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16

El exquisito y tentador fallo en el plan

Ah, lunes...

O mejor dicho:

¡¡¡AHHH, LUNES!!!

La diversión y la magia de la fiesta de bienvenida quedaron atrás. Esa mañana de lunes todos los alumnos de Tagus entramos con los deberes hasta por la frente. Artie, Dash, Kiana, yo e incluso se notaba que el resto estaba atareado y loco yendo de una clase a otra para entregar un informe u otro.

Ahora sí entendía por qué Tagus era el instituto sobresaliente del estado. Las semanas pasadas habían sido solo un calentamiento. A partir de ahora el semestre comenzaba a ponerse rudo. Pero tener tantos asuntos académicos pendientes tuvo sus ventajas.

La primera, pocos tenían tiempo para mirarme raro por lo de mi madre. Es decir sí, algunos incluso evitaban pasar muy cerca de mí como si temieran que yo les fuera a contagiar algo, lo cual me pareció en extremo ridículo e inevitable. Imaginé que esas serían las consecuencias. Ahora solo quedaba lidiar con ello.

La segunda ventaja fue que no vi a Aegan ese lunes, ni el martes y tampoco el miércoles. Lo único que supe de él fue por parte de Dash, quien también iba en tercer año. Según él, estaban tan llenos de informes, exposiciones, exámenes sorpresa y proyectos que Aegan estaba metido de cabeza en los libros.

—Los Cash pueden ser todo lo idiotas y repulsivos que quieras, pero tienen excelentes calificaciones —comentó Dash, sentado frente a mí en uno de los sofás del salón de descanso—. Su promedio académico es lo único que no han comprado.

Había un montón de libros de estudio en la mesa que nos separaba. Dash leía uno sobre ingeniería química. Se veía como todo el mundo: agitado, atareado, cargado de café y bebidas energéticas para no morir de sueño. El cabello castaño que solía llevar bien peinado, estaba en su más puro estado de salvajismo. Algo que me gustaba mucho de él era esa piel oliva que le daba un aire extranjero. Era un atractivo desastre el condenado.

Lo mejor sin dudas fue que ignoró el tema de mi madre como si nunca se hubiera enterado.

—Las mentes más crueles han sido bastante inteligentes —opiné. De repente ladeé la cabeza y lo miré con curiosidad—. Dash, tú eres gay, ¿cierto? Nunca me lo has dicho, pero lo sospecho.

Él hundió las cejas, pero no molestia sino con extrañeza. Ya teníamos cierta confianza como para preguntarnos cosas así.

—Depende de por qué lo estés preguntando —respondió sin apartar la vista del cuaderno en el que escribía—. No haré nada sexual contigo.

Chasqueé la lengua.

—Lo pregunto porque debes saber ciertas cosas...

Dash dejó el boli sobre su cuaderno y se enfocó solo en mí.

—De acuerdo, Jude, si yo no fuera tu amigo me estaría levantado de este sofá ahora mismo —dijo entre risas.

—Me refiero a que... bueno, los Cash se han debido de acostar con casi todas las chicas, ¿no? —Él asintió, aunque no muy convencido de que esa conversación fuera por un camino normal. Miré hacia ambos lados para asegurarme de que nadie nos escuchara y luego lo solté—: ¿Hay alguna posibilidad de que un Cash se haya acostado con un chico?

Dash alzó las cejas con sorpresa.

—¿Por qué esa duda tan repentina y tan... inusual?

—Solo quiero saber en qué punto están sus límites. —Me encogí de hombros.

Bueno no. Lo que quería era saber si había algún indicio, si Aleixandre no había sido tan cuidadoso siempre.

—Pues que yo sepa no —contestó Dash con indiferencia—. Algo así se habría corrido rápido, ¿no te parece? Si no lo has escuchado es porque no ha sucedido.

O porque nadie lo había visto aún...

Kiana llegó de repente. Con una mano sostenía una larga caja dorada y con la otra unos cuantos libros. También estaba agitada, un poco sudorosa y con el cabello rizado más esponjado y alocado que nunca. Cargaba una sudadera y un mono de gimnasio. Hasta la ropa que usábamos era un caos.

Dejó todo sobre la mesa como si solo quisiera deshacerse de eso.

—Puto día —se quejó, se sentó y comenzó a buscar lápiz y papel en su mochila—. Tengo que entregar seis bocetos en unas horas.

Lo de Kiana era el diseño gráfico. Le encantaba dibujar por todos lados, hacer comics y diseñar publicidad. Tenía un talento asombroso. Un día hizo un retrato de Artie con cada detalle al pie.

—¿Qué es eso? —inquirió Dash con curiosidad, señalando la cajita dorada.

