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23 - Segunda Parte

*El capítulo es bastante largo para compensar la tardanza. Disfrútenlo con calma.

23 — Segunda parte

Se me ocurrieron muchas ideas:

Correr a lo loco.

Correr a lo loco y gritar.

Usar como arma el zapato que todavía tenía tacón.

O correr hasta que solo diosito decidiera qué me pasaría.

Aunque no fue necesario recurrir a ninguna. El cristal del copiloto descendió y vi a la persona que iba dentro del auto. Era el idiota de Adrik, que para rematar se estaba carcajeando como un estúpido. Primero no lo reconocí porque, vamos, ver a Adrik enseñando los dientes era muy raro, pero luego caí en cuenta de que se había estacionado así a propósito para asustarme y que se reía de mi reacción.

Mi cara no se diferenció mucho de la de un asesino serial.

—¡¿Qué carajos te pasa?! —solté en un grito que se escuchó a lo largo de la calle desolada y oscura.

Y como eso no me pareció suficiente, me quité el zapato sin tacón y se lo arrojé al auto en un ataque de furia. Impactó en un golpe seco y luego cayó al asfalto mojado. La risa de Adrik disminuyó, pero no por el atentado a su vehículo, sino porque pareció darse cuenta de mi aspecto: empapada, con ese vestido tan corto pegado al cuerpo, el cabello cayéndome a cada lado, chorreando, los ojos chispeando ira...

Me contempló con algo de extrañeza como diciendo: ¿qué demonios te pasó...? pero luego curvó la boca hacia abajo en un gesto de entendimiento.

—No, no estoy sorprendido —admitió en referencia a mi estado. Claro, encontrarme en plan patético y destruido ya era algo normal para él—. ¿Qué haces caminando a esta hora por aquí? ¿Te escapaste del manicomio?

Muy gracioso, Adrik, muy baja bragas, muy sorprendente y conveniente que apareciera justo en mi momento de desgracia, pero después de lo que había sucedido, ver a un Cash era la última cosa que deseaba en el mundo, sobre todo a él. Ese hecho me inundó de una ligera amargura.

—Sí, me escapé y decidí salir a dar una caminata bajo la lluvia por esta calle oscura y aterradora porque son cosas que hago cuando estoy aburrida —respondí de mala gana.

Sin más, continué mi caminata de la vergüenza bajo la lluvia, pero con el culito y la cara en alto, eh, porque primero muerta y mutilada en un basurero que mostrar lo humillada que seguía sintiéndome por dentro. Ya era suficiente que un Cash me abordara, no necesitaba que lo hiciera otro.

Escuché el auto arrancar. Pensé que se largaría, pero a los pocos segundos empezó a seguirme el paso. Miré de reojo hacia él. Sostenía el volante con una mano y su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia la ventana del copiloto.

—Sube, te llevo —me propuso desde el interior.

Sonó bastante afable y con buena intención, pero yo...

—No, quiero caminar, es bueno para las piernas, así muevo la grasa —contesté con firmeza y apresuré el paso tanto como mi cojera me lo permitió.

—¿Cuál grasa, huesos? —inquirió Adrik utilizando ese tonillo de sarcasmo y burla que tanto le gustaba a veces.

—Piérdete, Adrik —solté con indiferencia y alcé la barbilla.

—Solo te voy a dar el aventón —expresó con simpleza—. ¿Cuál es el problema?

A ver... ¿seguir por la calle solitaria, empapada, con frío, ante la probabilidad de ser secuestrada y asesinada o subirme al auto del mentiroso Adrik Cash? Uhm... ¿al menos me harían un bonito funeral? ¿cuánto tardarían en encontrar mi cuerpo? ¿me recordarían por ser quien había retado a Aegan o por ser la novia número 47834 de Aegan?

Bueno, ya, ya. Sí necesitaba el aventón. Las gotas de lluvia ya caían gruesas y eran tan frías y rápidas que me habían empapado hasta la pantaleta. Me ardían las rodillas por la estúpida caída. Caminar sin un tacón era desgaste para los huesos, y además no llegaría a mi bloque sino hasta el día siguiente si me negaba.

Maldije por necesitar su ayuda, pero actué rápido porque si me daba tiempo de pensarlo más, terminaría ganando mi orgullo y tomaría una decisión abrupta y peligrosa.

Entré al auto, cerré la puerta y me reacomodé en el asiento con los brazos cruzados para: a) presionar mi cuerpo que tiritaba de frío; y b) mantener algo de orgullo y no verme muy cómoda con esa decisión de aceptar el aventón. Aunque... en el interior se oía la lluvia golpear el techo y deslizarse por el cristal delantero. Estaba caliente allí, incluso acogedor.

Me estremecí en un escalofrió.

Adrik arrancó. La radio estaba apagada. Solo hubo silencio entre nosotros.

—Bueno, ¿y qué te pasó? —me preguntó al cabo de un momento junto a un suspiro de: aquí vamos de nuevo...—. O quizás debo hacer la pregunta más específica: ¿qué te hizo Aegan?

Lo miré en un gesto abrupto. Es bastante interesante cómo de repente notas cosas que siempre estuvieron ahí. En ese momento sentí que una simple lucecita encendida por Aegan me ayudó a esclarecer por completo la habitación oscura en la que me había encerrado Adrik. De pronto todo me pareció cuestionable, extraño, sospechoso y premeditado. Esa pregunta tan exacta, el hecho de que él siempre apareciera en mis peores momentos para decir lo correcto...

La conversación con Aegan había sido abrumadora. Ese idiota era tan boca suelta que a veces soltaba verdaderas crueles y dolorosas, pero también era un mentiroso. No era tan tonta como para creerme la primera bobada que me susurrara al oído para atacarme, pero había sido tan asertivo que por otra parte sentía que todo era real. Y eso me había dejado una gran duda: ¿Aegan era el encargado de empujarme por el barranco y Adrik el que me atajaría al llegar al fondo? ¿Así se habían organizado? ¿Estaban organizados?

—¿Por qué estás tan seguro de que fue algo que hizo él? —inquirí como respuesta y enarqué una ceja.

Adrik se encogió de hombros con naturalidad. Cada reacción en él siempre había sido muy natural. Así era más difícil determinar algo. Aunque no era Loki el Dios del Engaño, pfff, debía de haber una manera de desenmascararlo.

—Tienes esa cara post humillación que ya conozco, y... —Me miró de reojo desde las piernas hasta la cabeza en un repaso lento y entornado. Sentí la necesidad de cubrirme con una enorme manta, y también un ligero cosquilleo en el cuerpo, pero lo ignoré con apremio—. Con esa ropa pareces una de sus fans.

Ah, sí, la ropa. Miré hacia abajo. Sentada, el vestido no me cubría casi nada de los muslos. En el pecho era normal, no tenía escote, pero seguía siendo demasiado revelador. De nuevo me pregunté qué había pensado al ponérmelo. Había distraído a Aegan durante unos segundos, pero ese condenado en verdad no pensaba con su miembro, por mucho que pareciera que sí. Me había ganado, y eso me molestaba muchísimo más que el resto de las cosas.

Tomé bastante aire y lo exhalé con fuerza y cansancio.

—Me veo ridícula, ¿verdad? —refunfuñé, algo enojada conmigo misma y mis ridículos fallos—. Aegan lo dijo: ve a quitarte ese ridículo vestido.

—No te ves ridícula solo... —Adrik jugó con la posible palabra por un momento, como si no decidiera cuál usar. Me esperé una de las suyas, pero prefirió decir—: solo no eres tú.

Que no era yo, já. Por supuesto que no. Nunca era yo en realidad, y ese papel montado resultaba exhaustivo. De verdad que debían meterme en ese saco de madres luchonas y guerreras con bendiciones, porque yo había parido esa mentira como a un hijo y la estaba llevando sobre el hombro a través de una pendiente muy inclinada. O bueno, nunca es mal momento para exagerar un poquito.

—Tú no sabes cómo soy —murmuré, negando con la cabeza.

