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Parte única

PERFECTAMENTE IMPERFECTO
Relato por Karla R.


Tal vez eran sus doscientas libras las que la hacían destacar de entre todos o era aquella sonrisa que combinaba a la perfección con su cara redonda. Suzanne estaba muy consiente de su obesidad, mas ya no era motivo de incomodidad o vergüenza. Era este tipo de mujer que contoneaba las caderas a un ritmo que solo es posible si se cuenta con seguridad y una alta estima. Su peso, su talla y sus imperfecciones no robaban su atención; simplemente estaban ahí y no molestaban. Supongo que cuando una persona lleva batallando con su peso a lo largo de sus veinte cinco años de vida, que ha lidiado con el rechazo y las ofensas por su físico constantemente, en cierto punto se cansa y decide enviar a la sociedad al carajo. Precisamente era una mujer que se había cansado de luchar para ser aceptaba y que entendió que jamás iba a encajar, no solo por su físico, sino por cómo era en las demás esferas de su vida. Estaba harta de que terceros le dijesen cómo vestir, cómo hablar, cómo pensar, cómo actuar y cómo debía ser su cuerpo. Se salía del molde y no tenía problema alguno con ello.

Por otro lado, tenemos a Gabriel, un hombre cuya belleza física era aceptada por una buena parte de la sociedad. Era guapo, sería poco objetivo decir que no; su estatura que llega a los seis pies, sus brazos cortados, su abdomen marcado, su rostro rústico y varonil eran prueba de ello. Ni siquiera tenía que hacer gran esfuerzo para que cualquiera fantaseara con la idea de tenerlo en su cama. Él tampoco le había dado importancia a su físico, aunque sí algunas veces lo llegó a utilizar a su favor. Especialmente en su trabajo como portero de un prestigioso hotel; encuentros furtivos y propinas exorbitantes tan solo con el poder de su mirada penetrante y su risa tosca y sensual.

Un 8 de abril de 2016 Suzanne y Gabriel se conocieron. Ella tenía una reunión de negocios en el hotel que él trabajaba. Ese día él le abrió la puerta como a otras tantas personas. Pero esa vez algo hizo que su atención se volcara en la mujer bajita que rozó sin querer su brazo: el dulce aroma que expedía. Era un olor exquisito; daban ganas de hundir la nariz en su cuello para aspirar el néctar de ese perfume. Ella le sonrió segura y él, por primera vez, lo hizo tímidamente. Decidió acompañarla hasta el elevador y así podría admirarla un poco más: llevaba un jean bootcut que le estilizaba su talla XL, una camisa de botones blanca y un tanto transparente; también se fijó en el pelo rizo largo y rebelde que le rozaba la mitad de su espalda. Gabriel pensó que era una "jeva" ... una Jeva XL. Sonrió al recordar el movimiento que había visto en las redes con ese mismo nombre y que seguía ya hace un tiempo de forma incógnita. Cuando volvió a concentrarse en la mujer que tenía de frente pudo ver sus grandes ojos adornados con unas pestañas largas. Adicional, el cateye acentuaba una mirada sensual y penetrante. Se quedó idiotizado con esa mujer y no estaba seguro de si lo había disimulado lo suficiente. Pensó en hablarle, pero no le salían las palabras.

El celular de ella vibró y contestó mientras le daba una mirada curiosa al portero. No era su tipo; a ella le gustaban los hombres de su misma talla. Pero no podía negar que estaba muy guapo ante sus ojos. Jamás había estado con un hombre que fuera atractivo para la mayoría de las personas. Ella trataba de convencerse que era porque en verdad no le interesaban, pero muy en el fondo se debía a que no creía posible que un hombre que fuese socialmente aceptado por su físico fuese a fijarse en una mujer como ella. ¿Y qué es ser una mujer como ella? Pues para las personas como él, los gordos son seres enfermos, que no se aman, defectuosos. No es así, pero ella no podía ir por la vida intentando que todos la viesen atractiva, que entendiesen que no estaba enferma, que se amaba así. Por eso se le hacía más fácil conectar con personas de complexión voluptuosa. Salía con hombres que también fueron rechazados por una sociedad que gritaba que todo de ellos estaba mal.

—Te he dicho mil veces que no sigas llamándome. Ya todo se dijo anoche. Tú por tu lado, yo por el mío—sentenció y colgó la llamada.

—¿Problemas matrimoniales? —Se animó a preguntar Gabriel sin miedo a lucir entremetido e imprudente.

—No soy casada y para los efectos estoy soltera hace 16 horas—contestó Suzanne un poco alterada.

—Las relaciones amorosas son un dolor de cabeza. Me alejo de ellas; deberías hacer lo mismo. La vida es demasiado compleja como para añadirle más drama.