—Es algo que me regalaron —respondió Kiana al tiempo que comenzaba a deslizar el lápiz sobre la hoja con apuro—. Los compró un amigo para aligerar el día, pero le dieron la noticia de que reprobó un examen y vomitó en plena aula. Me los regaló porque no quería ni oír de ellos.

Dash se inclinó hacia adelante, cogió la cajita y la abrió. Sacó un par de largos palillos oscuros. Los miró con rareza y luego los olió.

—¿Es incienso? —preguntó él, intentando descubrir qué eran en realidad.

A mí me parecía incienso pero no olía tanto.

—Sí, es terapéutico —asintió Kiana, aunque no estaba muy concentrada en sus palabras sino en su boceto—. Suelen usarse para momentos de estrés o ansiedad. Pueden coger uno si quieren.

—¡Ah, me han hablado de esto! —exclamó Dash como si acabara de recordarlo—. Sí, te ayuda a despejar la mente. Es efectivo al cien por ciento. Como esta semana será demasiado intensa, claro que me tomaré uno.

Él guardó uno en su mochila con cierto entusiasmo.

—¿Qué tal tú, Jude? —me preguntó Kiana sin mirarme—. ¿No quieres?

¿Relajarme? Claro que quería relajarme. Además la cabeza ya comenzaba a darme vueltas con todo: la actitud de las personas hacia mí, las tareas que todavía no terminaba, las cosas que aún debía organizar para el plan.

—Sí, ¿por qué no? —Me encogí de hombros y me incliné hacia Dash para coger un incienso de la cajita—. Lo usaré durante la tarde con Artie.

El resto de las horas me la pasé tranquila. No estar cerca de ninguno de los Cash era liberador. Uno notaba la diferencia. Menos estrés, menos líos, menos escándalos, así que no me importó tener que hacer dos redacciones en una mañana. Me sentía contenta.

Hasta que tocó la clase de literatura.

Adrik llegó como siempre llegaba Adrik a un sitio: serio, algo apático y silencioso. Su cabello apuntaba en todas las direcciones formando un perfecto y atractivo desorden. Era como si se acabara de levantar de un largo sueño o como si en verdad todo le valiera tres hectáreas de mierda.

Ya no podía verlo sin recordar la noche de la casita del árbol. Me venía a la mente cómo nos habíamos reído, cómo nos habíamos sincerado, esa estupidez de quemar la ropa y luego esas sensaciones tan extrañas que experimenté cuando pensó que yo era su almohada y casi me aplastó. Pero alejé esos pensamientos tan rápido como llegaron y me sentí algo incómoda.

Él se sentó oliendo a loción para afeitar, colocó los antebrazos sobre la mesa y se quedó inmóvil mirando la nada con una expresión de: no me hables nunca.

Pero yo sí le hablé, claro, ustedes ya saben cómo soy.

—Adrik —dije, mirándolo con extrañeza. No se movió. Parecía que ni siquiera respiraba.—. ¿Adrik? —pregunté de nuevo, pero nada, era como una estatua, como un maniquí—. ¡¿Adrik?! —insistí con fuerza.

Al fin reaccionó. Inspiró hondo con fastidio y giró la cabeza. Apoyó la barbilla en su mano y me observó con esos ojos plomizos, perezosos.

—Parece que es mentira eso de que si no te mueves no te ve —suspiró, resignado.

Fruncí el ceño y puse mi mejor mueca de rareza.

—¿Qué? ¿Qué rayos estabas hacien...? ¿Pensaste que no te hablaría si me ignorabas? —Sacudí la cabeza, todavía sorprendida por su estupidez—. ¡Y eso aplicaba para los dinosaurios!

—Explícame la diferencia entre tú y uno —respondió, indiferente y odioso. Abrí la boca para hablar, pero en verdad que este tipo me asombraba en cada ocasión—. Exacto, no la hay —agregó ante mi silencio.

—¿En qué demonios me parezco a un dinosaurio según tú? —me quejé.

—Ambos son irritables y agresivos, para empezar.

Giré los ojos y decidí mirar hacia la ventana. Es que si lo pensaba bien, encararlo y recordar cómo habíamos dormido juntos en ropa interior, era raro. ¿Él se acordaría?

—No quiero oír el resto de las similitudes, que de seguro son bastante buenas —resoplé. Dudé un momento, pero luego lo dije—: ¿Te acuerdas que pasamos la noche de la fiesta en la casita del árbol?

—Sí —afirmó.

Volteé con rapidez a verlo. No lo había negado. Eso era bueno. ¿Era bueno? Supuse que sí.

—¿Y...? —emití, esperando que dijera algo sobre las estupideces que habíamos hecho.

