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21 - Primera parte

Seis pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos


Día: sábado.

Hora: perfecta para sufrir.

Mi teléfono sonaba y yo estaba en el kiosco comprando otra cubeta de helado, una caja de twinkies, un pack de colas y una bolsa extra grande de doritos. Cabía destacar que iba vestida con leggins y una camisa más grande que mi desánimo, remendada en algunas partes y manchada de pintura en otras. Tenía el cabello recogido en un patético y desastroso intento de cebolla, y parecía una vieja dejada por cinco maridos.

Cuando me harté del sonidito de las notificaciones, chequeé el teléfono. ¿Cómo no lo imaginé? Solo había una persona capaz de joder tanto. Su nombre empezaba por A y terminaba en Egan. Me había estado llamando. Como no respondí había dejado unas diez veces el mismo mensaje:

Creo que estoy resfriado. Pasas por la farmacia y me traes algo? Estoy en el apto. Mueve ese culo de tabla.

Consideré no hacerlo. Si fuera por mí lo habría dejado morir hasta de pulmonía, pero en papel yo era la novia enamorada, y una novia nunca abandonaba a su novio en tiempos de enfermedad, ¿no? ¿NO?

Una sonrisa igual a la de la famosa escena del Grinch se desplegó en mis labios al mismo tiempo que la idea llegaba a mi mente:

A menos que esa novia enamorada se equivocara en la farmacia...

Solté una risita y caminé hacia la farmacia del campus. Entré, la puerta tintineó y me detuve frente al mostrador. La farmacéutica era una muchacha con tan solo un par de años más que yo, con un aspecto nervioso como el de un cachorrito de esos que solo saben temblar y ladrar.

—¿Tienes laxantes en píldoras? —le pregunté con suma naturalidad.

—Sí —respondió, aunque algo dudosa.

Le dediqué una sonrisa amplia, alegre, feliz como la de un niño a punto de hacer su travesura más épica.

—Perfecto, me das eso y una caja de antigripal, por favor —le pedí.

Después de que pagué todo me senté en uno de los bancos de una de las aceras e hice el cambio: metí las tabletas de laxantes en la cajita de los antigripales. Estaba muy segura de que Aegan ni siquiera se molestaría en ver el nombre impreso detrás de la tableta, así que mi plan no fallaría. Ya me satisfacía el solo pensar en la diarrea olímpica que tendría más tarde.

Guardé todo en la bolsita y me fui tarareando y casi que dando tumbos hacia su bloque de edificios. Al llegar subí en el ascensor. Apenas se abrieron las puertas, una figura venía a toda velocidad. Era Owen.

—¡Hola, Owen! —le saludé con mucho ánimo.

—Jude —pronunció y entró en el ascensor con apuro.

Lo miré con algo de extrañeza. No parecía tranquilo como siempre, de hecho, tenía un tinte preocupado, serio, y por la forma en que presionó los botones, también mucha prisa por irse. Su cabello rubio poseía un aire desprolijo. Por alguna razón lo asocié a Aleixandre. Unas semanas atrás, durante las clases, también lo había visto evasivo y tenso.

Debía de ser por el Sak. Si hacía un resumen de lo que había descubierto hasta ahora, los Cash y su combo tenían que resolver un gran problema antes de sesenta días y vender esa droga en forma de diamantes que habían introducido en Tagus. Pero había algo más. Llevaba noches dándole vueltas en mi cabeza. Había algo con menos tamaño pero mayor alcance, algo entre los tres hermanos, Regan e incluso Layla y la muerte de la prima Melanny. Solo que no estaba segura de qué era con exactitud... Las pruebas del tráfico de drogas seguían en mis manos, pero aun no las utilizaría. Todavía me quedaban cosas por hacer.

Avancé por el pasillo tarareando una canción de un comercial, toqué la puerta del apartamento y...

Los ánimos se me fueron al culo.

Adrik alias Driki alias Mi aflicción personal, fue quién abrió la puerta. Toda su presencia me dio un puñetazo en el estómago y me dejó sin aire. K.O. Fatality. Porque no, él no podía conformarse con tan solo ser guapo, nooo, él tenía que ser tortuosamente atractivo. Qué maldición.

