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Perfecto

A sus 27 años Bakugō ha visto y vivido muchas más cosas que un joven promedio de su edad; desde atentados con numerosos heridos hasta declaraciones de amor gritadas con los nervios a flor de piel desde la terraza de un pequeño piso perdido por las calles de Tokyo. Es cuestión de acostumbrarse a ver situaciones de ese estilo, al fin y al cabo la labor de un héroe es estar para salvar a las personas y permitirles llegar a los momentos felices de sus vidas sin esperar nada a cambio más que poder permitirles vivir un día más. Las muertes se acumulan sobre tus hombros cuando fallas, las sonrisas agradecidas sirven de apoyo para reposar un poco cuando estás exhausto y los pequeños momentos de felicidad son el impulso para seguir luchando y salvando vidas. Todo es acostumbrarse, todo es adaptarse, todo es asumir el hermoso y pesado rol que los héroes han decidido portar con honor y esfuerzo.

Ya se ha acostumbrado a que las personas lo reconozcan cada vez que sale a la calle a pasear, se ha acostumbrado a los molestos niños correteando a su alrededor pidiendo con emoción un autógrafo del héroe número dos de la clasificación y las disculpas avergonzadas de las madres junto con algún gesto coqueto disimulado que sus maridos no suelen captar. Se ha familiarizado con ese "Buenos días" que la cotilla de la vecina de enfrente le da todos los días al salir de su pequeña casa de dos habitaciones; ya es costumbre ver al hijo de seis años de la Señora Yamamoto correteando por las mañanas de manera descuidada y torpe por la calle peatonal —aunque con permiso de paso para bicis y coches de las unidades domésticas— seguido por los gritos asustados y enfadados de su madre suplicando que deje de ser tan travieso. Es extraño, su antiguo yo jamás se habría adaptado a esa pequeña vida en comunidad pero ahora él ya está acostumbrado a ese estilo de vida que tan feliz le hace —aunque de eso no tienen por qué enterarse sus molestos y amables vecinos—.

Ha vivido mucho, desde luego, pero aún cuando sus piernas han recorrido tanto camino y sus ojos han visto tanto todavía hay algo a lo que no se ha acostumbrado y a lo que cree que jamás podrá hacerlo. Todavía no puede evitar sorprenderse cuando llega cansado del trabajo a casa y unos gentiles brazos lo abrazan acompañados de un "Bienvenido, Suki" que altera cada pequeña partícula de su cuerpo con tal intensidad que le hace olvidar el cansancio y tan solo centrarse en las extremidades de ese hombre; tampoco puede acostumbrarse a la asfixiante agonía que supone cuando su pareja va a alguna misión importante, el como se sienten sus manos apretando con fuerza el teléfono y su vista clavada en las noticias por si dicen algo acerca del tema. A lo mejor no son las pequeñas cosas a las que no puede acostumbrarse sino que más bien todavía no puede asumir que tal cantidad de felicidad pueda ser suya, poder poseer ese pedacito de cielo que es llegar a casa y ver al otro con algún pijama formado por prendas descombinadas sacadas a prisas del armario y con la música alta para realizar alguna que otra labor del hogar.

Podrá ser el héroe número dos en la clasificación, eso no hay quien se lo quite, pero en cuanto sus pies traspasan el umbral de la puerta de casa vuelve a convertirse en ese estúpido adolescente hormonal enamorado de su molesto pero adorable mejor amigo. Es casi como dar un paso atrás en el tiempo, como si su cuerpo hubiera avanzado con los años pero su corazón se hubiera quedado anclado en el primer momento que se aceleró como el estúpido órgano molesto que es al cruzar miradas con el otro chico durante el entrenamiento planificado por All Might en su segundo año del curso de héroes.

Todavía recuerda lo mucho que luchó contra ese sentimiento, lo mucho que trató de convencerse de que el amor es solo un estorbo para su labor y que lo mejor sería olvidarse de ese idiota mal peinado con esa sonrisa que le da ganas de golpearlo y besarlo por partes iguales. Trató muchísimo de olvidarlo, de no sentir nada por él, pero todo se fue a la mierda cuando ese maldito chico llegó totalmente nervioso pero lleno de ilusión a decirle lo que sentía.