Estuve muy segura de que él no oiría eso, pero su respuesta me tomó por sorpresa:

—Sí lo sé, eres ese tipo de chica que besa a alguien y luego se echa a la fuga. —Me observó de nuevo de reojo, de arriba abajo, con esos ojos tan grises y una sonrisa mínima pero maliciosamente picara que me obligó a contener el aire y a endurecerme como si no me produjera ni una cosquilla—. Ah, y te pareces bastante a la ardilla de la Era del Hielo, causando desastre por donde pasa.

Y... no pude contener una risa por esa comparación tan asertiva, aunque la risa me salió algo apagada y exhausta, pero al segundo volví a enseriarme y a mantenerme indiferente incluso con el montón de dudas y preguntas que maquinaba mi mente. Me dije a mi misma que si no me movía ni un milímetro, el trayecto al bloque se haría corto y mi resistencia más grande.

Así hicimos silencio durante un pequeño rato en el que me dediqué a mirar las calles pasar en una imagen distorsionada por la acumulación de gotitas en el cristal. Afuera la noche se veía oscura, densa y salvaje. ¿Cuándo llegaríamos? Comencé a ver el camino eterno hasta que...

—¿Por qué haces esas cosas? —me preguntó él de repente, rompiendo el silencio con su voz serena, algo baja, pero diabólicamente masculina.

—¿Cuáles? —contesté con extrañeza.

—Vestirte así, maquillarte, aparentar ser tonta, cambiar por completo para él. —Su expresión se mostró algo confundida—. No lo entiendo.

Agh. Detestaba cuando hacía preguntas de ese tipo. Me hacía creer que le preocupaban los detalles, que en verdad se daba cuenta de que todo lo que hacía para Aegan estaba mal y no era propio de mí. Pero ya no podía sacarme la cabeza lo que ese imbécil había dicho, de que Adrik solo era así de distinto conmigo para engañarme. Ahora yo misma me exigía cuestionar cada una de sus palabras, incluso cuando sonaban tan sinceras y naturales.

—Solo llévame rápido a mi apartamento —zanjé y volví la vista hacia la ventana.

Tenía que ignorarlo por completo, ser muy fría e indiferente para que la distancia entre nosotros dentro del auto se hiciera kilométrica y con ello pudiera pasar por alto que en realidad nos separaban algunos centímetros. Claro que a Adrik solo lo podías ignorar si él quería que lo ignoraras. Era tan capaz de ser un grano en el culo como de ser callado e invisible.

—Por supuesto, si quieres piso el acelerador a fondo y nos ayudará que las calles estén mojadas y resbaladizas —expresó con su templado tonito de sarcasmo—. ¿Qué te pasa?

—No quiero hablar —tajé en un tono seco y con una postura dura, todavía con la cara hacia la ventana—. Mantengámonos en silencio hasta que lleguemos.

Creo que hizo silencio durante unos... ¿quince segundos?

—¿Por qué? —preguntó como un niño antojado de saberlo todo.

Giré los ojos y resoplé con fastidio.

—No lo entenderías ni porque te lo explicara —le aseguré para resumir y no entrar en detalles imposibles de exponer.

Por supuesto, entrar en detalles era lo que él quería. ¿Recuerdas cómo se ponía de intenso cuando lo comparaba con Aegan? Ahora le molestaba que no le dijera lo que quería escuchar.

—¿Hay algo que, según tú, sí pueda entender? —se quejó, ya entrando en su faceta de chico obstinado con las cejas fruncidas y la boca hecha una línea.

Para aplacar la situación, le di alguna respuesta:

—Lo del beso —asentí—. Eso no fue nada, solo un impulso bobo, olvídalo por completo.

No se aplacó nada. Entendí que yo estaba era fallando en todo, hasta en intentar no iniciar una discusión con Adrik. Qué estresante.

—Ah, mira, dices: "olvídalo" y mágicamente se me borra de la mente —soltó en un gesto ácido y sarcástico—. Listo, problema resuelto.

Sentí el peso de su mirada ceñuda, pero no giré la cara para enfrentarlo. Como dije, no quería discutir, no en ese momento. Todavía no sabía cómo debía proceder con él a partir de ahora que también era un enemigo. El silencio era mi mejor opción. Pero él esperó alguna respuesta y como le di absoluto silencio, añadió con cierta molestia:

—¿En serio, Jude?

Y bien, yo puedo mantenerme calladita si es necesario, pero cuando estoy al borde del enojo, abarrotada de dudas, confundida, empapada y temblando, era muy difícil lograrlo.

—Bueno, ¿y qué quieres que te explique? —solté con hastío. Sonó feo, retador, pero no me importó—. Solo lo hice y ya, ¿tiene que haber una razón?

Cerré la boca y me contuve. De nuevo se extendió un silencio espeso y raro entre nosotros. La lluvia había aminorado un poco a pesar de que seguía cayendo. Se me ocurrió que, si la cosa empeoraba, podía bajarme y caminar. No debíamos estar tan lejos, aunque no lograba reconocer mucho. Mis vías conocidas eran las del bus.

—No, no tiene que haberla —aceptó él con simpleza después de un momento.

—Exacto, gracias por entender —asentí, seca y obstinada.

Lo siguiente de su parte, claro, no me lo esperé:

—Entonces no te sorprendas si de repente a mí se me antoja besarte, ya sabes, sin una razón.

Giré la cabeza con rapidez y lo miré con toda la rareza que mi cara, todavía húmeda por las gotas que chorreaban de mi cabello, podía expresar. Lo había dicho tan tranquilo que le había quedado una leve expresión de diversión. Y me molestó.

En serio no lo entendía. Ese libro Algebra de Baldor parecía cosa de niños ante su complicada actitud. ¿Por qué seguía con eso? ¿Cuál era su intención? Lo que fuera que tuviera pensado con o sin Aegan no lo lograría ya. A menos que yo...

Un bombillito se encendió sobre mi cabeza y estudié la idea con detenimiento y curiosidad. ¿Esto era un juego? ¿Siempre lo había sido? ¿Todavía no terminaba? Yo ya estaba "enterada", suponiendo que fuera todo verdad. Aegan me había ordenado no acercarme a Adrik, pero hacer lo que él me ordenaba sucedería el año de la pera. Entonces, ¿y si le hacía creer a Adrik que estaba teniendo éxito en lo que quería? Después de todo, hacerme la estúpida había sido mi mejor herramienta durante todo el plan.

Pero, ¿qué conseguiría? Si todo era un juego debía llegar un momento en el que dijera: "lo siento, Jude, ya no me gustas, o para ser especifico, nunca me gustaste". Solo que eso sucedería apenas lograra lo que quería. El punto era que no tenía ni idea de cuál era su objetivo. Aegan ya lo sabía todo. No podía ser el de exponerme por eso de "engañar a mi novio con su hermano". De ser así, Aegan habría terminado conmigo esa noche o habría ejecutado un plan macabro para humillarme delante de mil personas, pero no lo había hecho. ¿Cuál era la meta entonces?

—¿Tú qué demonios haces? —le reclamé con cierta severidad, tipo: ¿le escupes a los aviones o qué?—. Dices que no quieres hacer nada a escondidas, sales con Artie y...

—No salgo con Artie —me interrumpió. Mantuvo la vista fija en la carretera y una mano grande y firme sobre el volante—. Al menos ya no.

Quedé en shock, amigos.

—No entiendo —admití, parpadeando como estúpida.

—Y tampoco me acosté con ella —confesó.

Quedé en triple shock, amigos. Impactada. Anonadada. Asombrada. Todo lo que terminaba en "ada". Por un instante esa revelación me sorprendió mucho, pero la poquita confianza que había empezado a crecer entre él y yo, ya había desaparecido. Ahora me sentía alerta y sospechaba de cualquier cosa.

—Si intentas mentirme esta será la última vez que hablemos, Adrik —le advertí.

En ese instante nos detuvimos en un semáforo. Había al menos dos autos en la calle.

