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Capítulo 2

Capítulo 2

Kevin:

Quién me diría que en mi primer día de universidad iba a encontrarme con Hayley, aquella niña rubia que siempre llevaba trenzas o dos moños a los lados a los ensayos. Estaba muy guapa y los años la habían mejorado. Ya en su rostro no había rastro de rasgos infantiles. Sus pómulos perfilados, esa boca de un color rojo cereza, su nariz recta, su piel pálida ligeramente ruborizada y aquellos ojazos azules como el mar que tenía.

Me hizo gracia que se quedara tan callada y que me diera un ligero repaso con descaro. No había cambiado nada.

—Vaya, qué sorpresa —articuló cuando salió de aquel estado de asombro en el que se había sumido.

Sonreí.

Sí que era una sorpresa, pero de las buenas.

—Estás... —Le di un repaso con la mirada. Llevaba un pantalón ajustado de color gris y una blusa blanca de manga larga. Su pelo estaba suelto y caía en cascada por sus hombros. Una pequeña huella de maquillaje cubría su rostro— ...bien.

Ella se destensó. Parecía que se relajaba.

—Hacía años que no te veía —comentó como quien no quiere la cosa—, desde que empezaste el instituto si mal no recuerdo.

Tenía razón. Cuando Maddie acabó la carrera de magisterio, decidió que quería tomarse un año para probar suerte en Nueva York. Así que en cuanto acabé la escuela primaria, mamá decidió que lo bueno sería que los tres nos mudáramos allí, puesto que se negaba a estar de nuevo separada de su sobrina. Yo tenía catorce años y, si bien al principio me pareció una putada dejar a mis amigos y compañeros de estudio, con el tiempo me di cuenta de que aquello había sido para bien. En la gran ciudad había hecho grandes amigos, como lo era Derek, mi mejor amigo. Es cierto que nuestra amistad no empezó con buen pie, puesto que el se creía el rey y dueño del instituto, pero con el tiempo y tras una pelea, logramos congeniar.

Llevaba sin verla casi diez años. Habían pasado muchas cosas durante ese tiempo; como, por ejemplo, mi paso por un programa sobre baile o aquella vez que quedé campeón en una competición muy difícil de baile. Gracias a Maddie, me había animado a hacer castings y audiciones  y, si bien en la gran mayoría se me había rechazado, no me rendiría tan fácilmente. Sabía desde el comienzo que el mundillo de la danza profesional era muy duro.

—Ya sabes que Maddie es imparable. Su sueño siempre fue ser parte de Broadway. Fue lógico que nos mudáramos en cuanto tuvo la oportunidad de hacerlo.

Hayley esbozó una gran sonrisa. Sus ojos brillaban de admiración. Seguía sin cambiar. Según me contó mi hermana, Hayley siempre fue una gran admiradora suya, incluso cuando, debido a la universidad, tuvo que dejar de darles clase. Recuerdo la de veces que, siendo ella una niña, intentaba imitarla.

—¿Cómo está? Lo último que sé es que la han elegido para ser la protagonista de una obra de Broadway. Eric me lo ha contado.

Claro, olvidaba que ella era la hermana pequeña de Eric Woods.

—Está muy feliz, aunque se siente presionada por todo. Ya sabes lo perfeccionista que es. Entre los ensayos y cuidar de la pequeña Clara se le va todo su tiempo.

—Eric me envió una foto de la pequeña y es idéntica a su madre.

Chasqueé la lengua.

—Pues yo le veo más parecido con su padre. Aunque aún es muy pequeña. Tiene dos años.

—Estoy deseando poder verla de nuevo. Hace como un mes que no me paso por su casa. —Parecía que sus ojos se nublaban de tristeza—. Entre la universidad y los ensayos, no me da el tiempo para mucho.

Así que la pequeña Hayley seguía bailando. Era muy interesante saberlo. Me pregunté si seguiría siendo tan buena como antes. Recuerdo que Gwendolyn nos puso de pareja de baile desde que ella tenía nueve años. Creció bastante el verano previo a aquella temporada y su gran técnica nos llevó a ganar uno de los concursos más prestigiosos del país.