Es que Blasty, me gustas mucho. Fue lo que escapó de los labios ajenos aquel 23 de Julio tras una larga tarde de videojuegos.

¿Qué podía hacer él, un pobre adolescente enamorado desde hace meses, más que aceptar esas palabras que el otro le ofrecía con los brazos abiertos? ¿Había alguna respuesta posible que no fuera besarlo y corresponder esos dulces sentimientos que el pobre pelirrojo se había esforzado en confesar? Está seguro de que no, que no había escapatoria posible una vez que el chico comenzó a morder de manera nerviosa su labio inferior y a jugar con sus manos tras haber dejado escapar aquellas palabras.

Le gustaría decir que su maldito corazón se mantuvo tranquilo ante la fascinante imagen frente a él, que no sintió como todo su organismo enloquecía en cuanto el chico fue capaz de esbozar una avergonzada sonrisa y que sus extremidades no temblaron de manera exagerada en cuanto se decidió a probar esos labios que durante demasiado tiempo estuvieron llamándolo. Le encantaría poder decir todo eso y mantener su imagen de chico duro y frío que no se altera ante nada, pero sería una vil mentira pues a día de hoy ese hombre todavía consigue hacerle reaccionar de la misma manera que cuando eran unos estúpidos e inexpertos adolescentes guiados solo por ese amor entre ellos.

El valiente y fuerte Ground Zero, ese al que tanto niños como adultos alaban casi como si de un Dios se tratara, resulta ser en realidad un pobre niño asustadizo en cuanto al amor se trata. Es triste, vergonzoso y humillante, pero por algún extraño motivo no se siente mal que sea así. La verdad es que le agrada la sensación de poder bajar la guardia mientras ambos se abrazan en el sofá viendo alguna película de acción o terror, le gusta como se siente el cosquilleo que recorre sus manos cuando estas se encuentran explorando el cuerpo ajeno y le vuelve loco ese calor que envuelve su corazón cuando la brillante sonrisa del contrario le recibe cada mañana al despertar. Es triste y vergonzoso pero también es mágico y embriagante, nadie podría entenderlo sin tener a ese hombre a su lado; nadie podría siquiera imaginar cómo es que se siente tener a la única persona que realmente te completa y te entiende cuidando cada mísero día de ti desde hace años.

Y cuando sus ojos ahora topan con el chico de cabello desordenado y amplia sonrisa que intenta preparar algo de cenar después de su largo día de trabajo, no puede evitar pensar que eso es algo a lo que jamás se acostumbrará pero que tampoco desea dejar escapar. No está seguro de en qué momento fue que empezó a volverse tan loco por él, en qué momento fue que dejó de poder estar separado de esos brazos ni cuando comenzó a verlo como el ser más radiante del planeta, pero lo que sí sabe es que ahora simplemente no puede dejarlo escapar.

Los movimientos del joven de larga cabellera y numerosas cicatrices tanto en brazos como espalda y piernas son algo torpes mientras trata de revolver los huevos que se encuentran en el interior del bol. Si fuera su yo antiguo, ese Bakugō siempre alterado y molesto, ya le estaría gritando por lo inútil que es al no saber hacer algo tan sencillo como eso pero ahora que han pasado tantas cosas, que sus dedos han danzado tantas veces por cada hueco de su piel y que sus labios han cubierto cada lugar posible solo puede pensar en lo perfecto que se ve a sus ojos de estúpido y empalagoso enamorado. A lo mejor en estos años se ha vuelto demasiado sensible, a lo mejor ha pasado demasiado tiempo con ese idiota sentimental que parece infectar su alma con esos molestos sentimientos pero sabe que ahora mismo él es todo lo que necesita por muy cursi que pueda sonar eso —y es consciente de que suena excesivamente cursi—.

—¡Suki, pásame la sal! —pide a gritos el joven pelirrojo sin molestarse ni en mirar si Bakugō se encuentra ahí, siempre es así de escandaloso y molesto cuando de cocinar o de la vida en general se trata.

