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37 - Segunda parte


Nota: este símbolo (») indica que el personaje sigue hablando. Se usa en los libros, por si no lo han visto.

37 - Segunda Parte.

Cuando el jet aterrizó, sí estaba lloviendo fuertísimo. Era un aguacero de esos que caían con agresividad y producían frío.

También estaba entrando la noche, por lo que el piloto dijo que no era recomendable volver inmediatamente, que lo mejor sería esperar hasta el día siguiente.

El tipo estuvo hablando un momento con Aegan a solas. Cuando Aegan regresó me dijo que nosotros iríamos a la casa y el tipo iría al pueblo a un hotel.

Tuvimos que bajar del jet con unos impermeables puestos. Lo primero que pisé fue tierra mojada. El cielo era un manchón gris y negro. En ese sitio el aire olía diferente. No olía a Tagus, ni a la misma vida de siempre. Alrededor era libertad absoluta, árboles, terrenos, sonidos nocturnos, lluvia y la ligera esencia del mar cercano.

Avanzamos por un caminillo. Nuestros pasos chapoteaban y nuestros zapatos se llenaban de barro. Una estructura rodeada por muros se veía a cierta distancia. Alrededor de ella no se veía ninguna otra casa o sitio en donde pudiera haber otra persona.

Mientras nos dirigíamos a la casa, Aegan me explicó que ahí viviría, que el pueblo quedaba a tan solo cinco minutos y que no me faltaría nada porque habían hecho un arreglo de pagos anticipados con una tienda para que me surtiera de alimentos. Dejó claro que no podía decirle mi nombre real a nadie, ni tampoco el de Jude Derry. Dijo que podía usar cualquier otro nombre y que podía interactuar con la gente, pero que debía tener cuidado.

Le pregunté cómo sabría cuándo regresar. Dijo que aunque no había señal a internet en la casa, él conseguiría la forma de comunicarse conmigo en el momento apropiado. A lo mejor por algún teléfono en el pueblo, a lo mejor por algún mensaje a través de un niño. Como fuera, podía tardar, pero de que llegaría, llegaría.

Y yo le creí. Finalmente, después de intentar destruirlo, después de odiarlo a muerte, le creí.

—Las medicinas necesarias están allí también —agregó él mientras avanzábamos por el caminillo—. Lo enviamos todo hace dos días. Y hay un doctor en el pueblo, por si acaso.

El jet ya se había quedado atrás. Me tiritaban los dientes. La lluvia caía sobre nuestros impermeables.

—No hay caníbales por aquí, ¿o sí? —fue inevitable preguntar.

Es que todo era monte y culebra, o sea.

Aegan ni siquiera respondió de inmediato.

—Seguro que Dios te cuida —se limitó a decir.

Eso no me dejó tranquila, pero bueno, ya no podía escapar de ahí.

—Aegan —dije seriamente en cierto momento—. Mi mamá...

—Nos ocuparemos de que esté a salvo —me respondió al tiro.

—Gracias.

Avanzamos hasta que llegamos a la entrada de la casa. Era un enrejado rodeado por unos muros semi altos de piedras. Aegan sacó unas llaves y abrió. Mientras corríamos hacia la otra puerta vi que la fachada tenía un aire rústico pero acogedor. Era como... una casa de campo para ricos.

Entramos. El sitio no era exagerado, pero sí era más o menos grande. Tenía todo el estilo de campo en cada decoración. El suelo era de madera pulida. Estaba bien equipado: sofás, mesas, lámparas e incluso un televisor y un computador sobre un escritorio. Parecía un buen lugar para pasar unas vacaciones eternas.

Nos quitamos los impermeables en la sala. Los dejamos en el suelo, empapados. Por un instante me pareció que Aegan iba a decirme algo, pero yo simplemente le di la espalda y me fui a recorrer la casa.

A ser sincera, todavía necesitaba procesarlo todo. Era como si todavía yo tuviera que reaccionar a su confesión, pero aún no estuviera segura de cómo.

Me alejé y revisé el lugar: dos habitaciones, dos baños, armario, cuarto de lavado, patio trasero amplio con un jardín precioso pero que justo en ese momento estaba siendo atacado por la lluvia. La cocina tenía una mesa y varias sillas en donde solo yo iba a sentarme...

Me dirigí de nuevo a una de las habitaciones y me encerré ahí. La ventana dejaba ver la lluvia que repiqueteaba sobre cada superficie. Me senté en la cama.

¿Qué sentía? ¿Qué pensaba? ¿Lo odiaba? ¿Tenía que ir y gritarle? ¿Tenía que exigirle más respuestas? ¿Qué? ¡¿Qué?!

Respiré hondo y me dejé caer hacia atrás. Intenté sentirme furiosa. De verdad quería entrar en ese nivel de rabia propio de mí en el que era capaz de ir a soltarle todas las verdades de forma ingeniosa, pero mi voz mental solo decía:

Sí, te utilizó, pero tal vez el propósito fue lógico. Regan y Adrien eran los principales peligros, no ellos tres como habías creído. Tal vez ellos son mentirosos, tal vez sí participaron en el asesinato de Henrik, pero no quieren matarte. Ya todo terminó. Descubriste cosas de ellos que te hicieron darte cuenta de que también son humanos. Te enamoraste de uno y otro te ayudó. Debes ser realista, si Aegan no hubiese querido entregarte las pruebas, no habrías conseguido nada. Él solo es el más inteligente, y justo ahora es la última persona de todo ese mundo que verás en quien sabe cuánto tiempo. A partir de mañana estarás sola, ¿en verdad quieres hacer una nueva guerra? ¿En serio quieres seguir guardando rencor? ¿Puedes?

El punto era que no quería. Y el punto también era que no tenía la fuerza emocional. El último punto también era claro: todos habíamos mentido, ya ninguno tenía la moral ni la posición para juzgar al otro.

Yo ya no quería ser ninguna justiciera. No quería ser una vengadora. No quería ser la chica que hacía valer derechos o defendía al resto. Por primera vez solo quería ser una chica con decisiones simples y sin conflictos mentales.

Y no iba a lograrlo si volvía a llenarme de rabia y de odio.