—¿Y qué? ¿Debo acordarme de algo en específico? —expresó con simpleza.

El modo en que lo dijo fácilmente se interpretaba como un: esa noche no sucedió nada relevante. Y si él quería eso, bien.

—No —me limité a decir.

Unos segundos después la profesora llegó, comenzó a dar la clase y Adrik y yo no cruzamos palabras excepto para lo que era necesario. Mencionarle algo más sobre la casita del árbol no tenía sentido. ¿Para qué? Solo debía olvidarlo. "Voy a olvidarlo todo, me esforzaré" me dije a mí misma. Lo único bueno de aquella noche fue la información que había soltado.

—Así que lo que harán hoy será esto —decía la profesora, ya casi terminando la hora—. Escogerán un libro según el género acordado en la clase anterior. Se reunirán con su compañero y cada uno leerá en voz alta tres páginas al otro. Quiero que lo graben en video y me lo entreguen mañana en el segundo periodo. No la próxima clase, sino mañana mismo. Estaré en la biblioteca para ese entonces.

El timbre sonó y todos comenzaron a dejar el aula. Yo comencé a guardar mis cosas en la mochila. Adrik cogió la suya, se levantó y lo dijo claro, seco y sin derecho a protesta:

—Estaré a las tres en tu apartamento.

Exhalé con cansancio.

Mis días libres de los Cash habían terminado.

***

Terminada la mañana llegué al apartamento queriendo tomarme una Cola bien fría. Dejé mi mochila sobre el escritorio, saqué una lata del mini refri, me tomé unos tres minutos de descanso y luego me preparé para comenzar la redacción de mañana.

Había una nota de Artie pegada a la pantalla de su laptop:

Llegaré a las seis. Tengo que ir a hacer una encuesta en un laboratorio. Besos.

Artie se preparaba para estudiar biología, así que todos sus deberes estaban relacionados a eso. Arranqué la nota y empecé a trabajar en lo mío. Yo quería aplicar para distintas carreras, por eso todavía no me iba por una rama especifica. En el segundo año en Tagus era que podías escoger.

En cierto momento tuve que recargarme en la silla y frotarme las sienes. Redactar era más difícil cuando tenías demasiadas cosas en la mente. Deseé solo poder copiar y pegar, pero en Tagus tenían todo un sistema para buscar párrafos en la web que coincidieran con los entregados por los alumnos. Así te ganabas un cero definitivo.

No me di cuenta de que ya eran las tres de la tarde hasta que alguien tocó a la puerta. Cuando la abrí, Adrik se encontraba allí con su mochila, un libro en la mano y esa expresión de pocos amigos bien estampada a su cara. Era impresionante cómo tenías a uno de los Cash en frente y te resultaba inevitable preguntarte cómo habían podido engendrar tal espécimen humano tan... digamos que atractivo, porque es una palabra general que se puede usar para cualquier cosa/persona que tenga belleza física sin aportar más que un sentimiento de admiración.

Filosofía con Jude, claro.

Me hice a un lado para dejarlo pasar. Él miró el lugar con el ceño fruncido. Entendí por qué. Era un desastre. Había libros, hojas, latas de café y coca cola por todos lados. Además era el apartamento de dos chicas desordenadas, podías encontrar de todo ahí.

—Lo siento —me apresuré a decir en referencia al desorden—. La semana ha estado fuerte.

Adrik dejó la mochila en el suelo y demostró que podía ser igual de caótico.

—Traje mi ejemplar de Jonathan Strange y el señor Norrell de Susanna Clarke —dijo y alzó el libro para que lo viera—. Para que no digas que soy tan desconsiderado, no tiene dragones ni elfos. Creo que es el que deberíamos leer, aunque si crees que no puedes con esto y quieres algo más ligero tengo la saga Harry Potter.

Era muy bueno en burlarse sin ser demasiado obvio. Giré los ojos.

—Pues según la profesora debo aprender de ti, ¿no? Así que leeré el que elijas —repliqué, intentando sonar amable.

Adrik pareció sorprendido. Alzó las cejas y toda su cara denotó un gran: wow!

—¿Jude Derry admitiendo que sé más que ella? —expresó con asombro—. Hay que hacer una raya en el cielo...

—No estoy admitiendo nada —resoplé de golpe—. Solo... —suspiré. No tenía ganas de discutir ahora—. Hagamos esto. Grabaremos con mi celular.

Adrik me miró con suspicacia.

—¿Por qué no con el mío?

Ah, esa pregunta era tan fácil de responder:

—Nunca dejaría que un Cash tuviera un video mío, así sea solo respirando. Espera aquí mientras lo acomodo todo.