Iba a preguntarle más acerca de la danza, pero un estudiante pasó a toda prisa y me tiró los papeles que llevaba en la mano. Mascullé una maldición y los recogí del suelo. De pronto, aquella burbuja en la que parecía que nos habíamos sumido reventó, llevándonos de nuevo a la realidad. Ella pareció darse cuenta de que estaba más perdido que un pulpo en un garaje.

—¿Estabas buscando algo en concreto cuando me he chocado contigo?

Miré mis papeles un momentos antes de volver a mirarla a ella.

—Sí. Soy demasiado despistado y me he perdido. Estoy buscando la secretaría general. Tengo que rellenar unos papeles antes de incorporarme a este curso. Me he trasladado desde otra universidad y necesito que todo esté en regla.

Hayley se ajustó las tiras la mochila.

—Te acompaño. —Empezó a caminar y, al ver que no la seguía, se volvió para lanzarme una mirada que lo decía todo. En cuanto vio que la seguía, volvió a ponerse en marcha—. En realidad, te entiendo. Me pasó lo mismo el primer día de clase. Me perdí y acabé en el edificio de ingeniería. —Soltó una risita, como si recordara aquel momento—. Fue muy embarazoso y me habría gustado contar con la ayuda de quien fuera. Por suerte, tras preguntarle a varios chicos, conseguí llegar a mi destino.

En todo lo que duró el paseo hasta la secretaría (os juro que aquel edificio era peor que un laberinto; habíamos subido y bajado escaleras, torcido a la derecha y a la izquierda varias veces) no dejó de hablar, una característica que recordaba claramente de ella. Siempre hablaba de más cuando se ponía nerviosa, o simplemente por todo.

Pasada una eternidad (para mí lo fue), llegamos a un patio cubierto bastante amplio. En el centro había bancos y del techo de cristal se filtraba la luz del día. Había alguna que otra plata desperdigada por aquí y allá. Era bastante bonito. Recorrimos aquel patio a lo ancho hasta dar con una puerta. En la pared había un letrero azul que decía: "Secretaria general". Estaba casi en la entrada del edificio. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de ello?

—Aquí es —se limitó a decir Hayley. Empezó a jugar de manera nerviosa con un mechón de pelo.

—¡Gracias! Sin ti seguramente no habría llegado.

Y era cierto. No sé en qué momento había acabado en el tercer piso del edificio. Os lo juraba, era un puto laberinto.

Ella se encogió de hombros.

—No ha sido nada. Además, me pillaba de camino. —Comprobó la hora en su reloj de pulsera y abrió los ojos como platos—. ¡Joder! Llego tarde. Tengo que irme. He quedado con mis amigos en el almuerzo. —Se acercó a mí y posó una mano en mi hombro. Esbozó una sonrisa radiante y contagiosa—. Ha sido un gusto volver a verte. A ver si te veo por aquí de vez en cuando.

La imité.

—Te tomo la palabra. Deja que te invite un día a un café como agradecimiento.

Ella se llevó la mano a la barbilla e hizo como si lo pensara.

—Está bien. —Hizo un gesto con la mano—. Hablamos.

Pero yo la retuve.

—Espera, no tengo forma de contactarte.

Hayley miró nuestras manos entrelazadas por un momento antes de clavarme la mirada. Como si se diera cuenta de ello, sacó su teléfono y me lo pasó. Yo hice lo mismo. Le anoté mi número junto a mi correo electrónico (quién sabe si algún día lo necesitaría). Cuando nos devolvimos los aparatos electrónicos, se alejó unos pasos. Parecía realmente apurada.

—Lo siento. Debo irme. ¡Nos vemos!

Y antes de que pudiera añadir algo más se perdió entre los pasillos laberínticos de la universidad. No sé cuánto tiempo estuve mirando el lugar por el que se había marchado, pero cuando volví a la realidad fui consciente de que se me había tatuado en los labios una sonrisa de lo más estúpida.