Tenía que aceptarlo, en cierto modo había perdido, pero también había ganado la verdad sobre Henrik y eso era lo que más había deseado conseguir.

Pasé un largo rato pensando. Fue un rato tan pero tan largo que casi me quedé dormida allí. Escuché la lluvia, me repetí las palabras de Aegan e incluso las de Adrik. Vi de nuevo la fotografía que tenía en mi bolsillo. Rogué para que Artie y Lander se salvaran, y al final, mucho pero mucho rato después, tomé mi decisión.

Salí de la habitación. Habían pasado horas. No se oía más que la lluvia todavía en toda su intensidad. Hacía un poco de frío, pero la sudadera me cubría bien.

Llegué hasta la sala. Descubrí a Aegan sentado junto a la ventana, mirando hacia afuera. A su lado, en una de las mesas, había una botella de ron que al parecer había empezado a beberse desde que llegamos. Sostenía un vaso con el líquido a casi terminar. Lucía pensativo y ausente todavía vestido con ese uniforme de paramédico.

Tomé aire y hablé:

—Creo que tenías que decírmelo al principio. Si lo hubieses hecho, probablemente yo te habría ayudado. Soy impulsiva y sí tenía mucha rabia, pero si me hubieras explicado que Regan, Adrien y Melanny...

El muy estúpido me interrumpió el discurso que había planeado desde hace rato:

—No me habrías creído nada. —Su voz fue seca y tenía una ligera nota de amargura y molestia, pero en el fondo detecté la leve descoordinación que producían varios vasos de alcohol—. Si te lo lanzaba todo de un solo golpe, ibas a pensar que quería engañarte o desviarte, porque la verdad es que no confiabas en mí, me odiabas y no sabías quienes éramos en realidad.

—Sí, pero...

Y volvió a interrumpirme, todavía sin mirarme:

—Tenía que ser así, Jude —aseguró, convencido—. Tenías que ir descubriendo cada cosa poco a poco. Tenías que ir conociéndonos a cada uno, tenías que darte cuenta de lo que éramos capaces de hacer. Tenías que saber sobre Melanny a su tiempo. No había otra manera.

Bueno, sí tenía razón. Mi yo del inicio había llegado con todo, sobre todo cegada por la necesidad de venganza y por lo que había creído durante años sobre la muerte de Henrik. Ahora sabía que ellos estaban implicados, pero ya no podía seguir siendo tan estúpida y culpar específicamente a uno.

—Tal vez los videos lo habrían cambiado todo —argumenté en un intento de demostrarle otro punto—. Mira que al inicio yo pensaba que ustedes eran malos en un nivel parecido al de Hitler, pero luego me fui dando cuenta de que solo son malos en un nivel parecido al Grinch, o sea que tienen un corazón que puede agrandarse o achicarse dependiendo de la situación.

Aegan emitió una risa irónica. Giró la cabeza para verme. La luz de las bombillas realzó el reflejo del alcohol en sus ojos. Noté entonces que sí había bebido bastante.

Recordaba su borrachera en aquel evento de Tagus en el que Adrik tuvo que intervenir, pero esta no se parecía a esa en donde casi había hecho un escándalo.

—Aleixandre te dijo que cumplieras tu plan y lo hiciste —me recordó con un aire de absurdez—. Confiaste en él porque habrías confiado en cualquiera, hasta en una puta mosca, antes que en mí. E incluso después de enterarte de que no solo yo había participado en la muerte de Henrik, querías destruirme solo a mí. —Negó con la cabeza y resopló con molestia—. Yo era la persona menos indicada para mostrarte esos videos al principio.

Lo miré como si no lo entendiera ni un poco, como si una cosa y la otra de repente ya no tuvieran sentido.

—¿Entonces por qué no me hiciste cambiar de opinión? —repliqué de golpe—. ¿Por qué no me demostraste que eras diferente a lo que pensaba?

Aegan hizo una expresión que indicó que las razones eran obvias. Se rio de mi incapacidad para comprenderlo todo al instante.

—Es que eso era lo que te motivaba —señaló como si fuera simple y fascinante al mismo tiempo—. Odiarme, imaginar verme acabado, eran las cosas que te hacían soportarme y seguir. Y yo necesitaba que siguieras tus planes, no que fuéramos amigos o una tontería así.

Eso sí era lógico si analizaba sus objetivos, pero okey, el accidente, los videos y muchas otras cosas habían empezado a cambiar mis perspectivas. No había llegado a la sala para discutir, sino para aceptar mis fallos y aceptar ese punto en el que nos encontrábamos.

Tarde para recapacitar, sí, pero esta en parte es la historia de todos los errores que cometí y cómo fui cagándola cada vez más. ¿Spoiler? Al final dejo de ser así de estúpida.

Intenté explicárselo.

—Siempre concentré todo mi odio en ti porque yo pensé que...

—Porque tú pensaste —enfatizó él junto a un asentimiento— y solo eso: pensaste, supusiste, hiciste teorías. —Sus palabras tenían algo de amargura, de diversión, de ironía—. Pero tú nunca preguntaste, no intentaste averiguar, jamás hiciste lo más lógico, que habría sido darme la cara y decir que eras la hermana de Henrik.

La respuesta a eso siempre estuvo clara para mí.

—Asumí que si te lo decía ibas a hacerme daño —le aclaré con obviedad— que ibas a desaparecerme solo por saber que él no había muerto como hicieron creer que sí.

Aegan emitió una risa parecida a un resoplido. Se levantó del alfeizar de la ventana y se dio el último largo trago del vaso. Lo pasó como un macho pecho cuadrado y frunció los labios para saborear el resto. Lo vi coger de nuevo la botella de ron para servirse otro.

Quedó una sonrisa amplia y extraña en su cara que no era de alegría ni de felicidad.

—¿Quieres saber qué habría hecho yo, el villano que tú creaste en tu cabeza? —me preguntó mientras echaba el líquido en el vaso sin moderarse.

Esperó mi respuesta. Lo cierto es que sí quise saberlo, sí me dio curiosidad.

—A ver —le animé.