—No te miento —dijo con simpleza en un suspiro apenas se detuvo a esperar el cambio de luz—. Yo estaba dispuesto a hacerlo con ella, sí, pero hubo un pequeño problema.

—¿No se te levantó? —pregunté con toda la divertida intención de insultarlo.

No obstante, eso no lo alteró. Un insultito así solo resultaba un juego para ambos.

—Sabes que se me levanta muy bien —contestó con una chispa de malicia que pateó mi comentario anterior y me hizo recordar aquel día que... bueno, sentí lo que ya sabes—. El problema fue que mientras estábamos en plan de desnudarnos dijo otro nombre, y eso fulmina las ganas.

—Otro nombre —repetí, y de manera inevitable se me escapó una risita de burla—. ¿Cuál otro nombre?

Adrik me miró como retándome a adivinarlo. No pareció afectado por contar algo así de extraño y vergonzoso, de hecho, una sonrisa leve pero divertida iluminó su rostro serio y apático.

—Uno que no era el mío —se limitó a revelar.

Me reí. Por alguna razón me reí con fuerza. De acuerdo, en realidad se lo creía. De hecho, me hice una idea de cuál nombre pronunció ella. Después de tantas revelaciones, era muy fácil atar cabos, unir ciertos detalles que siempre noté pero a los que no les di importancia. Adrik podía estar mintiendo en muchas cosas, pero de verdad le creí que lo de Artie no terminara como lo planeó.

Entre risa me estremecí de frío y el movimiento no pasó desapercibido. Adrik se dio cuenta y, tan rápido que tardé en entenderlo, de un jalón se quitó la sudadera que llevaba puesta. Dejó al descubierto esos hombros anchos, impecables, delineados por una moderada rutina de ejercicios. El cabello le quedó desordenado y solo dejé de verlo cuando me arrojó la ropa en la cabeza.

—Póntela —dijo sin opción a replica—. Si te mueres ahí, podrían culparme a mí.

Pude haberla rechazado, pero sí que tenía frío. De modo que me hice la dura por un instante, pero luego me la pasé por encima para ponérmela. En cuanto hundí los brazos en las mangas, me llegó el aroma natural y masculino impregnado en la tela. Se me hizo relajante hasta que el recuerdo de la verdad me revolvió el estómago.

Desde que estaba en el restaurante me había esmerado por evitar que las palabras de Aegan me afectaran, pero la nueva perspectiva de Adrik me entristeció. Sí que me sentía burlada e incluso molesta conmigo mismo por haber ido en contra de mis propias ideas. Yo de tonta siempre. Desde un principio quise mantener la idea de que los tres eran iguales, pero Adrik presionó tanto con palabras y acciones que logró hacerme creer en él. Entonces me embolé como la propia estúpida.

Y por si no lo sabes, embolar es una palabra vulgar que se refiere a "engancharse a las bolas de un chico/tipo/hombre tan ciegamente que no ves lo malo que es hasta que pasa algo que realmente te abre los ojos y te muestra que siempre estuviste con un imbécil". Su versión femenina: encucado. Fuente: diccionario de las Reales Pendejadas de Jude.

Malditos sentimientos. Maldita confianza. Maldita debilidad. Ahora... joder, qué estúpida era.

—¿No tienes hambre? —me preguntó Adrik de pronto, sacándome de mis pensamientos.

A decir verdad, no había comido nada desde el mediodía, pero como dije, aun no sabía qué hacer con Adrik. Podía negarme y alejarme como había pedido Aegan, o podía aceptar y ver cómo desarrollaría la nueva idea que se me había ocurrido porque el juego no era yo, sino ellos, y como plus, sacarle comida gratis porque era lo mínimo que me debía ese imbécil después de todo.

Uhm... sin drama no hay historia, ¿verdad? Habría sido demasiado fácil solo volver. Y no andemos con rodeos, no estamos en ese universo en el que la protagonista es la víctima y es más buena que Blancanieves. Aquí estamos en confianza, y sabes que tiro más para el lado de la bruja malvada.

Así que pasamos por un McDonald's. Ordenamos por el auto Mac. El empleado nos miró muy mal, como diciendo: ¿y estos locos de donde salieron?, porque nuestra pinta daba mucho que pensar.

Aceptaré que de a momentos se me hizo muy difícil no ver los hombros desnudos de Adrik o su perfil mientras ordenaba cuatro hamburguesas y cuatro raciones de papas grandes. Era tan guapo que dolía. Provocaba hacerle una estampilla y luego lamer la estampilla. No lo sé, era tarea imposible concentrarse teniéndolo al lado, pero recurrí a toda mi voluntad para ponerle una enorme etiqueta de "no es confiable, ten cuidado" encima de todas las ideas y sentimientos que había desarrollado por él.

Aunque... siempre, y lo sigo admitiendo, Adrik me vulneró. Era algo natural, imprevisible. Dicen que la persona correcta es aquella que te da calma, seguridad, no que te agita. En ocasiones me sentí así junto a él, tranquila, libre de problemas, limpia, capaz de ser feliz. Nunca entendí por qué, pero él parecía el motivo exacto para perder la cordura.

Comimos en el aparcamiento, todavía dentro del auto. Le conté que Artie se había enterado de lo que había sucedido entre nosotros, que había visto el video y que se había enojado. Era algo que él tenía que saber porque nos implicaba a los dos. Lo de Aegan no se lo dije por dos razones: sospechaba que ambos estaban dentro de un plan para joderme; y quería ver y evaluar las reacciones de Adrik a partir de ahora.

—De todos modos no conectamos —dijo él con desinterés mientras masticaba un trozo de hamburguesa. Cuando comía era de lo más salvaje, pero seguía viéndose... interesante—. Ya sabía que estuvo con Aegan, la vi varias veces en nuestro apartamento, por eso nunca me gustó en realidad. No toco lo que Aegan ya tocó, es una regla.

—Pero igual ibas a acostarte con ella —opiné.

Hace rato me había acabado mis hamburguesas y me quedaban las papas. Pues sí, no como, yo trago.

—Me cabreé y tuve ese impulso, perdóname la vida —resopló Adrik con fastidio, como si ya fuera algo que no tuviera ninguna importancia.

Por un momento me costó creer que ese chico tan indiferente a los problemas y situaciones comunes fuera lo que Aegan había pintado. Que ese escenario de hamburguesas en plena noche, esa actitud contraria a las reglas de su familia, esa chispa de entusiasmo por las cosas que le gustaban, los besos, las palabras, las riñas, fuera todo falso. Y quise preguntárselo, oírlo de su propia boca, ver su reacción, pero ¿con qué moral? Si yo también era falsa, si toda yo era un plan, si había hecho cada cosa mal. Debes creer que ni siquiera estoy consciente de mis estupideces o de mis fallos. Lo estoy. Lo estuve. Si me encontraba en ese punto, se debía a mi manera de proceder.

Solo que no pretendía echarme para atrás. Ahora más que nunca debía avanzar y con mayor rapidez. Si Adrik salía lastimado al final, ya no me dolería tanto. Lo que necesitaba era que ya se quitara la máscara. Quizás podía lograrlo...

Con la panza llena las ideas fluyen mejor, lo descubrí en ese momento.

—¿Qué demonios estamos haciendo, Adrik? —pregunté en un gesto un poquito dramático e intencional.

Adrik puso cara de aflicción y miró las cajas de hamburguesa y papas sobre su regazo. Tenía una hamburguesa ya casi a terminar en la mano.

—Tienes razón, tuve que haber pedido una hamburguesa extra, a veces subestimo mi hambre —expresó con preocupación y con la boca todavía llena de un trozo.

—¡No! —exclamé en reproche. Adrik pareció confundido por un instante mientras masticaba lento—. Nosotros, todo esto —le aclaré y englobé el asunto con un movimiento de la mano—. Nos llevamos mal, luego bien, luego hacemos cosas crueles, luego volvemos a llevarnos bien y...

Los ojos de Adrik se desviaron de mi rostro hacia la ventana. Pensé que se había distraído y me preparé para soltarle un regaño, pero con asombro y desconcierto señaló algún punto:

—¡Ese es el auto de Aleixandre!

