa por nada.

—¿Por qué debería estarlo? —inquirió un poco después, consumida por la curiosidad. Hermione miró a su alrededor, y se encogió, mirándola, bajando la voz;

—¡Tenemos a Umbridge! —Esperó expectante a la respuesta de su compañera, pero esta solo pestañeó rápidamente—. ¡Es obvio que el Ministerio la ha traído para tomar el control de Hogwarts!

—Oh —asintió, volviendo a erguirse—. Sí, tienes razón. No lo había pensado de ese modo.

E inevitablemente le nació una preocupación en el pecho. El Ministerio ya había tratado de librarse directamente de Potter, y al no haberlo logrado, habían enviado a su mayor pesadilla, a Umbridge, pero eso ya no se trataba de Potter, también irían entonces a por Dumbledore.

Umbridge cerró ruidosamente la puerta, haciendo que todos los presentes se giraran a mirarla. La pequeña mujer, toda vestida de rosa, tenía sus rollizos dedos enrollados frente a sí, con el mentón alzado y una sonrisa espeluznante en su rostro de sapo. Canturreó silenciosamente mientras se dirigía a su lugar, zarandeando la varita en el trayecto, haciendo que las faldas ''demasiado'' cortas se alargaran y las corbatas mal atadas se reataran bien. Todos guardaron silencio, ante la incertidumbre de cómo era esa mujer. Y aunque la mayoría asumían que tenían al ser más irritante de la tierra allí, había quien todavía albergaba la esperanza de que fuera una buena persona.

—¡Buenas tardes a todos! —saludó, cuando por fin estaba al frente y mirándolos a todos, casi uno por uno. Se escuchó una débil respuesta a su saludo. Ella exclamó, casi como si hubiera sido lastimada—. ¿Así saludáis a vuestra profesora? Me gustaría oíros decir; ''Buenas tardes, profesora Umbridge''. Volvamos a empezar, por favor. ¡Buenas tardes a todos! —La clase gritó prácticamente el saludo. Hermione miró casi atemorizada cómo Catalina no lo había hecho, y miraba su alrededor con las cejas alzadas. Umbridge, todavía con esa sonrisa forzada, la cual le hacía temblar una de las comisuras, le lanzó una fugaz mirada a la chica—. Eso está mucho mejor —felicitó dulcemente—. ¿A que no ha sido tan difícil? Ahora guardad las varitas y sacad las plumas, por favor.

Se miraron unos a otros, con la impresión de que aquella orden no era adecuada, no por lo menos si tenían en cuenta para lo que era dicha asignatura. Sin embargo, no dijeron nada, y siguieron la orden. La profesora, de mientras, zarandeó su varita —sorprendentemente corta— contra la pizarra, en la que apareció el nombre de la materia ''Defensa Contras las Artes Oscuras: regreso a los principios básicos''.

—Muy bien, hasta ahora vuestro estudio de esta asignatura ha sido muy irregular y fragmentado, ¿verdad? —inquirió, volviéndose hacia ellos con las manos entrelazadas. Catalina emitió un suave gruñido, que solo su compañera logró oír. No imaginaba que pudiera irritarle tanto una persona—. Por desgracia, el constante cambio de profesores, muchos de los cuales no seguían, al parecer, ningún programa de estudio aprobado por el Ministerio, ha hecho que estéis muy por debajo del nivel que nos gustaría que alcanzarais en el año de los TIMOs. Sin embargo, os complacerá saber que ahora vamos a rectificar esos errores. Este año seguiremos un curso sobre magia defensiva cuidadosamente estructurado, basado en la teoría y aprobado por el Ministerio. Copiad esto, por favor.

Enseguida copiaron lo que apareció en la pizarra. Hermione fue la primera en terminar, y no pudo evitar mirar a su alrededor, comprobando efectivamente que sus compañeros hacían lo que esa mujer les había ordenado. ¿Es que nadie iba a oponerse a esa contraproducente manera de enseñanza? ¿Solo ella la veía incorrecta? Solo ante esas incógnitas se giró a mirar a Catalina, quien tenía la mirada puesta en Umbridge, casi de manera matadora. ¿En qué estaba pensando? Fuera lo que fuera, sus ojos de color hielo le producían escalofríos. No querría nunca recibir esa mirada.

