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7. La encrucijada



"Esta no siente dolor. Si quieres castigarla haz que vea como golpeas a las otras. Eso sí lo siente, lo he visto, y funciona bien."

—Kai Índigo


Me bebí prácticamente toda el agua de Sophie.

En realidad... no era mucha.

De hecho era demasiado poca.

A veces pienso que mi hermana en su otra vida fue un reptil... de esos que viven en los desiertos y que bien podrías confundir con una piedra o un tronco, hasta que descubres que te están observando muy fijamente, con aquellos horribles ojitos extrañísimos.

Sí.

Porque si Sophie Robinson no es un reptil, entonces no entiendo qué cosa es.

Cuando éramos parte del coro de la Iglesia, yo me acababa vaso tras vaso m de agua, entre ensayos, y entre pausa y pausa, lo cual era lo usual.

Todas lo hacíamos.

Todas excepto ella.

Se tomaba un sorbito al principio, y otro al final, y de todas formas se veía más fresca que una lechuga recién cortada.

Ahhh... incluso ahora, en este momento, y después de darme toda su agua... se ve mucho mejor que yo.

Sus ojos se ven húmedos y brillantes como dos gotas de rocío, y mantienen una mirada despierta, siempre al frente.

En cambio los míos... un desastre.

Tengo que cerrarlos la mayor parte del tiempo, porque estoy comenzando a creer que dejé de tener ojos y en su lugar ahora hay un par de huevos fritos.

Ohhhh... huevos fritos...

Se me hace agua la boca y mi estómago protesta con la indecorosa fuerza con que he escuchado a los estómagos de los trabajadores de padre protestar.

La miro de reojo y nada.

Desde que estamos aquí su estómago no ha protestado ni una sola vez.

Sí.

Definitivamente tiene que ser un reptil, ¿qué más?

Además nunca en mi vida escuché a alguien decir algo como: "¡Ay! ¡Fíjate que el otro día estaba recolectando frambuesas para hacer un postre de frambuesas, cuando de repente escuché muy clarito como el estómago de una lagartija rugía entre el césped! ¡Todo normalísimo! ¡Cosa de todos los días!"

Es un reptil.

Un reptil...

Uno con tetas gigantes.

Tal vez ahí es donde almacena el agua... y la comida... y todo... como los camellos.

Tiene sentido.

Vuelvo a cerrar los ojos.

A veces...

...Creo que la vida es algo injusta.

Sophie es bajita y menudita, y yo soy bastante más alta, y más fuerte; físicamente al menos.

Por ejemplo en casa, cuando colmaba toda mi paciencia (cosa que pasaba como mínimo tres veces al día) yo la sacaba muy fácilmente volando de un caderazo, directo hacia la pared.

Pero cuando ella se desquitaba, muchas veces ni siquiera me daba cuenta de que me había dado uno, hasta que me gritaba:

—"¡La venganza es dulce, Myriam Robinson! ¡Muy dulce!" —y luego se iba corriendo escaleras arriba, y se encerraba rápidamente en su cuarto.

Y esa era de las pocas victorias que me dejaba saborear; todo por tonta.

Tonta ella, no yo.

No es mi culpa que creyera que sus caderazos podían hacer algún daño, y que luego inmediatamente se delatara.

Pero en casi todo lo demás, nunca dejé de perder...

Mi armario estaba atiborrado de suficientes vestidos como para asfixiar al desafortunado ratón que osara colarse dentro.

Mis atuendos siempre eran muy lindos y detallados, y con tanto vuelo que a veces creía que sí caía de mi balcón, muy seguramente me iría flotando.

Pienso que fue muy inteligente de mi parte jamás haber dicho aquello en voz alta, porque ahora que lo pienso, muy claramente puedo ver a Sabina, empujándome desde el balcón más alto para probar mi teoría.

En fin...

Siempre me las ingenié para combinar a la perfección todo: mi ropa con mis zapatos, el tocado de mi peinado con mis accesorios, y a veces hasta con los bordados de mis medias.

A fin de cuentas, las señoritas siempre debemos lucir lo mejor posible y hacer lucir nuestros atributos.

Y he de decir que era buena.

Muy buena.

Mi problema era que esa estúpida mujer-reptil bien podía salir únicamente con una funda vieja de almohada repleta de remiendos mal hechos, y de todas formas atraía más miradas de lo que atrae la mierda de un caballo obeso a las moscas.

Y no solo eso.

Cuando a padre le picaba el mosquito de la caballerosidad y le regalaba a madre algún ramo de flores frescas, y ese estúpido reptil le pasaba a un lado, toda ella quedaba oliendo a rosas frescas durante una semana entera.

Olía más tiempo a flores que las mismísimas flores.

Y ni siquiera esas fragancias carísimas que se supone que contienen orines de zorrillo para fijar el olor, podían hacerle una competencia digna.

Era injusto.

Así que entre todos los reptiles que conozco, un buen día decidí que era una iguana (estaba entre eso o un lagarto)

Lo decidí durante una visita a la casa de uno de los amigos de padre.