Corrí a la habitación, busqué un par de almohadas y las coloqué en el centro de la sala. Adrik mencionó que solo teníamos que grabarnos leyendo y ya, pero yo quería hacerlo perfecto. Así que él se dedicó a curiosear mientras yo despejaba un poco el lugar. O sea empujé las cosas hacia una esquina y coloqué mi teléfono sobre el escritorio de la laptop para que apuntara directo a nosotros.

—¿Qué es esto? —preguntó Adrik.

Señalaba mi mochila. El incienso que me había regalado Kiana sobresalía de ella.

—Ah, es un tipo de incienso para relajarse, despejar la mente, alejar los nervios, la ansiedad, algo así —respondí al tiempo que probaba el ángulo de la cámara y ajustaba el temporizador para que empezará a grabar—. ¿Lo encendemos? Tengo la cabeza vuelta un culo con todo lo que hay que hacer esta semana y creo que debo bajarle un nivel al estrés.

Adrik se encogió de hombros sin inconvenientes.

—Por mí no hay problema —aceptó.

Lo encendí en la cocina y lo coloqué junto al escritorio, sostenido por una lata de cola. Al instante en que empezó a soltar ese humo delgado y lento, percibí un aroma agradable. No podía determinarlo con exactitud, pero me recordó a un hermoso prado. Lo dejé actuar y poco a poco el ambiente fue adquiriendo un aire mucho más ligero y refrescante.

Con todo ya listo, Adrik se sentó en una de las almohadas y luego yo me senté en la otra. Quedamos frente a frente. La cámara estaba grabando todo.

—De acuerdo... —dije, abriendo el libro—. Yo primero. Son tres páginas, ¿no?

—Ajam.

Comencé a leer las páginas que seleccioné. La verdad, mi capacidad narrativa era muy buena, pero me esmeré mucho más solo porque quería superar a Adrik en el video. Él escuchaba con atención. Que me mirara no me molestó en lo absoluto. De hecho, de repente, nada me molestó en lo absoluto.

Ese incienso sí que funcionaba. En verdad comencé a sentirme más tranquila. Fue como si el humo entrara por mis fosas nasales, reuniera todo el estrés y lo drenara. Fuera preocupaciones, fuera pensamientos complicados, fuera temores por los posibles fallos en mi plan, ¡en incluso fuera plan! Me sentí tan pero tan liberada que de repente hice silencio y parpadeé como si intentara entender algo...

Y luego estallé en una carcajada.

No tuve muy claro por qué me reí tan abruptamente como loca, solo sentí ganas de hacerlo. Fue relajante, tanto que de pronto el mundo me pareció más divertido y menos realista. Carcajeé hasta que los ojos me lagrimearon un poco, entonces me los limpié y descubrí que Adrik también tenía una sonrisa relajada en el rostro.

—Lamento interrumpir el ataque de risa-epilépcia que te está dando, pero es mi turno —me avisó sin cuestionar mi momento de locura.

Le entregué el libro y él comenzó a pasar las hojas. Yo todavía escupía pequeñas risas sin motivo alguno.

—De acuerdo, haz silencio —Adrik carraspeó la garganta y comenzó a leer.

Y como habría dicho un español: empecé a flipar, tío. Bueno, eso creí. La verdad ni siquiera podía explicar lo que me sucedía. Un segundo Adrik leía con normalidad y al otro me pareció que su boca comenzó a moverse más lento. Fruncí el ceño, extrañada. Lo oía leer los párrafos del libro, pero era todo muy extraño. ¿Hablaba lento o rápido? ¿Por qué movía la boca de esa manera? ¿Y por qué de repente eso me causaba ganas de reír?

Apreté los labios para no hacerlo pues él se veía bastante concentrado.

No podía arruinarlo...

No podía interrumpirlo...

No podía...

La risa me salió en contra de mi voluntad, fuerte, escandalosa, como el estornudo que no puedes evitar. De inmediato me cubrí la boca con la mano para contener el resto.

Adrik dejó de leer y me miró, serio.

Yo lo miré con los ojos bien abiertos.

Él me miró, impasible.

Yo lo miré, tragándome la risa.

—¿Puedo leer o qué? —se quejó, aunque con un tono bastante tranquilo.

—Lo siento —me disculpé, todavía con las manos sobre la boca—. Sigue, no me hagas caso, sigue...

Adrik bajó la mirada al libro y continuó. Su voz se escuchaba igual que siempre: baja, clara, interesante, pero la boca, joder, y sus ojos... todo estaba adquiriendo un tinte rarísimo, como que los colores resaltaban y sus movimientos eran semejantes a los de una animación de película. Percibí el mundo de una manera rara, alocada, psicodélica. Sus gestos eran tan llamativos. Pero ¿eran reales? Quería comprobarlo, necesitaba comprobarlo...