Suspirando, entré en estancia para realizar todo el papeleo que me quedaba.

.   .   .

Llegué a casa pasadas las cinco de la tarde. La secretaria, una señora bastante arisca y borde, me había tenido allí todo ese tiempo. Era una mujer bastante lenta en su trabajo y yo solo tenía ganas de regresar a casa. Por suerte, no eran muchos los trámites que tenía que hacer.

Mamá, Venus y yo habíamos estado viviendo en una pequeña ciudad de Massachussets unos meses, cuando a mamá le habían dado la oportunidad de ser tutora de una clase de primaria de un barrio desfavorecido. Si bien había estado muy a gusto trabajando, le habían ofrecido un puesto fijo en un colegio bueno en Nueva York y, tras sopesar los pros y los contras de mudarnos, habíamos decidido que cambiar de aires era la mejor opción. Christina, mi madre adoptiva, se había encargado de que Venus, mi hermana pequeña, pudiera asistir a la misma escuela en la que impartiría clases.

Ya estaba todo solucionado. A partir de mañana yo podría asistir a la universidad mientras que Venus podría cursar segundo curso de primaria. Adoraba con locura a esa niñita de ocho años desde el primer momento en que la vi, hacía ya dos años.

—¡Kevin! —Unos brazos me rodearon con fuerza. Venus se había materializado de la nada y me daba un abrazo que bien podría haber dejado sin respiración al mismísimo Hulk—. ¡Por fin llegas! ¿Sabes? Mamá ha conseguido que me admitan en el cole nuevo. Estoy súperemocionada. —La cría hablaba y hablaba sin parar y, debido a eso, al principio me costó descifrar su mensaje.

La cogí en brazos y di vueltas con ella en el aire, haciéndola chillar de felicidad.

—No sabes cuánto me alegro, pequeñaja. Aunque estaba completamente seguro de que te admitirían. Eres una niña muy lista.

La bajé al suelo y le di un beso en la frente. Sin embargo, pronto toda esa felicidad del momento pareció evaporarse. Venus en seguida se puso triste.

—Calla, calla. Sabes que yo no soy lista. Si no, no habría repetido segundo.

Venus había tenido una vida difícil y, en cierta medida, me recordaba a mí. Sus padres fueron asesinados cuando ella era muy pequeña y, al no tener a nadie que pudiese cuidarla, había pasado a manos de los servicios sociales. Fue de casa de acogida en casa de acogida, como yo, y en la gran mayoría sufrió por desnutrición y falta de cariño. No fue escolarizada hasta primero de primaria, cuando empieza la educación obligatoria. Por aquel entonces mamá y yo estábamos en Waterbury, Connecticut. Mamá daba clases en una escuela de primaria y en seguida se dio cuenta de que Venus no seguía la clase. No sabía ni leer ni escribir, cuando sus compañeros sí, y, para más inri, la pequeña iba siempre a clase desaliñada y muerta de hambre. En cuanto Cristiana se dio cuenta de que algo iba mal con la familia de Venus, dio la voz de alarma. Fueron unas semanas intensas, pero al final mamá consiguió adoptarla.

No os mentiré, su adaptación fue muy mala. Era una niña que nunca antes había sido atendida. Se portaba mal, gritaba e incluso intentaba lesionarse. Así que tuve que intervenir por el bien de todos. La saqué de su habitación y la arrastré al pequeño patio que teníamos. Allí le conté parte de mi infancia, cómo yo también había sufrido y pasado por lo mismo que ella. Creo que eso en parte le hizo comprender que no estaba sola. La participación de la psicóloga también ayudó. Y el tiempo.

Yo adoraba a aquella preciosidad. Le acaricié las puntas de sus dos coletas con ternura y me puse a su altura. La miré directamente a sus ojos color tierra con seriedad.

—Escúchame, Venus. Eres una niña muy inteligente.

Pero ella negó con la cabeza, cortando así mi discurso.