Me giré sobre mi sitio para ver de qué se trataba. Una camioneta negro mate se había detenido frente al semáforo de la calle. De inmediato, el semáforo pasó a verde y continuó su camino. No me dio tiempo de decir nada porque Adrik soltó la hamburguesa dentro de una de las bolsas y encendió su auto en un segundo. Movió la palanca de velocidades y arrancó con rapidez. Fui impulsada hacia atrás y unas cuantas papas me cayeron en la cara y en el pecho para morir debajo del asiento.

Joder, un desperdicio de papas.

—¡Adrik! —le reclamé al tiempo que intentaba recoger las que me habían quedado sobre las piernas—. ¿Qué se supone que haces?

—Esos imbéciles me están ocultando algo y si no me lo dicen lo voy a descubrir yo —respondió con decisión y con una mano libre empezó a guardar el desastre de comida en una bolsa—. Veré qué coño hace Aleixandre cuando se pierde a esta hora, que ya sospecho no es algo normal.

Lo ayudé a recoger la comida. Por un instante todo me pareció muy extraño. Es decir, había escuchado a Aleix decirle a Aegan que le escondían un par de cosas a Adrik, pero no me imaginé que fueran muchas cosas. Si Adrik ni siquiera sabía a dónde iba Aleixandre por las noches, ¿qué demonios era lo que sí sabía? ¿en qué parte no lo incluían y por qué? Eso era lo que me hacía dudar mucho, lo que me empujaba a un conflicto de confianza y desconfianza, no estar segura de si Adrik era inocente en algunas partes...

Seguimos la camioneta de Aleixandre. En poco tiempo cruzó en la entrada de un sitio y no fue sino hasta que vi el letrero que supe que era un hotel. Me lo imaginé reuniéndose con Layla, aunque sospeché otras cosas más sucias. Es decir, son los Cash, tienes que pensar primero lo peor y eso empeorarlo tres niveles más.

Aleixandre aparcó. Adrik pasó por encima de una acera y, manteniendo una distancia prudencial, se detuvo sobre un área verde donde había una acumulación de árboles que producían bastante oscuridad. No había ni un farol cerca y el auto negro se camufló bien al apagar las luces delanteras.

Apenas Aleixandre se bajó del auto, miró hacia ambos lados con cierto disimulo y luego entró al hotel. No se veía muy caro, de hecho, era bastante común.

—A lo mejor Layla lo está esperando ahí —comenté. Dentro del auto, a oscuras, ocultos, me sentí como una espía de mala película.

Adrik se había quedado pensativo, con los ojos entornados como si estuviera conectando mil situaciones y opciones en su mente.

—Entonces esperaremos a ver con quién sale —dijo con simpleza y apagó el auto.

Lo miré con una buena cara de: ¿estás loco, Ramón?

—Pero es tarde y mañana hay clases y... —intenté decir, sin embargo, me interrumpió de manera decisiva como si le estuviera presentando un problema menor:

—Hablaré con los profesores por ti.

Resoplé con molestia, aunque por otro lado me interesó saber con quién estaba Aleixandre ahí adentro. Es decir, cualquier cosa era una pista, cualquier cosa ayudaba a armar el misterio. Aegan no revelaba nada, era cuidadoso con sus pasos, pero Aleix soltaba migajas cada vez que avanzaba y el camino que quedaba detrás de él era el ideal a seguir.

Así que no nos quedó de otra que ponernos cómodos.

Descansé la espalda en el asiento. Desde que había entrado al auto y me había puesto la sudadera de Adrik, el vestido debajo de ella no se había secado. En realidad, la sudadera se había empapado en algunas partes. Mi piel estaba fría por la humedad, y me atacó un escalofrío que me hizo removerme en el asiento.

Adrik, con los antebrazos y la barbilla apoyada en el volante, lo notó.

—Tienes que quitarte el vestido y dejarte solo la sudadera o si no te vas a congelar y luego a morir de pulmonía.

Era bastante peculiar cómo Adrik hablaba de muerte y lo hacía sonar divertido y bastante ficticio.

—Qué exagerado, no me moriré de nada —resoplé y giré los ojos—. Además, ¿dónde me lo voy a quitar? ¿Por qué no solo entramos al hotel y pedimos una habitación junto a la de ellos para escuchar a través de la pared?

Entendí lo mal que se escuchó eso cuando avisté la sonrisita ladina y maliciosa que se extendió en los labios de Adrik.

—¿Me estás invitando a una habitación de hotel, Derry? —me preguntó con un tonillo pícaro pero sutil—. No soy un tipo fácil. Al menos cómprame un café antes.

Eso me causó algo, pero lo desplacé al instante.

—No seas estúpido —le dije, y me vi incapaz de mentir cuando se me puso la piel de gallina porque una gota fría y gruesa cayó de mi cabello sobre mis muslos—. Es que sí tengo mucho frío.

—Ve atrás y quítate el vestido —sugirió con un ligero encogimiento de hombros—. No miraré.

Bueno, ¿seguir muriéndome de frío o hacer eso de quitarme el vestido y luego ponerme la sudadera? Podía hacer ambas cosas, el punto era que aguantara las consecuencias de cada una. Dudé por un momento y... Ok, seria rápido.

Me coloqué en cuclillas sobre el asiento y luego pasé una pierna hacia la parte de atrás del auto. Pisé el cojín trasero y luego me impulsé como un saco de papas hacia allá. Caí de culo sobre el asiento. Misión cumplida. Le eché un vistazo a Adrik, pero siguió en la misma posición, inclinado hacia adelante y apoyado en el volante. Que mirara no me preocupó en lo absoluto, le creía capaz de respetar mi privacidad. Su espalda y sus hombros sí podían ser una distracción, pero me concentré en lo mío.

La parte trasera no era muy grande. Los Cash siempre iban en camionetas enormes, pero también tenían autos deportivos como ese. Mal momento para escoger el pequeñito, Adrik, me quejé mentalmente. De igual modo usé el espacio a mi favor.

Algunas chicas somos prácticas. Por ejemplo, yo sé quitarme el brassier sin quitarme la camisa. Creo que es un conocimiento universal, pero no todas somos iguales, así que no generalizaré.

Primero saqué los brazos por las mangas de la enorme sudadera y luego busqué el cierre trasero del vestido para bajarlo. Fue muy complicado conseguir la cremallera con mis dedos, tuve que retorcerme para alcanzarla, pero logré sostenerla. Apenas intenté bajarla, no descendió más de la mitad. Se quedó atascada entre la humedad y la tela. La subí un poco y luego volví a bajarla, pero nada.

Me rendí después de un momento y pensé en otra manera. No podía quitarme el vestido por las piernas, no era tan elástico, así que solo quedaba sacármelo por encima. Se me ocurrió que, si sacaba los brazos de los tirantes, a lo mejor podía subir el vestido por el cuello de la sudadera que se expandía unos centímetros, sin tener que quitármela del todo.

Joder, esto es más complicado que explicar cómo Mark Watney de ese libro El Marciano sobrevivió en Marte con sus maniobras químicas y biólogas. O al menos se sintió igual de complejo en ese momento.

Volví a echarle un vistazo a Adrik. Seguía igual, mirando hacia el hotel. Bien. Tomé aire y llevé a cabo mi idea. Liberé mis brazos y el vestido se sostuvo solo de mis pechos. Entonces lo cogí por el borde a la altura de mis muslos y comencé a subirlo. Se enrolló en el camino por lo mojado que estaba, pero empecé a sentir el aire frío sobre la piel húmeda y blandita por el agua. Ascendió por mi cintura, luego por mis senos y me envolvió el cuello. Paré ahí un momento y luego intenté sacarlo por el cuello de la sudadera que todavía me cubría el cuerpo.