Nos invitó a cenar en familia y fuimos los cinco en nuestras mejores galas: padre, madre, Sophie, Sabina y yo.

Como sea, el amigo de padre era uno de esos coleccionistas extravagantes, todo en su enorme residencia era demasiado... exótico: desde el piso importado de Medio Oriente, las decenas de figurillas de Asia, su vajilla francesa... hasta su extraña mascota de la que estaba orgullosísimo: una iguana gris llamada Sally.

¡Por todos los Santos!

¿Quien demonios le da un nombre Cristiano a una iguana?

¡Pero hay de todo en la viña del Señor!

¡Eso decía mi madre!

Todavía me acuerdo bien del momento exacto en que la sacó de una especie de pecera gigante en la que la tenia, donde en lugar de agua, había arena y más arena.

Y el animal incluso llevaba un listón alrededor del cuello (o lo que creo que era su cuello, porque a mi parecer; toda ella era un cuello con patas), con un moño grande y un cascabel dorado que hacía: ti-lin, ti-lin, ti-lin, a cada paso que daba.

Sabina y yo inmediatamente retrocedimos y arrugamos la nariz en cuanto el extraño animalillo salió caminando con toda la poca gracia que le quiso dar el señor.

Aunque yo no le vi ninguna, pero madre siempre nos dijo que Dios no deja a sus criaturas sin nada de gracia, así que opte por creerla...

Madre no hizo mueca alguna, al menos no de forma tan descarada como nosotras, pero sí que se cubrió la mitad de la cara con el abanico que llevaba y soltó una risita nerviosa.

Ahhh... si yo aprendiera a no olvidar siempre mi abanico, también podría fingir que tengo calor cuando algo me desagrada.

En fin.

Lo que son padre y Sophie sí que se acercaron.

—"¡Ohhh, por todos los Dioses que existen! ¡Es realmente gigantesca! ¡Y tan mona! Es que ella también está en sus mejores galas... ¿Se deja tocar?" —preguntó ella, con la misma emoción que a mí me provocaba la idea de salir corriendo de ahí.

—"¡No solo se deja tocar, jovencita! Vamos Sally, dales a nuestros invitados una calurosa bienvenida como solo tú sabes hacerlo..."

Y así, sin más.

Al ritmo de las palmadas que daba el amigo de padre, la extraña bestiecilla comenzó a moverse.

Era como...

Como si estuviera...

Oh por Dios definitivamente esa cosa horrenda estaba... estaba...

Ella estaba...

—"¡Ohhh! ¡Santas avestruces! ¡Es igualita a Sophie! ¡Y también baila y todo! ¡Por eso se gustan tanto la una a la otra! ¡Claro! ¡Porque no sería muy lógico que a un gallo no le gustara otro gallo! ¡O que una vaca no se gustara con otra vaca!"'—se me salió el comentario; acompañado de un único aplauso que muy claramente decía: ¡Ajá! ¡Eureka!

Y luego la efusividad de mi enorme descubrimiento me orilló a señalarlas con el dedo índice, primero a una, y luego a la cosa fea y rara que seguía bailando, para luego regresar a la primera.

—"¿¡Q-Qué!?" —a Sophie le tembló la voz y casi se le salen los enormes ojos de la cara.

Y a mí también.

Oh.

Ohhhh...

Mi odio hacia ella no acababa de hacerme decir aquello en voz alta y en público, ¿O sí?

Me pellizque y dolió.

Y luego sentí la mirada de desaprobación de todos los ahí presentes.

Ay no...

Me cubrí la boca con las dos manos, mientras me obligaba a pensar en una excusa buena o en una disculpa.

No era algo exactamente apropiado que una señorita anduviera por ahí públicamente comparando a una de sus hermanas con una lagartija bailarina gigante.

—"¡T-Tú! ¿¡De verdad acabas de...?! ¿¡Y con una iguana?!"

—"Ahm... Pero es una iguana casi bonita, hermana. Tú misma dijiste que te parece mona... Y mira que hasta tuvo la suerte de convertirse en la mascota de un honorable caballero en vez de estar por ahí, en algún desierto; con las carnes al Sol y poniendo montones de huevos. Sinceramente Sophie, te deseo de todo corazón que algún día tu también tengas un destino si no igual, uno muy parecid-" —Sí. Descubrí muy tarde que cuando no soportas a alguien es mejor cerrar la boca.

¡Santas avestruces!

—"¡Myriam Robinson!" —la voz de mi madre cortó, Gracias al señor, mi oración.

Y luego llegó la cereza del pastel: a Sabina se le escapó una risa, pero las de ella se parecen más a un cerdo siendo asesinado para el banquete de Acción de Gracias, que a la risa de una señorita.

Y lo peor es que la enormidad del lugar, hizo que sonara diez veces más fuerte.

Así fue como las tres acabamos siendo forzadas a unirnos al coro de la Iglesia, todos los Domingos de 7:00 a 12:00, y por el resto de nuestras vidas... palabras textuales de madre.

—"¿Y yo por qué? ¡La osadía! ¡La injusticia!" —exclamó Sabina cuando el castigó cayó sobre ella también, como balde de agua fría.