—No lo soy. Me cuesta mucho seguir el ritmo y creo que este año volveré a repetir segundo. Soy tan tonta. ¿Por qué la escuela tiene que ser tan difícil?

La agarré por los hombros y con una mano borré la pequeña lágrima que se escapaba de sus ojos.

—Eres muy lista, abejita —lo intenté de nuevo. Siempre la llamaba así, "abejita", de manera cariñosa—, y muy trabajadora. En menos de un año te has puesto al mismo nivel que tus compañeros. Has aprendido a leer y a escribir, a sumar y a restar; te has puesto al mismo nivel que tus compañeros en la clase de español; sabes los continentes e incluso has empezado antes que ellos a multiplicar. No creo que todo eso lo pueda aprender una niña tonta, ¿no crees?

Venus se pasó su mano por la cara, limpiándose las lágrimas. Su labio inferior temblaba, pero aun así la cría fue capaz de soltarme:

—Ya, pero eso lo sé porque mamá me ayuda mucho.

La miré con falsa sorpresa.

—Pues no sabía eso de que estaba prohibido pedir ayuda. Fíjate tú qué drama. Además, te recuerdo que yo estoy en primero de carrera cuando se supone que a mi edad ya debería de haberla acabado. ¿Eso me convierte a mí en un tonto?

La niña negó con la cabeza, haciendo una mueca bastante mona con los labios.

—¡Tu eres súperlisto y me ayudas siempre que puedes!

Le revolví el pelo.

—Entonces, tú también lo eres, abejita.

La tomé de nuevo en brazos y le di un abrazo muy fuerte. A unos metros de distancia vi cómo mamá nos miraba a los dos. Murmuró un "Gracias" silencioso mientras esbozaba una sonrisa agradecida. Criar a Venus no era tarea sencilla. Debido a todo lo que había vivido, tenía el autoestima por los suelos y se valoraba muy poco. Mamá no sabía qué hacer con ella, cómo ayudarla a valorarse.

Cuando la dejé de nuevo en el suelo, ella se puso de puntillas y tiró de las mangas de mi camiseta.

—¿Juegas un rato conmigo? Por fi —me pidió, poniendo esos ojitos a los que la muy condenada sabía que no podía resistirme.

—Está bien. Ve preparando tu cuarto, que voy en seguida.

—¡Sí!

Venus salió corriendo por la casa hasta encerrarse en su habitación. La suya y la mía estaban pegadas pared con pared y, mientras dejaba los papeles ordenados en el escritorio y la mochila sobre la silla giratoria del mismo y me ponía cómodo, la podía escuchar revolviendo lo que sea a lo que querría que jugara con ella. Solo esperaba que no me tocara aguantar otra fiesta del té.

A la noche, tras haber pasado gran parte de la tarde con Venus y la otra entrenando en la pequeña sala de baile que mamá había insistido en instalar, los tres cenamos en el comedor. Venus parloteaba sobre lo nerviosa que estaba de empezar en su nuevo colegio. Mamá la escuchaba con una sonrisa en los labios. A pesar de que ninguno éramos parientes de sangre, yo los sentía como si lo fuesen. Ellas dos junto a Maddie eran mi familia y nos queríamos pese a las adversidades con las que nos encontrábamos.

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Nota de autora:

¡Feliz jueves!

Me ha gustado mucho escribir este capítulo porque siento que he retomado una historia que me ha gustado tanto escribir. Casi me he puesto a llorar cuando he corregido este capítulo. ¿Qué os ha parecido a vosotros? Repasemos:

1. Vemos todo desde el punto de vista de Kevin.

2. Reencuentro.

3. Recordando viejos momentos.

4. Hayley ayuda a Kevin.

5. Hayley y Kevin se dan los números de teléfono y los correos.

6. Conocemos a la familia de Kevin: Christina y Venus.

7. Charla de hermano mayor.

8. La familia la elegimos nosotros.

Espero que os haya gustado el capítulo de esta semana. ¡Nos vemos la que viene! Un beso enorme. ¡Os quiero!

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