Llenó hasta por encima de la mitad y dejó la botella en su lugar. Sostuvo el vaso y pensó un momento, a propósito. Sus ojos tenían el brillo entre juguetón y liberador del alcohol, pero también esa malicia propia de las facciones de su cara. Era algo de lo que, aunque quisiera, no se podría desprender nunca.

—Lo habría aceptado como acepté que ibas a publicar la parte de la golpiza —reveló finalmente con sencillez—. No te habría tocado ni un pelo, no habría intentado desaparecerte, no te habría hecho nada de lo que siempre trataron de hacerme a mí por saber cosas que no debía saber o por ser un puto bastardo.

Me quedó mirando con un aire de: "¿lo ves? Nada de lo que esperabas".

Sentí la necesidad de aclararle un poco mi lado.

—Yo tampoco era tan mala como parecía —repliqué en defensa—. Solo me defendí y respondí a tus ataques. Y sí, pensábamos algo diferente el uno del otro, pero fue porque no nos conocíamos. Lo normal era desconfiar. ¿No crees que, si hubiésemos hablado así desde el principio, habrían cambiado las cosas?

Aegan se encogió de hombros y puso una falsa cara de que no tenía idea de nada.

—No lo sabremos ya —se limitó a decir.

Exhalé con fuerza. Era cierto, ya no lo sabríamos. Solo sabíamos que así estaba sucediendo todo, y que si uno de nosotros quería dar un mal paso, podíamos entrar de nuevo en un conflicto.

—No te entiendo nada a veces, Aegan... —le confesé con algo de estrés.

—Te diré lo que necesitas entender —apuntó.

Y empezó a dar pasos por la sala mientras soltaba aquello con la energía y la suficiencia que solo él podía ponerles a las palabras:

—Sí, yo golpeé a Henrik sin consciencia. Sí, yo oculté los videos. Sí, yo hice mil mierdas malas y crueles y detestables. Sí, yo soy la porquería que quisiste mostrarle a todo Tagus. Soy todo lo que se te antoje, pero no me arrepiento de haber aprovechado la oportunidad para hundir a Adrien y a Regan, porque ellos nos habrían matado a todos en cualquier momento.

Se detuvo frente a mí, entornó un poco los ojos y elevó la comisura derecha de sus labios como si estuviera orgulloso, obstinado, molesto y seguro de sí mismo, todo al mismo tiempo y en el mismo nivel.

—Tienes que entender que yo hice todo lo que debí hacer para que esto funcionara y que finalmente estuviéramos a salvo —me dejó claro en un tono más pausado y tranquilo— y no me importa si me odias toda la maldita vida por eso, porque yo no te voy a odiar a ti.

Se hizo un pequeño silencio entre nosotros.

No me alteré ni nada por el hecho de que hablara en ese estado, de hecho, estaba sonando más real que nunca. Sí me asombró un poco que dijera que no iba a odiarme, pero al mismo tiempo me alivió porque en realidad era cansino tener que estar a la defensiva todo el tiempo y buscar cómo superar sus pasos.

Eso era lo que había decidido.

—Tampoco te voy a odiar, Aegan —le dije en buen plan—. Sí entiendo tu punto, y lo acepto.

Sus ojos se entornaron con una chispeante y felina diversión.

—¿Segura? —preguntó con suspicacia—. ¿No quieres, no sé, buscar un cuchillo y cortarme la lengua?

Negué con simpleza.

—Ya todo terminó, ¿no? —acepté, resignada—. Lo que hiciste... fue a las personas correctas, y era algo que yo también quería. Supongo que al final todo salió como debía salir, incluso de la forma en la que sucedió.

Pues sí, eso había salido de mi boca, señores. Pues sí, no me sentía arrepentida. Pues sí, no se sentía tan mal. Aunque... mi partecita peleona todavía quería desafiarlo un poco y darle una bofetada por usarme como ficha de Monopoly, pero traté de controlarla. Nada de violencia. Había que bajarle a la furia al mínimo.

Él lució satisfecho.

—Me parece bien que no nos odiemos, porque, ¿sabes qué? Admito que tú me pateaste el culo muchas veces dentro de mi propio juego, y eso es jodidamente admirable.

Fruncí el ceño, desconcertada.

—¿Admirable? —repetí como si no pudiera creerlo—. ¿Te parece admirable?

Aegan asintió. Una repentina y brillante emoción surcó su rostro mientras se aproximaba.

—La manera en la que soportaste, como peleaste, como me dijiste todo a la cara sin miedo ni dudas —enumeró con una fascinación nunca antes vista—. ¡Fue hasta épico cuando me golpeaste en el aparcamiento del auditorio!

De verdad no pude creer el entusiasmo con el que lo dijo. Fue extraño pero gracioso al mismo tiempo. A mí esas cosas me habían parecido geniales, pero que le parecieran geniales a él era... asombroso y un tanto genial.

—¿Estás hablando en serio? —no pude evitar preguntar.

Él volvió a asentir como si no hubiera ninguna otra verdad que admitir más que esa. Lo siguiente lo dijo en un tono un tanto adornado como si fueran tiempos antiguos y así se hicieran las cosas:

—Te ganaste mi respeto, Jude Derry, así que yo, Aegan Cash, en este momento, de forma oficial, me quito el sombrero ante ti.

Entonces hizo como si se quitara un sombrero invisible con elegante caballerosidad y luego se inclinó hacia adelante en una reverencia refinada y fluida. La sonrisa encantadora, diabólica y exitosa le dio el toque perfecto.

—Gracias —acepté entre una risa extraña.

Él se enderezó y dio un par de pasos hacia adelante. Me apuntó al pecho con el dedo índice de la misma mano con la que sostenía el vaso de ron. Me retó con esos ojos demoniacos y chispeantes por el alcohol.

—Esa es la verdad —me susurró con un detenimiento confidencial—. Ahora tú dime una sola verdad, Jude. Dime una verdad entre todas las mentiras que también dijiste.

Una verdad...

Pues tal vez no me enojaba saber todo esto. Tal vez no me enojaba su actitud. Tal vez ni siquiera me sentía incómoda, pero la situación de repente me hizo preguntarme qué habría pasado de haberme rendido por sus humillaciones.