El condenado llevaba uno de esos jogger de gimnasio y nada más. Por un instante lo que miré fue su pecho desnudo. Joder, tenía la piel tan limpia y cremosa que provocaba acariciarla solo para comprobar qué tanto funcionaba su entrenamiento. Para rematar, tenía el cabello tan salvaje y desordenado que parecía haberse despertado de una larga siesta. En la mano sostenía una barra de chocolate que debía llevar unos minutos comiendo.

Me miró mientras masticaba lento, con los ojos medio entornados, fríos e indiferentes. Sostuve con mayor fuerza la bolsa que tenía las medicinas y las cosas que había comprado en el kiosco. Quise tragar saliva pero no lo hice para que no notara mi inquietud y mi debilidad. Adrik era más sensato que sus hermanos, no me cabía duda de que tomaría el asunto con mucha madurez, entonces quería hacerlo yo también.

Pasaron unos segundos, pensé que no me dejaría pasar, hasta que finalmente se apartó. Avancé mecánicamente y escuché que cerró la puerta de golpe detrás de mí. Casi me sobresalté.

—Al menos no me tiraste la puerta en la cara —comenté con afabilidad y algo de diversión por alguna estúpida razón—. Es un progreso.

¿Era muy pronto para hacer bromas?

Sí, pero ya me había puesto nerviosa.

—Soy consciente de que no vivo solo —contestó él con desinterés mientras caminaba hacia la cocina—. Y estoy seguro de que si hubiera hecho eso, estarías ahí tocando de nuevo.

¿Para qué negarme? Tenía toda la razón. Ese imbécil siempre estaba en lo correcto.

—Perseverancia, le dicen. —Me encogí de hombros, admitiéndolo.

—Estupidez, se llama en realidad —corrigió él, imitándome.

Exhalé. De nuevo era el Adrik gélido, cortante y sarcástico de la clase de literatura, justo como si no hubiera pasado nada entre nosotros. Lo peor era que cuanto más ignoraba ese hecho, más incómodo se volvía todo. Lo bueno era que tenía la impresión de que para él ya era más fácil. Es decir, en ese instante a mí me temblaba hasta el pasado, y Adrik lucía tan tranquilo. Ese arranque de ira en el club parecía cosa de muchos años atrás.

—¿En dónde está Aegan? —decidí preguntar—. Me dijo que le trajera unas cosas.

Adrik se tomó su tiempo para responder. Masticó el último trozo de chocolate, abrió el refrigerador, sacó una cerveza y cerró el refri. Seguí cada movimiento con mucha paciencia a pesar de que sabía que lo hacía a propósito.

—Se está bañando, ya sale —contestó al mismo tiempo que destapaba la cerveza.

—Bien, lo espero —murmuré.

Se hizo un silencio. Mientras, me quedé parada en medio de la sala, sosteniendo la bolsa con las dos manos por delante de mí. Ese ambiente incómodo, pesado, de que había algo entre nosotros sin resolver, se espesó tanto que sospeché que si alzaba una mano podría palparlo. Quise moverme, pero tampoco supe a donde, así que fingí ver las paredes y todo lo que se me atravesara.

Oh, hola lámpara.

Hola, perra mentirosa.

Sacudí la cabeza. ¿Qué demonios...? Jodida lámpara, ¿o jodida consciencia? Puse cara rara hasta que...

—Ah, pero que descortés soy —habló Adrik de repente, rompiendo el silencio con una falsa amabilidad. Giré la cabeza en un segundo como si hubiera estado aguardando por su voz—. Puedes esperar a mi hermano allá en el balcón en donde pasamos el rato aquella noche que viniste a buscarme.

Quedé como: ¿qué carajos...? ¿por qué mencionaba eso?

—Adrik... —intenté decir con cierta estupefacción, pero él me interrumpió al mismo tiempo que salía de la cocina a paso tranquilo:

—O en ese espacio de la sala en donde me dijiste que te había gustado mi beso. —Señaló un punto especifico del suelo, en donde efectivamente me había quedado inmóvil la noche que lo admití.

Formé una fina línea con los labios. Los recuerdos adquirieron la forma de una enorme garra que me apretó el estómago hasta revolvérmelo. Tragué saliva. Lo decía todo con tanta serenidad como si fuera un tema para hablar en cualquier momento con cualquier persona.

—Adrik por...

Y volvió a interrumpirme:

—O mejor ahí en el sofá en donde te quité la ropa, te toqué y casi te...