Él no puede hacer más que levantarse de la silla de la cocina sobre la que sus brazos y cabeza reposaban hasta segundos antes, siente que el cuerpo le pesa del cansancio acumulado de la semana y que en cualquier momento caerá desmayado. Sin embargo la petición del chico resuena en su cabeza haciéndolo sacar todas las pocas fuerzas que le quedan para ayudarlo, al fin y al cabo ese inútil moriría por una intoxicación si no estuviera ahí. Sus pies se arrastran por las baldosas beige con cansancio hasta llegar a uno de los armarios de color gris en los que, si ese desorganizado y graciosillo chico no ha cambiado, deben encontrarse todas las especias necesarias para cada uno de sus platos.

—¿Qué se supone que estás preparando? —pregunta con curiosidad mientras saca el salero del lugar correspondiente y lo extiende con mala cara.

—Oh, es una receta que Sero trajo de su viaje a España —contesta el pelirrojo con dificultad debido a su maldito gesto de concentración, ese con el que saca ligeramente la lengua y se ve tan gracioso—. Es una tortilla de patatas, dijo que está rica.

—¿Y te vas a fiar de ese idiota? —vuelve a cuestionar mientras se desplaza hacia la enorme nevera en la cual se encuentra su adorado zumo de naranja—. No creo que sepa lo que es probar un buen plato.

Una estruendosa carcajada escapa de los labios de su pareja con tal naturalidad que incluso él se asusta un poco al escucharla. Podría resultar molesta para otros, demasiado escandalosa o desagradable, pero para él parece la mejor melodía.

—Vamos Suki, Mina no cocina tan mal —defiende el más bajo de los dos girando en su dirección con el bol agarrado con su mano izquierda y la batidora de mano en la derecha-. He probado algunos de sus platos y aquí sigo.

—Ugh, eso explica por qué eres tan imbécil —bromea juguetón bebiendo un poco del líquido naranja tan delicioso y al que se ha hecho adicto por culpa de ese idiota frente a él, ese mismo que ahora le mira con el ceño fruncido. Se le hace extraño verlo así, como si realmente le hubiera sentado mal lo dicho. Deja de lado su zumo antes de intentar arreglarlo, ya habrá tiempo para esa delicia más tarde—. Vamos Ei, es una broma.

El nombrado esboza de pronto otra sonrisa juguetona en cuanto un tono preocupado aborda la voz de Bakugō. Parece divertido, parece con ganas de jugar un poco pero sobre todo, y lo más importante, es que parece feliz.

—¡Yo también bromeaba! —suelta con una pequeña risa el chico—. Llevo semanas practicando mi gesto serio, te lo creíste.

Kirishima comienza un extraño baile de la victoria, se nota el orgullo desbordante por haberle hecho caer en una tontería como es poner una mala cara por unas palabras. En el pasado Bakugō jamás habría caído en algo así, y aunque enserio se enfadara tampoco habría dado su brazo a torcer en absoluto. Pero las cosas han cambiado bastante desde entonces, sobre todo desde el día en que casi perdió a ese hermoso chico por su estúpido y jodido orgullo. Ahora es pasado, desde luego, pero no puede evitar pensar qué habría pasado si no le hubiera hecho caso a Mina, si no se hubiera disculpado en el último momento por el miedo de perderlo. Se siente orgulloso de al final haber cedido, de haber solucionado cada fallo entre ellos dos y que ahora puedan estar tan felices juntos. Es tan feliz a su lado que no quiere que eso acabe nunca, que quiere que sea eterno y pueda atesorarlo durante lo que le reste de vida, a lo mejor hoy es el momento para hacer lo que lleva meses pensando, para dejar al fin los nervios e inseguridades de lado y lanzarse a por todas.

—¿Suki? —pregunta extrañado el pelirrojo poniendo ambas manos sobre sus hombros, ha pensado tanto en sus sentimientos que ni cuenta se ha dado cuando este ha decidido dejar esa estúpida tortilla a un lado para centrarse en él—. ¿Pasa algo, amor? Perdón si te asusté, no era mi intención...