Ese odio hacia los Cash que había empezado a desarrollar desde antes de la muerte de Henrik, seguramente habría quedado en mí para siempre, y jamás habría logrado vivir en paz.

Bueno, a lo mejor había fallado muchas veces, pero llegar a ese final, justo a ese momento con Aegan en frente y darme cuenta de que aun así no sentía ganas de arrancarle la cabeza o de verlo sufriendo, era liberador.

También me di cuenta de que no sabía quién era este Aegan que decía que no iba a odiarme ya. No sabía quién era este Aegan que había confesado por miedo a morir. No sabía nada del Aegan real, el que sin duda alguna Artie había descubierto, pero estaba dispuesta a darle la mano si me la ofrecía, justo como dos líderes de dos bandos opuestos que ya estaban exhaustos de tanta pelea.

Y sí sabía una irremediable verdad.

—Creo que eres muy inteligente y que naciste con un ingenio envidiable —le confesé con total sinceridad—. Creo que eres astuto, que tu mente es brillante, que tienes una increíble habilidad para hacer creer que vas perdiendo y salir ganando al final. —vacilé un momento con cierta diversión, pero luego también lo solté—: Y pienso que eres un grandioso jugador de póquer.

Aegan me contempló un momento. A lo mejor buscó indicios de maldad o de burla, pero al no encontrarlos asintió muy lento y luego asintió con seguridad. Se hinchó un poco, orgulloso.

—¿Sí verdad? —preguntó con cierta picardía.

No tenía caso joderle la vida en ese instante.

—Sí.

Alzó la barbilla y amplió la sonrisa al máximo hasta que se le marcaron los hoyuelos. Se le vieron los dientes blancos y perfectos. Sí que tenía una ancha y asombrosa sonrisa de ganador.

—Y también soy muy guapo —agregó, más como invitándome a aceptarlo.

Suspiré y giré los ojos como si no tuviera remedio.

—Sí, eres muy guapo —le concedí.

Asintió, feliz. Después se alejó unos pasos como si quisiera conocer la sala y se tomó un trago. En cierto punto volvió a señalarme, juguetón.

—Tú también eres guapa —me dijo junto a un guiño de ojo.

Lo miré con extrañeza y cara rara.

—¿En serio?

Arrugó la nariz.

—No, era por cortesía porque aceptaste que yo sí lo soy, así que... —admitió como un niño travieso, y se detuvo junto a la mesa en donde estaba la botella—. ¿Quieres un trago para calentarte?

Bueno, ese sí era el Aegan que yo conocía. Y no tenía sentido intentar luchar contra él. Ya hasta me había acostumbrado. No necesitaba que me dijera que era bonita, al menos él siempre había tenido cierto porcentaje de sinceridad sin adornos ni palabras exageradas, y eso era suficiente.

Acepté el trago. Él me lo sirvió en un vaso. No acostumbraba a tomar ron puro, pero el caso lo ameritaba. Además, cuando pasó por mi garganta me dio una chispa de valor y de calor. Fue un tanto vigorizante.

Nos sentamos en el alfeizar como si no quedara de otra que pasar el rato al estilo amigos. Sorprendentemente, el aire de rivalidad disminuyó mientras mirábamos la lluvia caer sobre el patio de en frente.

—¿Sabes? Lo único que me cuesta mucho creer es eso de que fuiste cruel conmigo a propósito para que huyera —le comenté después de un par de minutos de silencio.

Su boca se curvó en una sonrisita cómplice y divertida.

—Sí me caías mal y sí quería joderte la vida —aceptó y alzó la barbilla con cierto orgullo— solo que no contaba con que venías con las tetas bien puestas.

Que usara la palabra "tetas" me hizo escupir una risa inevitable, sobre todo porque podía estar aceptando que yo sí tenía algo de ellas, ¡ja!

Entorné los ojos con suspicacia.

—Ya admite que te caigo bien —le incité.

Él alzó los hombros y curvó la boca hacia abajo. Movió un poco la cabeza, jugando con la respuesta.

—La gente malvada me cae bien —dijo con cierta vacilación. Luego me miró de reojo—. Puede que hasta te haya agarrado cariño como a esos perritos que recoges y cuidas.

—Aw, malévolo cucarachón se puso sentimental —le canturreé.

Aegan emitió una risa tranquila. No pude creer que estuviéramos hablando de esa forma, sin querer patearnos la cara a los dos segundos. Pero sí sucedió, y así estuvimos un rato mientras yo le preguntaba cosas y él me las respondía.

Me contó que sabía que yo había estado en el Sak aquella vez que me persiguieron, porque él había encontrado mi zapatilla en la calle. Me agradeció por no publicar nada de eso, cosa que también había decidido ignorar para que no los enviaran a la cárcel.

También me contó que lo del celular de Melanny, en donde estaban esos audios y mensajes amenazantes de su parte, no era algo que él había planeado. En realidad, esas cosas las había reunido Melanny para tenerlas de soporte en caso de declarar contra él. Melanny siempre había querido quitarlo del camino, ya era obvio que para que tanto Adrien como Adrik y tal vez Regan hicieran lo que a ella se le antojaba, así que la chica probó todos los métodos a su alcance.

Me contó que se había preparado para defenderse en caso de ser acusado. Había guardado un montón de dinero en una cuenta bancaria extranjera a nombre de alguien más y se había puesto en contacto con varios abogados para que cubrieran su caso. En sí, iba con todo al final para salvarse y hundir a Adrien y a Regan.

Hablamos de todas esas cosas por un largo rato mientras bebíamos. Él fue poniéndose más y más ebrio hasta que solté otra pregunta:

—Pero, ¿cómo descubriste que yo era Ivy?

—Tu madre —respondió con simpleza antes de un trago.

Lo miré, perpleja.

—¿Qué?

Él asintió, se relamió los restos del ron en los labios y me observó con los ojos embriagados e incrédulos.

—La visité —explicó—. Le dije que era tu amigo y que iba a entregarle algo que tú le habías enviado. —Soltó una risa juguetona—. Ella dijo: "no sabía que Ivy tuviera amigos tan guapos".