Mala idea. Malísima idea. No sabes lo molesta que puede ser la ropa hasta que se vuelve un rompecabezas. Claro que la oscuridad tampoco ayudó. El vestido, empapado y enrollado, se enredó con el cuello de la sudadera y cuando tiré hacia arriba, uno de los tirantes quedó alrededor de mi nuca. Es decir que casi me ahorqué yo misma con mi propia fuerza. Me impulsé hacia atrás y caí de espaldas sobre el asiento. En un intento por zafarme de esa, todo se convirtió en un lío de brazos, jalones y piernas agitándose a lo loco. Me retorcí como un pez hasta que la voz de Adrik rompió el silencio que quise mantener para ocultar la penosa y ridícula situación:

—Jude, ¿qué carajos haces...?

—¡No sé! —respondí con desesperación—. ¡Se me atascó, ayúdame!

Escuché la puerta del auto abrirse, luego la puerta trasera abrirse también y al final una mano fuerte me cogió por uno de los brazos y me hizo sentarme. Sin embargo, la situación ya se había complicado en esos simples segundos. Como la tela de la sudadera era gruesa, cubrió mi cabeza de tal modo que creó un espacio tan cerrado y claustrofóbico que empecé a respirar con agite. Al mismo tiempo, porque yo no soy muy inteligente en momentos de urgencia, busqué alguna salida moviendo los brazos y la cara como la propia estúpida.

A partir de allí, yo en desesperación y Adrik en plan de sacarme de la trampa mortal que era la ropa, empeoramos todo.

—¡Pero quédate quieta! —se quejó Adrik.

Sus manos se movieron en busca de alguna salida. Tiró de las mangas, cuello y tela, pero me sentí tan atrapada que también traté de intervenir. Entonces fue otro enredo de manos, brazos y piernas hasta que volví a caer hacia atrás y comencé a asustarme demasiado.

—¡Adrik, no puedo respirar! ¡No puedo respirar! ¡Me voy a morir! —solté con impaciencia mientras tiraba y arañaba la sudadera sobre mi cara.

—¡Pero cállate y deja de moverte que así no puedo! —expresó en reclamo.

Que me pidiera que dejara de moverme solo me impulsó a moverme más. Nada más veía oscuridad. Estaba caliente. Poco aire... Hiperventilar.

—¡Ya sácala, ya sácala! —chillé.

—¡Jude, joder, que no puedo si aprietas y metes las manos!

—¡Adrik! ¡No puedo respirar! ¡No puedo...!

Y de repente la luz, la visibilidad, la vida, la liberación. Adrik logró quitarme la sudadera y el vestido mojado. Respiré hondo apenas el mundo se amplió y refrescó. Me quedé quieta, pero mi pecho subió y bajó en sacudidas. En cuanto logré tranquilizarme un poco, lo primero que vi fue ese rostro delineado por la débil iluminación que provenía del hotel y las calles, y caí en cuenta de la situación en la que nos encontrábamos: estaba recostada con Adrik encima de mí.

Lo contemplé con una expresión de horror absoluto, como si me acabara de salvar de una casa embrujada, y de pronto eso hizo que él soltara una risa burlona. Ahí, con las manos apoyadas a cada lado de mí en el asiento trasero y el cuerpo inclinado sobre el mío, negó lentamente.

Su comisura derecha se alzó más que la izquierda por esa sonrisa enigmática.

—A las rudas siempre las vence la cosa más estúpida —opinó. Su tono sonó bajo, suave, como si soltara un secreto íntimo.

—Pensé que me moriría en un vestido tan horrible —susurré y noté que mi voz tembló. Seguía asustada, con el corazón latiéndome a un ritmo intenso—. Me asusté mucho.

Adrik bajó la mirada y la sonrisa burlona se convirtió en una maliciosa.

—Pues ya no está, así que no hay peligro —dijo con un detenimiento adrede, enfatizando en la parte de "ya no está".

Y sí que no estaba. El vestido y la sudadera reposaban en el suelo del auto. Lo que cubría mi humilde cuerpecito era la panty blanca. Encima, nada, ni un brassier. Me quedé paralizada. ¿No y que iba a mantener distancia? ¿No y que pretendía ser fría e indiferente? Fallando en la vida, Jude Derry, fallando. Estaba totalmente desnuda debajo de su cuerpo. Mis pechos expuestos a sus ojos, mis piernas frías entre las suyas. Me atrev­í a mover un pie un milímetro y mi muslo rozó la tela de su pantalón. Algo chispeó.

Como una tonta pensé que podría librarme de esa peligrosa posición, pero una odiosa vocecita en mi cabeza me dijo: ahí es donde te equivocas amiga mía. Incluso aunque me repetí mentalmente unas diez mil veces que tenía que poner distancia, que las cosas habían cambiado, Adrik bajó de nuevo la vista y con esos ojos grises hizo un escaneo desde mi cuello hasta mi vientre que me abofeteó las ideas de resistencia.

Observó cada parte desnuda con una atención fija, y si tenía voluntad para empujarlo y apartarnos, se esfumó en un chasquido. El mundo se redujo a: me está mirando hasta las profundidades de la piel. Yo no solía avergonzarme de mi cuerpo nunca, pero con una simple telita cubriendo la zona más riesgosa de mi anatomía, todo lo demás era admirable, incluidos los defectos: los músculos frágiles por culpa de una vida perezosa y carente de gimnasio (tampoco es que me arrepiento, bah), una que otra celulitis, tres líneas de estrías en la parte derecha de mis caderas por el estiramiento de la piel al crecer, lunares, errores...

Durante un instante sentí que captó esos detalles, y dudé de mí misma, me percibí menos segura y con ganas de escapar. Así que abrí la boca para decir algo tipo: "bueno, ya quítate", pero no tuve tiempo.

Me plantó un beso. Un segundo antes nuestros rostros estaban a centímetros, y al otro segundo sus labios sellaron los míos y las palabras que tenía pensado soltar bajaron por mi garganta hasta morir. A partir de allí fui soldado desarmado, país sin ejército, Hogwarts sin barrera protectora, tierra sin capa de Ozono. Instintivamente cerré los ojos y suspiré sobre su boca como si acabara de regresar a un lugar que había extrañado durante años.

Indescriptible. Podía ser un mentiroso, un idiota, pero no había resumen, explicación ni sinopsis para sus condenados besos. Con ellos, la inseguridad se esfumó. Me transmitió una calidez y una aceptación maravillosa. Sus labios calentaron los míos con movimientos lentos, pausados y superficiales.

Durante unos segundos fue como una introducción, porque un momento después, sin avisar ni prepararme, separó mi boca con la suya y el beso se convirtió en un juego profundo y algo acelerado. Llevé una mano a su rostro y la coloqué sobre su mejilla en un pequeño intento por estabilizarme y seguirle el delicioso ritmo de roce de lenguas y mordidas.

Mi cuerpo se relajó sobre el asiento. Al mismo tiempo, Adrik se reacomodó entre mis piernas, enredándolas en una posición en la que encajáramos a la perfección. Las apreté contra mí. El roce entre su pantalón y mi desnudez envió calor a las capas más profundas de mi piel. El frío comenzó a desaparecer, pero se evaporó por completo cuando él colocó una mano sobre mi muslo derecho y lo apretujó para que su pelvis se apegara a esa zona especial entre mis piernas.

Venga, hay cosas que no se pueden controlar. Un contacto con otro contacto en un sitio especifico produce algo digno de emitir. ¿Se entiende? Complicado pero cierto. Al menos yo no sé disfrutar sin expresarlo, me disculpo si parece inapropiado, pero no estamos para inhibiciones. El punto es que solté una exhalación de placer al percibir su dureza y él tomó eso como el permiso para proceder a su antojo.

Su mano comenzó a ascender desde mi muslo e hizo un recorrido palma abierta por mis caderas, mi vientre y mi cintura. Sus dedos palparon con suavidad y ansias esas imperfecciones que un momento atrás me habían preocupado, como si no existieran, como si nadie en el mundo las condenara o rechazara. Pasó por uno de mis pechos, por mi cuello y se detuvo en mi rostro, en donde su pulgar acarició mi labio inferior entre besos.