Los orbes rojos de Kirishima bañados en preocupación chocan contra los suyos. De golpe se siente calmado, como si el pelirrojo fuera el único tranquilizante efectivo con él. Sus brazos viajan hasta la espalda ajena y con un rápido movimiento hace chocar sus cuerpos en un extraño abrazo —debe recalcar que extraño por culpa de la posición de las malditas manos de Kirishima, ni dar un abrazo en condiciones puede—. Es algo incómodo y repentino pero el cálido y suave tacto ajeno es increíble, el sentir como sus dedos se deslizan por la tela de la camiseta de piñas de Kirishima y como la respiración ajena choca contra su mejilla de manera algo acelerada por la sorpresa. Nota como con cierta dificultad las manos de su pareja pasan de sus hombros a su cuello para afianzar el abrazo y dejarlo reposar un poco, no podría esperar menos teniendo en cuenta la suerte que ha tenido con su pareja. No es un abrazo por tristeza, ni por cansancio, ni siquiera es por el mal recuerdo que le ha venido sino que es un abrazo de amor, de amor verdadero, de ese que te consume totalmente y que quieres seguir teniendo a toda costa; es un abrazo cargado de palabras no dichas, de sentimientos sinceros y del mayor amor que una persona tan seca y poco cariñosa como él puede dar.

—Ey Suki, ¿un día largo? —pregunta en tono cariñoso el pelirrojo mientras acaricia las hebras cenizas con sus gruesos dedos consiguiendo que se sienta realmente querido.

—No, solo me apetecía abrazarte —contesta en tono de falsa molestia contra su oído sacándole una pequeña sonrisa al chico que lo escucha—. ¿No puedo abrazar a mi novio cuando me da la puta gana?

—Sabes que puedes abrazarme siempre que quieras —asegura el pelirrojo apretando el agarre alrededor de su cuello de manera juguetona—. Me gusta cuando te pones cariñoso.

Esa es otra cosa que le gusta de Kirishima, como acepta cada uno de sus cambios de humor sin juzgarlo en absoluto por ello. Da igual que un día esté insoportablemente grosero, que al siguiente esté cariñoso y después tan indiferente que hablar con él sea semejante a hacerlo con una pared; dan igual todos sus cambios porque la única constante que necesita en su vida es a ese idiota que poco a poco comienza a aflojar el agarre hasta separarse ligeramente de él pero sin abandonar el roce completamente. Quedan cara a cara, sus ojos chocando de nuevo y batallando de manera cariñosa durante lo que dura esa guerra de miradas hasta que la radiante sonrisa de Kirishima aparece para volver a acelerar de manera irremediable su corazón.

Ya no hay nervios, ya no hay dudas, ya no hay nada más que un desbordante amor que quiere casi gritar al mundo. Y no es habitual que un chico como él piense ese tipo de cosas —mucho menos que las diga—, tampoco es normal que alguien con su personalidad demuestre tanto pero ese chico simplemente ha destrozado todas y cada una de sus barreras.

—Voy a subir a cambiarme —avisa falsamente soltando al fin a su querido novio—. Intenta no quemar la cocina mientras tanto.

—¿Qué clase de confianza tienes en mí? —pregunta con falsa indignación el pelirrojo mientras se vuelve a girar hacia donde un rato antes dejó el bol.

Las energías parecen volver a su cuerpo de golpe, casi como si hubiera sido un pobre humano descargado al que solo Kirishima podría devolverle toda la carga. Se mueve rápido por el pasillo de tarima y paredes blancas con algunos cuadros colgados en ellas; cuadros de sus vacaciones de pareja, de sus quedadas con sus mejores amigos, de la boda de Sero y Mina, del nacimiento de la hija de Kaminari... Muchísimos recuerdos expuestos en las paredes de su hogar.

Abre la puerta de madera que lo lleva hasta la habitación compartida entre él y Kirishima, la desventaja de ello es que su pie choca por mala suerte contra una de las mancuernas que su desordenado novio deja tiradas como si de calcetines se tratara. Ese idiota no tiene claro el concepto de la seguridad, eso es obvio. Aún adolorido debe esquivar dos mancuernas más y una comba que por algún extraño motivo está amarrada a la cama para poder llegar hasta la cómoda, ese chico es definitivamente un desastre. Rebusca entre los cajones de la cómoda nervioso y algo ansioso, no puede perder el impulso de seguridad que le ha aparecido después de abrazar a ese idiota mal teñido que sigue haciendo la tortilla en la cocina. Rebusca y rebusca entre las numerosas camisetas de colores oscuros que le pertenecen y, justo cuando está apunto de rendirse y maldecir su maldita mala memoria, encuentra la cajita negra que compró cinco meses atrás. Es pequeña y solo un objeto, aún así se siente como si estuviera a punto de dar un paso al vacío en cuanto sus dedos toquen el objeto.