Y, honestamente, pensé en abogar por ella.

Lo pensé mucho...

Sé que madre me habría escuchado.

Pero no lo hice.

No lo hice porque no quería ser castigada yo sola con la Iguana de Sophie.

—"¡Siento mucho que también te hayan castigado hermana! ¡Todo es culpa de la iguan-ehem... de Sophie! ¡Y te juro que intenté hablar con madre para hacerla cambiar de opinión! ¡Te lo juro por mis zapatos de charol rojo con la cintilla!"

Por supuesto que no lo sentía, ni había intentado hablar con madre.

Y esos zapatos de charol con la cintilla se habían estropeado hacía más de dos veranos.

Pero como Sabina era medio Boba y tenía la cabeza más dura que una sandía, no se había dado cuenta.

—"¡Ohhh! ¿De verdad, me lo juras? ¿Y por los zapatos rojos de charol? ¡Te creo, entonces! ¡Pensé que no le habías dicho a madre a propósito! ¡Pero un juramento sobre los zapatos de charol con la cintilla es algo serio!"

Ay, mi pobre y blasfema hermana.

¡Si tan solo madre supiera que su hija le profesaba la misma devoción a unos zapatos que llevaban más tiempo bajo tierra que mi bisabuelo, que a un crucifijo!

—"¡Por supuesto que le dije a madre! ¡Me hinqué! ¡Mira mis rodillas!" —levanté mi falda para que viera mi piel enrojecida y los agujeros en la seda de mis medias que estaban ahí por una muy distinta y secreta razón —"¡Me ofende muchísimo que lo dudaras!"

—"¡Ay! ¡Si tan solo esa iguana no hubiera bailado como baila la tonta de Sophie!"

El dolor que siento, borra todos mis pensamientos de golpe.

Un tirón fuerte y tosco en el cabello me levanta la cabeza y yo inmediatamente abro los ojos, solo para encontrarme con la  mirada oscura de uno de esos animales que me arruinaron la vida.

—"¡Despierta herbi! ¡Namiso!" —me grita en el oído con fuerza, dañándome.

Mis ojos hacen un esfuerzo por enfocar, y así es como descubro que ya no estamos bajo los rayos del Sol; estamos frente a un río enorme que está todo cubierto de árboles muy grandes; como una cueva pantanosa.

Supongo que el golpe de sed y el calor me hicieron quedarme dormida sobre el lomo del caballo, y por eso me puse a recordar...

Mis ojos cansados, se deslizan sobre el panorama.

Por como se ven las cosas, ya debemos llevar un buen rato aquí.

Incluso parece que ya hasta la mayoría de los caballos bebieron el agua que necesitaban, porque ya no les interesa, en lugar de eso frotan sus pezuñas contra unas rocas y se sacuden los insectos con movimientos de cuello y golpes de cola.

Hay una fogata cerca.

Y el enorme indio que tiene sobre la cabeza los gigantescos huesos de la cabeza de un  animal, hace un movimiento muy rápido con una vara afilada, y saca del agua a un salmón inmenso.

El animal se agita y se retuerce con todas sus fuerzas ahí; clavado en el palo de madera. Y el agujero que le atraviesa la mitad del cuerpo, escurre con sangre y agua; mientras se escuchan los gritos aprobatorios de los demás indios que observan.

Y cuando el animal da otra sacudida fuerte con la cola, le brota más sangre a su herida y está escurre por todo el largo del brazo del indio; pintando sus músculos de rojo, haciendo que se vea mucho más primitivo, más brutal.

Y aunque las últimas sacudidas del salmón son las más violentas de todas, no parece que le cueste ningún trabajo sostenerlo en alto con una sola mano.

Pienso que debe ser algún tipo de competencia , porque hay al menos dos docenas de pescados, atravesados todos de esa misma forma, todos puestos en hilera.

Y si estoy en lo correcto y sí es un tipo de juego entre ellos... El de los cuernos acaba de ganar porque lo que él ha pescado, le dobla o triplica muy fácilmente en tamaño a la pesca de los otros.

Y así como un animal que tiene un sexto sentido para sentir las miradas, pienso que ese horrible hombre puede sentir el peso de la mía, porque de pronto y a pesar de que no me he movido de donde estoy, se gira y sus ojos se fijan en los míos.

Son ojos animales, salvajes , de mirada despierta y completamente incivilizada.

Y entonces, sin hacer mueca alguna, lanza con fuerza el palo con el salmón insertado, en la tierra; a un lado de donde están los otros.

Y la madera se clava como si la tierra fuera demasiado blanda.

Como si cualquier mortal pudiera hacer eso que hizo.

Todo lo hace sin dejar de verme...

Un escalofrío me sacude todo el cuerpo; arañando mi espalda, mis codos y mis rodillas... dejándome congelada.

Ese... ese hombre no es normal...

Es uno de la peor clase.

Y la frialdad y el desdén con que me mira me deja muy claro que si en este momento quisiera rebanarme las dos manos y el cuello, podría hacerlo y no le costaría trabajo.

Sí.

Podría muy bien hacerlo incluso a esa distancia.

