Capítulo 7
— ¡Achhhh! —estornudo mientras Catherine retira el termómetro de mi boca.
—No me pegues tus bacterias—está molesta— ¿Se puede saber porque has tenido que quedarte bajo la lluvia hasta el punto de tener treinta y nueve grados de temperatura? ¡Estas ardiendo!
El momento de tranquilidad que viví hace dos días bajo la lluvia ocasionaron una alta fiebre nada más llegar a mi casa. Al parecer he sido víctima de una gripe pasajera, sé que guardando cama y alimentándome bien me recuperaré en un día o dos, por desgracia, para Cath, la reina del drama, estaba a dos pasos de la tumba.
Hubiese preferido no contarle nada hasta que pasara el malestar, sin embargo, no contaba con la visita sorpresa de mi amiga esta mañana. Solamente al ver mi semblante me montó una bronca de los mil demonios.
—No te preocupes, estoy bien—trato de tranquilizarla.
—Ni bien ni leches, imagina que tengamos que llevarte a un hospital y te dejasen ingresada, ¿qué harías con el trabajo? Y con lo mal que se come en los hospitales.
Su nivel de histeria resultaba divertido, pero en ocasiones lograba sacarme de mis casillas. Decidí rendirme en esta batalla, cualquier cosa que dijese para desmentirla solo empeoraría la situación.
—Lo siento, prometo que no lo volveré a hacer—ante mis disculpas su semblante se ablanda.
—Solo promete que te cuidarás mejor, no quiero que te suceda nada.
Suspiro y se lo prometo, en el fondo solo se preocupa por mí.
—Abby, cariño, debo regresar al trabajo ¿Podrás estar sola por unas cuantas horas?
–No te preocupes, dormiré por un rato.
Catherine pone frente a mí una pequeña botella de agua y una manta en caso de que tenga frío. Anota en una hoja de papel el número de su trabajo en caso que la necesitase o que su móvil no se halle disponible.
— ¿En serio estarás bien? —pregunta desconfiada desde el umbral de la puerta.
—Lo estaré, no te preocupes y márchate antes de que llegues tarde.
Con una ligera sonrisa y una promesa de que no demorará en regresar se marcha para su trabajo. Con la casa completamente sola comienzo a relajarme, enciendo la TV con el objetivo de matar el tiempo, pero no le presto mucha atención. Los ojos comienzan a cerrárseme, no era mentira cuando le dije a Cath que quizás echaría una pequeña siesta. Los parpados me pesan demasiado como para continuar manteniendo los ojos abiertos, sin saber en qué momento ocurre, el sueño me gana la batalla.
Poco a poco las imágenes aparecen por si solas en mi mente.
Ya no me hallo en mi apartamento, sino en un aula estudiantil sentada en mi pupitre, la reconozco, es mi antigua escuela. Todos a mí alrededor están divididos en pequeños grupos de personas por afinidad: conversan, ríen, se divierten… La mayoría no son el tipo de personas que me agradan por lo que me llevo bien con todos, pero prefiero no relacionarme con ninguno. Saco mi agenda del bolso que tengo al lado para revisar las notas de las clases pasadas, al abrirlo encuentro cada hoja pintada a bolígrafo o llena de carteles y palabras junto a muñecos de grandes cabezas por cada esquina, sé quién lo ha hecho, ni siquiera imagino una segunda posibilidad.
Levanto la mirada para encontrarlo junto a la entrada observándome con una sonrisa de oreja a oreja al ser pillado, la batalla del día de hoy ha comenzado. No es el Alex con el que pasé horas bajo la lluvia en el Central Park, sino uno más joven, aunque con los mismos deseos de molestarme de siempre. Es entonces que mi subconsciente reacciona, no es un sueño, es un recuerdo de hace mucho tiempo, sé lo que va a ocurrir ahora, tomo mi bolsa y camino lentamente hacia la puerta como si nada pasase, llego junto a él y dejo caer el pesado bolso sobre su pie con gran disimulo y es sus facciones le observo reprimir la mueca de dolor.
—Lo siento, ¿te hecho daño? —la comisura de mis labios se alza en una pequeña sonrisa que le permite ver que no ha sido tan accidental como le he querido hacer creer.
—Bruja.
—Capullo.
Recojo el bolso del suelo y sigo mi camino con la sensación del triunfo en mi interior, este viaje he ganado yo. Una de mis compañeras de aula, Elena, se acerca a mi lado.