—¡Ya, basta! —exclamé de golpe, atónita, antes de que dijera cosas que no debía. Alterné la vista entre la entrada del pasillo que daba hacia las habitaciones y él, nerviosa y con una expresión de horror—. ¡¿Qué coño haces?! —añadí en un susurro exasperado.

Él cerró la boca apenas se detuvo a pocos metros de mí, pero su gesto se mantuvo cruel. De hecho, una mínima pero maliciosa sonrisa le alzó la comisura derecha. ¿Que lo iba a enfrentar con madurez? No, señoras y señores, Adrik Cash estaba haciéndole honor a su apellido y reputación.

—No nos va a escuchar —aseguró con cierto desinterés, obvio que refiriéndose a Aegan—. Debe de estar muy ocupado lustrándose la polla.

No podía creer que estuviera comportándose así. Ni siquiera parecía propio de él, ¿o sí? De pronto, con ambos a cada extremo de la sala como dos vaqueros a punto de sacar las pistolas y enfrentarse, estuve muy segura de no conocer a Adrik en lo absoluto.

—Estás bastante comunicativo hoy, ¿no? —le solté con una nota de reclamo.

—Uno tiene sus días buenos —dijo y la sonrisa pasó a ser amarga.

Fruncí los labios para contenerme.

—Claro, debes de estar feliz, ahora sales oficialmente con Artie —solté, pero juro que no en mal plan. Quise decirlo con odiosidad y ni siquiera me salió así. Nada más necesitaba rebatirle—. Adrik, no la vayas a lastimar...

Él elevó las cejas con falsa sorpresa. Si se hubiera puesto una mano en el pecho le habría quedado perfecta esa de: por favor, me ofendes.

—Pero si yo no soy el que humilla a la gente —defendió con un tonillo tan cínico que me molestó más—, y tampoco de los que andan con una chica y al mismo tiempo intentan andar con otra.

Fue afilado, directo, y me enojó. Y sabemos que no hay cosa más difícil que pararme después de que me dieran cuerda.

—Te dije que no intentaba eso, ¿puedes dejarlo ya? —bufé, dando un paso adelante con decisión.

No se alteró. Incluso en esa situación era buenísimo manteniendo una calma chocante, odiosa.

—De que puedo, puedo, pero quizás no quiero —admitió con un mohín divertido pero malicioso.

Volví a chequear en dirección al pasillo y luego solté en un tono bajo pero con el reclamo suficiente:

—¿Qué? ¿Esto es lo que harás ahora? ¿Convertirás tu ira hacia mí en una estúpida guerra?

—¿Y no era eso lo que tú hacías al principio? —defendió, todavía con esa nota indiferente pero burlona que me estaba comenzando a irritar más de lo recomendado.

Fruncí tanto los labios y apreté tanto la mandíbula que debió verse gracioso. Lo señalé con el dedo como si lo que quisiera fuera acuchillarlo, y finalmente volví a dar el paso hacia atrás. No. Respira, Jude. Haz como ese personaje de Pucca, Ring Ring: no me enojo, no me enojo. En definitiva no iba a entrar en una discusión con él, no iba... no iba a...

—Pues no quiero —dije con simpleza y alcé las manos en un gesto de rendición—. No lo haré. No te seguiré el juego, así que no te esfuerces.

Adrik soltó una risa burlona, amplia, como si hubiera escuchado lo más ridículo del año.

—Pero Jude, yo nunca tuve que esforzarme ni un poco en nada —admitió con suma tranquilidad e incluso algo de presunción—. Y creo que eso lo sabes bien.

Solo le faltó guiñarme el ojo para completar la escenita de idiota engreído. Yo estaba a unos centígrados de que me hirviera la sangre de ira, pero tuve que contenerme porque en ese momento la figura alta y recién bañada de Aegan apareció por el pasillo.

Se había envuelto la toalla alrededor de las caderas y tenía un montón de gotitas sobre los hombros tatuados. El cabello le caía en un desorden húmedo y su piel brillaba de frescura. No obstante, todavía no se afeitaba y juraría que le vi unas tenues ojeras. Aun así no se veía mal. Aegan podía tener mocos y lagañas en la cara y se habría visto igual de atractivo siempre. Era como un puto don.