La imagen del cuchillo que voló en línea recta, y cortó el hueso de Bella, con la facilidad con la que yo corto la mantequilla para untarla sobre el pan, regresa en ese momento a mí.

Nunca había sentido tanto miedo.

El corte fue tan limpio, que por un momento se alcanzó a ver todo, absolutamente todo; desde dónde terminaba un hueso y donde comenzaba el otro, hasta las partes donde solo había piel, y también los bultos amoratados que indicaban donde estaban las venas más grandes.

Y después esas venas grandes lo pintaron todo de rojo.

Por un momento siento el corte de una forma tan vivida que también me duele.

—"¡Apura, herbi! ¿No escuchas? ¡Namiso! ¡Y despierta a la otra!" —el indio que sujeta el cabello, vuelve a gritar mientras me zarandea, y luego me deja caer tan de golpe, que casi me rompo la nariz contra el lomo del animal.

Cuando giro la cara, hacia el caballo en el que creo que va Sophie, la veo completamente desplomada.

Incluso pienso que esa ya no es una posición de agotamiento.

Tiene el cuello doblado de una forma casi dolorosa, y los brazos muy sueltos, caídos a cada uno de sus costados.

Oh, no...

*****

El hombre apache se mueve com demasiada rapidez entre la maleza, como un pez en el agua.

Le amarramos ambas manos a la espalda con sogas, pero la fluidez de sus movimientos hacen que pareciera como si no le hicieran falta.

Los músculos de sus piernas se flexionan y se vuelven a estirar, como si fuera algo de todos los días, y cuando necesita mover algo, para inspeccionarlo mejor, usa las rodillas, los hombros, las caderas, o lo que puede usar, y lo consigue.

En un principio me opuse silenciosamente a que fuera atado de manos.

Somos cinco y el solo es uno.

No nos costaría trabajo someterlo.

Además llevaba ya mes y medio tras los barrotes; por lo que la desnutrición y la falta de agua jugarían indudable a nuestro favor.

Por lo que pareció me una crueldad absolutamente innecesaria.

Se supone que nos incivilizados son ellos, no nosotros, y aunque los odio por sobre todas las cosas y me he propuesto exterminarlos, al menos creo en darles una muerte Cristiana y muy rápida: la decapitación o el ahorcamiento público, todo acorde a la ley.

Por eso mismo necesito convertirme en la ley.

Sin embargo...

Ahora me doy cuenta de que si el apache no fuera atado de manos, los que hubiéramos estado en aprietos gordos, habríamos sido nosotros.

No sé si nos hubiera aniquilado a los cinco, pero definitivamente a más de uno sí.

Y elijo no pensar en cuál sería su nivel de destreza si sus condiciones fueran las óptimas.

—"¿Dan miedo esas bestias salvajes? ¿Ha?" —me pregunta el Ranger más viejo. Cuando no tiene un puro de tabaco, tiene una pajilla en la boca —"Por eso hay que tirarles desde lejos, pero eso ya lo sabes. Tú padre era bien conocido por sus incursiones a territorio indio" —su mirada cambia a esa de diversión y se le marcan curvas hondas en la cara cuando sonríe —"Tal vez era demasiado conocido, ja..."

Su comentario me hace perder la compostura por un momento, y siento unas ganas inmensas de deshacerle la cara a golpes, con la parte posterior del rifle, pero me contengo.

—"Así que el principíto Slater también sabe como enojarse..." —se mofa.

—"Participé también en un par de incursiones. Sé que se les tiene que matar de lejos"

—"Sí..." —escupe la pajilla, mientras destapa su agua—"Lo sabes porque te lo dijeron y entonces así lo hiciste. Pero es diferente verlo. Ahora ves el por qué. No importa si esas bestias van a pie o a caballo, si tomaron agua hace poco o no la han bebido en días, si tuvieron su desayuno on o han comido bien en semanas, si los dejas acercarse estás perdido y lo único que te espera es una muerte lenta" —después se empina la botella y se acaba casi toda el agua de un jalón.

Y yo tengo el impulso de sostener la gargantilla de Sophie Robinson, que llevo metido muy dentro de mi bolsillo, pero no lo hago.

El Ranger viejo se ríe y espolea a su caballo para adelantarse.

No lleva al apache directamente a los cuerpos, porque pone a prueba su capacidad de rastreo.

Pero de todas formas los encuentra en muchísimo menos tiempo que nosotros.

Y cuando lo hace, no necesita más que de un vistazo demasiado breve para determinar algo crucial.

—"A todos estos blancos los mató el mismo Comanche" —patea uno de los cuerpos para mirarle de cerca la herida de la espalda —"Y yo sé cuál fue"

El Ranger viejo enarca una ceja y el apache sonríe, mostrando su dentadura incompleta.

Sus dientes son blancos pero le faltan piezas porque seguramente lo torturaron para que hablara.

—"Déjate de rodeos y escupe un nombre, indio de mierda" —le ordena el Ranger viejo, mientras se descubre el revólver que tiene a la altura de las caderas.

Pero el apache no se inmuta, inclina la cabeza y baja la mirada hasta donde está la botella de agua de otro de los Rangers.

