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Capítulo 9

Tal como acordamos, Alex pasó a recogerme a las cuatro de la tarde a mi apartamento, esta vez aguardo junto a la calle, lo cual fue un gesto que agradecí, necesitaba que respetara mi espacio luego de lo sucedido. Cada vez que recuerdo la forma en que cuidó de mí el pasado día o como me llevo cargada a la cama mi rostro enrojecía en su máxima expresión, debido a ello, aún no he sido capaz de agradecerle en persona por toda su ayuda de ayer.

Íbamos juntos en el coche, ninguno de los dos hablaba y me costaba dar el primer paso. Justo como dijo Alex, traje ropa cómoda de playa: una playera blanca, un short y mis usuales zapatillas deportivas, él no estaba mucho más formal que yo con su pantalón de mezclilla y un ajustado pulóver.

— ¿Por qué vamos a esta hora a la playa? — logro preguntar al final— No es muy tarde para las fotos.

—Lo entenderás cuando lleguemos.

Tras estas últimas palabras llegó el final de nuestra breve conversación, reinó el silencio en la media hora que nos quedó de camino. Llegamos a la playa alrededor de las cinco de la tarde cuando ya todas las personas se encontraban marchándose, solo se divisaban dos o tres familias que aun disfrutaban de la tranquilidad del mar. Me quito las zapatillas y las sostengo con las manos, no quiero que se ensucien. Nunca me ha gustado la sensación de la arena en mi piel, pero no me queda más remedio que aguantarlo sin quejarme.

A diferencia del Central Park, esta vez Alex retira del auto la bolsa con su cámara fotográfica y una gran manta envuelta, con suma delicadeza la extiende a la orilla del mar y coloca el resto del equipo sobre ella.  Se sienta en un extremo de la manta y cuando ve que no me muevo me dirige la palabra.

—Será mejor que tomes asiento, estaremos en este lugar un par de horas y dudo mucho que quieras pasarlas de pie.

Ante su sarcasmo, tomo lugar justo en el sentido contrario a donde él se encuentra.

— ¿Y qué se supone que debemos esperar?

—Lo verás en un rato.

Sus respuestas cortantes y el prolongado misterio me estaban sacando de mis casillas, por lo que respiro hondo y cuento hasta diez para relajarme. Ya las últimas personas de la redonda comenzaban a marcharse, solo quedábamos nosotros dos en varios kilómetros de playa. Con total discreción le miro por el rabillo del ojo, se ve sereno, tranquilo, a pesar de que su rostro no muestra ningún tipo de emoción. Solo se halla ahí sentado contemplando el mar. Carraspeo mi garganta para llamar su atención y consigo que me mire, no lo pienso dos veces, trago mi orgullo como algo que necesito hacer.

—Muchas gracias por tu ayuda de ayer, lamento haber sido una real molestia.

No dice nada, me observa, me sigue observando y comienzo a sentir mis manos sudar de los nervios. Cuando estoy a punto de mencionar algo más con tal de que reaccione, me sorprende mostrando una radiante sonrisa, la cual no había visto en su rostro desde nuestros días de escuela juntos y mi corazón comienza a latir.

—La gran Abby Blaine tragándose su orgullo para agradecerme a mí, jamás pensé que viviría para ver este día—se mofa y yo como una total idiota vuelvo a sonrojarme— No tienes por qué dar gracias, no me hubiera atrevido a dejarte sola en ese estado.

Ya su voz no es de burla ni divertida, es la del viejo amigo que perdí hace tantos años, siento como el pecho se me oprime y me cuesta respirar, no obstante, una parte de mi subconsciente no deja de gritar que soy el acto de caridad de Alex Meelark.

— ¿Por qué te marchaste? —Ni siquiera pienso en la pregunta hasta que es demasiado tarde, rápidamente me retracto—Olvídalo, he sido muy indiscreta y poco profesional, no volverá a suceder.

Aparto la mirada, pero aun siento su vista sobre mí por unos minutos, casi puedo jurar que está considerando responder o no a mi pregunta. Me siento estúpida, por un momento no era al gran fotógrafo Alex Meelark a quien tenía al lado, sino el mocoso que me tiraba agua sobre la ropa y dibujaba mis libretas.

—Ha llegado el momento, en marcha.