—Aquí estás, ¿trajiste lo que te pedí? —me dijo como si nada.

Al menos no había escuchado las tonterías que habíamos dicho Adrik y yo.

—Sí —respondí y transformé mi voz en la de novia melosa. Hurgué en la bolsa y saqué la cajita de antigripales. Como no quería fallos la abrí yo misma y saqué una píldora—. Toma, esto te servirá.

Él la cogió con confianza y me guiñó el ojo con coquetería. Luego se inclinó hacia mí y me dejó un beso de saludo sobre los labios. Olía a jabón masculino y su boca estaba fría por la ducha. Todo bien, pero a mí me bastó mirar por encima de Aegan para descubrir que Adrik nos echaba una mirada entornada y suspicaz, y si hubiera sido posible que los humanos se enviaran mensajes telepáticos, lo habría oído en mi cabeza diciendo: eso, Jude, besa a mi hermano y luego ten sueños húmedos conmigo.

Pensé que me pondría verde de la inquietud.

—¿Tú qué? —le dijo Aegan a Adrik apenas lo notó con nosotros en la sala—. Deja tus rarezas.

—Solo hablaba con Jude mientras ella te esperaba —aclaró Adrik, sereno, encogiéndose de hombros—. Para que no se aburriera.

—¿Y cuáles son las nuevas? —inquirió Aegan, alternando la vista entre ambos sin tener ni idea de la verdad.

—Ninguna, Jude nada más me decía que le gusta mucho ese sofá —respondió Adrik con indiferencia al mismo tiempo que señalaba el enorme sofá de la sala.

Un segundo después, en el que quedé helada por esa indirecta tan astuta y malvada, él avanzó en dirección al pasillo para perderse. Sentí un tic en el labio superior. Me mantuve inmóvil a un nivel de convertirme en Super Saiyajin y atacarlo a patadas consecutivas, pero no me enojo, no me enojo.

Aegan, absorto de todo, frunció el ceño con extrañeza y me miró.

—¿En serio? A mí me parece de lo más normal —opinó él sobre el sofá.

Luego se dirigió a la cocina para tomarse el antigripal/laxante con algo de agua. Me giré hacia él, respirando mucho aire para calmarme. Ahora que lo veía bien, tenía ese brillo habitual de energía y poder. Parecía más bien... el triple de animado que todos los días, como si lo hubieran sacado de una revista de hombres maravillosos y perfectos.

—No pareces tener tanta gripe —objeté y seguí estudiándolo con sospecha.

—Por eso puse "creo" —enfatizó con un detenimiento encantador.

Le dediqué una mirada asesina. Él se tomó la píldora, dejó el vaso en el fregador y se acercó a mí. Me hizo un repaso pesado y suspiró con resignación.

—No sé cómo haces para cada día matar mi deseo sexual —suspiró, negando con la cabeza—. Me vestiré y luego te llevaré a tu apartamento para que al menos te pongas algo decente. Saldremos.

La verdad no me molestaba esos comentarios. Me gustaba verme lo peor posible solo para fastidiarlo.

—¿A dónde iremos, amorcito? —pregunté, pestañeando en un falso intento de lindura.

Aegan sonrió con esa condescendencia que me hacía sentir como una pobre huérfana incrédula, y me acarició un mechón de cabello.

—Te ves linda cuando no preguntas nada, ¿sabías?

Intentó darme un beso, pero me aparté con cuidado.

—No quiero que me pegues la gripe, tengo muchos exámenes y a mí no me dejan saltarme clases como a ti —le dije, intentando sonar amable y no tipo: quítate coño, qué asco que me beses.

Se lo creyó.

—Bueno, ya vuelvo. En el refrigerador hay unas bebidas que me trajeron de Japón, una cosa nueva. Son como sodas. Saben bien, pruébalas.

Desapareció por el pasillo con su perfecto culazo marcándose debajo de la toalla hasta que no quedó más que el rastro de su loción. Decidí probar la fulana soda japonesa, porque nunca era mal momento para tragar. Me dirigí a la cocina y busqué en el refrigerador. Saqué una y comencé a bebérmela mientras veía el interesante diseño y las letras en la lata.