Ese último, decide lanzársela directo a las manos, sin necesidad de un intercambio de palabras.

Saben que lo necesitamos vivo, al menos, hasta que nos de un rastro.

El Indio se pega la botella a los labios y bebe hasta el hartazgo, después se limpia el mismo el exceso de agua, y entonces nos da un nombre:

—"Kai Índigo"

—"Ya había escuchado ese nombre antes..." —observa otro de los Rangers.

—"¿Índigo?" —pregunto —"Esa palabra está en Castellano"

—"Es porque se la pusimos nosotros..." —dice el Ranger viejo —"En todas las peores matanzas que han hecho los malditos indios en los últimos años, siempre hay uno que carga los huesos de una cabeza de búfalo encima, con plumas y unas cuentas de cristal azul, que le robó a alguien importante y que ahora usa como trofeo. Son de color azul Indigo"

—"Vi la noticia en los periódicos. Creo que era el collar de una mujer de la realeza europea que estaba en donde no debía estar. La decapitó con un corte tan limpio como esos que viste y le robó el collar. Era un collar muy famoso" —dice uno de los Rangers más jóvenes.

—"Ya..." —suelto, sintiéndome extraño.

Impotente...

De solo imaginar que una Flor como Sophie Robinson haya caído en unas manos como esas...

—"Hah. No sé qué buscan los hombres blancos pero no tienen oportunidad. Son demasiado pocos. Buscan una muerte rápida" —dice el Apache, mientras se gira y vuelve a caminar, siguiendo un rastro que es imposible para nosotros —"Por acá caminó el Comanche que buscan... Kai Índigo"

El Ranger viejo lo sigue y yo lo sigo detrás.

—"Ojalá traigan mucha agua" —dice el Apache.

—"Traemos la necesaria"

—"Pero no la suficiente. Los blancos nunca llevan la suficiente agua"

Después de eso, no hablamos más.

Lo seguimos bajo el Sol más agresivo que he sentido jamás, hasta el peor de los escenarios: un campamento indio destrozado, que muy seguramente fue obra de los bandidos de antes.

Pero lo peor es que en medio de todo aquello, hay una delicada mano de una mujer blanca.

Colgada de un árbol.

Mis ojos se quedan muy fijos sobre ella.

—"Ah... Una futura esposa que es manca. Es una lástima Slater, pero al menos la enorme fortuna que la respalda no es algo que se pueda mutilar" —se ríe el Ranger viejo.

Y yo me bajo del caballo, y bajo la mano de un tirón.

Después la envuelvo en el pañuelo de mi bolsillo y la entierro.

No hay lilis cerca, pero de todas formas busco un pequeño ramo de margaritas y se las pongo encima.

El cuerpo entero me tiembla de rabia.

Y se vuelve peor cuando pregunto a los Rangers que por cuanto tiempo más descansaremos.

Dos de ellos se ríen en mi cara y el más viejo contesta:

—"El Sol te habrá fundido el cerebro, Slater. Los hombres no arriesgan el pellejo por la ramera de un Indio y mucho menos por una manca, por mucha buena familia que tenga. A estas alturas su familia debe preferir que esté muerta" —desliza los ojos sobre el montículo de tierra en el que enterré la pequeña mano de Sophie —"Considera una Victoria, que al menos pudiste celebrarle un funeral en el que al menos sí se enterró un pedazo de ella"

*****

Myriam, Sabina y yo hacíamos muy pocas cosas juntas.

Ellas se llevaban bien... más que bien.

Pero siempre marcaron una línea clara conmigo.

No les guardo resentimiento, en absoluto.

Sé que para ellas; Sophie Robinson es el eterno recordatorio de que su padre tuvo fallas.

Y de que su madre lloró esas fallas...

Además, realmente nunca intenté fomentar mi relación con ellas.

Sabina Robinson era la que más intentaba acercarse, pero siempre retrocedía diciendo lo mucho que le desesperaba que siempre tuviera la cabeza entre las nubes.

Lo cual era en parte cierto... pero no se debía a que tuviera cerebro de un papalote. Simplemente pensaba mucho en formas de volver a casa... con madre.

Formas de volver a ser Lydia Ferreira.

Pero de igual manera, el señor Robinson no me daba mucha tregua para hacer el tonto.

Era una mestiza.

Y había rumores...

Así que debía exceder en todas aquellas habilidades que son bien vistas en una señorita, y después del accidente de Sophie Robinson en el caballo, había que empezar de cero...

El esfuerzo y el tiempo invertido debían ser el doble.

Todavía recuerdo que durante mi primer año siendo Sophie, padre intento toda clase de remedios para hacerme recordar.

Desde jarabes de plantas que me tuvieron vomitando una semana, recetas con lejía, hasta encantamientos secretos e hipnosis.

Pero cuando vió que no funcionaba ni lo uno, ni lo otro, optó por reforzar todas las lecciones que él creía que era conveniente que tomara, y eso hice.

No excedí en ninguna, pero las aprendí todas.

Bueno... para lo único qué siempre fui buena es para la danza.