Vamos, no es un puto niño cobarde como cuando empezaron a salir sino que es un adulto, un jodido y valiente adulto que va a dar el paso de una vez por todas. No más excusas, no más miedos, no más echarse atrás en el último momento como si fuera el idiota de Kaminari cuando se declaró a Jirō —ese desgraciado tardó diez intentos en declararse y para su mala suerte a él le tocó aguantar el drama de ambos-. Toma decidido la cajita entre sus mano—, ya no hay marcha atrás.

Rehace el recorrido sin haber cumplido con su palabra de cambiarse, tampoco es algo que le preocupe demasiado pero igualmente sabe que su pareja va a fijarse inevitablemente en ese hecho; es tonto, pero tampoco tanto. Sus manos todavía agarran la caja con algo de inseguridad y temor, no puede creer que realmente vaya a hacer algo como eso. Él, el orgulloso e independiente Bakugō Katsuki, está dejando totalmente de lado su imagen habitual pero no podría importarle menos si la recompensa es poder pasar más tiempo con ese idiota que tanto le gusta así que guarda al fin la cajita en uno de sus bolsillos, no seguirá escapando de algo que desea con tanta fuerza.

El trayecto es corto, demasiado incluso, hasta que sus ojos topan de nuevo con la espalda bien formada de su pareja. Jamás ha visto a alguien que le quede tan bien una estúpida camiseta de piñas, ni que aún haciendo un desastre se vea tan lindo y adorable y mucho menos se fijaría en todas esas cosas si se tratara de otra persona. Porque cuesta admitirlo, cuesta asumir que has conectado tanto con una persona como para poder buscar algo bueno entre cualquier defecto y por ello es que esa sensación de felicidad eterna que tiene junto al pelirrojo parece no querer desaparecer nunca.

—Ei —llama al chico que pega un saltito del susto y se gira a observarlo con una sonrisa y una mirada interrogativa, desde luego no ha dejado pasar la falta de pijama cubriendo su cuerpo.

—¿No encontraste el pijama? —cuestiona Kirishima con timidez, seguramente ese idiota piensa que aún no es capaz de encontrar sus cosas entre el puto desastre que siempre monta en esa habitación—. ¡Seguro que está para lavar! Dame un segundo y te ayudo a buscarlo.

Niega con la cabeza de manera seria, no quiere un pijama lo quiere a él. Se acerca más a su pareja con un intento de sonrisa decorando su rostro, al fin y al cabo las expresiones amables jamás han sido su punto fuerte. Nota como la mirada de Kirishima lo sigue sin descanso hasta que queda frente a él y unen sus manos, las del pelirrojo están algo sucias y pegajosas por culpa de ese mejunje que según él es "tortilla de patatas"; no puede darle más igual, la sensación de sus dedos entrelazados es superior al rechazo que pueda producirle tocar algo como eso.

—No me interrumpas —avisa con rostro serio mirando directamente a los ojos rojos de su querido novio—. Voy a decirte muchas mierdas empalagosas así que no me interrumpas.

Un ligero sonrojo aparece en las tiernas mejillas del contrario y pueden haber pasado los años pero si hay algo que nunca cambia son esas mejillas que dan ganas de apretarlas a todas horas de lo adorables que son y ese tierno sonrojo que las acompaña con cada acción "varonil" por su parte. Ve sus ojos chispeantes, emocionados, seguramente no esperaba que él, el chico que menos expresa con palabras lo mucho que quiere a las personas, fuera a ponerse a decir un montón de cosas romanticonas dirigidas única y exclusivamente a él. Pero es Kirishima, y ese estúpido pelirrojo es la excepción a todas sus putas normas y costumbres; solo él puede mirar más allá del muro construido alrededor de su corazón.