—Jude, ¿qué demonios haces? —soltó Adrik, ceñudo.

Cuando sus palabras desinflaron el globo que eran mis pensamientos (en serio, incluso escuché ese sonido que hace un globo al desinflarse) me di cuenta de que me había movido sin siquiera notarlo y que ahora estaba a gatas, cerca de él, a punto de tocarle la punta de la nariz con la puntita de mi dedo índice.

Quedé inmóvil con la mano suspendida frente a su cara.

—¿Qué? —emití como una tonta.

—¿Qué te pasa? —inquirió, mirándome de arriba abajo con rareza.

—¿Qué te pasa a ti? —refuté como si tuviera que defenderme por alguna razón—. ¿Por qué haces esas cosas?

Adrik no entendió nada. Su expresión era de desconcierto absoluto, un desconcierto gracioso que amenazó con hacerme reír de nuevo, pero me tragué la carcajada.

—¿Qué cosas? —preguntó él.

—¡Esas cosas! Mueves la boca y... y la cara, y los parpadeos, y los colores... —solté, señalándolo por todos lados al tiempo que él seguía mi dedo como si fuera a pincharle un ojo.

Adrik me estudió, ceñudo, luego miró hacia el escritorio en donde el palillo de incienso todavía soltaba humo. El ambiente estaba cargado de ese sutil aroma.

—¿Quién te dio eso? —me preguntó con cierta sospecha.

—Una amiga —respondí en un tonillo agudo, intentando no estallar en risas porque ahora sus orejas aleteaban como las de Dumbo—. Se los regalaron a ella. Fue un chico que los compró para relajarse, pero...

—¿Relajarse? —me interrumpió Adrik con detenimiento. Yo asentí y entonces él exhaló como si ya lo comprendiera todo—. Creo que son esos inciensos con marihuana o con quién sabe qué, que venden los del área de farmacia...

Formé una "o" con mi boca.

Marihuana.

O quién sabe qué.

Dios mío.

Dios mío.

Diossss míoOoOoOo.

En vez de entender la seriedad de la situación, exploté en una carcajada. Fue una risa escandalosa y burlona. Adrik enarcó una ceja. Ahora todo tenía sentido. La verdad era que me sentía rarísima, pero al mismo tiempo bastante bien, como si mi cuerpo fuera ligero y el mundo se tratara de disfrutarlo, de nada más.

¿Por qué Adrik no lo disfrutaba?

¡¿Por qué Adrik nunca disfrutaba nada?!

De repente me centré en eso.

—No me mires así, ¿yo qué iba a saber? —le solté entre risas. Me enderecé y quedé arrodillada frente a él. Lo señalé con un dedo en un gesto de advertencia—. Ríete también, vamos.

Pero no hubo asomo de diversión. Tenía estampada esa expresión inalterable y aburrida que lo caracterizaba.

—No sé de qué debería reírme —respondió él, serio.

—Pues de lo que ssssea —insistí y pronuncié la "s" con un serpenteo demasiado gracioso para soportarlo yo misma.

Adrik suspiró y negó con la cabeza.

—Mejor ven a lavarte la cara, tomar agua y acostarte —propuso con sensatez—. Apagaremos ese incienso y luego puedes escuchar música o algo para pasar la volada más rápido.

Intentó hacer que me levantara, pero esquivé sus agarres, me incliné un poco hacia adelante y le toqué la punta de la loquísima nariz que tenía. Sí era real, omaigash...

—No quiero acostarme, quiero hacer algo divertido —expresé, esquivando y apartando sus manos que insistían en calmarme.

Se me ocurrieron miles de cosas, desde lanzarme de algún lado hasta comer cosas que no había comido nunca. Incluso me pregunté qué se sentiría correr desnuda.

—No puedes, estás volada —recalcó Adrik como si no entendiera por qué yo no lo entendía y por qué él si lo entendía y yo no y...

De pronto logró agarrarme la muñeca, pero me resistí a ponerme de pie. Tenía mi nivel de diversión a mil y él lo destrozaba todo con su actitud cortante y amargada.

—¿Por qué siempre eres así? —me quejé con un gesto exagerado de disgusto. Luego se me ocurrió algo y lo ejecuté en un tono forzado y grave—: Uy, soy Adrik, los odio a todos y voy a demostrárselos poniendo cara de culo todo el tiempo —le remedé.

—Sí, ajá, qué graciosa —dijo él con fastidio—. Ahora levántate.

—¡No! —me negué, hice un movimiento con la mano, me zafé y fui yo quien agarró su muñeca esa vez—. Quiero que te rías. ¡Haré que te rías!