Y en compensación, soy un completo desastre en todo lo demás, a no ser que dé mi mayor esfuerzo, entonces lo mejor que obtengo es ser "promedio"

Mi madre siempre decía que debía de sentirme afortunada:

—"Hay personas que nunca descubren para que fueron echas, Lydia. Y también los hay quienes lo descubren demasiado tarde. Pero ninguno de los dos es tu caso, en hora buena"

Tal vez...

Pero ahora que habitaba en el cuerpo de Sophie Robinson y que este era por demás: muy delicado, pequeño y en exceso frágil... me hubiera gustado mucho destacar en alguna otra cosa.

Me rehuso a pensar que la cara bonita de Sophie Robinson es la única cualidad buena que tiene.

Incluso mis cuerdas vocales, también resultaron ser promedio.

Lo descubrí cuando nos obligaron a Myriam, a Sabina y a mí, a ser parte del coro de la Iglesia parroquial.

Myriam me llamo iguana, y según la lógica de la época, por ese acto vandálico, debíamos ser castigadas las tres.

Nuestras voces fueron evaluadas por la corista (o Madame, como nos hacía llamarla) y las de Myriam y Sabina resultaron ser Soprano, así que cantaban las partes importantes.

La mía resultó ser contralto: una linda voz de acompañamiento... al parecer mis pulmones no eran lo bastante fuertes para ayudarme a alcanzar otros tonos.

Así que ellas se tenían que aprender un montón de letras y acudir a los ensayos, mientras lo único que tenía que hacer yo era: tomar el poco aire que mis pulmones podían tomar y decir la-la-la-la-la-la-laaaa y luego callarme de nuevo, por mucho tiempo.

Y como a las sopranos por alguna razón que desconozco, amaban llevar peinados muy grandes y esponjosos.

Y Myriam llevaba aquel gusto a la exageración, muy probablemente porque sabía que me sentaba detrás de ella.

Aprovechaba para llorarle a mi mamá, y contaba las estrofas y los minutos para volver a tomar aire.

Un golpe fuerte en la cabeza me obliga a salir del sueño y abrir los ojos, acompañado de una voz que me resulta muy familiar:

—"¡Despierta Sophie! ¡No me puedes dejar sola aquí con estos salvajes! ¡Y no puedes morirte de sed! ¡Las iguanas no se mueren de sed! ¿¡Me oíste?! ¡Mueren de otras cosas pero de sed no! ¡A menos que sean demasiado idiotas! ¡Pero tú no me puedes salirme con que siempre sí resultaste ser una iguana demasiado idiota! ¡Te lo prohibo! ¡Te lo prohibo! ¿¡Escuchaste?!" —Myriam sacude mis hombros con toda la fuerza que le queda, y no se da cuenta de que está azotando mi cabeza y mi espalda contra el tronco del árbol.

Las heridas de mi espalda me arden, y me siento mareada.

—"Ahhh..." —me quejo —"Pues si no pueden morir de sed, seguro que sí les rompes la cabeza con un árbol. Sí que se mueren y bien muertitas..."

—"¡Ay Sophie!" —siento sus brazos alrededor del cuello y la humedad de sus lagrimas en mi cara.

—"¿Ya llegamos?"

—"¡Oh!" —se separa de mí y me acerca algo parecido a un plato de madera, muy lleno de agua —"Bebe todo lo que puedas beber, estamos a nada de irnos"

¿Irnos de donde o hacia donde?

Pero no pregunto...

El instinto de supervivencia me obliga a arrebatarle el balde de agua y beberla como si no hubiera un mañana.

Lo hago tan rápido que en más de una ocasión, estoy a punto de ahogarme.

Toso un par de veces y me vuelvo a empinar el recipiente, sintiendo como incluso la piel de lo cuello, mis clavículas y mi pecho, agradece la frescura que le proporciona la humedad.

Después comemos frutas secas, semillas y compartimos un pescado pequeño que se cocinó al fuego.

Lo comemos como si fuera un gran banquete, y luego de todo lo vivido, probablemente lo es.

Estoy por terminarme la fruta, cuando escucho el llanto de un bebé que me obliga a girarme.

Ahí descubro a un grupo de unos 3 guerreros intentando alimentarlo, pero el bebé comanche lo escupe todo, y llora, y se retuerce.

—"No tiene dientes aún. Morirá sin su madre. Hay mujeres comanche que tienen leche en sus pechos en el campamento, pero faltan tres lunas para llegar. No lo logrará" —dice uno de ellos.

No lo pienso mucho y me incorporo, apoyándome de un palo grande que está cerca; lo uso como muleta.

Tengo muchísimo miedo.

Y los huesos de mis piernas duelen.

Myriam me grita con desesperación que regrese, sé que le aterra quedarse sola.

Y a mí también me aterra separarme de ella, porque sorpresivamente Myriam Robinson se convirtió en mi pequeño lugar seguro en esta pesadilla.

Pero no puedo dejar solo a un bebé.

Y yo he cuidado bebés.

Lo hacía durante los veranos para las amigas de mi mamá.

Así qué tal vez pueda hacer algo...