Analiza cada rasgo de su rostro antes de comenzar el discurso intentando memorizar cada pequeña característica, no vaya a ser que tras semejante espectáculo Eijirō quiera huir para no volver jamás —aunque conociéndolo cuando acabe su monólogo se pondrá a llorar y decir alguna mierda acerca de lo varonil que es expresar los sentimientos—. Se fija en la cicatriz de su ojo, esa que tanto trató de ocultar con maquillaje una vez comenzaron a salir por alguna tontería acerca de no querer que se avergonzara por salir con una persona con una marca tan fea —a día de hoy Bakugō debe admitir que le encanta esa marquita y que, aunque Kirishima no lo sepa, le parece un poco sexy—; pasea su mirada por todo el contorno bien marcado de su mandíbula, por sus labios tan rosado y mullidos que ha tenido la suerte de besar en innumerables ocasiones y por esos orbes rojos tan semejantes pero a la vez diferentes a los suyos. Es fascinante como sus ojos conectan irremediablemente, como mantienen esa manía de buscarse todo el tiempo con la mirada como hacían cuando eran unos simples adolescentes hormonales demasiado idiotas para admitir sus sentimientos.

—Ugh, esto es molesto —El discurso ya comienza mal, desde luego—. Yo... Bueno, tú...

El dedo gordo de la mano de Kirishima comienza a acariciar el dorso de la suya con cariño, tratando de ofrecerle toda la confianza que le es posible. Y tiene suerte de tenerle al lado porque desde luego es el que mejor sabe sacarle todos los miedos con un solo roce.

—A mí estas cosas de los sentimientos y esas mierdas no se me dan bien, ya lo sabes —Parece que esta vez el intento de discurso comienza ligeramente mejor que el anterior—. Nunca he sentido que necesitara hablar de ese tipo de cosas de todos modos así que ya te puedes sentir el idiota más afortunado por esto.

La cabecita de Kirishima se mueve con emoción en un asentimiento, parece realmente interesado en descubrir que palabras saldrán de su boca así que no puede decepcionarlo, no cuando tiene una oportunidad tan perfecta para hacerlo feliz.

—Eres un puto desastre, no te voy a mentir —Y vuelve a empezar mal el discurso—. Siempre dejas todo tirado por el suelo, no tienes ni idea de cocinar, ensucias cada maldita cosa que tocas, eres escandaloso y tienes la jodida manía de intentar ayudarme con todo. Joder Ei, vivir un día a tu lado es como una puta montaña rusa.

Trata de respirar de manera más relajada antes de continuar con su discurso, el cual para él va bastante bien por el momento.

—Pero para tu mala suerte, me encanta vivir así. Eres desordenado con tus cosas pero siempre intentas dejar las mías donde las encontraste, no sabes cocinar pero te esfuerzas tanto que puedo llegar a probar la comida sin escupirla al primer bocado, eres el ser humano más escandaloso del planeta pero por algún motivo tu voz no es molesta sino que me parece relajante. ¿Y sabes? Salir a pasear contigo es imposible porque no paras de detenerte a acariciar perritos pero pones una puta cara tan ilusionada que me pararía cientos de veces más solo para verla, no hay quien vea una película contigo porque no te callas pero la manera en que siempre te abrazas a mí mientras la vemos es jodidamente agradable... Mira Eijirō, a lo mejor no entiendes ni una mierda de lo que estoy intentando decir porque no sé como expresar todo esto —Chasquea la lengua con molestia, es verdad que ha avanzado mucho desde que era un adolescente pero todavía no es capaz de expresarse bien cuando de sentimientos se trata—. Solo digo que estar contigo me hace feliz, ¿entiendes? Porque eres el único que aguanta todas mis cagadas, que me tiende una mano cada vez que caigo en vez de darme por perdido; eres quien sube mis ánimos cuando llego muerto de cansancio a casa aunque tú también hayas tenido un día de mierda, eres el que siempre tiene una palabra buena para una persona como yo...