Nuestros rostros se separaron, aunque por unos simples centímetros. Su cara estaba oscura, pero las líneas eran perceptibles al contacto de la mano que todavía tenía sobre su mejilla. Solo pude mirar su boca, entreabierta y jadeante. En un gesto inconsciente, la acaricié. Entonces, Adrik cogió mi mano con la suya y la apretó con suavidad.

Y la besó. Con los ojos fijos en mí, besó con cuidado y casi de manera dulce mi palma, el dorso y los nudillos hasta que llegó a los dedos. Allí se topó con algo frío y metálico, y miró el anillo con la letra "A" de Aegan. Algo se removió en mi interior, algo que me causó un malestar sentimental. El anillo no tenía ningún significado para mí, pero parecía que sí. Sin embargo, Adrik lo cogió con las puntas de sus dedos y lo deslizó para sacarlo como si no fuera más que un estorbo.

No tuve valor para negarme a ello. Lo guardó en el bolsillo de su pantalón.

—¿Necesitas ayuda con algo más? —me preguntó luego en un susurro ronco, cargado de excitación.

—No... ya puedes levantarte —logré decir al recuperar algo de estabilidad. Me dije a mi misma que lo apartaría, pero todo se volcó con su juguetona e incitadora respuesta:

—¿Y si de repente ya no quiero?

Ni siquiera me dejó responder, aunque a ser sincera tampoco tenía una respuesta coherente. Volvió a mi boca con una sensual necesidad de explorarla con su lengua. Estuvo allí unos segundos, mordiendo y rozando mis labios, hasta que se cansó y descendió a mi cuello. Creó un camino de besos y pequeñas lamidas que enviaron descargas de corriente a las ramificaciones de mi cuerpo. Quedé en cero pensamientos, cero resistencias. Tuve incluso que morderme los labios para no soltar otro jadeo en cuanto también decidió besar y apretar con su boca los pequeños y endurecidos centros de mis pechos.

No supe ni en qué universo me encontraba. Si aquello estaba mal, si estaba fallando al permitirlo, si la había cagado, no pareció problema, no pareció importante. Se sentía tan bien, tan nuevo, que enredé una mano en su cabello y lo apreté con suavidad al recibir una deliciosa succión de su parte en la base de mis pechos. Los dejó húmedos y palpitantes de ardor y ansias para continuar su viaje hacia las profundidades de mi cuerpo. Besó y besó hasta que una de sus manos sostuvo mi muslo derecho y en un gesto gentil hizo que elevara la pierna para apoyarla sobre el espaldar del asiento.

Quedé el doble de expuesta en esa posición: tendida sobre el asiento con una pierna alzada y otra extendida hacia el suelo del auto. La mano de Adrik apretó mi muslo y le dio una mordida que luego se transformó en un beso. El beso transitó en un camino recto y, para mi sorpresa, llegó hasta mi núcleo. En el mismísimo instante en que sus labios presionaron sobre la tela húmeda, en ese punto exacto y latente entre mis piernas, arqueé la espalda y solté un gemido espontáneo. Y no me calmó la calentura, todo lo contrario, acentuó el dolor y la urgencia de esa zona por ser atendida a fondo.

Abrí los ojos apenas unos centímetros y contemplé a Adrik. Su brazo rodeaba la pierna que tenía elevada. La puerta del auto seguía abierta, y por la posición, parte su cuerpo estaba afuera. Dios santo, ¿y si alguien nos veía? Por un instante eso me preocupó, pero lo sustituyó una preocupación superior: su mano libre. Con sus dedos ahora agarraba el borde de mi panty. No el borde superior a la altura del vientre, no, el borde de la parte que cubría justo mi entrepierna. De esa forma, sus nudillos hacían contacto con la piel depilada. Porque sí, después de la primera experiencia, fui a podar la zona, tú sabes...

Así que entendí lo que pretendía hacer. Quería apartar la tela sin quitarme la panty y... bueno, hacerme estallar a besos y lamidas. Tan solo imaginarlo, tan solo ver su rostro inclinado entre mis piernas, sentir esos dedos acariciar mi parte más sensible, me hizo sentir débil, ansiosa y húmeda hasta en los pensamientos. Y juro por todas las religiones que quise rendirme ante sus intenciones, no era que tuviera mucha fuerza ya, pero conseguí hacer algo.

Logré incorporarme. Quedé sentada en el asiento y atraje su rostro hacia mí con ambas manos. Él se dejó acercar con facilidad. Nos dimos un beso tan profundo, pausado y erótico que me encendió unas enormes ganas de deslizar las manos hacia sus hombros e impulsarlo de nuevo sobre mi cuerpo para que hiciéramos todo lo que pudiera hacerse en la parte trasera de un auto. Pero solo aparté mis labios. Su respiración colisionó con la mía. Sentí sus músculos tensos. Estaba tan caliente como yo.

—Aegan no quiere que esté cerca de ti —le susurré de golpe al romper el beso. Dudé antes de soltar lo siguiente, pero se me hizo necesario recurrir a cualquier tema que pudiera enfriar el ambiente—: Sabe lo que pasó.

Sin embargo, eso no salió como esperé. La intensa chispa de deseo en sus ojos no se apagó. Solo los giró en un gesto de fastidio y molestia, como si estuviera cansado de oír las cosas que hacia Aegan.

—¿Te lo ordenó o te lo pidió? —me preguntó. Detecté una nota de disgusto en sus palabras.

—Lo exigió, y por eso no deberíamos estar haciendo esto —le aclaré, todavía con ambas manos alrededor de su rostro—. Él podría...

—¿Le tienes miedo? —me interrumpió con algo de desconcierto.

Bueno, más miedo le tenía al coco si nos poníamos a comparar. No le temía a Aegan, y tampoco estaba hablándole así a Adrik solo por amor al arte. Es decir, sí, el momento me había debilitado, todavía quería besarlo y seguir el jaleo, pero no olvidaba nada. No me sentía bien con ello, pero si él me estaba mintiendo, yo tendría que mentirle también.

—Sí, esa es la razón —dije, y a propósito soné asustada e indefensa.

Adrik me miró con preocupación, pero luego adoptó una postura más suave. Vaya, sí que era bueno.

—No nos hará nada, lo juro —me aseguró en un intento por tranquilizarme.

—No lo sé, Adrik... —dudé en un susurro, como si tuviera algo atrapado en la garganta. Incluso desvié la mirada para agregarle un toquecito extra.

Sin embargo, él buscó mis ojos. Se reacomodó en el asiento y me obligó a mirarlo. La oscuridad le sentaba muy bien, trazaba sus líneas y realzaba su atractivo natural y misterioso, como si todo él perteneciera a las sombras. Dios, me gustaba tanto... ya ni siquiera podía negármelo. Me causaba unas malditas sensaciones que quería ignorar, hacer desaparecer por completo, pero resultaba tan complicado que entonces solo quería largarme a sufrir como adolescente con el corazón roto.

El maldito Adrik me había roto el corazón.

—Tú no le gustas de verdad, no soy estúpido —habló, algo disgustado, como si yo le hubiera dicho lo contrario a eso—. No está enamorado de ti, no te quiere. Solo te humilla y te tiene como un juguete para pinchar cuando se le antoja ser cruel. ¿Me vas a decir que a ti te gusta eso? ¿Te gusta él aun así?

Se mantuvo serio pero insistente, esperando por una respuesta que no pretendía darle.

—No sé qué se supone que quieres que diga exactamente —fue lo que dije sin siquiera mirarlo a los ojos para no perder fuerza en la mentira—. Ya tuvimos esta conversación y terminó mal.

—Nada, no tienes que decir nada —zanjó Adrik, áspero y tan gélido como podía llegar a ser si quería.

Se levantó y salió de la parte trasera del auto. Sentí el vacío y el frío que dejó frente a mí. Mi piel se decepcionó y quejó por la distancia, pero no dije nada. Él abrió la puerta del conductor, entró para volver a su lugar y la cerró con la fuerza del disgusto. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y soltó bastante aire, quizás para calmar las diferentes emociones de su cuerpo.