No.

Sé que puedo hacerlo.

Así que trago muy grueso y avanzo.

Cuando me les planto al frente, todos ellos me miran.

Lo único que traigo encima es la manta de lana que me cubre, la cual, deja expuesta toda mi piel, de la mitad de mis muslos hacia abajo.

—"¿Te dieron ganas de ponerte cariñosa, herbi?" —pregunta uno de ellos, y los demás se ríen.

Por un momento me siento demasiado estúpida.

Pero cuando el bebé vuelve a llorar, me regresa el valor con más fuerza.

—"Y-Yo... y-yo sé cuidar b-bebés" —la voz me falla.

—"¿Oh? Dice que sabe cuidar bebés" —vuelve a hablar uno de ellos y los demás vuelven a reírse.

—"¡Largo de aquí tosi-tivo!" —grita otro, lanzándome una piedra que esquivo.

Pero no esquivó la segunda.

Que me lastima el hombro y me hace tambalearme.

—"¡Por favor! ¡Déjenme cuidar al bebé! Escuché que puede morir antes de que lleguemos..."

Uno de ellos se pone de pie con enfado, y me agarra por el cabello.

Lo hace con tanta fuerza que en ese momento me desplomo.

La manta que me envuelve cae al piso, y lo único que me mantiene en alto, es la forma en que me tiene prensada.

Entonces siento un apretón muy cruel en uno de mis pechos.

—"Son grandes herbi, pero no tienen leche. Y sin leche no puedes hacer nada por este niño" —vuelve a apretar con más fuerza, como exprimiendo, lo hace para probar su punto y después me deja caer—"Si entiendes, piérdete"

En tanto caigo, me cubro el cuerpo con la manta y me quedo a la espera de escuchar las risas burlonas de los otros, pero no suena nada, absolutamente nada.

Cuando abro los ojos, el indio de los Cuernos está ahí.

—"Hites" —su voz profunda y grave de manera natural, suena.

—"Hites" —responde el otro —"No quise hacer daño a tu esclava blanca, pero no escucha"

Él ni siquiera voltea a verme, porque para él tengo la misma relevancia que alguno de sus caballos, o un objeto.

Sus ojos se deslizan con minucia sobre sus hombres; uno a uno, y al final se detienen en el Niño.

—"¿Aún no come?"

El indio que sostiene al bebé niega con la cabeza —"Nada. Sólo agua"

El de los cuernos se acerca, y se pone en cuclillas frente al bebé.

Después pone su mano sobre la pequeña cabeza y chasquea la boca.

Aprieto los puños antes de hablar:

—"Y-Yo..." —su mirada obsidiana cae sobre mi con la fuerza de un látigo, pero igual me obligo a tragar grueso y a terminar de decir lo que voy a decir —"N-Nuestros bebés d-dejan de tomar pecho m-mucho antes. Y-Yo puedo hacer q-que c-coma. N-No necesito leche"

—"¿Quieres desquitar tu coraje con un Niño, herbi?" —me pregunta el de los cuernos, Kai.

Inmediatamente siento como toda la indignación se me sube hasta las mejillas.

—"¡Dioses, no! ¡Nunca, nunca me atrevería! ¡Y mucho menos con una criatura de esa edad!" —cuando termino de hablar mi cuerpo se prepara para recibir el golpe.

Una patada, un latigazo...

Porque levanté la voz, y eso no es algo propio de una esclava.

Sé que a Myriam le rompieron los labios cuando usó un tono que no les gustó y en mí caso fueron las piernas.

Pero... no pasa.

En vez de eso, me hace una pregunta:

—"¿Por qué?"

Para mí es muy fácil responder a esa pregunta, pero me quedo inmóvil unos segundos de la sorpresa.

Desde que llegué a este mundo, muy pocas veces me han preguntado por mis motivos o mis razones.

Mi mirada está sobre la hierba, y la levanto muy lentamente hasta sus ojos.

Tal vez no sea la respuesta que él quiere.

Tal vez no haya respuesta correcta...

—"Porque los niños son el futuro del mundo..."

—"¿Y que pasa si el futuro del niño es asesinar a los blancos?"

Sacudo la cabeza.

—"Las reglas del mundo cambian todo el tiempo, y cambian demasiado pronto. Las reglas de mis padres nunca fueron las mismas que las mías, y sé que las de mis hijos también serán otras. No sé odiar a alguien por algo que todavía no hace y puede que no haga nunca."

Me sostiene la mirada unos segundos y luego la desvía.

Después se pone de pie y antes de irse, dice:

—"Cortaré tu lengua si mientes. Dale al niño"

Cuando me lo dan, lo abrazo con fuerza, y le pido a Myriam que caliente un poco de agua con el fuego de la fogata.

Ella lo hace de mala gana y cuando nadie la escucha le llama: "el renacuajo indio"

Le doy un baño con un trapo húmedo, y machaco la fruta que me dan con unas piedras, hasta que la hago papilla.

Los guerreros me observan con atención.

Supongo que antes los roles estaban tan estrictamente marcados, que no tienen mucha idea de lo que hago.