Sí, sonaba a algo que mi madre (la no depresiva, la de Tina) diría, pero aun así quedé atónita. Aegan había estado en mi casa, había hablado con mi propia madre, y ella seguía intacta. Y más impactante todavía: él había guardado eso por bastante tiempo sin alardearlo ni jactarse o burlarse.

¡¿Por qué estaba sacando todo esto justo ahora?! Cuando no sabía cómo demonios reaccionar...

—¿Recuerdas cuando en la fiesta de bienvenida dije lo de las donaciones para el hospital? —mencionó él ante mi silencio—. Era verdad. Ella se ha estado haciendo un nuevo tratamiento, y va muy bien.

Quedé impactada a la enésima potencia por la naturalidad con la que contaba eso.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté, asombradísima.

Aegan pestañeó con incredulidad.

—Hablo con ella.

¿Qué carajos...?

—¿Hablas con mi mamá? —volví a preguntar, casi paralizada y estupefacta.

Aegan asintió, extrañado por mi reacción.

—Sí, me dio su número cuando la conocí. Me cayó muy bien.

Me llevé lentamente el vaso a los labios y bebí un sorbito, sorprendida. Mi madre y Aegan hablaban por teléfono. Mi madre y Aegan se habían llevado bien. Mi madre y Aegan se agradaban.

Ni siquiera me lo pude imaginar en la pequeña y sencilla salita de mi antigua casa, comportándose como el chico perfecto con esa sonrisa escandalosa y esa ropa cara y bien planchada.

Lo miré con toda la rareza del mundo, como si jamás lo hubiese visto en toda mi vida. Ahora estaba mirándose los dedos de las manos como si se le hubiesen transformado en partes de un alien. Parecía un ebrio estúpido.

—No puedo creerlo —pronuncié, boquiabierta—. Eres muy raro a veces, Aegan. Pareces malo y...

—Soy malo —completó con simpleza, y pasó a hacer un gesto pensativo y de reflexión profunda—. Aunque tampoco es que me esmere en ser lo contrario.

De verdad que no pude dejar de mirarlo. Me sentía hiper mega impactada por cada cosa que descubría del Aegan que nunca había tenido intenciones de conocer. A ser sincera habría esperado cosas peores a las que ya sabía, pero estas cosas no eran tan malas...

—Pero, ¿eres malo como me mostraste siempre, o exageraste para que yo te odiara y terminara la venganza? —no pude evitar preguntar.

Aegan entornó los ojos y frunció el ceño, confundido. Pensó un momento y al parecer ser sus propios pensamientos se le liaron. Me observó, desconcertado. Entreabrió la boca para contestar...

Y entonces se cayó del alfeizar. Sucedió en un microsegundo, como si la gentecita que controlaba su coordinación, decidiese apagar el funcionamiento. Por instinto me incliné hacia él para evitar que se fuera de boca, pero todo se descontroló: él se tambaleó, yo le agarré del brazo, se le derramó todo el líquido del vaso, se le escapó de las manos el mismo vaso —que se quebró en pedacitos— y al final ambos quedamos de rodillas en el suelo mientras lo sostenía por debajo de los brazos y él apoyaba uno alrededor de mi cuello.

El momento fue gracioso, y muy pero muy torpe.

—Creo que ya deberías irte a dormir —le aconsejé, reprimiendo las risas—. Estás muy ebrio.

Aegan resopló con exageración y torpeza. Su cabeza se balanceó mientras él giraba los ojos con fastidio.

—No estoy ebrio —defendió con esa voz borracha—. No sigas diciendo mentiras.

Pero sí lo estaba hasta el culo porque eso me lo había dicho a mí creyendo que estaba en otro punto de la sala, así que no le di más largas al asunto.

—Ni siquiera ves bien, no sería raro que ni sepas quién soy. —Intenté impulsarlo hacia arriba para ponerlo en pie y dirigirlo a una de las habitaciones—. Ven, levántate para ir...

Pero Aegan giró un poco la cabeza y sí me miró directo a los ojos en ese momento, lo cual me hizo cerrar la boca de golpe. Nuestros rostros quedaron frente a frente, a pocos centímetros el uno del otro. Pude oler el alcohol en su respiración, pero no lo vi del todo ido, sino más bien perfectamente consciente del tiempo y el espacio en el que nos encontrábamos.

—Eres Jude —me dijo con toda seguridad—. Bueno, te llamas Ivy, pero sé que eres Jude. Tienes los ojos de un marrón claro, pero cuando te enojas se ven oscuros. Tu cabello en realidad es castaño, no negro, ni rojo. Caminas apurada todo el tiempo y frunces las cejas cuando estás pensando mucho. Hablas muy rápido cuando te sientes vulnerable o incapaz de controlar la situación, comes como si no tuvieras fondo, y... —Alzó una mano y con el dedo índice señaló un punto especifico de uno de mis pechos—... tienes un lunar pequeño justo ahí.

Madre de todos los sucesos inesperados.

Me quedé paralizada y lo contemplé con total perplejidad, es decir, con la perplejidad al máximo: boca entreabierta, cejas hundidas, ojos de par en par...

¿Había oído bien o tenía un montón de cera en los oídos porque no me había acordado de limpiármelos? Sí, todo eso acababa de salir de su bocota. Sí, había bebido mucho, pero lo cierto era que eso había sonado consciente y real, tanto que por un instante no supe qué rayos hacer, decir o pensar.

Él esbozó una sonrisa torcida pero divertida.

—¿Ves que sí sé quién eres? —preguntó ante mi estupefacción.

Me salió en un susurro atónito:

—Sí, sabes todo eso. —Pestañeé como tonta, inmóvil—. ¿Cómo...?

Aegan curvó la boca como si fuera algo simple.

—Es que tuve que estudiarte muy bien para intentar ganarte —confesó.

De nuevo no supe qué decirle. Me habría esperado todo, menos que demostrara que conocía esos detalles de mí. Saberlo me hizo experimentar algo muy extraño, algo que ni siquiera comprendí, algo como un removimiento, como si un tercer ojo brotara de mi frente para observar las cosas desde una nueva perspectiva.