Y entonces lo noté. Desde donde yo estaba parada se veía hacia el pasillo. Ese apartamento era bastante amplio, tenía dos pisos y una terraza. Sabía que en el segundo piso había solo tres habitaciones: una donde almacenaban cosas, otro baño y un estudio. Pero en este piso había seis puertas. Un cuarto era el de Adrik, otro el de Aegan, otro el de Aleixandre, la otra puerta era un baño, la otra daba al cuarto de huéspedes en donde Artie y yo habíamos pasado la noche y... ¿la sexta puerta de qué era?

Dejé la soda kawaii en la encimera de la cocina y avancé, curiosa, hacia el pasillo. Vi la puerta de la habitación de Adrik cerrada y se me antojaron las ganas de tocar solo para verlo salir, pero ya no podía hacer algo así. No éramos ni siquiera amigos.

Llegué hasta la puerta misteriosa. Inserte música de misterio: Chan chan chaan. Miré hacia ambos lados. No había moros en la costa. No me cabía dudad de que Aegan tardaría todo lo que su ego le exigiera prepararse, y si alguno me encontraba curioseando tenía una buena excusa. Además, solo miraría un momento, no tardaría nada, así que coloqué la mano sobre la perilla y abrí.

Estaba un poco oscuro porque una cortina cubría la ventana, pero aun así las cosas eran visibles. En diseño se parecía al resto de las habitaciones, pero por alguna razón sentí un escalofrió apenas la pisé, como si no perteneciera al resto del apartamento, como si hubiera algo distinto y menos acogedor en ella. La cama estaba hecha y las cosas bien ordenadas. A simple vista no había nada extraño, de modo que la recorrí con curiosidad. Llegué a la conclusión de que debía de ser otra habitación de huéspedes, o eso pensé hasta que tropecé con algo.

Había un par de zapatos con calcetines en el suelo. Eran masculinos. No supe identificar a cuál de los hermanos les pertenecían. Parecían encajar en cualquiera de los tres, pero si estaban ahí debía de ser porque alguno de ellos entraba a menudo. El que fuera, ¿dormía allí? ¿estudiaba allí? ¿qué hacía? Quise saberlo, así que me acerqué al armario para ver qué tipo de ropa había guardada.

Apenas lo abrí, retrocedí.

Había ropa de chica.

Estaba colgada a la perfección, tan quieta como si no la hubieran tocado desde hace mucho tiempo. El corazón se me disparó con tanta fuerza que lo escuché en mis oídos. Sí, solo era ropa femenina, pero fue como si un viento gélido saliera de ella y me envolviera. Me asusté. Por alguna razón me asusté tanto que cerré el armario y salí de la habitación con rapidez. Cerré la puerta con cuidado y me detuve en el pasillo. Me puse una mano en el pecho, algo agitada. ¿Qué mierda...?

—¿Jude?

La voz me hizo saltar de susto. Pensé que escupiría el alma y que saldría corriendo como en las caricaturas. Abrí los ojos de par en par. Era Aleixandre.

Estaba de pie frente a su puerta. Acababa de salir de su habitación, vestido y listo para deslumbrar Tagus con su presencia. Me miraba con curiosidad, pero... quizás fue por la impresión, el miedo o la nueva y perturbadora perspectiva del apartamento, pero noté algo raro en él. Fue como si viera todo desde un ángulo distinto, más real. Ese aire cálido, afable y alegre que caracterizaba al menor, ¿en dónde estaba? Era el mismo Aleix de siempre, con el cabello bien peinado y la ropa prolija, pero había una bruma en su expresión, un tinte distraído, ausente, como si demasiadas cosas en su mente lo distrajeran.

—¿Qué hacías? —me preguntó, y por un segundo sus ojos pasaron de mi hacia la puerta misteriosa.

¡La excusa, Jude, la excusa!

—Es que se me soltó el brassier y necesitaba abrocharlo —solté, apelando a toda mi capacidad para mentir—. Tuve que quitarme la camisa y eso. —Resoplé y reí para agregarle una nota relajada al momento—. No sé abrocharlo directo por detrás, es un problema a veces.

—Pero ahí está el baño —señaló él con algo de extrañeza hacia la puerta del fondo.

¡Otra excusa, Jude, rápido!

—Es que Aegan salió hace poco y fue como si lanzara una bomba nuclear en el inodoro. No soporté el olor al intentar entrar.

Aleixandre no dijo nada. Sus ojos, ausentes y algo cansados, miraron de nuevo la puerta misteriosa. Por un momento se quedaron fijos allí.