Sus manos tiemblan un poco, nunca se ha abierto de esa manera y cree que está fallando un poco a la hora de transmitirle sus sentimientos. Pero cuando los ojos aguados de Kirishima lo miran con tanto cariño, cuando una sonrisa tímida se plasma en su rostro es cuando se da cuenta de que en realidad no lo está haciendo tan mal, que ese pelirrojo lo conoce tan bien como para entender que incluso los insultos del principio solo trataban de expresar lo mucho que lo ama.

—Fuiste, eres y siempre serás el puto niñato insistente que busca ayudarme con cada puta tontería y que se volvió aquello que pensé que nunca necesitaría pero sin lo que ahora no podría vivir... Pensaba que eras una molestia, un desastre, que jamás podríamos llevarnos realmente bien pero me hiciste aceptar por primera vez que estaba equivocado. Y joder, para mi puta mala suerte me enseñaste demasiadas cosas en estos años —Su corazón late demasiado acelerado por culpa de los nervios que le genera estar abriéndose de esa manera a su pareja—. Me hiciste darme cuenta de lo que era sentir amor por alguien, lo que era tener un amigo de verdad... Me enseñaste a relacionarme con esos idiotas a los que llamamos amigos y a controlar un poco mi actitud con Deku. Me diste un motivo para no lanzarme como un loco a por todos los hijos de puta que me encuentre y no porque me lo hayas pedido sino porque no quiero ver más tu cara preocupada cada vez que necesito ir al hospital. Eijirō, sin dudas me has hecho una mejor persona y te doy las gracias por ello, aunque no te acostumbres a que lo haga.

Suelta las manos del pelirrojo con lentitud mientras la sorpresa continúa inundando el hermoso rostro de su pareja. Es una obra de arte y él es el bastardo con la mejor puta suerte del mundo por poder ver cada expresión de ese chico cada día.

—Si hay alguien con quien quiero pasar lo que me queda de vida, es contigo. Y sé que no me pega estar diciendo estas mierdas, me estoy dando asco a mí mismo, pero por una vez creo que puedo dejar de callarme como me siento —Bakugō introduce su mano derecha en el bolsillo para extraer de este la pequeña y oscura caja. Su corazón y su pulso se alteran demasiado cuando al fin la abre para enseñar un anillo con una decoración en forma de tiburón que tanto sorprende como alegra a Kirishima—. Así que... Eijirō Kirishima, cásate conmigo o muere.

La cara de Kirishima es un poema en ese preciso instante, jamás ha visto sus ojos tan abiertos ni sus mejillas tan rojas como las que ahora se le muestran. Pero la impresión no dura mucho hasta que la sonrisa más pura y amable que ha podido presenciar en toda su vida aparece, casi es como un rayo de sol dándole directamente en la cara.

—¿Cásate conmigo o muere? —pregunta entre risitas el pelirrojo por su actitud—. Creo que elegiré casarme, si no te importa.

Y tras eso el pelirrojo no tarda en lanzarse a sus brazos con una gran sonrisa. La caja del anillo cae, sus manos vuelan rápidamente a abrazarlo y sus labios chocan con extrema emoción. Se siente como si flotara sobre una nube cuando el movimiento de ambos comienza y los brazos de Kirishima afianzan el agarre alrededor de su cuello para no caer por su maldita locura de lanzarse hacia él tan descuidadamente. Puede que ya no sea algo tan nuevo para ellos eso de besarse pero esta vez se siente única porque para ellos es la manera de sellar su promesa, de decirse de nuevo que se aman sin necesidad de palabras. Es una sensación tan cálida que parece quemar pero se siente tan bien, tan correcto... Porque solo hay una persona que le puede hacer sentir de esa manera y esa persona es el idiota de Kirishima Eijirō, el cual parece igual de ilusionado que él por lo ocurrido.

Sus labios se separan tras unos segundos de beso, la frente de Kirishima pasa a chocar suavemente con la suya y una enorme sonrisa aparece en su rostro. ¿Qué estará pensando ese idiota justo ahora? Porque si le preguntaran como se siente él diría que parece que está en un sueño o que se está volviendo loco porque no encuentra un sentido a que ese chico haya aceptado. Pero puede que estuviera destinado así, que las imperfecciones de Kirishima fueran los parches que cubrieran las suyas y que juntos hicieran la más hermosa escena; o puede que no estén completos gracias al otro sino que sean el acompañamiento perfecto el uno del otro. Es un cursi, lo sabe, pero por Kirishima desde luego que merece la pena.