¿Este era el Aegan del que Artie hablaba?

¿Este era ese del que ella se había enamorado?

Eso de "como si no estuviera del todo perdido" tuvo todo el sentido del mundo, y si le sumábamos el hecho de que él había actuado con lógica para cumplir sus planes, entonces todo... ¿todo había sido un teatro?

—No eres el monstruo que le haces creer a todos —le murmuré como si acabara de descubrirlo.

Aegan siguió mirándome con esos ojos semi abiertos y embriagados. Lo vi relamerse los labios en un gesto sutil e inconsciente. Luego miró los míos como quien analizaba el lugar al que quería llegar. En silencio, con el sonido de la lluvia de fondo y nuestra cercanía porque todavía lo sostenía, el momento adquirió un aire cerrado como si solo fuéramos él y yo, y sobre todo la posibilidad de...

Me asusté. Me asusté, y me confundí, y todo mi interior activó una alarma de alerta.

Lo solté y me aparté hacia atrás. Aegan se fue hacia adelante y cayó con las palmas y las rodillas en el suelo. Yo mantuve una distancia segura, pero me di cuenta de que el corazón se me había acelerado y de que la boca se me había secado.

¿Iba a...?

Ay, Diositosanto.

Ya habíamos hecho eso antes, sí, pero sentí que esa vez habría sido diferente. Esa vez me sentí nerviosa, y con miedo, como si fuera a ser un contacto real y no falso...

Aegan se tomó un momento para parpadear con fuerza y recuperar estabilidad. Después intentó ponerse en pie, pero falló hasta que entonces solo se desplomó en el piso sin coordinación alguna. Se dejó caer con todo su enorme e imbécil peso y terminó tendido boca arriba en el suelo, con los brazos totalmente extendidos y las piernas estiradas.

En serio era tan grande que hasta resultaba ridículo.

—Creo que voy a dormir aquí —suspiró, derrotado—. A la mierda las camas, a mí nadie me dice en donde acostarme y dónde no.

Abrí la boca para decirle que estaba ebrio y que era estúpido estando ebrio, pero entonces me di cuenta de que ahora sus manos estaban tirando de su propia camisa del uniforme de paramédico porque tenía toda la intención de quitársela.

—¿Qué haces? —le pregunté, confundida.

—Me voy a dormir —resopló con obviedad mientras los ojos se le cerraban y abrían entre la ebriedad y el sueño.

Todavía acostado se las arregló para sacarse la camisa. En cuanto se liberó de ella la lanzó hacia otro lado. Los tatuajes, las horas en el gimnasio y todo eso que constituía su atractiva presencia, quedó a la vista.

Su voz me hizo recordar que debía parpadear.

—¿Sabes que fuimos novios y nunca dormimos juntos? —mencionó él de pronto, ceñudo—. Fuiste la primera novia a la que nunca me follé. —Soltó una risa burlona y torpe—. Jamás le contemos eso a nadie porque dañaría la poca reputación que me queda.

También solté una risa que sonó extraña y nerviosa. Qué idiota.

—Diré que la tienes grande, no te preocupes —le tranquilicé en broma para aligerar el momento.

Él resopló con suficiencia. Me enfocó con los ojos semi abiertos y pícaros.

—No necesitas decirlo, es algo que ya se sabe.

Por un momento tuve la impresión de que iba a desabrocharse el pantalón, pero sus manos se quedaron quietas, una sobre su abdomen y la otra debajo de su cabeza. De forma inevitable ladeé la mía y miré la forma en la que la tela se le ajustaba en ese sitio especifico entre las piernas. No se revelaba mucho, pero sí se veía una protuberancia interesante...

Desvié la vista. Centrada. Centrada. Era Aegan. ¿Qué carajos me pasaba?

—Sí, los hombres tienen una perspectiva muy rara de su pene —comenté con una forzada indiferencia—. Al parecer solo ellos lo ven de un tamaño que nunca es el real. Debe de ser causado por alguna alteración de la vista que únicamente va en el cromosoma Y.

Aegan se rio en un resoplido como si yo ya fuera caso perdido. Luego se rio amplio, ebrio, relajado y derrotado.

—Soy el mejor ex novio falso que has tenido —aseguró con suficiencia— y punto.

Quise soltarle una de las mías, una de las de Jude Pateadora de Imbéciles, pero no me salió nada. Simplemente él cerró los ojos en un silencio profundo, y de pronto yo empecé a darme cuenta de ciertas cosas.

Como que el aire había adquirido el insoportable, caro pero incitante olor de su perfume. Como que estaba sin camisa y vulnerable, cosa que traté de ignorar pero que se me hizo imposible. O como que tenía algunos mechones de cabello desordenados sobre la frente, y las mejillas un tanto coloradas por el alcohol.

Era muy extraño. Era muy extraño todo: que hablara con mi madre sin yo saberlo, que no estuviéramos discutiendo, que hiciéramos las pases, que fuera la última vez que nos viéramos la cara en quién sabía cuánto tiempo, que dijéramos que no íbamos a odiarnos, que él planeara protegerme, que supiera cosas sobre mí que solo pudo haber descubierto mirándome mucho y prestando atención...

No podía perdonarle las cosas que me había hecho, pero tampoco iba a dedicar mi vida a odiarle por ello. Lo que haría sería dejarlas atrás, y tal vez en algún momento ya ni siquiera pensaría más en ellas. Admito que me dio mucha curiosidad ese Aegan que no conocía, ese Aegan que había estado a punto de hacer algo raro unos segundos atrás, ese Aegan que nadie había descubierto a fondo, pero lo que menos necesitaba en ese momento era saciar mi curiosidad. Yo todavía... yo todavía tenía algo más en mi mente y en mi piel.

Pensé que se había dormido, pero de repente habló. Fue muy bajo y sin abrir los ojos:

—Justo ahora estoy seguro de que en cualquier guerra sin duda alguna te elegiría como aliada.

Descubrí que el corazón se me había acelerado unos latidos, porque eso había sido estúpido y al mismo tiempo muy importante.