—Lo tendré en consideración. Gracias—dijo mientras se alejaba por el pasillo hacia su habitación.

Suzanne se lanzó en la cama y dio un enorme suspiro. Tomó su celular y comenzó a ver todas las fotos que tenía con Víctor. Su relación no tenía sentido y no fue hasta hace unas horas que lo comprendió. Sabía que merecía mucho más. No podía seguir con alguien que pretendía controlar su tiempo, sus metas, su vida entera. Necesitaba estar con alguien igual de ambicioso, enfocado y educado como ella. Estaba cansada de intentar arreglar algo que no tenía remedio. También de justificar el comportamiento tóxico de Víctor, de perdonarlo en cada mentira que lo pillaba, de inyectarle seguridad, de educarlo para que fuera una persona totalmente independiente emocional y económicamente. Se cansó de que él siempre estuviera repartiendo culpas, que estuviera proyectando sus miedos e inseguridades en ella. Por eso había tomado la decisión de cortar con él, pero Víctor no lo entendía.

Pensó en borrar todas las fotografías, en bloquearlo de todos lados, pero entendía que era muy pronto, aunque estuviera segura en no regresar con él. Bloqueó la pantalla del celular y fue directo a bañarse.

La reunión era a las 6:00 de la tarde por lo que tenía tiempo de ir a refrescarse en la piscina del hotel. Se puso un traje de baño revelador y bajó. Cuando la puerta del ascensor se abrió volvió a toparse con el portero. Le sonrió y siguió su camino contoneando las caderas como siempre hacía.

Gabriel se quedó hipnotizado por el vaivén de caderas de esa mujer que aún no sabía ni su nombre. Decidió ir área de la piscina después de decirle a un compañero que lo sustituyera un momento. Quería el nombre y el número de teléfono de esa jeva.
La divisó en la barra de la piscina y por poco se le cae la quijada. Esa mujer ante sus ojos era una diosa. Debía acercarse, así que le hizo señas a su compañero para que saliera de la barra y él pudiera abordar a la chica. No era la primera vez que lo hacía, ya el camarero sabía lo que Gabriel pretendía.

Cuando logró establecerse dentro, le preguntó amablemente con una sonrisa pícara qué deseaba para tomar. Ella parecía inmune al evidente coqueteo de él, lo que le pareció extraño porque solía llamar la atención siquiera tener la intención.

—Eres multitasking en este hotel—expresó Suzanne.

—¿Qué puedo decir? —contestó sonriendo, encogiéndose de hombros y ofreciéndole una guiñada. —¿Qué va a tomar, dama?

—Un Midori con piña, caballero—pidió con una sonrisa dibujada en su rostro. Para Gabriel fue una de las sonrisas más hermosas que había visto jamás.

Comenzaron a hablar de todo y nada a la vez. Gabriel no podía pasarse de 20 minutos antes de que algún supervisor se diera cuenta de su ausencia en su puesto. Pero al menos ya sabía el nombre de la gorda bonita, su edad y qué vino a hacer al hotel. Antes de irse de la barra le dijo a Suzanne que su turno culminaba a las 9:00 de la noche. Ella le informó que estaría reunida, pero que si lo veía por allí cuando se acabase podían seguir conversando.

Suzanne sonreía idiotamente. Le costaba mucho creer que un "papi rico" como él estuviera coqueteándole. Era evidente, aún así esperaba que no estuviese malinterpretando las cosas. Usualmente los chicos como él solo le hablaban para que le acomodara a su mejor amiga, pero ella no estaba a su alrededor. Por lo tanto, Gabriel intentaba algo con ella.

La reunión trataba de una nueva campaña publicitaria para una línea de perfumes nueva. Suzanne se dedicaba a la gestión de proyectos y también tenía su propia línea de ropa, la cual era un éxito. De vez en cuando sacaba tiempo para gestar proyectos a diferentes compañías. Una vez pactada la cifra a cobrar y discutido las ideas de su cliente, Suzanne salió directo a su habitación. Por un segundo pensó que Gabriel estaría esperándola, pero no lo vio por ningún lado. Fue una tonta.
Se recostó en la cama por vez segunda en el día y una profunda tristeza la embargó. Lloró hasta que no le salían más lágrimas. Acababa de toparse con la realidad de otro fracaso amoroso. Estaba cansada de darlo todo y que no resultara. Lo que ella no había comprendido hasta ahora era que en una relación exitosa, sana y estable no puede haber alguien que de más que el otro. Debe existir un balance y una armonía entre todo lo que pretende un compromiso. Nunca en sus 25 años de vida había tenido una relación enteramente sana. A veces se odiaba por no tener la capacidad de elegir mejor. Aunque no toda la culpa recaía sobre ella: a veces las personas se enamoran de algo que no existe. Porque se topan con individuos que en un inicio fingen ser algo que no son y no se dan cuenta hasta que ya están metidos hasta las narices en la relación.
Suzanne tomó su celular para poner Spotify y relajarse en el jacuzzi de la habitación cuando de momento le llegó una notificación "Gabriel quiere conectarse contigo en Messenger." Curiosa lo abrió y decía: "Estuve dos horas buscándote en las redes. Fui a ver si te veía en la salida del restaurante, pero creo que llegué tarde. Estoy en el lobby por si quieres ir a bailar o algo. Si no llegas, lo entenderé. No puedo quedarme dentro del hotel si estoy fuera de horario."Ella sonrió de medio lado y dio una rápida inspección al perfil de Gabriel antes de responderle. Lo que tenía público eran fotos de él que se hacían virales.