Entonces me le lancé encima. Vaya usté a saber por qué hice tal cosa, pero yolo. Fue tan rápido e inesperado para Adrik que cayó hacia atrás con todo mi peso. Quedé a horcajadas sobre él en el piso. Aproveché su desconcierto, la confusión por lo imprevisto de mi movimiento, y comencé a hacerle cosquillas.

—¡Ríete! ¡Quiero ver si es que no estás muerto! —exclamé mientras repartía las cosquillas por su abdomen, debajo de sus brazos, su cuello...

—Jude... no... ¿qué haces? —decía él, intentando luchar contra mí.

Como no aparecía ni un asomo de risa, aumenté la intensidad de las cosquillas. Tenían que haberme visto la cara. Era como si toda mi vida girara en torno a lograr que Adrik sonriera aunque fuera un poco. La decisión con la que lo hacía era admirable y chistosa. Estaba dispuesta a conseguir algo, el gesto más mínimo, cualquier cosa, por eso combatí contra sus manos que trataban de detenerme.

Hasta que lo logré.

En cierto momento Adrik no pudo más. La risa se le escapó sin que él lo quisiera. Fue un gesto rápido pero real. Ensanchó los labios y mostró los dientes blancos, símiles. Era la primera vez que le veía una risa tan amplia. Una de las comisuras se le levantaba más que la otra, no era una sonrisa perfecta, pero hacía que su rostro perdiera toda esa amargura que siempre cargaba, que adquiriera un brillo de alegría, de vida, de entusiasmo.

Él era muy atractivo incluso con esa indiferencia y seriedad, pero sonriendo era... joder, sonriendo era maravilloso.

—¡Basta! —exclamó de pronto. Se impulsó hacia adelante con una fuerza propia de su tamaño, me sostuvo de las muñecas y ambos quedamos sentados, frente a frente—. Ya, ¿feliz?

Sus ojos grises tenían una chispa divertida. Ya no estaba tan serio. Le había despeinado tanto el cabello que eso le añadía un toque salvaje.

—Hay que avisarle al periódico de Tagus —anuncié, alto y con toda la energía que me producía haber logrado mi cometido—. ¡Adrik Cash tiene algo de alma! ¡Adrik Cash sabe reír!

—Avísales también que volada eres el triple de fastidiosa —gruñó.

—El triple de fastidiosa y todo pero puedo hacer esto —solté.

Empecé a mover los brazos, la cabeza y el torso de adentro hacia afuera, en un raro intento de baile. Añadí un tarareo con un ritmo extraño pero intenso. Mi cara acompañó lo ridículo del momento cuando puse la boca como pato.

Adrik me miró, ceñudo.

—¿Qué haces? ¿Qué? ¿Qué es eso? ¿Qué? —emitió, escupiendo algunas risas.

—Un baile —respondí, todavía moviéndome y haciendo caras extrañas—. Tengo mis propios bailes, ¿sabías?

—Déjalo —ordenó.

Pero como se le escapaban algunas risas empecé a bailar con mayor intensidad y más soltura. Me gustaba porque el cabello se me atravesaba en la cara y mi cabeza se sentía como un globo ligero e inflado. Toda mi existencia se sentía liviana. Quería reír, gritar locuras, quería hacerlo todo al mismo tiempo.

—Déjalo, Jude, ya —insistió él de nuevo.

Intentó agarrar mis manos, pero a pesar de eso seguí moviéndolas, moviéndome de una manera loca y sin sentido. Iniciamos una especie de mini pelea de manos y brazos hasta que él me cogió los antebrazos con una fuerza imperiosa y me detuvo.

—¡Ya deja de moverte, joder! —exclamó con una fuerza ronca.

Me quedé quieta, respirando de manera agitada, con mechones de cabello desordenado sobre la cara y con las manos fuertes de Adrik como garras en mis antebrazos. Parpadeé como estúpida y me pregunté por qué exigía que parara si nos estábamos divirtiendo, hasta que de repente me di cuenta de lo que había estado ignorando todo el rato.

Estaba sobre él.

Y con "sobre él" me refería a "sobre su...".

—Lo siento —susurré y tragué saliva—. Voy a... levantarme.

Lo intenté, pero él no me soltó. Me he preguntado demasiadas veces por qué Adrik no solo me soltó o por qué yo no lo manoteé y me levanté, y he llegado a admitir que en ese momento, en un lugar muy dentro de mí, yo no quería que ninguno de los dos hiciéramos eso.

—No —negó. Fue un sonido áspero, autoritario, severo. Me fijé en que sus ojos tenían un tinte endemoniadamente atractivo—. ¿No querías saber si no estaba muerto?