—¿Tenéis todos un ejemplar de Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard? —La respuesta, nuevamente débil, provocó que Umbridge aspirara por sus dos grandes fosas nasales, con fuerza—. Ceo que tendremos que volver a intentarlo —dijo—. Cuando os haga una pregunta, me gustaría que contestarais ''Sí, profesora Umbridge''.

Repitió la pregunta anterior, y todos respondieron tal y como ella esperaba. Catalina de nuevo permaneció en silencio.

La primera media hora se dedicaron a copiar y leer, solo se oía en el aula el rasgar de las plumas contra los pergaminos, y algún que otro susurro, que Umbridge se apresuraba a atropellar con un sonoro escupitajo de aire.

La atención de todos se desvió cuando Hermione alzó la mano, erguida. La meneaba cada pocos segundos, intentando llamar la atención de la mujer, casi desesperada. Catalina alzó las cejas, con una sonrisa burlona en su rostro. Podía imaginarse que aquello no era una duda.

—¿Quería hacer alguna pregunta sobre el capítulo, querida? —El tono con el que dijo eso amedrentó a muchos, más no a la Gryffindor, que se irguió en la silla y cruzó sus manos, en un gesto profesional.

—No, no es sobre el capítulo —dijo, entrecerrando los ojos.

—Mire, ahora estamos leyendo —respondió, entre dientes—. Si tiene usted alguna duda, podemos solucionarla al final de la clase.

—Tengo una duda sobre los objetivos del curso. —Catalina volvió su mirada a la pequeña mujer, con las cejas encaradas y una sonrisa más burlona todavía creciendo en sus labios; adoraba ver el rostro contraído de la pequeña Bola Rosa.

—¿Cómo se llama, por favor?

—Hermione Granger.

—Mire, señorita Granger, creo que los objetivos del curso están muy claros si los lee atentamente —repuso.

—Pues yo creo que no —respondió, sin más, meneando levemente su cabeza—. Ahí no dice nada sobre la práctica de hechizos defensivos.

—Mh-mh —emitió Catalina, un sonido de afirmación. Los diminutos ojos de Umbridge pasearon entre ambas. Sus nervios empezaban a crisparse, todos lo notaban.

—¿La práctica de los hechizos defensivos? —repitió la profesora Umbridge—. Verá, señorita Granger, no me imagino que en mi aula pueda surgir una situación que requiera la práctica de un hechizo defensivo por parte de los alumnos. Supongo que no espera usted ser atacada durante la clase, ¿verdad?

—Aunque pongo eso último en tela de duda... —La voz ronca de Catalina resonó en el silencio sepulcral, y todos se giraron a mirarla sorprendidos por su intervención, que venía desde un principio con un tono mordaz y sarcástico—. Espero no ser atacada en el aula, pero no sé qué puede ocurrir fuera de ella.

—Por favor, levante la mano si quiere hacer alguna aportación durante mi clase, señorita Catalina.

—Bellarmine. Señorita Bellarmine —corrigió, ladeando la cabeza.

—¡¿Entonces no vamos a usar la magia?! —exclamó Ron.

—¡La mano, señor...!

—Weasley —respondió, mientras levantaba la mano. Sin embargo, lo ignoró, mirando durante unos segundos a Potter, para regresar a Hermione.

—¿Sí, señorita Granger? ¿Quiere preguntar algo más?

—Sí —asintió—. Es evidente que el único propósito de la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras es practicar los hechizos defensivos, ¿no es así?

—¿Acaso es usted una experta docente preparada en el Ministerio, señorita Granger? —inquirió, con una falsa dulzura. No le dejó siquiera contestar—. Pues entonces me temo que no está cualificada para decidir cuál es el ''único propósito'' de la asignatura que imparto. Magos mucho mayores y más inteligentes que usted han diseñado nuestro nuevo programa de estudio. Aprenderán los hechizos defensivos de forma segura y libre de riesgos.

—¿De qué va a servirnos eso? —se atrevió a preguntar Harry, en voz alta—. Si nos atacan, no va a ser de forma...

—¡La mano, señor Potter!