—Cásate conmigo o muere... —repite en un tono ensoñador el pelirrojo, algunos cabellos de este caen desordenados por ambos rostros provocándoles unas ligeras cosquillas—. ¡Que petición de matrimonio más varonil, Blasty!

—Sabía que te gustaría —suelta con tono orgulloso mientras con su mano derecha aparta los rebeldes cabellos rojos para colocarlos tras la oreja ajena—, aunque salió mejor de lo que esperaba.

Ambos se sonríen dulcemente, seguramente sus cerebros todavía no han terminado de procesar toda la información pero tampoco les preocupa mientras puedan permanecer en su burbuja de felicidad extrema. Cuando Kirishima se separa para recoger el anillo del suelo, ese mismo que después coloca con gracia en su dedo anular, Bakugō se da cuenta de que no podría haber elegido a alguien mejor para pasar el resto de su vida. Porque Kirishima tiene muchísimas imperfecciones pero esas mismas son las que lo hacen tan perfecto.

—El anillo de verdad está guardado, por si lo prefieres —avisa aún sabiendo la obvia respuesta de su pareja.

—¡No lo quiero! Me has pedido matrimonio con este así que me quedo con este —contesta risueño el joven—. ¡Tenemos que llamar a mucha gente para avisar de esto! Mañana tenemos cena con los chicos así que ya podemos contárselo y el Sábado que viene hemos quedado con tus padres para ir a comprar la colcha nueva así que nos vie-

—¡Agh, ya me estoy arrepintiendo! —bromea Bakugō haciendo rabiar un poco a Kirishima, al fin y al cabo hay cosas que nunca cambian y una de ellas es ese afán suyo por decir lo contrario a lo que realmente piensa.

—¡Pues no está permitida la devolución! —avisa con gracia el pelirrojo mientras lleva su mano hasta su anillo fingiendo cubrirlo—. Si te arrepientes haberlo pensado antes.

—Oye Ei... —Vuelve a llamarlo con una gran sonrisa nada habitual en él—. Te amo.

Los orbes rojos de Kirishima vuelven a brillar de una manera tan alegre e ilusionada que pagaría lo que fuera por jamás dejar de ver tan hermosa escena.

—También te amo, Blasty. —El pelirrojo utiliza de nuevo ese apodo, ese molesto apodo del que se deshizo hace dos años pero que por algún motivo ha decidido devolver a la vida pero, lejos de molestarle, extrañamente le agrada como suena de nuevo el apodo saliendo de su boca.

Y ahí ambos se sienten completos, ambos repletos de energías y con ganas de comerse el mundo porque mientras vayan de la mano del otro no les hace falta nada más. Ambos son uno, el complemento y el apoyo perfecto para el otro, aquel con el que pueden contar y que siempre los verá con sus ojos repletos de amor. Porque a lo mejor los dos son un desastre, son una maldita fiesta en cada ocasión y a veces llegan a ser un poco insoportables para los demás.

Aún así Kirishima siempre se verá perfecto a ojos de Bakugō y ese malhumorado cenizo siempre se verá maravilloso a ojos del alegre pelirrojo.

5598 palabras.
Publicado el: 03/12/2020.

💫Notas de autora: Wow, no sé ni cómo describir este OS. La verdad es que hace mucho que lo tengo hecho y me moría de ganas por publicarlo pero decidí esperar hasta este día para hacerlo. Cuando lo comencé me sentía super soft e hice más de la mitad del capítulo en poquísimo tiempo, me siento orgullosa de ello. La idea principal era que solo fueran pensamientos de Bakugō acerca de Kiri pero... ¡No me pude resistir! Nunca había escrito una propuesta de matrimonio y simplemente quise probar jo. La verdad es que me ha gustado escribirlo y espero que a vosotros os haya gustado leerlo❤️

🧡La increíble portada y el maravilloso separador fueron realizados por -katsulani
🧡Créditos del arte a su respectivo autor.

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