Mientras, un silencio espeso se extendió en el interior del vehículo. Busqué la sudadera en el suelo, la cogí y me la puse. En cuanto pasé la cabeza por el cuello de la tela y la saqué, vi que alguien estaba saliendo del hotel.

—Mira, es Aleixandre —le avisé a Adrik.

Él había vuelto a apoyar los antebrazos del volante y se había inclinado hacia adelante. Ambos observamos el momento. Aleixandre atravesó las puertas del edificio mientras se reacomodaba los botones de su camisa. De acuerdo, había hecho algo con alguien, eso era seguro. Avanzó al mismo tiempo que miraba con cierta cautela hacia los lados hasta que llegó a su camioneta y se subió.

Justo cuando encendió el vehículo, el hotel escupió otra figura. Vaya, vaya. Era un muchacho más o menos alto, aunque no tanto como Aleixandre, con el cabello semi rubio y muy corto. Desde nuestra posición fue difícil detallarlo por completo, pero lo que alcancé a ver concordaba con los rasgos del mismo tipo con el que lo había pillado besándose cuando Kiana y yo lo descubrimos. Debía de ser el mismo de la rueda de la fortuna y, claro, el mismo con el que salía para sacarle algún tipo de información. Bueno, ya era obvio de qué manera también se la sacaba...

El desconocido se acercó a la camioneta a paso apresurado y tocó el cristal de la ventana del conductor. Aleixandre lo hizo descender. En un movimiento rápido, el tipo sacó algo de su bolsillo, una cosita cuadrada que sostuvo entre el dedo índice y el medio, y la extendió. La mano de Aleix se asomó y lo cogió. Acto seguido, el cristal subió y la camioneta arrancó para salir del aparcadero. El desconocido, por su parte, volvió a entrar en el hotel y desapareció.

Me quedó la duda de qué le había dado. Podía ser un papel, una tarjeta, algo de ese tipo, pero ¿qué contenía?

—Bueno, tiene sentido que esté con un chico, según lo que pasó en la feria... —comenté, pero me interrumpí al ver la cara de Adrik.

Se había quedado inmóvil, con los ojos de par en par, mirando hacia el hotel. Era como si... como si... ¡como si lo reconociera! Y ese mismo hecho lo dejara pasmado.

—Adrik —le llamé, todavía desde la parte trasera—. ¿Conoces a ese tipo?

En ese momento despertó de su reacción. Su rostro volvió a ser la representación de la neutralidad.

—Te llevaré a tu apartamento, tengo cosas que hablar con Aleixandre —se limitó a decir, y percibí con mayor fuerza el muro alzado entre nosotros.

En movimientos rápidos encendió el auto y arrancó rumbo a la salida. Salí disparada hacia atrás como un juguete debido a la velocidad con la que aceleró. En cuanto logré incorporarme, pasé una pierna hacia el asiento delantero del copiloto para regresar a mi lugar.

—Pero ¿de qué van a hablar? —pregunté al acomodarme en el asiento, y como no obtuve ninguna respuesta, agregué—: Te acompañé a espiarlo, lo mínimo que merezco es que me cuentes una parte del chisme, ¿no crees?

Pero me ignoró por completo a pesar de que insistí en todo el camino a mi bloque. Cuando llegamos, la lluvia ya era una llovizna suave. En el interior, el ambiente era raro, denso, cargado de la tensión que producían las cosas que se querían decir y no se decían.

Sin más que hacer tomé mi único zapato con tacón, mi vestido mojado y me dispuse bajar del auto sin despedidas y sin darle largas al asunto, pero antes de lograrlo, la mano firme de Adrik se aferró a mi brazo e hizo que me volviera en su dirección. El contacto me ardió, como si ciertas zonas de mi cuerpo recordaran lo que acababa de suceder y lo exigieran a pálpitos.

—¿Tú quieres que sea así como lo exigió Aegan? —me preguntó, y a pesar de que siempre hablaba con la seguridad de tener la razón, atisbé algo de duda en él—. ¿Quieres que me aleje de ti? Porque a mí me vale tres hectáreas de verga lo que Aegan ordene, pero no pienso imponerte nada. Si de verdad es lo que quieres, lo haré.

Agh. Cuando se ponía en ese plan de soy un tipo maduro y hago las cosas como deben ser, me dejaba en un punto confuso, pero me endurecí. Quizás esa también era una de sus tácticas, ser tan... ideal. Él debía saber que un hombre así debilitaba a cualquiera, incluso a mí.

—Aquel día en el club, cuando me pediste que decidiera, lo escogí a él, ¿no? —respondí.

Duro, directo, cruel, pero necesario. De todos modos no podía contestar su pregunta de otra manera. Yo era capaz de mentir, pero sospeché que fallaría al decir: quiero que te alejes, porque en ese instante todo mi ser pedía que se quedara tan cerca que con eso desaparecieran nuestros problemas.

Pero a la mierda con eso. Tenía que desengancharme de ese Adrik falso como fuera posible, y pensé que al decir algo así lo haría enojar y funcionaría, pero sucedió lo contrario. Una sonrisa agria y muy mínima curvó su boca. Al mismo tiempo extendió una mano para coger la mía. Tuve intención de apartarla, pero de hecho temblé ante el contacto con sus dedos.

Adrik buscó algo en su bolsillo y lo sacó.

—Tienes razón, lo hiciste —asintió en el instante en el que deslizó el anillo con la letra "A" de nuevo a mi dedo. Todavía sosteniendo mi mano, alzó la mirada y me escrutó con los ojos entornados, como si fuera un escáner y supiera cada cosa que sucedía en mi interior—. Eres suya. Lo ha dejado claro muchas veces. La única que no lo ha dejado claro eres tú. Dime, ¿lo eres?

Esperó la respuesta sin apartar los ojos de los míos. La esperó como si ansiara encontrar una verdad o una mentira en mis gestos o en mi tono. Si le hubiera mentido en ese momento, lo habría sabido. Y eso era lo que él quería.

—Ni que fuera un objeto como para "ser de alguien" —resoplé junto a una risa absurda.

Esa expresión segura y ligeramente divertida que tanto me molestaba, apareció.

—¿Entonces por qué usas eso? —me preguntó y con un gesto señaló el anillo en mi dedo—. Es un sello de posesión.

Lo toqué solo por tocarlo y lo acomodé para que la "A" quedara derecha. Para mí ese anillo era insignificante.

—Fue un regalo nada más, así lo veo —me limité a contestar, aunque sentí la necesidad de jugar su mismo jueguito retador—. Y quizás... yo sí sea de él después de todo.

Por supuesto que no se enojó ni nada. Si mi comentario le causó un poquito de celos, rebatiría a su maner. Y lo hizo. Alzó las cejas con una exagerada sorpresa.

—¿En serio? —Su cara manifestó una falsa confusión—. Me pareció que era todo lo contrario cuando estábamos allá atrás. Fue como si no fueras su novia o como si no te gustara en lo absoluto.

De acuerdo, era hora de huir antes de que la situación se pusiera peligrosa.

—Voy a bajarme ahora —solté con hastío y abrí la puerta.

—Yo sé que no perteneces a nadie —agregó antes de que yo pusiera un pie fuera. Me detuve, interesada por lo fuera a decir. La diversión y el sarcasmo desaparecieron de su semblante. Aquello lo dijo serio y sin dudas—: Pero lo que sucede entre nosotros le da una patada por el culo a lo que sea que tengas con Aegan. Así que te puede poner diez anillos, cinco collares, un tatuaje u orinarte encima si le da la gana, y eso no borrará el hecho de que todo este tiempo has querido estar solo conmigo.

Esa flecha me atravesó el pecho. Era cierto. Era tan cierto que se me formó un nudo en la garganta a pesar de que me esforcé por contenerlo, y solté algo de manera inconsciente, desde la Jude que no mentía, la que se sentía engañada y quería llorar como princesa de Disney.

—¿Y tú de verdad has querido estar conmigo, Adrik?