Le dediqué una pequeña y débil sonrisa que nunca vio.

—Y estoy segura de que yo aceptaría —asentí.

Sí, él tenía la mente de un estratega.

Sí, yo tenía la valentía de una táctica.

No dominábamos el mundo juntos porque no nos daba la gana.

O porque siempre estuvimos demasiado ocupados odiándonos como para darnos cuenta de que en el fondo de cada uno había más de lo que aparentábamos.

Como fuera, Aegan Cash había sido un enemigo fantástico, y esta guerra en definitiva había terminado.

Él ya no era el villano, y yo ya no era su enemiga mortal.

***

Yo dormí en una de las habitaciones. Cuando me desperté me dolía un poco la cabeza, pero tenía la vida un poco más clara.

Por unos segundos, todavía en la cama, quise pensar que despertaba de una fea pesadilla, pero sabía que ya no estaba en Tagus porque ese olor a tierra, árboles, restos de lluvia y mar flotaban en el ambiente. Lo bueno era que de alguna forma era relajante, y tranquilo, y sanador.

Salí de la cama con toda la intención de hablar de nuevo con Aegan. Es decir... descubrir que sí se podía tener una conversación con él, era interesante. Además, venía la inevitable y rara despedida.

Pero cuando salí a la sala me di cuenta de que no estaba tendido en el suelo. La estancia estaba vacía, la botella de ron a casi terminar estaba todavía sobre la mesita y los trozos del vaso quebrado seguían en el suelo. El perfume masculino era apenas un soplo débil.

Lo busqué en la cocina, en el baño, en el patio y nada.

Cuando regresé a la sala preguntándome si de verdad se había ido sin decirme nada, ni siquiera un "chao, pendeja", noté que había algo adherido a la pantalla del computador que estaba en el escritorio de la esquina.

Me acerqué y descubrí que era una nota:

Abre el único archivo en el escritorio.

Encendí la pantalla del computador. En el escritorio solo había un archivo .mp4. Le di doble click y me senté a ver.

Empezó a reproducirse un video que al parecer Aegan había grabado con la cámara frontal de su teléfono. Solo se veía su cara, ojerosa y trasnochada. De fondo estaba esa misma sala, así que entendí que lo había hecho mientras yo dormía.

Empezó a hablar:

Iba a dejarte esto por escrito, pero me di cuenta de que no sé cómo coó conectar en palabras lo que pienso. Lo bueno es que para hablar sí soy un pro, así que... creo que esta es la mejor manera.

Tomó aire y adquirió una expresión seria. De nuevo vi esa rara franqueza en sus ojos claros que me desconcertó. Hasta me puse nerviosa de lo que venía.

—Escucha, Jude —inició con una voz sincera y abierta—. Cuando no sabía que eras Ivy, en el instante en el que te sentaste en esa mesa a jugar póquer conmigo, sentí que eras un gran peligro. Lo sentí justamente porque primero, tuviste el valor de desafiarme y decirme en mi propia cara que era un imbécil, cosa que nadie ha tenido las pelotas de hacer; y segundo porque tuviste mucha razón.

»En realidad, varias veces tuviste toda la razón, pero nunca nadie me enseñó a admitir que me equivocaba. Si era así, lo que debía hacer era buscar la forma de estar en lo correcto. Al final, eso fue lo que aprendí durante toda mi vida: a voltear el mundo a mi favor. Eso siempre se me hizo fácil, hasta que tú te pusiste en medio y comenzaste a complicarme las cosas.

Emitió una risa tranquila pero divertida que le entornó los ojos.

—Fuiste un grano en el culo, en serio —continuó—. Lo fuiste porque con un valor que todavía no entiendo de dónde coño sacas, entraste a mi mundo y le escupiste a todo mi poder. Por esa razón fui tan cruel e hijo de puta contigo. Por esa razón hice que me odiaras mucho más, porque me atacaste de una forma inteligente y me llevaste a un terreno que no conocía, en donde ninguna de mis estrategias funcionó. Juro que casi hasta me partí la cabeza tratando de maquinar algo que pudiera hacer que te alejaras, y aun así nada sirvió.

»Que no te acobardaras hizo que esta guerra fuera muy difícil. Di con todo, pero tú también, y justo ahora puedo asegurarte que pienso que esta fue la mejor guerra de mi vida. Nadie peleó contra mí como tú lo hiciste. Nadie se plantó frente a mí con tanta decisión como tú todavía lo haces. Por eso te respeto, y en cierto modo te admiro.

La sonrisa desapareció de su rostro y dio paso de nuevo a esa seriedad de confesión y sinceridad:

—La verdad es que no hago y digo esto en plan de que me perdones y te olvides de cada mierda que hice, no, es que simplemente ya no quiero ser tu enemigo. Vamos a pasar mucho tiempo sin vernos, lo que es bueno porque sería raro verte la cara después de que sepas todas estas pendejadas que estoy soltando, pero quizás ese tiempo servirá para separarnos de lo que sucedió y dar más posibilidades a lo que quiero que suceda.

»No sé qué supone que pueden ser los enemigos cuando ya no lo son. A lo mejor se pasa a ser conocidos mientras se tantea el terreno, y muchísimo después a ser amigos. Como sea... ¿no sería bueno intentarlo? Una vez te dije que había otras cosas interesantes de mí, pero la idea no es alardear así que no me voy a desviar...

»Bueno, a lo mejor no vas a aceptarlo, porque entre todos era a mí al que querías ver destruido, pero te pedí perdón cuando ibas a publicar los videos y eso fue sincero. A partir de ahora te prometo que todo lo que te diga será sincero. Después de todo, ya no hay nada que no sepas. Conoces mis secretos más oscuros, sabes la porquería que soy, sabes lo que soy capaz de hacer, me has visto ebrio hasta el culo, desesperado, asustado (¿podrías no contarle eso que sucedió en el jet a nadie nunca en la puta vida? Gracias.) Ya hasta sabes que mi polla es grande...

Se me salió una risa inevitable. ¿Por qué rayos mencionaba eso en ese momento?