Lo ignoró del mismo modo que había hecho con Weasley. También intervino Dean Thomas, dándole la razón a Harry, pero la profesora usó los mismos argumentos. Fue ahí cuando entró en un terreno delicado, asumiendo que un profesor anterior, Lupin, había sido mal profesor. Enseguida saltó Hermione ofendida a defenderlo, así como algunos otros alumnos. Así empezaron una serie de intervenciones a favor de lo que Hermione había empezado, las quejas fueron generales ante la expectativa de la ausencia de la práctica. Algunos pensaban, inevitablemente, en la idea de que ahí fuera podría haber realmente un mal mayor.

—¿Quién iba a querer atacar a unos niños como ustedes?

Harry fue el único que se atrevió finalmente—. Quizá... ¿Lord Voldemort?

Hubo una sorpresa general, incluso Longbottom cayó de su lugar. Catalina se movió para mirar al chico, con los ojos entrecerrados, quedaba a su lado, en la otra hilera de pupitres. Incluso así, su rostro parecía impasible, pero Granger, a su lado, pudo sentir la tensión de su cuerpo.

—Diez puntos menos para Gryffindor. —Silencio—. Y ahora, permítame aclarar unas cosas... —Catalina se irguió en su lugar para observarla, mucho más atenta—. Les han contado que cierto mago tenebroso ha resucitado...

—¡No estaba muerto, pero sí, ha regresado! —exclamó, furioso. Su rostro pálido estaba enrojecido entonces, así como una pequeña vena que palpitaba sobre su frente.

—Como iba diciendo, les han informado de que cierto mago tenebroso vuelve a estar suelto. Pues bien, eso es mentira.

La pelinegra gruñó al oír aquello.

—¡No es mentira! ¡Yo lo vi con mis propios ojos! ¡Luché contra él!

Las casi curadas heridas de sus manos ofrecieron a Catalina un cruel recordatorio de que él estaba más vivo que nunca—. ¡Castigado, señor Potter! —gritó Umbridge con una sonrisa estridente—. Mañana por la tarde. A las cinco. En mi despacho. Repito. Eso es mentira. El Ministerio de Magia garantiza que no están ustedes bajo la amenaza de ningún mago tenebroso. Si alguno todavía está preocupado, puede venir a verme fuera de las horas de clase. Si alguien está asustándolos con mentiras sobre magos tenebrosos resucitados, me gustaría que me lo contara. Ahora prosigamos con la clase.

Y aunque aparentemente todo parecía volver a la calma, Harry se levantó rudamente, tirando su silla a un lado, respirando incluso con enfado.

—Harry. —Catalina también se levantó, y de una única zancada, estaba frente a él, con su pálida mano sobre el pecho del muchacho, con una mirada de advertencia en sus orbes hielo.

—¡No, Harry! —pidió Hermione.

—Entonces, según usted, Cedric Diggory se cayó muerto porque sí, ¿verdad? —pronunció, con la voz temblorosa. La chica podía notar bajo las yemas de sus dedos cómo él irradiaba un calor sofocante, así como temblaba.

—La muerte de Cedric Diggory fue un trágico accidente.

—¡Fue un asesinato! Lo mató Voldemort y usted lo sabe.

—Harry —murmuró entre dientes Catalina.

—Venga aquí, señor Potter. —Incluso después de todo lo ocurrido, el rostro redondo de Umbridge seguía impasible. Aparentemente. El chico hizo caso, pateó la silla en el suelo y sorteó a Catalina, que siguió de pie en medio del pasillo, tensa, con una mirada fría posada sobre la profesora.

Los segundos eternos en los que Umbridge escribía algo en un pergamino, se hicieron pesados para todos. Finalmente, se lo entregó a Harry, y le ordenó dárselo a la profesora McGonagall. El chico lo cogió en silencio, con la respiración alterada y sus orejas todavía rojas de la rabia, y echó a andar por el pasillo estrecho, sin mirar a nadie en específico.

Catalina sin dudarlo se inclinó sobre su lugar, recogió su bolso y se giró para seguirlo—. ¡Señorita Bellarime! ¿Adónde cree usted que va? ¡Si sale de esta aula, estará castigada como el señor Potter!

Emitió un sonido de burla sin siquiera molestarse a girarse, y salió del aula dando un sonoro portazo final. Querría ver a Umbridge intentar castigarla.

—¡Harry! ¡Espera!