Se me quebró un poco la voz al emitir la pregunta. Maldición. No quería mostrar debilidad, pero necesitaba oír la respuesta. Quería escuchar algo sincero de su parte, no del resto, no de Aegan, no de nadie. Tal vez... era mentira. ¿Era muy estúpido contemplar esa posibilidad? Sí, demasiado. No estábamos en un cuento de hadas, menos en una novela rosa.

—He querido ser otra persona para estar contigo —confesó él.

Al oírlo, solo quise salir corriendo del auto. Demonios, era todo demasiado confuso, demasiado fuerte. No sabía qué era cierto y qué no; quién era bueno y quién malo. No estaba segura de si ese era el Adrik que me gustaba o el que debía odiar; si confesaba eso para tenderme una trampa o porque en realidad lo sentía. ¡¿Qué carajos estaba sucediendo?!

No podía quedarme ahí. La cabeza se me reventaría. Salí del auto y cerré la puerta.

—Mañana a las ocho, si quieres —agregó él desde el interior.

—¿Qué pasará mañana a las ocho? ¿Un eclipse? ¿Lluvia de meteoritos? ¿Contacto con extraterrestres? —pregunté en plan de hacerme la loca desentendida porque en momentos de peligro mi humor era mi mejor defensa.

Adrik me miró con toda su apatía tipo: ¿en serio, Jude?

—Hablaremos, no lo sé —contestó luego de reunir paciencia.

—¿De qué? —inquirí en un murmullo inseguro.

Adrik se encogió ligeramente de hombros y fijó la vista en algún otro punto, como si estuviera inquieto.

—Te contaré algunas cosas si quieres oírlas —respondió al fin y me miró con cierta cautela.

Eso sí me interesaba. Que me lo contara todo, que fuera sincero, que me dijera en qué parte tenía culpa y en cuál no. Sí, en definitiva una conversación completa con Adrik, en donde soltara las verdades, me haría aclarar muchas cosas.

Iba a aceptar sin dudar, pero entonces recordé que Regan me había citado mañana para una cena y que yo era su cómplice y ayudante. Él me había pedido que retuviera a Aegan, no a Adrik, así que no podía excusarme.

—Mañana a esa hora quedé con Kiana de ayudarla en algo, lo siento —mentí como si acabara de recordarlo por tonta.

—Entonces solo avísame cuando termines y te paso buscando —aceptó él con simpleza.

Asentí para no negar ni afirmar nada y corrí descalza por el caminillo de acera hasta la entrada. Ni siquiera me giré para ver si Adrik seguía aparcado o se había ido. Me aseguré de subir las escaleras corriendo para ponerme a salvo, pero apenas atravesé la puerta sospeché que todavía no lo estaría.

Artie estaba sentada en el escritorio, frente a la laptop. Al parecer hacía tareas, pero se detuvo para verme a través de sus gafas de pasta. Bueno, al menos ya no estaba llorando, aunque su rostro fue inexpresivo al notar que llevaba puesta una sudadera de hombre, y que por supuesto debía saber que era de Adrik.

Por un momento solo nos mantuvimos en silencio, yo parada en la entrada y ella ahí sentada. El ambiente seguía siendo raro. Pensé en qué decir, pero no se me ocurría nada inteligente o correcto para aligerar la situación, así que jugué con la idea de simplemente encerrarme en mi habitación.

Sin embargo, en cuanto di un paso adelante, ella habló:

—¿Seguiremos con esto? —me preguntó. Había una nota gélida en su voz. Durante un momento no supe a qué se refería, pero ella misma lo aclaró—: Porque yo estoy dispuesta a continuar con el plan. No sé qué piensas tú.

—¿Que pienso de qué? —respondí—. Te dije que mis intenciones no han cambiado. Pienso destruirlos y eso los implica a los tres.

Artie asintió y volvió a poner su atención en la laptop.

—Estuve pensando mucho y creo que ahora debemos actuar más rápido —comentó ella mientras tecleaba y miraba un libro al lado al mismo tiempo—. Con lo que ha pasado entre Adrik y tú, si Aegan llegara a enterarse podría terminar contigo y...

—¿No se lo dijiste ya? —le interrumpí, ceñuda.

Artie hundió las cejas con extrañeza, detuvo lo que estaba haciendo y me miró de nuevo. Su expresión no fue nerviosa ni rara, solo desconcertada.

—¿Por qué lo haría? —inquirió como respuesta. Luego giró los ojos con algo de molestia—. Pude haberme enojado, pero no iba a hacer eso tan bajo, Jude, por favor.

—¿Entonces cómo...? —murmuré más para mí misma.

Volví a buscar algo en el rostro de Artie, quizás el rastro de una mentira, pero no encontré nada más que confusión. Si ella no se lo había soltado por venganza, ¿cómo demonios Aegan lo supo? Dijo que se había dado cuenta, pero tuvo que haber visto el video, estaba segurísima. Y si lo había visto, eso significaba que...

Abrí los ojos de par en par ante la revelación. Alguien le estaba informando cosas, le había mostrado el video, ¡lo había obtenido de alguna manera! Es decir que Aegan estaba más adelantado de lo que creía y que si en verdad no actuábamos rápido, nosotras terminaríamos destruidas.

Una lucecita se encendió en mí. Sin decirle nada a Artie, y dejándola con la palabra en la boca, corrí hasta mi habitación. Con rapidez busqué mi bolsito de mano, aquel que había usado el día de la exposición de arte. ¿Cómo me había olvidado de esa pieza tan importante? Todo por distraerme con Regan, la furia de Artie y las mentiras de Adrik, qué tonta.

Regresé a la sala con el bolsito y luego cogí del escritorio el cargador del teléfono de Artie. Saqué el celular que había encontrado en la habitación de Melanny, allá en el apartamento de los Cash.

Artie parecía no entender nada.

—¿Qué es eso? —preguntó, alternando la vista entre el dispositivo y yo.

—Esto puede ser una respuesta —respondí al tiempo que lo enchufaba.

—¿De quién es?

Lancé el bolsito a un lado y esperé un momento. La pantalla se mantuvo en negro. Pensé que no encendería, pero un segundo después se iluminó con el logo de Apple.

—Si este era el celular de Melanny, podríamos encontrar la verdad sobre su muerte —le dije a Artie.

O descubrir lo que Regan quería saber: si los Cash habían matado a su propia prima.

————

Hola, mentirosos!

Sí, lo sé, estuve ausente. Me disculpo, aunque fue porque tuve que viajar a donde un familiar por cuestiones altamente confidenciales (boda) jajaja bueno el punto es que también me lo tomé como unas mini vacaciones y dejé las redes a un lado en su mayoría, ya saben, para despejar la mente, relajarme. Estaba algo estresada, ya no.

Resulta que apenas regreso del viaje y me encuentro con que en mi casa se robaron los cables del internet y hay que esperar un buen tiempo para que lo arreglen.

Actualicé desde mis datos celulares pero fue un enorme lío. Me disculpo si ven un error o algo extraño, o un párrafo confuso. Hice todo desde el teléfono y las partes en cursiva desaparecieron. Qué estrés, pero espero que les haya gustado este capitulo tan largo, lo edité con mucho esfuerzo y amor para ustedes.

AHORA cuentenme, ¿piensan que Adrik es sincero o es tan mentiroso como Aegan? Jude está bastante dolida y dispuesta a engañar cuanto sea necesario. Se ha convertido en una perra, lo sé :( pero todo tiene un porqué, ya verán, tenganle paciencia a esa loca.

¿Ya tienen sus teorías bien armadas? Ya no falta nada para resolver todo este misterio. Solo les diré que será uno tras otro. El primero empieza a revelarse en el próximo capítulo. ¡Qué emoción!

Aaaaaadelanto:

Veremos qué hay en el teléfono de Melanny.

Regan regresa para la cena y trae pollito.

Si algo es cierto, es que las mentiras tienen patas cortas.

Y los Cash, ojos en todas partes.

Síganme para que, por arte de magia, su Cash favorito aparezca en sus camas. ❤️

Besos falsos,

Alex.

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