Todavía sosteniéndome los brazos, impulsó las caderas hacia arriba y por el movimiento mi cuerpo se ajustó perfecto al suyo. La dureza sobre la que estaba sentada hizo que los colores y las cosas locas se quedaran suspendidas en el aire, desvaneciéndose. Más que nunca fui consciente de su presencia, de su atractivo aroma, de que me superaba en tamaño, de que estábamos en contacto, en una cercanía peligrosa.

—¿Te parece que lo estoy? —me preguntó en un susurro ronco.

Entonces, no sé quién lo hizo primero, si él o yo, pero nos besamos. Bueno, me gusta pensar que fue él, pero admito que ambos tomamos el impulso.

Así que estás leyendo bien: Adrik Cash me besó.

Durante un momento entre nuestros rostros había una separación, y al otro no. Él soltó uno de mis brazos y me pasó una mano por la mejilla, apartando el cabello. Me cogió la cara y me atrajo hacia sí sin vacilación. Sus labios separaron los míos con mucha facilidad. Si estaba volada eso se me pasó al instante, ¿de acuerdo? Entendí a la perfección que la boca de Adrik se movía a un ritmo demandante y que yo le seguía sin poner objeción.

¿Cómo podía? El condenado sabía cómo dar un beso. No había fallos en la manera en que su lengua hacia contacto con la mía o en cómo daba pequeños y suaves mordiscos a mi labio inferior, ni mucho menos cómo su mano se había deslizado desde mi cara hasta mi cuello y luego hasta enredarse en mi cabello. Incluso su aliento era delicioso, fresco. Sus labios eran suaves, su respiración pesada, su piel caliente...

Adrik bajó las manos hasta mi cintura y me reacomodó de nuevo sobre su cuerpo con muchísima habilidad. Sus palmas eran ágiles, correctas. Supo en dónde colocarlas para mantenerme embelesada mientras intensificábamos ese repentino beso. Por inercia le rodeé el cuello con los brazos y terminé enredando los dedos en su cabello. Hundió un poco los dedos en mi piel y aquello fue como un toque que nos encendió más todavía.

El beso pasó a ser más efusivo. Se llevaba unas cinco estrellas, un mil sobre cien en una forma de calificación. Jamás, en mi record de chicos besados, que culminaba con seis y en donde dos no contaban como beso completo, había experimentado algo así. Juro que sentí como si me estuviera destornillando las piernas, los brazos, todo. Si tenía algún tipo de resistencia, se fue al carajo. Me sentí dirigida por él, atrapada, totalmente atraída de inmediato...

Hasta que terminó. Nada es para siempre, ¿cierto? Cosas que descubrí después, pero en ese momento Adrik detuvo el beso y rompió la magia. Yo abrí los ojos como una tonta, con los labios todavía entreabiertos, hinchados, asombrados por ese asalto.

Nos miramos con pasmo. Él respiraba de manera pesada. Por primera vez no lo vi en control. Estaba tan confundido como yo, como si ni él entendía por qué había sucedido.

—Jude —pronunció con un detenimiento perplejo—. Dime que no acabo de hacer lo que creo que acabo de hacer.

—S-sí lo hiciste —respondí en un susurro, mirando cada centímetro de su cara con asombro.

—Mierda —susurró.

—Mierda —susurré.

Él cerró los ojos en un gesto que me pareció de arrepentimiento. Por un instante sentí... no lo sé, sentí feo, pero recordé que tenía razón.

—No tenía que pasar —suspiró Adrik.

—Nunca —suspiré yo. La palabra me salió ronca, seca, extraña.

—Fue... no quise... eso no fue necesario —masculló él, rascándose la nuca con incomodidad.

—No importa —resoplé como si no fuera nada y añadí una una risa que de manera inevitable me salió incómoda—. Pff, fue solo un beso, nada del otro mundo.

Adrik asintió y forzó una media sonrisa. ¿Por qué no solo ponía su cara de palo y ya? Por el contrario, no entraba a su faceta seca e indiferente, me pareció que intentaba... ¿enmendar el error?

—Sí, sí, exacto —coincidió con rapidez—. Es decir, sí estuvo bien, ¿no? Pero no tiene importancia.

—Totalmente de acuerdo —me apresuré a decir, sonando bastante amigable. No quise demostrarle lo que me pasaba por la mente—. Estuvo bien, nada más. Ni siquiera me acordaré en un rato, te lo aseguro.

—Claro, aunque igual no es como que fuera tan insignificante —comentó, todavía algo inquieto—. Me refiero a... fue interesante.

—Lo sé —solté. Emití otra risa, pero de nuevo me salió de manera rara—. Eres muy atractivo, y sí, eres odioso y no te soporto, pero mentiría si dijera que besas mal.