El chico detuvo sus pasos abruptamente, y se giró para observarla, con las cejas alzadas—. ¿Qué haces aquí?

—De todos modos, no quería estar en clase —reconoció, cuando llegó a su altura. Le regaló una suave sonrisa—. No puedes dejar que Umbridge te sobrepase, Harry. Precisamente ha logrado lo que quería, hacerte quedar como el loco que evidentemente no eres. Pero si sigues así, solo lograrás verte de esa manera con más fuerza a ojos de los demás.

Él miró durante unos segundos sus ojos. Estaba visiblemente más calmado—. No me importa, ¡todo lo que digo es cierto! ¡Él ha vuelto! ¡Yo lo vi matar a Cedric!

Catalina mordisqueó el interior de su mejilla, con nerviosismo, y paseó la mirada por su alrededor, alejando la sospecha de que hubiera terceros indeseados en su conversación—. Acerca de eso... Yo- —carraspeó. Sintió una especie de nudo seco y fuerte en su garganta. Las palabras prácticamente se le atragantaron. ¿Podía confiar en él? Estaba segura de ello, pero no lo estaba de cuál sería su reacción. Si le decía que efectivamente Voldemort había regresado, y que había estado (o quizá seguía) en su casa ¿cómo reaccionaría? De cualquier modo, no se quedaría callado, él no tenía porqué proteger a su familia, al fin y al cabo. Solo pensaría en intentar destruir a ese ser, posiblemente sin meditar qué ocurriría con sus padres, su hermano, y muy probablemente ella misma, si salía a la luz ese turbio secreto. Harry recurriría a Dumbledore, claramente, y de ahí, todo se desmoronaría. Más todavía, incluso.

Definitivamente no podía decírselo. No podía arriesgarse a que su familia saliera mal parada. No podía arriesgarse a perderla.

Por suerte Peeves, el fantasma más pesado de todo el castillo, apareció y empezó a molestar e irritar a Harry, quien terminó por gritarle a viva voz, de nuevo encendido.

—¿Qué demonios significan esos gritos, Potter? —Se abrió una de las puertas del pasillo, y la elegante e imponente profesora McGonagall apareció tras esta, con un semblante serio. Catalina se retiró rápidamente, desapareciendo tras la esquina. Estaba casi segura de que no la había visto. No tenía ganas de enfrentarse a ningún sermón.

Pocos segundos después la puerta de su despacho se cerró, y cuando asomó vio que Harry ya no estaba allí. Posiblemente le esperaba una dura reprimenda.

Decidió, evidentemente, que no regresaría a clase por ese día. Esa mujer la irritaba de sobremanera, tanto que deseaba usar alguno de los tres hechizos imperdonables.... y era demasiado joven para ir a la cárcel. Todavía.

Así que viendo que aún faltaban un par de horas para la cena, no le quedó otra que volver a su habitación. No podía estar merodeando en esos momentos por los pasillos, cuando supuestamente debía estar en clase. Si algún prefecto, o peor aún, Snape la pillaba, posiblemente tendría problemas. Snape era consciente de que castigarla sería una pérdida de tiempo, esa chica era absolutamente imperturbable —o eso parecía—, y sería perder el tiempo para ambos haciendo eso. Sin embargo, le parecía engorroso tener que enfrentarse a ello.

La Sala Común estaba vacía a esas horas, cosa que agradeció enormemente. Mientras subía las escaleras hacia su habitación, pudo ver a través de los gruesos cristales de los ventanales cómo el calamar gigante nadaba por las aguas del lago con tranquilidad, casi danzando. Si algo bueno tenía su sala, era que estaba bajo el Lago Negro, en el cual habitaban selkies y gindylows, además del calamar gigante. De vez en cuando podían verlos moverse por las aguas oscuras, y para Catalina aquello resultaba un espectáculo precioso. E incluso de vez en cuando se preguntaba cómo debían sentirse allí, puesto que ellos eran libres y ella no, encerrada en ese lugar, o en su casa. No había demasiada diferencia.