Me levanto junto con él de la manta y le ayudo a preparar la cámara. Su gesto vuelve a la seriedad con que siempre realiza su trabajo, inicia a fotografiar en el punto exacto donde el sol se oculta en el mar para el ocaso. Los colores rojos, naranjas y violetas se apoderan de cada centímetro del hermoso cielo sobre nuestras cabezas creando la armonía exacta con el pacífico y tranquilo mar. Puedo sentir como me recorre la emoción por el bello panorama que se muestra antes mis ojos.

— ¿Hace cuánto no mirabas un atardecer?

—Desde que comencé a trabajar no he tenido tiempo para venir a la playa, mucho menos para ver una puesta de sol.

—Entonces espero que lo disfrutes.

Giro esperando verle fotografiar la inmensa playa, pero solo está ahí parado observándome con una enternecedora sonrisa. ¿Ha hecho esto por mí? desecho la idea tan solo de pensarla, es estúpida por no decir ridícula. No tiene motivos para ello. La intensidad de sus ojos me impide apartar la vista de él, solo me quedo parada en ese lugar. Sin embargo, Alex comienza a acercarse a donde me hallo, a pocos centímetros de mi cuerpo levanta su mano hacia mi rostro, no obstante, antes de que logre tocarlo mi móvil comienza a sonar por todo lo alto.

Tan rápido como llegó, se esfuma la mágica aura que nos rodeaba, Alex guarda su cámara, ya el sol se ha ocultado completamente. Saco el móvil para contestar y veo que se trata de Catherine.

—Estoy trabajando Cath—intento que mi voz no suene molesta pero no puedo evitarlo.

—Solo quería asegurarme de que hayas comido, te acabas de recuperar de la fiebre no puedes dejar de alimentarte.

—Comeré algo en cuanto llegue a casa.

—De acuerdo, pero no trabajes hasta tan tarde porque…

Deje de sentir la presión del teléfono contra mi oído y antes de que pudiese remediarlo, Alex estaba contestando la llamada.

—Si…no te preocupes—escucha pacientemente la voz de Cath al otro lado de la línea antes de contestas—Tranquila, yo me aseguraré de que sea así. Adiós.

Cuelga y me devuelve el móvil, ¿qué diablos ha sido eso?

—Vamos te llevaré a cenar algo.
Sus palabras me alarman y vuelvo a refugiarme en nuestro acuerdo profesional.

—Gracias señor Meelark, pero no es necesario que se preocupe por ello, no es parte de su trabajo—no me importa parecer una grosera, no quiero más cercanía de la necesaria, no sé por qué, pero su presencia pone mi mundo de cabezas.

—¿Así que vuelvo a ser el señor Meelark? —ante mi falta de respuesta vuelve a hablar—Sería muy incómodo para nuestro acuerdo si vuelves a caer enferma, así que me aseguraré de que cenes correctamente y luego te devolveré a tu casa.

Quise quejarme, pero ya Alex se encontraba subiendo al coche, volví a ponerme los tenis y luego también monté. Todo el camino fue silencioso, yo no podía dejar de pensar que era lo que habría sucedido en la playa si Cath no nos hubiese interrumpido, quizás le estaba dando más importancia de la necesaria y solo me acomodaría el pelo o algo, sin embargo, a mi mente regresaba una y otra vez la frase: y si no fuese así.

Me perdí tanto tiempo en mis pensamientos que solo soy consciente de donde estábamos cuando el auto se detiene. Miro por la ventanilla y casi dejo de respirar cuando frente a mí observo uno de los restaurantes más costosos de Nueva York: Imperio, para comer allí se debía reservar como mínimo con tres meses de antelación, solo lo he visto desde fuera y es magnífico.

Alex baja del carro y da la vuelta al lado del pasajero para abrir mi puerta con suma elegancia.

—Hemos llegado.

Me quedo mirándole con cara de idiota par de minutos.

— ¿A dónde? —pregunto, aunque imagino la respuesta.

—Cenaremos aquí esta noche.

— ¡Estás loco! —grito mientras señalo mis ropas con las manos—No pienso entrar en un lugar así con ropa deportiva.

—Pues tendrás que entrar preciosa porque comeremos aquí.

Parece ser su decisión final, pero yo nunca paso una mirada de desafío por alto, bajo del coche y comienzo a caminar calle abajo. Siento unos pasos detrás de mí y una fuerte mano que me sostiene por el antebrazo.

— ¿A dónde se supone que vas? —Alex está enojado, no me importa, incluso me divierte la situación.

—Hay un local de comida italiana dos calles abajo, comeré allí.

—Ni lo sueñes muñeca, comerás en este restaurante conmigo y luego te llevare a tu casa.