—Gracias, creo que soy bueno en eso. —Después me señaló como si acabara de notarme. Yo alcé las manos, sonriendo, ¡¿por qué demonios sonreíamos?! O mejor dicho: ¿por qué actuábamos así—. Y tú no te quedaste atrás. Buen control. ¿Has besado a muchos chicos o...?

—No, no —negué, haciendo un gesto de poca importancia—. Tú marcaste el ritmo y yo te seguí, fue todo.

—Claro...

—Sí...

Asentimos al mismo tiempo hasta que solté:

—Bueno, creo que tengo que levantarme.

Adrik apartó las manos en un gesto rápido, tipo: ups, lo siento. Intenté mover las piernas porque literal que lo tenía envuelto con ellas, pegado a mí, pero en el intento me removí un poco sobre él y... bueno, uno siente lo que uno siente sobre lo que sea que se siente. Es decir, estaba duro. ¡Duro! Ni siquiera sabía cómo reaccionar. Mi cabeza quería explotar. Así que me levanté tan rápido como pude y me alejé de él.

Apenas di unos pasos descubrí que incluso yo... Dios mío, ¿me había calentado con ese beso? ¿Qué carajos pasaba conmigo?

Carraspeé la garganta y me detuve cerca de la ventana. Se hizo un silencio raro, un silencio que me despertó la sensación de que aquello no estaba bien. Era Adrik, era el hermano de Aegan, era un Cash...

Me pareció que Adrik también se levantó, pero no me giré para comprobarlo.

—Tienes que irte —fue lo que pude decir.

—Estás...

—Llamaré a Artie para que me acompañe —le interrumpí con rapidez, sin derecho a réplica—. Además, ya se me está pasando.

Sentí todo el peso de su mirada sobre mi espalda. Experimenté cosas extrañas. El corazón me latía rápido. Quise girarme y verlo, pero no pude, no podía. Mis piernas me dejaron plantada allí. Por un instante... temí encararlo.

Un celular sonó. Pensé que era el mío y pretendía dejarlo sonar, pero...

—Es Aegan —dijo Adrik.

Para empeorar, claro, sentí un ramalazo de temor al escuchar el nombre. Me sentí como si me hubieran pillado en el peor de los actos. Apenas me di vuelta, él atravesaba la puerta de entrada.

La cerró tras de sí de un golpe que me sobresaltó.

En el instante en que me quedé sola, cerré los ojos con fuerza y exhalé.

¿Qué carajos había pasado?

¿Cómo había olvidado a quién tenía en frente?

¡¿Cómo demonios había olvidado el plan?!

Era destruir a los Cash, no besarme con el Cash de en medio mientras era la novia del Cash mayor.

Quise estampar la cara contra el vidrio. Me sentí enojada conmigo misma. Ahora de seguro Adrik creería que me gustaba. O sea, su beso me había gustado, sí. Él... él... era diferente. Estaba segura de había algo diferente en Adrik, pero seguía siendo el enemigo. Tenía que seguir viéndolo como el enemigo si no quería fallar.

Ahora el plan estaba en peligro. Podía acabarse todo si Adrik le contaba a Aegan lo que había sucedido.

Empecé a rezar para que no lo hiciera.

¿Qué tan fieles eran entre ellos mismos como para ocultarse cosas?

¿Y qué pasaría conmigo si Adrik le decía a Aegan: me acabo de besar con tu novia?

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Ok...

¡¡¡ESO SÍ QUE ES OTRA ONDAAA!!!

¿Qué les pareció? Jjsajsakjas me encantó este capítulo. No tengo mucho que decir porque estoy fangirleando como ustedes. Solo les recordaré: no saquen conclusiones apresuradas... Por los momentos podemos emocionarnos, pero también temer un poco. 

¿Adelanto?

¿Adrik le soltó la sopa a Aegan?

El mayor de los mentirosos es un idiota, pero uno muy inteligente y astuto.

Aunque ya que estamos en esto de las mentiras, ¿qué de malo tienen unos besos? No lastiman a nadie.

Eso si solo hay dos implicados. Y ups, aquí no son solo dos...

Y tampoco nadie asegura que son tres.

¡En Instagram están las cuentas oficiales de los personajes! Adrik, Aegan, Artie, Jude, Aleixandre, Dash y Kiana. La administradora de la cuenta de Jude hizo un video de la historia y voy a compartirlo. Debo decir que me ENCANTÓ. Si quieren verlo, esta es mi cuenta: @alexsmrz o la pueden chequear en el banner, además etiquetaré las cuentas de los personas para que ustedes puedan seguirlos. 

Besos mentirosos, 

Alex.

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