— ¿Peleando otra vez?
—Ha empezado él este viaje.
—Por Dios, acaben de hacerse novios y dejen de molestar ya.
Voy a contestar cuando siento el timbre del final de las clases sonar. El sonido no se detiene, sigue una y otra vez.
Abro los ojos y me percato que el ruido no pertenece al sueño, sino que alguien ha estado llamando a la puerta. Un fuerte dolor de cabeza comienza a tomar forma entre mis cejas, a duras penas y acordándome de todos los antepasados del nuevo visitante voy camino a la entrada. Debe ser Catherine que olvidó algo o ha vuelto para llevarme a urgencias en el hospital más cercano.
—Te he dicho que me encuentro bien Cath, no tenías que regresar…—digo mientras abro la puerta, sin embargo, me congelo cuando veo a Alex de pie frente a mí.
Como siempre en vaqueros y camisa, su pelo despeinado, perece tan perfecto y tan galante. Maldigo para mis adentros al recordar que solo llevo pijama y el pelo todo despeinado en un moño alto, con suerte me lave los dientes esta mañana.
— ¿Qué haces aquí? —eso es Abby, al diablo los modales, me regaño mentalmente.
—Hola a ti también preciosa—su sarcasmo solo me hace más consciente de mi mal vestir— Te he enviado varios mensajes diciendo que pasaría a recogerte para ir a trabajar, pero al parecer no lo has visto—explica a la par que me dedica una mirada examinando mi estado.
—No puede ser no he sentido el móvil, dame cinco minutos para vestirme y salimos en seguida.
Voy a girar para ir a arreglarme, pero sus manos me detienen frente a él. Con suma delicadeza toca mi frente y su cara se contrae.
— ¡Estas ardiendo! —no era una pregunta, sino una afirmación.
Con gran descaro entra por mi casa sin ni siquiera ser invitado a pasar, cierro la puerta y voy tras él, no pienso permitir que se pasee con tal libertad por mi apartamento.
—Puedes esperar abajo, no demoraré en vestirme.
—No seas tonta no iremos a ningún lugar, ¿tienes medicamentos?
—Segundo cajón a la derecha de la cocina— en serio soy tonta, que hago respondiéndole tan obedientemente.
Cuando regresa con los medicamentos en la mano, me toma del brazo obligando a sentarme en el sofá donde mide mi temperatura con el termómetro que había al lado. La fiebre no ha disminuido desde la última vez que revisé. Tomó los analgésicos que me ofrece y pongo mala cara cuando se sienta a mi lado.
—No tienes por qué hacer esto, podemos ir a trabajar.
—No digas locuras, visto que así no puedes salir trabajaremos desde aquí, ¿tienes algún ordenador que me prestes?
De mala gana asiento, por lo visto no se marchará tan pronto. Le entrego la laptop y espero a ver si necesite algo más. Cuando no dice nada pregunto:
— ¿Alguna otra cosa?
—Sí, siéntate a mi lado y espera.
Grosero, nunca cambia. Sin ánimos de discutir hago lo que me dice, debo contar hasta diez y recordar que es un cliente muy importante por lo que no puedo echarlo a patadas de mi casa. Aunque comenzaba a plantearme si la buena educación hacia los clientes idiotas debía de mantenerse también fuera de los ámbitos laborales.
Le observo trabajar por unos minutos y, por raro que parezca, comienzo a relajarme viendo la tranquilidad y la seriedad que utiliza en su vida profesional.
— ¿Qué haces? —no quiero interrumpir su trabajo, pero la curiosidad puede más que yo.
—Edito algunas de las fotos que tomamos el otro día.
Asiento y no vuelvo a preguntar más, aunque muero de ganas de hacerlo. Intento ver algunas de las fotografías desde mi posición, pero Alex se adelanta a mis pensamientos y me lo impide volteando la laptop en su dirección.
Pasan los minutos y continuamos en silencio, el sueño comienza a volver a mí y por segunda vez en este día los parpados me pesan. Si poder remediarlo vuelvo a caer en un profundo sueño. Los viejos recuerdos siguen virando a mi mente, las risas, las continuas discusiones, la inesperada amistad que surgió entre ambos y por ultimo su rara partida, sin embargo, no recuerdo que en ninguno de esos hechos sintiese la cálida sensación en los labios que siento ahora mismo, como si fuese un tierno beso.
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