—Mira muñeco—enfatizo la última palabra haciendo crecer su enojo—Yo con estas pintas no pienso entrar a ese lugar, si tanto deseas comer tu caviar y champan ve tu solito, yo iré a comer al local italiano y luego espero a que salgas para que me lleves a casa o si prefieres pido un taxi.

Nos retamos con la mirada par de segundos, no pienso ceder, no pienso admitir la derrota y, de repente, Alex hace algo que me sorprende. Arquea la comisura de los labios en una sonrisa. Se está divirtiendo el cabrón con todo esto.

—Sigues siendo la misma niñata peleona de mis recuerdos—sin darme tiempo a responder me hala dentro del coche y arranca— ¿Dónde está el dichoso local?

Le voy indicando por donde tiene que ir mientras me deleito en el agradable sabor de la victoria, el cual se duplica cuando llegamos al viejo restaurante y el rostro de Alex solo refleja horror.

—La comida es buena, te gustará.

Entramos en la pequeña estancia y nos sentamos en una de las mesas del fondo, desde donde estoy saludo con la mano al cocinero que se alegra de verme llegar.

— ¿Has venido otras veces?

—Cada vez que puedo.

— ¿Qué desean ordenar? —pregunta el camarero que atiende nuestra mesa
—Lo de siempre Bobby, por favor—pido yo, Alex que no parece muy contento con lo que ve en el menú lo cierra y le dice al camarero.

—Tráigame lo mismo que a la señorita y una botella del mejor vino que tengan.

El camarero toma nuestra orden y en menos de media hora tenemos ante nosotros dos espaguetis a la boloñesa acompañado de un exquisito vino tinto, aunque, por el semblante de Alex veo que él no piensa lo mismo.

— ¿Qué? No está lo suficientemente bueno para tu paladar del Imperio—pongo los ojos en blanco y comienzo a comer.

Más por hambre que por seguridad Alex me imita y con la primera cucharada que se lleva a la boca se queda paralizado.

—Esto está buenísimo—dice mientras come.

Suelto una pequeña risa y continuamos con nuestra cena hasta que me doy cuenta que Alex lleva un tiempo mirándome fijamente.

— ¿Ocurre algo? —pregunto con temor a que me halla ensuciado el rostro con la salsa o algo por el estilo.

—Hoy en la playa me preguntaste que porque me marche y…

—Ha sido mi indiscreción y fue poco profesional—le interrumpo— por favor olvídalo.

—Pero quiero explicarte—suelto el tenedor para mirarle, de repente he perdido el apetito—Mi padre cayó enfermo y necesitaba ayuda en los negocios familiares, asistí a clases privadas cuando llegué a este lugar. Fue tan rápido todo que ni siquiera tuve tiempo de despedirme, lo siento—el arrepentimiento en sus ojos es sincero y eso me intranquiliza aún más, un fuerte dolor invade mi pecho—Me sentí mal al no poder decirte adiós. Éramos buenos…—busca la palabra adecuada— Buenos amigos y me gustaría podamos seguir siéndolo.

Mantengo el silencio unos minutos, no sé qué responder a tanta sinceridad.

—Te entiendo, era tu familia, sin embargo, aunque nos llevemos bien ya nuestra amistad quedó atrás, ahora solo trabajamos juntos—suelto una pequeña sonrisa al terminar la oración, aun así, no me siento para nada divertida.

No sé porque salieron esas palabras de mi boca, pero necesitaba herirle, necesitaba dejarlo todo claro y, por lo visto, lo logré, solo que no conté que me molestase más a mí que a él.

Terminamos la comida en silencio, Alex pago la cuenta y luego regresamos a mi casa. Bajo del coche y cuando giro para despedirme está justo detrás de mí, me sobresalto no le sentí cuando vino hacia mí. Está demasiado cerca, el olor de su colonia invade mis fosas nasales.

—Bueno es todo, hasta mañana.

Quiero escapar. Voy a dar la vuelta, pero me sostiene por la mano, justo como en la playa, obligándome a estar frente a él. Alza su mano hacia mi rostro y la coloca en la parte trasera de mi cabeza, comienza a descender sus labios hacia mí, me congelo, no sé qué hacer y lo único que se me ocurre en cerrar los ojos, una parte de mi cerebro me traiciona deseando que me bese mientras la otra me dicta que me aparte. No obstante, antes que pueda reaccionar siento la calidez de sus labios sobre mi frente, abro los ojos solo para verle alejarse y dejarme parada sin saber qué hacer en plena calle.

—Hasta mañana Abby.

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