—¿Qué? ¿No se puede entrar ahí? —Señalé la puerta con el pulgar y me hice la desentendida, como si no hubiera visto lo que vi—. No lo sabía, yo...

—No, está bien —reaccionó él. Volvió a enfocarme un segundo y después avanzó por el pasillo, dando por finalizada la conversación.

Pero quedé algo desconcertada.

—Aleix —le llamé antes de que se fuera. Él se detuvo y se giró hacia mí—. ¿Pasa algo?

Entonces sonrió amplio, como siempre. Fue como si en un segundo se colocara la máscara de chico perfecto de Tagus, como si el Aleixandre Cash que todos conocían regresara de un receso. Volvió a lucir fresco, animado, lleno de carisma.

—¿Qué va a pasar de qué? —inquirió como respuesta en una risa absurda, y acto seguido siguió su camino.

A lo lejos, la puerta de entrada al apartamento se cerró con su salida. Ok, eso había sido raro. Miré de nuevo hacia la habitación misteriosa. De pronto quise volver a entrar y examinar mejor la ropa. El susto me había impulsado, pero ahora necesitaba estudiar aquello con mayor atención. Estuve a punto de hacerlo hasta que escuché una voz.

Me sobresalté como si fuera Coraje el perro Cobarde, pero al instante entendí que se trataba de Aegan y que la voz salía de su habitación. No se entendía muy bien, por lo que me acerqué y pegué la oreja a la madera. Hablaba en un tono insistente, raro y muy sospechoso.

—Ya casi resuelvo esto —decía—. Lo tengo claro. No tienes que repetirlo. Ajá, sí, queda poca. Sé la cantidad. Sé el límite. No, él no tiene idea de esto ni la tendrá. Te lo aseguré y sabes que cumplo con mi palabra. —Hubo un silencio en el que asumí que él estaría escuchando a la persona al otro lado del teléfono—. Entiendo, sí entiendo. Solo espera. Está bien. Sí, a la noche. Claro, pero en lo demás me ocuparé yo mismo. Tienes mi palabra.

Me pareció que iba a colgar así que corrí por el pasillo hacia la sala y me senté en uno de los sofás pequeños.

Exhalé con fuerza. ¿Qué había sido esa conversación? Debía de estar relacionada al Sak, pero... no lo había entendido muy bien. Y la habitación, toda esa ropa, ¿de quién era? Ninguna chica vivía allí, al menos no que yo supiera. Y Aleixandre, ¿qué pasaba con él? Recordé la cara de Owen al entrar en el ascensor. ¿Qué los tenía tan preocupados? ¿Era solo el asunto de los diamantes? Intenté darle sentido a todo durante un rato, conectando la información que yo tenía con lo que acababa de oír y ver. Hasta que tocaron a la puerta del apartamento.

Como no apareció nadie me tocó levantarme y abrir. Y se trataba de...

—¡Jude! —exclamó Artie.

¿Cuántas veces me iban a abofetear mentalmente ese día? Primero Adrik me restregaba su sensualidad en la cara y ahora Artie me dejaba como un moscorrofio en comparación, porque parecía haberse remodelado por completo. Iba con jeans ajustados y una camisa de encajes con tirantes, algo reveladora pero nada vulgar. De hecho, le daba un aire sexy que en definitiva no le había visto antes. Incluso se había maquillado y no llevaba puestas sus gafas.

Ella pasó y cerré la puerta.

—¿Qué sucede? —le pregunté, extrañada de que estuviera ahí.

—Ah, nada, Adrik me invitó a salir —contestó, encogiéndose de hombros, aunque notabas que la emoción emanaba de ella si la conocías bien.

Cuando Artie estaba muy emocionada, sonreía con los labios pegados, y era como si le hubieran inyectado una dosis de adrenalina porque no paraba de moverse de todas las formas posibles.

Sentí algo raro en el estómago.

—Genial, ¿a dónde van? —respondí para crear conversación y no quedarme como estúpida lamentándome por eso.

—A la feria que organizan los de la facultad de arte. Es desde las cuatro hasta la medianoche. Hay juegos, cosas increíbles que puedes comprar, gente interesante para conocer y un montón de comida.