Al principio el Niño no come; todo lo escupe y llora con mucha fuerza y desesperación.

Desesperación por querer comer y no saber como hacerlo.

Lo tengo que poner sobre mi hombro y lo meso para tranquilizarlo...

"—Shhh... Shhh... Sé que es algo nuevo para ti, pero si le das una oportunidad, te prometo que te va a gustar. La segunda vez será más fácil, cada vez lo será más. El primer bocado siempre es el más difícil, pero me tienes a mí, y voy a ayudarte..."

Después vuelvo a intentar.

Al quinto intento es que logro hacer que coma el primero, y aunque después de eso no come más de tres, para mí ese ya es un gran logro, y suelto un grito de emoción; pero inmediatamente recuerdo en donde estoy y me callo.

El resto de la fruta molida lo pongo en el recipiente pequeño que antes llevaba mi agua, y uno de ellos nos proporciona a Myriam y a mí uno más grande, aunque de mala gana.

Simplemente es arrojado a la cabeza de mi hermana, y el golpe le abre la ceja.

Ni siquiera vemos de donde vino el golpe, pero ahora que Myriam conoce lo que es la sed, en vez de quejarse y llorar, corre a llenarlo de agua.

En el camino, yo llevo al niño en una especie de canasta que va amarrada al caballo.

Creo que así suelen transportar a los bebés Comanche.

Y cuando el Sol está muy fuerte, le hago un poco de sombra con una parte de mi manta.

Cuando lo hago me ven mal.

Me pasan de lado diciendo que los niños Kwahadi son los más fuertes de entre todas las tribus Comanche, y que no debo tratarlo como a un debilucho Niño blanco que se muere con el Sol.

Pero para mí un bebé Kwahadi es igual a cualquier otro, así que les doy a entender que voy a hacer lo que ellos dicen, pero de todas formas hago lo que quiero.

Poco a poco come más.

Y las noches son largas.

Es algo normal que tenga cólicos y aire las primeras veces... así qué paso mis madrugadas sacándole el aire con pequeños golpecitos en el centro de su espalda, o masajeando su pequeño vientre, siempre en dirección a las manecillas del reloj, al menos eso fue lo que me enseñó mi madre.

Y luego de tres días y tres noches, por fin llegamos al temible campamento de los Kwahadi, en el corazón de las llanuras de Staked.

A Myriam, a Bella y a mí, nos bañan con luego baldes de agua fría en tanto llegamos, y nos dan ropa echa de pieles de ante, para que nos vistamos: son tres camisolas, todas iguales.

Cuando nos estamos vistiendo Myriam me ve la espalda y pega un grito.

—"Dios mío... te han marcado de por vida..."

No nos da mucho tiempo de charlar, porque llegan pronto por nosotras.

No quiero pensar en ninguna otra cosa que no sea el hecho de que ya no tengo que usar únicamente únicamente una manta raída para cubrir mi cuerpo.

Y voy a quedar y con eso; con lo bueno.

Nos colocan un lazo alrededor del cuello, como si fuera una correa, y nos ponen en fila, a un lado de muchos caballos que también están formados en hilera, también hay algunas mantas, y las trípodes de los guerreros , todas repletas de cabelleras humanas, que alguna vez pertenecieron a todos los hombres, niños y mujeres blancas, que asesinaron en esta incursión.

En él camino Bella y Myriam tuvieron que hacer de muletas humanas para mí.

Me alegra ver a Bella más repuesta, y con la herida ya con su costra, aunque fresca.

Myriam sujeta mi mano en cuanto mis rodillas tocan el suelo, porque sin ellas o una vara, soy incapaz de mantenerme de pie por mi misma; toda ella tiembla muchísimo.

Estamos rodeadas prácticamente por todos los habitantes del campamento...

El de los cuernos va montado sobre su inmenso semental negro, y avanza hasta ponerse al frente de nosotras y de todos los caballos y objetos.

Puedo ver reconocimiento y respeto en todos los que le observan.

Y cuando se acerca más, de entre la multitud sale una chica; una mujer comanche muy joven, de cabello negro y lacio y de piel color bronce, como todos ellos.

Es muy alta, pero conforme más se acerca a él es como si no lo fuera.

Y su cabello va recogido en trenzas.

Toda su ropa es impecable, de ante, con tiras y bordados.

Y está a poca distancia de él, se descubre el cuello y se quita un inmenso collar echo de muchas cuentas de cristal de un profundo color azul índigo.

La joya brilla con el Sol y ella extiende su mano para que él lo tomé.

Él lo hace.

—"Muchas gracias por la protección. Me cuidaron bien en tu ausencia, pero ahora que estás aquí vuelven a ti" —le dice ella, sonriendo —"Bienvenido a casa"

*

*

*

Nota de autor: Holi. Espero que les haya gustado... je.

Me estaba muriendo por actualizar pero mis tiempos no me dejan :(

En cuanto haya memes en el grupo de facebook, prometo añadir alguno por aquí para que las que no están allá, se rían un rato.

En fin, les presento a ✨Winona ✨

MEMES que se publicaron en el grupo de fb de este cap:

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