Aegan siguió:

—Eso significa que tú ya no eres ni serás cualquier persona. Tú eres... —Hizo una pausa, pensó, tomó aire y lo dijo como si no fuera de ningún otro modo—. Eres la chica que cambió mi vida por completo. Eres la chica que me odió, que me pateó el culo y que pasó sobre mí demostrando tener mucho más poder del que yo puedo pagar.

»Sí eres jodidamente poderosa, Jude. Ni siquiera entiendo cómo, pero tú llegas a cualquier sitio y cambias toda mierda si se te antoja. Llegas, destruyes y aun así te vuelves una heroína. Nunca había visto a nadie con esa capacidad. No quiero que la pierdas nunca. No quiero que nadie que no tenga la fuerza ni la disposición completa para enfrentar esa parte de ti, se atreva a tocarte.

Aegan suspiró y desvió la mirada de la cámara. Por un instante dudó en si seguir o no, pero dio la impresión de que cogió un gran arranque de valor, y entonces lo soltó directo:

—Por esa razón traje a Melanny —confesó en un suspiro de desahogo—. Esta es la verdad: yo sabía que él seguía enamorado de ella, y que tú estabas en medio de ello. Incluso se lo pregunté en el refugio porque necesitaba saber si esto que tenía contigo era real, si iba con todo o nada. Él no supo responder porque todavía no superaba las cosas, y yo estoy seguro de que tú no eres de las personas que deben ser queridas a medias. Tú eres como yo: o nos aman completo, o no nos aman un carajo.

»Mira, a lo mejor te va a doler ahora. A lo mejor te va a seguir doliendo por un tiempo. A lo mejor siempre te va a doler un poco, pero en algún punto te vas a dar cuenta de que tú no merecías eso que él quería darte.

De nuevo la indecisión. Aegan miró hacia el suelo y tragó saliva. En ese punto me incliné hacia adelante, totalmente sumida en las palabras y en el video, con el pecho martilleándome y los labios entreabiertos por el impacto.

Él alzó la vista hacia la cámara con los ojos grises decididos y valientes, como si fuera ahora o nunca, como si esa fuera la gran revelación:

—No pienso como él —aclaró—. No soy como él. De hecho, estoy muy seguro de que nunca seré ni quiero ser como él. Lo mío es ser impulsivo e idiota. Lo mío es no saber escoger las palabras y decir las cosas sin pensarlas dos veces. En definitiva no me importan mucho los sentimientos de todo el mundo y sobre todo me equivoco la mayoría del tiempo.

»También sé que no soy profundo y que no leo libros siempre. Sé que tampoco soy misterioso, o sensato, o amable, o bueno en toda su extensión. Tengo una larga lista de jodidos defectos, soy odiable y ocasioné algo irremediable en tu vida. Sé que hasta es cierto que soy el peor de los tres y que no puedo hacer nada para convencerte de que veas otros lados de mí, pero...

Aegan asintió con seguridad, dispuesto y decidido a decirlo. Sentí como si de verdad estuviéramos frente a frente, cara a cara, diciéndonos lo que nunca antes nos habíamos atrevido a decirnos.

—Pero una cosa es muy muy segura —aseveró con la mirada fija en la cámara, en mí—. Si quiero algo, si yo de verdad deseo algo con todas mis malditas ganas, no pongo a nadie más por delante de eso. Al menos yo sí te habría elegido a ti.

Mi ser entero se paralizó.

Mi respiración se cortó.

Entendí al instante a lo que se había referido: a ese momento en el que Adrik había decidido irse con Melanny, ese mismísimo momento en el que la había puesto a ella por sobre todos los demás. Ese momento en el que no me había elegido a mí.

Aegan dijo algo más:

»Sé que hice que llegaras a este punto en el que necesitas esconderte para estar a salvo, así que yo te sacaré de esto de cualquier forma. Y vas a regresar. Y no vas a tener que vengar nada, ni mentir otra vez, porque vas a tener una vida normal. Vas a tener la vida que nosotros cuatro te quitamos. Es una promesa.

Finalmente, Aegan esbozó una sonrisa a medias y mostró el dedo de en medio a la cámara como una original y característica forma de despedida.

Luego la imagen quedó en negro.

Cuando el silencio volvió a envolver la sala, tenía el cuerpo tembloroso, los ojos ardiendo por unas cuantas lágrimas, la respiración entrecortada, el corazón aceleradísimo y ni siquiera sabía exactamente de qué: si era sorpresa, asombro, miedo, confusión, impacto, perplejidad...

Todo pasó muy rápido por mi cabeza. Todo intenté comprenderlo al mismo tiempo, pero lo único que se me ocurrió fue salir corriendo.

Salí de la casa, todavía con la misma ropa del día anterior. A toda velocidad atravesé la verja y fui por el caminillo de regreso a donde sabía que el jet había aterrizado. Desde mi posición no se veía si seguía ahí, pero ese imbécil no podía decir todo eso en un video y luego no dar la cara para explicármelo directamente o para ver mi reacción.

Porque aunque cada palabra había sido clara, no terminaba de entenderlo.

Porque aunque lo había odiado muchísimo, no me negaba a la idea de ya no ser enemigos. Y tampoco sabía qué podíamos ser: si conocidos, si amigos, si aliados, pero... tal vez podíamos intentar algo, lo que fuera, lo que nos sanara.

Debíamos hablarlo. Debíamos hablar de verdad. Debíamos vernos a la cara como Aegan y Jude, sin odio, sin rencor, sin planes, sin mentiras, sin pensar en nadie más...

Solo que cuando llegué al sitio exacto, ya no había jet.

Se cancelaba todo.

El terreno estaba vacío, empapado, lleno de lodo, frío y rodeado por los sonidos matutinos de los pajaritos de la isla.

Él se había ido.

Y mi exilio había comenzado. 

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Mis comentarios los dejaré después del epílogo.

Todavía falta un capítulo. 

Besitos...

Por si todavía no me siguen en mis redes, recuerden que por ahí aviso cuándo actualizo y aviso sobre OTRAS historias. Por favor háganme caso que luego están perdidos y lo descargan todo en mi muro sin saber que ya informé sobre eso en otras partes :(

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