Sus ojos brillaron al responder, y entendí por qué. Una feria no era gran cosa, lo maravilloso era ir con Adrik. Si mis inclinaciones no hubieran sido tan macabras y crueles, también me habría emocionado por ir a cualquier sitio con él. También entendí el cambio en su aspecto. Quería impresionarlo y no dudé de que fuera a funcionar. Artie era tan hermosa como las chicas a las que ellos estaban acostumbrados.

Asentí con detenimiento.

—Suena...

—Romántico, ¿verdad? —completó ella, contrayéndose de alegría. Luego abrió los ojos de par en par y su cara expresó un entusiasmo astronómico—. ¡También habrá una rueda de la fortuna! Le pediré a Adrik que nos subamos. Siempre he querido un beso bajo las estrellas.

No sé de dónde saqué la sonrisa, amigos, pero la esbocé. A decir verdad, aunque me gustaba Adrik, no sentía celos de ella. Aquella situación me causaba mucha... ¿frustración? Porque en parte no la entendía. Adrik me había dicho que no le gustaba Artie y ahora la invitaba a salir. Yo no sabía cómo actuar, si decirle o no. Una parte de mí quería hacerlo, pero otra no era capaz. Artie disfrutaba ser la "novia" de un Cash, pero también disfrutaba con la idea de destruirlos. Para ambas era un juego. Ambas mentíamos.

—Me encanta, será súper lindo todo —opiné, todavía asintiendo.

¿Súper lindo? ¿Qué demonios...? ¿En serio? Yo no digo súper lindo. ¡Y deja de asentir! Dejé de asentir.

—¿Aegan y tú qué harán? —me preguntó ella, curiosa, moviéndose por la sala a pasitos rítmicos como si no pudiera quedarse quieta por tanta emoción contenida.

—Bueno, es obvio que nada tan romántico como eso... —resoplé—. A lo mejor vamos a un sitio en donde están sus amigos para que pueda tomarse fotos y hacer vida social.

Artie exhaló con fastidio y giró los ojos. Después su cara destelló como si se le hubiera ocurrido una genial idea.

—¿Por qué no vienen también a la feria? —propuso, el triple de entusiasmada—. Hay muchas cosas para hacer. Adrik y yo nos podemos desviar, pero igual sería genial llegar todos juntos.

¿Ir y verlos en plan romántico? ¿Y no me podían conectar dos cables mojados con alto voltaje a la lengua?

—Bueno, no sé si Aegan... —dudé, buscando alguna buena excusa.

—¿Aegan qué? —dijo el mismísimo Aegan, apareciendo por el pasillo.

Ya se había puesto unos jeans, una camisa de mangas cortas que se abotonaba en frente y que dejaba ver sus tatuajes, y unas botas trenzadas que parecían de cuero marrón bastante caro. O sea, ya era el promotor de Farabella. Le faltaba salir en un comercial.

—Que Jude quiere ir a la feria —completó Artie—. Para que vengan con nosotros.

—¿Con quiénes? —inquirió Aegan, algo distraído.

—Con Adrik y conmigo —aclaró Artie, ceñuda.

—¿Qué hay en esa feria? —preguntó Aegan, no muy interesado.

—Un montón de lugares en los que Jude y tú se pueden besar y estar solos —expresó Artie, ensanchando la sonrisa.

Pareció dar justo en el blanco, porque los claros y astutos ojos de Aegan brillaron de interés.

—Está bien, iremos —aceptó él.

Y fuimos.

Y sucedió lo que sucedió.

Allí todo empezó a caer:

Los Cash.

Mis mentiras.

Los secretos.

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Baia baia... ¡Hola, mentirosas y memtirosos! Bueno la verdad no sé si hay chicos que leen esto pero si los hay, genial.

Esta es la primera parte del capítulo 21. Espero que les haya gustado, o mejor, que se hayan quedado con las ganas de leer más. MUAJAJAJA. (?)

No voy a decir mucho acá. Lo dejaré para la segunda parte.

Y sin adelanto, porque lo que se viene es revelador.

Muchísimas gracias por confiar en mí y seguir leyendo. ❤️

Besos mentirosos,

Alex.

Se me perdió mi lindo Banner de los Cash porque tuve que formatear mi laptop :( lloro mucho. Así que dejo mis redes a lo vieja escuela:

Tw: @MirezAlex
Ig: @alexsmrz

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