Se dejó caer sobre su cama pesadamente. Sin duda, el primer día del año era el peor de todos. Y asumió rápidamente que el de ese año sería el peor de toda su vida estudiantil. Se había topado posiblemente con la que sería la peor profesora de la historia. Incluso prefería al falso ''Alastor Moody'', que pese a ser un criminal, hizo muy interesantes las clases —debía reconocer que el hecho de que usara las tres maldiciones el primer día le gustó tanto que, de ahí, prestó atención todos los días, pese a que ese hombre le diera escalofríos.

No supo cuánto tiempo había pasado, pero un zarandeo constante logró despertarla, y al abrir los ojos Antígona estaba frente a ella, con un semblante serio—. Despierta, queda poco para la cena.

Emitió una especie de gruñido, que aparentemente era una afirmación, mientras se levantaba pesadamente.

—¿En qué pensabas para seguir al loco de Potter, Catalina? —inquirió su amiga, sentada en la falda de la cama—. Umbridge te ha castigado, y si tu padre se entera...

—Umbridge no va a castigarme. —Antígona le tendió un sobre de rosa chillón del cual emanaba un perfume empalagoso que se instaló en sus fosas nasales sin retorno. Lo leyó rápidamente, casi sin leerlo realmente. Tenía que ir al día siguiente a las siete a su despacho—. Oh, pues sí, va a castigarme.

—¿Solo dices eso? —La rubia abrió los ojos, sorprendida—. ¡Te ha castigado por ese imbécil! ¡A ti jamás te habían castigado!

—¿Y qué? —preguntó, mientras quemaba el sobre con la vela de su mesita, y se levantaba sin más—. Es un simple castigo. No es para tanto.

Antígona negó, casi decepcionada—. Es un castigo, por culpa de ese loco.

—No está loco —gruñó.

—¿Entonces le crees? —alzó las cejas—. ¿En serio crees esa tontería de que quién-tú-ya-sabes ha vuelto?

—Sí, creo que Voldemort ha vuelto. —A su amiga se le cortó la respiración al oír ese nombre, y agitó las manos, como si quisiera espantar ese mal—. Y en el fondo tú también lo sabes, ¿si no por qué te alteras al oír su nombre? Total, está muerto, no tiene qué no decirlo —dijo, con mofa—. Lo has notado, en tu padre, ¿cierto? Has notado que todo está cambiando. Él fue- es mortífago, él lo sabe.

Antígona se levantó abruptamente, y se puso frente a su amiga, con una mirada amenazadora. Era mucho más baja que ella, por lo que bajó la cabeza, todavía con las manos recogiendo su cabello—. ¡No digas eso, jamás! ¡Mi padre no es mortífago!

Una risa amarga escapó de los labios de la pelinegra—. No soy yo quien va a abrirte los ojos, Antígona. Eres libre de creer lo que quieras. Si deseas pensar que estoy loca, está bien, no me importa. Pero seguiré defendiendo a Harry, sin importar qué.

Salió finalmente de la habitación dando un portazo. Ya era de noche cuando bajó las escaleras junto a otros compañeros, que igual que ella iban a cenar.

Se sentó silenciosamente en su mesa, y miró a su alrededor con aburrimiento. Algunas miradas discretas y otras indiscretas estaban posadas en ella. No dudaba que el espectáculo que había hecho Harry en la clase de Umbridge era la comidilla del momento, y lo confirmó cuando vio a los tres amigos de Gryffindor, los apodados ''el trío de oro'', salir apresurados del Gran Comedor. Picoteó alguno de los platos, bebió mucha agua, y salió de allí sin más. No tenía casi hambre, de todos modos, y empezaba a sentirse molesta por los susurros de su alrededor. No iba a dejarse llevar por lo que posiblemente buscaba la gente, otro espectáculo. Ella tenía mucha más dignidad que eso.

Se levantó y empezó a caminar por el pasillo estrecho. Su capa ondeaba por la rapidez con la que lo hizo.

—¿A dónde vas? ¿No vas a cenar? —Antígona parecía mucho más tranquila, y la miró preocupada.

—No tengo hambre —respondió.

—Catalina, yo...-

—Buenas noches. —Su voz sonó fría y ronca, y sorteó finalmente el pequeño cuerpo de la rubia. También se encontró en el trayecto a Malfoy, quien le dedicó una severa mirada.

Había resultado un día realmente duro. Lo único que deseaba al final de este era dejar caer su cabeza en la almohada y no despertarse hasta el día siguiente

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