«Bajo en 10 minutos», respondió.

Corrió hacia el espejo y analizó si así estaba bien. Pero no fue así: tenía todo el maquillaje regado debido a la lloradera de unos minutos atrás. Pensó en si era una idea. Es decir, llevaba un día soltera. ¿No sería muy pronto para salir con un tipo? Apartó sus pensamientos e intentó arreglar su maquillaje para que se viera decente, pero le daban ganas de quitárselo y empezar de nuevo. Sin embargo, estaba corta de tiempo; lo dejó así, se perfumó y bajó.

Allí estaba él, guapísimo y sin su uniforme. A Suzanne el corazón le latía de prisa, era la primera vez que alguien tan bonito la invitaba a pasar el rato.

—Te ves súper linda, Suzanne—le dijo Gabriel cuando la vio en ese vestido corto negro.

Ella le dio una sonrisa de par en par en respuesta.

Fueron a una discoteca que quedaba a 10 minutos del hotel. Gabriel estaba un poco nervioso y Suzanne mucho más. Se dieron un shot de tequila y luego comenzaron a bailar al ritmo de la música de reguetón. Ella moría por pegarse a la entrepierna de Gabriel y restregar su culo XL contra él, pero no se atrevía. Hasta que sin más él la haló con un movimiento brusco, pero excitante. Ella quedó justo donde estaba deseando hacía rato. La fricción estaba causando una tempestad de deseo y lujuria.

Gabriel luchaba por no tener una erección, pero la gorda se la estaba poniendo difícil. ¡Cuánta sensualidad! ¡Cuánto poder en sus movimientos!

—Vámonos de aquí, baby— le susurró él a Suzanne, tan cerquita del oído con una voz cargada de tanta excitación, que a ella se le erizaron hasta los vellos de la nuca.

Fueron hasta la habitación 606 del hotel. Gabriel pudo escabullirse de los jefes y se coló sin ser visto. Él estaba un poco nervioso, pues era la primera vez que sostenía relaciones sexuales con una mujer de talla Extra Grande. Ella parecía estar muy segura y decidida. Al menos Gabriel no pudo registrar ni un poco de nerviosismo o timidez.

Suzanne invadió sus labios sin más y eso logró poner a Gabriel como un semental. Los besos eran ardientes y profundos; no podía esperar a penetrarla. Nunca había deseado a alguien tanto hasta esa noche.

Ella lo lanzó en la cama y se trepó con demasiada seguridad. Gabriel tenía las manos inquietas, no sabía en dónde ubicarlas pues quería sentir cada parte de ese voluptuoso cuerpo. Era una experiencia religiosa, como si fuese su obligación rendirle homenaje y pleitesía a la diosa que tenía sobre sus piernas. La volteó hasta quedar encima de ella. La besó hasta que los labios ardían.

Ella le quitó la camisa y se quedó observando el cuerpo de Gabriel. Parecía una escultura tallada por los dioses griegos. Se dejó quitar el sostén y le permitió lamer sus enormes senos. Su lengua estaba tibia y eso hacía contradicción con la temperatura baja por el aire acondicionado de la habitación. La besó por todos lados y ella sentía una deidad.

—Vamos a la bañera—sugirió Gabriel y ella asentó. Después del baile había quedado toda sudada; necesitaba bañarse.

Gabriel tomó segundos largos para admirar el cuerpazo de la mujer que tenía de frente. Sus curvas estaban acentuadas, el abdomen sobresalía y tenía estrías regadas sobre él. Para su sorpresa todo eso logró excitarlo aún más. Se devoraron en aquella regadera; los vidrios se empañaron, los gemidos se mezclaban entre sí. Eran una melodía sincronizada y entonada; la más excitante de sus vidas. Se entregaron al deseo, violaron las reglas de una sociedad que dice que lo imperfecto no debe mezclarse con lo perfecto.

No había límites, no había prejuicios; era libertad, era fuego, era un acto perfectamente imperfecto. Y eso se sentía muy correcto.

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